De ahí que el término que he acuñado –inserción- implica una visión tan objetiva como de sentido homenaje a esos inmigrantes, entregados por el destino a la "buena de Dios" en las tierras de América. La reactualización de datos y cronologías, la nueva puesta en escena de títulos de obras de ficción a lo largo de un siglo y medio, como el relevamiento de artículos y ensayos, o de instituciones como The Jewish Inmigration Center, nos indican a las claras que este trabajo de María González Rouco significará un más que valioso aporte sobre el cruce de las culturas en general, y sobre la Inmigración, epopeya única e indivisible por su grandeza, en especial. Una investigación que debe ponernos orgullosos por su agudeza crítica y por la generosidad en la entrega, rasgos que ya han caracterizado la trayectoria curricular y periodística de María González Rouco.
Sebastián Jorgi
Introducción
Algunas de las páginas que se escribieron sobre la inmigración nos muestran la idea de emigrar desde los instantes en los que surge. La vemos afirmándose, madurando en esas mentes en las que la desesperación es un sentimiento tristemente cotidiano. Porque –como dice Gustavo Cirigliano, en sus "Disquisiciones tangueras"- "Todo aquel que dejó su país, su patria de origen, de hecho –nos guste o no- fue abandonado o aún expulsado por ella, fue impelido a irse al no ser protegido ni retenido. Se lo echó, dicho sin vueltas" (1).
En el sitio "Asturias en la emigración", Luciano Méndez Muslera enumera los motivos que llevaron a los asturianos a emigrar; habla de la imitación e inculcación, la salida de los hidalgos segundones y gente acomodada, los "ganchos" o agentes de los armadores, la evasión del reclutamiento militar, y los motivos económicos o de población (2). Estos motivos, aunque con variantes, pueden aplicarse a ciudadanos de otros países, pero es necesario agregar otros: las guerras mundiales, los pogrom rusos –que el autor no menciona por referirse sólo a la emigración asturiana- y los dramas personales –los cuales, aunque mínimamente, también fueron causa de emigración.
Notas
(1) Cirigliano, Gustavo: "Disquisiciones tangueras", en El Tiempo, Azul, 30 de septiembre de 2001.
(2) Méndez Muslera, Luciano: "Asturias en la emigración", www.telepolis.com.
Guerras, persecuciones
La política aparece reiteradamente como motivo de emigración. Del fascismo y sus reiteradas golpizas huye el protagonista de El laúd y la guerra, libro de Martina Gusberti. Decidió emigrar "porque él, como vehemente socialista, fue apaleado varias veces por los camisas negras". El anciano narra qué había sucedido: "Sabían que era músico, director de una banda, y me buscaron para colaborar, pero yo me negué a tocar la marcha fascista y por eso me ligué unos buenos bastonazos, ¡brutte bestie! Me protegí la cabeza como pude, pero ésa es otra historia. Después, emigré a América" (1).
Syria Poletti evoca la guerra, por ejemplo, a través de los ojos de un personaje, en "Agua en la boca". La protagonista se encuentra con un hombre que sufre las secuelas de la contienda. Así lo describe: "Comenzaba ya a bajar cuando vi que por el sendero empinado trepaba oscilante Chero, el loco, borracho como siempre. Para él, la guerra era un permanente estado de alerta, porque en ella había perdido un brazo y encontrado todas las alucinaciones que todavía lo trastornaban. Y sólo en el vino encontraba un ruidoso olvido" (2).
En "Desarraigo", cuento de Ana María de Benedictis, el narrador, que piensa en emigrar de la agobiada Argentina del siglo XXI, se arrepiente, evocando una historia familiar vinculada con la guerra: "Recordó que una mañana muy temprano llegó una carta bordeada de una franja verde, blanca y roja; que la abrió su abuela materna y comenzó a secarse las lágrimas con el delantal; (…) esperaron en la vereda a su padre. (…) Su madre, Mariana, había muerto hacía ya quince días. El correo tardaba mucho y él hacía quince años que no la veía. Recordó el duelo a distancia y el dolor de tanta ausencia amontonada, de tantos besos perdidos y de tanta soledad impuesta por un país destruido por la guerra" (3).
Los recuerdos bélicos tienen que ver para el autor de La tierra incomparable, con la figura paterna. En un reportaje, Antonio Dal Masetto recuerda al italiano Narciso, un hombre valiente. De él dice: "era tremendamente trabajador, tremendamente amante de su familia y tremendamente testarudo. Durante la Segunda Guerra Mundial, él trabajaba en una fábrica. Su turno terminaba a medianoche. Había toque de queda desde las siete de la tarde, y muchos se quedaban a dormir en la fábrica, por temor. Mi padre volvía a casa. Su argumento era grande como una montaña. Decía: Yo quiero dormir en casa. Tengo una casa, y nadie me lo puede prohibir. Ni Hitler, ni Mussolini…" (4).
También escapa del fascismo el padre de Roberto Raschella. El escritor narra: "Mi padre vino varias veces desde la primera preguerra, hasta que, perseguido por el fascismo, se quedó aquí para siempre en 1925. Mi madre, después de muchas dificultades para poder salir de Italia, llegó en 1929" (5).
Debieron emigrar Julián Centeya (Amleto Vergiati) y su familia: "El 15 de septiembre de 1910 nació en Borgotaro, un pueblo de la provincia de Parma, Italia, Amleto Enrique Vergiati, hijo de un periodista del diario Avanti, cuyo jefe de Redacción era Benito Mussolini, el futuro "Duce". Diez años después, realizada ya la histórica marcha sobre Roma (1920), la represión sobre la izquierda se tornó violenta y obligó a muchos opositores al régimen a decidir su exilio. La familia Vergiati, integrada por Carlos, el padre, Amalia, la madre, y los tres hijos, dos mujeres y Amleto, no fue una excepción y viajó hacia la Argentina como casi la mayoría de los refugiados políticos de ese momento" (6).
Afirma Ida De Vincenzo: "Tengo una historia parecida a muchas mujeres inmigrantes calabresas. Nací en Cropalati, Calabria.-Italia, en un pueblito arriba de la montaña, que parece sacado de algún cuento, desde cualquier lugar se pueden ver hermosos paisajes. Nací cuando ya había pasado la segunda guerra mundial, mi papa había estado combatiendo y habíamos sufrido las consecuencias, por eso emigramos, yo tenía 2 años" (7).
El croata Miro Kovacic padeció la guerra en su país de origen. Así recuerda el efecto de la contienda en los espíritus: "Se descubren tantas cosas en este otro mundo. El de los muertos vivientes. Descubrí que el ser humano tiene una capacidad de sufrimiento sorprendente y se adapta a las situaciones más difíciles. Es más. En esos momentos en los cuales la vida no vale una moneda (mucho menos que un cigarrillo), se dan situaciones en las que se puede notar una clara certeza de la existencia del otro a nuestro lado y un "darse" a él que asombra a quien se ha acostumbrado a ver el lobo del hombre comiendo al contrario, o al mundo, y aún comiéndose a sí mismo. Es notable ver cómo alguien puede pasar de un acto de crueldad extrema a otro de la más sublime bondad en el mismo día. Cada uno lleva dentro de sí ángeles y monstruos. Esa es la lucha constante con la que debemos cargar" (8).
Fueron perseguidos los Flichman en su tierra, cuenta una inmigrante afincada en Mendoza. En Rojos y blancos, Ucrania, Rosalía de Flichman evoca el entorno en el que se desarrolló su infancia. Las persecuciones, la revolución, la guerra civil, las violaciones y los asesinatos –a los que se suman las inundaciones y el tifus- son el cuadro con el que Rosalía debe enfrentarse a muy corta edad: "Los blancos están en la ciudad, persiguen sin cesar a los judíos. Matan a los hombres, se apoderan de las mujeres jóvenes y hasta de las niñas. Estoy cansada de tanto horror. Y los cambios continúan. Hoy los blancos, mañana los rojos. Como somos despreciables burgueses, estos invaden la casa y nos reducen a dos habitaciones. El hambre se hace sentir, duele".
Más adelante manifestará una preferencia, en su desgracia: "Quiero que vuelvan los rojos; cantan la "internacional" y nos asustan, pero que vengan pronto. Los blancos son peores, ignorantes, desalmados, asesinos". Afirma que ella y su familia eran perseguidos en su país de origen por dos motivos: su condición de judíos y de burgueses. Si estas dos causas motivaron la amenaza constante a la que estaban sometidos, también significaron la posibilidad de radicarse en nuestra tierra, ya que la madre se apoyó "en instituciones judías que ayudan a los emigrantes fugitivos que salen de Rusia", y el hecho de ser pudientes les permitió una salvación que a otros estuvo negada (9).
María Arcuschín recuerda, en De Ucrania a Basavilbaso, los relatos familiares sobre la razón que los llevó a emigrar. Los antepasados "Fueron casa por casa, puerta por puerta alertando sobre el peligro del próximo pogrom y la urgencia de partir hacia América en busca de libertad y de paz" (10).
"Nací en Córdoba, Argentina –relata Perla Suez-, pero toda mi infancia transcurrió en Basavilbaso, provincia de Entre Ríos, lugar próximo a las tierras donde se radicaron mis abuelos cuando llegaron, a finales del siglo XIX, con la primera corriente de inmigrantes judíos que escaparon de la Rusia zarista" (11).
En Minsk, en 1941, a una adolescente y a sus padres les advertían el peligro: "a Tínkele –relata Manuela Fingueret- le asombra comprobar que gran parte de esos jóvenes vestidos a la usanza gentil son los primeros en hablar de las desgracias que sobrevendrán a los judíos si no huyen a tiempo hacia Palestina o América. Los religiosos oran y esperan pasivos el destino que Dios les depara. Esto la subleva porque sus padres oscilan entre ambos y ella, naturalmente opuesta a la generalidad, intuye que los que están en contacto con el mundo exterior pueden analizar mejor el futuro. Los padres de Leie también creen que hay que emigrar, pero no les es fácil movilizarse con una familia tan grande y sin dinero" (12).
