Condición Social de la Iglesia:
Esta es la fe de la Iglesia:
Mateo 10:34;
No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada,
35 porque he venido a poner en enemistad al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra.
36 Así que los enemigos del hombre serán los de su casa.
37 El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí;
38 y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.
39 El que halle su vida, la perderá; y el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.
Lucas 12:49-53:
Fuego vine a echar en la tierra. ¿Y qué quiero, si ya se ha encendido?
50 De un bautismo tengo que ser bautizado. ¡Y cómo me angustio hasta que se cumpla!
51 ¿Pensáis que he venido para traer paz a la tierra? Os digo: no, sino enemistad.
52 De aquí en adelante, cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres;
53 estará dividido el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra.
Lucas 14:26-27
«Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre, madre, mujer, hijos, hermanos, hermanas y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo.
27 El que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo.
Esas son palabras de la iglesia y de sus mercenarios colaboradores, porque Jesús nunca lucharía hasta el exterminio de su propia raza Árabe, Palestina y Musulmana, mucho menos siendo un profeta enviado de Dios, a traer las buenas nuevas.
Inquisición, El Santo Oficio, Cruzadas, Creación de los templarios, Cataros, El Martirio de Hypatia, La Masacre de los Albigeneses, Cronología del Nacimiento del Protestantismo, Masacre de San Bartolome y la Persecucion de los Hugonotes, Stepinac -Santo Patrono del Genocidio – Soldados de Cristo en el Siglo XX , La Guerra Sucia – Soldados de Cristo en el Siglo XX, El Genocidio Canadiense – Adoctrinación, Violación y Muerte en las Escuelas Residenciales, Ruanda: Genocidio en la Selva, El Genocidio Mapuche – Traición y Crimen en las Tierras Australes, Creación y apoyo al movimiento Nazi.
www.herenciacristiana.com/christianhorror/nazis.html
www.nobeliefs.com/mementoes.htm
Esta es la Fe de la Iglesia…
No es esto una muestra de verdadero Cristianismo.
http://www.genocidios.faithweb.com/
Las cruzadas
Las cruzadas sucedieron entre los siglos XI y XIII. Fueron expediciones -militares organizadas por los cristianos en contra del Islam. Los caballeros cruzados eran aquellos hombres que combatieron en alguna cruzada. El caballero fue un personaje tan importante que hoy en día sigue presente con su simbolismo.
¿Qué fueron las Cruzadas?
Se designan con este nombre a las expediciones religioso-militares, organizadas durante los siglos XI al XIII por los cristianos contra el Islam, con el fin de rescatar el Santo Sepulcro y defender luego el reino cristiano de Jerusalén. Fue la guerra a los infieles o herejes, hecha con aprobación y en defensa de la Iglesia. Aunque durante la Edad Media las guerras de esta naturaleza fueron frecuentes y numerosas, sólo han conservado la denominación de cruzada las que se emprendieron desde 1095 a 1270.
Las cruzadas fueron ocho, cuatro a Palestina, dos a Egipto, una a Constantinopla y otra a África del Norte. Las causas de las cruzadas no sólo se basaban en el fervor religioso de la época, sino también en la oposición creciente del Islamismo y en el deseo de los pontífices de extender la supremacía de la Iglesia católica sobre los dominios del Imperio Bizantino.
Los papas concedían importantes beneficios espirituales y temporales a los combatientes cristianos. Así se despertó un gran fervor por toda Europa, por lo que tanto grandes señores como siervos acudieron al llamamiento, en principio, del Papa Urbano II. Los caballeros aspiraban con combatir para salvar su alma y ganar algún principado, los menestrales con hacer fortuna en el Oriente -país de las riquezas- y, por último, los siervos deseaban adquirir tierras y libertad.
Las cruzadas, aparte de su valor como exponente de la fe religiosa, tuvieron repercusión en varios aspectos de la civilización. Las ciudades se enriquecieron y vieron aumentados sus privilegios a costa de los príncipes y señores ausentes; los reyes aumentaron su poder por igual motivo, lo que inició la decadencia del feudalismo. Se desarrolló el comercio, se avivó el espíritu caballeresco, se amplió el campo de los conocimientos humanos, etc.
Los caballeros cruzados
Fueron así llamados los hombres que combatieron en alguna cruzada. Y fue en ellas donde nació este personaje que aún hoy, después de tantos años, sigue presente con su simbolismo. Es imposible definir a un caballero sin tener en cuenta el caballo y la armadura. Durante las batallas en que se disputaron los territorios ocupados por los bárbaros tras la caída del Imperio Romano, el caballo fue fundamental. Su uso se originó para labores cotidianas, y recién al inicio de estas confrontaciones entre las aldeas -originadas en la invasión bárbara-, fue que el caballo se comenzó a utilizar como un arma.
Entrado el siglo XII, pasaron los guerreros bárbaros y llegaron los jinetes y los señores feudales, cuyo código de lealtad se había ampliado y refinado por la influencia de la iglesia y de las damas. Así ellos lograron formar parte de una clase social orgullosa, con sus características específicas, manifestadas principalmente en reuniones propias como los torneos, en donde se distinguían por sus armaduras y sus armas. La simbología había conseguido más preferencia, gracias al intercambio social y cultural entre clases y costumbres.
Así lo testifica la literatura de la época con el "Libro de la orden de Caballería", escrito por Ramón Lull (nacido en 1235, hijo de uno de los caballeros que ayudó al rey de Aragón a recuperar Mallorca de manos de los musulmanes). éste, a través de su narración, daba lecciones de caballería. En la historia un aprendiz de caballero se interna en un bosque, en el que encuentra a un ermitaño, quien le enseña todo lo que un caballero debe saber.
La Orden del Temple fue una orden medieval de carácter militar cargada de tintes legendarios, nacida luego de la primera cruzada. Fue fundada en Jerusalén en 1118 por nueve caballeros franceses, con Hugo de Payens a la cabeza.
En sus inicios su denominación oficial fue Orden de los Pobres Caballeros de Cristo (Pauperes Conmilitones Christi); más tarde fueron conocidos comúnmente como Caballeros templarios o Caballeros del Templo de Salomón (Milites Templi Salomonis), denominación surgida tras instalarse en el antiguo templo de Salomón. La designación de Orden del Temple es la traducción al francés de la denominación en latín, siendo muy extendida dados los amplios lazos Templarios con Francia.
A finales del siglo X, controladas las invasiones musulmanas y vikingas bien por vía militar o mediante asentamiento, comenzó en Europa occidental una etapa expansiva. Se produjo un aumento de la producción agraria, íntimamente relacionado con el crecimiento de la población, y el comercio experimentó un nuevo renacer, al igual que las ciudades.
La autoridad Política y militar de la iglesia con su disfraz de religion, matriz común en Europa occidental y única visible en los siglos anteriores, había logrado introducir en el belicoso mundo medieval ideas como"La paz de Dios" o la "Tregua de Dios" dirigiendo el ideal de caballería hacia la defensa de los débiles. No obstante, no rechazaba el uso de la fuerza para la defensa de la Iglesia. "Ya el pontífice Juan VIII, a finales del siglo IX, había declarado que aquellos que murieran en el campo de batalla luchando contra el infiel verían sus pecados perdonados, es más: se equipararían a los mártires por la fe"
Existía pues un arraigado y exacerbado sentimiento religioso que se manifestaba en las peregrinaciones a lugares Santos, habituales en la época. Las tradicionales peregrinaciones a Roma fueron sustituidas paulatinamente a principios del siglo XI por Santiago de Compostela y Jerusalén. Estos nuevos destinos no estaban exentos de peligros, como salteadores de caminos o fuertes tributos de los señores locales…, pero el sentimiento religioso unido a la espera de encontrar aventuras y fabulosas riquezas orientales arrastraron a muchos peregrinos, que al volver a Europa relataban sus penalidades.
El pontífice Urbano II, considerado un bárbaro, que no entiende el carácter de guardar los mandamientos, como otro jerarca de la iglesia que imponen la política sangrienta Romana contaminando el verdadero Monoteismo y de tratar de crear una legión de mercenarios terrorista, que con las excusas de que todo lo hacen por la causa de Dios, Dios ordena no matar, asi como lo hacen en la actualidad los Judíos contra el pueblo Palestino, pero continuemos con este capitulo de Urbano tras asegurar su posición al frente de la Iglesia, continuó con las reformas de su predecesor Gregorio VII. La petición de ayuda realizada por los bizantinos junto con la caída de Jerusalén en manos turcas propició que en el Concilio de Clermont (noviembre de 1095) Urbano II, ante una gran audiencia, expusiera los peligros que amenazaban a los cristianos occidentales y las vejaciones a las que se veían sometidos los peregrinos que acudían a Jerusalén. La expedición militar predicada por Urbano II pretendía también rescatar Jerusalén de manos musulmanas.
