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La dama y el filósofo (página 2)


Partes: 1, 2

2. El salón de las paradojas.

Con la amenaza del Inca resonando, Eloísa y Abelardo se enfrentaron a tres puertas. Al acercarse a la primera esta inesperadamente pronunció: "Detrás de mí hay treinta guerreros con treinta lanzas para impedir el paso". La segunda dijo: "Detrás de mí hay treinta jaguares con un hambre de treinta años para impedir el paso". La tercera: "Detrás de mí hay treinta flecheros con sus arcos y flechas para impedir el paso".

Abelardo y Eloísa se miraron perplejos.

– ¿Estamos ante una paradoja? –preguntó Eloísa a Abelardo-.

– Creo que no pero se le parece. Una paradoja que se puede rebatir parte de cierta afirmación falsa puesta de una manera que parece verdadera. A veces pasan decenas o centenares de años hasta que se descubre la falsedad. Posiblemente ese sea el caso de las paradojas que vamos a encontrar ahí dentro…si descubrimos por cuál puerta tomar.

– El Inca ha dicho que solo a una puerta debemos atender.

– Bien –decidió Abelardo-, fijémonos en qué ha dicho cada una.

Pero Eloísa levantó enseguida la palma de la mano y miró divertida a Abelardo. Finalmente ambos echaron a reír y abrieron la puerta del medio. Solamente tuvieron que sortear los esqueletos de treinta jaguares para encontrarse ya en el salón de las paradojas.

Era un salón amplio, dorado como todo el palacio, pero las paredes tenían grabadas figuras como las de la Grecia Clásica. En el techo había agujeros para permitir aire y sol y salteadamente lucían su verdor algunas plantas. Se vislumbraban extrañas esculturas, seres humanos congelados en el tiempo. Aquiles, el de los pies ligeros, corría detrás de una tortuga pero no lograba darle alcance. Un viejecito muy sabio estaba sentado sonriendo.

– ¿Es usted Zenón de Elea? –le preguntó Eloísa-.

El sofista griego del siglo V AC asintió profundamente y dijo:

– Por muy veloz que corra Aquiles cuando llegue donde está la tortuga ella habrá avanzado ya un tramo. Pequeño pero un tramo al fin. Cuando Aquiles recorra este tramo ya la tortuga habrá avanzado otro, y así por siempre. Nunca Aquiles le dará alcance a la tortuga.

– Pero yo no soy Aquiles –dijo Abelardo- y si corro tras esa tortuga la alcanzo y la paso. ¿Quiere verlo?

– No quiero verlo porque no puedo verlo. Nos parece que un cuerpo adelanta al otro pero eso solo indica que los sentidos nos engañan, es una ilusión de los sentidos pues contradice a la lógica. Por muy veloz que sea Aquiles cuando llegue al lugar donde estaba la tortuga habrá pasado un tiempo y en ese tiempo la tortuga adelantaría algo siempre. Lógicamente nunca puede alcanzarla aunque así parezca.

Eloísa miraba al anciano molesta. Abelardo le tomó la mano, acarició su rostro y el enojo se le fue pasando.

– Usted –dijo Abelardo a Zenón- lo único que ha hecho es poner un límite al movimiento de Aquiles: solo puede llegar hasta el lugar donde estaba la tortuga cada vez.

Se enfurruñó el viejecito.

– Antes de Aquiles continuar tiene que llegar necesariamente al lugar donde estuvo antes la tortuga. ¡Y en ese tiempo esta ya habrá avanzado algo!

Bien. Ponga usted una meta a ambos, aquel árbol, por ejemplo –y Abelardo señaló un frondoso platanero-. Dé usted a la tortuga la ventaja que quiera. Como Aquiles puede ir tan veloz como desee en el tiempo en que la tortuga avanza un tramito ya Aquiles habrá llegado allá miles de veces, ida y vuelta, pasando cada vez por el lado de la tortuga.

– ¡No puede! –refunfuñó Zenón-. ¡Tiene que pasar primero por donde estaba la tortuga, esta en ese tiempo habrá avanzado, y…!

– Abelardo sonrió a Eloísa y se dispusieron a continuar.

– Espere –gritó Zenón-. Usted no ha podido decirme en qué falla mi argumento pues no tiene fallo alguno. Usted lo que hizo fue cambiar el problema por otro y no rebatir el mío.

– Pues falla –sentenció Abelardo palabra a palabra- en que usted no tiene en cuenta una cosa que existe: la velocidad, el cambio de espacio en la unidad de tiempo. No tener en cuenta el cambio es como no tener en cuenta el movimiento como el elemento primordial del que se derivan el espacio y el tiempo. Usted, al no tener en cuenta la velocidad de cada uno abole el movimiento desde un principio y solo cuenta para usted el espacio y el tiempo desligados del movimiento. Por eso "demuestra" que no existe el movimiento porque lo ha eliminado desde el mismo planteamiento del problema. Ha sido muy agudo porque lo ha escondido bien, puede engañar a cualquiera.

– ¡Usted falta el respeto a mis años! Y en cuanto al movimiento, ¡no existe! Venga a ver mi segundo razonamiento –y arrastró a Abelardo de la mano hasta donde estaba otro hombre congelado en el tiempo al lanzar una flecha. Esta había salido despedida del arco pero no avanzaba nada absolutamente-.

– ¿Lo comprenden ambos ahora? –dijo Zenón pasando sus ojos complacidos de la escultura a la pareja-.

– Esto es imposible –dijo Abelardo alargando la mano para tocar lo que parecía una escultura, pero el sabio se lo impidió-.

– Es lógica pura. Para que una flecha avance tiene que hacerlo de un punto a otro del espacio. Pero un punto es infinitamente pequeño, luego la punta de la flecha en ese punto infinitamente pequeño no puede moverse, no tiene espacio para moverse. Obligatoriamente tiene que permanecer ahí en reposo. Así, lo que nuestros sentidos reconocen como movimiento es engañoso, el movimiento es solamente una sucesión de estados de reposo.

Abelardo y Eloísa permanecieron callados. Se miraron, se tomaron de las manos.. El anciano había hecho magia con la lógica y era difícil descubrir el dato escondido. Abelardo se frotó la barbilla y Eloísa pasó la mano por sus bucles. Y abrió los ojos.

– ¿Recuerda usted –dijo la muchacha- lo que ocurrió cuando Odiseo después de su largo viaje vio en la sala de su casa a los pretendientes riñendo por su esposa Penélope?

– ¿Una mujer pretende contradecirme?

– Anciano y cubierto de harapos nadie lo reconocía –continuó Eloísa sin hacer caso del reproche-. Propuso una manera de dirimir la riña. Penélope pertenecería a quien pudiera tensar un gran arco

– ¿Una mujer osa confrontarme?

– Ninguno de los pretendientes lo pudo tensar –acotó Abelardo, sin saber muy bien hacia dónde se movía el pensamiento de Eloísa-.

– ¿Pudo moverse alguna flecha?

La pregunta sacudió a todas las paradojas del salón.

– No pudo –continuó Eloísa-. La flecha solo se movió cuando el propio Odiseo fue capaz de tensar el arco y disparar.

– ¿Una mujer pretende oponerse A MI demostración?

– Usted ha sacado de escena –dijo Eloísa mirando recto a los ojos del anciano- a un personaje que siempre acompaña al movimiento: la energía. Ninguno de los pretendientes tenía la fuerza de Odiseo, no podía comunicarle suficiente energía a la flecha y esta efectivamente no se movió. Al escamotear la energía, escamotea usted el movimiento y luego afirma que no existe.

– ¿Una mujer me desafía? ¡Zeus! ¿Es una mujer la que intenta rebatirme?

