Estos ejemplos bastan, a nuestro juicio, para mostrar por qué en otra ocasión pudo decir que los combustibles para el incendio ya estaban acumulados y que sólo faltaba la chispa que los pusiera en ignición (9); una chispa con la que se incendiaron aquellos materiales el 24 de febrero de 1895.
Por razones económicas pronosticó también el carácter inevitable de la derrota española. En uno de sus artículos, explicaba que estando Cuba en guerra y, por ende, "(…) paralizada la función industrial, la primordial en los organismos sociales", no podría solventar los gastos generados por el curso de la misma, mientras España, dado los gastos en que debía incurrir para sufragarla, tampoco estaba en condiciones de hacerlo. Entonces intentó estimular la previsión española, advirtiéndole a nuestra Metrópoli que sólo podría aspirar a prolongar el conflicto, sin posibilidades reales de victoria y a costa de su propia ruina: "¡Cuánto más humano para ella misma sería reconocer lo inevitable y dejar a Cuba entregada en paz y abrirse paso a un mejor porvenir¡". (10)
Creemos suficiente lo apuntado para ilustrar la importancia fundamentental que Varona atribuyó a los factores económicos en la creación de las condiciones objetivas indispensables para el proceso nacional liberador, reiniciado en 1895. Más, también tuvo en cuenta la importancia de ese factor en las relaciones Cuba-EE.UU. En 1896, en uno de sus artículos acotó: "Cuba forma parte del sistema económico de los EE.UU. y del sistema político de España". (11). En su apreciación, en la complejidad de esa situación ponía de manifiesto la gravedad de la misma, puesto que había llegado a su momento álgido en esos precisos momentos. Esa situación comportaba el peligro indudable de una posible intervención norteña en el conflicto cubano-español.
En virtud de esto tomó nota de la pugna existente entre el Ejecutivo –que pretendía tener manos libres en la cuestión relativa a Cuba- y el Congreso –que de algún modo se hacía eco de las simpatías del pueblo estadounidense hacia la causa de la liberación del nuestro. Pronosticó entonces que el Ejecutivo terminaría por imponer sus miras egoístas particulares y aconsejó qué hacer si llegara el momento de la intervención de la Unión Federal en nuestro conflicto con España: mantener la fuerza efectiva del Ejército mambí, considerando que mientras existiese un ejército de cuarenta o cincuenta mil soldados sobre las armas dispuesto a la lucha en nuestros campos, los EE.UU. estarían obligados a tener en cuenta ese factor importantísimo, entre otras razones para proteger su imagen y sus relaciones con Hispanoamérica, la cual era objeto de su interés para su expansión económica futura. (12)
Un año más tarde, en 1897, ofreció una conferencia titulada La política cubana de EE.UU. en la que expuso pormenorizadamente, la política seguida por aquellos desde tiempos atrás. Expone que apenas llegados a la boca del Mississippi, nuestro país adquirió singular importancia en la política del mundo y nuestra historia se modificó profundamente. Desde ese momento Cuba se había convertido en una obsesión para los estadistas estadounidenses, como antes lo había sido New Orleans, como después lo fueron Texas y Oregón. (13) Se refiere a las tempranas pretensiones de Jefferson, a quien consideraba entre los más moderados, para el que Cuba representaba "(…) la adquisición más importante que pudiera hacerse nunca a nuestro sistema de Estados". (14) Años más tarde, ya consumada la intervención, Leonard Wood, quien sustituyó a John Brooke como Gobernador durante la ocupación militar estadounidense de nuestro país, formuló una idea semejante, imbuido por el mismo espíritu anexionista.
Creyó oportuno referirse en esta conferencia a la Doctrina Monroe, con la que, según estimó, los EE.UU. hicieron sentir por primera vez su peso de manera decisiva en la balanza de las relaciones internacionales. Hace mención a la "neutralidad" proclamada cuando estalló el movimiento nacional liberador en la América continental española; pero tal neutralidad, no fue rigurosamente observada, como lo demuestra el apoyo recibido por la expedición organizada por Miranda. En la apreciación de Varona, esto se debía a que desde que "(…) se inició la lucha entre las colonias y España, los estadistas de la Federación vieron claramente la ilimitada esfera de influencia que su emancipación prometía". (15)
En el caso de Cuba, por el contrario, la posición de ese Estado había sido muy distinta. De hecho, optó por servir de garantes de la soberanía española sobre la isla. No precisamente porque aspirasen a la permanencia definitiva de Cuba como colonia española, sino porque la querían para sí y temían a Inglaterra y Francia, más que a España, para intentar otra cosa por el momento. De tal modo denotaban su preferencia porque nuestro país permaneciera en las manos más débiles, de las cuales sería más fácil arrebatarlo, una vez llegado el momento y la situación oportunos.
Mientras, formularon la política de la espera paciente o de la fruta madura, con el propósito de lograr finalmente sus objetivos. En esa conferencia hace mención del proyecto bolivariano de liberar a Cuba. Pero toma nota de que el plan de Bolívar contemplaba la abolición de la esclavitud y de que esto suscitó la oposición de los Estados del Sur, mayoritarios en el Congreso, en virtud de lo cual la Unión llegó a amenazar hasta con el uso de la fuerza, dando como resultado la frustración del proyecto bolivariano. Desde entonces, infiere Varona, España supo que mantener la esclavitud africana era la mejor garantía para mantener su infame soberanía sobre Cuba, mientras que, por su parte, los patriotas cubanos habían aprendido su lección: "Los árbitros de la suerte de su patria no estaban en Madrid, sino en Washington". (16) Al finalizar su conferencia destaca que "(…) para los hombres de gobierno de los EE.UU. la suerte de Cuba es de vital importancia, casi tanto como la de cualquier Estado de la Unión", (17) razón en la que se funda para afirmar que Cleveland, entonces Presidente de los EE.UU., lo único que quería sacar a salvo era el derecho de su país a intervenir en el conflicto que sostenían Cuba heroica y España furiosa.
Todo lo cual muestra que no les fueron desconocidos los móviles de la intervención norteña que veía venir, ni los reales peligros que esta entrañaba para el destino de nuestro país. De ahí que no podamos compartir la apreciación de Carlos Rafael Rodríguez -una personalidad de reconocida sagacidad intelectual y de indiscutible prestigio político, en la cual afirmó que Varona no se percató tan tempranamente como Martí y Maceo de los peligros que entrañaba la acción concreta del imperialismo para nuestro pueblo.