El pequeño protagonista de "Historia con tango y misterio", de Oche Califa, pregunta por qué sus abuelos emigraron de Rusia. El padre le contesta: "Por el ejército del zar. Cada vez que aparecían por la aldea donde vivía era para llevarse a los jóvenes a pelear en alguna guerra en la otra punta del país" (13).
Emigraron, asimismo, los padres de Alejandra Pizarnik: "Flora Pizarnik –nacida en Buenos Aires en 1936, apodada Buma, convertida en Alejandra con la edición de su segundo libro- hizo su elección definitiva por la poesía. Flora (Buma en idish) era la segunda hija del matrimonio formado por los rusos Elías Pizarnik y Rosa Bromiker, que en 1934 dejaron su Rovne natal (donde algunos años despúes los nazis masacraron a sus familias), para instalarse en los suburbios soleados de Avellaneda" (14).
Max Gurovitz, su esposa Fany y su hijo David emigran de Polonia, donde "Otra vez los gritos de "yid" atronaban la calle. El viaje había sido inútil. Se culpó por haberla dejado sola mientras él iba al mercado. Aún tenía el uniforme ruso de inválido, si no ya estaría hecho pedazos. Para ellos la guerra había terminado pero no su odio por los judíos. (…) el celo polaco podía dejar atrás a los alemanes si de matar judíos se trataba. (…) También de Polonia debían irse" (15).
Alberto Mazor imagina la carta que le hubiera escrito, desde Treblinka, el abuelo al que no conoció. El zeide hubiera manifestado: "Es triste pensar que voy a ser asesinado a sangre fría, es por eso que prefiero no aceptarlo y vivir en función del desentendimiento. Lamentablemente voy a morir, como tus abuelas, tus tíos o tus primos recién nacidos, y voy a poner cara de sorpresa en el momento justo de dejar esta envenenada tierra" (16).
La historia que nunca les conté – El Libro de Gisela (Polonia 1943-1944), fue escrito por Mariano Fiszman y Roberto Raschella. "El protagonista de este relato –afirma Rubén Chababo- es Gisela Gleis, una joven judía de nacionalidad polaca, habitante de Stanislawow, un pequeño poblado, quien durante los años de la ocupación alemana se refugia junto a una treintena de personas de su pueblo natal en un sótano. Durante casi dos años, esperando el fin de la guerra y el cese de la ocupación, este grupo resiste la más absoluta de las adversidades. La posibilidad de ese refugio les es brindada por un hombre, vecino del lugar, de religión católica, llamado Staszek, quien ante la evidencia de la deportación y el asesinato masivo de miles de judíos llevada adelante por la Gestapo, decide arriesgar su vida para que ese puñado de perseguidos se salve de una muerte segura. Una vez terminada la guerra Gisela Gleis emigra a la Argentina junto a su marido Max, también habitante del sótano, y es en nuestro país donde viven y mueren ya ancianos, él en 1990 y ella en 2001. Los escritores Roberto Raschella y Mariano Fiszman fueron tras la voz de Gisela y durante tres años la entrevistaron en su casa del barrio de Flores, tratando de obtener la mayor información posible para que esta historia no fuera olvidada" (17).
En "Tres balcones", Silvia Plager se refiere a "La Gringa de enfrente", que "usaba zapatos de hombre porque durante la guerra se le congelaron los pies y tuvieron que amputarle cuatro dedos, y llamaba a sus hijos a los gritos porque la voz se le había vuelto loca" (18).
Para proteger a su hija de lo que vendría es que una madre judía quiere que la niña deje Europa. Cumpliendo la última voluntad de su esposa, el belga Divas se traslada con su hija a Ensenada "a finales de los treinta". La moribunda había dicho: "ma fille doit arriver en Amérique avant que mon cadavre refroidisse" (19). Esta es la historia que relata Gabriel Báñez en Virgen, novela finalista en el Premio Planeta 1997.
La Guerra Civil fue el motivo para que muchos españoles emigraran, entre ellos, el gallego Arturo Cuadrado Moure, pasajero del Massilia, quien recuerda ese trance: "En el año 1936 sube Franco, aquella tremenda traición en donde los hombres tuvieron que matar a los hombres. Surge la famosa guerra civil que duró tres años y donde han muerto casi dos millones de españoles. Nosotros, el ejército republicano, que dominábamos Madrid, Valencia y Barcelona, no teníamos fuerzas, teníamos la canción y teníamos a América" (20).
De Esmirna viene otros sefaradíes, aterrorizados por las matanzas de griegos y armenios: "Masaltó sabía que la situación en Izmir no les ofrecería paz por mucho tiempo, que su dolor por la pérdida de Antoinette y toda esa familia armenia, le dolía por las familias armenias deportadas de Izmir, esa herida no cerraría con facilidad" (21).
En "A los que se encuentran en un pozo" (22), Gustavo Bedrossian homenajea a su abuelo: "esta es una historia real, crudamente real, maravillosamente real. La situación es la siguiente: el protagonista es un adolescente que ha perdido a su familia. Hace minutos vio cómo delante de sus narices mataron a parte de su familia a palazos. A él mismo luego de golpearlo lo arrojan a un pozo donde tiran los cadáveres de los que golpean y matan pensando que está muerto. Pero él no está muerto… Siguen matando gente y tirándola encima de este muchacho. Sangre, gritos, el propio dolor, el pánico. Un pozo… un pozo donde sólo se respira muerte. ¿Qué expectativas podemos tener de este muchacho? Quizá el más optimista puede suponer que sobreviva y termine con algún tipo de enfermedad mental. ¿Sabés cómo siguió la historia? Este chico, de nacionalidad armenia, que simuló estar muerto, por la noche, cuando se fueron los turcos, pudiendo sacarse algunos cuerpos de encima, logró escapar con otros muchachos más. Un detalle para agregar: un hermano suyo que sobrevivió prefirió quedarse en el pozo para estar con una mujer que suponía era su madre. Ese muchacho se llamó Agop Bedrossian. Fue mi abuelo".
En Flores de un solo día (23), Anna Kazumi Stahl relata la historia de "Aimée y su madre, Hanako. La madre " desde chica sufría tanto miedo a la calle. Se debía a que, japonesa de origen y nacida en 1937, había visto la Segunda Guerra Mundial hacer su tremenda carrera y terminar en derrota antes de cumplir los nueve años de edad. Peores eran sus circunstancias, porque a causa de una enfermedad infantil había quedado sin habla, con daños en el centro del habla del cerebro, y no podía entender las explicaciones que le daban la empleada doméstica y el coronel mismo, su padre".
Con Gaijin. La aventura de emigrar a la Argentina (24), Maximiliano Matayoshi ganó el Premio Primera Novela UNAM– Alfaguara. En esa obra, relata un adolescente, poco antes de dejar Okinawa: "Quiero que vayamos todos juntos, dije. Mamá me miró y me tomó de las manos. No podemos ir todos, no tenemos el dinero, además Yumie es chica para viajar y yo debo quedarme a cuidarla. Irás solo. Si tu papá estuviera sería diferente, dijo".
En La Argentina
Las privaciones pasadas en el país de origen durante la guerra marcan a quienes emigraron. Una calabresa, llegada a la Argentina en 1933, acostumbra a sus nietos a aprovechar el alimento del que se puede disponer en la nueva tierra. Lo cuenta una nieta, Griselda García, en un poema: "mi abuela obligándonos a terminar el plato,/ haciendo bocaditos fritos con las sobras porque/ "ustedes por suerte no conocen lo que es la guerra, el hambre…" " (25).
En un poema de Marcos Silber se evoca la amargura de los que, en la nueva tierra, sabían que los suyos eran víctimas de la persecución. Desde la Argentina, quienes emigraron observan impotentes el genocidio. La angustia y la desolación son presentadas por medio de imágenes de los adultos, a los que un niño comprende desde su infinita sabiduría: "Mamá llorándole toda la cabeza al pequeño. Regándole/ el sueño, todo el juego. Mamá que regresa con papeles./ Cartas, papeles de adiós y tormento. Avisos de nuevos/ silencios. 1940" (26).
A un suceso de la infancia de Marcos Aguinis, se refiere Jorge Fernández Díaz: "El pibe tenía siete años y estaba parado junto a la puerta del dormitorio de sus padres escuchando exclamaciones y ruidos sordos. Había llegado por correo una carta desde Europa, y aquellos dos inmigrantes taciturnos se habían encerrado bajo llave a leerla en secreto. El hijo no entendía, en ese momento, por qué lo habían dejado afuera, donde permanecía con el aliento contenido. En esa vigilia y en ese desconcierto estaba cuando el padre salió despacio, doblado por el dolor, y entonces el hijo lo vio llorar por primera vez en toda su vida. La carta narraba sin eufemismos la suerte que habían corrido su abuelo y las dos tías que Marcos jamás llegaría a conocer, en la lejana República de Moldavia, donde los nazis arreaban judíos para hacinarlos en los campos de concentración o asesinarlos en los hornos de exterminio" (27).
Un episodio igualmente aciago relata Mito Sela en Babilonia chica: "Un día papá se encerró en su dormitorio "¿Por qué?", le pregunté a mamá., "La carta de Palestina", me respondió. La carta informaba a mi padre lo acontecido con su familia en los campos de exterminio en Europa. Pocos quedaron con vida. Mi madre y yo nos sentamos afuera y dejamos a papá llorar. Cuando salió, aún con lágrimas en los ojos, nos abrazó. Y yo sentí su cuerpo envejecido. Quise consolarlo, pero no pude. Quise llorar, pero no pude. Quise gritar, pero no pude. Nunca más lo vi llorar" (28).
