Fascismo y capitalismo: la apoteosis del estado hegeliano en el liberalismo humanista de Ortega y Gasset (página 2)
Enviado por Simón Royo Hernández
«Entiendo por humanismo el conjunto de los discursos a través de los cuales se le ha dicho al hombre occidental: Aunque no ejerzas el poder, puedes no obstante ser soberano. Mejor aún: cuanto más renuncies a ejercer el poder y más te sometas al que te impongan, más soberano serás. El humanismo es el que ha inventado sucesivamente todas éstas soberanías sometidas, tales como el alma (soberana del cuerpo, sometida a Dios), la conciencia (soberana en el orden de los juicios, sometida al orden de la verdad), la libertad fundamental (soberana interiormente, pero que consiente y está «de acuerdo» exteriormente), el individuo (soberano titular de sus derechos, sometido a las leyes de la naturaleza o a las reglas de la sociedad). En resúmen, el humanismo es todo aquello con lo que, en Occidente, 'se ha suprimido el deseo de poder', se ha prohibido querer el poder y se ha excluido la posibilidad de tomarlo».
Ya Althusser[ii], contra Erich Fromm, Jorge Semprún, o Roger Garaudy[iii], había revelado el carácter ideológico y encubridor del humanismo marxista y propuesto una nueva lectura de Marx, separando al humanista ideólogo hasta 1848 del científico posterior, bajo la idea de un corte epistemológico en la obra marxiana. Según Althusser, el diálogo entre el socialismo humanista y la socialdemocracia, supone la absorción y anulación del comunismo por la ideología burguesa humanista[iv]:
«…Tengo muchas más dudas que tú acerca de los «síntomas» de la existencia concreta de la universalidad del género humano actualmente. Los ejemplos que das (hambre en el mundo, subdesarrollo, sistema monetario mundial, cooperación científica internacional, contaminación de las aguas, año hidrológico internacional) me parecen muy irrisorios y sobre todo sospechosos. Sabemos perfectamente que las campañas contra el hambre en el mundo, las campañas por la cooperación imternacional contra el subdesarrollo, contra el cáncer, etc., son los «caballos de batalla», en el estado actual de las cosas, de los representantes hábiles del imperialismo y del concilio religioso. Los que «hablan» hoy del «hambre en el mundo» y del «subdesarrollo» son exactamente aquellos que los producen y los mantienen en ese estado. No son sino «palabras», ya que el sistema imperialista que produce «el hambre en el mundo» y el «subdesarrollo» (concepto anticientífico, por lo demás, ideológico), es absolutamente incapaz no sólo de remediar estos males, sino incluso de dejar de producirlos. Los discursos que se procuncian acerca de estos asuntos dramáticos no constituyen sino una cortina de humo para las buenas conciencias, les permite acomodarse a la realidad existente de la explotación y de la guerra, dándoles la contrapartida verbal de los «discursos» destinados a procurarles una «buena conciencia». La necesidad de dar esta buena conciencia prueba que existe cada vez más una «mala conciencia». Pero no debemos confundir la «mala conciencia», que pueda dar lugar a una toma de conciencia más objetiva, con el discurso que pretende adormecerla. No debemos unirnos al coro de los hipnotizadores, ya que el coro de los hipnotizadores es también el coro de los criminales (directos y cómplices). Debemos pronunciar un discurso diferente, que sea antes que nada una denuncia y que conduzca a la lucha, para no abusar de la gente en las perspectivas actuales. Entre los imperialistas es donde se reclutan estos constructores de ilusiones. Y no debemos disimular que esta distinción tiene una gran importancia política. No, el ecumenismo no está, objetivamente, a la orden del día, sino la lucha de clase y la lucha antiimperialista. Creer que el ecumenismo está a la orden del día es adoptar las posiciones ideológicas de la Iglesia católica. El ecumenismo está a la orden del día para la Iglesia, pero no para nosotros ni para los pueblos. El ecumenismo es la interpretación religiosa-reformista-idealista de nuestra tesis de la coexistencia pacífica. No podemos aceptarla ni hacerla nuestra sin traicionar nuestras posiciones. Para nosotros, la coexistencia pacífica, actualmente, consiste en la lucha antiimperialista por la paz. La lucha por la paz implica la lucha antiimperialista, y no el ecumenismo…»[v].
