La filosofía y la formación política de la ciudadanía (1ra. Parte) (página 2)
Enviado por Simón Royo Hernández
EDUCACIÓN Y ESTADO: LA DIFUSIÓN DE LA IDEOLOGÍA DOMINANTE Y LOS POSIBLES LUGARES DE LA FILOSOFÍA EN LA SOCIEDAD ACTUAL.
Por un lado reconoce Fuentes que las instituciones de enseñanza que el Estado pone en funcionamiento tienen la misión, encomendada por éste, de propagar la ideología vigente y dominante, además de formar trabajadores cualificados y obedientes que reproduzcan dicha ideología a otras escalas de la enseñanza oficial:
"En principio, todas las formas de institucionalización donde la filosofía pueda tener lugar tienden a acabar funcionando como formaciones ideológicas, y por tanto a reciclar la crítica dialéctica bajo formas metafísicas" (CM11, p.20). Sin embargo, considera que al filosofía sólo tiene vida en el interior de dichas instituciones de enseñanza, confundiendo la necesidad de la existencia del Estado para la existencia de la filosofía, (en cuanto surgida en sociedades excedentarias: urbanas, políticas y civilizadas, cfr.Ibid.p.15; sociedad que, sorprendentemente, califica de "inexorablemente capitalista" CM11, p.42), con la necesidad de que la filosofía, -sin privilegiar a la/s ciencia/s (geometría) positivas como criterio/s de discriminación de las ideologías-, se desarrolle de manera privilegiada en el interior de las instituciones estatales: "De aquí que los Estados necesiten institucionalizar (sin duda, de muy diversos modos) la actividad filosófica, generar instituciones eminentemente públicas, o bien directamente estatales, o al menos de algún modo controladas por el Estado, donde la filosofía deba tener lugar, y a través de las cuales se juegue la vida misma del Estado. Mas por ello mismo, estas instituciones tendrán que albergar dicho juego dialéctico, y por tanto tendrán que soportar los momentos en los que la crítica dialéctica brota entre sus reapropiaciones metafísicas, como parte de su propio juego" (CM11, p.23). Desde luego que el homo erectus no vivía en una sociedad en la que pudiera desarrollarse la filosofía, sin embargo, los egipcios y los persas contemporáneos de los griegos clásicos sí que vivian dentro de unos marcos estatales e institucionales y no por eso desarrollaron, como sus vecinos, la filosofía. Si bien la existencia del Estado es condición necesaria de la filosofía no es condición suficiente, y además, no podemos obviar los diferentes modelos de Estado posibles y declarar, con Fuentes y los neoliberales, que toda economía excedentaria tiende necesariamente al capitalismo, pues ¿acaso en la antigua URSS, en la Cuba de hoy, en la Hungría comunista de G.Lukács, no se hacía filosofía?
Si, más allá de la mera mención de la necesidad de excedentes de producción se atiende a las configuraciones de la educación en el desarrollo de los Estados y de los Imperios se puede percibir que su función es sumamente ambigua, como es el caso de la introducción de la escritura. Fuentes tan sólo atiende a sus virtualidades positivas, limitando la acción de la alfabetización a la posibilidad del surgimiento de la Ley, pero hace caso omiso a sus virtualidades negativas que, por ejemplo, se aprecian en las investigaciones del antropólogo C.Lévi-Strauss.
Éste nos recuerda que el surgimiento de la escritura hacia el tercer o cuarto milenio antes de nuestra era va ligado a la "formación de ciudades y de imperios", a "la integración de un número considerable de individuos en un sistema político"[iv] y con ello, a una eficaz distribución vertical de las sociedades, a la "jerarquización en castas y clases"[v]. La estructura piramidal de las sociedades, no obstante, también existió con anterioridad a la escritura, sostenida por otros medios de sujeción (orales), pero aquí lo fundamental es darse cuenta de cómo la escritura entró a formar parte de los recursos de dominación de las culturas humanas, sirviendo de apoyo, por ejemplo, a la religión, que pasa a codificarse, y al Estado, al control de los subyugados, que pasan a cuantificarse.
"Tal es, en todo caso, la evolución típica a la que se asiste, desde Egipto hasta China, cuando aparece la escritura: parece favorecer la explotación de los hombres antes que su iluminación. Esta explotación, que permitía reunir a millares de trabajadores para constreñirlos a tareas extenuantes, explica el nacimiento de la arquitectura… Si mi hipótesis es exacta, hay que admitir que la función primaria de la comunicación escrita es la de facilitar la esclavitud. El empleo de la escritura con fines desinteresados para obtener de ella satisfacciones intelectuales y estéticas es un resultado secundario, y más aún cuando no se reduce a un medio para reforzar, justificar o disimular el otro"[vi]. Tenemos aquí planteada la teoría de la doble verdad característica de la hipocresía que ha teñido la política contemporánea. Los medios de dominación son presentados como elementos de liberación, de modo que la escritura oculta su carácter adverso y se presenta escolarmente como un inicuo placer estético, como un juego estético que puede estar encubriendo al intelectualismo orgánico. Lévi-Strauss nos ayuda a romper semejante ideología: "Si la escritura no bastó para consolidar los conocimientos, era quizás indispensable para fortalecer las dominaciones. Miremos más cerca de nosotros: la acción sistemática de los Estados europeos en favor de la instrucción obligatoria, que se desarrolla en el curso del s.XIX marcha a la par con la extensión del servicio militar y la proletarización. La lucha contra el analfabetismo se confunde así con el fortalecimiento del control de los ciudadanos por el Poder. Pues es necesario que todos sepan leer para que este último pueda decir: la ignorancia de la Ley no excusa su cumplimiento (sic)"[vii]. La cultura de masas actual, no obstante, es doblemente oral y escrita, sujeta a la televisión, a la imagen que habla y al mismo tiempo, en cuanto alfabetizada, a la ideologización escrita, a la lectura de los periódicos y los best-sellers, a la acción de marketing sobre la conciencia burguesa de un capitalismo que ha traspasado la mera esfera de la reproducción material.
Desde ésta perspectiva la Ilustración educativa, la instrucción obligatoria de los ciudadanos, revela que todo método de socialización es empleado, simultáneamente, como método de dominación. Tras la formación de ciudadanos ilustrados en democrática y participativa convivencia se oculta la preparación de carnaza para ser explotada en el mercado laboral, la formación de obreros cualificados y obedientes. El sueño del total alfabetismo de las sociedades es un nuevo instrumento de poder, quizá no menos tenebroso que los mecanismos de la transmisión oral, pero al menos sí completamente novedoso respecto a las sociedades sin escritura y más omniabarcante. Pero el aumento del control social por los gobernantes no se debe solamente al empleo de la escritura, toda la tecnología y todo el desarrollo científico-técnico han contribuido a un mayor control, tanto ejercido contra la sociedad (p.ej.racionalidad instrumental del exterminio nazi) como a favor de ésta (p.ej.erradicación del virus de la viruela del planeta). El control social por tanto, es como la escritura misma, un Jano bifronte que nos lanza una paradoja terrible: no podrás inocular racionalidad política en oposición a la barbarie sin aumentar la codificación y el control social y con él, la posibilidad de predicción y planificación de las ciencias sociales, pero éste último, abrirá al mismo tiempo la posibilidad de los mayores actos de barbarie.