Norma Manzur afirma: "Aunque en ese entonces lo ignoré, fueron años de mucho dolor y tristeza en nuestra familia. Las cosas importantes, serias y sobre todo la tristes se hablaban en idish, idioma que nunca aprendí. La guerra en Europa mataba a los judíos y los padres, hermanos y otros parientes de mamá y papá no escaparon a ese destino. Sólo después que Gerardo viajó a Polonia al 50 aniversario del Levantamiento del Ghetto de Varsovia, supe que mis abuelos maternos murieron en el campo de concentración de Treblinka. Qué pasó con el resto de la familia, mi abuela paterna y mis dos tías y otros parientes cuyo registro nunca tuve, no lo sé" (29).
Escribe Mauricio Goldberg que en una familia de inmigrantes judíos, "para el sábado era reservada esa única posibilidad en la semana de encontrarse todos alrededor de la mesa compartiendo la comida. Cualquier intento por modificar esa costumbre hallaba la cerrada oposición del padre y sus recuerdos que flotaban durante los almuerzos en la casa del abuelo. Ese abuelo que Mario no había conocido a resultas de la guerra, la misma que de una u otra forma se las arreglaba para hacerse presente entre ellos" (30).
Mónica Sifrim escribe: "No señor. En mis antepasados no hay diabéticos, hipertensos,/ cardíacos ¿Cómo explicarle? De cada diez antepasados míos,/ uno moría en las revoluciones, otro en las cámaras de gas/ y cuatro o cinco de melancolía" (31).
Los inmigrantes padecen las secuelas de la guerra. En un cuento de Sebastián Jorgi, un hombre dice a su mujer: "A la semana de vivir juntos, mamá Freda se largaba a llorar todas las noches en la habitación contigua. Vos me explicaste que estuvo en el Ghetto de Varsovia y no quiere dormir sola porque tiene mucho miedo de sólo pensar que los nazis la llevarán a la casona del fondo del campo" (32).
En Kadish para el hombre de la valija, última novela de Goldberg, uno de los personajes se refiere a la reparación que otorga el gobierno alemán: "Shloime y don Simón fueron socios en la venta de ropa y telas bastante tiempo. Parece que Shloime, aunque no estuvo en ningún campo de concentración, empezó los trámites ante la embajada alemana a través de un abogado. Pretendía una compensación por los familiares que perdió y porque en Polonia tenía casa, un negocio de los padres y no sé qué más. Don Simón nunca quiso hacer eso porque decía que era plata manchada con sangre… (…) Shloime consiguió un cheque de los alemanes para él y otro para la esposa. Reciben esa plata todos los meses desde hace tres años. Fue durante esa época que le propuso a Simón empezar nuevos negocios y fabricar percalinas con otro conocido. Glezer no quiso y entonces se separaron. Shloime igual le insistió para que hiciera el trámite de la reparación porque aunque fuera plata treif (impura) era mejor que no la usaran los alemanes y sí que les sirviera a ellos" (33).
En su novela Hotel Edén, escribe Luis Gusmán: "En el frente del edificio, el águila imperial había dominado el valle hasta que a comienzos del 45 Argentina declaró la guerra a Alemania. Seguramente todo el pueblo asistió a la demolición del águila, símbolo de un poder que se extinguía en el mundo. Posiblemente también ese mismo día destruyeron la antena de onda corta que estaba en la torre y permitía que se comunicaran clandestinamente con Alemania. (…) Observó el hueco que el águila había dejado y después localizó la fecha borrosa de la fundación del Edén. De inmediato vino a su mente el nombre de los primeros propietarios sobre los que caía, desde tiempos remotos, una leyenda negra" (34).
Un personaje de La matriz del infierno, de Marcos Aguinis, explica a sus discípulos: "-En las grandes ciudades -señaló Córdoba, Rosario, Buenos Aires-, la conciencia nacional también flaquea entre quienes provienen del Reich propiamente dicho. Les voy a contar algo muy triste: durante la guerra muchas firmas argentinas que simpatizaban con Francia y Gran Bretaña despidieron a los empleados alemanes, y esos pobres desocupados, esos desocupados sin esperanza, comenzaron a ocultar su origen, a detestar su origen mal visto para conseguir un nuevo empleo. La desesperación los transformó en alemanes vergonzantes. ¿Imaginan cuánto deberemos luchar para recuperarlos? Pero lo más agobiante es que, escúchenme bien, es que … ¡firmas alemanas!, ¿debo repetir?, firmas alemanas cobardes también despidieron a sus empleados alemanes para contratar criollos o inmigrantes de otros países -sus ojos se humedecieron-. ¿Por qué? muy simple y muy asqueroso: para congraciarse con la opinión dominante, que estaba en contra de nuestro querido Reich. (…) -Y no sólo esto -agregó-. De una manera disimulada esas mismas firmas, poderosas y traidoras, comerciaron con los enemigos del Reich. ¡Lo denuncio indignado! ¡Sobran las pruebas! -descargó tres puñetazos-.
¡Lo hicieron a costa de nuestros cadáveres y de nuestra derrota! (…)
-Aquí no termina la tragedia -atusó el bigote, decidido a meter más brasas en los indignados jóvenes-. Mientras los bastardos amasaban dinero, nuestras colonias de germano-hablantes colapsaban; se fundieron cientos de agricultores y millares de compatriotas quedaron sin pan ni trabajo. Se convirtieron en clochards, como dicen los franceses, o en atorrantes y linyeras, como se dice con más propiedad en la Argentina" (35).
Rodolfo Modern, hijo de alemanes, escribió el poema "Holocausto", en el que dice: "Dios no está sordo, percibe el grito/ de cada brizna pisoteada./ Pero su boca enmudeció./ Pupila que no registra ya, que no compara./ Una lágrima muy roja/ cae sobre una montaña de cenizas" (36).
A juzgar por lo que expresa Silvina Bullrich, en Te acordarás de Taormina, algunos no se enteraban de lo que sucedía: "El mundo giraba a tu alrededor como un carrousel con una música pegadiza e inolvidable que tarareabas con los ojos perdidos y el sentido de la realidad hecho trizas a tus pies. No oías nada. No creías ni en la bomba de Hiroshima, ni en Treblinka ni en Auschwitz…" (37).
Muy distinto es lo que afirma Magdalena Ruiz Guiñazú, en Había una vez… la vida: "Increíbles veranos aquellos de Buenos Aires, durante la Segunda Guerra Mundial. (…) En ciertos círculos, los más viejos tenían términos iguales para referirse a personajes que no les merecían respeto y consideración. Y "el que te dije" servía tanto para designar a un funcionario de la Nación que surgía por todos los balcones como para referirse a Hitler o a Mussolini cuyas últimas horas contemplábamos espantados a través de diarios y revistas" (38).
Helvio Botana escribe en sus memorias: "mi padre convirtió la guerra española en problema argentino, pues así se lo tomó… Por influjo de Crítica nuestra población tomó partido a favor o en contra de Franco. Así fue, en toda la república una beligerancia polémica nos invadió. Y como en toda guerra, hubo hechos notables y ridículos, abnegados y aprovechados. El "no te metás" desapareció. La Argentina vibró y se vivió pasionalmente un suceso que fue nuestro" (39).
En La madriguera, escribe Tununa Mercado: "la guerra era también salvarse de la guerra, emigrar y buscar tierra de exilio (…) habían cuerpeado un destino los que antes huyeron de otras guerras acalladas por remotas e innombrables, como los pogroms, y la muerte también los alcanzaba en los sueños con aldeas devastadas por el fuego y sótanos de barcos sin rumbo declarado; cuerpeaban un destino refugiados de toda laya que se avecindaban en colonias, atolondrados por la fuerza de la lengua ajena y la incomunicación, y la muerte del ghetto se repetía en el silencio de los nuevos ghettos del destierro. Poco podíamos saber las niñas de ese estado de guerra y entreguerras permanente: los fuegos de la guerra para muchos no eran más que la danza de Manuel de Falla aporreada por madres y tías en los cumpleaños y otras fiestas familiares, y cada cual asentía interiormente como diciendo qué destino el de este republicano, aislado en su casita de Alta Gracia, un gran músico, fíjese usted qué destino" (40).
Rodolfo Alonso recuerda que en el medio en el que él vivía "se hablaba de lo que ocurría en el mundo –y en el mundo ocurrían nada menos que la guerra civil española y el nazismo– o en nuestro propio país, este último vivido más bien a nivel de realidad cotidiana, y no sin reflejos del anterior" (41).
Gladys Onega evoca en Cuando el tiempo era otro, un conflicto bélico relacionado con la vida cotidiana de los inmigrantes y sus hijos: "nunca he dudado de que la Guerra Civil también se libró en mi casa. El día del cumpleaños de mi hermana Chichita, el 17 de julio de 1936, Franco declaró el estado de guerra en las Canarias y esa fue la señal para que el 18 se extendiera a toda España. El 1° de abril de 1939, a los veinte días de mudarnos a Rosario, terminó. En esos tres años, mientras yo estaba viva en Acebal, la mitad de España moría, muerta por la otra mitad. No sabíamos que había comenzado la matanza y ese día, como siempre, mis hermanos, mis primos y los chicos tomamos chocolate. Cuando hubo pasado tres años, Bebo, Chichita y yo supimos el día final porque entró Justo Vega y llorando lo dijo, ya no en mi casa natal sino en el departamento alquilado de Rosario donde vivíamos y yo, la niña que era entonces y hoy evoco, sé que sentí dolor por las lágrimas de Justo, por el silencio de mi padre y porque no pude aliviarlo con juegos en las calles del pueblo, que ya no estaban, y todavía yo no tenía con quién jugar" (42).