El análisis de este asunto no resulta fácil; pero, a nuestro juicio, lo que desconcierta a Carlos Rafael es que Varona, una vez en marcha la primera intervención estadounidense en nuestro suelo, decidió participar en el Gabinete del Gobierno Interventor bajo la ocupación militar extranjera. Vale la aclaración, sin embargo, que en la apreciación de Carlos Rafael, Varona fue un hombre al que de veras le dolía Cuba y que en modo alguno lo situó entre los servidores interesados de los usurpadores. Por el contrario, si bien no aprueba su conducta, reconoce que su gestión ministerial estaba encaminada a proteger nuestra economía indefensa y nuestra nacionalidad precaria. Al parecer, su reproche fundamental radica en el hecho de no haber adoptado una posición intransigente, como la que caracterizó a Salvador Cisneros Betancourt y a Juan Gualberto Gómez.
Al analizar estos hechos no podemos pasar por alto que la intervención se había producido en nombre de la Resolución Conjunta, en unos términos que no eran los preferidos por el Ejecutivo de aquella nación. Es de pensar que Varona no haya tenido en su vida mejor oportunidad de sentir satisfacción por una equivocación en uno de sus pronósticos, como aquel en que había creído más probable que el Ejecutivo saliera triunfante y terminaría por imponer sus miras expansivas en el Congreso en la cuestión relativa a Cuba. Este último, canalizando las simpatías del pueblo norteño, había impuesto al Ejecutivo, los términos de aquel documento, en nombre del cual se había producido la intervención. En él se reconocía que Cuba es y de derecho debe ser libre e independiente, así como que el Gobierno del país interventor se comprometía, una vez pacificada la Isla, a dejar la constitución del gobierno a su propio pueblo. A lo más que habían podido llegar las fuerzas encubiertas partidarias de la expansión, representadas por el Ejecutivo, fue a evitar el reconocimiento del Gobierno de la República en Armas como legítimo representante del pueblo cubano. Lo estipulado en esta Resolución, desde luego, no representaba poco. Pero, por lo pronto, dicha Resolución ponía límites a las fuerzas expansionistas del naciente imperio, al menos para un futuro inmediato.
Existe otro hecho que contribuye a explicar la actitud adoptada por Varona: el Gobierno de la República en Armas, el que tal vez imprevisoramente, sin haber obtenido el reconocimiento oficial como representante legítimo del pueblo cubano ordenó la colaboración del Ejército mambí con las fuerzas interventoras, se sintió con derecho a solicitar y obtener del Gobierno que las representaba tras la ocupación militar, la participación de independentistas cubanos en las instancias de dirección municipal, provincial y nacional del país. Dicho Gobierno había accedido, obedeciendo a su propio interés de lograr la pacificación y la estabilidad del país. En el Gobierno que representaba a las fuerzas independentistas obraba el interés de cerrar las puertas de entrada a esos puestos de sectores capaces de fungir como aliados incondicionales de los usurpadores y que de un modo u otro pudieran constituir un obstáculo adicional para el nacimiento de Cuba como Estado independiente.
Hubo otro elemento que Varona se encargó de aclarar posteriormente: Nuestro país arribaba al momento de obtener su independencia en condiciones muy distintas a como esto había sucedido en las Repúblicas americanas de nuestra misma cepa. Entonces los EE.UU. se ocupaban preferentemente de sus asuntos internos y apenas proclamaban su papel preponderante en el Nuevo Mundo. A fines de ese siglo ya la situación era muy distinta. En aquel país se gestaba su fase imperialista, unido a cambios muy sustanciales en su política exterior. Estaba a la vista, en virtud de ese mismo hecho, un proceso de reparto territorial del mundo, en el cual participaba junto a las principales potencias europeas, con las cuales, a su decir, realizaba la función de policías internacionales, reservándosele buena parte de América como su zona de influencia. (18). En buena medida esto debió significar el fin de la pugna con Inglaterra y Francia por el dominio de Cuba, de lo cual resultaba que si nuestro país fuese anexado por la potencia americana, Europa reconocería plenamente el hecho.
Previó entonces que los EE.UU. no se retirarían de Cuba sin ninguna recompensa, máxime si contaba con el visto bueno de Europa y era la única potencia americana que, en verdad, contaba en el mundo. Por eso, cuando llegó el momento, se sintió obligado a transigir con la imposición de la Enmienda Platt. Estimaba que nuestro país, exhausto después de tres años de guerra y de la Reconcentración de Weyler, no debía ser lanzado a una confrontación directa con la potencia ocupante. En aquellas condiciones esto podría representar un suicidio y la desaparición de nuestro pueblo. Aceptó la imposición de la Enmienda Platt, no como un bien deseable, sino como un mal inevitable y, en fin, entendiendo que constituía el menor de los males posibles.
Aquí resulta oportuno aclarar que no había logrado una clara distinción entre la modalidad moderna y clásica del imperialismo. Entendió que sólo era posible esperar un intento de anexión directa, pues la experiencia histórica hasta el momento no indicaba lo contrario. Temía sobre todo a la presencia de un ejército de ocupación en nuestro suelo, bajo la amenaza expresa de no ser retirado sin compensación alguna. Esto le aconsejó transigir en asuntos de no poca monta. Prefirió atenerse a lo que la ominosa Enmienda como sustitutivo de la anexión dejaba en pie de la Resolución Conjunta y procurar la más pronta retirada de ese Ejército de ocupación, por las razones ya apuntadas.
Esto no equivale, necesariamente, a justificar esa actitud a toda costa. No obstante, creemos posible afirmar que, si bien difiriendo de los patriotas más intransigentes, tanto en los medios a emplear, como en los plazos indiscutiblemente más prolongados para lograr sus objetivos, estos no diferían esencialmente de los que se planteaban aquellos. Para nosotros es indudable que Varona fue un patriota que anhelaba la plena independencia de su patria.