El bárbaro del vulgo, hombre masa, es un producto automático de la civilización moderna, reconocen los liberales como Ortega, pero creen que no son ellos los productores, intentando ocultar que ellos sean la superestructura del capitalismo y no otra cosa. Creen como Ortega, no Nietzsche, que pueden mantener limpia una idea pura de cultura apartada de lo que es la civilización material. Aunque, paradójicamente, también manifiestan lo contrario al decir a menudo que han sido tanto el credo liberal en los imprescriptibles derechos del hombre, como las reformas democráticas consagrando el sufragio universal y los derechos sociales, junto con el desarrollo de la empresa capitalista en el industrialismo, los factores que han determinado la irrupción de las masas.
Los liberales orteguianos pese a mantener el tono apocaliptico de la decadencia conservadora spengleriana son al mismo tiempo progresistas, al mantener pese a todo la problemática noción de progreso y considerar sus políticas y su economía como avance. La decadencia consiste en que se emancipó al vulgo lo suficiente como para aumentar su capacidad productiva y consumidora y no para que impusiese sus gustos contra los finos y cultos, esa es la rebelión de las masas producto del progreso en el desarrollo tecnológico es la que tanto molesta a Ortega, Spengler o Nietzsche. Pero ¿qué esperaban? ¿Rebajar la explotación y cualificar al trabajador meramente en el aspecto productivo, arruinando su desarrollo en todos los demás aspectos de la existencia, y que tuviese finalmente los mismos gustos (opinión pública) delicados del privilegiado?
«La vieja democracia vivía templada por una abundante dosis de liberalismo y de entusiasmo por la ley. Al servir a estos principios, el individuo se obligaba a sostener en sí mismo una disciplina difícil… Democracia y ley, convivencia legal, eran sinónimos. Hoy asistimos al triunfo de una hiperdemocracia, en que la masa actua directamente sin ley, por medio de materiales presiones, imponiendo sus aspiraciones y sus gustos… Ahora en cambio, cree la masa que tiene derecho a imponer y dar vigor de ley a sus tópicos de café» (Ortega y Gasset OC, IV, 147-8).
¿Pensaban que los hombres que convertían en masas iban a acabar consumiendo el libro Historia de la guerra del Peloponeso de Tucídides en lugar de la televisión basura? Las condiciones políticas y económicas para que un pueblo de hombres se convirtiese en un pueblo de ciudadanos que leyesen cosas como Tucídides sólo se produjo una vez, en la democracia (política) de la Grecia clásica, sustentada por la esclavitud (económica). El camino para llegar a generalizar la ciudadanía en el pueblo (eliminando la explotación-esclavitud como base económica) y que llegase, con el tiempo, a ser un pueblo-filósofo-político solo se produjo una vez, con la Revolución rusa; enquistada en tiranía política (acertada en lo económico) y hoy ya desmantelada por completo. Pero hoy los Ortega y Gasset también gozan de ocio (que invierten en consumo), cierta riqueza, y, sin embargo, menos participación política que los atenienses antiguos, viviendo a costa de los esclavos, pero se quejan de que los esclavos se crean ciudadanos libres sin serlo, cuando esa hipocresía es la que les ha hecho triunfar y ese mito de la libertad el que ellos mismos se creen. El fascismo encubierto venció al fascismo descarado y la democracia ni ha existido plenamente ni existe en la actualidad. Lo que no pudo mantener la Revolución francesa (cuya continuación lógica era la Revolución bolchevique) y que generó el fascismo encubierto en que vivimos, fue el mando directo (fascismo descubierto), la obediencia y la servilidad de los esclavos, por eso hoy les hay que manipular demagógica e indirectamente, desde que se les mintió acerca de su libertad.
El temor a la desindividualización es otro de los elementos convergentes del liberalismo y el fascismo. Toda tendencia socializante es vista como disgregadora de un sujeto metafísico que es al mismo tiempo sujeto de la competencia concurrencial. La defensa del individuo esconde la defensa de la propiedad privada y legitima la desigualdad.
En el imperio de la propiedad privada de las condiciones de existencia y de los bienes de producción los liberales tienen la desfachatez de declarar a los muchos «herederos», como si la categoría de herencia no fuese la perpetuación del robo original. Se supone que los hombres heredan todo lo espiritual mientras que se les escamotea toda herencia material que no sea la que monopoliza la institución familiar.
