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El trabajo femenino en la Argentina 1ra. mitad siglo XX

Enviado por adela JORDÁ


Partes: 1, 2

  1. Introducción al presente trabajo
  2. El trabajo femenino en la argentina durante la primera mitad del siglo XX
  3. El ideal de femineidad
  4. El tema del poder
  5. Alianzas intragénero e interclase
  6. La lucha por la igualdad jurídica y cívica
  7. La mujer trabajadora durante la época peronista
  8. Conclusiones
  9. Bibliografía

Introducción al presente trabajo

Cuando decidí escribir el trabajo final sobre este tema comenzaron mis preguntas, no sobre el tema, sino sobre el abordaje del mismo. Me pregunté: "en qué lugar me paro para desarrollarlo ¿desde qué mirada científica?"

No soy historiadora, tengo que atenerme a los escritos de quienes mucho han investigado, analizado y desarrollado la problemática del trabajo femenino en la Argentina y en esto son referentes la Dra. Mirta Zaida Lobato y la Dra. Dora Barrancos.

He leído algunos de sus trabajos, que posteriormente citaré y encontré que no podía criticar (consigna dada por la Cátedra) el escrutinio riguroso que ambas autoras hicieron de hechos históricos y estoy de acuerdo con sus análisis sobre los mismos.

¿Mi pregunta "desde qué lugar me paro"? continuó sin ser respondida durante todo el tiempo que me llevó leer sus textos. Me decía: "recopilo información y en algún momento lo sabré", reconozco que no sin cierta dosis de angustia.

Finalmente hoy, ante la página en blanco sentí que mi lugar desde el cual abordar el tema, es el de la hija de una "fabriquera" (así la llamaban cuando querían herirla), de la nieta de una ama de casa- "lavandera para afuera" cuando los intermitentes trabajos de mi abuelo la obligaban a poner el puchero sobre la mesa, de otra abuela "encargada de un edificio de inquilinato" que ejercía poder en representación del dueño del inmueble y de una tía vendedora en Gath & Chaves, que por tener ese rol se sentía superior a otras trabajadoras.

Ese es mi legado de mujeres trabajadoras, pero también decidí ubicarme desde mi lugar de psicóloga laboral, que vengo realizando mi trabajo profesional desde hace veinticinco años y viendo la problemática de género en las Organizaciones durante todo este tiempo.

Cuánto ha cambiado el rol de la mujer y la construcción de una subjetividad femenina en el mundo del trabajo desde la época que me ocupa (principios a mediados del siglo XX) a la actualidad?, es mi pregunta, que no podía ser contestada sin adentrarme en la historiografía de una época que no viví.

El trabajo femenino en la argentina durante la primera mitad del siglo XX

Al consolidarse la economía capitalista, se quiebra la unidad económica familiar campesina y se establecen dos ámbitos de acción, el público y el privado, que propicia la división sexual del trabajo, con connotaciones diferentes a la que tenía la división sexual del trabajo ya existente.

Cuando las tareas domésticas y productivas se realizaban en el mismo espacio o mundo doméstico, la división sexual del trabajo entre marido-mujer, hermanos varones y hermanas, no se percibía como una desigualdad, ni se desvalorizaban las tareas domésticas. Todas las tareas dentro de la unidad económica familiar apuntaban al sostenimiento y reproducción de la familia..

Antoine Prost sostiene que la primera forma de ganancia en esta economía de subsistencia era la ausencia de gasto y las amas de casa eran quienes ahorraban, para luego gastar en otras cosas o invertir en la explotación familiar. Así como el hombre participaba del trabajo de la casa haciendo arreglos, muebles y utensilios.

Al definirse estos dos espacios, público y privado y monetarizarse más la economía, el trabajo asalariado del hombre, el que gana el dinero, adquiere mayor importancia que el trabajo no remunerado de la mujer, aunque evite gastar. La relación entre ambos cónyuges se desnivela, pasando el hombre a tener un poder diferente sobre la mujer, ya no asentado en la tradición y en las costumbres de los estereotipos femenino y masculino, sino más ligado a una identificación con la jerarquía en la fábrica.

La acumulación del período de expansión capitalista del siglo XX requirió la participación de la mujer en el trabajo fabril. Dora Barrancos dice que, antes de la segunda revolución industrial aparece una problematización de la condición femenina, que la involucraba como trabajadora.

Por qué antes el trabajo de la mujer no era un problema y luego lo fue? Porque salió del ámbito familiar, del hogar, para incluirse en el ámbito público y en el trabajo asalariado a través de su incorporación a las fábricas. Por qué esto a su vez fue un problema?, es algo que intentaré aclarar y también hipotetizar en el transcurso del presente trabajo.