A diferencia de los pueblos sin escritura (que utilizan otros mecanismos de dominación) en los pueblos en los que predomina la cultura escrita, la información impresa constituye uno de los principales elementos materiales de modelamiento de las conciencias y la herramienta de producción y mantenimiento de las ideologías, «accediendo al saber asentado en las bibliotecas, esos pueblos se hacen vulnerables a las mentiras que los documentos impresos propagan»[viii]. Con la imprenta (y no digamos con los medios audiovisuales como la televisión) se propagan mentiras con apariencia de verdades, falsedades que, la manía revisionista del re-pensar los documentos transmitidos por la tradición, se ha propuesto combatir. Pero el proceso de desmitificación quizá es más lento que los mecanismos múltiples de producción de mitologías, con lo cual, pensando que vivimos en un mundo cada vez más racional, es posible que vivamos, por el contrario, en un espacio cada vez más mitologizado.
La institucionalización de la enseñanza implica formaciones ideológicas dominantes puestas en juego, no siendo menos ideológica la Historia que se impartía durante el franquismo que la Historia que se imparte ahora en las escuelas españolas o en las escuelas catalanas o vascas. Hay que decirle a Fuentes que su visión de la filosofía en la Universidad es tremendamente provinciana ya que la presencia de las facultades de filosofía en el panorama universitario, dada la multiplicidad de facultades y saberes, es más bien pequeña y muy poco determinante en términos sociales. Son más bien los medios de comunicación de masas, los sucedáneos de la filosofía hoy en día (cfr.QF, p.73), quienes ocupan su lugar y su función, configurando la opinión o juicios del pueblo; el periodismo y la televisión[ix], difícilmente contrarrestables desde una institución cerrada sobre sí misma y, sin embargo, sin unidad alguna, como es la Universidad. Institución alejada y cerrada a la ciudadanía, la cual jamás participa en ella, dada una estructura burocrático administrativa dirigida a la matriculación de alumnos de determinadas edades, destinados a formarse en doxografía para concurrir laboralmente a la guardería que hoy se insiste en llamar enseñanza en secundaria, donde se imparten a lo sumo las Éticas para Amador como el grado más excelso de filosofía.
"De hecho, si estas minusfilosofías ideológicas invaden la enseñanza secundaria es por su objetiva función social, en la que objetivamente no puede dejar de estar implicado el Estado: A su vez, semejante implicación exige que sean asimismo estas ideologías minusfilosóficas las que se implanten en la enseñanza universitaria de filosofía, puesto que de ésta depende la formación de los profesores de filosofía que han de alimentar la atmósfera adecuada en la enseñanza secundaria. El Estado no puede dejar de estar objetivamente interesado en el mantenimiento de la filosofía, tanto universitaria como secundaria, en la medida misma en que está interesado en la reproducción de una determinada atmósfera ideológica que sólo puede cobrar forma a través de semejantes filosofías, por muy menores y degradadas que ellas sean —y esto, aun cuando los propios Estados de estas sociedades se vean crecientemente reducidos y desbordados por los intereses tecnoeconómicos transnacionales, respecto de los cuales comienzan a funcionar como meros apéndices, pero en todo caso apéndices necesarios para aquellos intereses que deben seguir jugando el juego ideológico que dichos intereses imponen—. Según esto, sólo entre medias de semejantes ideologías (minusfilosóficas, como digo), puede brotar la crítica. Esto es lo que hay…" (CM11, p.31-32, ponemos en negrita las últimas frases para resaltar su alto nivel de resignación y ceguera, pues hay más de lo que Fuentes dice que hay). Lo contrario a lo que dice Fuentes es más bien aquí lo verdadero, resulta milagroso que entre ideologías pueda llegar a brotar la crítica, casi podría decirse que la filosofía surge en nuestra sociedad a pesar del Estado, que un estudiante de filosofía puede llegar a hacer filosofía a pesar de lo difícil que se lo pone la Universidad, que la fiebre doxográfica puede ser en lugar de una ayuda propedéutica inestimable para el quehacer filosófico, un impedimento. Gustavo Bueno lo deja ver con la observación del carácter de parcialmente "contraproducentes" (QF, p.71) que pueden tener hoy las instituciones de enseñanza reglada y su gremio de enseñantes profesionales a los efectos del surgimiento de la filosofía entre los ciudadanos: "Solamente en el supuesto de que la acción de este gremio fuera contraproducente para la educación filosófica cabría proponer su disolución… o la reconversión del gremio en su conjunto" (QF, p.73), supuesto que dice Bueno "parece gratuito" (Ibid.) pero que en fiel coherencia con su postura y desarrollando sus planteamientos llega a no parecer tan gratuito.
El Estado está interesado en la minusfilosofía, en la ciudadanía estulta y embrutecida lo suficiente para ejercer sobre ella la demagogia más barata pero funcional a efectos laborales. Los profesores de filosofía de secundaria no degradan su docencia por su complaciente voluntad, malformados, expuestos a toda clase de vejaciones y con un alumnado analfabeto funcional, no tienen más remedio si quieren sobrevivir en el medio que degradar su materia y degradarse a sí mismos.
La función social de los profesores de secundaria se reduce a guardería y selección más propedéutica para la profesionalización, asignando, desde cada vez más pronto (especialización y temprana optatividad), el trabajo asalariado al que se destina a un ciudadano desde los 14 años. ¿Qué le espera al jovencito de 16 años que acaba el obligatorio graduado en educación secundaria y abandona sus estudios? Ser cajero del Día, poco más. Y consumir fútbol, alcohol y televisión, además de teléfonos móviles y juegos de ordenador. Votará cada cuatro años a quienes le ordenen votar los medios de comunicación de masas, a quien más dinero tenga para publicitarse y saldrá a la calle con las manos pintadas de blanco gritando ¡Eta asesina! para luego irse al Estadio futbolístico a partirle la cara al del equipo contrario al suyo.