Resulta que el hombre común, el vulgo, los oi polloi, los obreros y trabajadores asalariados que son "libres" al poder elegir entre vender su única posesión, su fuerza de trabajo, en el mercado, o morirse de hambre; son unos parasitos desagradecidos dedicados al consumismo de derechos y posibilidades.
Las críticas a la técnica, de Ortega a Heidegger, desplazan la responsabilidad de la deshumanización a la máquina o a un concepto idealista que la representa a lo que denominan lo técnico: la maligna máquina (lo técnico) tiene vida propia y nos destruye. Semejante postura cierra los ojos ante el hecho de que la tecnología es una construcción humana pero además es propiedad privada y ante el hecho de que en lugar de beneficiar al trabajador que hace innecesario sólo beneficia al propietario. Resulta que la odiosa máquina, al producir con un solo operario lo que antes requería 500 trabajadores, expulsa al paro y a la miseria a esos 499 sobrantes. Pero al decir esto hemos desplazado a la máquina la responsabilidad o causa, cuando es por el hecho de que la máquina tiene un propietario, que no son precisamente los operarios, que la falta de necesidad de mano de obra gracias al desarrollo científico-técnico no revierte en la consecución de renta y ocio para los trabajadores innecesarios, sino que para éstos constituye una desgracia al sumirlos en la miseria.
El propio liberal kantiano-orteguiano reconoce que Humanismo y ciencia celebraban sus nupcias al comienzo de la modernidad. Estos son los principios. Lo que representa el siglo XIX es la concreción institucional de estos principios y su realización práctica en la forma de la empresa industrial capitalista y el Estado liberal, dos expresiones burguesas de una misma conciencia de libertad, fundada en la autonomía de la razón. Pero insiste en el proyecto de la autonomía de la razón que, a su juicio, en cuanto educación del espíritu (la del cuerpo se consagra al capitalismo) es lo que ha fallado. El problema es que su visión es idealista, en el párrafo citado se explican las cosas pero cabeza abajo. El orden correcto sería el siguiente: la industria capitalista (propiedad privada de los medios de producción) acaba generando el Estado liberal (Revolución francesa), que es causa de la asociación en instituciones entre humanismo jurídico-legalista y político (ONU; Constitucionalismo; Socialdemocracia) y producción científico-técnica (Universidades, escuelas educativas y centros de investigación / formación de operarios y fabricación de tecnología). Y ese humanismo institucionalizado de los derechos humanos es el que genera una conciencia idealista de libertad y una idea de autonomía de la razón.
La orientación José-antoniana reclamante de minorías dirigentes del falangismo clásico reaparece en Ortega y sus seguidores: porque no fue sólo un fracaso educativo sino orientativo o directivo. En otros términos, un fracaso o dimisión de los que tenían la capacidad de la dirección social. Esto es, que son los caudillos de la oligarquía dirigente los que fallan en el proyecto del liberalismo, al no educar el espíritu inoculándole la autonomía a la razón de los súbditos. Los dirigentes, la clase rectora, ha dejado que la masa se vuelva inmoral olvidando su «conciencia de servicio y obligación»; es decir, que los señoritos (hombres nobles) han olvidado que su nobleza incluye la dirección de las masas, la dialéctica del amo y el esclavo hegeliana en versión Ortega -según la cual- el amo es esclavo del esclavo (los falangistas que sirven, es decir, mandan al pueblo y cumplen con su obligación para con Dios y la Patria), y las masas han perdido la conciencia de que son esclavas. Porque aunque los hombres-masa siguen siendo esclavos de hecho se les ha convencido, en la conciencia, de que son libres, y ya no muestran el debido respeto hacia sus señores y amos. Lo que le preocupa a Ortega no es que las masas sean dirigidas por su clase social, la de los que tienen la capacidad rectora joseantoniana, sino que sean mal-dirigidas por su clase burguesa.
