- Anders, un preso observador y bien informado
- La visión de Anders sobre la URSS de Stalin
- Las doctrinas militares soviéticas
- Notas
- Bibliografía
El general polaco Wladyslav Anders, líder militar y político de "los polacos de Londres" durante la segunda guerra mundial, estuvo preso en manos de los servicios secretos soviéticos del NKVD entre octubre de 1939 y julio de 1941. Primero pasó varios meses encerrado, en condiciones inhumanas, en Lemberg, en la Polonia ocupada por los soviéticos, y luego pasó por varias prisiones secretas de la URSS, entre ellas la Lubianka, el centro de detención número uno del sistema penal soviético. Anders había estado siguiendo de cerca desde 1918 el desarrollo de la Unión Soviética y era lo que podría llamarse un "experto" o un analista bien informado sobre una URSS totalmente opaca y dominada por un aparato de información y propaganda que trataba de ocultar todos los errores de su estado y presentar todos sus fracasos como ataques de "agentes anticomunistas y contrarrevolucionarios". Después de la ocupación soviética de Polonia en 1944 y la instauración de un régimen satélite de la URSS en los años siguientes, Anders decidió no volver a Polonia y quedarse en el Reino Unido, a cuya causa había servido al frente de miles de polacos desde 1939. Sus memorias, descalificadas por muchos historiadores durante décadas, resultan muy reveladoras por lo acertado de sus intuiciones y análisis, en torno a múltiples secretos soviéticos, no desvelados hasta después de la caída de la URSS en la década de 1990.
Anders, un preso observador y bien informado
«Entré en mi celda, sin ventanas, iluminada tal vez demasiado. Contenía una cama con un jergón de paja y una mesilla atornillada al suelo; apenas había espacio para moverse, de modo que era forzoso permanecer sentado. Me entregaron un trozo de pan y un vaso de té con dos terrones de azúcar, y luego me llevaron a un baño. Un barbero me cortó el pelo y la barba con maquinilla; me di una ducha: ¡qué delicia! Al fin, después de muchos meses detenido en Lemberg y otros centros entre Polonia y Rusia, podía lavarme y, lo que era mejor, lavarme las heridas. Ya bañado aplicaron a mis congelaciones una especie de grasa. Al volver a la celda me dieron una sopa muy clara, pero caliente por lo menos; hasta hubo un segundo plato: dos cucharadas de cebada perlada. Mis sensaciones entonces, y el hecho de recordar el episodio al cabo de tanto tiempo, sólo puede comprenderlos quien haya estado muriéndose de hambre durante varios meses. Nuevamente hube de llenar formularios; luego me condujeron por innumerables corredores, y de vez en cuando me encerraban en compartimentos especiales que había dispuestos a lo largo de ellos; todo se hacía obedeciendo a exclamaciones convenidas de los guardias que me llevaban, y que me hacían recordar el graznido entrecortado y traqueteante de las cigüeñas; por lo visto, se trataba de evitar que los presos viesen a otros presos, para lograr su incomunicación total y efectiva. Tras pasar varios registros fui conducido a una celda con el número 34, primero subiendo en un ascensor, y luego por varios tramos de escalera. Eran las tres de la madrugada; la celda era pequeña, con cuatro camas, tres de ellas ya ocupadas; la cuarta era para mí: estaba limpia. En la mesa había agua en una tetera, y percibí un suave aroma como a cebollas. Mis compañeros de celda se despertaron, y en susurros me preguntaron mi nombre y dónde me habían detenido.» [1]
«Querían noticias del mundo exterior; me informaron de que estaba en la famosa cárcel de la Lubianka, situada en el centro de Moscú; antes de 1914 había sido un hotel. Parcialmente destruido el edificio en 1918, fue reedificado como cárcel y comisaría central de la Cheká, la policía política, servicio de inteligencia interior y servicio de espionaje exterior de los bolcheviques. Creo que fue utilizada como centro de detención desde noviembre mismo de 1917. Al viejo edificio del hotel de preguerra le añadieron un bloque donde, cuando yo entré allí en 1940, estaba la sede del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos —en ruso, Narodniy Kommissariat Vnútrennich Diel—, ampliamente conocido por sus temibles siglas como "el NKVD". Hasta 1921, sus funciones habían sido desempeñadas por la llamada Cheká —Cherzhvizhinaia Kommissia, o Comisión Extraordinaria ("para la Lucha contra la Contrarrevolución y el Sabotaje"), liderada por el terriblemente famoso Félix Dzherzhinsky, comunista nacido en Polonia. En 1921, y como parte de una operación cosmética para mejorar la imagen del régimen bolchevique ante el mundo, se cambió el nombre de Cheká por otro más burocrático y aparentemente menos terrorífico: Administración Política del Estado, en ruso, Gosudartsviénnoie Polititchéskoe Uprávlenie, con las siglas GPU. Nadie que conociera de cerca tan mortífero organismo podía dudar de que seguía siendo el puño armado de los bolcheviques fuera de los campos de batalla: sus miembros seguían empeñados en misiones de inteligencia y asesinato, llevados a escala de masacre, bajo la dirección de sanguinarios Chekistas como el letón Latsis, "liquidando" a centenares de miles de rusos, ucranianos, polacos, azeríes, turcos y centroasiáticos, por su simple condición socioeconómica, sin importar su adscripción ideológica o política. Cuando a partir de 1922 terminó la presencia extranjera en suelo soviético y con ella la Guerra Civil Rusa, la GPU extendió oficialmente su poder a todos los territorios del antiguo Imperio Ruso, conquistados por los bolcheviques —a excepción de Polonia, Finlandia y los Países Bálticos, declarados naciones independientes— y añadió una letra a sus siglas, que quedaron como "OGPU". Así siguieron hasta la muerte de Lenin en 1924; los cambios que introdujo Stalin cuando asumió todo el poder en la URSS entre 1927 y 1929 llegaron también a las siglas de la OGPU, que fue reorganizada como un Comisariado del Pueblo o ministerio de gobierno independiente, el de Asuntos Internos, y así se llegó a la denominación de "NKVD".»