Desde luego no son esos los lugares para la filosofía ni tal ciudadano en el que brilla una conciencia crítica y comprometida, pero decir por ello que el lugar de la filosofía es la Universidad sería como aceptar que el lugar de la música es el Conservatorio superior o que el del arte es la Facultad de Bellas Artes. No todos los ciudadanos son ciudadanos alienados (recuérdese que la ideología es la alienación a nivel de la conciencia) sino que existe un cierto número de ciudadanos críticos y es de la mayor o menor cantidad de ciudadanos de este tipo de lo que depende que se pueda hablar de una sociedad con formación política o sin ella. Sostenemos que, si bien los profesores de filosofía pueden (aunque en las condiciones de la ESO cada vez menos) desempeñar algún papel a tal respecto, como los profesores de cualquier otra materia, también y principalmente del contacto con los ciudadanos críticos o ilustrados es que brotan otros ciudadanos críticos. Y en lo relativo a la filosofía, que situamos por encima de la mera conciencia crítica, ésta no queda circunscrita a la Academia-universitaria, sino que brota cuando los ciudadanos ilustrados tienen el suficiente ocio y talento para desarrollarla. Los grandes novelistas no están en las facultades de filología, ni los grandes músicos en los conservatorios de música, ni los grandes artistas en las facultades de Bellas Artes, algunos han pasado por esas instituciones formativas otros no sólo no han pasado por éstas sino que han sido rechazados por ellas (p.ej. no siendo admitido Goya en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando). Pretender que el profesor de filosofía es el albacea de la filosofía es querer darle una importancia excesiva a un funcionario que en la mayoría de los casos (salvo loables excepciones) deja intelectualmente mucho que desear y de lo único que se preocupa es de su salario y de su carrera meritocrática, escondiendo su incapacidad filosófica bajo montañas de mala doxografía.
"La unidad de concepto «profesores universitarios de filosofía de finales del siglo XX», es fundamentalmente de estirpe administrativa, lo que, lejos de excluir, implica, sin embargo, un mínimum de patrones culturales comunes (como puedan serlo: haber leído un mismo conjunto -cada vez menor- de manuales, citar de vez en cuando a Platón o Wittgenstein y utilizar algunos términos característicos identificadores del gremio tales como «óntico», «silogismo», «trascendental»… Pero esta unidad gremial no autorizaría a hablar de una «comunidad de filósofos españoles», a la manera que suele hablarse de una «comunidad científica». Una comunidad supone un consenso, aunque sea polémico, en torno a ciertos métodos, temática, principios, por parte de las personas que,… constituyen la comunidad… Pero el «conjunto de profesores univer-sitarios de filosofía» no sólo no mantienen consenso alguno sobre métodos, temática, o principios doctrinales, sino que sus miembros ni siquiera se conocen (intelectualmente) entre sí, puesto que se ignoran mutuamente, no se citan, ni se leen, ni se escuchan los unos a los otros, absorbidos como están en su mayoría, en leer, escuchar o citar a pensadores extranjeros". (Revista El Basilisco Nº8, segunda época, primavera 1991: Bueno, Gustavo «Sobre la filosofía del presente en España», pág.60).
El grave defecto de los profesores universitarios de Humanidades reside en su soberbia intelectual, que suele ser proporcional a su degeneración académica. En las universidades de nuestros días los jóvenes se preparan para su cualificación y habilitación profesional, han llegado al más alto escalafón formativo dentro del Estado y están destinados a reemplazar en breve futuro a las clases dirigentes en el ejercicio de la gestión social. Los esclavos ya han sido seleccionados previamente pero todavía se impone una penúltima selección antes del mercado de trabajo que plataforme a unos arriba y a otros abajo. Esto es así en casi todas las esferas formativas menos en las Humanidades. De ellas el Estado sólo busca proveerse de profesores o de directores de recursos humanos.
Su escasa proyección profesional es inversamente proporcional al número de jóvenes con verdadera curiosidad intelectual que llegan a poblar las aulas universitarias donde se imparten tan inútiles disciplinas. Por eso mismo, el profesor universitario de humanidades, al verse frente a unas poblaciones estudiantiles motivadas por la materia y no tanto por el dinero que conseguirán llegar a ganar algún día a través de su estudio sufren de la fiebre mesiánica. Año tras año frente a jóvenes ansiosos como esponjas de beber de ellos, pero siempre entre mocosos de 18 a 25 años, el profesor de humanidades, al nunca tratar con estudiosos de entre los 30 y los 65 años, (que o son profesores como ellos y por eso mismo les resultan detestables a causa de portar criterios alternativos a los suyos, o, simplemente, son trabajadores y por tanto, no pudieron continuar sus estudios más allá de, a lo sumo, el doctorado), se empieza a creer Dios y a reunir feligreses que adoran sus sermones. Ya sólo le interesa aquel estudiante que es capaz de repetir como una grabadora sus lecciones doctrinales, los fieles pupilos, y mira con torva desconfianza a cualquier alumno que llegue a pensar por su cuenta, ya que tiene la osadía de considerarse su igual. Los departamentos hacen las veces de Iglesia con la que hay que comulgar y como contínuamente el material juvenil se renueva, los profesores siempre son extremadamente superiores a sus alumnos, pues justo cuando habían empezado a ser interesantes los mejores alumnos, (por haber aprendido ya lo básico y ser ya capaces de discriminar a ese 10% de profesores realmente valiosos entre la patanería restante, agotadas ya todas las becas), se tienen que marchar al mercado de trabajo o al paro, viniendo una nueva hornada de ignorantes que adoctrinar. Por eso los profesores de humanidades universitarios siempre están por encima de sus pupilos. Al cabo del tiempo, ese tan fácil estar por encima, no les deja apreciar su propia degradación científica, su propia pérdida de desarrollo, sus contenidos cada vez más triviales, su estancamiento, y terminan dando lecciones triviales cuando no absurdos galimatías de terminología neobarroca, que no obstante, son siempre aplaudidos por los neófitos, por quienes carecen aún de criterios de discriminación.
Es de resaltar como los profesores de humanidades universitarios no pueden ni verse entre ellos, se evitan, para no ser evaluados por sus compañeros, y cuando no pueden evitarse se espera de los profesores sabios que tengan el tacto necesario como para no desenmascarar a los farsantes, planeando sobre los primeros la amenaza tácita de guerra burocrática funcionarial (que no intelectual) en caso de no guardar la ley del silencio. Por eso cuando sucede, que rara vez, el que un buen alumno de un buen profesor consigue sustraerse lo suficiente a la esclavitud de la mayoría de las jornadas laborales como para seguir asistiendo a la Academia, lo hace ya sin matricularse, asistiendo como oyente a las clases de quien fue su maestro y ahora es su compañero de investigación. Pero aun así, hay algo en la Academia que huele a podrido y que la rodea de un hedor insoportable para quien ya no necesita que le den el biberón y tiene dientes para comer sólido, la papilla pedagógica, correlato de la vanidad y engreimiento de quienes la preparan. ¿Éste es y sólo éste el lugar de la Filosofía?, ¿aquí es donde debe brillar la Política?