Llorarían asimismo los padres de María Rosa Lojo, autora de Canción perdida en Buenos Aires al Oeste -novela premiada por el Fondo Nacional de las Artes en 1986-, quien se define como "la primera generación argentina nacida de una pareja de exiliados durante la Guerra Civil" (43).
"En 1936, cuando en España comenzaba la Guerra Civil –relata Miguel Schapire-, mi padre creó la Editorial Schapire, (…) Mi padre solía decir que los exiliados eran hombres que habían perdido el barco, y ese barco era la república, es decir, la patria, sus ideales y esperanzas, y que él trataba de ayudarlos como podía, editando sus obras. Con casi todos ellos nos encontrábamos los veranos, en un hotelucho de la vieja Punta del Este, en la Punta punta, donde al anochecer se cantaba, se recitaba, se dibujaba, se interpretaban fragmentos de piezas teatrales a medida que se iban escribiendo. Era una especie de taller fabuloso. Yo era muy chico, pero todo eso me marcó" (44).
En 1982, la guerra, que parecía tan lejana, tan europea, llegó a la Argentina. En "La noche de la cruz de plata", Jorge Torres Zavaleta evoca otra contienda. En este cuento se narra la historia de una familia inglesa que vive en nuestro país. Tan argentino se siente el hijo que, cuando se declara la guerra de las Malvinas, se alista para combatir a los ingleses. Muere en el combate, luchando contra los soldados de la nación de sus padres. Miss Lucy, al enterarse de la muerte del joven, "pensó que de lejos, sin advertirlo, sus compatriotas la habían mutilado" (45).
En Latas de cerveza en el Río de la Plata –novela de Jorge Stamadianos distinguida con el Premio Emecé 1994/95- aparece un padre gallego que oculta a su hijo, desertor en la Guerra de las Malvinas. Relata el protagonista: "Aunque no podía verle la cara al gallego porque me había quedado esperando en la planta baja, oía su voz retumbando a través de la escalera y me imaginaba la vena saltándole en la frente como una lombriz que no quiere subirse al anzuelo" (46).
Notas
- 1 Gusberti, Martina: El laúd y la guerra. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.
- 2 Poletti, Syria: "Agua en la boca", en Taller de imaginería. Buenos Aires, Losada, 1977.
- 3 De Benedictis, Ana María: "El desarraigo", en El Tiempo, Azul, 24 de marzo de 2002.
- 4 Roca, Agustina: "Historia de vida", en La Nación Revista, 12 de julio de 1978.
- 5 Ingberg, Pablo: "El amor a los vencidos", en La Nación, Buenos Aires, 14 de febrero de 1999.
- 6 Criscuolo, Eduardo: "Un habitante "gris" de Coghlan: Julián Centeya", en El Barrio
- Periódico de Noticias, Buenos Aires, diciembre de 2003.
- 7 De Vincenzo, Ida: "Dice Ida De Vincenzo", en http://idadevincenzo.blogspot.com/p/la-artista.html
- 8 Anzorreguy, Chuny: El ángel del Capitán. Biografía del Capitán Croata Miro Kovacic. Buenos Aires, Corregidor, 1996.
- 9 Flichman, Rosalía de: Rojos y blancos, Ucrania. Buenos Aires, Per Abbat, 1987.
- 10 Arcuschín, María: De Ucrania a Basavilbaso. Buenos Aires, Marymar. 1986.
- 11 Suez, Perla: "Relato de Vida", en www.perlasuez.com.ar
- 12 Fingueret, Manuela: Hija del silencio. Buenos Aires, Planeta, 1999. 218 pp.
- 13 Califa, Oche: "Historia con tango y misterio", en Un bandoneón vivo, Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
- 14 Amuchástegui, Irene: "Poeta del insomnio", en Clarín Viva, Buenos Aires, 14 de diciembre de 2003.
- 15 Goldberg, Mauricio: Donde sopla la nostalgia. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1985.
- 16 Mazor, Alberto: Sobre encuentros y despedidas. Buenos Aires, Milá, 2006. 88 pp. (Imaginaria)
- 17 Chababo, Rubén: "La dimensión única del milagro de una vida", en La Capital, Rosario, 14 de agosto de 2005.
- 18 Plager, Slvia: "Tres balcones", en el gRillo, N° 46, Marzo-Abril de 2007.
- 19 Báñez, Gabriel: Virgen. Barcelona, Sudamericana, 1998.
- 20 S/F: "Esa magnífica legión de viejos", en Revista Mayores, Año II, N° 11, 1994.
- 21 León, Luis: "Historias de Izmir. Los finiricos", en SEFARaires, N° 3, Julio de 2002.
- 22 Bedrossian, Gustavo: "A los que se encuentran en un pozo", en www.psicorecursos.com.ar
- 23 Kazumi Stahl, Anna: Flores de un solo día. Buenos Aires, Seix Barral, 2002.
- 24 Matayoshi, Maximiliano: Gaijin. Buenos Aires, Alfaguara, 2002.
- 25. García, Griselda. Poema inédito.
- 26. Silber, Marcos: Doloratas. Buenos Aires, Milá, 2001. (en colaboración con Carlos Levy).
- 27. Fernández Díaz, Jorge: "Marcos Aguinis. Un hombre del Renacimiento", Fotos: Daniel Merle, en La Nación Revista, Buenos Aires, 6 de junio de 2004.
- 28. Sela, Mito: Babilonia chica. Buenos Aires, Milá, 2006. 112 pp. (Imaginaria)
- 29. Manzur, Norma: Lazos y Nudos. Cuentos, Buenos Aires, Editorial Milá, 2003.
- 30. Goldberg, Mauricio: op. cit..
- 31. Sifrim, Mónica: Novela familiar. Buenos Aires, Ultimo Reino, 1990.
- 32. Jorgi, Sebastián: "Tardes del Lorraine", en Tardes del Lorraine. Buenos Aires, Ediciones del Valle, 1996.
- 33. Goldberg, Mauricio: Kadish para el hombre de la valija. Buenos Aires, Galerna, 2004.
- 34. Gusmán, Luis: Hotel Edén. Buenos Aires, Norma, 1999. 246 pp.
- 35. Aguinis, Marcos: La matriz del infierno. Buenos Aires, Sudamericana, 1997.
- 36. Modern, Rodolfo: "Holocausto", en http://www.fmh.org.ar/revista/17/poesia.htm
- 37. Bullrich, Silvina: Te acordarás de Taormina. Buenos Aires, Emecé, 1975.
- 38. Ruiz Guiñazú, Magdalena: "Veranos eran los de antes", en Ruiz Guiñazú, Magdalena: Había una vez… la vida. Buenos Aires, Editorial Planeta, 1995. 223 pp.
- 39. Botana, Helvio: Memorias. Tras los dientes del perro. Buenos Aires, 1977.
- 40. Mercado, Tununa: La madriguera. Buenos Aires, Tusquets, 1996.
- 41. Alonso, Rodolfo: Entrevista en Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980. Vol. VI (Capítulo).
- 42. Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Buenos Aires, Grijalbo-Mondadori, 1999.
- 43. Lojo, María Rosa: Canción perdida en Buenos Aires al oeste. Buenos Aires, Torres Agüero, 1987.
- 44. Aubele, Luis: "A boca de jarro Miguel Schapire "Los porteños nos parecemos a los griegos" ", en La Nación, Buenos Aires, 31 de julio de 2005.
- 45. Torres Zavaleta, Jorge: El palacio de verano. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1997.
- 46. Stamadianos, Jorge: Latas de cerveza en el Río de la Plata. Buenos Aires, Emecé, 1995. 229 pp.
El reclutamiento
"Principalmente los que tenían hijos varones necesitaban huir del largo e interminable servicio militar, que atrapaba a los adolescentes sin liberarlos antes de cinco años" (1), escribe Arcuschín.
En Un dandy en la corte del rey Alfonso, María Esther de Miguel refiere a propósito de unas monedas, el motivo que llevó a su padre a emigrar y la situación económica en la que debió hacerlo: "todas habían pertenecido a mi papá, quien vino de España por no hacer la conscripción en Marruecos. Llegó con una mano atrás y otra adelante, en su maleta un mantón de mi abuela y… y nada más. ¡Ah, sí: las monedas!" (2).
Sin embargo, para un personaje de Rubén Benítez, hay un destino peor que el reclutamiento. En La pradera de los asfódelos, un hombre que se marchó cuando llamaron a su quinta, escribe a una madre española: "Cuando el muchacho crezca, mándamelo. Hay campos inmensos sin labrar que pueden dar dos o más cosechas al año. Los animales, que no se cuentan sino de tanto en tanto, andan sueltos. Aquí hará fortuna. Cuando convoquen a su quinta mándalo. Y si quieres venir tú con él, vente. No te arrepentirás. Sobra lugar y faltan manos". La madre exclama: "No, hermano. Prefiero que lo manden a Marruecos antes de que escape a la Patagonia. De Marruecos regresan todos, de la Patagonia no vuelve ninguno" (3).
Notas
- 1 Arcuschín, María: De Ucrania a Basavilbaso. Buenos Aires, Marymar, 1986.
- 2 Miguel, María Esther de: Un dandy en la corte del rey Alfonso. Buenos Aires, Planeta, 1999.
- 3 Benítez, Rubén: La pradera de los asfódelos. Bahía Blanca, Siringa, 1988.
Hacer la América
Hacia América parte un hombre desde Italia. Por amor al marido emigrado tiempo antes, la madre abandona a sus hijas, llevando al hijo varón, en el cuento "El tren de medianoche" de Syria Poletti. La escritora recuerda así este episodio: "En ese instante, momento en que mi madre me dejó para reunirse con mi padre en tierras de América, nacen el drama y la rebeldía, pero también la revelación de la soledad y su misterio. Fue como si de pronto se hubiesen abierto las compuertas de la vida adulta, y, al mismo tiempo, asomara la certeza de otro llamado. Al irse, mi madre respondía a un llamado ineludible. Yo también, con el tiempo, respondería a un llamado" (1).