Las recompensas espirituales prometidas, junto con el ansia de riquezas, hacen que pronto príncipes y señores respondan al llamamiento del pontífice. La Europa cristiana se mueve con un ideario común bajo el grito de "Dios lo quiere", (Deus o vol).
La primera cruzada culminó con la conquista de Jerusalén en 1099 y con la constitución de principados latinos en la zona: los Condados de Edesa y Trípoli, el Principado de Antioquía y el Reino de Jerusalén, en donde Balduino I no tuvo inconveniente en asumir, ya en 1100, el título de rey.
Apenas creado el reino de Jerusalén y elegido Balduino I como su primer Rey, algunos de los caballeros que participaron en la Cruzada decidieron quedarse a defender los Santos Lugares, y a los peregrinos cristianos que iban a ellos. Ésta fue, en principio, la misión confesada de los nueve caballeros fundadores, añadida (claro está) a la de la defensa de esos Santos Lugares.
Naturalmente, ello debió ser muy del agrado de Balduino, necesitado como estaba de organizar un reino y que no podía dedicar muchos esfuerzos en la protección de los caminos, porque no los tenía. Esto, más el añadido de que Hugo de Payens era pariente del Conde de Champaña ( y probablemente pariente lejano del mismo Balduino) llevó al rey a conceder a esos caballeros un lugar donde reposar y mantener sus equipos, otorgándoles derechos y privilegios, entre los que se contaba un alojamiento en su propio palacio, que no era sino la Mezquita de Al-Aqsa, que se encontraba a la sazón incluida en lo que en su día había sido el recinto del Templo de Salomón. Y cuando Balduino abandonó la mezquita y sus aledaños como palacio para fijar el Trono en la Torre de David, todas las instalaciones pasaron, de hecho, a los Templarios, que de esta manera adquirieron no sólo su Cuartel General, sino su nombre.
Además de ello, se ocupó de escribir cartas a los Reyes y Príncipes más importantes de Europa a fin de que prestaran su ayuda a la recién nacida orden, que había sido bien recibida no sólo por el poder temporal, sino también por el eclesiástico, ya que fue el Patriarca de Jerusalén la primera autoridad de la Iglesia que aprobó canónicamente la Orden.
Con la ayuda del abad San Bernardo de Claraval, – sobrino de uno de los Caballeros fundadores y a la postre quinto Gran Maestre de la Orden, André de Montbard- , tras 9 años en "Outremer", una pequeña delegación de la Orden (recordemos que hasta entonces la misma estaba formada solo por 9 caballeros), encabezada por su Gran Maestre, Hugo de Payens, hizo un recorrido por las Cortes de Europa, recibiendo ayuda y apoyo, a lo que contribuyó decisivamente Bernardo, persona de notable influencia en la corte papal, con su escrito De laude novae militiae. Así fue convocado el Concilio de Troyes (Francia), durante el cual se redactó la regla de la Orden, basada en la de San Benito, según la versión reformada pocos años antes por los cistercienses, de los que adoptaron el hábito blanco, al que se le añadió una cruz roja posteriormente; en 1128 la Orden obtuvo del Papa Honorio II la aprobación pontificia.
No conocemos el contenido de esa Primera Regla original que dieron a los Templarios en el Concilio. La primera regla de la que tenemos constancia es la llamada "Regla Latina", que les fue dada por Esteban de Chartres, a la sazón Patriarca de Jerusalén, entre 1128 y 1130.
Los privilegios de la Orden fueron confirmados por las bulas Omne Datum Optimum (1139), Milites Templi (1144) y Militia Dei (1145). En ellas, de manera resumida, se daba a los Caballeros del Temple una autonomía formal y real respecto a los Obispos, dejándolos sujetos tan solo a la autoridad papal; se les excluía de la jurisdicción civil y eclesiástica; se les permitía tener sus propios capellanes y sacerdotes, pertenecientes a la Orden; se les permitía recaudar bienes y dinero de variadas formas ( por ejemplo, tenían derecho de óbolo – esto es, las limosnas- que se entregaban en todas las Iglesias, una vez al año). Además, éstas bulas papales, les daban derechos sobre las conquistas en Tierra Santa, y les concedían el derecho de construir fortalezas e iglesias propias, lo que les dio gran independencia y poder.
Durante su estancia inicial en Jerusalén se dedicaron únicamente a escoltar a los peregrinos que acudían a los santos lugares, ya que su escaso número (9) no permitía que realizaran actuaciones de mayor magnitud. Hay que tener en cuenta, de todas maneras, que sabemos que eran nueve caballeros, pero, siguiendo las costumbres de la época, no sabemos cuántas personas componían en verdad la Orden en principio, ya que los caballeros tenían todos ellos un séquito, menor o mayor. Se ha venido en considerar que por cada caballero, habría que contar tres o cuatro personas, por lo que estaríamos hablando de unas 30-50 personas, entre caballeros, peones, escuderos, servidores.
Sin embargo, su número aumentó de manera significativa al ser aprobada su regla y ése fue el inicio de la gran expansión de los "pauvres chevaliers du temple". Hacia 1170, unos 50 años después de su fundación, los Caballeros de la Orden del Temple se extendían ya por tierras de lo que hoy es Francia, Alemania, el Reino Unido, España y Portugal.
Cincuenta años más tarde, hacia 1220, eran la Organización más grande de Occidente, en todos los sentidos (desde el militar hasta el económico), con más de 9.000 encomiendas repartidas por todo Europa, unos 30.000 caballeros y sargentos (más los siervos, escuderos, artesanos, campesinos, etc.), más de 50 castillos y fortalezas en Europa y Oriente Próximo, una Flota propia (pues les salía más barato tener sus propios barcos que alquilarlos), anclada en puertos propios en el Mediterráneo y en La Rochelle (en la costa atlántica de Francia) y un Tesoro que les permitía hacer prestámos fantásticos a los Reyes europeos.
Sin embargo, las derrotas ante Saladino les hacen retroceder en Tierra Santa: en 1244 cae Jerusalén y el reino se desintegra, y los Templarios se ven obligados a mudar sus cuarteles generales a San Juan de Acre.
En 1248, Luis IX de Francia (después conocido como San Luis) convoca y dirige la 7ª Cruzada, pero no a Tierra Santa, sino a Egipto. El error táctico del Rey y las pestes que sufrieron los ejércitos cruzados, les llevaron a la derrota de Mansura y al desastre posterior en el que el propio Luis cayó prisionero. Y fueron los templarios, tenidos en alta estima por sus enemigos, los que negociaron la Paz y los que prestarían a Luis la fabulosa suma que componía el rescate que debía pagar por su persona.
Y de ahí, de mal en peor hasta que en 1291 cae San Juan de Acre, con los útimos templarios luchando junto a su Maestre, lo que constituyó el fin de la presencia cruzada en Tierra Santa, pero no el fin de la Orden, que mudó su Cuartel general a Chipre tras comprar la Isla.
Y desde Chipre sería desde donde los templarios intentarían reconquistar cabezas de puente para su nueva penetración en Oriente Medio, siendo la única de las tres grandes ordenes de caballería que lo hizo, pues tanto el Hospital como los Caballeros Teutónicos dirigieron sus intereses y sus esfuerzos en otros sentidos.
Este esfuerzo se revelaría a la postre inútil, no tanto por la falta de medios o de voluntad, como por el hecho de que la mentalidad habia cambiado y a ningún Poder de Europa le interesaba ya la conquista de los Santos Lugares, con lo que los templarios se hallaron solos. De hecho, Jacques de Molay parece ser que se encontraba en Francia cuando lo capturaron con la intención de convencer al rey francés de emprender una nueva Cruzada.
Aparte del conocido poderío militar, era importantísimo el poderío económico de los templarios. Dicho poder económico estaba dirigido a dotar de fondos a la lucha en Oriente, y se articulaba en torno a dos instituciones caracterísiticas: la Encomienda y la Banca.
La encomienda es un bien inmueble, territorial, localizado en determinado lugar, que se formaba gracias a donaciones y compras posteriores y a cuya cabeza se encontraba un Preceptor. Así, a partir de un molino (por ejemplo) los templarios compraban un bosque aledaño, luego unas tierras de labor, después adquirían los derechos sobre un pueblo, etc. etc. y con todo ello formaban una encomienda, a manera de un feudo clásico. También podrán formarse encomiendas reuniendo bajo un único preceptor varias donaciones más o menos dispersas. Tenemos noticia de encomiendas rurales (Mason Dieu, en Inglaterra, por ejemplo) y urbanas (el "Vieux Temple", recinto amurallado en plena capital francesa).