"Las Universidades son esencial y constitutivamente políticas, y más aún las Facultades de Filosofía, por su propio contenido disciplinar, de modo que si toda pugna política se da no globalmente contra el Estado, sino dentro del Estado, también toda pugna de ideas universitaria debe darse dentro de la Universidad. Si la crítica filosófica puede surgir en algún sitio, ese sitio será aquél en donde la pugna filosófica esté políticamente instituida —¿donde, si no?—; por tanto, en la Universidad" (CM11, p.24). ¿Que dónde? La mayoría de los grandes filósofos de la historia de Occidente han pensado y escrito fuera de la Universidad: Platón y Aristóteles (terratenientes); Epicteto (esclavo); Marco Aurelio (emperador romano); San Agustín y Santo Tomás (eclesiásticos); Spinoza (pulidor de lentes); Descartes (mercenario); Leibniz (diplomático); Bacon (canciller de Inglaterra); Rousseau (copista de música); Marx (pensionado de Engels y periodista), Stuart Mill (diputado del parlamento británico y comerciante), etcétera.
La palabra Política viene del griego (polis = ciudad; polités = ciudadano; politiká = aquello que hacen los ciudadanos) y resulta un concepto mucho más amplio que el de Estado (en griego: Politeia); es el Estado una parte de la Política (y no al revés como sugiere la lectura de Fuentes). La Política engloba a todo el tejido social o entramado comunitario de una sociedad determinada, incluyendo las formas de Estado que se puedan suceder en ella.
Por eso Gustavo Bueno acierta al señalar que "todo ciudadano puede ser filósofo, y no de un modo espontáneo (por mera respiración de la atmósfera en la que está envuelta una sociedad democrática ya dada y, por tanto, situada de algún modo en un nivel histórico, lingüístico, determinado), sino por modo de disciplina que esa misma sociedad democrática le imponga" (QF, p.100). La disciplina, es decir, la política. Debido a que el ciudadano griego tenía que participar en las tareas de gobierno (asamblea ateniense) o defenderse a sí mismo y acusar en un juicio público (cfr.Apología platónica), filosofar se convirtió en necesidad social, requisito indispensable para la ciudadanía.
LA FILOSOFÍA COMO BROTE ENTRE LAS CIENCIAS, QUE A SU VEZ SURGEN ENTRE LAS IDEOLOGÍAS.
Recordemos que Fuentes nos dice en su escrito que los debates de Crónicas Marcianas y los libros de Savater son el único terreno donde puede surgir la filosofía: "sólo entre medias de semejantes ideologías (minusfilosóficas, como digo), puede brotar la crítica. Esto es lo que hay" (CM11, p.32), aceptando con ello un panorama grotesco y paradójico. Pero se olvida de que Sócrates no debatía con grotescos ufólogos o expertos en fenómenos para-anormales, como ha llegado a hacer Gustavo Bueno en los medios de comunicación con el fin de inocular su quehacer filosófico entre las ideologías y acercar la racionalidad crítica, no a sus obtusos interlocutores, con quienes renunciaba a dialogar, sino a la audiencia ciudadana televidente capaz aún de razonar. Sócrates debatía con ciudadanos como Protágoras, Hipías, Ión, Alcibíades, Aristófanes, Górgias, Teeteto, Menón, e interpelaba a todos los capaces de razón, incluyendo al esclavo del último citado, a los artesanos, comerciantes, poetas y políticos como se señala en la Apología platónica, pero ningún personaje de los diálogos platónicos se asemejaba, ni remotamente, a la imbecilidad de una Pitita Ridruejo, y eso que llegan a aparecer personajes tan obtusos como el Hermógenes del Crátilo o Eutidemo y Dionisidoro, sino que la mayoría de ellos, ya estuviesen dedicados a alguna profesión liberal, ya fuesen terratenientes, contaban con unos saberes previos desde los que Sócrates ejercía su quehacer mayéutico, saberes que no eran otros que las ciencias y las técnicas, eminentemente la geometría. Sin siquiera esa base racional no era posible el diálogo, pero es que en Grecia ¡hasta un esclavo sabía geometría!. Suponer que la filosofía brota de las ideologías presupone saltarse el necesario suelo científico desde el que se puede llegar a dialogar.
En la historia de Occidente se produjo en Grecia un paso del Mithos a la Scientia (crecida con la techné) y de ésta a la Filosofía, resumido por Nestle en paso del Mithos al Lógos, esto es, de la Ideología a la Razón, con lo que se olvida que entre ambos se sitúan las técnicas y las ciencias, como cuñas racionales brotando dentro del envoltorio ideológico que supura toda sociedad. Gustavo Bueno es bastante explícito en este punto: "La filosofía crítica, tal como la entendemos aquí, aparece muy principalmente, como crítica a las construcciones científicas categoriales, que son construcciones cerradas dentro de su categoría; pero la filosofía, por ocuparse de Ideas[x] que brotan a través de esas categorías, no puede arrogarse una «categoría de categorías» para sí misma, o una categoría sui generis en función de la cual pudiera definirse como ciencia. La filosofía no es una ciencia, lo que no significa que deba dimitir {como geometría de las Ideas} de los métodos característicos del racionalismo.
Cuando hablamos de filosofía académica nos referimos a este modo platónico de entender la filosofía, más que al modo burocrático universitario" (QF, p.37).
Con ello se pone de manifiesto que no es lo mismo filósofo, que profesor de filosofía, ya que el primero no tiene como condición de su posibilidad que estar comprendido dentro del entramado estatal burocrático universitario o pedagógico. Se puede ser filósofo académico sin necesidad de pisar una Universidad en la vida, Rafael Sanchez Ferlosio es un buen ejemplo de ello, y se puede ser profesor de filosofía sin llegar nunca a ser filósofo ni a tener siquiera un sólo juicio realmente crítico.
Las ciencias y la Filosofía son solidarias en el sentido en que no se puede ejercer la segunda sin entrar en familiaridad con las primeras. Si bien se diferencian en sus procedimientos, en el experimentalismo y el cierre -no clausura- de las primeras frente al teoreticismo y apertura de la segunda; es el núcleo teorético de toda ciencia, cerrado y particular, es decir, su estructura Noetológica, lo que tiene en común con la filosofía, en cuanto teoría general y abierta de los principios de la razón material dialéctica. "4. Las distancias que hay que establecer entre los procedimientos científicos (tan diversos a su vez entre sí) y los procedimientos filosóficos no impiden la sospecha, ni excluyen el reconocimiento, de una «afinidad de principio», fundada en la razón, entre el saber científico y el saber filosófico" (QF, p.104). Las ciencias y la filosofía conforman el "racionalismo crítico" porque "piden una validez para todos los hombres y para todas las culturas" (QF, p.36) contrarrestando tanto a las ideologías como a esa concreta ideología que conocemos como relativismo cultural.