No dejó de obrar en esa dirección desde el Gabinete del Gobierno Interventor como Secretario de Hacienda y, sobre todo, como Secretario de Instrucción Pública. Al frente de esta última Secretaría promulgó la Reforma de la Enseñanza, cuyos objetivos, al parecer, no son plenamente por todos conocidos. Varona creó las carreras idóneas, en la medida que le fue posible, desde el punto de vista de formar los especialistas indispensables para emprender un moderno desarrollo económico del país en su tiempo, que pudiera ser independiente. Creó las carreras indispensables para el logro de ese fin y concibió que la enseñanza debía dejar de ser memorística y retórica, para ser práctica y experimental. Esta Reforma constituyó un antecedente de la preconizada en la ciudad argentina de Córdova, la cual desató un movimiento que llegó a Cuba en 1923, calorizada por Julio Antonio Mella. Según Raúl Roa, no fue casual que en el acto inaugural Mella se hiciese acompañar por el ya viejo Maestro, dirigiéndole palabras de reconocimiento y respeto. En líneas generales era la misma que este había intentado en Cuba antes de nacer como República formalmente independiente. (19)
Algunos han considerado que la fuente principal de aquella Reforma estuvo constituida por la filosofía positivista, supuestamente abrazada incondicionalmente por el autor de la misma. Más, en realidad estuvo atemperada a las necesidades materiales más perentorias del país, y a la vez, inspirada en los más altos principios éticos y patrióticos. Carlos Rafael Rodríguez y Raúl Roa (20) concuerdan en que Varona se atuvo a estas realidades, para cuya transformación era indispensable, no la única y simple instrucción como instrumento para el dominio de la naturaleza, sino también para la formación de nuestros estudiantes en el amor al país y en la defensa de sus intereses, concebido esto como la cuota individual que los pueblos debían tributar al mejoramiento de la humanidad. En medio de una ocupación militar extranjera, perseguía, según expresó, la legítima defensa del grupo étnico cubano, fortaleciendo su sentimiento de identidad nacional, puesto que lo veía entonces en peligro. (21)
En realidad, esta Reforma era consustancial al plan de acción que desde septiembre de 1898 había esbozado; esto es, fundar en la independencia económica de la nación su plena independencia política, para lo cual resultaba indispensable el fortalecimiento del sentimiento de identidad nacional de nuestro pueblo. De ese modo, aspiraba a dejar saldadas las cuentas que la Enmienda Platt había dejado pendientes.
Era su consideración que esta Enmienda dejaba cierta libertad para el manejo de nuestros asuntos internos, la cual debía ser aprovechada para recuperar la riqueza que ya había caído en manos extrañas y evitar, que esto continuara sucediendo en el futuro. Se había propuesto, además, eliminar la deformación estructural de nuestra economía (la monoproducción azucarera, el latifundio, la dependencia del mercado exterior y de un solo mercado), así como el fomento de la ciencia y la cultura. Poca política y mucho trabajo, mucha cultura y mucha ciencia era el programa que, en síntesis, proponía para el futuro inmediato del país. (22). Para ello estimaba indispensable la tolerancia y la concordia entre los cubanos, como medio para mantener la paz interior y hacer factible la realización de sus propósitos en el menor plazo posible.
En lo referente a la deformación estructural de nuestra economía se ha de tener presente que desde 1885, interviniendo en la pugna sostenida entre quienes preconizaban, ante todo el monocultivo y la monoproducción y, en fin, el desarrollo de la producción azucarera, y los que sostenían la diversificación productiva, se pronunció resueltamente por esta última opción. Su aspiración era la creación de un fuerte mercado interior, que disminuyera la dependencia del mercado externo, que ya para esa fecha era preponderantemente el norteamericano. Se había percatado de que la dependencia económica del país respecto a un solo producto y de un solo mercado, de los cuales dependieran todos nuestros insumos, tanto personales como productivos, ponía al país a expensas de las oscilaciones de uno y otro, asegurándole un destino que no podía ser sino incierto y precario. Pedro Pablo Rodríguez consideró que estas posiciones iniciales habrían de conducirlo a un enfrentamiento al imperialismo y sus aliados nacionales, ya en la etapa neocolonial de nuestra República. (23)
Puesto que tratamos de las ideas económicas de Varona, no es posible obviar su estudio sobre el imperialismo, dado a conocer en su conferencia titulada El imperialismo a la luz de Sociología, dictada en marzo de 1905. De paso, tenemos a bien apuntar que según el autor antes mencionado, fue Varona el primero entre los cubanos que se dedicó a la aprehensión teórica de este fenómeno como fenómeno histórico universal y no sólo teniendo en cuenta meras contingencias antillanas. (24)
No se nos oculta que en el enfoque sobre el imperialismo se valió, en buena medida, de la teoría orgánica de la sociedad, la que tuvo en el filósofo positivista inglés Herbert Spencer a uno de sus más altos y representativos exponentes. Había sido creada bajo la influencia de las ciencias biológicas, estableciendo una cierta similitud entre la sociedad y los seres vivos. Considerando a la sociedad como un organismo, le atribuía determinados órganos relacionados entre sí, cumpliendo funciones específicas dentro de un sistema íntegro. A este, en su conjunto, le era inherente entre otros atributos, la tendencia hacia una mayor complejidad, así como el paso de lo homogéneo e indefinido a lo heterogéneo y definido, en la misma medida en que ocurriera el crecimiento y la expansión de una sociedad dada.
Según apreciaba Varona "(…) en el crecimiento de un grupo humano, no vemos leyes distintas a las que presiden el desarrollo de un organismo individual; lo que cambia es la esfera de acción, más amplia, y los resultados infinitamente superiores". (25)
Baste lo anterior para indicar su adhesión, al menos parcial, a la mencionada teoría. En virtud de ella explica la tendencia hacia el crecimiento de un determinado grupo humano, así como a lograr su expansión ocupando un mayor espacio territorial. Pero en su explicación del fenómeno imperialista, considera que una vez lograda la integración de las unidades dispersas, ahora congregadas, formando una gran unidad política, tiende a crecer por la asimilación de nuevos elementos. Así es como llega a definir el imperialismo como un fenómeno viejo al que se le daba un nombre nuevo, en fin, como "(…) la forma de integración o crecimiento de un grupo humano cuando llega a tener la forma de dominación política sobre grupos diversos de distinto origen, próximos o distantes del grupo principal". (26).
Aquí es posible observar claramente que se refería al imperialismo en su modalidad clásica, para la cual es característica la dominación política directa de otros pueblos de distinto origen. En realidad, hasta ese momento y mucho más adelante no pudo hacer una distinción precisa entre el imperialismo clásico y el moderno y, en consecuencia, entre el colonialismo a que tendía aquel y el neocolonialismo característico de este. Ya hemos apuntado que esto tuvo un indiscutible eco en sus posiciones políticas concretas en medio de la primera intervención estadounidense. En consonancia con sus ideas, temió sobre todo a la anexión política directa, según ya hemos apuntado.
Oponiéndose al error, que estimaba común, de intentar la explicación de los fenómenos por lo que nos viene del pasado cuando, según él, sucede lo contrario, pues el pasado debe ser explicado por la luz que sobre él proyectan las tendencias que lo han conducido hasta el presente, no toma a Roma, sino a Inglaterra como modelo para sus explicaciones. Roma estaba muy alejada en el tiempo y en espacio; A Inglaterra la teníamos ahí, en el presente, y casi al alcance de la mano.