La división del trabajo según el sexo se va a dar en función de una supuesta condición femenina biológica, que le otorgaría habilidades para realizar tareas que serían una prolongación de las que realizaba en el ámbito hogareño. La identidad femenina predispondría a la mujer para la realización de tareas diferentes a las de los hombres. Del mismo modo, los hombres quedarían vinculados a tareas de fuerza, en contacto con el mundo externo, asumiendo el rol de proveedor económico que garantiza la subsistencia de los integrantes de la familia.

El concepto de "condición femenina" siempre me produjo resistencia. Porque la condición tiende a fijar, estereotipa, está predeterminada, tiene una connotación biológica y lo que he ido observando a lo largo de mi práctica profesional, de mi vida y de lo que he leído, ha sido una evolución de esta llamada condición femenina. Por tanto, el concepto de lo femenino así como de lo masculino son construcciones histórico-sociales y culturales, sujetas a cambios, aunque lentos.

Volviendo a principios del siglo XX, la mujer comienza a pasar de un trabajo a domicilio, aunque fuera para otros como el caso de las costureras, lavanderas, planchadoras, que no separaba al hogar del lugar de trabajo, a una actividad fabril y con salario. Mirta Lobato en "lenguaje laboral y de género en el trabajo industrial" nos dice que la historia laboral en la industria es poco conocida porque predominan dos imágenes: la de las mujeres que se dedicaban a las tareas domésticas garantizando la reproducción familiar y la de las mujeres que recibían un salario por las tareas que realizaban en su propio domicilio. Pero que sin embargo desde fines del siglo XIX, hombres y mujeres se incorporaron al trabajo fabril con significados y consecuencias distintas.

Lo que en esa época parecíó no advertirse, fue que las mujeres que se incorporaron al trabajo fabril, seguían garantizando la reproducción familiar. El peso de las tareas domésticas, la administración de la casa y la crianza de los hijos, continuó bajo la órbita femenina. No hubo sustitución de una función por otra, sino una doble función. Las consecuencias para las mujeres en términos de salud, libertad y desarrollo laboral, han sido muy importantes, negativas y sentidas hasta en la actualidad.

El ideal de femineidad

En las primeras décadas del siglo XX se configura un ideal de mujer que se realizaba en el hogar, cuya función primordial era la maternidad y se ataca el trabajo femenino en las fábricas. Me pregunto por qué se enfatizó el rol materno y doméstico de la mujer y quiénes estaban interesados en ello?. La gran cantidad de mujeres que trabajaban en las fábricas, con salarios más bajos que los de los hombres constituyendo mano de obra barata, me lleva a pensar que el capitalista no estaba particularmente interesado en que la mujer asumiera exclusivamente el rol de ama de casa, esposa y madre. Al menos no la mujer de clase baja, que constituía su fuerza de trabajo. Para el resto de las mujeres, es muy probable que compartiese el mismo ideal de femineidad que sus congéneres.

Mirta Lobato en el mismo texto dice que "en fábricas como las de Angel Braceras,… unas cuatrociento cincuenta mujeres cosían vestidos, tapados….. En otras Compañías, como Sere, entre quinientas y mil trabajadoras confeccionaban bolsas…En las fábricas de cigarrillos – Alvarez y Cía. Piccardo y la Compañía General de Tabacos, las tareas de empaque eran realizadas por las manos de muchas mujeres. Lo mismo ocurría en la fabricación de fósforos". También cita que en la industria textil el 80% del personal estaba constituído por mujeres y en los frigoríficos Swift y Armour un 30% de los trabajadores eran mujeres. También las mujeres se desempeñaron en el comercio y los servicios.

Si bien al capitalista le interesa la reproducción de la fuerza de trabajo y podría pensarse que la mujer la garantizaba a futuro, es difícil pensar a un capitalista que sacrifique la rentabilidad de hoy por el beneficio de mañana. Si a los empresarios les hubiera preocupado la preservación del rol de madre y el cuidado de los hijos de las obreras, entre otras cosas, hubieran puesto guarderías en las fábricas antes de 1930. No podían desconocer la complejidad que se le planteaba a las obreras para dejar a sus hijos pequeños a cuidado y concurrir a sus tareas.

La autora menciona a políticos, prensa burguesa y sectores contestatarios, socialistas, anarquistas, interesados en "subsanar el desorden" que representaba el trabajo asalariado fuera del hogar.

El interés de los políticos por el crecimiento de la población se venía manifestando desde el siglo XIX, ya que el creciente proceso productivo necesitaba de mano de obra que la población nativa no alcanzaba a proveer. Los sucesivos gobiernos fomentaron la inmigración y desde Europa llegó la mano de obra hacia las zonas que las requerían.