Lo esencial para que haya tanto ciencias como filosofía es su común sustrato en una "«Lógica material dialéctica»" (QF, p.105), que iría más allá del proyecto gnoseológico de una teoría general de la ciencia, al buscar "englobar tanto a las formas de proceder de la razón científica como a las formas de proceder de la razón filosófica. El análisis de los procedimientos más generales de la razón dialéctica" (Ibid.), lo que desde Platón se conoce como Ontología o Metafísica dentro de la tradición filosófica, la Lógica o principios del razonamiento en general, es decir, la Lógica del ser (onto-lógos), tan denostada por los seguidores de los autores llamados postmodernos; lógica que se materializa al concretar bajo la Idea del ser en general, cualquier ente o Ideas que las ciencias proporcionen para la reflexión: por eso la "filosofía es «enfrentamiento con las Ideas y con las relaciones sistemáticas entre las mismas»" (QF, p.38) y lo demás es opinión, cháchara ideológica.
La filosofía (saber de segundo grado) surge en todo el entramado social, a partir no ya de las ideologías, como afirma Fuentes, sino de las ciencias (saberes primarios), tanto de sus conmensurabilidades como de sus inconmensurabilidades: "Y, en la medida en que todos estos «saberes primarios» solo pueden conformarse socialmente y, por tanto, políticamente, habrá que reconocer que los diversos tipos de estructura política (según el nivel histórico o social) y, por tanto, de saber político, habrán de estar moldeando de un modo profundo la posibilidad misma de la conciencia filosófica. Otra cosa es determinar —desde la heterogeneidad de las diferentes estructuras políticas— si hay algún tipo de estructura política que facilite, más que otras, la constitución de la conciencia filosófica (o, lo que es equivalente, si hay algún tipo de estructura política que bloquee la posibilidad de una conciencia filosófica —no ya la expresión pública de la misma—)" (QF, p.89).
Por eso, el cuerpo de funcionarios del estado, los profesores de filosofía universitarios o secundarios, son en su conjunto, salvo excepciones minoritarias, un obstáculo para la formación filosófica de la ciudadanía, en un sistema capitalista que les encomienda el bloqueo de la posibilidad de una conciencia filosófica: "la filosofía tiende a desbordar todo gremio.
Rechazadas estas alternativas, la única que se mantendría como alternativa plausible sería la que se propusiera como objetivo lograr que un conjunto «disperso» de ciudadanos, de profesiones múltiples, no vinculados entre sí gremial o institucionalmente, y con una «masa crítica» (¿medio millón? para España, ¿un millón?) suficiente, pueda ejercer una influencia social efectiva. Este «conjunto» o «Tribunal Supremo disperso» podría comenzar a desempeñar, de hecho, la función de un órgano insustituible en una sociedad avanzada, un órgano que ejercería, entre otras cosas, el papel de filtro de los millares de juicios individuales gratuitos e infundados que pululan en una sociedad en la que ese órgano no actúa, juicios venales que, sin embargo, son compatibles con los de un publicista, un periodista, un «intelectual libre» (no orgánico), &c., que ha alcanzado la función de «formador de la opinión pública», careciendo de toda capacidad de formular juicios filosóficos fundados a la altura del presente.
En España, en nuestro presente, la educación filosófica es universal a todos los ciudadanos, a menos desde un punto de vista legal; sin embargo la presencia de hecho de una filosofía crítica puede considerarse como prácticamente nula. ¿No debe ser esto uno de los principales motivos de reflexión autocrítica para el cuerpo de funcionarios del Estado a quienes se les ha encomendado la educación filosófica de la Nación?" (QF, p.78; pág.71: La filosofía estará presente en la sociedad "según la proporción de ciudadanos (¿un 5% un 50%?) capaces de argumentar sus juicios sobre ideas comunes incorporando los argumentos de los rivales"; pág.77: luego no se trata de la República de los Sócrates ya que "no sería necesario… que «todo el pueblo» estuviese al tanto de las obras de los filósofos. Sería, en cambio, necesario que una minoría suficiente del cuerpo social (¿el uno por cien mil? ¿el uno por millón?) fuese capaz de constituir un público disperso, pero bastante, para que la crítica estrictamente filosófica pudiese desempeñar, en el conjunto del saber, el papel social que virtualmente puede corresponderle").
Nietzsche fue durante diez años catedrático de Universidad y lo dejó, pasando a vivir en cutrísimas pensiones de mala muerte de su pensión por enfermedad, para poder ser libre de pensar y escribir, muestra de que la Universidad moderna tiende a castrar al filósofo al cumplir su tarea de fabricar al profesor, a diferencia de la Academia y el Liceo (o del Jardín) donde los ciudadanos no iban para convertirse en profesores, destino despreciable como bien se aprecia en el Protágoras de Platón, sino a convertirse en ciudadanos.
LOS CIUDADANOS CON JUICIO CRÍTICO.
Hay una serie de distinciones que ni Fuentes ni Bueno hacen y que dejan en la indefinición las diferenciaciones que se habrían de realizar entre los siguientes términos: 1) Filosofía y filósofo, quien lleva a cabo la actividad contemplativa (theorein) consistente en conocer el mundo a través del entrelazamiento de las ideas que brotan de los distintos campos categoriales en un sistema coherente con los principios generales de la Lógica, es el filósofo, el que hace filosofía (lo que Gustavo Bueno denomina filosofía académica o dialéctica): "se trata de elegir auxiliados desde luego por las ciencias históricas y políticas, entre hace filosofía vulgar (mundana) casi siempre ingenua y mala, o hacer teoría académica, no por ello necesariamente excelente (y entendemos aquí por filosofía académica no ya tanto la filosofía universitaria, cuanto la filosofía dialéctica, cuyos métodos fueron ejercitados y representados por primera vez en la Academia de Platón)" (Gustavo Bueno, España frente a Europa, pág.10). 2) a) Los ciudadanos ilustrados, quienes estudian e investigan tanto en las disciplinas científicas como en las humanísticas a fin de formar su juicio crítico, no con el objetivo de especializarse en una única área desdeñando todas las demás, capaces de entrelazar ideas pero sin preocuparse por sistematizarlas en un todo coherente o filosofía (lo que les convertiría en filósofos académicos o dialécticos). Y b) Profesionales del estudio y la investigación especializada, ya profesores de filosofía que desempeñen tareas de investigación (lo que Gustavo Bueno llama filosofía universitaria), ya profesionales de cualquier área (medicina, física, matemáticas, ingeniería, económicas, historia, arte, etc, etc), capaces de manejar las ideas de, al menos, un campo categorial; 3) ciudadanos con juicio crítico simple u opinión verdadera, lo que Gustavo Bueno llama filosofía mundana o vulgar, y 4) ciudadano alienado por las ideologías dominantes.