«Dentro del NKVD hubo siempre un Departamento Especial, que en diversos períodos estuvo orgánicamente al margen del control del Comisario del Pueblo para Asuntos Internos y sometido directamente a Stalin y a unos pocos miembros del PCUS, y que ha recibido diversas denominaciones, tales como Noveno Departamento o Departamento Extraordinario, y que en 1940 tenía a su vez el rango de Comisariado del Pueblo o ministerio de gobierno: el "NKGB", en ruso, Narodnii Kommissariat Gosudartsviennoi Besopastnosti, es decir, Comisariado del Pueblo para la Seguridad del Estado. El "NKGB" realizaba la vigilancia sobre los cargos del estado, el PCUS y las fuerzas armadas, además de asumir la inteligencia exterior y el espionaje, apoyado por el "Komintern", la federación mundial de todos los partidos comunistas nacionales; en 1940 había llevado a cabo terribles purgas que habían acabado con importantes sectores del estado soviético, el PCUS y las fuerzas armadas soviéticas, convirtiendo el poder personal de Stalin en una realidad incontestable y terrorífica, incluso para sus propios compañeros de partido y de militancia. Cuando yo entré detenido en la Lubianka, el "NKGB" era lo más prominente en la Rusia soviética, con jurisdicción absoluta sobre la vida y la muerte de todo el mundo en la Rusia soviética, fuera quien fuere. A veces, también intervenía en el destino de muchas personas fuera de los confines soviéticos, por sus atribuciones en material de inteligencia exterior y espionaje.» [2]
«Al frente del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos, cuando entré por primera vez a las celdas de la Lubianka, estaba Lavrenti Beria, georgiano como Stalin, sutil y sádico; el comandante en jefe de la policía soviética de orden público, subordinado a Beria, era Merkulov. Stalin, Beria y Molotov eran en aquel momento y en la práctica los números uno, dos y tres del estado soviético. Como dije antes, Beria había tenido varios predecesores en su trascedental cargo: el primero, desde noviembre de 1917, había sido Félix Dzherzhinsky, a quien ya he mencionado antes; nacido en Polonia, en 1920 fue provisionalmente designado —durante la Guerra Ruso-Polaca— como jefe de gobierno de la Polonia soviética, y como sus colaboradores directos, Félix Kohn y Marchlewsky; los tres estuvieron en la Batalla de Varsovia, listos para detener a todos los dirigentes políticos y sociales polacos en cuanto los Guardias Rojos entrasen en la ciudad, pero no pudieron comenzar su caza al ser derrotado el Ejército de Caballería de Tukhachevsky. Entre las misiones señaladas a Dzherzhinsky y sus colaboradores figuró durante bastante tiempo la de aprovechar la ocupación soviética de Polonia para infiltrar agentes comunistas en Alemania y colaborar con las revueltas armadas del USPD [3] y el incipiente KPD [4], para así extender la revolución a Alemania y a nuevos países limítrofes, en el contexto de la "revolución permanente" propugnada por Trotsky y los llamados "internacionalistas" del POSR Bolchevique ruso. En 1920, con Lenin aún al frente del gobierno bolchevique y Trotsky como Comisario del Pueblo para la Guerra, y comandante en jefe supremo del Ejército Rojo, que él mismo en persona había contribuido a crear y consolidar, el programa de la revolución obrerista inmediata después de la primera guerra mundial en Europa predominaba en la dirigencia de partidos y sindicatos de extrema izquierda. Gracias a la resistencia de los ejércitos polacos, comandados por el general Josef Pilsudsky, y al espíritu patriótico de la nación polaca, dirigida por el entonces presidente del gobierno Wincenty Witos, las tropas soviéticas fueron derrotadas en las cercanías de Varsovia, y tuvieron que retirarse hacia el este, abandonando su designio de extender la revolución a Europa central —que parecía a todas luces al alcance de su mano-, y que abría al comunismo internacional fabulosas expectativas de implantación en todo el continente. Fieles los bolcheviques a su propia desesperación política y a su oportunismo estratégico, el Tratado de Riga de 1921, que puso fin a la guerra con Polonia, fue publicitado por los órganos de propaganda comunistas, rusos y de otros países, como una victoria de los soviéticos, cuando en realidad daba al traste con sus proyectos de extender la revolución comunista a toda Europa.» [5]