Además de constituir unidad política, para que una sociedad entre en su fase imperialista, son indispensables tres condiciones: Crecimiento, aumento y reconcentración de la población; un desarrollo económico que permita la acumulación de capitales y su empleo en las empresas de colonización. Por último, una gran cultura superior mental.
En la cuestión relativa a la población, observaba que Inglaterra contaba entonces con unos 42 millones de habitantes; pero con la particularidad de que en números redondos entre el 60 y el 77% de la población estaba concentrada en las ciudades, unas 85 en total si se consideraban las de Irlanda, de las cuales 76 eran propiamente inglesas. De ahí lo que consideraba la primera condición para la expansión imperialista de un país: población numerosa y concentrada.
En lo referente al desarrollo económico, hacía notar que la tierra de la Revolución Industrial se había convertido en el taller de mundo, pagando con productos fabriles sus insumos de materias primas y de productos agrícolas. Por eso había sobrepasado el período industrial, situándose ya en el comercial. Ninguna otra nación podía contar con la enorme plétora de capitales circulantes con que contaba Inglaterra. Sobre esa base, apuntó: "¿Quién ignora que es Inglaterra el gran mercado de dinero del mundo, la reguladora de todas las transacciones comerciales? (27)
A pesar de las condiciones que Inglaterra presentaba, ya Europa se había cerrado al influjo exclusivo de su fuerza económica, razón por la que se le hacía necesaria la búsqueda de otros puntos del planeta que constituyesen una línea de menor resistencia para la introducción de sus capitales. De tal modo, la expansión de este país hacia otros territorios obedece a causas "(…) de orden profundamente social, porque son de orden económico". (28) En fin "(…) ha sido necesario buscar desaguadero a su inmensa producción, buscar dónde emplear un capital ocioso, procurar que los múltiples productos de su industria metalúrgica… no se estancaran sin salida". (29) Los países tropicales le ofrecían esa posibilidad, ilustrando Varona su afirmación con cifras tan reveladoras como estas: en el período de sólo dieciséis años Inglaterra había extendido su dominio a 3, 711,000 millas cuadradas, para elevar a un total de 11, 700,000 todo su imperio: unas tres veces largas la superficie de toda Europa, con una población casi equivalente a la de todo este continente en su conjunto. (30)
Para la realización de esa ingente misión colonial, se había hecho indispensable la puesta en acción una cultura mental superior de aquel pueblo. No se le escapó a Varona el cambio que esta situación había provocado en la mentalidad inglesa, sobre todo en quienes fungían como agentes protagónicos de la acción imperialista llevada a cabo por aquel país. Había observado que "(…) nada es más interesante de notar que la facilidad con que los hombres disciernen teorías que vengan a darle forma de imperativo mental a las necesidades de la práctica". (31) De tal modo, en la tierra del librecambio se tendía ahora a un mal disfrazado proteccionismo y, según dijo, allí donde se había producido lo que Lecky había llamado "una de las tres o cuatro acciones completamente morales en el transcurso de la historia" –la campaña abolicionista- era ahora el escenario desde donde se proclamaba el trabajo obligatorio en sus colonias africanas.
Pero no redujo las fuentes del hecho sólo a quienes tenían en sus manos más directamente responsabilidad mayor en el plano exclusivamente económico y político. Incluyó dentro del conjunto de la acción imperialista, a quienes de algún modo eran exponentes, conscientes o no, de una cierta penetración cultural que justificara esa acción colonizadora, teniendo en cuenta a sabios como Darwin o a novelistas como Rudyard Kipling. De ahí su afirmación de que "(…) a la par que van sus ejércitos y sus comerciantes extendiendo su imperio, el pueblo de la metrópoli encuentra en sus sabios, en sus filósofos, en sus literatos, en sus políticos, a los amantadores de las ideas que han de poner sus ideas y su actividad en correspondencia con sus necesidades y sus aspiraciones". (32)
Lo que apunta Varona sobre Inglaterra tiene como fin advertir a los cubanos sobre los peligros que se nos vienen encima, no ya provenientes de esta, sino de los emergentes EE.UU. Estos, después de la expansión territorial a costa de la población autóctona, de México y España y hasta de la Francia de Napoleón, anidaban en su seno fuerzas que apuntaban hacia la expansión territorial más allá de su territorio continental. Una expansión que había adoptado nuevas formas y que en cierto modo se ha detenido "(…) porque no tiene el aspecto de la dominación política", (33) – directa vale aclarar.
Al parecer, tiene en cuenta el caso de Cuba, en el que los EE. UU., se han limitado a la imposición de la Enmienda Platt como sustitutivo de la anexión política directa.. Precisamente a eso se debe que haya podido decir, en este mismo trabajo, que la intervención había tenido para Cuba una forma muy favorable. No existen razones que resulten válidas, dado el contexto en que aparece esta frase, para dudar sobre cuál es el sentido general de este trabajo e insinuar que Varona aceptó complacido la intervención estadounidense en Cuba como si hubiera sido un simple aliado del imperialismo.
Más adelante nos dice que no se podía dejar de ver "(…) teniendo en cuenta el desenvolvimiento actual de la Doctrina Monroe, que los EE..UU. han trazado una inmensa zona de influencia en torno suyo, en que están comprendidos todos los países tropicales de América". (34) Entre ellos, naturalmente, estaba Cuba. Lo peor es "(…) que Europa reconoce plenamente el hecho". (35). Esto que escribe en 1905, de algún modo estuvo presente en su carta al Sr. General Ramos, escrita en 1900, mediante la cual no acepta participar en la Asamblea Constituyente. Para Varona, el hecho fundamental es que si bien el neo-imperialismo estadounidense no había tenido todas las características del imperialismo inglés "(…) para los vecinos de la Unión Americana tiene importancia extrema conocer el fenómeno y darse cuenta de su magnitud". (36) Para Cuba, en particular, era de importancia vital.
Estimaba que el éxito posible en un enfrentamiento a ese peligro dependía, en muy buena parte, de los propios cubanos, dado que "(…) los pueblos que tienen conciencia de su valor moral están obligados a hacer frente a todos los peligros que provengan, lo mismo de la acción desencadenada de los elementos, que de la misteriosa trama de las leyes sociales" (37) Por eso afirmó que son los pueblos mismos los que labran su propio destino, orientando al nuestro hacia su independencia.