Esta analítica de la tipología ciudadana, a los efectos de su situación respecto a la racionalidad, de nuestras sociedades contemporáneas, no supone ningún idealismo, sino más bien un cuidadoso materialismo, perfectamente adscribible al de Gustavo Bueno. Cierto que el camino real del aprendizaje y del conocimiento tanto ontogenética como filogenéticamente, va de la experiencia a la filosofía (progresus), para luego retornar desde la filosofía hasta la experiencia (regresus), en un ciclo de feedback o retroalimentación constante. Pero aquí no estamos haciendo un análisis diacrónico o historiográfico sino analizando por separado y de forma sincrónica la tipología ciudadana, de manera que obviamos el hecho de que todo filósofo fue en algún momento de su existencia un bebé que sólo sabía balbucear.
1) Respecto a la Filosofía y los filósofos tengase en cuenta, por el momento, lo dicho en el apartado anterior. Los que hacen filosofía, (esos son los filósofos), son en realidad muy pocos, aquellos que, desde cualquier área, sin necesidad de que hayan estudiado nunca la Historia de la Filosofía, despliegan un pensamiento teórico y sistemático propio.
Abundan lo casos de grandes filósofos con muy poca formación historiográfica como Wittgenstein o Althusser. Y si bien el conocimiento de los textos de los grandes filósofos puede favorecer y ayudar a la actividad filosófica (indispensables en la erudita o doxográfica), -así como el que quiere pintar intenta emular a Velázquez- no parecen indispensables para que se produzca: ¿con qué historiografía filosofíca contaban los presocráticos? ¡Con ninguna! ¿Y Platón? ¡Con muy poca! Con lo que sí contaban es con una serie de técnicas, con ciencias y con un determinado entramado político y social que, secularizado, ofreció un entorno indiscutiblemente favorable a la filosofía, la polis, tan apropiada para ésta como dotada de ciudadanos críticos.
Schopenhauer, por ejemplo, fue un filósofo que afirmaba no preocuparle en absoluto el hecho de que tras su muerte una miriada de gusanos se dedicasen a devorar su cuerpo; pero decía preocuparle sobremanera que, después de morir, una miriada de catedráticos de filosofía se dedicasen a roer su obra. También era Nietzsche consciente del destino funesto que podían recibir sus escritos. Demasiado familiarizado estaba con las tergiversaciones y utilizaciones interesadas de las obras de los grandes pensadores de la humanidad gracias a su formación como filólogo, como se refleja en una Carta a su hermana (Venecia, mediados de junio de 1884): "¡Quién sabe cuántas generaciones habrán de pasar para producir algunos hombres que puedan sentir en toda su profundidad lo que he hecho! E incluso así, me causa espanto la idea de que gentes, sin título para ello y totalmente inadecuadas, se apoyarán en mi autoridad. Éste es, sin embargo, el tormento de todo gran maestro de la humanidad: saber que, en determinadas circunstancias y por ciertos accidentes, puede convertirse tanto en fatalidad como en bendición para ella". Con lo cual vemos que, al menos los filósofos, han tenido siempre motivos para temer a los profesores de filosofía y que no es lo mismo lo uno y lo otro.
2) Aquí distinguimos entre los ciudadanos ilustrados y los profesionales de un área de investigación. Los primeros serán ciudadanos críticos ya que eso es algo que viene incluido con la ilustración, pero los segundos, aunque puedan ser auténticos genios en un área determinada, pueden estar tan ideologizados en todas las demás (e incluso en la que representa su especialidad) que no se les pueda considerar como críticos en absoluto.
Entre los miembros del tipo que planteamos en este punto destacan, a juicio de Gustavo Bueno, los dedicados a las Ciencias Positivas, mientras que a jucio de Fuentes, destacan los dedicados a las Humanidades, (a quienes -dice- hay que distinguir, de los dedicados a las Ciencias Sociales, cfr.CM11, pág.28): "Muy diferente, sin embargo, es el caso de las genuinas "Humanidades" —que son, en rigor, las filologías, la historia y la propia filosofía—; éstas tienen ciertamente cada vez más difícil su lugar en el "mercado laboral", debido precisamente a que, por su vecindad cognoscitiva consustancial con la historia, están mucho menos reconciliadas con su presente puntual histórico" (CM11, pág.29).
Y nosotros estamos de acuerdo con Fuentes en la tesis de que las humanidades pueden ayudar a proporcionar a quien las cultiva capacidad crítica, así como estamos de acuerdo con Bueno en que dicha capacidad puede adquirirse a partir de las ciencias positivas, pero discrepamos de ambos al identificar la filosofía con la crítica y el ser filósofo con el ser ciudadano crítico o profesional de las humanidades. Ciertamente las obras filosóficas o el contacto discursivo con un filósofo pueden ayudar al desarrollo de la conciencia crítica, pero si bien necesaria, ésta no es suficiente para lograr llegar a hacer filosofía y ser, por tanto, filósofo.
El problema reside en que tanto Fuentes como Bueno admiten sin discusión la escisión decimonónica entre ciencias del espíritu o humanidades y ciencias naturales o positivas. Pero dicha distinción no es más que institucional y aunque admitamos, con Bueno, que las primeras no han llegado a ser cierres categoriales y las segundas sí, para tener un criterio de discriminación; dicho criterio no explica suficientemente la escisión institucional, cuyas determinaciones no vienen comandadas por la naturaleza de los materiales de estudio sino por la naturaleza de las necesidades del mercado. De manera que una de las maneras en que la educación puede hacer frente al mercado es proporcionando una formación integral o humanística, siguiendo la tradición renacentista que se remonta a su vez a la Grecia clásica.
En su primer sentido, humanismo es la atmósfera intelectual emanada del interés renacentista por las investigaciones terrenales. Así, el humanismo renacentista vendría a rescatar la opción socrática del quehacer filosófico centrado en la polis. El humanista del Renacimiento es aquel que se ocupa de las cosas humanas (ciencias y letras) frente al teólogo medieval, ocupado con las cosas sobrenaturales (teología escolástica). No hay que confundir el sentido que la acepción humanidades tuvo para los humanistas del Renacimiento, tan científicos como letrados, con la doctrina filosófico-ideológica humanista del siglo XX, a la que se enfrentó el antihumanismo de Althusser o Foucault. La acepción original de humanista es la que remite a aquellos que ya han recibido la propedéutica indispensable para el cultivo de la filosofía, lo que no significa que lleguen necesariamente a dar ese salto; el humanista es quien está formado tanto en las ciencias como en las letras, apelativo que aún llegó a identificarse con ilustrado en los siglos XVII y XVIII, ya que la mayoría de los máximos representantes de la Ilustración, como Voltaire por ejemplo, estaban tan versados en las ciencias como en las letras.