«Según queda dicho, ya había tres hombres en mi celda, todos ellos antiguos miembros del PCUS. El más interesante de los tres para mí era Dunajewsky, ruso de origen judío. Había pertenecido a la Cruz Roja Rusa, y había estado en Persia como representante sanitario durante la primera guerra mundial; su último cargo había sido el de Comisario Delegado del Pueblo para la Industria Ligera. Era difícil hacerse una idea de los posibles motivos de su detención; hablaba sobre su caso sólo con grandes reservas y mucha cautela. En la prisión le trataban con extraños privilegios; durante mi estancia en la celda nº 34, fue el único interno de la misma, y probablemente uno de los pocos en toda la prisión, al que le permitieron recibir paquetes con comida del exterior. Podía darse el lujo de ir bien vestido, a veces de traje de chaqueta azul, y siempre con camisa y pantalones bastante decentes; le enviaban dinero desde el exterior casi todos los meses, del cual le permitían gastar un máximo de 75 rublos mensuales en la cantina de la cárcel. Permaneció allí encerrado tres años en total; pasaba muchas horas todos los días escribiendo documentos para presentarlos en su descargo a los jueces que lo juzgaban; su único deseo era que la sentencia final sobre su caso se aplazara todo lo posible. Tenía auténtico terror ante la idea de que pudieran enviarlo a un campo de concentración del Gulag, la Dirección Estatal de Campos Correccionales de Trabajo; decía que debido a su mala salud no se veía capaz de sobrevivir más allá de unos pocos meses en las terribles condiciones de vida de los campos.»
«Había otro, entre los cuatro presos de la celda nº 34, que era georgiano, ingeniero de profesión; no recuerdo bien su nombre, aunque me suena que era algo así como "Kavanadze", o algo parecido. Lo habían detenido en Bakú en julio de 1939; de allí lo habían llevado a Moscú tal como iba vestido en el momento de su detención, con una camisa fresca, unos pantalones finos de tela blanca y unas alpargatas de cáñamo; el pobre sufría mucho con el frío de Moscú; la cárcel tenía calefacción, pero no quitaba el frío ni mucho menos; simplemente evitaba que los reclusos murieran de hipotermia, pero poco más. Decía que no sabía por qué lo habían detenido y, al advertir que yo me sorprendía cuando me lo decía, se retorcía de risa: le parecía que yo era un polaco muy ignorante de lo que era vivir como los soviéticos. Más tarde me enteraría de que, por aquella época, casi el 90% de la gente que caía detenida en Rusia en manos de la policía ignoraba los motivos por los que la acusaban; asumía simplemente que alguien que la quería mal la había delatado a las autoridades del NKVD, acusándola de algo difícil de demostrar, pero imposible de refutar; algo que el NKVD no se molestaba en comprobar, ya que tenía métodos más sencillos y expeditivos que detenerse a reunir pruebas y abrir una investigación basada en evidencias.» [6]
«Tanto el ingeniero georgiano como Dunajewsky me recomendaron circunspección respecto al cuarto preso de la celda, el comandante Moldzhanov, del NKVD. A efectos prácticos se comportaba como un patán, que cada día daba una explicación diferente en torno a las causas de su detención; sumamente obtuso, sin la menor sombra de educación o cortesía, sólo trataba de captar todas y cada una de las palabras de los demás presos. Enseguida pensé que podría tratarse de un falso preso, de un simple agente del NKVD introducido en la celda para captar las palabras de los otros tres internos. Estuve tanto tiempo con estos tres compañeros de prisión, que los recuerdos sobre ellos han persistido en mi memoria de manera detallada, tras los largos meses de aislamiento y abandono en la prisión de Lemberg. De todo lo que recuerdo, lo que más me chocó fue que una vez el ingeniero georgiano me preguntó con total confianza si creía que los alemanes vencerían a los aliados, y que si ello iba a ocurrir pronto. Mi opinión sobre que la guerra iba para largo, y que al final los Estados Unidos intervendrían, causando la derrota final de Alemania, le impresionó a ojos vista. Replicó que sólo Alemania era capaz de vencer a los Soviets; y que esa remota posibilidad era nuestra única esperanza de que saliéramos con vida de las garras del NKVD. Gran Bretaña y Francia, si vencían a Alemania, no tendrían el interés necesario de hacer nada por los pueblos vergonzosamente subyugados y aterrorizados por los Soviets —aludía, supongo, a los polacos y los georgianos—.» [7]