En el censo de 1895 la población era de 4.044.911 personas, con un 70% de población argentina y 30% extranjera aproximadamente. Diecinueve años después, en el censo de 1914, la población era de 7.903.662 habitantes con un 65% de población argentina y 35% extranjera y en el censo de 1947 la población era de 15.893.811 habitantes con un 85% de población argentina y 15% de población extranjera. Entre 1895 y 1947 la población del país casi se cuadruplica, pero el crecimiento de población nativa que se manifiesta después de 1914 y que se observa en el censo de 1947 pone en evidencia que los inmigrantes estaban teniendo hijos en el país, además de los de orígen argentino.

Aunque la cantidad de hijos por matrimonio comenzó a bajar, estos datos de crecimiento demográfico, no permiten pensar que las mujeres que en todo ese período trabajaban en distintas actividades, tanto domiciliarias como fabriles, vieran afectada su capacidad reproductiva y peligrara la actividad económica por falta de mano de obra.

En el caso de los militantes anarquistas, el artículo que se publica en "La Protesta" en 1919 en contra del trabajo femenino asalariado, resulta de una agresividad impactante, no mediatizada por la razón "…. Qué puede engendrar una prostituta, una fabriquera, una empleadilla?… Cinco mesinos, abortos, medusas, espumarejos, futuros cosacos…"

Ni la oligarquía lo hubiese dicho peor. Quienes, por un lado tenían un discurso igualitario hacia la mujer, por otro, la excluían del mundo del trabajo, aunque todos no acudieran a semejante nivel de denostación. La obrera y la empleada, en tanto mujeres que salían al mundo público, eran equiparadas con las mujeres "públicas".

El trabajo de las mujeres era particularmente resistido y descalificado en las épocas en las que escaseaba el trabajo. En La Protesta, en 1919, "…Existen a millares los hombres sin ocupación alguna y se habla del trabajo de la mujer…No somos enemigos de la emancipación moral de nuestras compañeras, las colocamos en el mismo nivel ético e intelectual del hombre, pero somos enemigos de aquellas que blasonando de modernistas y liberales encuentran la emancipación de la mujer en el taller o en el voto".

Me resulta vago el concepto de emancipación moral y mismo nivel ético. Cómo se traducía en las prácticas sociales ese mismo nivel ético e intelectual? Según Dora Barrancos en el caso del anarquismo, al reaccionar frente al orden jurídico e institucional no podía haber apoyado el derecho femenino al voto ni el divorcio, ya que no había necesidad de uno ni de otro y tampoco el trabajo esclavizante. La prédica anarquista se refería a una reforma de lo íntimo, de la sexualidad, del control de la natalidad y de la convivencia.

La descalificación hacia la mujer trabajadora era el reverso de la moneda de la idealización de las cualidades femeninas en tanto permaneciera en un único rol, aunque adquiriese derechos jurídicos y cívicos.

Una expresión de esto aparece en la editorial del diario La Prensa del 16 de mayo de 1910 con motivo del Congreso Patriótico y apoyando el feminismo y sus reivindicaciones, que Dora Barrancos cita en su libro "Inclusión Exclusión": "La cuestión social en estas nacionalidades en formación y en lucha actual con el desierto y la despoblación, es cuestión esencialmente moral"…."Cómo realizar estos ideales sin el amor, que es la cooperación y que es la fuerza y sin la educación de la mujer que es la representante genuina del amor y la solidaridad humana?" y agrega la autora que esta editorial es una muestra de la inclusividad virtuosa que se ofrece a las mujeres, considerando la necesidad de su participación de los beneficios de la ciudadanía.

Estos calificativos referidos a la mujer la presentan como una santa y no una persona y una mujer. La dicotomía entre mujer-madre-santa y mujer-sexuada-trabajadora-prostituta estaba presente en el imaginario social, particularmente de las clases dominantes y las medias. Una manifestación artística como el tango, aunque ya más adentrado el siglo XX en cuanto a las letras, da muestras de esta polaridad. "La natural delicadeza" de las mujeres, a las que había que evitarles el contacto con los temas duros de la vida por su "alma impresionable", responden a modelos mentales de clase alta y media.

Las trabajadoras, urgidas por la necesidad, seguramente no eran ni impresionables ni delicadas. Podían lidiar con los asuntos más duros, como por ej., la muerte de sus hijos, el abandono de sus maridos en algunos casos y la soledad para criarlos y proveer a su sustento, entre otros, en los que la violencia doméstica no estaba ausente, aunque tampoco en las clases altas. La vida en el conventillo propiciaba los enfrentamientos entre pares. Por eso, la denominación de "reina del hogar" me parece un invento de las clases dominantes para sostener el sometimiento de las mujeres, porque nada más alejado de la realidad de una ama de casa de clase baja y media que el concepto de "reina". Reina porque gobierna y decide en la casa? Con qué libertad? Los magros presupuestos familiares no daban mucho lugar para la elección, la autoridad del marido que debía ser "atendido" tampoco.