Para hacer frente a los peligros provenientes del imperialismo estimaba indispensable, en primer lugar, promover y conservar la unidad política y étnica de nuestro pueblo, a fin de lograr la estabilidad interna para constituir la unidad nacional en valladar infranqueable para la penetración desde el exterior. También consideraba necesario el crecimiento de la población y, para hacer esto posible, una política fiscal adecuada, dado que hasta el presente la existente gravaba sensiblemente los productos de primera necesidad, con lo cual se encarecía la vida de los trabajadores; y mientras sea más cara la vida del obrero, estimaba absurdo pretender que para los inmigrantes resultase atractivo el establecimiento definitivo en el país y aún aspirar al crecimiento espontáneo de la población nativa.
A lo anterior agregaba que nuestra organización económica no era nada buena, pese a las alucinaciones que pudiera producir una ráfaga de prosperidad fugaz. No era buena, dado nuestro carácter de país monoproductor, obligado a importar todos los insumos, de lo que resultaba un importante papel para los comerciantes, lo cual no resultaba de su agrado porque no eran nativos, viendo en ello un serio peligro para nosotros.
Por último, creía necesario lograr una cultura superior, no reducida a la mera instrucción, para facilitar el dominio de las fuerzas naturales. Como para contradecir a quienes han negado que su Reforma no estuvo inspirada en altos valores éticos. No reducía la educación a la mera ilustración, que ya era bastante, sino que entendía la cultura superior.
Hemos notado que todos los autores marxistas que se han referido a esta conferencia han hecho notar sus limitaciones conceptuales, tomando como punto de referencia a la teoría leninista del imperialismo. No han mostrado, sin embargo, el mismo énfasis en aclarar que Varona fue, ante todo, un producto del siglo XIX cubano y que en los albores del siglo XX siguió pensando y obrando en correspondencia con la formación que había tenido en el siglo anterior. La única excepción que hemos encontrado en este sentido está representada por Pedro P. Rodríguez. En realidad, necesitó de tiempo, el necesario para ver agotadas las posibilidades de realización de los ideales que había abrazado y, con ello, la bancarrota de su propia ideología, para que en él fuese posible un cambio fundamental de sus ideas Sólo entonces pudo de algún modo ponerse en consonancia con las perspectivas que abría una nueva época en los destinos del país, pero sin tiempo ya para adherirse plenamente a las nuevas ideas.
No es posible establecer un signo de igualdad entre el tiempo cronológicamente considerado y el tiempo medido en términos históricos Si esta noción se nutre del flujo real de los procesos sociales, de su duración y de los cambios que en ellos se producen, no es posible identificar procesos sociales que ocurran en lugares distintos y que han tenido un flujo diferente de los acontecimientos, aún cuando su medición cronológica parezca indicar lo contrario. El tiempo histórico se mide por épocas y las épocas históricas no son las mismas para Europa y para Cuba a la altura de 1905. De esas diferencias de época dimanan distintas demandas sociales a solventar en estos diferentes lugares y, consecuentemente, también los objetivos que los hombres se plantean aquí o allá, así como los medios de que disponen para llevarlos a vías de realización.
Lenin, enfilado hacia la realización de la revolución socialista, en correspondencia con la época que vivía Europa, pudo contar con el marxismo como instrumento metodológico para sus análisis, factores que le hicieron posible definiciones más cabales. Varona no estuvo en ese mismo caso. Por eso, sus limitaciones desde el punto de vista teórico, como suele suceder en muchos casos, en gran medida estuvieron condicionadas por limitaciones de carácter histórico. A esto se puede añadir que entre la obra fundamental de uno y otros median unos once años; años decisivos para la definición del fenómeno considerado en sí mismo y en desarrollo y, por ende, para su acertada intelección. El mismo Lenin no pudo hacer en 1905 lo que sólo años más tarde le fue posible realizar.
A la luz de lo anterior, no cabe establecer una justa comparación entre uno y otro y menos aún algún tipo de contraposición. Fueron ambos antiimperialistas en escenarios distintos y aunque fueran aproximadamente contemporáneos desde el punto de vista cronológico, su obra responde a épocas distintas en diferentes regiones. En nuestra consideración, en el caso de Varona, más que resaltar su insuficiente distinción entre el imperialismo clásico y el moderno, se le debe reconocer el mérito indiscutible implicado en su temprana voz de alerta a la conciencia nacional sobre el peligro que se cernía sobre ella.
Resulta oportuno analizar por qué la teoría orgánica de la sociedad, a la cual están adheridos determinados elementos negativos, fue la opción elegida por Varona. Por ahora nos limitamos a exponer que, en nuestra consideración, desde cierto ángulo y teniendo en cuenta las otras opciones existentes, fue la mejor entre las elecciones posibles.
Lo más importante en esos cambios está dado por el énfasis que pone en la importancia del factor económico dentro de la vida social. Carlos Rafael Rodríguez se hizo cargo de la importancia del hecho y llegó a decir que en esta conferencia "(…) como en todas sus indagaciones anteriores, el aspecto económico del problema recibe la atención adecuada, porque Varona, superando una vez más al positivismo, siempre atendió al sustrato económico de la historia". De ahí que, según este mismo autor, pudiera "… comprender las causas del fracaso español en sus colonias y las del alzamiento cubano del 68 como ninguno otro de sus contemporáneos". (38)
En esa misma dirección Raúl Cepero Bonilla consideró que Varona es uno de los fundadores de la historiografía científica en Cuba, puesto que asentó sus explicaciones históricas sobre la base de un fundamento económico. (39) De hecho, sin pretenderlo, se había situado en la antesala de la concepción materialista de la historia. Así, al parecer, lo consideraba José A. Fernández de Castro. Este, valorando en particular Los cubanos en Cuba, conferencia de Varona que data de 1888, nos dice que "… no hay mejor síntesis histórica de mi patria hasta la fecha, que la compendiada en este trabajo magistral. Por el amplio y certero criterio que la informa, parece producida por un escritor de la escuela histórico-materialista". (40)
Si se considera que en alguna medida se percató del papel que desempeñan las relaciones económicas en las ideas políticas, lo cual le sirvió de orientación en su conducta, es posible admitir que llegó muy lejos, tanto como quizás ninguno otro de sus contemporáneos. Para un análisis breve del asunto, vale la pena detenerse, en particular, en su concepción acerca de la democracia
En 1900 expresó que Cuba aspiraba a la democracia, pero a distancia considerable de ser un país democrático: "Baso esa opinión mía en factores de carácter económico. Una sociedad vaciada en los moldes de una economía de plantaciones, no se transforma de la noche a la mañana en una verdadera democracia. Los que desean que Cuba emplee lo más de su capacidad productiva en el cultivo de la caña y la elaboración del azúcar, conspiran a mantener aquí… ese tipo de sociedad, que no se corresponde de ningún modo con su ideal político" (41) No es de suponer que estos sectores tuviesen verdaderamente un ideal político democrático ni que realmente Varona lo ignorara completamente. A los más interesados en mantener el latifundio azucarero, y a los sectores que fundían sus intereses con ellos, aun a sabiendas de que esto traía aparejado una alta dosis de injusticia social, poco podría importarles que existiera en Cuba una sociedad realmente democrática.