«La cárcel de la Lubianka tenía sus ordenanzas especiales, rigurosamente observadas por los guardias y los celadores, e impuestas a golpes a los presos. Estaba prohibido hablar, de no ser en voz baja. A los lavabos se iba a determinadas horas, y también eran fijas las de rancho y las de los demás servicios. Cada pocos segundos un guardia echaba un vistazo dentro de cada celda por un pequeño "judas" (mirilla practicada en la puerta). Todos los días, los presos tenían que limpiar las celdas y dejar brillante el piso; no había suciedad ni miseria a la vista; como he dicho antes, la cárcel tenía una modesta calefacción en invierno que hacía el frío soportable. Cada diez o doce días un barbero le cortaba la barba y el pelo a los presos con maquinilla; a decir verdad, lo único que hacía era arrancarles los pocos y cortos pelos que les quedaban tras el primer rapado al ingresar en la cárcel. Con frecuencia análoga nos repartían algunos libros, y nos llevaban por turnos a que nos bañáramos en una "banja" (baño colectivo, especie de sauna) propia de la cárcel, dándonos luego camisa, calzoncillos y sábana, todo limpio; en general, las prendas y las sábanas eran pequeñas y casi todas llevaban algún desgarro, pero estaban limpias. La cárcel de la Lubianka era la principal entre todas las de Rusia, que por lo general estaban atestadas de un modo indescriptible, espantosamente sucias e infestadas de parásitos. La Lubianka estaba reservada a personas que resultaban de especial interés para la oficina central del NKVD.»
«De entrada aprendí tres cosas de mis compañeros: que no me asustara si el juez instructor decía saberlo todo sobre mi caso y tener todas las pruebas que evidenciaban mi culpabilidad, pues generalmente no era cierto; que no creyera nunca nada de lo que se me decía, pues en la Rusia soviética nadie podía decir la verdad impunemente, y la gente estaba acostumbrada a mentir con algún propósito o interés personal, aunque fuera sólo el protegerse de posibles falsas delaciones; y que no albergara falsas esperanzas, pues no se sabía de nadie a quien hubiesen tratado con justicia en el NKVD, ni mucho menos que lo hubiesen liberado después de haberse tomado el interés de llevarlo hasta la Lubianka. Todo el mundo acababa siendo obligado a reconocer como ciertos cuantos cargos constaran en su acusación; de no hacerlo voluntariamente, se le obligaría a confesar por medio de tortura. Había que tener cuidado con cada palabra que se dijera, pues todos los presos tenían la obligación de informar a los guardias de cuanto oyeran.» [8]
«Al cabo de varios días me llamaron para interrogarme, de noche, según era su costumbre. El interrogatorio tuvo un carácter casi exclusivamente generalista, y se me trató en su transcurso no sin cierta cortesía. Sólo las últimas preguntas, insistentes y cada vez más perentorias, tendían a sonsacarme sobre diversas personalidades de relieve en Polonia, sus opiniones y su paradero. Aunque los hombres del NKVD pretendían estar "enterados de todo", insistían en que yo confesase en qué había había consistido la organización clandestina a la que según ellos yo había pertenecido en Lemberg en 1939, y qué información había transmitido yo a la inteligencia militar francesa mientras estuve en ella; quién me había visitado en el hospital en Lemberg, y sobre qué había hablado con esas personas. Los interrogatorios y las preguntas en torno a estos supuestos temas duraron mucho, hasta noches enteras, e incluso noches y días seguidos. Generalmente me interrogaba el juez instructor, un coronel del NKVD llamado Kondratik. Al negar yo todo, y alegar que era un soldado herido gravemente en acción de guerra, con varias heridas a cuestas, se me amenazaba, recordándome que estaba en manos del NKVD; que éste tenía siempre la razón; y que ningún acusado había dejado de confesarlo "todo" en el curso de sus interrogatorios. Mis interrogadores hacían chistes sobre la situación de Polonia, del estilo: "¿Cree usted que le irán a levantar un monumento en Varsovia por lo que ha hecho?", al tiempo que señalaban un cartel fijo a la pared en el que se leía que "el NKVD tiene siempre la razón". El principio fundamental de aquel Comisariado era algo así como que "vale más fusilar a cien inocentes que dejar libre a un solo culpable". Me amenazaban con enviarme a la cárcel de Sudzhanowska o a la de Lefortov: para mí eran amenazas vacías de significado; no entendía por qué pretendían asustarme con esa posibilidad; sólo más tarde supe que en esas prisiones se torturaba a los presos hasta que confesaban o morían. Muchos polacos fueron llevados a esas cárceles, sometidos a brutales tormentos, y muchos murieron a causa de ellos.» [9]