Eloísa y Abelardo, de las manos, se alejaban en dirección de un hombre en su madurez sentado junto a una yuca florida mientras el anciano proseguía su cantilena: una mujer, una mujer, ¡por Zeus…una mujer!

– Te presento a Protágoras –dijo Abelardo a Eloísa-, un sofista contemporáneo de Zenón.

El hombre siquiera se inmutó, permanecía inspeccionado una larga lista. A su lado había una varilla y una cinta de medir. La pareja se acercó un poco más. Protágoras levantó la cabeza y como un resorte fue a parar al lado de ellos con la varilla en una mano y la cinta de medir en la otra.

– Por favor, necesito continuar mi lista. Tomen esta cinta, midan la varilla y díganme cuánto les midió. Pero lo más exactamente posible.

Abelardo hizo la medida y después Eloísa. Obtuvieron valores ligeramente diferentes uno del otro.

– Ajá –exclamó el hombre con alegría-, ¡otros dos valores! –Y corrió a apuntarlos en la lista-.

– Se pudiera saber –preguntó Eloísa curiosa-, ¿qué es esa lista?

Abelardo le susurró a Eloísa que le permitiera a él, no fuera a pasar lo mismo que con Zenón. Los griegos subestimaban el pensamiento femenino, aunque no los grandes griegos, como Pericles. El mundo era para ellos un asunto de hombres; las mujeres, al gineceo. Eloísa hizo una mueca.

– Mi lista –dijo el sabio dirigiéndose exclusivamente a Abelardo- es la confirmación de que el mundo solo existe en las ideas.

– ¿Puede saberse por qué?

– Está probado. Ustedes dos acaban de completar los dos millones quinientos mil seres humanos que han medido esta varilla. Y vea, ninguna medida coincide con otra. Eso indudablemente significa que la realidad es opinable, depende de cada cual. Es el hombre quien realmente es la medida de todas las cosas.

Abelardo tomó la lista y la estuvo escrutando un tiempo.

– ¿No comprende usted que hay muchas, muchas medidas muy cercanas una de otra?

– Pero todas son distintas y es por eso que cada juicio, aunque sea del científico más reputado, es nada más que eso: su juicio, su opinión y no tiene más validez que el juicio de otro.

Abelardo extrajo desde sus vestiduras de monje una computadora manual cuántica, abrió un paquete estadístico y leyó rápidamente una gran cantidad de números de la lista. A su orden estos se aleatorizaron. Dispuso "Entrada" y con rapidez se dibujó en la pantalla una bella curva semejante a una campana. La enseñó a Protágoras.

– Mire. Esta curva representa cómo están agrupadas todas las medidas de su lista. Como puede ver la inmensa mayoría se acumula en torno al centro de la campana –y con el Indicador le mostraba los números de la lista-. Esto significa dos cosas: primero que la verdadera longitud de la varilla está en un cierto pequeño intervalo que rodea el valor de ese centro, ¿no ve que es ahí donde más medidas se acumulan?; y segundo que, naturalmente, cada persona es diferente y aprecia con más o menos error la longitud real de la varilla.

Protágoras se quedó un instante indeciso

– No sé de dónde ha sacado usted esa cosa.

– Es un simple instrumento que con velocidad infinita ordena y computa la información. Todos sus

datos, ordenados por proximidad, están representados en esta curva. Ahora voy a decirle algo muy importante: ¿quiere usted mejorar la medición? No pida a cuanta persona llegue que haga la medida, mejor seleccione a las personas. Con diez expertos medidores obtendrá un valor promedio mucho más cercano al real. O pida a un inventor que construya un equipo de medición más preciso que la cinta métrica. Ayudándose de ambas cosas podrá conocer el mundo lo suficiente para sus apremios actuales, pero usted es un sofista y tal vez no le interese eso. Los sofistas parten de premisas ciertas, fuerzan la lógica y con ellas llegan a conclusiones falsas pero cuya falsedad no es evidente. Usted parte de algo que es cierto: las personas son diferentes y por ello observan las cosas desde perspectivas diferentes, y con esta premisa usted arriba a que las personas hacen conclusiones incompatibles entre sí. Pero puede demostrarse que, cuando se mide algo, la mayoría de las personas concluyen cosas muy parecidas entre si pues la realidad los obliga a ello. De manera que se pueden compatibilizar los juicios y seleccionar, entre todos, un juicio consensuado que se acerque todavía más a la realidad. No es un juicio convencional arbitrario pues con él se puede operar con éxito en la realidad y si fuera arbitrario esto no se podría hacer. He dicho "cuando se mide algo" pero en realidad, siempre se puede medir todo. Cuando no existen instrumentos de medición los juicios se confrontan llevándolos a la práctica social y observando los resultados. Si analiza un poco verá que es esto mismo lo que hacemos con los instrumentos de medición. E igual que antes se requerirá seleccionar a las personas que juzgan. No es construir una elite, es permitir que juzguen quienes se han esforzado más en depurar su moral y sus pensamiento.

Protágoras había ido demudando conforme Abelardo desarrollaba su discurso. Ahora estaba desarmado, sin réplicas contundentes parta defenderse. La pareja miró hacia las próximas tres puertas y se dispusieron a marchar hacia allí. Abelardo echó una ojeada y vio la cara del hombre.

– No se preocupe –le dijo-, su nombre seguirá resonando en los tiempos porque vendrán muchos que quieran igual a los sofistas alcanzar fortuna por fama de sabios y muy pocos que frente a esto prefieran la cruz, la emasculación, la cicuta o la hoguera. Dentro de veinticinco siglos usted todavía será famoso mientras que de Eloísa y Abelardo nadie se recordará. Se organizarán cátedras en las universidades de todo el planeta para proclamar la incompatibilidad de los juicios y las teorías. Les llamarán Cátedras de Ciencia, Tecnología y Sociedad aunque su intención sea destruir la ciencia, la tecnología y la sociedad. No tiene que preocuparse1.

Conforme el hombre y la mujer se alejaban una sonrisa sardónica se insinuó en el rostro de Protágoras.

3. El gran salón de los cuervos blancos.

Estaban de nuevo ante tres puertas. Al acercarse a la primera esta inesperadamente pronunció:"Soy la única que conduce al gran salón", y la del medio, acabada esta declaración: "Mis hermanas nunca mienten". Enseguida la tercera puerta advirtió: "Soy la única que conduce al gran salón".

Abelardo y Eloísa quedaron indecisos.

– Evidentemente –dijo Eloísa- la puerta del medio miente, pues una de sus "hermanas" miente.

– Y si miente no deberíamos hacerle caso. Habrá que hacerle caso a alguna de los extremos, pero ambas afirman lo mismo.

Abelardo se acarició la barbilla y murmuró "Una miente y la otra no, pero ¿cuál?".

Eloísa abrió los ojos:

– ¿Y si las dos de los extremos mintieran?

– Entonces –reflexionó Abelardo- la del medio sería la nuestra.

– A la cual habría que hacer caso. Pero si una sola puerta lleva al gran salón no podemos hacer caso a la que nos induce a pensar que ambas llevan al gran salón porque sus "hermanas" nunca mienten. ¡Qué es esto! –exclamó Eloísa confundida-.

Un buen rato ambos estuvieron en silencio pero se escuchó la voz del Sol:

"DE ESAS TRES PUERTAS HAY DOS QUE SIEMPRE MIENTEN".

La pareja quedó deslumbrada unos minutos hasta que el Sol desapareció.

– Con seguridad una de las que miente es la del medio pues otra de los extremos tiene que mentir siempre y la del medio afirma que ambas nunca mienten –concluyó Eloísa-.

Abelardo negó con la cabeza:

– Hemos constatado solamente que nos dijo una mentira y no que "siempre miente".

Eloísa se quedó pensativa pero al cabo levantó una de sus cejas. Una sonrisa astuta alumbró su rostro juvenil. Se acercó a la puerta del medio.