Santo Oficio de la Memoria es la novela de Mempo Giardinelli que obtuvo en 1993 el Premio Rómulo Gallegos. En ella narra, por boca del hijo mayor, las circunstancias en las que Antonio Domeniconelle y parte de su familia tuvieron que emigrar: "Padre y madre vinieron de Italia porque allá éramos muy pobres. Muy pobres. Más pobres que toda la pobreza que hayas visto" (2). Veinticinco años después llegaron a la Argentina, per fare l"América, los abuelos abruzzeses de Eduardo Mignogna, escritor que mereció el Premio Emecé 1998/9 por La Fuga (3).
En un reportaje a Antonio Dal Masetto, se señala cuál fue la razón que lo trajo a América: "Después de la Segunda Guerra Mundial, la subsistencia se puso difícil en Italia y la familia emigró en 1950 a nuestro país" (4). En otro reportaje, se narra que "Narciso Dal Masetto llegó a la Argentina en 1948 desde Intra, un pueblo alpino italiano a los pies del lago Maggiore. Huía de los estragos de la guerra. Dos años después arribaron su mujer, doña María, y sus hijos, Rita y Antonio César" (5).
Michele, el abuelo de Martha N. Morini, evocado por la nieta en "Inmigrante italiana" (6), enviaba dinero a su esposa y a su pequeño, pero "Las cartas fueron interceptadas por su suegra, ávida de ese dinero que mandaba su hijo y nada dijo guardándose la riqueza que venía en esos sobres".
Luis Varela, octavo de catorce hijos, recuerda en De Galicia a Buenos Aires: "En aquella época las familias gallegas eran casi todas así de numerosas, y como nuestros padres sólo nos enseñaban a labrar las tierras y luego, de mayores, no alcanzaban las tierras para todos, era habitual mandar a algunos para el convento, otros para curas, uno se quedaba en la casa con los padres y los demás veníamos para América. Muchas veces yo le reproché a mi padre por tener tantos hijos, porque habiendo nacido en la casa de un gran labrador, nos dejó a todos en la ruina. Y él me contestaba que si tuviera tres o cuatro, yo no hubiera nacido y la mejor riqueza sería no tener que luchar con un truhán como yo" (7).
Alberto Cortez escribe, a propósito de su canción "El abuelo", acerca de la emigración de sus mayores: "De alguna manera esta canción que viene es una historia de ida y vuelta. ¿Por qué?, pues simplemente porque mi abuelo se fue de emigrante y después de casi una vida yo, su nieto mayor recorrí el camino de regreso, ese camino que él no pudo realizar a lo largo de su larga vida, a pesar de su inmensa nostalgia. Murió a los ochenta y algunos años. (…) La Argentina en aquellos años de principio de siglo era una esperanza que ofrecía amplios horizontes para los jóvenes con ganas de trabajar y hacer fortuna. Los hermanos García habían dejado España y especialmente Galicia ya que esta "sua terriña" natal no podía ofrecerles más que una vida azarosa bastante cercana a la miseria. (…)" (8).
El panadero Bermúdez -a quien apodaban "da Calva", porque era hijo de la hija del calvo- le escribió a su hermano Modesto, pidiéndole que lo reclamara, porque debía levantar la hipoteca de su casa, compromiso contraído para pagar una multa. Ramón Bermúdez y su hijo mayor llegaron a Buenos Aires en agosto de 1948. En 1951 viajó el segundo hijo, y en 1952, la madre con los seis hijos que habían quedado en Galicia. En la Argentina nació el noveno" (9).
Benito Blanco Álvarez "No fue de los que emigraron con una mano delante y otra detrás, como suelen contar tantos contemporáneos suyos, que intentaron la aventura de las Américas igual que él, aunque sin las cincuenta mil pesetas que logró reunir antes de subir al barco que le llevó a Buenos Aires. Las había ido juntando peso a peso, recuerda hoy, desde los doce años, edad con la que se inició en el mundo del trabajo, después de pasar por una escuela que estaba a dos quilómetros de su casa. Y hay que decir que, en el año que emigró,
1952, cuando Perón formó su segundo gobierno, aquello era un dinero. Nuestro protagonista reconoce que nunca había pensado en dejar su lugar natal, Alfonselle, en el Ayuntamiento de Lalín. Si, finalmente, se decidió a viajar a Argentina, cumplidos los diecinueve años, fue por el deseo de probar fortuna, por ver qué pasaba, y también porque allí tenía tíos y primos, que fueron quienes lo reclamaron" (10).
De León vino Pedro Bello Díaz: "Desde muy joven trabajó arduamente en su tierra de origen, junto a sus seis hermanos, colaborando con la economía hogareña; haciéndolo como labrador y, más tarde, en la construcción de un embalse en Catarrosa de Sil, también comarca de El Bierzo. Llegó a Argentina para encontrar un horizonte más prometedor y poder seguir colaborando económicamente en el seno familiar. (…) A su fructífera biografía, Pedro Bello ha sumado ahora la presidencia de la Federación de Sociedades Españolas, que agrupa 130 sociedades españolas en toda la Argentina, a donde llega avalado por el consenso general, una constante en su trayectoria vital por su vocación innata de aunar voluntades" (11).
"Diego Corrientes" es uno de los textos que Francisco Grandmontagne escribió para su "Galería de inmigrantes", publicada en Caras y Caretas. En esa estampa, publicada en 1899, leemos: "La falta de pan y la sobra de hijos arrojaba a Dieguillo del hogar nativo. Tenía 12 años, saludables como las vetas de joven encina; cual aguilucho, ágil y fuerte, y bello además, como engendro de dos cuerpos torneados por duro trabajo" (12).
Notas
- 1 Fornaciari, Dora: "Reportajes periodísticos a Syria Poletti", en Taller de imaginería. Buenos Aires, Losada, 1977.
- 2 Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix Barral, 1991.
- 3 Mignogna, Eduardo: "Destinos cruzados de un libro y una vida", en Clarín, Buenos Aires, 19 de noviembre de 2000.
- 4 Roca, Agustina: op. cit.
- 5 Gaffoglio, Loreley: "¿Cómo me explico y me cuento?", en La Nación, Buenos Aires, 9 de septiembre de 2001.
- 6 Morini, Martha: "Inmigrante italiana", en el gRillo, N° 45, Noviembre-Diciembre2006.
- 7 Varela, Luis: De Galicia a Buenos Aires –Así es el cuento-. Buenos Aires, el autor, 1996.
- 8 Cortez, Alberto: "El abuelo", en www.albertocortez.com.ar. Reproducido en www.galespa.com.
- 9 Entrevista de la autora a Elvira y Consuelo Bermúdez. Abril de 2010.
- 10 "S/F: "Benito Blanco Álvarez", en El Correo Gallego , http:// www.elcorreogallego.es/vida-social/ecg-h/benito-blanco-alvarez/idEdicion-2008-10-12/ idNoticia-351856/. Más información en Vicat, Mariana: Benito Blanco. Buenos Aires, Abey Ediciones, 2009.
- 11 "Proyecto de Ley", en http://www.scribd.com/doc/39906122/Ley-Pedro-Bello- Diaz-Personalidad-Destacada-del-Cultura-de-la-Ciudad-Autonoma-de-Buenos-Aires
- 12 Grandmontagne, Francisco: "Diego Corrientes", en Fray Mocho, Félix Lima y otros: Los costumbristas del 900. Sel. y pról. de Eduardo Romano, notas de Marta Bustos. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
Imitación, inculcación
Así explica Méndez Muslera uno de los motivos de emigración: "Según aumentaba el movimiento emigrador, parece que se fue rebajando la edad a la que se embarcaba, son dos los motivos principales, por un lado está la imitación del vecino del pueblo que se marcha y triunfa en América, volviendo con fortuna, por otro lado se les inculca a los niños la idea de que al llegar a los quince años tienen que partir para América, al lado de algún pariente o amigo. Este "echarles de casa", que caracterizó la educación aldeana de Asturias, es el signo que encontramos con mayor imperativo entre la colonia asturiana del Uruguay. Se les decía: "tienes que ir a la escuela y aprender mucho para que luego te vayas a América" " (1).
En La patria desconocida, Baldomero Fernández Moreno muestra a su padre como el emigrante a quien se desearía imitar. Afirma que en el español se operó una transformación completa: "de muchacho aldeano a rico y conspicuo miembro de una colectividad, fundador de clubes y protector de hospitales". Cuando el próspero emigrante regresa a España junto con su familia, el escritor tenía seis años: "Un día del año 1892 era recibido a su entrada con alegre estrépito de cohetes, mientras que un coro de ceñidos danzantes tejía alrededor del nuevo indiano y los suyos, levantando el polvo, los típicos bailes del país. (…) Mi padre estaba de levita, muy atusado de bigote y mosca. No comprendía yo cómo, salido de la aldea tan pobre como cualquiera de aquellos rapaces que jugaban conmigo, por el hecho de haber pasado al nuevo mundo, se había transformado en un gran señor" (2).
Nora Ayala relata: "El tío de Luigi había estado en América, donde había muchos italianos, todos ricos, por lo menos para el parámetro del paese y cuando volvía a Bagnasco entre un viaje y otro, encantaba a amigos y parientes con los relatos de esos mundos lejanos y maravillosos. La vida de los contadini era penosa y se trabajaba desde que salía el sol hasta que se ponía, de lunes a lunes, sin ninguna esperanza de cambio, solamente para comer" (3).
Parte de Italia el matrimonio Vairoleto con su primogénito, porque "en aquella región las posibilidades de prosperar eran muy escasas para los aldeanos pobres, y Vittorio concibió el proyecto de ir a América. Algunos emigrantes, incluso un cura que había estado en la parroquia de la villa, escribían enviando noticias favorables desde la Argentina, un país donde hacía falta mano de obra y eran bienvenidos los labriegos italianos para poblar las colonias agrícolas. Ilusionados por esas perspectivas, Vittorio y Teresa se dispusieron a marchar al nuevo continente con su bebé recién nacido" (4).