«Como lance divertido recuerdo un incidente en el curso de un interrogatorio interminable. Sonó el teléfono y escuché la conversación del jefe de mis interrogadores: "¿De qué estás hablando? ¿"Ljarous"? espera un minuto"; tapando el micrófono con la mano, el coronel Kondratik se volvió hacia mí para preguntarme si había oído alguna vez ese nombre: "Ljarous". Le contesté que no. "Pero yo sé que el tal Ljarous era conocido suyo; todos los sabemos." Me acordé de "Larousse", el editor del famoso diccionario enciclopédico francés; con recelo, Kondratik me preguntó si había existido jamás alguien que se llamara así, y se lo confirmé, haciendo referencia a "Larousse" y su obra enciclopédica. Kondratik se volvió al punto al que hablaba por teléfono, chillando por el micro: "¿Pero cómo eres tan retrasado que no sabes que "Ljarous" ha escrito una enciclopedia? ¿Acaso no sabes lo que es una enciclopedia? ¡Pues deberías saberlo! ¡Ahora no tengo tiempo para hablar con un inculto como tú!" Fue de chiste. Lo que más me desconcertaba era la insólita franqueza con la que los hombres del NKVD se expresaban, hablando conmigo de cuestiones rigurosamente secretas, al menos en teoría y fuera del NKVD. Por lo visto las autoridades soviéticas estaban tan confiadas en el terror que inspiraban a sus detenidos que no admitían siquiera la posibilidad de algún día pudieran contar a terceros las conversaciones que se mantenían en su presencia. En una ocasión, Kondratik me dijo: "No crea usted que somos verdaderos amigos de Alemania; sólo es que detestamos, más que a los alemanes, a los británicos; pero en cuanto los alemanes queden debilitados, después de tener que derrotar a Francia y a Gran Bretaña, los atacaremos, los venceremos y ocuparemos toda Europa." Tampoco se privaban de mostrarme mi expediente; era repulsivo encontrar en él no sólo hasta los detalles más ínfimos de vida pública, sino también muchos detalles de carácter privado. Por ejemplo, pude ver varias fotografías mías, de las que no conocía su existencia, tomadas en las Olimpiadas de Ámsterdam de 1932, y en la Exposición Ecuestre Internacional de Niza de 1934. Al manifestar mi asombro, me dijeron: "Poseemos expedientes tan detallados como éste de todos los personajes de relevancia política y militar de todos los países del mundo. La Unión Soviética tiene brazos muy largos…" » [10]
«Unas dos semanas después de aquella conversación me sacaron, a mí y a otro preso de la celda nº 34, con una frase ya muy conocida: "¡Preparaos para ser interrogados!" Estaba seguro de que me iban a llevar a la cárcel de Lefortov para "ablandarme" y hacer que confesara lo que ellos querían. Al cabo de varios registros me trasladaron en una "María negra" [11] a la cárcel de Butyrki, donde me tuvieron hasta septiembre de 1940, en una celda individual, sin ser llamado a declarar, y sometido continuamente a malos tratos rigurosos, con una luz sumamente intensa constantemente enfocada sobre mis ojos, que en consecuencia supuraron y se inflamaron hasta el punto de que temí perder la vista. En septiembre de 1940 fui trasladado de nuevo a la cárcel de la Lubianka; era a primeros de mes.»
«Trabé conocimiento con los siete presos con los que compartía celda; al principio se mostraron superficiales y recelosos; luevo vino la bomba: supe que Francia se había rendido a los alemanes el mes de junio anterior, y que la caída de Gran Bretaña parecía inminente. El golpe moral que esto produjo en mí fue abrumador, y después de captar la noticia y asumir la situación tuve que permanecer sentado un rato para poder recuperarme. ¿Cómo podía haber ocurrido? Francia no había sido atacada por sorpresa, y contaba con millones de soldados, ademas de las inexpugnables fortalezas de la Línea Maginot. Había tropas británicas en el continente. ¿Iba a ser inútil el sacrificio de toda Polonia, por dar a los aliados un momento de respiro? ¿Era posible que Alemania fuera irresistible hasta tal punto? Medité sobre aquello largamente, y saqué la conclusión de que algo extraordinario o totalmente imprevisto tenía que haber sucedido. Recordaba el heroísmo con el que millones de franceses habían combatido en la primera guerra mundial, tanto en Verdún, en 1916, como en otras partes. Yo mismo había estado en la Escuela Superior de Guerra francesa, y sabía lo bien preparados que estaban los militares franceses con cargos de responsabilidad. Por fuerza debía de haber ocurrido algo inesperado. Aun cuando Alemania fuese en realidad tan poderosa que hubiese derrotado a Francia en tan poco tiempo, no podía admitir que terminase de cualquier modo con Gran Bretaña, a la que seguramente ayudarían los Estados Unidos. Incluso la ocupación de las Islas Británicas no significaría necesariamente el fin de los británicos. El Imperio Británico disponía de una potente flota y de territorios dispersos por medio mundo. En Lemberg me había enterado del hundimiento del acorazado alemán de bolsillo Graf Spee.»