Las reinas delegan en otras mujeres el cuidado de los hijos y la atención y administración del hogar. Y dónde estaban, además, los reyes de esas reinas? En los trabajadores explotados, cansados, malamente remunerados?. Pienso que en la mentalidad de estos hombres no debía estar el calificativo de reina para referirse a sus mujeres, a lo sumo el de "la patrona".

Me pregunto qué había detrás de ese interés por preservar la maternidad, la función reproductiva y la crianza de niños que serían los ciudadanos del futuro, a la medida de los intereses de los diferentes grupos?. La lucha por el poder, el temor del hombre obrero a perder puestos de trabajo en manos de las mujeres, su autoridad indiscutida en el hogar, esa autoridad que tiene quien provee el sustento a otro que al no poder hacerse cargo de sí mismo, queda en situación de dependencia. La alteración de un orden familiar y social que planteaba un escenario desconocido para el hombre, quien debe haberse sentido muy amenazado porque lo que se le planteaba era una pérdida sin ninguna adquisición.

Pero esta es una de las respuestas posibles a la conformación de este ideal femenino. Pensar solamente en el temor del obrero a perder sus puestos de trabajo es cargar sobre el varón trabajador la total responsabilidad por el sometimiento femenino. Pienso que hay más razones, que no excluyen la anterior sino que la complementan y una de ellas, a mi juicio, tiene que ver con el momento histórico social de nuestro país y con el fenómeno de la inmigración. Nuestro país, de colonial, constituido por familias criollas descendientes de antiguos españoles y de la mezcla con el indio, se vio convertido en un país, particularmente, en una ciudad cosmopolita.

Cuántas familias de cuántas culturas diferentes arribaron a este suelo, cuántos idiomas, costumbres, muchas mujeres jóvenes traídas para trabajar de prostitutas, cuánta desorganización en ese medio, niños que morían por enfermedades y malas condiciones de vida, ideas políticas revolucionarias sobre la igualdad de derechos de la mujer. Frente a esta amenaza a la tranquilidad y organización de una sociedad patricia, qué mejor defensa que levantar el estandarte de la virtud y los valores de una vida consagrada al hogar, al cuidado de los hijos y de los maridos?. Frente a la heterogeneidad, qué mejor escudo que la homogeneidad de la familia nuclear, tal como se conocía? Además, esta postura contaba con todo el aval y la prédica de la Iglesia Católica.

No estoy desconociendo el trabajo forzado de las mujeres en las fábricas, el deterioro de la salud por las malas condiciones laborales, de la que no estaba exento el trabajador varón, pero no parece que eran las mujeres obreras ni las militantes, las que querían retrotraer su situación a la época en que su única ocupación era la crianza de los hijos, las actividades domésticas, la atención de los maridos y eventuales trabajos domiciliarios para afuera. No descarto que muchas lo quisieran, pero las luchas de las mujeres en ese tiempo, revelarían que habían iniciado un camino de incorporación a la vida pública. Su necesidad, entiendo, pasaba por mejorar las condiciones laborales para poder compatibilizar ambos roles.

Un testimonio que me resulta muy revelador del sentimiento de las trabajadoras lo trae Mirta Lobato en "La vida en las fábricas" en la expresión de una obrera que había comenzado a trabajar en la década del 30: "Entrar a la fábrica era salvarse" y la autora argumenta sobre las consecuencias positivas en términos de subsistencia, sociabilidad y configuración de identidades que tenía el ingreso al mundo del trabajo.

Pero el término "salvarse" me resulta revelador porque encierra y evidencia algo más que lo antedicho. Las personas "nos salvamos" de algo que tiene connotaciones negativas, que nos produce dolor, displacer, frustración, rabia. Podría ser salvarse de la miseria? Sí, podría. Podría ser salvarse del aislamiento que implica moverse en un universo de vínculos primarios exclusivamente, para pasar a un mundo de relaciones secundarizadas, tanto de compañerismo y amistad como amorosas? También, cuando no del hacinamiento del conventillo. Ese hacinamiento que vulneraba toda privacidad, que hacía público lo más privado y que generaba condiciones de enfrentamiento inter e intrafamilias.

Pero, además, tiene que haber implicado salvarse de la dependencia, de la sumisión a un orden patriarcal y, a través de ganarse su propio sustento y ayudar a la economía familiar, adquirir cierto grado de autonomía y decisión dentro del seno de la familia. No es fácil dar órdenes a ni desatender las opiniones de las hijas y esposas que ponen comida sobre la mesa. Y aquí entramos en la cuestión del poder.