De la nueva tierra, en la que tanto ha prosperado, vuelve a Italia uno de los emigrantes, en Guido, novela de Andrés Rivera. El hombre afirma: ""Acá, nada más que mujeres… Soy un indiano que está de visita, y al que le gustan las mujeres intrépidas" (5).
Otras veces, los emigrantes prósperos no regresan, pero envían cuantiosas sumas para colaborar con el desarrollo de la región que los vio nacer. En las Aguafuertes gallegas, Roberto Arlt se refiere a don Gumersindo Busto, y los hermanos Juan y Jesús García Naveira, filántropos que hicieron obras con parte de la riqueza acumulada en América (6).
Las ilusiones tras las que se marcharon los inmigrantes también son tema literario. Aunque muchos consideraron que habían logrado "hacer la América", otros se sintieron defraudados. Esta frustración es la que evoca Carlos de la Púa, en su poema "Los bueyes", en el que dice: "Vinieron de Italia, tenían veinte años,/ con un bagayito por toda fortuna/ y, sin aliviadas, entre desengaños,/ llegaron a viejos sin ventaja alguna" (7).
En La pradera de los asfódelos, novela en la que un español recuerda las promesas y la realidad que le tocó vivir, escribe Rubén Benítez: "Aquí hay trabajo y riqueza para todos. Venid cuanto antes, nos decía. Y a pesar de los ruegos de las madres, nos fuimos. Durante un año trabajé muy duro en la salina, ahorrando céntimo tras céntimo, hasta que pude pagarme el regreso. Volví como había ido. Nada debo a aquella tierra. Sólo el desengaño. Aquí está nuestro pueblo, el terruño de nuestros abuelos, la finca de mi padre. Dos veces, hija, lloré en mi vida. Cuando me di cuenta de lo lejos que había quedado mi pueblo y cuando regresé a él" (8).
En su poema "Inmigrante", Cristina Pizarro evoca la misma desolación: "Yo era el que no tenía título,/ ni un doble apellido,/ el que deseaba vivir en un chalet de dos pisos/ con jardín/ y revestimientos de piedra Mar del Plata./ Era uno de esos/ originarios de tierras/ devastadas./ Ahora/ soy/ este aire ambiguo/ este daño/ que regresa/ y este adiós/ menoscabado" (9).
Se sienten engañados los inmigrantes que evoca José Pedroni en "La invasión gringa", incluido en Monsieur Jaquin: "¿Dónde se hallaba el oro,/ de todos alabado?/ El oro estaba en un pequeño árbol;/ el oro era un engaño:/sólo pequeñas flores/ de oro perfumado./ Aromitos floridos,/ orillas del Salado". En el mismo poema, una mujer escribe: "- Nos casamos./ La tierra es nuestra, ¡nuestra!/ Todo lo que tocamos/ va siendo nuestro:/ el buey, el horno, el rancho…/ Nuestros todos los árboles;/ nuestro un único árbol,/ tan grande, tan coposo,/ que da gusto mirarlo./ Es una nube verde/ asentada en el campo" (10).
En "La conquista de Buenos Aires", de Enrique Loncán, Cicerón vuelve a la vida en el siglo XX y emprende un viaje del que se arrepentirá amargamente. Estas palabras lo impulsaron a realizar la travesía: "más allá del Atlante existe una ciudad nueva, maravillosa, pletórica de esperanzas. Es la tierra prometida de los inmigrantes, la meta de los destinos fantásticos y las riquezas fabulosas. Se cuentan por millares los hijos del Lacio que en Buenos Aires hicieron fortuna… ¿Por qué no la harías tú también, Marco Tulio Cicerón, que llevas en tu sangre lo más puro de la raza latina y en tu mente todo el genio de la estirpe inmortal?" (11).
Notas
- 1 Méndez Muslera, Luciano: op. cit.
- 2 Fernández Moreno, Baldomero: La patria desconocida. Buenos Aires.
- 3 Ayala, Nora: Mis dos abuelas. 100 años de historias. Buenos Aires, Vinciguerra, 1997.
- 4 Chumbita, Hugo: Ultima frontera. Vairoleto: Vida y leyenda de un bandolero. Buenos Aires, Planeta, 1999.
- 5 Rivera, Andrés: Guido, en Para ellos, el Paraíso. Buenos Aires, Alfaguara, 2002.
- 6 Arlt, Roberto: Aguafuertes gallegas. Buenos Aires, Ameghino, 1997.
- 7 De la Púa, Carlos: "Los bueyes", en L. Lugones, B. Fernández Moreno, R. Molinari y otros: La poesía argentina. Buenos Aires, CEAL, 1979. Pág. 89. (Capítulo).
- 8 Benítez, Rubén: op. cit.
- 9 Pizarro, Cristina: La voz viene de lejos. Buenos Aires, Ayala Palacio, 1996.
- 10 Pedroni, José: Hacecillo de Elena. Santa Fe, Colmegna, 1987.
- 11 Loncán, Enrique: "La conquista de Buenos Aires", en Cuentos y esquicios.
Salida de los hidalgos segundones
"La salida de hidalgos segundones y gente acomodada cuando la emigración no era aún masiva, ha servido de apoyo a planteamientos como el que la emigración desde las provincias del norte de España excepto Galicia, no se debía a la falta de trabajo, ni a causa alguna física o económica, a diferencia de muchos levantinos que emigraban a causa de su miseria y que muchos emigrantes vascos, santanderinos y asturianos suelen llevar pequeños capitales y una formación cultural adecuada" (1).
No encontré testimonios al respecto; sí puedo destacar que mi abuelo paterno salió de Galicia con dinero suficiente como para instalar -junto a dos de sus hermanos- dos hoteles en Cuba, y mi abuelo materno tuvo, en la Argentina, un pequeño frigorífico en la localidad de Tandil, provincia de Buenos Aires. Como se ve, ellos dejaron su tierra llevando un capital.
Notas
1 Méndez Muslera, Luciano: op. cit.
Los "ganchos" o agentes de los armadores
"Uno de los motivos de la salida de los campesinos asturianos hacia la emigración –continúa Méndez Muslera-, era la propaganda "ilícita" de los agentes o armadores por sus anuncios y reclamos notoriamente falsos. Estos agentes de los armadores, se dedicaban a hacer publicidad de los próximos viajes y también a arreglar los papeles para la salida de los campesinos. Ya avanzado este siglo esta especie de Agencias de Viajes para Ultramar pasaron a estar sometidas al control de las Inspecciones de Emigración (…), recibiendo el nombre de "Oficinas de Información y Despacho de Pasajes para Emigrantes" condición que obligaba a llevar un "Libro de Registro", con los datos relativos al comprador de cada uno de los pasajes y un "Copiador de Cartas" con la correspondencia relativa al mismo asunto; ambos libros tenían que ser visados por la Inspección correspondiente" (1).
En El laúd y la guerra, Martina Gusberti evoca uno de esos engaños. Dice que Resistencia "fue fundada por un puñado de inmigrantes italianos que, remontando el Río Negro y traídos por empresas contratistas con el señuelo de poblar tierras fértiles y prósperas, hallaron en cambio terrenos ásperos, cubiertos por bosques salvajes plagados de mosquitos. Era el 2 de febrero de 1878, durante un verano abrasador. Se dice que los colonizadores estuvieron varios días en el barco sin querer aposentarse en esa tierra inhóspita. Luego, vencidos por la circunstancia, no tuvieron otra opción que desembarcar con sus familias" (2).
También fueron engañados los judíos que evoca Ricardo Feierstein en La logia del umbral, quienes, al llegar a Santa Fe advirtieron que no tenían herramientas ni dónde guarecerse (3).
A veces, los engaños no provenían de los armadores. En Fuegia, de Eduardo Belgrano Rawson, un sacerdote afirma: "Uno llega repleto de ilusiones. Como usted dice: con la Revista del Misionero en el bolsillo. Al final nos contentábamos con que juntaran las manos y repitieran Misericordia, Jesús, varias veces. Pero no era seguro que lo recordaran al día siguiente". Acerca de los anglicanos expresa: "Pobres diablos.
¿Cómo no van a sentirse desengañados? Ya sabemos cómo hacen para reclutarlos. ¿Acaso no les pintan todo esto como un paraíso repleto de aldeas? Me imagino las fantasías que traen. ¿Y qué encuentran a su llegada?".
La viuda del reverendo Dobson evoca los planes que hacían sobre la emigración, alentados por noticias tendenciosas: "Después de pasar una tarde en la Unión Misionera, volvían a casa con su marido por un sendero de gramilla perfumada. Llevaba seis meses de casada con Dobson. Hicieron un alto en el parque y abrieron un paquete de bollos. Charlaron del futuro viaje a Sudamérica. Dobson dibujó la misión sobre el papel de los bollos. Había un grupo de canaleses entonando sus himnos y un paquebote en el horizonte. Los canaleses figuraban como "naturales amistosos" en todas las publicaciones del Almirantazgo, de modo que agregó un nativo haciendo cabriolas. Su mujer le suplicó que dibujara una huerta. Dobson puso la huerta y metió algunas ovejas. Estuvo tentado de añadir el cementerio, pero desistió a último momento. Ella estudió bien el dibujo y concluyó que nada faltaba. Trató vanamente de hallarle algún parecido con su aldea de Sussex. Pero igual le propuso: "Pongámosle Abingdon". Pensó emocionada: "El Señor es mi pastor" " (4).