«¿Y Norteamérica, con sus inagotables recursos en materias primas, industrias y fuerza laboral? Por otra parte, había que contar con la preparación de una ofensiva por parte de la Alemania nazi contra la Unión Soviética, antes o después. Parecía natural que los alemanes, después de ocupar Europa central y occidental, aprovecharan la ocasión, mientras los aliados se pertrechaban para ulteriores campañas, para librarse de la amiga y aliada en quien no podían confiar: por pura oposición ideológica e identitaria, debían atacarla. Era significativo que varias veces, en los interrogatorios del NKVD, sus funcionarios se jactasen ante mí de que la Unión Soviética estaba aguardando el momento en que las potencias occidentales se hubieran desangrado para intervenir en Europa y establecer el orden comunista en todo el Viejo Mundo, y luego en el Nuevo. Con mucha frecuencia había oído a los del NKVD, y a los comunistas que estaban presos conmigo, esa idea repetida con insistencia: "Si nos dejasen siquiera terminar en paz nuestro Plan Quinquenal, nada ni nadie nos podría hacer frente. ¡Llevaríamos la revolución al mundo entero!, hasta su triunfo final y definitivo." Seguramente, los alemanes estaban bien al tanto de la situación y las intenciones de los soviéticos.» [12]
«Estas reflexiones giraban en torbellino dentro de mi cabeza; durante algunos días estuve analizando tenazmente lo sucedido y finalmente llegué a la firme conclusión de que eran ciertas mis hipótesis: la guerra entre la Alemania nazi y los Soviets no tardaría en estallar. Cuando logré convencerme a mí mismo de que estaba en lo cierto, recobré el ánimo y la serenidad. Mis compañeros de celda cambiaban de continuo; los días pasaban lentamente; meses enteros pasaron sin que me llamaran para interrogarme ¿Era aquello un signo de esperanza o de peligro? Mis experimentados compañeros de celda daban siempre la misma explicación: "Nadie tiene prisa aquí; las autoridades soviéticas tienen tiempo para todo: todo el tiempo del mundo." Me confundía el hecho de que tres de cada cuatro presos fueran miembros del PCUS. Se mostraban poco expresivos en cuanto a las razones de su detención, y sólo cuando estaban particularmente abatidos, cuando después de un interrogatorio nocturno volvían a la celda ensangrentados y contusos, eran francos: en esos casos se pasaban diez o quince minutos lanzando juramentos, maldiciendo a todo el mundo y lamentándose de su situación, diciendo cosas mucho más reveladoras sobre sus verdaderas opiniones que cuando estaban en mejor situación.»
«Por lo regular, y a pesar de su peligrosa situación en manos del NKVD, solían hablar del régimen soviético en términos entusiastas, y juraban que todos los comunistas soviéticos eran muy leales al partido y al estado. Casi todos los presos de etnia judía, de los que había muchos, habían sido detenidos por supuesta "simpatía por el trotskismo". El contenido y el significado del término "trotskismo" constituían entonces —como lo sería después— uno de los "misterios" reveladores de las características más esenciales de la evolución de la doctrina bolchevique; lo mismo podría decirse de otros misteriosos pasaportes a la cárcel en la URSS, como los de los "kulaks" y los "enemigos del pueblo"; nadie había visto a tales individuos ni podía decir qué podían pensar o hacer; en cuanto a alguien se le acusaba de "kulak" o de "enemigo del pueblo", podía darse por muerto, o casi. En cualquier caso, desaparecía al poco tiempo por obra del NKVD.» [13]
La visión de Anders sobre la URSS de Stalin
«Muerto Lenin, un poder ilimitado acabó por recaer en Stalin. Cómo este oscuro georgiano, cuyo verdadero nombre es Iósiv Dzhugaschwilli, pudo conseguir tal concentración de poder en su sola persona, aún es objeto de discusión entre los historiadores y los analistas políticos, especialmente los "sovietólogos" en los Estados Unidos. Sin duda dio pruebas de poseer una inteligencia y una astucia política sobresalientes, junto con un carácter férreamente voluntarioso, e insensible ante la desgracia ajena. Trotsky, que en realidad se llamaba Lev Bronstein y era de origen judío, siempre estuvo en pugna con Stalin y pagó con su vida por ello; fue brutalmente asesinado por comunistas españoles leales a Stalin en 1940. Por lo que yo recordaba por aquel entonces, y por lo que había podido leer en la prensa soviética, que leía con gran atención antes de 1939, así como por mis conversaciones en la cárcel con los presos que parecían más enterados de la actualidad política, pude formarme una idea aproximada de las amplias transformaciones operadas en la URSS desde sus orígenes. No es de extrañar que yo me interesara tanto por las noticias soviéticas, pues ni yo ni mucha de nuestra gente podíamos olvidar fácilmente el terror que nos produjo ver al Ejército de Caballería de Tukhachevsky a las puertas de Varsovia en 1920. Los bolcheviques estaban tan ufanos por entonces que intentaban siquiera ocultar que sus últimos objetivos políticos no se limitaban en modo alguno a Polonia; Lenin dijo, de hecho, aquel año: "Atacando a Polonia atacamos también a la Entente; y destruyendo el ejército polaco destruimos el Tratado de Paz de Versalles, en el que descansa toda la estructura del orden internacional actual." »