En cuanto a la Banca, hay que decir aquí que los Templarios fueron los fundadores de la Banca moderna. Gracias a la confianza que inspiraban, muchas personas e instituciones les confiaban su dinero, desde los comerciantes hasta los propios reyes (de hecho, el Tesorero del Temple lo era también de Francia…). Debido a que tenían una extensa red de establecimientos, pudieron poner en marcha la primera letra de cambio, dando así a los viajeros la oportunidad de no viajar con efectivo en unos momentos en que los caminos de Europa y del Oriente Próximo eran de todo, menos seguros. Este sistema bancario, y sus abundantes riquezas convirtieron a la orden en un gran prestamista, que aportaba los fondos incluso cuando los diversos reyes europeos necesitaban dinero: hay registrados préstamos a reyes de Francia y de Inglaterra, entre otros. Los templarios llegarían a ser una de las instituciones más ricas de su época, contando con vastas tierras y señoríos, numerosas ventajas comerciales, grandes tesoros, flotas comerciales que partían desde Marsella…
Sin embargo, sus operaciones económicas siempre tuvieron como meta el dotar a la Orden de los fondos suficientes como para mantener en Tierra Santa un ejército en píe de guerra constante. Y por ello el lema de la Orden: "Non nobis, Domine, Non Nobis, Sed Nomini Tuo Da Gloriam" (No para nosotros, Señor, no para nosotros sino en Tú Nombre dános Gloria).
Los templarios en la Corona de Aragón:
La orden comienza su implantación en la zona oriental de la península ibérica en la década de 1130. En 1131, el conde de Barcelona Ramón Berenguer III pide su entrada en la orden, y en 1134, el testamento de Alfonso I de Aragón les cede su reino a los templarios, junto a otras órdenes como los hospitalarios o la del Santo Sepulcro. Este testamento sería revocado, y los nobles aragoneses, disconformes, entregaron la corona a Ramiro II, aunque hicieron numerosas concesiones, tanto de tierras como de derechos comerciales a las órdenes para que renunciaran. Este rey, buscaría la unión con Barcelona de la que nacería la Corona de Aragón.
Esta corona pronto llegaría a un acuerdo con los templarios, para que colaboraran en la Reconquista, favoreciéndoles con nuevas donaciones de tierras, así como con derechos sobre las conquistas (un quinto de las tierras conquistadas, el diezmo eclesiástico, parte de las parias cobradas a los reinos taifas). También, según estas condiciones, cualquier paz o tregua tendría que ser consentida por los templarios, y no sólo por el rey.
Como en toda Europa, numerosas donaciones de padres que no podían dar un título nobiliario más que al hijo mayor, y buscaban cargos eclesiásticos, militares, cortesanos o en órdenes religiosas, enriquecieron a la orden.
En 1148, por su colaboración en la conquistas del sur de Cataluña, los templarios recibieron tierras en Tortosa (de la que tras comprar las partes del rey y los genoveses quedaron como señores) y de Lérida (donde se quedaron en Gardeny y Corbins). Tras una resistencia que se prolongaría hasta 1153, cayeron las últimas plazas de la región, recibiendo los templarios Miravet, en una importante situación en el Ebro.
Tras la derrota de Muret, que supuso la pérdida del imperio transpirinaico aragonés, los templarios se convirtieron en custodios del heredero a la corona en el castillo de Monzón. Este, Jaime I el Conquistador, contaría con apoyo templario en sus campañas en Mallorca (donde recibirían un tercio de la ciudad, así como otras concesiones en ella), y en Valencia (donde de nuevo recibieron un tercio de la ciudad).
Los templarios se mantuvieron fieles al rey Pedro el Ceremonioso, manteniéndose de su lado durante la excomunión que sufrió a raíz de su lucha contra Francia en Italia.
Los templarios en Castilla
Los templarios ayudaron a la repoblación de zonas conquistadas por los cristianos, creando asentamientos en los que edificaban ermitas bajo la advocación de mártires cristianos, como es el caso de Hervás, población del Señorío de Béjar.
Ante la invasión almohade, los templarios lucharon en el ejército cristiano, venciendo junto a los reinos de Castilla, Navarra y Aragón en la batalla de Las Navas de Tolosa (1212).
En 1265, colaboraron en la conquista de Murcia, que se había levantado en armas, recibiendo en recompensa Jerez de los Caballeros y el castillo de Murcia.
En Portugal
Los templarios entran en Portugal en tiempos de la condesa Teresa de León, de la que reciben Fonte Arcada, en 1127. Un año después reciben Castelo de Soure a cambio de su colaboración en la Reconquista. En 1145 recibirán Castelo de Longroiva por su ayuda a Alfonso Henriques en la toma de Santarém.
En 1160 recibirán Tomar, que se convertiría en su sede regional.
A la bula papal ordenando la disolución, los reyes portugueses contestaron, simplemente cambiando el nombre de la orden en Portugal por "Caballeros de Cristo", sin más merma ni mengua.
http://es.wikipedia.org/wiki/Catarismo
Cataros:
Un movimiento religioso de carácter gnóstico que surgió en Occitania a mediados del siglo X.
Derivado del maniqueísmo, quizás a través de las etapas pauliciana y bogomila, el catarismo criticó las prácticas y la visión de la jerarquía de la Iglesia Católica, quién en respuesta lo consideró herético. Tras una tentativa misionera, y frente a su creciente influencia y extensión, la Iglesia terminó por invocar al uso de la fuerza, con el apoyo de la corona, para su erradicación a partir del 1209 mediante la Cruzada albigense. A finales del siglo XIII el movimiento, reprimido con violencia por la Inquisición y debilitado, entró en decadencia. Desde la segunda mitad del siglo XX, el catarismo es objeto de investigaciones y de un esfuerzo por integrar su recuerdo a la identidad de las regiones donde se encontraba su foco central de influencia: el Languedoc y la Provenza, regiones del "Midi" o tercio sur de Francia.
El nombre «cátaro» viene probablemente del griego καθαρός (kazarós): ‘puros’. Otro origen sugerido es el término latino cattus: ‘gato’, asociado habitualmente a brujas y herejes. Probablemente esta etimología es un simple mito creado por algunos católicos. Una de las primeras referencias existentes es una cita de Eckbert von Schönau, el cual escribió acerca de los herejes de Colonia en 1181: «Hos nostra Germania cátharos appéllat».
Los cátaros fueron denominados también albigenses. Este nombre se origina a finales del siglo XII, y es usado por el cronista Geoffroy du Breuil of Vigeois en 1181. El nombre se refiere a la ciudad occitana de Albi (la antigua Álbiga). Esta denominación no parece muy exacta, puesto que el centro de la herejía estaba en Tolosa (Toulouse) y en los distritos vecinos. También recibieron el nombre de «poblicantes», siendo este último término una degeneración del nombre de los paulicianos, con quienes se les confundía.
Las doctrinas cátaras llegaron probablemente desde Europa oriental a través de las rutas comerciales. Los albigenses también recibieron el nombre de búlgaros (Bougres) y, al parecer, también mantuvieron relaciones con los bogomilos de Tracia. Parece ser que sus doctrinas tuvieron grandes similitudes con las de los bogominobreslos e incluso más con las de los paulicianos, con quienes estuvieron conectados. Sin embargo, es difícil formarse una idea exacta de las doctrinas cátaras, ya que los datos sobre ellos provienen fundamentalmente de sus enemigos. Los escasos textos cátaros que aún existen (Rituel cathare de Lyon y Nouveau Testament en provençal) contienen escasa información acerca de sus creencias y prácticas morales. Lo que parece cierto es que formaron una facción antisacerdotal opuesta a la iglesia católica, la cual mostró abiertamente su oposición a la corrupción de los clérigos.
Los teólogos cátaros, llamados cáthari (‘puros‘ o ‘perfectos’) y en Francia, «hombres buenos» o «buenos creyentes» fueron pocos en número. El grueso de los creyentes (credentes) no estaban iniciados en la doctrina en absoluto, simplemente fueron liberados de cualquier prohibición moral u obligación religiosa a condición de que prometieran, mediante una ceremonia llamada convenenza, convertirse en cátaros mediante la recepción del consolamentum, el bautismo del Espíritu Santo, antes de su muerte.
Los historiadores atan el inicio del movimiento cátaro con la Escítia antigua donde el apóstol Andrés, según las leyendas rusas antiguas, portó el misterio del Grial a las tierras eslavas como "la fe de los puros y perfectos", "la fe de los hombres buenos". La segunda comunidad del Grial fundó en la Santa Rusia el príncipe de Kiev, Ascold al final del siglo IX. Según las apocrifas eslavas, la Madre de Dios, acercándose a Ascold, le pide propagar la fe de Cristo en la Santa Rusia, la fe en el Dios del Amor. Según alguna interpretación, el Cáliz del Grial debía hacerse un símbolo común de enlace del panteón eslavo y cristiano. El catarismo eslavo ejerció una colosal influencia en la espiritualidad de Rusia. De los cátaros eslavos vinieron los "viejos creyentes" ortodoxos, los herederos del Grial del Monte Athos. El Grial ruso estuvo entre la gran constelación de los sabios sagrados de Optina Pustyn, y desde la tradición cátara eslava vino la tradición de Nil de Sora de los sabios "no-coniciadores" de Transvolga. En el siglo X, Rusia era "bautizada" con violencia en la fe bizantina ortodoxa, por el príncipe Vladimir. El catarismo, desalojado por Bizancio, a través Bulgaria partió a Occidente. Llegados a Europa occidental, los cátaros difundieron su enseñanza en muchos países. Los primeros cátaros aparecieron en Lemosín entre 1012 y 1020. Algunos fueron descubiertos y ejecutados en la ciudad langüedociana de Tolosa en 1022. La creciente secta fue condenada en los sínodos de Charroux (Vienne) (1028) y Tolosa (1056). Se enviaron predicadores para combatir la propaganda cátara a principios del siglo XII. Sin embargo, los cátaros ganaron influencia en Occitania debido a la protección dispensada por Guillermo, duque de Aquitania, y por una proporción significativa de la nobleza occitana. El pueblo estaba impresionado por los Perfectos y por la predicación antisacerdotal de Pedro de Bruys y Enrique de Lausanne en Perigord.