Gabriel Báñez evoca otra clase de engaños. La Zwi Migdal era una organización de trata de blancas que tenía en Ensenada el centro de sus operaciones. Casi todas las pupilas "venían de Varsovia, en- gañadas por un correo que les prometía casamiento y fortuna en la nueva tierra y con el cual refrendaban un contrato que avalaban los padres de las jóvenes. En cuanto pisaban puerto, debían enfrentarse sin em- bargo con la letra chica del contrato: la prostitución o el remate" (5).
Un personaje de Vázquez-Rial explica el procedimiento: en las aldeas judías de Polonia hay "mucha hambre. Más de la que se puede aguantar. Y lo más caro de todo, lo más inútil, son las hijas. Hay que librarse de ellas: casarlas o venderlas, que viene a ser lo mismo. (…) Yo nunca llegué a saber si esos viejos que vendían a las hijas creían o no en lo que hacían, pero lo hacían, y había que seguirles la corriente. (…) Eran jóvenes hermosas, criadas con miedo a Dios y obediencia absoluta al padre que las vendía. Ruth, digamos, por ponerle un nombre, respetuosa, humilde, delgada… La metían en un barco con un tipo como yo, la bajaban en Buenos Aires, la encerraban en un sitio inmundo, para que el quilombo, después, le pareciera el cielo, y a la semana o a los quince días la mandaban a la Boca: una pieza, o dos, o las que fueran, y el patio, con veinte, treinta hombres esperando a la luz de unas velas, cualquier hombre, los más horrorosos, carreros o cirujas…, cirujas también. Yo lo sabía, pero pensaba en la guita y tragaba saliva; y repetía la escena" (6).
En El infierno prometido, de Elsa Drucaroff, un personaje habla con el padre de una joven judía polaca. "Señor Hamer, yo soy un hombre práctico –dijo sonriendo-. Busco una buena judía trabajadora que pueda manejar mi casa y criar a mis hijos. Buenos Aires es una gran ciudad, con costumbres diferentes. No es fácil encontrar chicas bien preparadas para el matrimonio en una ciudad grande. Y en el caso de su hija, precisamente por lo que ella vivió, sé que va a valorar lo que voy a darle, y me lo va a retribuir como merezco. Porque va a ser muy difícil que encuentre a otro que pueda y esté dispuesto a dar lo que yo estoy ofreciendo" (7).
"El trabajo de estas mujeres duraba aproximadamente desde el crepúsculo hasta las cuatro de la mañana. Tenían obligación de estar alegres, mostrarse pulcras y agradables, pero la irrupción constante de clientes arrasaba con alegría y pulcritud en poco tiempo. Debían cuidarse de las brutalidades de éstos, y también de las intrigas de sus compañeras, de las iras de la madama y del cafisho. A pesar de estas condiciones, el folklore de los lupanares de aquellos años afirma que muchas pupilas lograron salir de ese ambiente con algún dinero ahorrado para emprender una nueva vida, y algunas de ellas regresaron a sus países de origen revestidas de honorabilidad, y con edad suficiente como para instalar un café o algún pequeño negocio" (8).
Se recuerda asimismo a "las "niñeras" que bajo la promesa de venir a trabajar a la casa de un rico pariente lejano y enseñarle modales europeos a sus hijos, terminaban pasando sus días y noches en los prostíbulos" (9).
Sergio Pujol se refiere a las inmigrantes engañadas que observa en el tango: "muchas de las mujeres del imaginario tanguero enfermaban al errar el camino y dejarse tentar por las luces del centro. Un imaginario de la muerte como castigo ejemplar dejaba entrever, a su vez, una gama de posiciones. Estaban las mujeres engañadas por el sistema (como las francesitas que llegaban a Buenos Aires mal informadas o las provincianas que rodaban "una noche en el Maipú"), pero también estaban las pecadoras por voluntad propia" (10).
Una mujer no se prostituía por ser engañada ni por propia voluntad. En Don Segundo Sombra, Ricardo Güiraldes escribe acerca de "la desvergüenza del gringo Culasso que había vendido por veinte pesos a su hija de doce años al viejo Salomovich, dueño del prostíbulo" (11).
Notas
- 1 Méndez Muslera, Luciano: op. cit.
- 2 Gusberti, Martina: op. cit.
- 3 Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.
- 4 Belgrano Rawson, Eduardo: Fuegia. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.
- 5 Báñez, Gabriel: op. cit
- 6 Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.
- 7 Drucaroff, Elsa: El infierno prometido Una prostituta de la Zwi Migdal. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 336 pp. (Narrativas históricas)
- 8 S/F: "En todo el país", en La vida clandestina 1900-1914, volumen que integra la colección Nuestro Siglo, Historia de la Argentina, dirigida por Félix Luna. Buenos Aires, Crónica, 1992.
- 9 S/F: "Editorial: Los gringos de hoy", en Infohuertas N° 6, Febrero de 2002. www.reddehuertas.com.ar.
- 10 Pujol Sergio: "Peligros de la vida disipada. La tragedia de las Esthercitas", en Clarín, Buenos Aires, 31 de agosto de 2002.
- 11 Güiraldes, Ricardo: Don Segundo Sombra. Buenos Aires, CEAL, 1979. 216 pp. (Capítulo).
Dramas personales
Pero también hubo otros motivos que llevaron a quienes emigraron a tomar una decisión tan difícil.
En su novela Mientras la luz se va (1), Noemí Cohen relata lo sucedido a "Setti, a quien Elena conoce en el interminable viaje hacia América y que se ha embarcado para restañar la herida de haber sido repudiada por su marido y haber perdido contacto con su única hija" (2).
Elizabeth, la protagonista de Almas desnudas, de Susana Biset, "vive en Gales, en la conflictiva época de 1865, cuando su pueblo es dominado por los rubios sajones. El día que cumple 14 años es violada por un extraño de paso. Forzada por ésa y otras circunstancias, decide emigrar con su padre hacia una nueva tierra: la Patagonia argentina" (3).
La protagonista del film Herencia, dirigido por Paula Hernández, "es una inmigrante italiana que llegó a la Argentina tras la Segunda Guerra Mundial. Aunque nunca pudo encontrar al hombre cuyos pasos seguía, decidió adoptar a Buenos Aires como su ciudad" (4).
Un amor imposible causa la emigración de un italiano: "El mismo día en que Enrico se hizo cargo de la sastrería, el único auto de la villa se detuvo enfrente. El chofer entró: "La hija del Patrón se va a casar con un doctor de Zóppola, como él ha dispuesto; y aquí te manda este dinero a cuenta del traje de novia que le vas a confeccionar". Enrico lo entregó y se embarcó. Para no ver jamás el mar viajó tierra adentro, hasta el centro de la Argentina; hasta su huerta, en medio de la manzana del medio del pueblo" (5).
En Milán, en 1947, dice uno de los personajes de La crisálida, de Nisa Forti Glori: "Nosotros no somos emigrantes. Llevamos capital y brindaremos trabajo. No nos empuja la necesidad. Simplemente estamos hartos de esta miserable lucha de partidos. De gente que te escupe sólo porque desciendes del automóvil bajo el porch de La Scala…" (6).
Un gallego, en Frontera sur, huye de la ira de su suegro: "Primero tuve que escapar yo. Pasé un mes en el monte. Me buscaron con perros, decididos a matarme". Vuelve a buscar a su novia, y se casan en Cádiz. En Barcelona muere la mujer, dejando a un hijo. "Desde el momento en que la enterré –dice el viudo-, me entregué a un único propósito: ganar dinero, porque con dinero se puede todo. Quería comprar mi vida y la tuya, mi libertad y la tuya, y regresar para vengarme, empezando por tu abuelo…" (7).
José, el asturiano que protagoniza la miniserie Vientos de agua (8), debe escapar de su pueblo porque, indignado por la muerte de su hermano en la mina, la hace volar, y es buscado. Con el dinero y los documentos del difunto, viaja convencido de que volverá.
Un personaje de Mestizo, una de las novelas de Feierstein, relata por qué emigraron sus padres: "Moishe Búrej realmente no quería venir a la Argentina, pero ¿qué iba a hacer? Se fueron los hijos mayores y después me fui yo, luego Carlos con mi hermana. ¿Quién quedaba? Nadie, salvo Jacobo, que vino con ellos, en 1936. Cuando viajaron ya había guerra civil en España, salieron justo, justo. En Polonia quedaron otros parientes, tíos y primos: nunca más supimos algo de ellos. La zona de Lemberg fue muy castigada durante la Segunda Guerra, los alemanes entraron allí. Me contaron después que han hecho un verdadero desastre de mi pueblo. Fue una masacre en el centro, la zona de la feria, donde vivían las familias judías. A los ucranianos no les hicieron nada, porque estaban con ellos. Pero de los nuestros no quedó ninguno vivo. Por suerte, nosotros nos fuimos antes. Dijimos "no va más acá, el futuro está muerto". Y nos fuimos" (9).
A la inmigración de los estadounidenses Hudson, padres del escritor, se refiere Alicia Viladoms: "Carolina Augusta Kimble se había casado con Daniel Hudson contra la voluntad de los padres de ambos (quizás fuera éste uno de los motivos de su emigración)" (10).
La justicia por mano propia es otro de los motivos para dejar el país. En De aquí hasta el alba, novela de Eugenio Juan Zappietro, el cirujano belga Hubert Leroy debe huir de Francia pues durante una operación dio muerte intencionalmente a un ministro asesino: "Cuando Francia descubrió el crimen, Hubert Leroy estaba ya en América" (11).
Por miedo a unos acreedores que harían justicia por propia mano, es que el abuelo de Jorge Fernández Díaz llega a la Argentina: "En dos o tres aldeas, y en un pequeño municipio, mi abuelo había cobrado por anticipado trabajos que nunca terminó. Unos damnificados de pocas pulgas le habían dado un ultimátum y después habían prometido coserlo a navajazos. Vendrían de un momento a otro, y a José no le quedaba más alternativa que levantar los petates y largarse bien lejos. Consuelo, su hermana menor, había cruzado el Atlántico y llevaba una existencia decorosa en una ciudad monumental llamada Buenos Aires" (12).