– ¿Acabas de decir una mentira?

-No –respondió la puerta-.

La joven repitió la misma pregunta tantas veces que la puerta, ahíta ya, chilló: "¡Sí!".

– ¿Ves? –dijo Eloísa a Abelardo-, no siempre miente, acaba de decirnos una verdad. Así, quienes siempre mentirán son las dos de los extremos.

Al abrir la puerta del medio una muchedumbre de cuervos blancos se proyectó contra ellos, tanto que tuvieron que escudarse con las manos. Dos sonoras palmadas calmaron a los cuervos. Aparecieron dos hombres en el centro del salón, uno mofletudo y sonriente, el otro –más joven-ceñudo y de estampa arrogante.

– Hume y Hempel –informó Abelardo a Eloísa conforme avanzaban hacia ellos.

Durante el largo trecho que conducía hasta ambos personajes Abelardo, en susurros, fue informando a Eloísa.

Hume es el escéptico por excelencia del siglo XVII, para él la realidad puede existir pero es dudoso conocerla. Solo disponemos de la experiencia que se vive, la cual impresiona los sentidos y por lo mismo tenemos ideas en la mente pero esas ideas no se puede asegurar que correspondan con las cosas: no pueden ser el efecto de la realidad en la mente porque los efectos no tienen nada que ver con las causas. Más claro, no existen la causa y su efecto, es una ilusión de la mente que observa dos impresiones contiguas pero entre ellas no se puede demostrar que haya una conexión necesaria. Ver el sol saliendo todos los días no garantiza que saldrá mañana, y el hombre cuenta con solo eso, sus impresiones de que sale todos los días lo cual no puede probar ninguna regularidad o ley científica, en la cuales se afirma que algo sucederá en todo tiempo y lugar2.Por otro lado

el hombre no puede experimentar en su mente leyes científicas como la gravedad3.

– ¿Para qué observar las cosas entonces? –dijo Eloísa-, que cierre los ojos.

– Abre los ojos solamente para recibir impresiones que le sirven de guía para la vida práctica.

– O sea –sonrió Eloísa- , los abre para lo que le conviene.

– ¿De qué comentan? –se escuchó una profunda voz-.

La nube de cuervos blancos permitió ver la figura redonda de David Hume.

– Venimos a carear contigo –desafió imprudente Eloísa-.

– ¿Quiénes son ustedes?

– Eloísa y Abelardo.

– ¿Conoces a Eloísa y Abelardo, Carl? –preguntó Hume a su colega-.

– ¿Qué es eso, alguna marca de chocolatines?

– Si sueltas una piedra de tu mano –preguntó Eloísa a Hume sin miramientos-, ¿caerá al suelo?

– Ah, nos tuteamos ya, ¿qué crees tú, jovencita?

– Que cae a tierra.

– ¿Y por qué?

– No porque la haya visto miles de veces caer cuando se suelta, sino por la acción del campo gravitatorio que descubrió un compatriota tuyo: Isaac Newton. Con ese descubrimiento se hicieron comprensibles las curvas geométricas que describen los planetas en el cielo. ¿No te parece que esa impresión de los sentidos, elaborada intelectualmente a través de rigurosas leyes matemáticas, fue una de las fuentes que permitió a la humanidad comprender los fenómenos terrestres y celestes como un todo único, desde la caída de una manzana hasta el movimiento de los planetas alrededor del sol? Escucha bien: los fenómenos terrestres y celestes, dos mundos hasta ese momento incompatibles entre sí, pasaron a formar parte de un único y armonioso universo.

Eloísa se había quedado sin aliento. Apareció la figura imponente de Carl Gustav Hempel y la muchacha regresó a inspirar con fuerza.

– Sé que mañana el sol traerá de nuevo la luz del día no porque lo haya visto antes miles de veces sino porque no tiene otra explicación la alternancia del día y la noche que comprender rotando la bola del mundo, y estoy segura de que ocurrirá mañana porque, dada la simplísima ley de

gravitación universal entiendo que un planeta que rota en el espacio no puede detenerse a no ser que frene sus vueltas otro cuerpo cercano de gran masa, semejante a como a su vez hace nuestra Tierra con la Luna, que fija su cara. Y que venga otro cuerpo a rozarnos no ha sido detectado por ningún astrónomo para mañana. Como ves esta combinación de percepciones, análisis, síntesis, deducciones e inducciones que he podido hacer es lo único que me sirve con seguridad para la vida práctica.

Hume se quedó mirando de hito en hito a la joven. Hempel dio un paso hacia ella.

– Aparenta ser así -pronunció el filósofo amenazador- pero no puede demostrarse. Sálgase usted de la Física y aterrice en la Lógica Inductiva. Si examinamos un millón de cuervos y observamos que todos son negros, nuestra creencia en la teoría "todos los cuervos son negros" crecerá con cada observación. En Lógica la afirmación "todos los cuervos son negros" equivale a la afirmación "todas las cosas no-negras son no-cuervos". Por tanto, el observar una manzana roja, que es una cosa no-negra, ¡incrementaría nuestra confianza en la creencia de que todos los cuervos son negros!

– El que las creencias aumenten con cada observación –protestó vivamente Eloísa- no es ningún método científico de investigación.

– Aunque sea tratado así por los lógicos –precisó calmadamente Abelardo- y le llamen Inducción Baconiana.

– ¡Usted convirtió las creencias en teorías! –casi increpó Eloísa cambiando el pronombre-. ¡Usted es tan prestidigitador como Zenón y Protágoras!

Abelardo sujetó a la mujer invitándola a calmarse. No hacía falta, ahora Hempel simplemente la ignoraba mientras sus ojos convergían en el monje.

– No hay garantías para generalizar desde la experiencia pasada. Aunque todos los cuervos observados sean negros eso no garantiza que el próximo sea no-negro. Y si, a partir de que ha observado que todos los monjes se visten de negro usted concluye que el próximo que verá también va de negro, comete la falacia de la afirmación del consecuente.

Hempel quería llevar la discusión al terreno de la Lógica Formal. Era su terreno.

– De acuerdo, señor Hempel, pero discutamos mejor en el territorio de los contenidos. Algo para ser explicado lo es por sus propiedades esenciales y por sus cualidades fenoménicas y accidentales. Las dos últimas pueden cambiar de un individuo o cosa a otro pero no las primeras. Sea que el plumaje del cóndor es una de sus propiedades esenciales. Lo es porque el color negro le permite calentar su cuerpo dadas la grandes alturas que frecuenta, usted conoce que el negro es el color que mejor absorbe la radiación solar. Sea que la absorción de calor para esta ave determina que tome suficiente altura como para abarcar el horizonte que le permite alimentarse. ¿Diría usted ahora que puede aparecer un cóndor blanco?

Hempel guardó silencio unos instantes.

– Mi argumento es irrebatible. Lo reconoció Bertrand Russell.

– Si usted no sale de la Lógica Formal, los silogismos ausentes de contenido, su argumento es imbatible. Pero si admite que para reconocer un cuervo la ciencia tiene que descubrir primero sus propiedades y que esto no se realiza por simple inspección de los individuos entonces su argumento se viene abajo. Póngalo de esta manera: un cuervo, entre otras propiedades esenciales, tiene la del color negro de su plumaje. Examino cien cuervos y todos son negros. El ciento uno debe ser negro o por esencia deja de ser cuervo.

Hempel cerró la boca. Apretó los labios. Palmeó. Cientos de cuervos blancos revolotearon por la sala hasta que una nueva palmada los hizo posarse.

– Muy bien –explicó Abelardo-, aparecen cuervos que son blancos. Y es muy bueno que aparezcan porque ahora tenemos un nuevo objeto de investigación: ampliar la noción de cuervo para incluir la subespecie blanca. "De cierta manera –dijo Justin Gaarder en El mundo de Sofía– el objeto de la ciencia es encontrar el cuervo blanco".

Abelardo había dado por terminada la discusión y extendió la mano a Eloísa. Buscaron las otras tres puertas pero David Hume no les permitió marcharse tan aprisa.

– Un momento, amigo, rebata esto. La impresión de los sentidos es el hecho originario del conocimiento, por lo cual el conocer, por ejemplo un cuervo negro, solo está referido a la impresión sensible. No hay ideas si antes no hay impresiones y las ideas mismas son, o recuerdo de impresiones ya no actuales o anticipaciones de impresiones por medio de la imaginación: en uno y otro caso por tanto las ideas son imágenes descoloridas de las impresiones. ¿Cuál es la validez de un conocimiento? No puede fundarse en otra cosa más que en las relaciones recíprocas de nuestras representaciones, las cuales solo pueden explicarse de su hecho originario: la impresión de los sentidos.

– ¿Cree usted en Dios?

Hume asimiló el golpe bajo.

– No, puesto que es una representación demasiado compleja para admitir que sea producto de impresiones sensoriales. Es más bien una combinación de impresiones originales, como ángel es la combinación de ave y ser humano. Pertenece a la categoría de los sueños y las fantasías.

– Y a otros, ¿no les ha llegado la impresión completa de Dios?

– La Biblia afirma que sí, pero de las impresiones no nacen ideas precisas de nada.

– ¿Cree en los cuervos blancos?

– Por supuesto, tengo impresiones vivísimas de ellos.

– Pero no podrá afirmar que son realmente cuervos porque de las impresiones no nacen ideas precisas de nada.

Aunque fue una de las pocas veces que lo había hecho, Hume frunció el ceño.

– ¿A dónde pretende llevarme? Las impresiones sirven de guía para la vida práctica.

– A ningún lugar –respondió Abelardo-. Si usted parte del principio que el objeto de la mente humana son ideas sesgadas del mundo real yo no encuentro razones para rebatirlo, porque usted lo da como principio. Pero no puede demostrarlo y mucho menos con los cuervos blancos. Si yo parto del principio que las ideas son el reflejo adecuado de la realidad objetiva tampoco puedo derivarlo de otro principio más general porque él es el más general de todos los principios. Yo puedo creer en Dios y en el mundo en que vivo, usted no puede creer ni en Dios ni en la realidad del mundo, ambas nociones son para usted, por principio, dudosas. Quede pues cada uno con su criterio.

Abelardo se despidió y junto a Eloísa fue caminando hacia las otras tres puertas.

– Pudiste rebatirlo, pudiste poner ejemplos de conceptos universales: la energía, que es eterna porque ni se crea ni se destruye; el movimiento eterno que la acompaña. Son ideas potentes que parten del contacto con el mundo y permiten al ser humano operar con la realidad objetiva, lo cual prueba que existen.

– Créeme, Eloísa, jamás discutas con un escéptico.

Eloísa lo miró de través.

– Pues hay autores que entre los escépticos te han incluido –dijo, para molestarlo-.

– Son tontos, o se hacen.

4. La sala donde combaten las ciencias.

Estaban de nuevo ante tres puertas. La primera tenía grabado: CONDUZCO AL SALÓN. Esa misma inscripción había en la segunda, y en la tercera: CONDUZCO A LA TORTURA.

– Otra vez la misma situación –dijo Eloísa desilusionada-.

– Las dos primeras mienten o por lo menos una de ellas.

– Y la tercera nos advierte –puntualizó Eloísa- que conduce a una tortura y no al salón, por lo tanto a ella no hay que atender. Esperemos si el Sol nos agrega algo.

Aguardaron unos minutos pero ahora el Sol no apareció. Abelardo había quedado profundamente pensativo. Dio dos pasos hacia la puerta que conducía a la tortura y la abrió. Eloísa tuvo un sobresalto.

– Esta es nuestra puerta, amada mía.

Entraron. Era un salón siglo XXI y en el centro estaba dispuesto un gran banquete en lugar de una batalla. Los comensales no parecían darse cuenta de que la pareja había hecho su entrada. Levantaban copas de chicha y engullían pescado picante. Eran los filósofos posmodernistas.

– Brindo por la vigorosa salud que las Cátedras de Ciencia, Tecnología y Sociedad gozan en todas las universidades del mundo.

– Y yo brindo –pronunció otro entusiasmado- por la metafísica cartesiano-newtoniana.

– La Mecánica Cuántica ha legado un serio tejido sociocultural.

– ¡Tras la fachada de objetividad de la ciencia hay una ideología de dominación!

– Salud al discurso postcuántico.

– ¡La mecánica de los fluidos es realmente una codificación de género!

– La ideología de género subyace en las ciencias naturales.

Uno de ellos se puso en pie parsimonioso. Levantó la copa hacia el cabeza de la larga mesa de manteles largos.

– Usted fue quien fundamentó nuestro pensamiento. Es usted nuestro Gran Hermano. La revisión de la historia de la ciencia que usted ha hecho ha permitido arrojar serias dudas sobre la credibilidad en la ciencia.

Todos aplaudieron y el aludido hizo una levísima reverencia.

-¡Qué es esto! –susurró Abelardo a Eloísa-.¡Qué racimo de falsedades! La metafísica cartesiano-newtoniana no existe, aunque ambos hayan aludido a la metafísica. La mecánica cuántica no ofrece ningún tejido cultural fuera de la ciencia natural, aunque algunos hayan querido interpretar el Principio de Incertidumbre como "principio de la imposibilidad del conocimiento de la realidad objetiva": es un fenómeno totalmente natural que ocurre cuando se dispersan estadísticamente los valores pero puedo conocer esos valores y el error que tienen, o sea su dispersión, su desviación. Discurso postcuántico no hay a no ser que se imponga irracionalmente. ¡La ciencia resultado del poder político!, ¿cómo puede ser cierto si los mismos fenómenos naturales han sido comprobados en países donde gobiernan poderes políticos mortalmente opuestos? La ciencia resultado de la ideología de género, ¡qué estupidez!4

Eloísa balanceó la cabeza

– Al desprestigiar la ciencia –dijo- fortalecen la mística. Esos mismos procedimientos practicaron contra nosotros en el siglo doce. ¿Y quién es ese a quien adoran como a un dios?

– Thomas Kuhn –respondió Abelardo-, un físico que vivió en el siglo veinte. Hizo el anuncio, después de revisar la historia de las teorías físicas, que estas no eran otra cosa que convenciones sociales. Una teoría sustituye a otra simplemente porque gana más adeptos, como en una votación para presidente, pero la teoría nueva es irreconciliable con la vieja, inconmensurable, dijo él. Y miente descarado. Porque desde los primeros años en la universidad enseñan a los alumnos, incluido a él con toda seguridad, a demostrar cómo la teoría vieja es parte de la nueva. De lo contrario la teoría nueva no se acepta, y ello es lógico porque la antigua se continúa empleando en la producción de bienes materiales, como antes. Seguimos, y seguiremos siempre, utilizando la ley de Arquímedes para la palanca y así sucesivamente5.

Un hombre de grandes espejuelos estaba arrinconado en las sombras. Eloísa y Abelardo lo advirtieron únicamente cuando se levantó sobre sus pies y caminó hacia los filósofos postmodernistas.

– Ese pobre –aclaró Abelardo- es quien único combate a los postmodernistas. Y está solo. Verás cómo lo increpan.

Eloísa se fijó en su andar desgarbado de intelectual puro. . Los posmodernistas sorbían largamente la chicha.

– He ahí a quien nos ha engañado –dijo uno de los filósofos indicando al hombre de los grandes espejuelos-.

– No soy más que un físico –respondió el hombre- incapaz no ya de ser cabeza sino siquiera cola de críticos en filosofía. Les tendí una trampa, es verdad, pero ustedes la merecían. Porque han proliferado el sinsentido, el pensamiento chapucero y disparatado de quien niega la existencia de realidades objetivas o minimiza su relevancia práctica. Y escuchen: hay un mundo real, sus propiedades no son simplemente construcciones sociales, los hechos y las pruebas sí importan. Políticamente estoy molesto porque muchos (aunque no todos) de estos disparates ridículos emanan de la auto-proclamada izquierda. Atestiguamos aquí una profunda retractación histórica. La mayor parte de los siglos diecinueve y veinte la izquierda se identificó con la ciencia y contra el oscurantismo; creíamos que el pensamiento racional y el análisis audaz de la realidad objetiva (tanto natural como social) eran herramientas penetrantes para combatir la mistificación fomentada desde el poder- por no decir que eran fines humanos deseables en sí mismos. La vuelta actual de muchos humanistas académicos y científicos "´progresistas" o "izquierdistas" hacia una u otra forma de relativismo epistémico traiciona esta digna herencia y socava la ya frágil perspectiva de crítica social progresista6.

Conforme desarrollaba este discurso los postmodernistas, con ceños fruncidos, abandonaron la mesa y lo rodearon. "Antediluviano", le decían, "dinosaurio de la ciencia", "falto de ética".

– ¿Qué es todo este enredo? –preguntó Eloísa-.

– Es Alan Sokal –sonrió Abelardo-. Están molestos porque les compuso una buena trampa: envió un artículo lleno de errores de todo tipo desde el título hasta el punto final, a una revista líder en el campo de los estudios culturales. Y se lo publicaron por el simple hecho que desde el mismo principio declaraba dudosa la existencia de la realidad objetiva. Posteriormente publicó su engaño en otra revista…y aquí realmente fue donde se encendió la llamada "Guerra entre las Ciencias", que más propiamente debía llamarse "Guerra entre la Ciencia y la Mística".

Eloísa había puesto su puño en la cadera. Y como vio a Sokal solo y totalmente rodeado salió hacia allí fogosa.

– ¡Déjenlo!

Solamente ahora los postmodernistas se percataron de la presencia de la pareja en el local.

– Soy Eloísa y este monje es mi esposo Pedro Abelardo de Pallet. Y proclamamos que este hombre a quien fustigan no ha hecho otra cosa que desenmascararlos.

Ante el inmarcesible nombre de los amantes los posmodernistas quedaron atónitos.

– ¿Cómo han entrado aquí? – se atrevió a preguntar uno-.

– Derribando puertas –contestó Eloísa-.

– En mi tiempo también nos acosaron –dijo Abelardo conforme se acercaba- tan solo por pretender razonar sobre las cosas. Argumenten sus razones. Acusar a alguien de antediluviano no es una razón. Convénzame que su pensamiento está equivocado y yo me convenceré por mi mismo que es antediluviano. Que está equivocado, no que razones similares se hayan argüido antes si son verdaderas hoy, pues antes hubo también mixtificadores de la verdad. Sin prueba alguna a mí en el siglo doce los grandes del mundo me acusaron de apostasía. . El fundador del código de los Templarios azuzó para obligarme a quemar públicamente y por mi mano mis escritos.

– El hombre por naturaleza –ripostó Kuhn a Abelardo- es conducido al propio interés y placer, variable como el mismo conocimiento según los individuos. Lo mismo que no existe una verdad objetiva universalmente válida, así tampoco existe una ley válida para todos. Su historia es consecuencia lamentable de esta realidad.

– Eso –respondió Abelardo palabra tras palabra-, es negar la moral del ser humano. Es colocarse más allá de lo correcto y lo incorrecto, de la razón y el absurdo. Y constituye en sí mismo un absurdo.

– No podemos aceptar argumentos anticuados.

– Usted no puede negar lo que ha sido probado en todos los laboratorios del mundo.

– ¡Los laboratorios mienten! ¡Los instrumentos de medida mienten! Observen la destrucción de las especies, el calentamiento global, todo es culpa de esos laboratorios7.

– Ajá –sonrió Abelardo-, primero son ustedes rosados, luego verdes y más tarde se descubre que siempre han sido azules. O del color del camaleón. A quien no le conviene ya vivir a la sombra de una bandera en la que vivió hasta ayer, por el motivo de verla caer siente la necesidad de tejer otra para con ella ascender a la cumbre y clavarla.

Agresivos ahora, los posmodernistas cercaron a Abelardo y Eloísa. Velones había en sus puños y capuchas negras les escondían el rostro. Atraparon al hombre y apartaron a la mujer. A empellones lo hicieron acostar sobre la mesa del banquete. Uno de ellos se encimó sobre el monje con una hachuela. Abelardo gritó de nuevo, sufrió de nuevo entre los brazos que lo atenazaban. Un formidable garrote partió la mesa en dos. Retrocedieron los filósofos. Alan Sokal, a garrotazos enteros, amenazó al grupo.

– ¡Huyan de aquí, sálvense de este principio de siglo! ¡Vayan hacia el futuro a través del Túnel del Eterno Movimiento! ¡Déjenme a mí con estos que me basto solo!

Ciertamente Abelardo sintió pavor. Agarró de la mano a Eloísa y corrieron hacia el fondo de la sala. El joven Sokal no abandonó su garrote.

5. El Túnel del Eterno Movimiento.

No encontraron otras tres puertas sino la boca enorme de un túnel en sombras. Abelardo desconfiaba todavía tembloroso, pero Eloísa se internó y el monje fue tras ella. Paso a paso. La oscuridad total. Pero conforme caminaban fue amaneciendo una débil luz irisada. Comprendieron que las paredes tenían un movimiento balanceante que sin embargo no los hacía oscilar a ellos.

– Nuestros cuerpos ahora forman parte del eterno movimiento –dijo Abelardo-.

– El túnel del futuro.

– El pasadizo –rectificó Abelardo- que nos lleva al futuro. Al futuro solo se puede ascender a través del movimiento. El tiempo transcurre porque la materia está en movimiento, por eso medimos el tiempo mediante el cambio, ya sea de un volumen de arena, de las vueltas de las agujas o de la oscilación de un átomo. Y el espacio, su hermano siamés, se gana porque hay movimiento. Movimiento y energía lo es todo. Solo comprendiendo ambos entenderemos.

– El tiempo –precisó Eloísa- es resultado del movimiento periódico.

– Y el movimiento periódico –añadió Abelardo- es lo que llamamos "armónico". La música está compuesta de innumerables armónicos que acoplan entre sí, la música es el universo.

– Cuando los armónicos van cada uno por su lado –recordó Eloísa- aparece el ruido.

– El movimiento armónico es el único universal. Una niña balanceándose en una hamaca, ese movimiento tan infantil e ingenuo, es el único natural porque en sí mismo constituye el cambio. Un movimiento circular o elíptico también es armónico.

Eloísa, recordando el balanceo de las paredes, asintió. Dio vueltas circulares a su dedo índice al nivel de los ojos de Abelardo y el monje lo que veía su dedo oscilar de un extremo a otro, como un muelle cuyo extremo viene y va.

– Sí –dijo Abelardo-, un movimiento circular o elíptico se describe como armónico. Vueltas innumerables da la Luna alrededor de la Tierra, nosotros alrededor del Sol, este alrededor de la Vía Láctea y así hacen los millones de planetas, estrellas y nebulosas de todo el cosmos. El movimiento armónico es universal, no el rectilíneo con que vemos desplazarse un auto.

– El auto se desplaza –acotó Eloísa- por sobre la esfera de la Tierra. Su movimiento tampoco es rectilíneo como parece. Encontrar un movimiento puramente rectilíneo en el universo es muy pero muy difícil.

– Armónicos son los movimientos de las olas del mar y de las ideas humanas, que oscilan constantemente del análisis a la síntesis, y son armónicas las ondas de luz y las demás ondas electromagnéticas. Con armónicos únicamente puede describirse el estado de un electrón en su átomo, de una molécula en su partícula, de un corpúsculo que se desplace. Yo creo que no otra cosa que armónico ha de ser el movimiento general del universo.

– Y el movimiento de las civilizaciones –dijo Eloísa casi como una pregunta a Abelardo-.

– Armónico –respondió Abelardo con seguridad. No puede ser otro porque armónico es el movimiento natural del cambio.

La luz, irisada en principio, se tornaba cada vez más blanca8.

– Los griegos clásicos –continuó Abelardo-, se ve claro en su mejor momento que fue el ateniense, vivieron una época de descentralización a la que Aristóteles denominó democracia: "la más pura democracia es aquella que se llama así por la igualdad que en ella prevalece" (Política, Libro IV). A esta siguió la época alejandrina o helenística, época de tendencia a la centralización donde la sociedad era función de los núcleos de comerciantes, muy vinculados a su vez entre sí por su lengua inventada: la koiné y por los acuerdos a que arribaban los diferentes mercaderes en asociaciones constituidas al efecto, acuerdos en los que estaba excluida la competencia. Esta época fue relevada por la centralización de los emperadores romanos. No hay que extrañarse de que haya sido así, es lo único natural. Si partimos de que la democracia griega estaba en función de la mayoría y era por esto mismo una sociedad característicamente descentralizada, para cambiar tiene que empezar a centralizarse: la época helenística, y esta estructura a su vez influye sobre el Lacio, cuyos habitantes para cambiar en su turno tienen que centralizarla, con lo cual surgen los emperadores, el siglo de oro romano.

– Sociedad que no cambia –recalcó Eloísa- se estanca, dice el saber popular. Aristóteles observó tres tipos de sociedades: monarquía, aristocracia y democracia, ninguna mejor que otra mientras no degeneraran. También caracterizó las degeneraciones de cada una. Sin embargo, no dejó claro que una sucedía a la otra para que ocurriera la evolución. Giambatista Vico, en cambio, dejó explícito que las sociedades evolucionaban desde una "edad divina" (teocracia), a una "edad heroica" (aristocracia), a una "edad humana" (democracia), repitiéndose los ciclos sucesivamente. Pero no veía el mejoramiento de calidad de un ciclo a otro. Acuñó la frase insólita: "la historia se repite y la humanidad es siempre la misma". Esto es falso. Hegel argumentó el desarrollo en espiral de la Historia, que no es otra cosa que un movimiento armónico de sucesivos círculos. Los historiadores marxistas añaden el crecimiento de los radios de los círculos para expresar el desarrollo de la calidad social, pero si reflexionamos, sus estructuras, por ser círculos, obligadamente tienen que ser similares. En realidad no son tres las etapas por las que pasan las espiras, son cuatro. Y han ocurrido tanto en la historia occidental como en el mundo chino: descentralización-tendencia a la centralización-centralización-tendencia a la descentralización, y así sucesivamente, cada una con sus características singulares y ninguna mejor o peor que la otra, es simplemente el fenómeno natural del cambio.

La luz era ya muy clara y Abelardo y Eloísa tenían la impresión de salir a un mundo nuevo.

– Vamos a…-intentó preguntar la mujer-.

– Al futuro. Nos falta poco, Eloísa. El futuro de una sociedad como la romana era la tendencia a la descentralización, pero los romanos permanecieron tozudamente aferrados al imperio. Esa fue la causa fundamental de la caída de Roma. El imperio romano de Oriente tampoco evolucionó suficientemente. En cambio sí los pueblos vecinos: los antiguos guerreros partos quienes, beligerantes contra Roma, supieron absorber su cultura y desarrollarla en una sociedad de tendencia a la descentralización. Esta etapa se puede estudiar con más claridad en una vecina de Persia influida por la cultura que habían tenido las ciudades griegas fundadas por Alejandro, la India de los reyes Gupta. Los motores de la sociedad gupta lo fueron los sacerdotes budistas y los sacerdotes brahmanes. Ambas religiones y sus sectas, envueltas en una competencia bien morigerada por el Rajá ("el que sirve") por triunfar una de la otra (totalmente lo opuesto a los fraternos núcleos de comerciantes helenos, esta etapa es opuesta a aquella) alzaron hasta listones inesperados para la humanidad la cultura y la organización social. Y el futuro de la sociedad india y persa lo fue la historia de unos nómadas vecinos de estos últimos, los árabes, entre los cuales Mahoma inició una religión pero también una sociedad descentralizada que por este mismo carácter social avanzado para la época no encontró vallas a las conquistas (como tampoco las había encontrado Alejandro en su tendencia a la centralización, César en su centralización y Napoleón en su tendencia a la descentralización capitalista). Claramente en el sur de España los árabes la sustituyeron por la tendencia a la centralización de los señores de feudo y comercio, a quienes ahora servía el Califa (Abderramán fue traído por ellos para eso mismo desde su refugio en el norte de África). Mientras tanto los pueblos europeos, salidos de la colonia, no encontraron rumbo por lo menos en ocho siglos: la larga noche feudal que estudiamos en los libros de Historia en lugar de aprender de las sociedades persa, ,india y árabe para comprender la continuidad lógica que siguió a Roma. El eurocentrismo mutila la cultura.

– Aquella tierra pobre –dijo Eloísa-, bárbara, subdesarrollada, balbuceante, sin una lengua propia, olvidada del latín y de la cultura grecorromana, pretendimos transformarla, amado mío. Llegaban las traducciones de los tratados árabes y griegos (ahora despreciados en los califatos, hombres como Avicena a quien olvidaban por el reaccionario Algazel, y más tarde Averroes y el hebreo Maimónides). Eruditos hebreos, españoles y de otras nacionalidades traducían constantemente en los reinos españoles del árabe al latín tesoros de la cultura griega, india, persa y árabe. Y por el camino entre los Pirineos y el mar los pergaminos enrollados, sus copias o las copias de copias terminaron en las abadías que ya estaban diseminadas sobre todo por Europa occidental. Las abadías de Italia y el rico sur de Francia al cabo fueron bien vigiladas, pero una tierra de bosques helados al norte del paralelo cuarenta y cinco, nadie la estimaba en gran cosa. Eran territorios habitados por extraños seres muy claros de piel, ojos y cabello lo cual les permitía acopiar toda la radiación ultravioleta que escaseaba tanto en aquellos lugares. Y allí nacimos. Hijos de guerreros parisi, bárbaros entre los bárbaros, bretones, normandos, la inmundicia subdesarrollada. Abelardo habitaba en los montes cercanos a una pequeña ciudad llamada París, montes alejados del brazo obispal9. No, el desarrollo no lo propicia el frío. Pero esa vez se parió a gritos en bosques marchitos de nieve.

Abelardo asintió lleno de nostalgias.

– Después, ya después, la historia es conocida. Centralización de las monarquías europeas, tendencia a la descentralización con el Capitalismo, descentralización con el Socialismo. Se repiten los ciclos, no las sociedades. Y siempre igual: absorber cultura de la nación más floreciente y moverse en el sentido social adecuado. Dos frases, pero ¡qué difícil! Al movimiento adecuado se oponen firmemente los intereses establecidos, a absorber cultura las naciones que la poseen. Entonces, la lucha. A veces siglos de lucha.

6. El relevo y la utopía.

Estaban ante una gigantesca estatua de bronce pulido en la cual un jinete exhausto entregaba la antorcha a un ser recién nacido de la tierra. La ciudad era pulcramente limpia y silenciosa. Se veían pasar salteadamente vehículos sobre carrileras de aire a presión, sin conductores, pocos, estéticos y funcionales. Algunas personas se desplazaban por los aires ligeras, envueltas en un casco y un traje aerodinámico. Pero lo que abundaba era un sonido sordo que salía desde debajo de la tierra y los ciclistas alegres por trechos matemáticamente establecidos. No se veían mansiones particulares sino edificios policromados entonados todos a un mismo color en cada calle y, singularmente, con apartamentos expresión de la individualidad de cada familia. Los diverso existía en virtud de un sentido de dirección.

– Los seres humanos –comentó Abelardo a Eloísa- hace ya años comprendieron que la raíz del trabajo no es económica sino social. Que es por naturaleza un fenómeno social cuyo resultado es producir bienes de vida. Por eso los equipos de trabajo están compuestos por personas que aun siendo diferentes tienen un denominador común: cada cual tiene la capacidad de evolucionar. Quien mejor evoluciona a partir de sus propias limitaciones se le conceden mejores bienes de vida aunque las necesidades básicas estén satisfechas para todos. Y sobre todo, el reconocimiento social. Todo se mide. La evolución de cada uno, por supuesto, que es ante todo moral. La evolución moral es la principal condición de existencia del género humano.

– ¿Los odios –preguntó Eloísa-, las maledicencias han quedado atrás? ¿No existe la envidia ni el estilete por la espalda? Las falsificaciones, las simulaciones, ¿ya no son seres humanos reales?

– Todo se mide, Eloísa, todo. Objetivamente, la Psicología ha alcanzado un desarrollo descomunal. Claro que existe el pecado pero lo paga quien es descubierto.

– ¿Y quién lo hace pagar? ¿No es corruptible quien mide a los demás?

– Ya no –aseveró Abelardo-. Todo fue posible a partir de un principio: quien tiene el derecho de dirigir a los demás, mientras lo hace tiene el deber de prescindir de bienes materiales, tiene el deber de sacrificarse por los demás. No es obligatoria tal condición, pero no creas que el sacrificio hizo huir a las personas de los cargos de dirección, como han adquirido un enorme prestigio social es ambicionada por muchos aunque pocos lleguen a adquirirla. Así mismo son pocos los cargos de dirección, pero claves, son los goznes del movimiento y la esencia de la estructura social.

– Los dirigentes, ¿no esconden de los demás sus riquezas?, ¿no tienen en sus manos el poder de atemorizar a quienes husmean?

– Se dan casos. Pero se paga muy caro. Constituye el peor crimen ahora que no existe el asesinato. El peculado recibe la más severa de las reeducaciones y la hipocresía es el peor de los defectos.

– No lo creo –contestó Eloísa- . Quien les haría pagar ¿no es de su misma camada?

– Antes te dije que se mide todo. La evolución de la conducta del hombre pasa por pruebas cada vez más rigurosas. Para comenzar, cada ser humano debe aprender a construir su propia vivienda, y graduarse en un oficio y en una profesión universitaria. En la educación pasar de nivel significa aprobar primero en conducta moral y después en conducta manual e intelectual. La profesión de mayor prestigio es la del educador. La distribución de bienes se hace en proporción a la evolución moral, manual e intelectual de la persona, y esta evolución moral va depurando al ser humano. Si ha evolucionado suficientemente y está listo para prescindir de bienes materiales y entregarse a los demás, puede comenzar a dirigir. Si se cansa ya no es imprescindible y ha fracasado. Esto no solo es vergonzoso ante sí mismo sino ante sus amigos y su familia. La vergüenza es una de las grandes cualidades que se cosechan en la escuela. Y el hijo de un padre que dirige personas es el más feliz de los hijos.

– Entonces –dijo Eloísa con ironía- el ser humano es perfecto.

– Claro que no. La perfección y la imperfección son cualidades relativas al momento social que se vive. En un equipo de trabajo los individuos admiran a quien es capaz de incrementar su evolución por sobre el resto. Ello no despierta envidia, o si lo hace, es envidia de la buena. Quien más se destaca es imitado por los demás y se repudia a quien lo denigre. Ello constituye un círculo virtuoso, un estímulo natural para el trabajo, el más intenso, el estímulo que hace a los hombres amar el trabajo en lugar de huir de él.

Eloísa quedó unos minutos en silencio. Veía pasar a las personas, caminar con el mismo paso indetenible, conversar, discutir. Sabía que mentían. Mentían.

– ¿No comprendes –apuntó Abelardo adivinando el recelo de Eloísa-. Mirado desde nuestra sima el trabajo se ha convertido en religión y el dirigente en sacerdote. La sociedad es una enorme escuela educada, impulsada por los mejores. Es una aristocracia del mérito10.

– La mejor de las sociedades posibles.

– No, Eloísa, la sociedad inevitable. Las naciones que no aprendieron a evolucionar hacia este tipo de sociedad languidecieron. Ha sido así siempre. Incluso esta, que nos parece tan perfecta, está cometiendo ahora mismo graves errores. Puntualmente aparecen intereses personales opuestos a un mayor cambio. Esta agrupación humana tiene que continuar su evolución hacia la centralización y hay personas que por mezquindades niegan esa evolución porfiadamente. Se han constituido en logias que serán difíciles de erradicar. Adquieren cada vez mayor fuerza. Han surgido teóricos del inmovilismo y entran a escena casos de corrupción. Los medios de comunicación, que fueron convertidos en medios de transformación social cuyo objetivo era divertir, entretener e informar transformando conciencias artísticamente, o sea celando este objetivo para purificar los sentimientos, ahora desvirtúan su razón de ser y promueven el inmovilismo porque en esas logias anidan los profesionales de estos medios. Si no aparece un líder definitivo que sea capaz de mover ese algo que requiere la sociedad en el sentido adecuado también esta humanidad que ves irá pasando a la retaguardia hasta morir.

A Eloísa le había cambiado el rostro.

– Bien, Abelardo, vamos. Tenemos entonces que combatir de nuevo.

7. NOTAS

1.

[…]diversas corrientes filosóficas han reivindicado el sofismo como un espíritu crítico, desde mediados del siglo XX. Autores tan dispares como el apátrida de origen rumano, Emil Michel Cioran, el español Fernando Savater y diversos teóricos del postmodernismo han elaborado el gran elogio doctrinal del sofismo. (Enciclopedia Encarta 2005; entrada: sofismo)

2.

De acuerdo con el venerable problema de la inducción o problema de Hume, ningún número finito de enunciados singulares puede justificar concluyentemente un enunciado universal. Por muchos cisnes blancos que observemos, siempre podemos encontrar un cisne negro en las antípodas[…]las leyes e hipótesis científicas[…]son característicamente enunciados universales que afirman algo acerca de todo objeto en todo tiempo y lugar.(Texto docente de las Cátedras CTS: López Luján, Marta I.; López, José A.; Luján, José L.: "Ciencia, Tecnología y Sociedad", Cap 3: "La fragilidad del conocimiento inductivo", Ed. Tecnos, Madrid, 1994).

3.

In general we may observe, that in all the most established and uniform conjunctions of causes and effects, such as those of gravity, impulse, solidity, &c. the mind never carries its view expressly to consider any past experience.

(Hume, David: "Tratado de la naturaleza humana", parte 3, sección 8).

4.

Uno de los padres conocidos del postmodernismo lo es J:F:Lyotard:

"La gran andanada postmoderna la lanzó en 1979 el francés Lyotard al plantear con crudeza el problema fundamental del saber y de la conducta human en la sociedad contemporánea".

(Fernaud, Pedro; "Tiempos postmodernos", 1995).

[…] "en tanto que la ciencia no se reduce a enunciar regularidades útiles y busca lo verdadero, debe legitimar sus reglas de juego. Es entonces cuando mantiene sobre su propio estatuto un discurso de legitimación, y se llama filosofía. Cuando este metadiscurso recurre explícitamente a tal o tal otro gran relato, como la dialéctica del espíritu, la hermenéutica del sentido, la emancipación del sujeto razonante o trabajador, se decide llamar moderna a la ciencia que se refiere a ellos para legitimarse […] Simplificando al máximo, se tiene por postmoderna la incredulidad con respecto a los metarrelatos. Lyotard, J.F. "La condición postmoderna", 1984).

Lyotard se equivoca. Las ciencias naturales, la Física particularmente, encuentra lo verdadero cuando enuncia leyes, regularidades que permiten comprender los fenómenos naturales. Nunca se legitima con ningún metadiscurso, sino con pruebas y experimentos de laboratorio llevados a cabo por diferentes investigadores sin lo cual no se acepta la hipótesis aunque tenga una deducción matemática y permanece en el terreno de lo especulativo.

5.

Entresacamos del texto docente "Ciencia, Tecnología y Sociedad" de Marta López mencionado en la Nota 2, los siguientes párrafos:

"Los secretos de la naturaleza parecen ser finalmente desvelados sobre la etérea base de intelectos tan poderosos como los de A. Einstein, W, Heinsenberg o S. Hawking" (p 31).

"Un lugar común de autores críticos como H. Marcuse, J. Habermas o P. Feyerabend, es que la razón de estado es la razón científica" (p 32).

Así, rotundamente definido, esta última cita parece entrar en contradicción con la vida de ciertos hombres ilustres que sufrieron seriamente en su salud a causa del calor. .

"Fue un historiador de la ciencia, T: S. Kuhn, quien originó una auténtica revolución en la filosofía de la ciencia […] Ahora es la comunidad científica, y no la realidad, quien marca criterios para juzgar y decidir sobre la aceptabilidad de las teorías […] la insuficiencia de la razón (i.e. la tradicional ecuación lógica + experiencia) hace necesario apelar a la dimensión social de la ciencia para explicar la producción, mantenimiento y cambio de las teorías científicas (véase Barnes,1982)" (p 38).

"El argumento de la infradeterminación afirma que dada cualquier teoría o hipótesis propuesta para explicar determinado fenómeno, siempre es posible producir un número indefinido de teorías o hipótesis alternativas que sean empíricamente equivalentes con la primera pero que propongan explicaciones causales incompatibles del fenómeno en cuestión […] la evidencia empírica es insuficiente para determinar la solución de un problema dado (pp 43-44).

De acuerdo con eso, todas las objeciones teóricas que presentó un prestigio como Einstein a la recién nacida Mecánica Cuántica debieron adherirle suficientes adeptos como para que ni se hable hoy del fenómeno onda-corpúsculo. Sin embargo la comunidad científica reconoce que Einstein se equivocó en su evaluación. Naturalmente que surgieron discrepancias, pero como estamos hablando de pruebas que presentar y no entelequias, John Stewart Bell en 1964 propuso una prueba, verificable en laboratorio, que echó por tierra los agudos argumentos de Einstein. A su vez antes Einstein, cuando nadie creía que las masas deformaban el espacio, propuso un experimento que lo demostraba, el cual fue verificado simultáneamente por dos experiencias en 1919.

De acuerdo con el criterio de infradeterminación aludido, la teoría de la evolución de Darwin vale tanto como aquella de Lamarck, el éter existe aunque jamás se haya detectado un "viento de éter", y el átomo puede aceptarse como un pudín salpicado de electrones.

Richard Milner, en su Diccionario de la evolución escribió:

"La evolución quedó establecida como un hecho, no por haber triunfado en los debates entre filósofos o lógicos de gabinete, sino porque unificó miles de observaciones dispares realizadas por anatomistas comparativos, naturalistas de campo, geólogos, paleontólogos, botánicos y (posteriormente) genetistas y bioquímicos. Sin el concepto englobante de un mundo en cambio a lo largo de inmensidades de tiempo, no existiría lo que consideramos la ciencia moderna".

6.

Palabras textuales de Sokal en su "A physicist experiments with cultural studies", cuya traducción al Español, de Claudio Uribe, revisada por el autor, puede encontrarse en http://palasathenea.blogspot.com

7.

Transcribimos párrafos del citado texto docente de Marta López, "Ciencia, tecnología y Sociedad":

"En el laboratorio es donde se produce el conocimiento mediante la interconexión de prácticas, equipamiento material y diversas técnicas de persuasión: en él se construye el mundo natural y el mundo social […] Cuando el antropólogo de la ciencia describe sin prejuicios la vida del laboratorio, lo que desvela es un mundo desordenado, confuso e indeterminado ", y cita a continuación los siguientes autores de donde ha sacado su afirmación:

Knorr-Cetina: The manufacture of knowledge; Latour: Science in action; Traweek: Beantimes and lifetimes; Woolgar: Science, the very idea.

Solamente con mencionar los títulos de algunos libros dedicados a demostrar el relativismo epistémico nos convencemos que el pasaje no es de ficción:

The social construction of bakelite; Betrayers of the truth; How the laws of Physics lie; Give STS (Science, Technology and Society) a place to stand and it will move the university and society.

8.

A continuación Abelardo y Eloísa describen una argumentación que puede leerse totalmente fundamentada en el artículo "La breve sonrisa de Leonardo", publicada en este mismo sitio en la sección de Arte y Cultura.

9.

En la Enciclopedia Americana, ed.1959, tomo 1, entrada "Abelardo" leemos:

Abelardo fue un filósofo y teólogo fundador de la universidad de París, la primera de Europa. En la Edad media comenzaron a surgir diferencias entre los monjes sobre cómo interpretar la Escritura y todos los demás escritos sagrados. Uno de los problemas era, ¿qué es lo real?, ¿cuál es la naturaleza de Dios? Aplicando métodos de pensamiento y disputa griegos, algunos seguían a Platón (ahora conocidos como "realistas") considerando que la realidad se encuentra en las formas ideales de las cuales los objetos no son más que copias transitorias. Otros, "nominalistas", siguiendo a Aristóteles, creían que las nociones generales (rosa, barco, caballo, la verdad o la generosidad) eran simplemente nombres que damos a los objetos concretos en los cuales debe encontrarse la verdadera realidad. Opuestos a ambos estaba la inmensa mayoría del clero quienes consideraban que esas racionalizaciones eran inventos de paganos y las cosas había que aceptarlas por medio de la fe en Dios, per se. Abelardo había estudiado en Bretaña con un extremado nominalista, Rocellinus, y después de los veinte años de edad en la escuela de la catedral de Notre Dame con Guillaume de Champeaus, un habilidoso ultrarrealista. Abelardo entró en disputa con ambos, fue expulsado de Notre Dame a los veintidós años de edad y se trasladó a distintos lugares atrayendo un inmenso número de estudiantes, hasta establecerse en la abadía de Ste Genevieve, en las afueras de París, fuera de la jurisdicción de las autoridades eclesiásticas. Este lugar fue el núcleo de la Universidad de París, organizada formalmente a principios del siglo XII. La importancia del método nuevo inventado por Abelardo y que atraía a estudiantes de muchos "países", consistía más que en desviarse de las doctrinas básicas, en la formulación de la confirmación de las mismas: a través de la indagación lógica –una creciente demanda, por otro lado-, postulado muy avanzado para su época […] tanto los objetos como los "universales" a los que se llegara a través de un proceso lógico debían ser tomados como reales. (Subrayado nuestro).

10.

Palabras de José Ingenieros.

 

Alberto Pérez-Delgado Fernández

 

Partes: 1, 2
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