Los cátaros se caracterizaban por una teología dual, basada en la creencia de que el universo estaba compuesto por dos mundos en conflicto, uno espiritual creado por Dios y el otro material forjado por Satán.
Según los autores católicos tradicionales, esta era una característica distintiva del gnosticismo, cierta corriente residual del neoplatonismo (Plotino fue antignóstico), principalmente el maniqueísmo y luego la teología de los bogomilos. Probablemente, esta idea también había sido influida por otras antiguas líneas de pensamiento gnósticas. De acuerdo con los cátaros, el mundo había sido creado por una deidad diabólica conocida por los gnósticos como el Demiurgo. Los cátaros identificaron al Demiurgo con el ser al que los cristianos denominaban Satán. Sin embargo, los gnósticos del siglo I no habían hecho esta identificación, probablemente porque el concepto del diablo no era popular en aquella época, en tanto que se fue haciendo más y más popular durante la Edad Media.
Según la comprensión catara del evangelio, El Reino de Dios no es de este mundo. Dios creó Cielos y almas. El mundo material, el mal, las guerras, las iglesias mundanas y papas eran obra de la mano de Satanás, ya que Dios es el amor y bondad perfectos y no puede hacer ningún mal.
Según los cátaros los hombres son una realidad transitoria, una "vestidura" de la simiente angélica. Afirman que el pecado se produjo en el cielo y que se ha perpetuado en la carne. La doctrina cristiana tradicional, en cambio, considera que aquél vino dado por causa de la carne y contagia en el presente al hombre interior, al espíritu, que estaría en un estado de caída como consecuencia del pecado original. Para los católicos la fe en Dios redime, mientras que para los cátaros exigen un conocimiento (una gnosis) del estado anterior del espíritu para purgar su existencia mundana. No existe en ellos una sumisión a lo dado, a la materia, que no sería más que un sofisma tenebroso que obstaculiza la salvación, con lo que se oponen, a su vez, a la doctrina del arrepentimiento y de las buenas obras.
En resumen, el cátaro pretende restituir transitoriamente la vida angélica en el mundo para hacerse, como individuo iluminado, merecedor de una existencia superior, renunciando a redimir la vida terrenal con base en preceptos celestes ocultos a la mayoría. El catarismo supone un cuestionamiento abierto de toda la revelación cristiana, así como de sus ejes filosóficos y políticos centrales.
Los cátaros también creían que las almas se reencarnarían hasta que fuesen capaces de escapar del mundo material y elevarse al paraíso inmaterial. La forma de escapar al ciclo de reencarnaciones era vivir una vida ascética y no ser corrompido por el mundo. Aquellos que siguiesen estas normas eran conocidos como Perfectos. Los Perfectos se consideraban herederos de los apóstoles, y tenían el poder de borrar los pecados y conexiones con el mundo material de las personas, de forma que fuesen al cielo cuando murieran. Los Perfectos vivían de forma irreprochablemente frugal, en claro contraste con la vida dentro de la corrupta y opulenta Iglesia de la época.
Comúnmente, la ceremonia de eliminación de los pecados, llamada consolamentum, se llevaba a cabo en personas a punto de morir. Después de recibirlo, el creyente podría incluso dejar de comer para acelerar la muerte y evitar la "contaminación" del mundo. El consolamentum era el único sacramento de la fe cátara.
No tenían ningún rito matrimonial, ya que la procreación (traer más almas al mundo material) estaba mal vista. Según las fuentes inquisitoriales, entre los sectarios estaba permitida la práctica de la homosexualidad (que en esa época se denominaba «sodomía»), ya que las prácticas sexuales eran permitidas siempre que no produjeran nuevos hijos. Pero esta opinión se oscurece ante el hecho de que la posición vital de los cataros era, antes que nada, el voto de la virginidad incondicional.
Los cataros comprendían la virginidad como la abstención de todo lo que es capaz de "aterrar" el compuesto espiritual, como la imagen universal de la vida, que deja realizar el divino potencial. Por eso, ellos enseñaban que Dios obsequia los medios necesarios, en primer lugar el misterio del consolamentum (consuelo) o el bautismo espiritual – el sacramento de la obtención del Espíritu Santo – que define y consagra la vida futura de la persona.
Los cátaros tenían también otras creencias que eran odiosas para los partidarios de la doctrina papal. En sus polémicas espirituales, decían parafraseando que Jesús había sido una aparición, un fantasma, que mostró el camino a Dios. Rechazaron creer que el buen Dios se hubiese reencarnado en forma material, ya que todos los objetos materiales estaban contaminados por el pecado. Esta creencia específica se denominaba docetismo. Más aún, creían que el dios Yahvé del Antiguo Testamento era en verdad el diablo, ya que había creado el mundo y debido también a sus cualidades («celoso», «vengativo», «de sangre») y a sus actividades como «Dios de la Guerra».
El tema de la salvación no era primordial para el catarismo, primero era el tema del amor. Igualmente entendían a su modo el arrepentimiento. No era una penitencia infinita de los mismos pecados, cometidos repetidamente, era la hermosa aspiración hacía la perfección. La sed de elevarse al nivel espiritual más elevado, venciendo la naturaleza caída en sí mismos.
A los hombres y a las mujeres se los trataba como iguales sólo cuando alcanzaban el grado de "perfectos", siendo hasta entonces considerados inferiores, manchados por su función biológica reproductora.
Los cátaros profesaban la fe en la perfección primordial del hombre, explicando, que no solo era posible sino necesario liberarse del pecado, y no después del Juício Universal, sino ahora.Y proponían los métodos efectivos para tal liberación. La práctica ascética de los cátaros era orientada, por todos los medios, al calientamiento del divino amor dentro del alma.
Una de las ideas que resultaron más heréticas en la Europa feudal fue la creencia de que los juramentos eran un pecado, puesto que ligaban a las personas con el mundo material. Denominar a los juramentos pecado era muy peligroso en una sociedad en la que el analfabetismo era norma común y casi todas las transacciones comerciales y compromisos de fidelidad se basaban en juramentos.
Al llegar al siglo XIII, la fe cátara ya entró firmemente en la vida occitana. Los castillos situados en las lomas de las montañas sobre el mar se hicieron la expresión física de las alturas espirituales, en las cuales habitaban los cátaros.
El gran misterio de los cátaros era el Grial, el Cáliz de la Sangre de Cristo. El Grial de los cátaros era la iglesia medieval del amor y al mismo tiempo su símbolo. Según las creencias cátaras, la Sangre que salía del Corazón del Señor durante Su crucifixión en el Gólgota de Jerusalén, era recogida hasta la última gota por José de Arimatea. De igual modo, el Grial milagrosamente recibe de todas partes de la tierra la Última Gota de los verdaderos discípulos de Cristo y la multiplica. Enseñaban que el Salvador cumplió Su servicio, derramando la Sangre en el Cáliz del Grial y dejándola a Sus discípulos. Su prédica de la "fe viva y el Dios del supremo amor" conquistaba los corazones de monarcas y campesinos, divulgándose por toda Europa.
En 1147, el papa Eugenio III envió un legado a los distritos afectados para detener el progreso de los cátaros. Los escasos y aislados éxitos de Bernardo de Claraval no pudieron ocultar los pobres resultados de la misión ni el poder de la secta en la Occitania de la época. Las misiones del cardenal Pedro (de San Crisógono) a Tolosa y el Tolosado en 1178, y de Enrique, cardenal-obispo de Albano, en 1180-1181, obtuvieron éxitos momentáneos. La expedición armada de Enrique de Albano, que tomó la fortaleza de Lavaur, no extinguió el movimiento.
Las persistentes decisiones de los concilios contra los cátaros en este periodo en particular, las del Concilio de Tours (1163) y del Tercer Concilio de Letrán (1179) apenas tuvieron mayor efecto. Cuando Inocencio III llegó al poder en 1198, resolvió suprimir el movimiento cátaro con la definición sobre la fe del IV Concilio de Letrán.