En 1892, Jimmy –"nacido James Radburne"- (13) llegó a la Patagonia, "huyendo de la pobreza y los prejuicios ingleses, y pasó toda una vida improvisando oficios para sobrevivir y métodos para huir de las policías argentina y chilena". Se dirigió a esa región pensándola "como garantía de anonimato para pasados difíciles" (14).
Por medio de una carta, Butch Cassidy comunica su paradero a sus amigos ilegales estadounidenses. Ese manuscrito "permitió certificar su estancia en la región décadas después de su muerte". Lo relata Francisco N. Juárez en el trabajo titulado "Una carta de Butch Cassidy" (15), en el que escribe "Aunque la carta de Cholila ahora carece de la última carilla con su rúbrica (firmaría Bob, como las demás, pero es su caligrafía) resulta una maravillosa síntesis de la nueva vida del bandido. Elegantemente alude a "un tío (que) murió y dejó 30.000 dólares a nuestra pequeña familia de tres miembros. Tomé mis 10.000 y partí para ver un poco más del mundo". En realidad, se refería al asalto de un banco de Winemuca en Nevada, el 10 de septiembre de 1900. Ahora estaba solo, es cierto, pero por pocos meses, de manera que mentía ese dato. Daba cuenta de su patrimonio ganadero: "300 cabezas de vacunos, 1500 ovinos, 28 caballos de silla", además de dos peones y la alusión al rancho como "una buena casa de cuatro habitaciones", galpones, establo y gallinero. Se quejaba de su soledad, la falta de una cocinera y su "estado de amarga soltería". Luego, agregaba otras quejas. Se hablaba español, "pero el país, en cambio, es excelente". Daba cuenta de la extensa y fértil región, la distancia con Buenos Aires y esperaba fortificar las ventas de ganado a Chile, "nuestro gran comprador de carne vacuna", porque de allá habían abierto un camino cordillerano (se refería al sendero de Cochamó, el que denunció Clemente Onelli como contrario al laudo arbitral que expediría la corona británica ese mismo año)".
En un cuento, Osvaldo Soriano afirma que el bandido tuvo descendencia en la Argentina. Cuando se jugó el Mundial de 1942, los argentinos "perdieron 6 a 1 con un pésimo arbitraje de William Brett Cassidy, que se decía hijo natural del cowboy Butch Cassidy que antes de morir acribillado en Bolivia vivió muchos años en las estancias de la Patagonia con el Sundance Kid y Edna, la amante de los dos" (16).
En "El cura y el cowboy" se recuerda a "El Norteamericano", que vivió en Santa Cruz: a principios del siglo XX: "Por la zona había un malvado y muy conocido bandolero… era "El Norteamericano", el cual hablaba inglés y un poco de castellano bastante mal, por cierto. Este era de esos que donde ponía el ojo ponía la bala y hasta la policía le tenía terror a enfrentársele. Era "yankee" en serio. Era común que cuando eran buscados por la justicia del país del norte y ya no había muchas chances por allá; se subían a algún barco en la zona de California para bajar en Punta Arenas… y seguir "ejerciendo" en la Patagonia. Tal era el caso de este auténtico cowboy" (17).
En Saladillo "terminó el rodaje de El ultimo mandado, largometraje de Fabio Junco (36) y Juli Midú (31), protagonizado por Ellen Wolf, ganadora del premio Trinidad Guevara, que otorga el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, como mejor actuación femenina de reparto, por su trabajo en La omisión de la familia Coleman, de Claudio Tocachir, y por el joven vecino saladillense Lucas Midú, hermano de uno de los cineastas. (…) "Soy judía y hago de nazi, ¿qué le parece?, confesó la veterana actriz (su apellido de soltera es Rottemberg) hace dos meses, al iniciar el rodaje de este largometraje de bajo presupuesto con locaciones en Saladillo y en Buenos Aires. (…) Según Junco y Midú, la película aborda una realidad argentina todavía inexplorada en la ficción: la de los pueblos del interior que sirvieron como refugio para numerosos personajes vinculados con el régimen nazi" (18).
Notas
- 1. Cohen, Noemí: Mientras la luz se va. Buenos Aires, Losada, 2005. 216 pp.
- 2. S/F: "Novela de Noemí Cohen en Losada", en Raíces, www.revista-raíces.com. Noviembre de 2005.
- 3. Biset, Susana: Almas desnudas. Buenos Aires, Ediciones del Boulevard, 2009.
- 4. Ormaechea, Luis: "Con ánimo de conciliar", en www.otrocampo.com.
- 5. Cassini, José Luis: "El mar en los ojos", en Rotary Club de Ramos Mejía. Comité de Cultura. 1994.
- 6. Forti Glori, Nisa: La crisálida. Buenos Aires, Corregidor, 1984.
- 7. Vázquez-Rial, Horacio: op. cit
- 8. Vientos de agua, coproducción del canal Telecinco de España, Pol-Ka y Cien bares. Dirigida por Juan José Campanella, Sebastián Pivotto, Paula Hernández y Bruno Stagnaro, con guiones de Aída Bortnik, Juan Pablo Domenech, Aurea Martínez y Campanella.
- 9. Feierstein, Ricardo: Mestizo. Buenos Aires, Planeta, 1994.
- 10. Viladoms, Alicia H. : "Estudio preliminar", en Hudson, Guillermo Enrique: Allá lejos y hace tiempo. Versión en lengua española, estudio preliminar y notas de Alicia Hebe Viladoms. Buenos Aires, Kapelusz Editora, 1994.
- 11. Zappietro, Eugenio Juan: De aquí hasta el alba. Barcelona, Planeta, 1971.
- 12. Fernández Díaz, Jorge: Mamá. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
- 13. Cella, Susana: El inglés.
- 14. Cristoff, María Sonia: "Inglés en fuga", en La Nación, Buenos Aires, 19 de noviembre de 2000.
- 15. Juárez, Francisco N.: "Una carta de Butch Cassidy", en La Nación, Buenos Aires, 25 de agosto de 2002.
- 16. Soriano, Osvaldo: "El hijo de Butch Cassidy", publicado originalmente en el diario Página/12, forma parte de Cuentos de los años felices, Editorial Sudamericana, 1993. Incluido en Letrópolis (www.letropolis.com.ar), Diciembre de 2006.
- 17. S/F: "El cura y el cowboy", en www.misionorg.com.ar.
- 18. Minghetti, Claudio D.: "Saladillo ya es un pueblo de película", en La Nación, Buenos Aires, 10 de septiembre de 2006. Motivos no faltaron. Tristeza sobró a estos hombres y mujeres que, un día, debieron dejar su tierra y embarcarse hacia un país desconocido, en el que se establecieron y del que, quizás, nunca pudieron regresar.
Bibliografía
Enciclopedias
- Varios autores: Enciclopedia Clarín. Buenos Aires, Visor E.A.S.A, 1999.
- …..Enciclopedia Visual de la Argentina. Buenos Aires, Clarín, 2002.
- …..Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
- …..Cien años de cine. La Nación Revista, Tomos I y II.
Diccionarios
- Gobello, José: Diccionario Lunfardo y otros términos antiguos y modernos usuales en Buenos Aires. Buenos Aires, A. Peña Lillo Editor S.R.L., 1975
- Petriella, Dionisio y Sosa Miatello, Sara: Diccionario Italoargentino. Buenos Aires, Asociación Dante Alighieri, 1976.
- Sosa de Newton, Lily: Diccionario Biográfico de Mujeres Argentinas. Buenos Aires, Plus Ultra, 1986.
- Weinstein, Ana y Toker, Eliahu: La letra ídish en tierra argentina. Bíobibliografía de sus autores literarios. Buenos Aires, Milá, 2004.
más obras citadas en http://inmyliteratura.galeon.com/
Agradecimientos
A Lucas Morea, Sebastián Álvarez, Lisandro Bagnato, Viviana Schaffer y el equipo de
edu.red
A Ricardo Feierstein
A Luis León
Al personal de la Bibliotecas del Museo del Inmigrante, del Congreso, del Teatro Cervantes, del Centro Gallego y de la Asociación Dante Alighieri, y de las bibliotecas municipales Manuel Gálvez, Leopoldo Lugones y Cornelio Saavedra
A todos los que me hicieron llegar sus experiencias, y me permitieron incluirlas en este trabajo.
A la familia De Vincenzo, por la imagen de la portada. A Silvia y Sergio, por su profesionalismo y cordialidad. A mi hijo, por su constante apoyo.
Colección INMIGRACIÓN Y LITERATURA
Títulos publicados
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- El viaje
Próximos títulos Primeros días Hacia el interior Actitudes
Idioma Religión Oficios
¿Qué comían? Costumbres Festejos Entretenimientos La nostalgia Volver
Autor:
María González Rouco
Nieta de gallegos y bisnieta de lombardos, María M. González Rouco nació en Buenos Aires, en 1960. Cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de dicha ciudad, de la que egresó con los títulos de Licenciada en Letras con Orientación en Letras Modernas (1984) y Profesora en Letras (1983). Colaboró en diarios, revistas y sitios de la Argentina y el exterior. Es autora de Volver a Galicia (2009) e Inmigración y literatura (2002), libros digitales publicados en el sitio www.edu.red, y de las series Visiones del inmigrante (2003), Inmigración a la Argentina: Personalidades (2003) e Inmigración a la Argentina: Colectividades (2003), publicadas en el mismo sitio. Entre otros premios, fue distinguida con el Diploma de Honor y Medalla de Oro en el Concurso Literario convocado por la Federación de Sociedades Españolas y la Asociación Patriótica y Cultural Española de Argentina (2010). Ejerce la docencia en un colegio porteño
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