El tema del poder

Mirta Z. Lobato en "La vida en las fábricas" dice que la crítica feminista abrió una brecha en la aparente neutralidad de género con la que se analizaba habitualmente la relación entre capital y trabajo. Para examinar esa relación toma la noción de género formulada por Joan Scout cuando dice que "El género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos… y es una forma primaria de relaciones significantes de poder…"

El deseo de dominio, que surge muy tempranamente en la vida de las personas, se juega de manera distinta y tiene destinos diferentes para varones y para mujeres en nuestra cultura patriarcal. Las mujeres suelen estar condicionadas a dominarse y a ser dominadas, particularmente en la época a la que me refiero, siendo ésta una modalidad pasiva, en tanto que el recurso activo de dominar queda postergado.

Su deseo de dominio puede adquirir un sentido legitimado socialmente y por su propia subjetividad al expresarse como "el poder de los afectos". Es a través de la maternidad, con la función de hacer crecer a otros como puede ejercerlo, también despertando el deseo de los hombres o sosteniendo el narcisismo de los varones.("detrás de cada gran hombre hay una gran mujer").

Al avanzar las mujeres en el ámbito público del trabajo, de la política, de lo social, se fue transformando la representación psíquica tradicional de las mujeres como sujetos carentes de poder o tan solo con el poder de los afectos.

Una de las maneras a las que apeló la cultura patriarcal para no ceder espacios de poder, ya que pienso que por ese entonces no estaban dadas las condiciones histórico, culturales y sociales para compartirlo, fue generar sentimientos de inferioridad en la mujer.

Los empresarios inferiorizaban el trabajo de la mujer para pagarle menos y los varones como manera de no perder el dominio sobre ellas. Pero, la siguiente expresión de una obrera de la Fábrica de Berisso, que trae Mirta Lobato en su obra, da cuenta del orgullo por su trabajo y por su condición femenina, cuando dice: " la tripería parece una cosa sucia y fea, pero es importante, muy delicada y tienen que ser manos de mujer que lo manejen".

Es en el trabajo donde la mujer empieza a encontrar otro ámbito de reafirmación personal y a adquirir conciencia de su propio valer.

Otro recurso al que apeló la cultura dominante y éste con más éxito porque en mayor o menor medida subsiste hasta la actualidad, es el sentimiento de culpa, herramienta más que disciplinadora del despliegue de los deseos femeninos referidos a su sexualidad, a la agresividad, a la independencia y que se le planteaba a la mujer al dejar a su prole para ir a trabajar. Por eso, la manera de mitigar tal sentimiento era ver la salida laboral como una cuestión de necesidad. De este modo, era aceptado por la sociedad y por ella misma y el trabajo pasaba a tener un carácter transitorio, ya que se volvería al hogar cuando pasara el estado de necesidad o la trabajadora soltera se casase.

El trabajo femenino era considerado una "ayuda", no importaba la incidencia que tuviera en el sostenimiento de la familia y hay que reconocer que hasta hace pocos años se siguió considerando igual, del mismo modo que cuando en la actualidad un hombre realiza tareas domésticas, cocina, compra o cambia los pañales a su hijo se considera que "ayuda" a la mujer.

En aquella época el acceso a puesto jerárquicos en las Empresas estaba vedado para las mujeres, que a lo más que podían llegar era a ser capatazas y de grupos de mujeres. Pero también el varón, con poca educación, no podía llegar a ocupar una posición más allá de una jefatura de planta, ya que los puestos administrativos y una carrera estaban destinados para personas con otra formación.

La educación, como medio para progresar hacia trabajos calificados y hacia puestos de jerarquía, ponía un límite a la mujer que, por lo general, contaba con menos posibilidades educativas que los hombres. Pero, cuando la mujer alcanzó mayores niveles de educación y esto no se vio correspondido con posiciones de mayor complejidad y jerarquía en la estructura de las empresas ni en las instituciones, se patentizó aún más la desigualdad y la discriminación. Cuál era el argumento ahora para que una mujer no fuera Gerente o Profesora Universitaria o Directora de un Servicio Hospitalario, mejor dicho, cuál era la excusa?." A la Dra. Cecilia Grierson se le negó su incorporación al cuerpo docente de la Facultad de Medicina.

A la Dra. Julieta Lanteri se le negó una adscripción como docente en la Cátedra de Psiquiatría con la excusa de ser extranjera y cuando se presentó como candidata a profesora suplente, el Consejo de la Facultad no hizo lugar a la solicitud."

Alianzas intragénero e interclase

Si los empresarios descalificaban el trabajo de la mujer y asignaban al hombre el manejo de la tecnología, pagando menos salarios a las mujeres que a los hombres, con la racionalización de que su responsabilidad era el mantenimiento de la familia y si los sectores sindicales, hegemónicamente masculinos, aceptaban esta situación, puede hablarse de una alianza o al menos coincidencia de género y entre clases en lo que a las expectativas de rol femenino se refiere y a su status en la fábrica.