«Y para nosotros, soldados de profesión, la doctrina política de la Rusia soviética no era simplemente un asunto político. Con la enseñanza de este carácter estaba íntimamente conectada la de índole militar. Jamás en la Historia del mundo han desplegado los dirigentes de ningún movimiento político tanto interés por los problemas de estrategia y táctica como los marxistas y sobre todo los comunistas. Lenin, fundándose en las manifestaciones del clásico prusiano Von Clausewitz, comentaba extensamente que el partido comunista no debía ver la guerra como otra cosa que una forma de política, pues toda guerra que sirve a los propósitos de la revolución obrera debe considerarse justa y recibir la aprobación de todos los comunistas del mundo. Es fácil adivinar cómo esta doctrina político-militar casaba bien con las ambiciones de los jóvenes aspirantes a oficial del nuevo Ejército Rojo, cada uno de los cuales ?bromeábamos en Polonia— "llevaba un bastón de mariscal en su mochila". Stalin, el sucesor de Lenin, había estado tanto tiempo en los ambientes sumergidos de las sociedades secretas de revolucionarios antes de 1917 que más tarde se expresaba con demasiada claridad acerca de sus miras políticas, sus ambiciones y hasta sus sueños de dominación mundial. En calidad de Comisario del Pueblo para las Nacionalidades, y luego como Comisario del Pueblo para la Inspección de los Obreros y Campesinos, declaró francamente en más de una ocasión que no confiaba en la democracia ni en la llamada "voluntad del pueblo", sino que deseaba desencadenar la revolución por todo el mundo, en todos los países, así como por todo el vasto territorio del antiguo Imperio Ruso. Una conclusión palpable puede deducirse de sus escritos —aunque en comparación con Lenin fue más bien reacio a confiar sus ideas al papel—: sin estar completamente seguro de la fuerza de que dispusiera como respaldo, no se arriesgaría a ninguna agresión exterior; eso sí, tan pronto se pudiese observar a sí mismo como el más fuerte, descargaría el golpe hasta donde alcanzase.»
«Hombres de las más diversas opiniones sobre todos los problemas esenciales de la sociedad, en ocasiones enemigos enfrentados, fueron llevados juntos al banquillo por la policía política de Stalin en la década de 1930. La lucha contra la oposición a Stalin en el seno del PCUS fue asociada por el dictador a la lucha contra la oposición al estado; revolucionarios terroristas, con una larga hoja de servicios a la causa bolchevique desde 1912 y aun antes, fueron acusados de ser meros criminales y bandidos, poco más que delincuentes comunes, gangsters; hombres de convicciones sinceras, que habían trabajado mucho en pro del hundimiento del régimen zarista, fueron tildados de "vulgares ladrones" y "felones", según la terminología propagandística de la época. Al mismo tiempo se presentaron cargos contra todos los responsables de los desastrosos experimentos económicos, sociales, políticos y culturales que se habían aprobado y puesto en ejecución por imposición de los órganos del PCUS, con Stalin a la cabeza. Todos los fracasos, todos los errores revelados al llevar a cabo tales medidas, se imputaron a maquinaciones y manejos de aquellos "saboteadores" y "agentes fascistas", cuyo único delito había sido cometer errores de manera consecuente y con la aprobación de sus superiores. Stalin y sus instrumentos en esta matanza, primero Yagoda y Vyshinsky, y luevo Yezhov y Vyshinsky, no se inmutaron lo más mínimo por las más desconcertantes e ilógicas deducciones extraídas de aquellos procesos; "al parecer", más de la mitad del Comité Central del PCUS, de los miembros del "Politburó", y de la mayoría de los Comisarios del Pueblo (ministros del gobierno soviético), casi todos los jefes superiores del Ejército Rojo, casi todos los miembros destacados de la OGPU y el NKVD (los órganos de la seguridad del estado) habían estado conduciéndose durante largo tiempo como criminales, espías y saboteadores, culpables de los delitos más odiosos. ¿Qué valor podía atribuirse en el aspecto moral a una revolución iniciada por tales hombres? ¿Qué valor cabía dar a las políticas impuestas por ellos a millones de seres, y que habían tratado de imponer por la fuerza al resto de la raza humana?»