A raíz de este hecho, la posibilidad cada vez más real de que Inocencio III decidiese resolver el problema cátaro mediante una cruzada provocó un cambio muy importante en la política occitana: la alianza de los condes de Tolosa con la Casa de Aragón. Así, si Raimundo V (1148-1194) y Alfonso II de Aragón (1162-1196) habían sido siempre rivales, en el año 1200, se concertó el matrimonio entre Raimundo VI de Tolosa (1194-1222) y Eleonor de Aragón, hermana de Pedro I el Católico quien, en el 1204, acabaría ampliando los dominios de la Corona de Aragón con el Languedoc casándose con María, la única heredera de Guillermo VIII de Montpellier.
Al principio el papa Inocencio III probó con la conversión pacífica, enviando unos cuantos legados a las zonas "¿afectadas?". Los legados tenían plenos poderes para excomulgar, pronunciar interdictos e incluso destituir a los prelados locales. Sin embargo, éstos no tuvieron que lidiar únicamente con los cátaros, con los nobles que los protegían o con el pueblo que los veneraba, sino también con los obispos de la zona, que rechazaban la autoridad extraordinaria que el papa había conferido a los legados. Hasta tal punto que en 1204, Inocencio III suspendió la autoridad de los obispos en Occitania. Sin embargo, no obtuvieron resultados, incluso después de haber participado en el coloquio entre sacerdotes católicos y predicadores cátaros, presidido en Beziers en 1204, por el rey aragonés Pedro el Católico.
El legado papal y monje cisterciense Pedro de Castelnau, conocido por excomulgar sin contemplaciones a los nobles que protegían a los cátaros, llegó a la cima excomulgando al conde de Tolosa, Raimundo VI (1207) como cómplice de la herejía. El legado fue asesinado cerca de la abadía de Saint Gilles, donde se había reunido con Raimundo VI, el 14 de enero de 1208, por un escudero de Raimundo de Tolosa. El escudero afirmó que no actuaba por orden de su señor, pero este hecho fue aprovechado por el papa para ordenar a sus legados que predicasen una cruzada contra los albigenses (de acuerdo con la Enciclopedia Católica, el asesinato se realizó «probablemente con la connivencia de Raimundo VI de Tolosa»).
El Papa convocó al rey Felipe II Augusto de Francia para dirigir una cruzada contra los cátaros, pero esa primera convocatoria fue desestimada por el monarca francés, al que le urgía más por el conflicto con el rey inglés Juan Sin Tierra. Entonces Pedro el Católico, acabado de casar, acudió a Roma en donde Inocencio III le coronó solemnemente y, de esta manera, el rey de la Corona de Aragón se convertía en vasallo de la Santa Sede, con la cual se comprometía a pagar un tributo. Con este gesto, Pedro el Católico pretendía proteger sus dominios del ataque de una posible cruzada; por su parte, el Santo Padre, receloso de la actitud del rey aragonés hacia los príncipes occitanos sospechosos de tolerar la herejía (o incluso de practicarla), no quiso delegar nunca la dirección de la cruzada a Pedro el Católico sino, únicamente, asegurarse de que no se opusiera; seguramente para ganarse el favor papal, el rey aragones y su hermano Alfonso II de Provenza tomaron medidas contra los cataros provenzales.
En el 1207, al mismo tiempo que Inocencio III renovaba las llamadas a la cruzada contra los herejes, dirigidas ahora no sólo al rey de Francia, sino también al duque de Borgoña y a los condes de Nevers, de Bar y de Dreux, entre otros, el legado papal Pedro de Castelnau dictó sentencia de excomunión contra Raimundo VI, ya que el conde de Tolosa no había acceptado las condiciones de paz propuestas por el legado, en el que se obligaba a los barones occitanos no admitir judíos en la administración de sus dominios, a devolver los bienes expoliados a la Iglesia y, sobre todo, a perseguir los herejes. A raíz de la excomunión, Raimundo VI tuvo una entrevista con Pedro de Castelnau en Sant Geli en enero de 1208, muy tempestuosa y conflictiva, de la que no salió ningún acuerdo.
Así, la cruzada logró la adhesión de prácticamente toda la nobleza del norte de Francia, posiblemente instigada por el decreto papal estableciendo que toda la tierra poseída por los cátaros podía ser confiscada a voluntad. Esto constituía una invitación abierta para el pillaje masivo con las bendiciones de la Iglesia ya que la zona estaba llena de simpatizantes reales o aparentes de la causa cátara. Así, no es sorprendente que los nobles del norte viajaran en tropel al sur a luchar por la Iglesia. Inocencio encomendó la dirección de la cruzada al rey Felipe II Augusto de Francia, el cual aunque declina participar, sí que permite a sus vasallos unirse a la expedición.
La llegada de los cruzados va a producir una situación de guerra civil en Occitania. Por un lado, debido a sus contenciosos con su sobrino, Ramón Roger Trencavel —vizconde de Albí, Beziers y Carcasona—, Raimundo VI de Tolosa dirige el ejército cruzado hacia los dominios del de Trencavel, junto con otros señores occitanos tales como el conde de Valentines, el de Auvernia, el vizconde de Anduze y los obispos de Burdeos, Bazas, Cahors y Agen. Por otro lado, en Tolosa se produce un fuerte conflicto social entre la «compañía blanca», creada por el obispo Folquet para luchar contra los usureros y los herejes, y la «compañía negra». El obispo consigue la adhesión de los sectores populares, enfrentados con los ricos, muchos de los cuales eran cátaros.
En un famoso incidente en 1209, la mayor parte de la población de Beziers fue brutalmente asesinada tras la caída de la ciudad a manos de las tropas católicas dirigidas por el legado papal y prior del Císter, Arnaldo Amalric. Cuando le preguntaron como distinguir a los cátaros de los católicos, respondió, según el cronista cisterciense Cessari d’Heisterbach: «Matadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos». La Enciclopedia Católica niega que estas palabras fueran pronunciadas nunca.
La masacre de Beziers, que, según el cronista de la época Guillermo de Tudela, obedecía a un plan preconcebido de los cruzados de exterminar a los habitantes de las bástidas o villas fortificadas que se les resistieran, indujo al resto de ciudades a rendirse sin combatir, excepto Carcasona, la cual, asediada, tendrá que rendirse por falta de agua. Aquí sin embargo, los cruzados, tal como lo habían negociado los cruzados con el rey Pedro el Católico (señor feudal de Ramón Roger Trencavel), no masacraron a la población, sino que simplemente les obligaron a abandonar la ciudad. En Carcasona, muere Ramón Roger Trencavel. Sus dominios son otorgados por el legado papal al noble francés Simón de Montfort, el cual entre 1210 y 1211, conquista los bastiones cátaros de Bram, Minerva, Termes, Cabaret y Lavaur (este último con la ayuda de la compañía blanca del obispo Folquet de Tolosa). A partir de entonces se comienza a actuar contra los cátaros, condenándoles a morir en la hoguera.
La Batalla de Muret
La masacre de Besiers y el expolio de los Trencavel por Simón de Montfort van a crear entre los poderes occitanos un sentimiento de rechazo hacia la cruzada. Así, en 1209, poco después de la caída de Carcasona, Raimundo VI y los cónsules de Tolosa van a negarse a entregarle a Arnaldo Amalric los cátaros refugiados en la ciudad. Como consecuencia, el legado pronuncia una nueva sentencia de excomunión contra Raimundo VI y lanza un interdicto contra la ciudad de Tolosa.
Para conjurar la amenaza que la cruzada anticátara comportaba contra todos los poderes occitanos, Raimundo VI, después de haberse entrevistado con otros monarcas cristianos –el emperador del Sacro Imperio Otón IV, los reyes Felipe II Augusto de Francia y Pedro el Católico de Aragón-, intenta obtener de Inocencio III unas condiciones de reconciliación más favorables. El papa accede a resolver el problema religioso y político del catarismo en un concilio occitano. Sin embargo, en las reuniones conciliares de Saint Gilles (julio de 1210) y Montpellier (febrero de 1211), el legado Arnaldo Amalric impide la reconciliación imponiendo al conde de Tolosa unas condicions muy duras, tales como la expulsión de los caballeros de la ciudad, y su partida a Tierra Santa.
Después del concilio de Montpellier, y con el apoyo de todos los poderes occitanos –príncipes, señores de castillos o comunas urbanas amenazadas por la cruzada, Raimundo VI vuelve a Tolosa y expulsa al obispo Folquet. Acto seguido, Simón de Montfort comienza el asedio Tolosa, en junio de 1211, pero tiene que retirarse ante la resistencia de la ciudad.
Para poder enfrentarse a Simón de Montfort, visto en Occitania como un ocupante extranjero, los poderes occitanos necesitaban un aliado poderoso y de ortodoxia católica indudable, para evitar que el de Montfort pudiera demandar la predicación de una nueva cruzada. Así pues, Raimundo VI, los cónsules de Tolosa, el conde de Foix y el de Comenge se dirigieron al rey de Aragón, Pedro el Católico, vasallo de la Santa Sede tras su coronación en Roma el 1204 y uno de los artífices de la victória cristiana contra los musulmanes en las Navas de Tolosa (julio de 1212). También, en 1198, Pedro el Católico había adoptado medidas contra los herejes de sus dominios.