Si bien los comportamientos esperables para el rol femenino y el masculino fueron cambiando con los tiempos, había cierto grado de "naturalización" de ambas condiciones, en sociedades históricamente falocéntricas, con predominio de poder masculino, que determinó el acceso de la mujer a determinadas industrias y no a otras, los menores salarios por igual tarea, la incorporción a trabajos no calificados, el doble trabajo de la mujer y el rechazo masculino a ocupar roles considerados tradicionalmente femeninos. "…Si la hembra quiere salir a la calle, el macho debe quedarse forzosamente en la casa…Si no, quién cuida el hogar y para qué un hombre se une a una compañera si ésta experimenta más predilección por un garrote que por la eficaz escoba…?" se decía en La Protesta.

También hubo solidaridad de género e interclase respecto de la demanda de belleza hacia la mujer, belleza como ornamento, configurando el objeto del deseo del otro, pero no asociada a la capacidad ni a las habilidades, tal como se ponía de manifiesto en los concursos de belleza para elegir reinas de las distintas actividades de la economía, que tuvieron lugar a partir de la década del 30 (la vitivinicultura, el petróleo, la reina del trabajo).

También hubo alianzas y solidaridades entre las mujeres intragénero. En lo que respecta a alianzas interclase no aparece claro en cuanto a sostener un discurso común, dado que las mujeres de clase alta que se movilizaban por la obtención de derechos jurídicos y cívicos para la mujer, procuraban diferenciarse claramente de las prédicas feministas radicales.

La lucha por la igualdad jurídica y cívica

Era opinión casi unánime entre los hombres que el trabajo de la mujer en las fábricas degeneraba el cuerpo femenino, el que tenía por misión la reproducción humana. También la satisfacción de los deseos sexuales masculinos, aunque esto último no era mencionado a la hora de justificar las posturas por la vuelta de la mujer al hogar o su no salida. Expresaba el diputado socialista Alfredo Palacios: "…deber nuestro es, e imperioso, velar porque la modeladora de las generaciones, no degenere miserablemente. La mujer es la depositaria del porvenir de los pueblos; de ahí que cuidar de su salud implique trabajar por la fortaleza y el bienestar de nuestra patria…"

El Partido Socialista hizo punta en la lucha por la reglamentación del trabajo femenino, buscando la protección de la mujer a través de la jornada de ocho horas, el descanso dominical, el resguardo de la moralidad y salud de las mujeres, la prohibición de contratar personal femenino en industrias peligrosas y en el trabajo nocturno, así como tiempo para amamantar y licencia pre y post parto, sin sueldo.

Esto implicaba el reconocimiento de la mujer como un sujeto productivo más allá del hogar y la necesidad de legislar, de dar un marco jurídico a lo que existía de hecho, pero no demostró el ánimo de incentivar el trabajo femenino.

La legislación del trabajo femenino fue secundada también por sectores conservadores y católicos. Al igual que muchos socialistas, el catolicismo social oscilaba entre dos conceptos contradictorios de trabajo para las mujeres. Por un lado sostenía que, la actividad asalariada las degeneraba a ellas y fundamentalmente, a su descendencia, constituyendo el germen de una catástrofe social. Pero, por otro, decía que el trabajo se presentaba como regenerador de ciertas mujeres prostitutas, delincuentes o ayudaba a prevenir la caída de las mujeres solas. La regeneración era para las que ya no eran deseables en el mercado del matrimonio, por lo que el trabajo en la fábrica era un mal menor.

En ambos casos, el trabajo no era considerado parte del destino natural de mujeres normales y sanas.

Organizaciones feministas lideradas en su mayoría por mujeres de clase media que habían accedido a la educación universitaria, a pesar de las resistencias con las que se encontraron tanto en sus familias como en la sociedad, lucharon por terminar con la situación de incapacidad en la que se sumía a la mujer, demandando incluso la modificación del Código Civil.

Cecilia Grierson, Petrona Eyle, Julieta Lanteri, Alicia Rawson, Alicia Moreau, Sara Justo, se encuentran entre las más destacadas, pero fueron muchas, tenaces, resueltas, batalladoras, las que hicieron posible los cambios en las condiciones de la mujer que ya se estaban dando en Europa. La igualdad de derechos civiles y legales que eliminaría la dependencia económica del marido, el ejercicio de la patria potestad, el ejercicio de una profesión lícita y la administración del dinero que con ella ganaba, el divorcio absoluto y el derecho al sufragio, a elegir y a ser elegida, fueron demandas del feminismo reformista.