«Hombres estrechamente ligados a Lenin, como Zinóviev, Kámenev, Yevdokimov y Mratchkovsky fueron acusados en el "Primer Proceso de los Dieciséis". En el "Segundo Proceso de los Diecisiete", los inculpados fueron revolucionarios no menos prominentes, como Piatakov (quien no hacía mucho, en 1922, había juzgado a los Eseristas enviándolos por miles a morir, en horribles condiciones, en los campos de concentración del "Gulag", situados en Siberia y las costas del Ártico), Karl Rádek, Sokolnikov y Serebriakov. En el último gran proceso de aquella serie, el "Proceso de los Veintiuno", entre los acusados estuvo el jurista e ideólogo Bukharin quien, después de Plejánov y Lenin, había sido el más destacado ideólogo del bolchevismo y desempeñado el supremo cargo de Presidente del Komintern (la federación internacional de partidos comunistas) durante muchos años; Rykov, Rozenolch, y el formidable Gendrik Yagoda quien, según se "demostró" en su juicio, siendo jefe de la OGPU había conspirado para envenenar y asesinar a hombres prominentes del comunismo soviético, entre ellos a Máksim Gorki. El director de escena del último "gran proceso por traición", Yezhov, fue depuesto poco después y reemplazado por Lavrenti Beria, nuevo déspota, famoso por su sanguinario "reinado" al frente de la OGPU en Georgia, y por haber escrito un libro sobre la historia del PCUS, en el que "demostraba" que los servicios prestados por Stalin a la causa de la revolución no eran inferiores a los del mismo Lenin.»
«Cuando en el 8º Congreso del PCUS (marzo de 1919) se constituyó el primer "Politburó", lo formaron Lenin, Stalin, Trotsky, Kámenev y Bukharin. Después del "Proceso de los Veintiuno" en 1938, sólo dos de ellos quedaban con vida: el omnipotente dictador del Kremlin y Trotsky, desterrado en el lejano México, donde el largo brazo del Komintern lo alcanzó en 1940, merced a los servicios de la familia de los Mercader (madre e hijo), comunistas españoles. Así, durante la "Gran Guerra Patriótica" que comenzó en 1941, Stalin era un dictador omnipotente, sin ningún rival que pusiera en cuestión su omnímoda autoridad personal. Los tres procesos citados sólo fueron los más sonados, los principales "Procesos por Traición a la Revolución" contra comunistas históricos, y a cubrir su desarrollo se dedicó un gigantesco aparato propagandístico; hubo otros muchos en aquella década sangrienta de 1930, en Ucrania, el Cáucaso y en las Repúblicas Autónomas de Asia central, lo mismo que en las provincias de la RSFSR, Rusia, en el centro de la Unión Soviética. Pero ninguno de esos procesos levantó tantos comentarios y tantas pasiones como la Vista Secreta contra varios generales del Ejército Rojo en junio de 1937, en la que fueron sentenciados a muerte el Vicecomisario Adjunto del Pueblo para la Defensa Nacional, el mariscal Tukhachevsky; el comandante supremo del Distrito Militar de Kiev, el general Yakir; su lugarteniente, el general Primakov; el comandante supremo del Distrito Militar de Minsk, el general Uborevich; el comandante en jefe de la Armada Roja, el almirante Orloff; el comandante en jefe de la VVS, la aviación militar soviética, el general Alekhenis; el presidente de la "OSOAVIAKIM", la Sociedad Estatal de Defensa Aérea, Química y de Experimentación, el general Eydeman; el comandante supremo del Distrito Militar de Leningrado, el general Korsk; y otros muchos destacados mandos militares soviéticos, de larga carrera desde los tiempos de la revolución.»
«El proceso fue precedido por el suicidio del jefe del Departamento Político del Ejército Rojo, el Comisario General Jan Gamarnik. Poco después del juicio, desaparecieron otros dos mariscales soviéticos: Gallen, que había tenido una destacada actuación como militar y político en China y la Rusia asiática, y Yegorov. Ambos, antes de ser liquidados por orden de Stalin, habían cumplido con la orden recibida de actuar como supuestos jueces en el proceso contra su jefe y maestro, el mariscal Tukhachevsky. De los cinco mariscales que tenía el Ejército Rojo antes de 1938 sólo quedaron con vida dos: Kliment Voroshilov y Semion Budionny, ambos amigos personales de Stalin. Aparte de la inmensa mayoría de los altos cargos de las fuerzas armadas, miles de oficiales y mandos de rango intermedio y bajo fueron perseguidos e injustamente condenados a muerte en falsos procesos orquestados por el NKVD, controlado por Beria, y Stalin en persona desde la sombra. Y si uno considera que las leyes bolcheviques, únicas en el mundo, admiten el principio de la llamada "responsabilidad colectiva", y que junto con los convictos son enviados a cárceles y campos de concentración todos sus familiares, amigos y conocidos, por lejana que sea su vinculación, es fácil llegar a la conclusión de que bajo Stalin fueron varios los millones de personas que fueron sometidas a un régimen penal famoso por ser perpetuo: muy poca gente era vuelta a ver con vida si era detenida por los llamados "órganos de seguridad del estado". Y de un modo casi tan arbitrario como eran detenidos y condenados los supuestos "enemigos del pueblo", millones de personas eran enroladas como reclutas en los "ejércitos de trabajadores" forzados, para ser desgastados en condiciones inhumanas de explotación, realizando trabajos físicos extenuantes; todo era válido para alcanzar las metas de producción propuestas por los Planes Quinquenales de la economía estatal soviética.»
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