Más, queda claro que el prototipo de sociedad a que aspiraba, no era el entonces existente en Cuba. Por el contrario, lo que expresa muestra que entendía necesario eliminar lo que estimaba una deformación estructural de nuestra economía, la que lastraba el conjunto de la vida social cubana.
Fue por eso que, a su entender, el gobierno que se constituyera en la Cuba del futuro no debía encerrarse en los cómodos límites de laisser faire (del dejar hacer), como es típico del liberalismo sin fronteras. En primer lugar, el Estado debía procurar una más adecuada política financiera para que el pueblo, pero todo el pueblo –recalcó- pudiera vivir material y moralmente mejor. Su fin, aún entonces, era "… armonizar los intereses de clases, aparentemente encontrados" (42) para hacer de Cuba una morada decorosa y digna para todos sus hijos. El pasado inmediato, en el que fue indispensable la unidad de todos los cubanos, para confluir en un ideal patriótico común, le hacía soñar –sueño compartido con Martí– con una República con todos y para el bien de todos. Desde hacía tiempo había forjado ese ideal y ahora creía llegado el momento de verlo realizado en todo cuanto fuera posible en las prácticas de la vida.
Creemos que Varona fue liberal, como no podía dejar de serlo un patriota cubano del siglo XIX, enfrentado al dominio colonial, representado por un Capitán General dotado de poderes omnímodos. Admitimos que nunca dejó de serlo; pero no fue nunca un liberal a secas, que dejara libre curso a los mecanismos espontáneos del mercado, prescindiendo por completo de la intervención del Estado. En realidad, esto no han podido hacerlo quienes en alguna medida se han preocupado por el destino de los desheredados y por lograr una mayor equidad y justicia en cualquier país. El suyo fue un liberalismo limitado por su misma concepción de la democracia, a la que no le era ajena la idea de justicia social. De sus propias expresiones se deduce que no sólo no era Cuba un país democrático, sino que tampoco lo sería mientras no fuera eliminada la deformación estructural de nuestra economía y no existiera una mayor equidad en la distribución de la propiedad y la riqueza entre todos los sectores integrantes de la nación.
Para Varona la democracia no era simplemente un determinado régimen político, susceptible de ser implantado en cualquier país con independencia de la situación socio-económica y el nivel de cultura reinante en él. En el caso de Cuba, lastrada por una economía de plantaciones, heredada del dominio colonial, una sociedad democrática sólo podía ser una aspiración, una meta a alcanzar, en la medida en que se realizaran determinadas transformaciones que hicieran posible un mínimo de bienestar y dignidad para todos los cubanos. No era una realidad, ni lo sería mientras no constituyera un estado real en nuestra vida social, en el que en el concepto de democracia involucrara el factor socio-económico y el desarrollo cultural de nuestro pueblo. Sólo así podría alcanzar su verdadera significación literal este concepto.
Pero no se limitó a incluir la dimensión económica dentro del concepto de democracia, sino que llegó tan lejos como a establecer una determinada relación entre nuestra situación económica y la inestabilidad política, característica de la vida republicana. Había entendido que nuestro país debía comenzar por una fuerte centralización. Pero constató que esta había comenzado por el caciquismo; ese que consideraba a Cuba como una propiedad o una cosa, cuyos intereses generales como nación para nada interesaba.
Fue por eso que atribuyó la Guerrita de Agosto de 1906, que dio lugar a la segunda intervención estadounidense, a la pugna existente entre los pequeños y grandes caciques de las provincias y entre los grandes patrones de la capital y grandes ciudades del país. (43).
Observaba entonces que el caciquismo "… descansa aquí y dondequiera que existe en una población pobre e ignorante, que busca protección en individuos más favorecidos, unas veces por simpatías y otras por miedo" (44) De tal modo, su ideal de sociedad, iba quedando sin realización. Por su parte, había creído "(…) necesario mejorar las condiciones de vida del pueblo, sumido en la pobreza casi absoluta y en la ignorancia completa, para convertirlo cada vez más en el principal instrumento de nuestra regeneración; pero en vez de abaratarle la vida, se la han encarecido; y en vez de hacer de él, por medio de la cultura y el bienestar, el sostén del orden y las instituciones, se le ha utilizado para su propia desmoralización…" (45) De paso, sería oportuno tomar nota de a quiénes Varona denominaba pueblo, al que atribuía un papel determinante en la historia y por qué, en cierta ocasión, llegó a impugnar a la burguesía el intento de erigirse en representante único de toda la nación. (46)
A propósito de que más arriba hemos hecho mención de la llamada Guerrita de Agosto, la cual trajo aparejada la segunda intervención norteña, apuntemos que según Varona, la misma había puesto de manifiesto dónde radicaba El Talón de Aquiles de la sociedad cubana. Así tituló uno de sus artículos de Mirando en torno. El hecho de que la intervención se había producido en favor de los sublevados contra un gobierno legalmente reconocido por el gobierno interventor, ponía a la vista de todos dónde radicaba ese Talón, puesto que su móvil fundamental fue salvar la riqueza amenazada. Eran precisamente los sublevados, esparcidos por nuestros campos quienes en verdad ponían en peligro las propiedades extranjeras. Por eso, estimó demasiado oportunistas los procedimientos utilizados por nuestros supuestos bienhechores quienes, además, legitimaban así el derecho a la rebelión, que decían condenar, creando un nefasto precedente para la estabilidad política futura de la nación.
Teniendo a la vista todo esto, afirmó: "Cuba no es ya una colonia, pero sigue siendo una tierra de explotación. Fue hasta ayer una factoría gobernada y explotada por España; es hoy una factoría gobernada por cubanos y explotada por extranjeros". (47) Por eso, refiriéndose a los interventores, afirmó: "(…) han venido a salvar la riqueza amenazada". (48)
La desposeción de la tierra, fue un tema recurrente para él. Años después, fue partidario de instituir una ley que prohibiera la venta de la tierra a los extranjeros. Sentía el temor, según expresó, que a fuerza de írsenos de las manos, terminara por írsenos de los pies.