Todas estas reivindicaciones no planteaban que la mujer se rebelase contra su "principal función" y hubo un arco ideológico variado de participación femenina en el ámbito público, con slogans y propuestas diferentes, pero aunque conservadoras unas y radicales otras, ponían de manifiesto la necesidad de un cambio en la condición de la mujer.

Con motivo del Centenario de la Revolución de Mayo se organizaron dos congresos dedicados a la condición femenina. Uno de ellos, el conservador, fue el del Consejo Nacional de Mujeres al que se llamó primer Consejo Patriótico de Señoras, posiblemente patriótico por patricias, descendientes o así lo declamaban, de las mujeres que participaron en la gesta de la independencia de nuestro país y señoras porque eran damas, seguramente casadas y que intentaban diferenciarse de las otras mujeres que venían con ideas foráneas, de origen inmigrante y propuestas revolucionarias. Esas otras mujeres conformaron el Primer Congreso Femenino Internacional auspiciado por la Asociación Universitarias Argentinas, bajo la dirección de Julieta Lantieri y Cecilia Grierson.

Dos estilos de feminismo, uno complaciente con el orden patriarcal que en ningún momento pensaba alterar y otro que buscaba cambios profundos. Dos estilos de vida diferentes, pero no por eso menos condicionados a la autoridad del varón.

Desde mi perspectiva, las damas de la sociedad tenían más que perder si se rebelaban contra el orden patriarcal que las trabajadoras. Educadas para realizarse en el matrimonio y depender económicamente del hombre, para llevar una vida de confort y hasta de lujo, no tenían recursos para enfrentar una vida independiente. En cambio, las trabajadoras tenían mucho por ganar. Pero por debajo de estas diferencias objetivas, de estilos de vida y de poder, había un punto de encuentro, ya que ambas eran mujeres atrapadas en un estereotipo de femineidad que las negaba como personas pensantes, deseantes y con derecho a vivir una vida autónoma y una sexualidad placentera y no meramente reproductiva.

Dora Barrancos considera que las primeras organizaciones de mujeres trabajadoras se deben más a las socialistas que a las anarquistas, porque estas últimas debatían entre organización y no organización y los socialistas estaban convencidos de la organización. En lo que coincidían era en elevar la educación y cultura femenina para sacarlas de posiciones conservadoras. La educación dentro del sistema, lo que contrastaba con la posición sindicalista revolucionara que consideraba que la escuela es el sindicato y que la mayor educación no era lo que iba a modificar las condiciones de vida de las mujeres sino el triunfo sobre el capitalismo y la burguesía. Claro, que casi no había mujeres sindicalizadas, las obreras no estaban efectivamente representadas en el sindicato y esto ha sido una tradición en el sindicalismo argentino.

Sostiene Dora Barrancos que "las mujeres que se sindicalizaban se contaban con los dedos de la mano-, y además la propia gestión del sindicato no hacía posible su presencia, y no quiero decir con esto que los sindicalistas de aquel período fueran misóginos, porque sería un anacronismo, sino que no estaban atentos a esta cuestión- su propuesta las excluía. De modo que sin mujeres, le faltó vigor y extensión al proyecto cultural del Sindicalismo…"

Me parece que la autora ensaya una justificación condescendiente para con la actitud masculina de los sindicalistas de excluir o no preocuparse por incluir a las mujeres en sus filas, porque si no estaban "atentos a esas cuestiones" cuando había todo un movimiento feminista, la incorporación cada vez más importante de mujeres a las fábricas, cambios en las relaciones sociales y laborales, demandas de igualdad en los salarios y muchas cosas más, es porque no quisieron estar atentos. A ningún sindicalista se le podía escapar que una gran parte de la población trabajadora no estaba siendo incluida y esto no puede haber sido un descuido sino intencional.

El período de 1910 a 1930 fue muy productivo en asociacionismo femenino y en plantear distintos temas de preocupación., no sólo los que mencioné anteriormente, sino la igualdad salarial, la prostitución, la protección de los menores, la licencia por maternidad paga, etc.

En 1932 se estuvo cerca de lograr el sufragio para la mujer, luego de posiciones encontradas entre quienes propugnaban un voto calificado y quienes sostenían que debía ser conforme a la Ley Saenz Peña, igual que para el hombre. Pero en 1932, bajo el gobierno del General Justo, el Senado, conformado por la elite reaccionaria no sanciona la ley y a contramano de lo que sucedía en la mayoría de los países occidentales, recién quince años después se sanciona, bajo el gobierno de Domingo Perón.

Con respecto a la participación de la mujer en las protestas de los trabajadores, dice Mirta Lobato que su participación apareció solapada por otras identidades como las de clase o las políticas.