En el conflicto político y religioso occitano, Pedro el Católico, nunca favorable ni tolerante con los cátaros, intervino para defender sus vasallos amenazados por la rapiña de Simón de Montfort. El barón francés, incluso después de pactar el matrimonio de su hija Amicia con el hijo de Pedro el Católico, Jaime –el futuro Jaime I (1213-1276), continuó atacando a los vasallos occitanos del rey aragonés. Por su parte, Pedro el Católico buscaba medidas de reconciliación, y así, en 1211, ocupa el castillo de Foix con la promesa de cederlo a Simón de Montfort, sólo si se demostraba que el conde era hostil a la Iglesia.
A principios de 1213, Inocencio III, recibida la queja de Pedro el Católico contra Simón de Montfort por impedir la reconciliación, ordena a Arnaldo Amalric, entonces arzobispo de Narbona, negociar con Pedro el Católico e iniciar la pacificación del Languedoc. Sin embargo, en el sínodo de Lavaur, al cual acude el rey aragonés, Simón de Montfort rechaza la conciliación y se pronuncia por la deposición del conde de Tolosa, a pesar de la actitud de Raimundo VI, favorable a aceptar todas las condiciones de la Santa Sede. En respuesta a Simón, Pedro el católico se declara protector de todos los barones occitanos amenazados y del municipio de Tolosa.
A pesar de todo, viendo que ese era el único medio seguro de erradicar la herejía, el papa Inocencio III se pone de parte de Simón de Montfort, llegándose así a una situación de confrontación armada, resuelta en la batalla de Muret, el 12 de septiembre de 1213, en la que el rey aragonés, defensor de Raimundo VI y de los poderes occitanos, es vencido y asesinado. Acto seguido, Simón de Montfort entra en Tolosa, acompañado del nuevo legado papal, Pedro de Benevento, y de Luis, hijo de Felipe II Augusto de Francia. En noviembre de 1215, el Cuarto Concilio de Letrán reconocerá a Simón de Montfort como conde de Tolosa, desposeyendo a Raimundo VI, exiliado en Cataluña después de la batalla de Muret.
El 1216, en la corte de París, Simón de Montfort presta homenaje al rey Felipe II Augusto de Francia como duque de Narbona, conde de Tolosa y vizconde de Besiers y Carcasona. Fue, sin embargo, un dominio efímero. En 1217, estalla en Languedoc una revuelta dirigida por Raimundo el Joven —el futuro Raimundo VII de Tolosa (1222-1249), que culmina en la muerte de Simón— en 1218 y en el retorno a Tolosa de Raimundo VI, padre de Raimundo el Joven.
La guerra terminó definitivamente con el tratado de París (1229), por el que el rey de Francia desposeyó a la Casa de Tolosa de la mayor parte de sus feudos y a la de Beziers (los Trencavel) de todos ellos. La independencia de los príncipes occitanos tocaba a su fin. Sin embargo, a pesar de las masacres y la represión, el catarismo no se extinguió.
La Inquisición se estableció en 1229 para extirpar totalmente la herejía. Operando incesantemente en el sur de Tolosa, Albí, Carcasona y otras ciudades durante todos el siglo XIII y gran parte del XIV, tuvo éxito en la erradicación del movimiento. Desde mayo de 1243 hasta marzo de 1244, la ciudadela cátara de Montségur fue asediada por las tropas del senescal de Carcasona y del arzobispo de Narbona.
El 16 de marzo de 1244, tuvo lugar una enorme y simbólicamente importante masacre, en donde los líderes cátaros, así como más de doscientos seguidores, fueron arrojados a una enorme hoguera en el prat des cramats (prado de los quemados) junto al pie del castillo. Más aún, el «Santo Padre» (mediante el Concilio de Narbona, en 1235 y la bula Ad Extirpanda, en 1252) decretó severos castigos contra todos los laicos sospechosos de simpatía con los cátaros.
Perseguidos y ajusticiados por la Inquisición y abandonados por los nobles, los cátaros se hicieron más y más escasos, escondiéndose en los bosques y montañas, y reuniéndose sólo subrepticiamente. El pueblo hizo algunos intentos de liberarse del yugo francés y de la Inquisición, estallando en revueltas al principio del siglo XIV. Pero en este punto, la Inquisición había desarrollado vastas investigaciones (encuestas), que habían aterrorizado la zona. La secta estaba exhausta y no pudo encontrar nuevos adeptos. Tras 1330, los registros de la Inquisición apenas contienen procedimientos contra los cátaros. El último Perfecto murió al inicio del siglo XIV.
Influencias
De acuerdo con algunos, Christian Rosencreuz, el mítico fundador de los Rosacruces, pudo haber estado relacionado con algún movimiento clandestino cátaro que se ocultó para evitar a la Inquisición. Sin embargo, esto parece improbable, puesto que no hay ninguna evidencia de que el movimiento cátaro aún existiese en tiempos de Rosencreuz ni que el mismo Rosencreuz existiera en absoluto.
Los paulicianos eran una secta semejante; habían sido deportados desde Capadocia a la región de Tracia en el sureste europeo por los emperadores bizantinos en el siglo IX, donde se unieron con -o más probablemente- se transformaron en los bogomilos. Durante la segunda mitad del siglo XII, contaron con gran fuerza e influencia en Bulgaria, Albania y Bosnia. Se dividieron en dos ramas, conocidos como los albanenses (absolutamente duales) y los garatenses (duales pero moderados). Estas comunidades «heréticas» llegaron a Italia durante los siglos XI y XII. Los milaneses adheridos a este credo recibían el nombre de patarini (patarinos) (o patarines), por su procedencia de Pataria, una calle de Milán muy frecuentada por grupos de menesterosos (pataro o patarro aludía al andrajo). El movimiento de los patarines cobró cierta importancia el siglo XI, como movimiento reformista, enfatizando la acción de los laicos enfrentados a la corrupción del clero. Según las nuevas investigaciones de los historiadores de la religión, se han discubierto muchas influencias de los cátaros con el orden de los templarios, hospitaleros y algunas ordenes monacales, particularmente en la época de la persecución de los cátaros. El santo tradicional católico, San Francisco de Asís, para los cátaros era un cátaro verdadero, como también su madre. Su famoso seguidor y amigo cercano, Bernardo el Dulcísimo desenmascaraba a los inquisidores, defendiendo la doctrina de los "buenos cristianos".
En Inglaterra, Escocia e Irlanda
En Inglaterra, país muy unido a Francia, dado que en la época el Rey inglés era a la sazón (entre otros) Duque de Normandía, y señor de numerosos feudos franceses, el Temple estuvo presente muy rápido.
Si bien su presencia no alcanzó la extensión que poseía en Francia, no es menos cierto que fue de vital importancia, no sólo territorialmente, sino políticamente. De hecho, el conocido Ricardo Corazón de León (Ricardo I de Inglaterra) fue un benefactor de la orden y un magnate de ella, tanto que su escolta personal la componían templarios y que a su muerte dicen fue vestido con el hábito de los mismos. Asimismo tuvo gran simpatía por los templarios Guillermo El Mariscal, que fue considerado en su época el mejor caballero que había montado caballo.
Tal es así, que los historiadores han llegado a la conclusión de que cualquier topónimo inglés, escocés o irlandés que empiece o acabe en "Temple" es, a la postre, un antigua posesión de los templarios.
Polonia
Los templarios no estuvieron activos en Polonia hasta el siglo XIII cuando el príncipe silesio Henryk Brodaty les cedió propiedades en las tierras de Oławy (Oleśnica Mała) y Lietzen (Leśnica). Más tarde Władysław Odoniec les donaría Myślibórz, Wielką Wieś, Chwarszczany y Wałcz. El príncipe polaco Przemysław II les entregaría Czaplinek. La orden llegaría a tener en Polonia al menos doce komandorie (comendadores), que según algunos historiadores pudieron ser hasta cincuenta. A pesar de su lejanía de Tierra Santa y del Mediterráneo que era el centro de la orden, llegaría a haber entre 150-200 caballeros en Polonia, de procedencia mayoritariamente germánica. El número de caballeros polacos es difícil de estimar. A la disolución de la Orden , la inmensa mayoría de ellos se pasaron a la Orden de los Caballeros Hospitalarios o a la de los Caballeros Teutónicos.