Ahora bien, dado que la escisión de los saberes en compartimentos burocráticos heterogéneos es un hecho en aumento desde el siglo XIX, es decir, dado un estado de cosas que degenera y limita la formación en grado sumo a través de la especialización extrema, es probable que en este punto vaya Fuentes por delante de Bueno, es decir, que hoy por hoy, lo que el primero denomina Humanidades, disciplinas menos reconciliadas con las ideologías dominantes, tenga más probabilidades de proporcionar una conciencia crítica que lo que se conoce por disciplinas científicas, en las que se extrema la formación de meros tecnólogos.
Los resultados de la inversión educativa, tanto privada como estatal, dependen del tipo de enseñanza que se quiera fomentar. A lo largo del siglo XX se ha procurado cada vez más incentivar la formación de trabajadores cualificados y obedientes, tecnócratas superespecializados y sabios en su reducto profesional, pero absolutamente ignorantes de todo lo demás, de la historia, la política, la filosofía y la filología, de todas aquellas disciplinas humanísticas que les podrían capacitar para ejercer como ciudadanos críticos, autónomos y responsables, en democrática convivencia.
Para la formación de trabajadores cualificados, orgánicos y uniformes, sobran las materias humanísticas (filologías, historias), que generan individuos críticos, sujetos comprometidos con una sociedad democrática y participativa que nació en Atenas hace dos mil quinientos años.
Los ciudadanos críticos son difíciles de gobernar como borregos. No caen en la trampa del círculo vicioso alienante: trabajo – consumo – ocio adictivo – trabajo -… El «ocio adictivo» se caracteriza hoy en día por tres opios del pueblo: religión (o esoterismo), fútbol y televisión. Esta última es el «Opium par excellence» que reúne a tres personas en una, como nueva Trinidad del monoteísmo del mercado.
El humanista o letrado ilustrado no ha sido educado para el ocio adictivo, porque como estudia lenguas clásicas, sabe que la palabra griega para ocio es la raíz de nuestro vocablo escuela. Pero además, como estudia filosofía, comprende, que si los griegos equiparaban escuela y ocio, es porque consagraban su tiempo libre a actividades formativas que desarrollasen todas sus potencialidades.
No obstante, el letrado ilustrado, pese a la admiración que le reporta la antigüedad clásica, al estudiar la historia de la política, se da cuenta de que en Grecia, aún siendo admirable por multitud de motivos, la posibilidad del desarrollo educativo pleno, le estaba reservada a los ciudadanos libres a consta de los esclavos. Y de que es gracias a la Ilustración y a los ideales de la Enciclopedia, que se quiso generalizar una educación humanística y profesional, pública y gratuita, para todos los hombres sin discriminación alguna. ¿La pretensión?: Que la sociedad humana fuera gobernada por la Razón y no por las pasiones de los hombres, encontrándose todos los ciudadanos con el deber y el derecho de ejercitar la razón común. Una pretensión intentada en la URSS por última vez y hoy desaparecida.
Si no se invierte en una educación integral sino tan sólo en una profesional, tendremos un mundo aberrante en el que los maravillosos adelantos técnicos de trabajadores especializados, convivirán, con la más absoluta zafiedad y cortedad ética, política e intelectual, lo que será aprovechado por los timócratas populares para dominar y monopolizar los bienes de todos los hombres.
El profesional de las Humanidades (profesor de filologías, de historia de la filosofía, de historia de la política, etc.) no es importante tan sólo por el juicio crítico que se pueda adquirir por medio de su concurso. Hoy, la mayoría de los profesores son incapaces de proporcionar una formación integral, ni siquiera ellos mismos la poseen, pero sí pueden llegar a despertar el juicio crítico en sus alumnos o bien formar profesionales de su disciplina. Pero es aún más importante que se dediquen a trabajar profesionalmente en su disciplina (investigación) y no sólo en la enseñanza. Los filólogos, arqueólogos, bibliotecarios, papirólogos, etnólogos, demógrafos, historiadores de la filosofía y de todas las demás áreas, etc, cumplen una labor social inestimable cuando se dedican a preservar los materiales en los que se conservan los saberes, que nos parece mucho mayor que la de intentar ser los creadores del juicio crítico en las conciencias de los alumnos. Para crear el juicio crítico no sólo en sus alumnos sino en todos sus conciudadanos no tiene más que actuar como ciudadano crítico. ES ENTRE LOS CIUDADANOS CRÍTICOS QUE BROTAN NUEVOS CIUDADANOS CRÍTICOS.
La transmisión oral de los conocimientos no se da únicamente en algún lugar privilegiado de la sociedad (Universidad e instituto) sino en toda ella, y no tiene por qué estar enclaustrada en un cuerpo oficial de transmisores profesionales, pero la conservación de los materiales receptores de los saberes sí que necesita un soporte institucional, sin el cual se corre el riesgo de perderlos.
"Aunque pusieron silencio a las lenguas no le pudieron poner a las plumas, las cuales, con más libertad que las lenguas, suelen dar a entender a quien quieren lo que en el alma está encerrado" (Miguel de Cervántes Saavedra Don Quijote de la Mancha, I, XXIV). Con esta cita comienza un excelente libro de Luis Gil (Censura en el mundo antiguo. Alianza Universidad. Madrid 2ª edición 1985. 1ª edición Revista de Occidente 1961), cuyos dos prólogos, a la primera y segunda ediciones, resultan indispensables para que los que no vivimos la censura franquista comprendamos cómo se las ingenió este erudito del helenismo para que su libro sobre la censura pasase la censura, ironía socrática sobre la que se asienta la libertad de pensamiento y que nos recuerda el talento de un Voltaire para hacer que los reyes y los nobles aplaudieran sus obras sin notar que eran corrosivas para el Antiguo Régimen. Merced a la hábil presentación de la materia y con algunas concesiones al nacionalcatolicismo, el libro pudo publicarse por primera vez durante el franquismo, logrando eludir a los censores y realizar un alegato contra la censura. Mientras a Camilo José Cela se le daba el Nobel de Literatura, quizá premiando su labor como censor durante la época franquista, y luego el Premio Cervantes del que había dicho cuando no se lo daban, con su educada dicción poética, que era un premio de mierda; los eruditos volterianos que lucharon con sus armas y a su manera contra la opresión, yacen sumidos en el olvido. ¿Por qué todavía no somos los occidentales pueblos que lean más ciencia que literatura, o al menos, igual de ciencia que de literatura? Puede ser un problema de acceso y un defecto de la educación, especializada para la profesionalización especializada y el consumo masivo.