Durante las huelgas de los Frigoríficos de 1915 y 1917 "los trabajadores de ambos sexos presionaban sobre aquellos que se resistían a unirse al movimiento, independientemente de su género".

También durante la Semana Trágica hubo participación femenina en las manifestaciones y La Vanguardia del 14 de enero de 1919 registraba un total de 700 muertos y más de 3000 heridos obreros, mujeres y niños a lo largo de toda la semana.

La mujer trabajadora durante la época peronista

En 1943 Juan Perón accede a la Secretaría de Trabajo y Previsión Social y se retoma la cuestión de los derechos políticos de las mujeres, que no se limitan al sufragio, sino que se extiende al trabajo extradoméstico. Se comienza a diseñar una política dirigida a las mujeres y se crea la Dirección de Trabajo y Asistencia a la Mujer.

La mujer adquiere un protagonismo social y político que la legitima socialmente como ciudadana y trabajadora. Pero, en un régimen marcadamente patriarcal, con el culto al líder-hombre, se sigue priorizando el rol tradicional con respecto a la maternidad y a una subjetividad femenina cuya principal realización como mujer es ser esposa y madre.

Los estereotipos de género, construidos a lo largo de muchos años, necesitan de mucho tiempo para modificarse y van rezagados respecto de los cambios en las condiciones de vida y de trabajo de mujeres y varones.

Para el peronismo la clase trabajadora (hombres y mujeres) constituyó su base de sustentación y las mejoras en las condiciones de trabajo negó o tapó durante un tiempo el conflicto entre el capital y el trabajo, aunque la igualdad en el salario no fue considerada. Toda alusión a la opresión y al conflicto se ubicaba en el pasado, por lo que la sufrida y deteriorada obrera pasó a ser la hermosa obrera que ya no sufría más en la fábrica y que, además, podía ser reina de belleza.

Mirta Lobato, en "La vida en las fábricas" trae un claro ejemplo de estas diferencias en la percepción de la mujer obrera en la época de Perón y anteriormente.

María una obrera del frigorífico: "Berisso en la época de Perón era una hermosura, había esas palomas blancas, esas mujeres de blanco comprando por los negocios, comprando cosas con sus hijos de la mano, casi todas mujeres jóvenes…contentas con su quincena, se compraba enterito un corderito…se podía traer carne del frigorífico, para los obreros había carne más barata."

En el recuerdo de María y la adjetivación que realiza, más allá que pudieran comprar corderitos y traer carne más barata y que las condiciones de trabajo fueran mejores, se expresa una idealización de la mujer obrera, elevada a la categoría de paloma inmaculada. El líder había logrado salvar a las mujeres de ser objeto de abusos sexuales en las fábricas y de caer en la prostitución y la miseria, pasando éstas de la denigración a la idealización. La sexualidad, el sujeto femenino deseante en esta nueva visión, estaba negado

Como expresión de la opresión anterior a Perón también es significativo un párrafo de una obra de Gálvez en "Historia del Arrabal de 1922: "Allí trabaja Rosalinda Corrales. Para la mujer la fábrica es una alternativa a la prostitución, pero de ninguna manera un ámbito menos peligroso que le evitará caer en la redes de la maldad y el sexo".

Para esta percepción, el destino inevitable para la mujer era la prostitución forzada y la violación. Siendo la denigración el reverso de la idealización, ambas interpretaciones, tomando datos de la realidad, los re-configuraban subjetivamente en la fantasía y la expresión de deseos.

Durante el peronismo, también el sentido del 1º de mayo cambia sustancialmente y se convierte, de un ritual obrero recordatorio de la represión y en muchos casos con manifestaciones violentas, en una fiesta del trabajo, con elección de reina. Ser mujeres bellas y trabajadoras se configura en un ideal social para el resto de las mujeres.

Y ahí está Eva Perón, "abanderada de los humildes", esposa del líder glorificado y conformando una pareja parental para el pueblo peronista, devenida de mujer del pueblo en luchadora por el pueblo, ocupando el más alto e impensado nivel para una mujer en la jerarquía de la sociedad, modelo de trabajadora incansable y dueña de una belleza que se fue perfeccionando con el tiempo. Sus lujosos atuendos la asimilaban a una reina, pero era una reina consorte, que impulsaba a las mujeres a celebrar al hombre-líder, a la par que a adquirir conciencia de sus derechos. De todos modos, aún con el discurso de que el pueblo todo debía hacerlo por Perón, Evita adquirió un status político propio y un liderazgo que se decía que, por momentos, opacaba a Perón.

Mientras, por un lado, el modelo desde el poder subordinaba a la mujer al hombre y las mujeres obreras sindicalizadas eran representadas por hombres, por otro, en un discurso que da con motivo de la sanción de la ley de Sufragio Femenino dice Eva:

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