El final de la Orden
Ilustración de un manuscrito medieval donde se acusa a los Templarios de sodomíaFelipe IV de Francia, el Hermoso, ante las deudas que su país había adquirido con ellos por el préstamo que su abuelo Luis IX solicitó para pagar su rescate tras ser capturado en la VII Cruzada, y su deseo de un estado fuerte, con el rey concentrando todo el poder (que entre otros obstáculos, debía superar el poder de la Iglesia y las diversas órdenes religiosas como los templarios), convenció al Papa Clemente V, fuertemente ligado a Francia, pues era de su hechura, de que iniciase un proceso contra los templarios acusándolos de sacrilegio a la cruz, herejía, sodomía y adoración a ídolos paganos (se les acusó de escupir sobre la cruz, renegar de Cristo a través de la práctica de ritos heréticos, de adorar a una cabeza barbuda de nombre Baphomet y de tener contacto homosexual, entre otras cosas). Para ello contó con la inestimable ayuda de Guillermo de Nogaret, canciller del reino, famoso en la historia por haber sido el estratega del incidente de Anagni, en el que Sciarra Colonna había abofeteado al Papa Bonifacio VIII y el Papa había muerto de humillación al cabo de un mes; del Inquisidor General de Francia, Guillermo Imberto, más conocido como Guillermo de París; y de Eguerrand de Marigny, quien al final se apoderará del tesoro del Temple y lo administrará en nombre del Rey, hasta que sea transferido a la Orden de los Hospitalarios.
Nogaret, que no tenía más voluntad que la del Rey, se sirvió de las acusaciones de un tal Esquieu de Floyran, espía a las órdenes de tanto de la Corona de Francia como de la Corona de Aragón.
Parece ser que este Esquieu le fue a Jaime II de Aragón con la especie de que un prisionero templario le había confesado los pecados de la orden; Jaime no le creyó y lo echó "con cajas destempladas"…así que Esquieu se fue a Francia a contarle el cuento a Guillermo de Nogaret, que, creyera o no creyera en el mismo, no perdió la oportunidad de usarlo como pié para montar el dispositivo que, a la postre, llevó a la disolución de la Orden. Lo que Esquieu vende a Felipe y los suyos no es más que lo que ya está en boca de todos, pero lo que era un rumor ahora se ha convertido en una declaración sumarial.
El Viernes 13 de octubre del año 1307, Jacques de Molay, último gran maestre de la orden, y 140 templarios fueron encarcelados en una operación conjunta simultánea en toda Francia y fueron sometidos a torturas, por las cuales la mayoría de los acusados se declaró culpable de estos crímenes secretos. Algunos efectuaron similares confesiones sin el uso de la tortura, pero lo hicieron por miedo a ella; la amenaza había sido suficiente. Tal era el caso del mismo gran maestre, Jacques de Molay, quien luego admitió haber mentido para salvar la vida.
Llevada a cabo sin la autorización del Papa, quien tenía a las órdenes militares bajo su jurisdicción inmediata, esta investigación era radicalmente corrupta en cuanto a su finalidad y a sus procedimientos. No sólo introdujo Clemente V una enérgica protesta, sino que anuló el juicio íntegramente y suspendió los poderes de los obispos y sus inquisidores.
No obstante, la ofensa había sido admitida y permanecía como la base irrevocable de todos los procesos subsiguientes. Felipe el Hermoso sacó ventaja del descubrimiento, al hacerse otorgar por la Universidad de París el título de «campeón y defensor de la fe», así como alzando a la opinión pública en contra de los horrendos crímenes de los templarios en los Estados Generales de Tours. Más aún, logró que se confirmaran delante del Papa las confesiones de setenta y dos presuntos templarios acusados, quienes habían sido expresamente elegidos y entrenados de antemano. En vista de esta investigación realizada en Poitiers (junio de 1308), el Papa, que hasta entonces había permanecido escéptico, finalmente se mostró interesado y abrió una nueva comisión, cuyo proceso él mismo dirigió. Reservó la causa de la orden a la comisión papal, dejando el juicio de los individuos en manos de las comisiones diocesanas, a las que devolvió sus poderes.
La comisión papal asignada al examen de la causa de la orden había asumido sus deberes y reunió la documentación que habría de ser sometida al Papa y al Concilio General convocado para decidir sobre el destino final de la Orden. La culpabilidad de las personas aisladas, que se evaluaba según lo establecido, no entrañaba la culpabilidad de la orden.
Aunque la defensa de la orden fue efectuada deficientemente, no se pudo probar que la orden, como cuerpo, profesara doctrina herética alguna o que una regla secreta, distinta de la regla oficial, fuese practicada. En consecuencia, en el Concilio General de Viena, en Dauphiné, el 16 de octubre de 1311, la mayoría fue favorable al mantenimiento de la orden, pero el Papa, indeciso y hostigado por la corona de Francia principalmente, adoptó una solución salomónica: decretó la disolución, no la condenación de la orden, y no por sentencia penal sino por un decreto apostólico (bula Vox clamantis del 22 de marzo de 1312).
El Papa reservó para su propio arbitrio la causa del Gran Maestre y de sus tres primeros dignatarios. Ellos habían confesado su culpabilidad y sólo quedaba reconciliarlos con la Iglesia una vez que hubiesen atestiguado su arrepentimiento con la solemnidad acostumbrada. Para darle más publicidad a esta solemnidad, delante de la catedral de Nôtre-Dame fue erigida una plataforma para la lectura de la sentencia, pero en el momento supremo, el Gran Maestre recuperó su coraje y proclamó la inocencia de los templarios y la falsedad de sus propias supuestas confesiones. En reparación por este deplorable instante de debilidad, se declaró dispuesto al sacrificio de su vida y fue arrestado inmediatamente como herético reincidente junto a otro dignatario que eligió compartir su destino y por orden de Felipe fue quemado junto a Geoffroy de Charnay en la estaca frente a las puertas del palacio de Versalles el día de la Candelaria (18 de marzo) de 1314.
Quema de templarios en Francia.En los otros países europeos las acusaciones no fueron tan severas, y sus miembros fueron absueltos, pero, a raíz de la disolución de la orden, los templarios fueron dispersados. Sus bienes fueron repartidos entre los diversos estados y la Orden de los Hospitalarios: en la península ibérica pasaron a la corona de Aragón en el este peninsular, de Castilla en el centro y norte, de Portugal en el oeste y a la Orden de los Caballeros Hospitalarios, si bien tanto en un reino como en otro surgieron diversas órdenes militares que nos recuerdan a la disuelta, como la Orden de los Frates de Cáceres o de Santiago, Montesa (en Aragón), Calatrava o Álcantara, a las que se concedió la custodia de los bienes requisados. En Portugal el rey Dionisio les restituye en 1317 como "Militia Christi" o Caballeros de Cristo, asegurando así las pertenencias (por ejemplo el Castillo de Tomar) de la orden en este país. En Polonia los Hospitalarios recibieron la totalidad de las posesiones de los Templarios.
Después de que el Papa dio la orden por disuelta, en Portugal los templarios cambiaron su nombre a Caballeros de Cristo y algunos sobrevivientes de Francia escaparon a los alpes en Suiza, y otros escaparon en barco a Escocia
Actualmente se encuentra en los archivos secretos vaticanos el pergamino de Chinon, que contiene la absolución del papa Clemente V a los Templarios [1].
Especulaciones y misterios
El rápido ascenso de la orden, su trágico final y las numerosas reclamaciones de relación con ella por parte de grupos masones o logias, han hecho de los templarios una fuente para teorías, especulaciones, hipótesis así como obras de ficción relacionadas con ellos y demás fantasías. Entre los temas que se han tratado se encuentran el Santo Grial, un trozo de la cruz en la cual murió Jesús, posible descendencia del mismo.
Pura especulación es, sin duda, el que la leyenda de día aciago asociada al Viernes 13 provenga de la detención de los templarios, puesto que ese día sólo lo fue en Francia…
También se ha dicho que habían descubierto América antes que Colón, basándose en la importancia del puerto atlántico de La Rochelle y en la leyenda de la vuelta de Quetzalcoatl.
Otra especie muy difundida es la de la presunta relación entre los Cátaros y la Orden. Es factible, y de hecho está comprobado: varios cátaros ingresaron en la orden, existiendo registros en la encomienda de Másdeu, por ejemplo. Probablemente podría acudirse a un mútuo sentimiento de simpatía en ciertas regiones muy determinadas de Francia o de la Corona de Aragón, pero, desde luego, puede afirmarse con rotundidad que la generalidad de los templarios no fueron adeptos al catarismo.
El tesoro de los Templarios, sea cuál fuere la naturaleza de éste, también es otro tema muy dado a la fantasía. Cierto parece ser que cuándo Felipe de Francia tomó posesión de los edificios del Temple en París, no pudo posar sus ávidas manos sobre el tesoro que buscaba, porque no se encontró…de haberse encontrado, con seguridad se hubiera conservado el hecho en las crónicas, si bien es cierto que hubo un reflote de la moneda de plata francesa tras la disolución de la orden, pero este hecho podría deberse a la ingente cantidad de bienes muebles e inmuebles que Felipe se apropió.