La censura surge de la idea dogmática según la cual no habría que dar la misma libertad ni las mismas oportunidades de difusión al error que a la verdad. Así, quienes se creen en posesión de la verdad absoluta se sienten autorizados para proscribir y destruir las opiniones y libros que les son ajenos o contrarios. El liberalismo literario, sin embargo, surge de la idea antidogmática según la cual en igualdad de condiciones de acceso, y con la misma libertad y oportunidades de difusión, la verdad se abre camino frente al error por sí sola, sin necesidad de que la ayudemos eliminando lo adverso. Pero: ¿Acaso gozan hoy los clásicos de igualdad de oportunidades de difusión que los best sellers? ¿Acaso gozan los ciudadanos del planeta de igualdad de acceso a los textos de los grandes genios que la humanidad ha parido? ¿O acaso no se estará hoy dando más oportunidades a la barbarie que a la cultura, a la televisión y al fútbol que a Dante o Cervantes? El no erigirse en eliminador de lo que se considera indigno de perdurar no significa inacción, sino posición activa de defensa y elogio de lo que se tiene por valioso, al menos para que se encuentre tan representado como las demás opciones, ni más ni menos. Si hubiese igualdad de difusión y de acceso existiría hoy ya la plena libertad literaria y nada habría que hacer para que lo mejor, seleccionado por el tiempo, se superpusiera a lo peor.
Sin la destrucción premeditada y con igualdad de condiciones, el Tiempo sería el mejor clasificador y seleccionador de aquello que merece ser recordado generación tras generación. Desgraciadamente, a lo largo de la Historia no se ha dejado que fuese el Crónos quien dictaminase, manteniendo, en principio, la totalidad de la producción intelectual humana, qué habría de perdurar y qué habría de desaparecer, sino que las distintas religiones e ideologías han marcado las pautas de conservación y destrucción. Quizá hoy en día, con los medios informáticos, haya llegado el momento de conservarlo todo y para dejar que sea el tiempo y los lectores de sucesivas generaciones quienes elijan lo esencial y valioso sobre lo perecedero, y nuestro papel sea el de esforzarnos por la conservación y nunca prestarnos a la destrucción por muy mal que nos parezcan las otras opciones.
La diferencia entre un clásico y un best seller es que el clásico sobrevive a su propia época y aunque tenga una pequeña tirada editorial inicial, luego se sigue leyendo generación tras generación. El best seller, por el contrario, comienza con una tirada de miles y hasta millones de ejemplares, pero nadie recordará esos títulos al cabo de una generación. No hay que lamentar que se pierda la literatura basura, escritos del momento y para el olvido, pero atendiendo a la historia tenemos que lamentar la enorme pérdida intencionada de innumerables clásicos en la antigüedad, de las alrededor de 100 tragedias de Esquilo conservamos 7; de las 120 de Sófocles, otras 7; de las 92 de Eurípides, 18; por sólo hablar de los grandes trágicos que conocemos. La mayor parte del saber de la antigüedad ha desaparecido y toda nuestra admiración por Grecia parte de la conservación de tan sólo el 10% de su producción intelectual.
En la antigüedad -señala Luis Gil en el prólogo a la 1ª edición de su libro citado- se puso tanto celo en la conservación de lo que se consideraba valioso como en la destrucción de lo que se consideraba nocivo y perjudicial. Hubo una censura en la antigüedad mediatizadora de la transmisión o no transmisión de los textos. Muchas obras se destruyeron consciente y voluntariamente y otras muchas se retocaron de acuerdo con las luchas ideológicas y religiosas de cada época.
Hacer esta historia, la historia de la censura, tiene la intención de que no nos erijamos nunca en censores y dejemos que el tiempo y lo mejor perdure en competencia libre con lo peor, pues si bien el evangelio de la libre competencia es inhumano y destructivo en el terreno económico, cimentando la desigualdad, e insatisfactorio en el terreno político, donde deriva en la renuncia a la participación directa en los asuntos que a todos afectan; en el terreno de las ideas y de las artes y las letras, nada parece más saludable. Frente al liberalismo económico y político, y no junto a ellos, se yergue el liberalismo literario, donde debería brillar plena tanto la libertad de creatividad y manifestación como la igualdad de difusión y acceso.
Por último vemos que Luis Gil vincula a la forma de organización política de la ciudad-estado el nacimiento de la literatura griega y de sus éxitos culturales y sociales (cfr.Ibid.I, pág..29), vinculada a ella, como algo característico del pueblo griego y que vendría a explicar buena parte de sus logros, la libertad de expresión (isegoría): "Pero ya en las más antiguas creaciones literarias encontramos muestras de algo que va a ser característico del mundo griego: el gusto por el debate de las opiniones y el aprecio por la expresión sincera y elocuente de éstas. Un lector de los poemas homéricos se asombrará del lugar ocupado en ellos por los discursos y de la soprendente libertad de palabra de los héroes" (Ibid.I,pág.31). Los debates entre ciudadanos críticos son el mejor caldo de cultivo para el surgimiento de nuevos ciudadanos críticos.
3) El ciudadano con juicio crítico simple no se identifica con los antedichos y bien puede surgir con independencia de ellos. De los teóricos (filósofos) beben tanto los ciudadanos ilustrados como los profesionales, pero el ciudadano con juicio crítico puede beber o no beber de los teóricos, estaría en el nivel que Platón denominaba "opinión verdadera", para el cual no es de ninguna manera indispensable el contacto con la filosofía teorética, aunque sí suelen haber tenido contacto con los profesionales o ilustrados durante algún período de su vida. Médicos, abogados, conductores de autobús, parados, fontaneros, albañiles, terroristas, políticos o cualesquiera otros profesionales o ciudadanos, no sólo en el ámbito profesional sino en todo el espacio público, pueden haber adquirido un juicio crítico simple y pertenecer a esta categoría, ya que no por el hecho de tener una licenciatura en algo se dominan las ideas de su campo categoríal. Muchos ciudadanos, incluso habrán podido llegar a desarrollar un juicio crítico sin necesidad de pasar por ninguna institución de enseñanza, sino aprendiendo de la experiencia en la vida y de los demás ciudadanos que le rodean, dedicando su ocio al aprendizaje a través del diálogo y mediante el intercambio con sus conciudadanos.
En principio, alcanzar este grado no parece muy difícil, pero si planteamos algunas de las dificultades que lo impiden su consecución ya no nos parecerá tan clara. Todos los elementos ideologizantes de la sociedad laboran contra la ciudadanía crítica, las deficiencias en las necesidades materiales básicas de la existencia (higiene, comida, vivienda, formación y ocio), así como el trabajo intensivo y extenuante, también laboran en su contra. Por eso el porcentaje de ciudadanos críticos en los diversos Estados es tan pequeño, porque determinados requisitos mínimos indispensables se incumplen flagrantemente o son simplemente inexistentes y porque demasiadas fuerzas e individuos laboran intencionadamente en su contra.
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |