A nuestro querido clero diocesano y religioso, A los religiosos, religiosas y miembros de Institutos Seculares, A nuestros colaboradores seglares en el apostolado, A nuestros hermanos y hermanas en la fe en Jesucristo, A los gobernantes y políticos de nuestro país, A los hombres y mujeres de buena voluntad.
Queridos hermanos,Queridas hermanas en el Señor:
Con la mirada puesta en el país que anhelamos, les saludamos en el nombre del Señor.
- En el marco de las celebraciones de la Virgen de la Paz, Patrona de El Salvador, es oportuno invitar a exaltar los valores para reflexionar sobre la responsabilidad de cada salvadoreña y cada salvadoreño en la construcción de una sociedad fraterna, pacífica, justa y solidaria en la que reine verdaderamente la paz.
Es el mismo Cristo que, durante su vida pública, nos contó las parábolas del Reino, comparándolo con la semilla que cae en tierra y con la semilla de mostaza; o con la levadura, el tesoro escondido y la perla preciosa; el Reino en el que, durante el tiempo de nuestra peregrinación, el trigo está mezclado con la cizaña; el Reino que se parece a la red que recoge toda clase de peces, buenos y malos (cf. Mt 13).
- Nuestra palabra se inspira en Jesucristo, cuya imagen transfigurada contempla cada año el pueblo católico salvadoreño.
- Cristo hizo presente el Reino con obras y palabras. Movido por su inmensa misericordia, multiplicó el pan para saciar el hambre de la multitud que le seguía, ávida de su palabra y necesitada del pan de esta tierra. Jesús responde a esa necesidad humana tomando en sus manos cinco panes y dos peces, después de ordenar a sus discípulos: Denles ustedes de comer (Lc 9, 13).
- El Papa Juan Pablo II, de grata memoria, comenta así esta página en la exhortación postsinodal sobre el obispo como testigo del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo: Una actitud análoga podría surgir en nuestro ánimo, como desalentado ante la magnitud de los problemas que interpelan a las Iglesias y a nosotros, los obispos, personalmente. En este caso hay que recurrir a esa nueva fantasía de la caridad que ha de promover no tanto y sólo la eficacia de la ayuda prestada sino la capacidad de hacerse cercano a quien está necesitado, de modo que los pobres se sientan en cada comunidad como en su propia casa (Pastores Gregis, 73).
En las fiestas titulares de la República hemos palpado una vez más la fe profunda de nuestro pueblo. Hemos visto también el sufrimiento que agobia a las grandes mayorías.
Conocemos la lista de estas preocupaciones: la pobreza, el alto costo de la vida, el desempleo, la falta de oportunidades, la inseguridad y tantas necesidades básicas no satisfechas que impiden a cientos de miles de compatriotas lograr el desarrollo integral al que tienen derecho por su condición de personas humanas y de hijos e hijas de Dios.
Los recientes desastres naturales han hecho aún más pesada la cruz para miles de familias y han dejado al descubierto la vulnerabilidad del país en los aspectos ecológico, económico y social. A los miles de damnificados les expresamos nuestra solidaridad.
- Por eso, a la luz del Señor transfigurado, miramos con ojos y corazón de pastores los problemas de la Patria como parte de nuestra misión evangelizadora. Como Jesús, contemplamos las multitudes del único país del mundo que lleva su santo nombre.
Al hambre de Dios respondemos con la evangelización y la celebración de los sacramentos. Y al hambre de pan tratamos de responder como nuestro Divino Salvador, quien tuvo entrañas de misericordia ante toda miseria humana (Plegaria Eucarística, Vb).
Por una parte tratamos de iluminar las conciencias con la luz del Evangelio y de la doctrina social de la Iglesia; y, por otra, llevamos adelante una obra de promoción humana y desarrollo integral a través de las distintas expresiones de la pastoral social.
- En ese panorama tan desolador fijaremos la atención en un tema que preocupa sobremanera a la comunidad salvadoreña: la incontenible violencia. Queremos responder a tan dramática realidad como lo haría Jesús.
En el Año de la Eucaristía, que fue convocado por el Papa Juan Pablo II para volver a suscitar en el pueblo cristiano la fe, la maravilla y el amor por este gran sacramento que constituye el auténtico tesoro de la Iglesia (Benedicto XVI, alocución del 04.09.95), nos hemos detenido para contemplar con asombro y gratitud el misterio de Jesucristo realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar.
Y le hemos pedido una y otra vez, como los discípulos de Emaús: Quédate con nosotros, Señor (Lc 24, 27).
- Jesús respondió a la primera tentación de Satanás diciendo: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mt 4, 4). Estamos convencidos de que la evangelización es el primer servicio, el más necesario, que nos corresponde ofrecer.
- El Santo Padre acaba de recordarnos el lazo estrecho que une la Eucaristía con la caridad: Caridad no significa ante todo el acto o el sentimiento benéfico, sino el don espiritual, el amor de Dios que el Espíritu Santo infunde en el corazón humano y que lleva a entregarse a su vez al mismo Dios y al prójimo… Nuestra respuesta a su amor tiene que ser entonces concreta, y tiene que expresarse en una auténtica conversión al amor, en el perdón, en la recíproca acogida y en la atención a las necesidades de todos.(Alocución, 25.09.05).1. La violencia nos ahoga
Y aunque no llegue a matar físicamente, no podemos pasar por alto la violencia que invade los hogares sobre todo a través de algunos programas de televisión.
- Cada día, al abrir el periódico, al escuchar la radio o al mirar las noticias en el televisor nos golpea con toda su crudeza la realidad de nuestro país, marcada por tantos hechos violentos.Todos lo sabemos: la violencia está cada vez más presente, en primer lugar, en el seno mismo del hogar; ya sea la violencia que sufre la mujer de parte del esposo o de su compañero de vida, o la que padecen niños y niñas a pesar de su tierna edad: hay violencia física, violencia psicológica y, en forma creciente, incluso violencia sexual.
- Tenemos también la violencia producida por la delincuencia común que acecha en todas partes: en casa y fuera de casa; en el campo y la ciudad, en fincas o terrenos baldíos, en paradas de buses y al interior de los medios de transporte público, en negocios y oficinas. Es una violencia asesina que arrebata sin piedad la vida de personas de toda edad o condición: niñas y niños, mujeres, jóvenes y personas mayores, humildes trabajadores y profesionales. Nadie está a salvo de este flagelo social.
- A la violencia doméstica y a la delincuencia común se añade la pavorosa violencia de las pandillas juveniles o maras, del narcotráfico y del crimen organizado. De estas formas de violencia, la que aparece en primer plano en los medios de comunicación es la de los jóvenes pandilleros, dejando la impresión de que ellos son los principales responsables de las muertes violentas que ocurren cada día en nuestro país.
- Se asesina para robar; se asesina por venganza; se asesina por encargo; se asesina bajo el efecto del alcohol o las drogas; se asesina casi siempre con armas de fuego que circulan prácticamente sin control; se asesina a sangre fría; se asesina con lujo de barbarie y en completa impunidad; y hay quienes afirman que se asesina incluso como método de limpieza social.
- Sí, la violencia se ha vuelto omnipresente. El país que lleva el nombre de Cristo, nuestro Salvador, navega en un mar de violencia. La nación confiada al patrocinio de Nuestra Señora de la Paz, ha llegado a un nivel de violencia homicida que va en aumento.
- Según datos del Fondo de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), El Salvador es uno de los países más violentos de América Latina: el año pasado hubo más de dos mil setecientos homicidios, casi todos cometidos con armas de fuego; y este año, de enero a julio, se cuentan más de dos mil. Actualmente se calcula que hay un promedio de doce homicidios por día.
La empresa privada asegura que se ve obligada a asignar casi el diez por ciento de su presupuesto al pago de agentes y sistemas de seguridad. Tenemos más agentes de seguridad privada que policías.
- De acuerdo a la misma fuente, en el año 2003, la violencia costó al país más de mil setecientos millones de dólares, cantidad que equivale al 11.5% del producto interno bruto (PIB). Circulan en El Salvador casi medio millón de armas de fuego, de las cuales sólo una tercera parte está matriculada y debidamente inscrita.
La desesperación lleva a no pocos ciudadanos a la convicción de que la única solución es la represión indiscriminada, el endurecimiento de las leyes relativas a los menores delincuentes, la construcción de más cárceles o la contratación de servicios de seguridad privada; y es fuerte la tentación de querer hacerse justicia por su propia mano, al margen de la ley. Por todo ello tenemos que empeñarnos con todas nuestras fuerzas para construir, con paciencia y perseverancia, una sociedad sin violencia.2. ¿Tenemos que resignarnos ante la violencia?
- Afortunadamente, aún contamos con zonas que son verdaderos oasis de paz, pero la atmósfera dominante es de ansiedad, preocupación y angustia. Para gran parte de la población salvadoreña, la situación se ha vuelto insoportable.
- Pero quizá lo más grave es que nos hemos acostumbrado a considerar la violencia como algo inevitable con lo que estamos condenados a convivir.
Con familias incompletas o desintegradas que, por lo mismo, no pueden cumplir cabalmente su insustituible misión, el futuro se vuelve cada vez más incierto. ¿No estamos caminando quizá hacia una disolución de la sociedad? Vale para nosotros la frase memorable que pronunció el Siervo de Dios Juan Pablo II en Cuba: Cuida la familia para que mantengas sano tu corazón. Sí, la familia es el corazón de la patria.
- ¿Qué hacer ante una situación tan grave? Muchos compatriotas ponen su confianza en las armas; otros abandonan su actual residencia y buscan seguridad en otra parte; y crece el número de quienes se ven obligados a buscar nuevos horizontes fuera del país, dejando muchas veces a su familia en situación precaria y corriendo graves riesgos en el camino. Esta migración forzada a menudo causa estragos en la institución familiar.
- La juventud también está inquieta porque la violencia arrebata sobre todo vidas jóvenes. Además, debido a la pobreza y la falta de oportunidades –que son otra forma de violencia-, numerosos jóvenes ven truncados sus sueños de terminar los estudios o de conseguir un empleo digno; su frustración se manifiesta, en no pocos casos, en el fenómeno de la drogadicción y la violencia juvenil. Quizá lo más preocupante es que muchos jóvenes –muchachos y muchachas- han perdido el sentido de la vida y deambulan por calles y plazas sin esperanza.
- Como hombres de fe, estamos convencidos de que esta dramática realidad puede ser transformada si todos y cada uno asumimos, con lucidez y valentía, nuestras responsabilidades: las autoridades, las Iglesias, la familia, la escuela, los dirigentes políticos, la sociedad civil, los medios de comunicación social, etc.
- ¿Qué se ha hecho hasta ahora? Hemos visto algunos esfuerzos en los niveles legislativo, ejecutivo y judicial. La valoración de los mismos es diversa. También se han dado algunas iniciativas en sectores de la sociedad civil y en el seno de diversas denominaciones religiosas.
Solicitamos a nuestras autoridades gubernamentales una política que concretice los programas de prevención, rehabilitación e inserción social con una suficiente inversión económica y otros recursos que aseguren la solución del problema de la violencia que sufre el país.
- Ante el clamor ciudadano, el Gobierno ha puesto en marcha distintas iniciativas para poner remedio a esta plaga. Sin embargo, los resultados no son los que se esperaban. Incluso las estadísticas oficiales indican que el número de homicidios va en aumento. Las acciones contra las pandillas juveniles o maras han estado en el centro de la estrategia de las autoridades de seguridad pública, pero da la impresión de que las acciones violentas han generado más violencia.
Al mismo tiempo pedimos que se hagan con sentido patriótico, dejando de lado intereses personales o de grupo. En un asunto tan delicado, debe prevalecer la búsqueda sincera del bienestar de la nación. Ha llegado el momento de dar un paso audaz y decidido hacia una visión integral del problema: urge ponerse de acuerdo sobre el diagnóstico, su interpretación y las posibles soluciones para hacer frente con lucidez y determinación a esta epidemia social. Solamente con el concurso de todos podremos vencer este terrible flagelo a fin de alcanzar lo que tanto deseamos: una sociedad sin violencia.
- En el seno de la sociedad civil constatamos que desde hace algún tiempo se están realizando investigaciones, mesas de diálogo, seminarios y toda clase de foros para analizar, desde distintos ángulos, el complejo fenómeno de la violencia. De esta manera se pretende encontrar las mejores soluciones e impulsar iniciativas que hagan frente a tan grave problema. Vemos con simpatía estos esfuerzos y los alentamos.
3. "No te dejes vencer por el mal…"
- Como pastores de la Iglesia estamos dispuestos a asumir nuestras responsabilidades y a ofrecer toda la colaboración que se requiera, según nuestras posibilidades. Ante todo, les invitamos a elevar juntos una ferviente plegaria al Dios de la paz para que acoja benignamente el clamor del pueblo que lleva su nombre. Al mismo tiempo, deseamos proponer algunas orientaciones inspiradas en la palabra de Dios y la doctrina social de la Iglesia.
Lo proclamamos en voz alta porque nos estamos acostumbrando a ver como normal e inevitable que se viole sin compasión el primero de los derechos humanos, el derecho a la vida. ¿Cómo podemos mirar con indiferencia o resignación que se atropelle de esta manera la dignidad de la persona humana, creada a imagen de Dios? Debemos tener la firme convicción de que la violencia no es algo fatal: es posible vencer al mal con el bien.
- Nuestra primera palabra viene de la revelación, a través de San Pablo, cuando exhorta a la comunidad cristiana de Roma: No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien (Rom 12, 21).
- Este es el tema que el llorado pontífice Juan Pablo II escogió para la Jornada Mundial de la Paz del presente año. En el Mensaje que escribió para explicar dicho tema, el Santo Padre afirma que la paz se construye con esfuerzo:La paz es el resultado de una dura batalla, que se gana cuando el bien derrota al mal… La paz es un bien que se promueve con el bien: es un bien para las personas, las familias, las naciones de la tierra y para toda la humanidad; pero es un bien que se ha de custodiar y fomentar mediante iniciativas y obras buenas(Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2005, n. 1).
- Afirma también que debemos llamar al mal por su nombre:El mal no es una fuerza anónima que actúa en el mundo por mecanismos deterministas e impersonales. El mal pasa por la libertad humana…. El mal tiene siempre un rostro y un nombre: el rostro y el nombre de los hombres y mujeres que libremente lo eligen (ibid., 2).
- Con realismo, el Vicario de Jesucristo reconoce que en el mundo de hoy el mal parece llevar la delantera:Al contemplar la situación actual del mundo no se puede ignorar la impresionante proliferación de múltiples manifestaciones sociales y políticas del mal: desde el desorden social a la anarquía, desde la injusticia a la violencia y a la supresión del otro (ibid., 3).
- Sin embargo, con lenguaje profético, responde:Para conseguir la paz es preciso afirmar con lúcida convicción que la violencia es un mal inaceptable y que nunca soluciona los problemas. La violencia es una mentira, porque va contra la verdad de nuestra fe, la verdad de nuestra humanidad (ibid., 4).
- Al mismo tiempo, señala el camino a seguir:Por tanto, es importante promover una gran obra educativa de las conciencias, que forme a todos en el bien, especialmente a las nuevas generaciones, abriéndoles al horizonte del humanismo integral y solidario que la Iglesia indica y desea (ibid.).
- A la luz de esta inspiradora propuesta podemos descubrir algunas de las mayores debilidades de las medidas tomadas hasta ahora. El humanismo integral y solidario nos ofrece un enfoque diferente del que ha predominado hasta hoy en el combate a la violencia. Escuchemos de nuevo al Siervo de Dios Juan Pablo II:Para promover la paz, venciendo el mal con el bien, hay que tener muy en cuenta el bien común y sus consecuencias sociales y políticas. En efecto, cuando se promueve el bien común en todas sus dimensiones, se promueve la paz… En cierta manera, todos están implicados en el trabajo por el bien común, en la búsqueda constante del bien ajeno como si fuere el propio (ibid., 5).
- Es evidente que el Estado no puede renunciar a sus obligaciones, puesto que es el principal responsable del bien común de la población:Dicha responsabilidad compete particularmente a la autoridad política, a cada una en su nivel, porque está llamada a crear el conjunto de condiciones sociales que consientan y favorezcan en los hombres y mujeres el desarrollo integral de sus personas… El bien común exige, por tanto, respeto y promoción de la persona y de sus derechos fundamentales (ibid.).
- Una de las reflexiones más sugestivas del Santo Padre se refiere al concepto de ciudadanía mundial:Basta que un niño sea concebido para que sea titular de derechos, merezca atención y cuidados, y que alguien deba proveer a ello (ibid., 6).
- ¿Qué implica esta búsqueda del bien común? El Papa señala uno de los objetivos de desarrollo que se plantean en las Metas del Milenio, el desafío de la pobreza, tema que acaba de ser debatido en la asamblea general de las Naciones Unidas. En el año dos mil, los gobernantes del mundo se comprometieron a reducir a la mitad el número de pobres antes de 2015. El Papa está de acuerdo:La Iglesia apoya y anima este compromiso e invita a los creyentes en Cristo a manifestar, de modo concreto y en todos los ámbitos, un amor preferencial por los pobres (ibid., 8).
- Hemos recorrido algunos pasajes claves del Mensaje del Santo Padre para invitar a toda la comunidad salvadoreña a superar el pesimismo y el derrotismo. El humanismo integral y solidario que propone la Iglesia, aplicado al tema que nos ocupa, abre un horizonte de esperanza y señala algunos de los caminos que debemos recorrer. La dignidad humana, el respeto a la vida, la solidaridad, la subsidiaridad, la búsqueda del bien común sobre todo de las familias más pobres y la educación de las conciencias, son algunos de los criterios que debemos asumir con valentía y generosidad para poder vencer al mal con el bien (Rom 12, 21).4. "…Vence al mal con el bien"
Convencerse de que las armas de fuego son un factor decisivo en el alto índice de homicidios que padecemos. La legislación permisiva y la venta libre de estos instrumentos de muerte deben ser objeto de profundo examen.Poner remedio a la crisis profunda que afecta a muchos centros penales del país. No bastan las medidas coyunturales; urge realizar reformas estructurales que tengan en cuenta todos los factores de la problemática a fin de que dejen de ser escuelas del crimen y se conviertan en lo que deben ser: centros de rehabilitación.Corregir las graves deficiencias del sistema judicial para que éste recupere su credibilidad ante la población. Los funcionarios encargados de administrar justicia deben caracterizarse tanto por su competencia profesional como por su idoneidad, independencia judicial e imparcialidad.Que las organizaciones de la sociedad civil se involucren en el combate de este flagelo, superando la actitud cómoda de echar la culpa al Gobierno; cada uno de los sectores de la comunidad salvadoreña debe asumir sus responsabilidades.Que los partidos políticos asuman una actitud seria y constructiva, contribuyendo a la elaboración de una política de Estado que permita hacer frente a la violencia de forma integral y sistemática.Que el Gobierno garantice el cumplimiento de los derechos fundamentales de los ciudadanos. No es aceptable que se pretenda controlar la violencia pasando por alto ciertos derechos de los ciudadanos que son inherentes a una verdadera democracia.Comprometernos todos en la construcción de una sociedad sin violencia, teniendo presente la historia de El Salvador para llegar hasta las raíces profundas de este mal que frena el desarrollo del país porque atropella la dignidad humana.
- Aplicando estas orientaciones al drama de inseguridad en que vive la mayoría del pueblo salvadoreño, podríamos afirmar, en forma sintética, que vencer al mal con el bien significa, entre otras cosas:Tomar conciencia de que la violencia es una enfermedad de la sociedad que, en el caso salvadoreño, se ha convertido en una verdadera epidemia.Analizar el grave y complejo fenómeno de las pandillas juveniles o maras con objetividad. Este grave problema es el resultado de muchos factores. Debe adoptarse un enfoque que de prioridad a la prevención, a la rehabilitación e inserción social como ya lo hemos solicitado.
Las exigencias éticas de los medios de comunicación son el servicio a la persona mediante la edificación de una comunidad humana basada en la solidaridad, en la justicia y en el amor y la difusión de la verdad sobre la vida humana y su realización final en Dios. -Los cristianos tenemos también una gran responsabilidad puesto que anunciamos a Jesucristo, nuestra Paz, y su mensaje de amor y solidaridad al que debemos responder los creyentes con una actitud de profunda conversión. Tenemos también en nuestras manos la formación de las conciencias para que, desde un corazón reconciliado con el Padre, con los hermanos y con la creación, los seguidores de Jesucristo construyamos un cielo nuevo y una tierra nueva donde habite la justicia (2 Pe 3, 13). – Hacemos un fraterno y apremiante llamado a los miembros de las pandillas juveniles o maras, y a todos los que han creido y optado por una solución violenta de sus problemas, a deponer dicha actitud en beneficio de la paz social esforzándose en su propia superación personal con la ayuda de la sociedad.
5. Para vivir en paz, pongamos en el centro a la persona humana
- Para vencer al mal con el bien es indispensable el aporte de la familia, de la escuela, de los medios de comunicación social, de los cristianos y de los mismos involucrados directamente en acciones violentas.-La familia es el corazón de la Patria y por eso debe recibir todo el apoyo del Estado a fin de que pueda cumplir su insustituible misión de ser la principal escuela de valores humanos, cívicos y espirituales. ¿Cómo puede construirse una sociedad en paz cuando tantas familias viven en condiciones infrahumanas o sufren el drama de la violencia, de la desintegración y de la ausencia de uno o de ambos padres?-La escuela tiene como tarea la formación de los futuros ciudadanos, lo cual implica la creación y vivencia de los valores que hacen posible una pacífica convivencia. ¿Cómo puede construirse una sociedad en paz cuando tantos niños y niñas no tienen acceso a una educación de calidad y cuando tantos jóvenes carecen de oportunidades para abrirse camino en la vida?-Los medios de comunicación están llamados a convertirse en poderosos instrumentos de solidaridad: La solidaridad aparece como una consecuencia de una información verdadera y justa, y de la libre circulación de las ideas, que favorecen el conocimiento y el respeto del prójimo (Catecismo de la Iglesia Católica, 2495).
- En octubre del año pasado se publicó el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia. Allí se desarrolla ampliamente la propuesta del humanismo integral y solidario del que habló Su Santidad Juan Pablo II en el Mensaje para la Jornada de la Paz de este año. El humanismo integral y solidario consiste en promover a todos los hombres y a todo el hombre (Populorum Progressio, 14). Deseamos acentuar en nuestro Mensaje con una reflexión general al respecto como una contribución al auténtico desarrollo humano que dé como resultado una sociedad en paz en El Salvador.
- Nos dirigimos a todos los compatriotas, incluso a quienes no comparten nuestra fe para dialogar sobre un tema que nos afecta a todos y para hacer un vehemente llamado a comprometernos en un esfuerzo común, a fin de ir construyendo juntos, con paciencia y perseverancia, una sociedad sin violencia. Con la ayuda del Señor y nuestro esfuerzo podemos construir una nueva forma de convivencia como nación, donde las familias puedan partir en paz el pan de cada día, donde los niños sonrían felices y jueguen tranquilos, donde los jóvenes puedan mirar sin angustia el futuro, donde reinen la justicia, la fraternidad y la paz; en una palabra, donde sea una hermosa realidad el desarrollo integral de cada habitante, incluso el más humilde, de esta bendita tierra.
- En el centro de la reflexión de la Iglesia está la persona humana, el hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad, como enseña el Concilio Vaticano II (Gaudium et Spes, 3). De esta forma, la Iglesia que peregrina en El Salvador desea sólo una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu Santo, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido (ibid.).
- Desde esta perspectiva, nos preocupa profundamente la situación de violencia que nos rodea por doquier porque afecta al hombre, es decir, al único ser de la creación que Dios ha amado por sí mismo. Hemos aprendido de la Revelación que Dios ha dirigido su palabra a lo largo de la historia; más aún, él mismo ha entrado en ella para dialogar con la humanidad y para revelarle su plan de salvación, de justicia y de fraternidad. En su hijo Jesucristo Dios nos ha liberado del pecado y nos ha indicado el camino que debemos recorrer y la meta hacia la cual nos debemos dirigir.
- La Iglesia camina junto a la humanidad por los senderos de la historia. Vive en el mundo y, sin ser del mundo (cf. Jn 17, 14-16), está llamada a servirlo siguiendo su propia e íntima vocación. Por eso deseamos acercarnos a la familia salvadoreña con una actitud de solidaridad, de respeto y de amor. Y en ese diálogo fraterno, poner a disposición del género humano el poder salvador que la Iglesia, conducida por el Espíritu Santo, ha recibido de su Fundador (GS, 3). Porque, como enseña el Vaticano II, es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar (ibid.).
- De esta visión de fe brota la propuesta de la Iglesia: un humanismo integral y solidario que pueda animar un nuevo orden social, económico y político, fundado sobre la dignidad y la libertad de toda persona humana; un nuevo orden que se realiza en la paz, la justicia y la solidaridad. Este humanismo será posible si cada hombre y mujer y los diversos grupos humanos saben cultivar en sí mismos las virtudes morales y sociales y difundirlas en la sociedad, de forma que se conviertan en hombres nuevos y en creadores de una nueva humanidad con el auxilio necesario de la gracia divina (GS, 30).
- ¿Qué debemos hacer para dejar atrás tanto dolor y lágrimas, construyendo juntos este humanismo integral y solidario? Estas son algunas de las tareas prioritarias:Tener en cuenta el contexto que domina el mundo en este inicio de milenio: la globalización. Si queremos comprender a fondo el fenómeno de la violencia no podemos prescindir del contexto socioeconómico en que vivimos en este mundo cada vez más globalizado. El Papa Juan Pablo II afirmó que la globalización, en sí misma, no es buena ni mala, sino que depende del uso que el hombre hace de ella (cf. Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales, 27.04.01). Pero él mismo subrayó que tal como se va configurando, es necesario humanizarla, globalizando la solidaridad.
Cuando, como es el caso en nuestro país, se dan situaciones de trato injusto, de trabajo mal pagado y sobre todo de desempleo creciente, estamos ante otra forma de violencia. Según la doctrina social de la Iglesia, el trabajo humano no es simplemente un medio para obtener un salario sino que procede directamente de personas creadas a imagen de Dios y llamadas a prolongar, unidas y para mutuo beneficio, la obra de la creación dominando la tierra (Catecismo de la Iglesia Católica, 2427). Urge valorar el trabajo humano como actividad libre y creativa del hombre.
- Para humanizar la globalización hay que tener presente la pobreza inmerecida en que viven tantos salvadoreños y salvadoreñas: esta dolorosa realidad es una forma de violencia porque contradice el plan de Dios; él quiere para cada uno de sus hijos y de sus hijas, una vida digna, un auténtico desarrollo humano. Por tanto, para construir una sociedad sin violencia, hay que dar prioridad a la cuestión del trabajo humano.
Es urgente fortalecer el alma salvadoreña, tan profundamente marcada por la fe cristiana y por el amor a la familia. Si tenemos plena conciencia de nuestra identidad, seremos un pueblo fuerte, capaz de construir un futuro de convivencia pacífica basado en los valores humanos, cívicos y religiosos que constituyen el núcleo más profundo de nuestra nacionalidad.
- Pero la globalización no sólo tiene consecuencias en el campo económico, sino que afecta también el mundo de la cultura y de los valores (cf. Ecclesia in America, 20). La riqueza de nuestra cultura y de los valores que la caracterizan, está sufriendo el embate de otra escala de valores que va destruyendo nuestra identidad. Basta examinar los contenidos de programas que llegan a nuestros hogares a través de algunos medios de comunicación social para darse cuenta de ello.
- También la política, al igual que la economía y la cultura, tienen un papel importante que jugar en la construcción de una sociedad sin violencia. Para ello debe ser capaz de dirigir los procesos en curso a la luz de parámetros no sólo económicos, sino también morales. El objetivo de fondo será guiar estos procesos asegurando el respeto de la dignidad del hombre y el desarrollo completo de su personalidad, en el horizonte del bien común. El desarrollo económico, en efecto, sólo puede ser duradero si se realiza en un marco claro y definido de normas y en un amplio proyecto de crecimiento moral, cívico y cultural de toda la comunidad salvadoreña.
- "La paz sea con ustedes"
- Hemos entrado al tercer milenio con la pesadilla del terrorismo y de la guerra. La violencia y el crimen se han globalizado. El mundo se ha vuelto cada vez más inhumano e inseguro. La violencia homicida arrebata cada día vidas preciosas de salvadoreñas y salvadoreños; porque toda vida es preciosa y sagrada, incluso la de los peores criminales. ¿Cómo escapar de este callejón que aparentemente no tiene salida? Señalamos a continuación algunos caminos.
Son palabras sabias que deben guiar las políticas del Gobierno después de la firma del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos. Citamos nuevamente a Juan Pablo II: El desafío consiste en asegurar una globalización en la solidaridad, una globalización sin dejar a nadie al margen (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1998, 3).
- Es preciso globalizar la solidaridad, dijo Juan Pablo II durante el jubileo de los trabajadores. Según el recordado Pontífice, los desequilibrios económicos y sociales existentes en el mundo del trabajo se han de afrontar restableciendo la justa jerarquía de valores y colocando en primer lugar la dignidad de la persona que trabaja: Las nuevas realidades, que se manifiestan con fuerza en el proceso productivo, como la globalización de las finanzas, de la economía, del comercio y del trabajo, jamás deben violar la dignidad y la centralidad de la persona humana, ni la libertad y la democracia de los pueblos (Discurso 1 de mayo 2000).
- Una solidaridad adecuada a la era de la globalización exige asimismo la defensa de los derechos humanos. Somos testigos del incremento de una preocupante divergencia entre una serie de nuevos ‘derechos’ promovidos en las sociedades tecnológicamente avanzadas y derechos humanos fundamentales que todavía no son respetados en situaciones de subdesarrollo: pienso, por ejemplo, en el derecho a la alimentación, al agua potable, a la vivienda, a la autodeterminación y a la independencia (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2003, 5). Aplicada a nuestra realidad podemos decir que el combate a la violencia implica el esfuerzo generoso de ofrecer una vida digna a todos los salvadoreños.
- Nuestra palabra conclusiva se dirige a todos los que creen en las palabras de Jesús, nuestro Divino Salvador: No tengan miedo, yo he vencido al mundo (Jn 16, 33). Acabamos de concluir el año dedicado a la Eucaristía, en el que hemos contemplado asombrados y agradecidos cómo el Señor cumplió su promesa: Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20).
Ante el terrible drama de la violencia, los cristianos confesamos con humilde confianza, que sólo Dios da al hombre y a los pueblos la posibilidad de superar el mal para alcanzar el bien. Lo comprobamos en los duros años de la guerra cuando parecía que la paz era imposible. Lo comprobaremos de nuevo si realmente creemos en su palabra y si hacemos lo que nos corresponde. El resultado será una sociedad sin violencia. Retomando el Mensaje para la Jornada de la Paz, nos unimos a la voz del Siervo de Dios Juan Pablo II cuando afirma: Si es cierto que existe y actúa en el mundo el ‘misterio de la impiedad’ (2 Tes 2, 7), no se debe olvidar que el hombre redimido tiene energías suficientes para afrontarlo. Creado a imagen de Dios y redimido por Cristo que ‘se ha unido, en cierto modo, con todo hombre’ (GS, 22), éste puede cooperar activamente a que triunfe el bien (n. 11).Pero en esta lucha contra el mal de la violencia sólo tendremos los resultados esperados si combatimos con las armas del amor: Cuando el amor vence al mal, reina el amor y donde reina el amor reina la paz (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada de la Paz 2005, 12).
Este es el desafío que debemos aceptar los cristianos, mostrando con nuestra vida que el amor es la única fuerza capaz de transformar la situación presente en una realidad donde reinen el bien y la paz. Jesús Eucaristía es la fuente de toda comunión: comunión con Cristo y comunión entre nosotros. Gracias a la vida nueva que él nos ha dado, podemos reconocernos como hermanos, por encima de cualquier diferencia… En una palabra, por la participación en el mismo Pan y en el mismo Cáliz, podemos sentirnos ‘familia de Dios’ y al mismo tiempo contribuir de manera concreta y eficaz a la edificación de un mundo fundado en los valores de la justicia, la libertad y la paz (ibid.).
Que el Señor nos conceda experimentar, por intercesión de la Reina de la Paz, Patrona de El Salvador, la paz llena de esperanza que los discípulos de Emaús, con el corazón encendido, recibieron del Señor resucitado. Su saludo pascual, en el día en que resucitó de entre los muertos, resuena una vez más en nuestros corazones: La paz sea con ustedes.Con nuestra bendición
Prof. Oscar Lobo Oconitrillo
San Salvador, 21 de noviembre de 2005.