¿Dónde está, pues, ese tesoro, si es que no se encontró? Hay varias opciones: la primera, en el castillo de Arginy, en la región francesa de Beaujolais, dónde la tradición dice que el templario Francisco de Beaujeu escondió el tesoro del "Vieux Temple", y dónde los Rosemont, propietarios del castillo desde 1883, hicieron numerosas excavaciones que abandonaron por "miedo", y dónde se han hecho numerosas investigaciones y reuniones de sociedades secretas, pero donde nunca se ha logrado encontrar nada…
La segunda, en el castillo de Gisors, cerca de París. Allí, en 1944, Roger Lhomoy (jardinero), excavó un túnel debajo del castillo, tras el que dice que encontró una capilla románica, con 19 sarcófagos y treinta armarios de metal noble. Comunicó su hallazgo a las autoridades pero nadie le hizo caso…incluso después, ciertas autoridades arqueológicas le tildaron de enfermo mental. Pero, tesoro o no tesoro, lo cierto y real es que 1964, la zona fue militarizada, controlada por el ejército y fuertemente vigilada…
La flota templaria anclada en La Rochelle, es otro misterio, pues se desvaneció como si nunca hubiera existido…tenemos constancia histórica de la existencia de ésa flota, pero lo cierto es que Felipe nunca pudo echar mano de ella. Estamos seguros de ello, pues quizá los escribas del rey hubieran dejado de relacionar un barco ( lo que es dudoso), pero dejar de relacionar una flota…
Y si no estaban en La Rochelle, ¿dónde fueron? ¿qué llevaban?…las teorías son muchas, algunas insertas en el terreno de la más pura ficción, entre ellas la de que asegura que se fueron a América (¿a dónde, exactamente de América? ¿sin dejar rastro alguno?).
Hay una teoría, más factible, que asegura que la flota se dirigió costeando Inglaterra e Irlanda hasta Escocia, donde a la sazón reinaba Robert Bruce, que estaba excomulgado por el Papa Clemente y sus territorios colocados en interdicto. Reino en el que, evidentemente, el rey no tendría muchos reparos en no cumplir las bulas papales…y que, por cierto, se hallaba inmerso en una lucha a vida o muerte con Inglaterra, razón por la cuál Roberto Bruce debió de acoger con los brazos abiertos a los caballeros templarios, expertos guerreros. Se llega a decir que la victoria decisiva de Escocia sobre Inglaterra en la Batalla de Blanockburn fue debida a una carga de caballeros templarios…
La famosa Capilla Rosslyn sería construida precisamente por los templarios, escondiendo en su ornamentación las claves de su saber hermético y del lugar de su tesoro, y fundando con ello la sociedad masónica…
Por último, y desde un punto de vista tan esotérico como romántico, cuenta la Leyenda que en París, en la zona del Vieux Temple, cuándo las noches son oscuras y cerradas, aún se puede escuchar una voz que grita "¡¿Quién defiende al Temple?!".
Templarios del Siglo XXI
Debido al "misterio" con que se ha adornado siempre la historia de la Orden del Temple, después de su disolución han ido apareciendo autoproclamados sucesores de la misma.
En 1981 la Santa Sede se tomó el trabajo de confeccionar una lista de organizaciones que se declaraban sucesoras de los templarios…y encontró más de cuatrocientas.
Cierto que la inmensa mayoría de ellas no son sinó grupos pantalla para cubrir otros fines, con prácticas que bordean el límite con lo ilícito, y, algunas otras, con un claro comportamiento sectario (recordemos la tristemente famosa Orden del Templo Solar).
Algunas asociaciones de esta lista, sin embargo, dedican su trabajo a fines altruistas (los Caballeros de la Alianza Templaria, contra la droga, por ejemplo) o a fines menos prácticos pero inócuos (La Orden de los Caballeros del Temple y de la Virgen María y su dedicación a la alquimia)…
Inquisición:
Inquisición, institución judicial creada por el pontificado en la edad media, con la misión de localizar, procesar y sentenciar a las personas culpables de herejía. En la Iglesia primitiva la pena habitual por herejía era la excomunión. Con el reconocimiento del cristianismo como religión estatal en el siglo IV por los emperadores romanos, los herejes empezaron a ser considerados enemigos del Estado, sobre todo cuando habían provocado violencia y alteraciones del orden público. San Agustín aprobó con reservas la acción del Estado contra los herejes, aunque la Iglesia en general desaprobó la coacción y los castigos físicos.
En el siglo XII, en respuesta al resurgimiento de la herejía de forma organizada, se produjo en el sur de Francia un cambio de opinión dirigida de forma destacada contra la doctrina albigense. La doctrina y práctica albigense parecían nocivas respecto al matrimonio y otras instituciones de la sociedad y, tras los más débiles esfuerzos de sus predecesores, el papa Inocencio III organizó una cruzada contra esta comunidad. Promulgó una legislación punitiva contra sus componentes y envió predicadores a la zona. Sin embargo, los diversos intentos destinados a someter la herejía no estuvieron bien coordinados y fueron relativamente ineficaces.
La Inquisición en sí no se constituyó hasta 1231, con los estatutos Excommunicamus del papa Gregorio IX. Con ellos el papa redujo la responsabilidad de los obispos en materia de ortodoxia, sometió a los inquisidores bajo la jurisdicción del pontificado, y estableció severos castigos. El cargo de inquisidor fue confiado casi en exclusiva a los franciscanos y a los dominicos, a causa de su mejor preparación teológica y su supuesto rechazo de las ambiciones mundanas. Al poner bajo dirección pontificia la persecución de los herejes, Gregorio IX actuaba en parte movido por el miedo a que Federico II, emperador del Sacro Imperio Romano, tomara la iniciativa y la utilizara con objetivos políticos. Restringida en principio a Alemania y Aragón, la nueva institución entró enseguida en vigor en el conjunto de la Iglesia, aunque no funcionara por entero o lo hiciera de forma muy limitada en muchas regiones de Europa.
Dos inquisidores con la misma autoridad –nombrados directamente por el Papa– eran los responsables de cada tribunal, con la ayuda de asistentes, notarios, policía y asesores. Los inquisidores fueron figuras que disponían de imponentes potestades, porque podían excomulgar incluso a príncipes. En estas circunstancias sorprende que los inquisidores tuvieran fama de justos y misericordiosos entre sus contemporáneos. Sin embargo, algunos de ellos fueron acusados de crueldad y de otros abusos.
Los inquisidores se establecían por un periodo definido de semanas o meses en alguna plaza central, desde donde promulgaban órdenes solicitando que todo culpable de herejía se presentara por propia iniciativa. Los inquisidores podían entablar pleito contra cualquier persona sospechosa. A quienes se presentaban por propia voluntad y confesaban su herejía, se les imponía penas menores que a los que había que juzgar y condenar. Se concedía un periodo de gracia de un mes más o menos para realizar esta confesión espontánea; el verdadero proceso comenzaba después.
Si los inquisidores decidían procesar a una persona sospechosa de herejía, el prelado del sospechoso publicaba el requerimiento judicial. La policía inquisitorial buscaba a aquellos que se negaban a obedecer los requerimientos, y no se les concedía derecho de asilo. Los acusados recibían una declaración de cargos contra ellos. Durante algunos años se ocultó el nombre de los acusadores, pero el papa Bonifacio VIII abrogó esta práctica. Los acusados estaban obligados bajo juramento a responder de todos los cargos que existían contra ellos, convirtiéndose así en sus propios acusadores. El testimonio de dos testigos se consideraba por lo general prueba de culpabilidad.
Los inquisidores contaban con una especie de consejo, formado por clérigos y laicos, para que les ayudaran a dictar un veredicto. Les estaba permitido encarcelar testigos sobre los que recayera la sospecha de que estaban mintiendo. En 1252 el papa Inocencio IV, bajo la influencia del renacimiento del Derecho romano, autorizó la práctica de la tortura para extraer la verdad de los sospechosos. Hasta entonces este procedimiento había sido ajeno a la tradición canónica.
Los castigos y sentencias para los que confesaban o eran declarados culpables se pronunciaban al mismo tiempo en una ceremonia pública al final de todo el proceso. Era el sermo generalis o auto de fe. Los castigos podían consistir en una peregrinación, un suplicio público, una multa o cargar con una cruz. Las dos lengüetas de tela roja cosidas en el exterior de la ropa señalaban a los que habían hecho falsas acusaciones. En los casos más graves las penas eran la confiscación de propiedades o el encarcelamiento. La pena más severa que los inquisidores podían imponer era la de prisión perpetua. De esta forma la entrega por los inquisidores de un reo a las autoridades civiles, equivalía a solicitar la ejecución de esa persona.
Aunque en sus comienzos la Inquisición dedicó más atención a los albigenses y en menor grado a los valdenses, sus actividades se ampliaron a otros grupos heterodoxos, como la Hermandad, y más tarde a los llamados brujas y adivinos. Una vez que los albigenses estuvieron bajo control, la actividad de la Inquisición disminuyó, y a finales del siglo XIV y durante el siglo XV se supo poco de ella. Sin embargo, a finales de la edad media los príncipes seculares utilizaron modelos represivos que respondían a los de la Inquisición.
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