Había llegado a la convicción de que el problema cubano a partir de la primera intervención, no era exclusiva ni fundamentalmente político. Habiendo aquilatado la importancia del factor económico en la vida social de un país, estimó que la plena independencia política de la nación sólo podía estar fundada en su independencia económica. De ahí su afirmación de que el problema cubano desde 1899 era muy secundariamente político. Tomando como cierta una versión deformada del marxismo, lo sometió a crítica en estos términos: "La teoría marxista, que hace depender toda la evolución social del factor económico, no es sino la exageración de un hecho cierto. Las necesidades económicas y las actividades que estas ponen en juego, no constituyen el único motor que presenta una sociedad humana; pero sí están en la base de los más aparentes y decisivos". (49)
En verdad, el marxismo nunca ha sostenido algo distinto de lo que afirmó Varona. De cualquier modo, la importancia que atribuyó a los factores económicos le sirvió para apreciar que la inestabilidad política del país se explicaba por su estructura económica; por los cambios que en ella habían ocurrido y por la repercusión que estos habían tenido en nuestra vida colectiva.
En una ojeada panorámica a nuestra historia a partir de 1868, hizo notar que entonces los cubanos tenían la tierra y la riqueza agrícola; que como consecuencia de la guerra, habían perdido el poder económico, sin lograr la posesión del poder político. Al término de la guerra iniciada en 1895, habían alcanzado la independencia de España; pero sin recuperar el poder económico. Y en el breve período de vida republicana, por la imprevisión y la ausencia de una política adecuada a nuestros intereses, la situación lejos de mejorar, continuaba empeorándose. Por su parte, propugnaba un cambio en la distribución de la propiedad a favor de los nacionales, preferentemente, de los pequeños productores, en favor de quienes pensaba obraba.
No obstante, perseveraba en que la paz era indispensable para el bien de Cuba. En ese mismo año de 1906 advirtió: "Todo lo que haga mermar nuestro concepto de hombres laboriosos, previsores y capaces de regirnos con cordura, nos impulsa por una pendiente irresistible a la absorción en el seno de la gigantesca, Federación Americana". Terminaba enfatizando: "A la absorción y a la desaparición". (50)
No era sino un alerta vibrante, en defensa de nuestra identidad como nación, o con el fin evidente de evitar nuevas intervenciones, en el que estaba implicada una conceptualización del imperialismo en su modalidad clásica, para el que la anexión directa era su tendencia natural. Tenía presente que la división de las fuerzas nacionales por las luchas entre caciques y su lógica consecuencia, la inestabilidad política, sería como pretexto para nuevas intervenciones, cada vez más peligrosa, sin ofrecer alguna perspectiva alentadora para nuestro pueblo.
Ya en 1911 se perfila cuál habría de ser la postura de Varona en lo adelante. Insistía entonces en que "(…) las tierras verdaderamente productivas, las que menos han sufrido de nuestra manera imprevisora de cultivarlas, están en manos extranjeras" (51) Más tarde observaba cómo en las rechinantes mazas de los trapiches de acero de los centrales se estaba triturando la personalidad cubana. Pero, confiando en que nuestro pueblo no se resignaría pasivamente a tener amo en su propia tierra, pronosticó: "Después de medio siglo de luchas tenaces, un nuevo período de pugna se aproxima, no menor en intensidad que aquella con que se conquistó la independencia" (52) Anclado en una realidad que la hacía necesaria, vislumbraba en el futuro una lucha resuelta por nuestra segunda independencia.
En 1907 decidió jugar un papel protagónico en la vida política activa, fundando el Partido Conservador, del cual fue elegido Presidente. Dotó aquel partido con una plataforma programática concebida con las mismas ideas que hasta entonces había expresado. En 1912 fue elegido Vice-presidente, acompañando a Mario García Menocal como Presidente. Más, al primer año de gobierno, observando en su partido los mismos vicios que había combatido en la Colonia, renunció a la presidencia del partido. No renunció a su cargo, porque no quería ser él mismo causa de inestabilidad pública. Pero según confesó, en más de una ocasión se había dirigido al Presidente, exponiéndole su inconformidad con la gestión del gobierno que presidía. Esto sólo le valió para ser inhabilitado para presidir el Congreso, como por su cargo le correspondía. En consecuencia, se apartó, no ya de su partido y su gobierno, sino de toda la política al uso en nuestro país.
No quiere esto decir que hiciera dejación de su sensibilidad patriótica en lo adelante. En 1915, todavía formalmente en su cargo de Vice-presidente, pronunció un discurso en la Academia Nacional de Artes y Letras, en el cual dijo que las generaciones precedentes podrían mirarnos con asombro y lástima y preguntarse estupefactas si esa era la obra por la que habían ofrendado su sangre y su vida. "El monstruo de la fábula, que parecía haber domeñado, resucita. La sierpe de la fábula vuelve a reunir los fragmentos monstruosos que los tajos del héroe habían separado. Cuba republicana parece hermana gemela de Cuba colonial". (53).
En esa misma ocasión, mirando hacia delante, añadió: "Cualesquiera que sean nuestras opiniones acerca de la solución mejor para las reivindicaciones socialistas, hay que buscarla, desechando todo rezago de las organizaciones pasadas, mejorando los ensayos plausibles que se han aplicado, legislando, sobre todo, como quien trabaja para mejorar la necesaria labor de mañana, y no para sostener la ya hoy inútil labor de lo que dejamos a la espalda". (54)
En verdad, ya desde 1879 había fijado su atención en el movimiento socialista europeo, previendo la posibilidad de una revolución obrera en algunos países, entre los cuales incluía a Rusia. Presentía que en algún momento este sería un problema de actualidad para Cuba. Más adelante, ya en 1930, llegó a reconocer que el socialismo, articulado a las condiciones específicas de cada pueblo "(…) sustituirá al sistema capitalista en un futuro inmediato". De ahí su convicción de que: "Vamos, sin querer o queriéndolo, hacia el socialismo" (55).
Ya para entonces creía ver el inicio de la pugna que había previsto en 1911. Estimaba que el pueblo cubano había despertado después de un prolongado letargo, pues se había tanteado el cuerpo gigantesco y se había dado cuenta de su verdadera fuerza; percibió que el mundo occidental estaba en período de gestación, pronosticando que la dictadura pasará, que el fascismo pasará, que el imperialismo americano había llegado a la cúspide; pero que en las cúspides no es dable permanecer. Al finalizar su carta a Mañach (en la que había accedido a dejar por escrito lo que antes había conversado verbalmente con este), dijo: "A mi vez, les hago coro, Dr. Mañach, y digo a los nuestros: el mundo se transforma; hagámonos dignos de los tiempos que alborean". (56)
No significa esto que haya abrazado plenamente el ideal socialista. Pero de cualquier manera empalmó el ideal patriótico decimonónico con el correspondiente a una nueva época histórica que ya vivía el país y lejos de oponerse a las nuevas fuerzas, alentó a la juventud hacia la conquista del futuro. Por eso pudo ser reconocido como el Maestro de la juventud revolucionaria de los años 30, no sólo cubana, sino también latinoamericana, como fue reconocido en un Congreso de la juventud iberoamericana celebrado en México en 1931. (57)
La apreciación de Carlos Rafael Rodríguez, según la cual fue Varona un puente entre nuestro pasado y nuestro presente, tiene para nosotros un significado muy profundo y nos ha servido, a la vez, para develar su real significación histórica.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.
(1). Ibarra, Jorge. "La guerra del 95. ¿La guerra de la voluntad y el ideal o de la necesidad y la pobreza?". Programa de Estudios Martianos. Centro de investigación Juan Marinello. La Habana, 2003, p. 35.
(2). Ibidem, p 44.
(3). Ibidem, p. 47.
(4). Varona, Enrique J. Con el eslabón. Editorial El Arte. Manzanillo 1927, p. 61
(5)._______________.Varona. Prólogo de José A. Fernández de Castro. Secretaría de Educación Publica, México, 1943, p.35.
(6)._______________. "Cuba contra España". De la Colonia a la República. Edit. Cuba Contemporánea. La Habana, 1919, p 43.
(7). Ibidem, p.50
(8). Ibidem, p53.
(9). _______________. "Cuba después de un año de guerra". De la Colonia a la República. Edic. Citada, p. 77
(10). Ibidem, p 81.
(11). Ibidem, p.73.
(12). _______________. "Selfhelp". Patria, 10 de junio de 1896.
(13). ______________. "La política cubana del gobierno de EE.UU." De la Colonia a la República. Edic. , p 139.
(14). Ibidem, pp. 140-141.
(15). Idem.
(16). Ibidem, p 145.
(17). Ibidem, p 156.
18 _______________. "En estudio". De la Colonia a la República. Edic. p. 226.
(19). Roa, Raúl. "Homenaje a Enrique José Varona". Letras. Cultura en Cuba, 6. Editorial Pueblo y Educación. La Habana, 1989, p 140.
(20). _________. "Adiós al Maestro". Universidad Central de Las Villas. 1964, p.75.
(21). Varona, Enrique J. "Carta al Sr. Luis Montané". A.N.C. Fondo de donativos y Revisiones, caja 452. N. 8
(22). __________. "En estudio". De la Colonia a la República. Edic. , p. 227.
(23). Rodríguez, Pedro P. La ideología económica de Enrique J. Varona. Revista Santiago # 58, junio de 1985, p. 142.
(24). Ídem.
(25). Varona, Enrique J. "El imperialismo a la luz de la Sociología" En Varona. Prólogo de José A. Fernández de Castro. Edic. , p. 104.
(26). Idem.
(27).Ibidem, p 111.
(28). Idem.
(29). Ibidem, p 115.
(30). Ibidem. Pp113-114.
(31). Ibidem. P116.
(32). Ibidem, p 117.
(33). Ibidem, pp. 118-119.
(34). Ibidem, p 118.
(35). Ibidem, p. 119.
(36).Ibidem. p. 120
(37) Ibidem. 122.
(38). Rodríguez, Carlos R. "Varona y la trayectoria del pensamiento cubano". Letra con filo. T. III. Edic. Unión. La Habana, 1987, p.131.
(39). Cepero Bonilla, R. "Varona y la interpretación económica de la historia". Escritos económicos. Editorial Ciencias Sociales. La Habana, 1986, pp.111-119.
(40). Fernández de Castro. José A. Varona. Edic. , p. XXVIII.
(41) Varona, Enrique J. "Habla el Sr. Varona". Periódico La Lucha,15 de enero de 1900.
(42). _____________. "La tregua política". De la Colonia a la República. Edic. p. 232.
(43). Ibidem, p 231.
(44). Ídem.
(45). ________________. "El imperialismo yanqui en Cuba". El Repertorio Americano n. 23., 30 de enero de 1922.
(46). Meza, Josefina. Rodríguez. P. Pablo. "Enrique J. Varona: Política y Sociedad. Editorial Ciencias Sociales. La Habana, 1999, p. 267.
(47). __________________. "El Talón de Aquiles". De la Colonia a la República. Edic. cit. p. 224.
(48). Ídem.
(49). __________________. "¿Abriremos los ojos?". De la Colonia a la República. Edic. p. 228.
(50). __________________. "El Protectorado". De la Colonia a la República. Edi. Cit. p. 235.
(51). __________________. "Discurso sobre el capital extranjero". De la Colonia a la República. Edi. Cit. p. 264.
(52) Ídem.
(53). __________________. "Recepción en la Academia Nacional de Artes y Letras". Enero de 1915. En Documentos para la historia de Cuba. T III. Editorial Ciencias Sociales. La Habana, 1973. p. 383.
(54). Ibidem p. 384.
(55). _______________ "Entrevista con el Director de El País". Agosto de 1930. Documentos para la Historia de Cuba. T. III. Edic. p. 445.
(56). _______________."Palabras de Varona". Ibidem. pp. 439-44057.
(57). Elías Entralgo, poniendo como ejemplo a figuras latinoamericanas representativas, tales como César Zumeta, Carlos Baire, José Enrique Rodó, Antonio Gómez Restrepo, Rafael Pombo, Ventura García Calderón, Baldomero Sanín Cano, Alfonso Reyes, Alejandro Andrade de Coello, José María Chacón y Calvo, Gabriela Mistral y Justino Blanco Fombona, quienes personalmente habían manifestado su estimación por Varona (podría haber citado a muchos más que han escrito admirando la profundidad de su obra), nos dice que: "El primer Congreso Iberoamericano de estudiantes, celebrado en Ciudad México en enero de 1931, se la consagraba al proclamarlo Maestro de la juventud iberoamericana, conjuntamente con Ramón Vasconcelos, Miguel de Unamuno, Alfredo Palacios y José Martí". Algunas facetas de Varona. Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, 1965, p. 209).
Autor:
Dr. Edel Luis Tussel Oropesa
Profesor Auxiliar Manuel García Vásquez
República de Cuba
Universidad Máximo Gómez Báez
Facultad de Ciencias Sociales y Humanísticas.
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