Pero este liberalismo tan fascista se contradice en sus principios porque decirles a las masas, entonces, que gozan de autonomía de la razón, y al mismo tiempo dirigirlas, resulta un contrasentido, puesto que quien realmente (y no sólo en la conciencia) goza de autonomía, no tiene que ser dirigido por nadie, sino que se dirige a sí mismo. Los liberales se contradicen al querer dirigir a los demás y, al mismo tiempo, afirmar la existencia de la autonomía de la razón y de la libertad. Pues ellos mismos no dirigen a los demás porque hayan logrado la autonomía de la razón, sino porque están presos en la clase capitalista, que les ordena ejercer la labor de patrono, tanto económica como políticamente y socialmente:
«La deserción de las minorías ha sido doble. Durante el siglo XIX consistió en halagar a las masas. Compárese la actuación política de las generaciones que vivieron bajo esa centuria, más concretamente: compárese la idea que tuvo de la democracia cada una de ellas. Para la primera es democracia la obligación que el hombre tiene de conquistar y ejercitar los derechos inalienables del hombre. Los políticos de entonces son puritanos. Su doctrina política es a la vez una moral que exige mucho al individuo. Se revuelven contra las masas, que por definición son inmorales[vi]. La segunda generación habla a las muchedumbres de sus derechos, pero no de sus obligaciones. El hombre público pacta con las masas. La tercera generación no se contenta con ésto: hostiga las pasiones y la propensión tiránica de las masas, les asegura que tienen todos los derechos y ninguna obligación. A esto llaman dirigir las masas» (Ortega y Gasset OC, II, 720).
La definición que se da aquí de democracia es humanista, de índole moral y se ajusta ceñidamente al espíritu liberal: «la obligación que el hombre tiene de conquistar y ejercitar los derechos inalienables del hombre». Se diría que el liberalismo se destiñe en democratismo, según Ortega, pero lo que en realidad ocurre es que ha sido siempre demagogia, según el diccionario REALE 21ª edición: Dominación tiránica de la plebe con aquiescencia de ésta o, en otra acepción: Halago de la plebe para hacerla instrumento de la propia ambición política.
Cuando un filántropo liberal considera instaurada la verdadera democracia y la igualdad de oportunidades mediante su concurso ya no se da cuenta de que él es el privilegiado que ha ocupado el lugar de la aristocracia. Entoces, viendo a la muchedumbre alienada y embrutecida, concluye que ésta se autoaliena, y que es culpable por naturaleza de su miserable situación espiritual y existencial. La condena orteguiana del vulgo adquiere entonces tintes racistas: «Después de haber metido en él todas estas potencias, el siglo XIX lo ha abandonado a sí mismo, y entonces, siguiendo, el hombre medio su índole natural, se ha cerrado dentro de sí» (Ortega y Gasset OC, IV, 184). El hombre nace no se hace, como decía el aristocratismo del antiguo Régimen, tesis racista heredada por el liberal una vez que ha asumido el poder. La índole natural de José Ortega y Gasset es abierta e ilustrada, mientras que la de la chusma es cerrada y reaccionaria. Para el liberal que se autoconcibe como demócrata, todo lo que no sea su ideología es fascismo, no sólo las acalladas ideologías alternativas, como el satánico comunismo, sino los propios ciudadanos que él considera haber liberado otorgándoles el privilegio de producir los bienes materiales de los que él, más que los productores, se beneficia. Para el liberal, claro, fascismo y bolchevismo son lo mismo:
«No tanto por el contenido particular de sus doctrinas, que, aislado, tiene naturalmente una verdad parcial -¿quién en el universo no tiene una pociúncula de razón?-, como por la manera anti-histórica, anacrónica, con que tratan su parte de razón» (Ortega y Gasset, OC, IV, 204).
El intelectual liberal puede despreciar al vulgo porque él se dedica a la cultura y, aunque se viste, come, detenta una vivienda en propiedad y tiene una criada que le lava la ropa, no se explica que el obrero obligado a consagrar su vida a fabricar prendas de vestir, producir patatas y carne, construir casas y fregar o recoger la basura de los liberales, no se dedique a su crecimiento espiritual.
Siendo igualmente aristocrático que Ortega, Nietzsche, sin embargo, no era hipócrita, porque jamás fue por la vida de liberal. Claudicó en el empeño de la ilustración general y llegó a la conclusión de que, dada la existencia de la propiedad privada, los esclavos son la base de la cultura superior, en lugar de declararse liberal y proclamar la meta, esto es, la libertad de los seres humanos, como ya alcanzada:
«La cultura y la casta. No puede nacer una cultura superior más que en aquellas sociedades en donde existan dos castas claramente diferenciadas: la de los trabajadores y la de los ociosos, capaces de verdadero ocio; o, con palabras más fuertes, la casta del trabajo forzado y la casta del trabajo libre. El reparto de la felicidad no es un punto de vista fundamental cuando se trata de crear una cultura superior; pero el hecho es que la casta de los ociosos tiene una mayor capacidad de sufrimiento, que sufre más, que su alegría de vivir es menor y que su tarea es más pesada. Si se produce un intercambio entre las dos castas, de forma que los individuos más obtusos y menos inteligentes de la casta superior sean relegados a la casta inferior, y a su vez los seres más libres de ésta tengan acceso a la otra, se logra un estado más allá del cual no se ve más que el mar abierto de las aspiraciones ilimitadas. -Esto es lo que nos dice la voz agonizante del pasado: pero ¿habrá oídos que la oigan?». (Nietzche Humano demasiado humano I, §439).
Nietzsche no era liberal e hipócrita, como Ortega, porque reconocía que su posición era de privilegio y que no se resolvía con meras apelaciones a la ideología humanista, sino que eso era la forma moderna de perpetuar de una manera mezquina e hipócrita el mismo aristocratismo del antiguo Régimen, pero enormemente degradado por la compra-venta. A su juicio era mejor ser esclavo que obrero que se cree libre sin serlo:
«Los esclavos y los obreros. Concedemos más valor a la satisfacción de nuestra vanidad que al resto de cosas que constituyen nuestro bienestar (seguridad, puesto de trabajo, placeres de todo tipo), como se evidencia hasta extremos ridículos en el hecho de que todo el mundo (al margen de razones políticas) desee la abolición de la esclavitud y rechace con horror la idea de reducir a alguien a ese estado: pero todo el mundo debiera reconocer que los esclavos llevaban una vida más segura y feliz en todos los aspectos que el obrero moderno, que el trabajo servil era poca cosa en comparación con el del "trabajador". Se protesta en nombre de la "dignidad humana", pero lo que se encuentra debajo de este eufemismo es nuestra querida vanidad que nos lleva a considerar que no hay peor suerte que no ser tratado como igual, que ser considerado públicamente inferior. -El cínico piensa de otro modo en este aspecto, porque desprecia el honor -de ahí que Diógenes fuera durante un tiempo esclavo y preceptor doméstico». (Nietzsche Humano demasiado humano I, §457).
La meritocracia del liberalismo acabó con la aristocracia, con seres como la familia Mediccis, para extender la esclavitud, eso es, el trabajo asalariado, y situar en la cúspide social, además de al capitalista, al nuevo detentador del patrimonio y el capital, ya no un noble terrateniente rentista sino un banquero o un empresario financiero, o los asalariados más productivos, que en la sociedad del consumo de masas son los cantantes de rock, los futbolistas, las modelos, los actores cinematográficos, junto a los publicistas y los directivos. La esclavitud se ha ampliado más que nunca porque quien no dispone de las tres cuartas partes de su tiempo para sí mismo es un esclavo, haga lo que haga:
«El grave defecto de los hombres activos. Lo que les falta ordinariamente a los hombres activos es la actividad superior, es decir, la actividad individual. Actúan en calidad de funcionarios, de hombres de negocios, de expertos, es decir, como representantes de una categoría, y no como seres únicos, dotados de una individualidad muy definida; en este aspecto, son perezosos. La desgracia de los hombres activos es que su actividad resulta siempre un tanto irracional. No cabe preguntar al banquero, por ejemplo, el objetivo de su compulsiva actividad, porque está desprovista de razón. Los hombres activos ruedan como lo hace una piedra, según el absurdo de la mecánica. Todos los hombres, tanto de hoy como de cualquier época, se dividen en libres y esclavos; pues quien no dispone para sí de las tres cuartas partes de su jornada, es un esclavo, sea lo que sea: político, comerciante, funcionario o erudito». (Nietzsche Humano demasiado humano I, §283).
Ante Nietzsche, que es antiliberal y antimoderno, que critico con saña tanto al Estado prusiano-hegeliano como al socialismo marxista, cabe o bien la postura aristocrática o bien la postura anarquista. Pero está claro que tener tres cuartas partes del tiempo para uno mismo, condición para no ser esclavo, es algo que está ligado a la economía, individual o colectiva, y que no se consigue más que individual y epicúreamente en el liberalismo capitalista. No se le ocurrió a Nietzsche que podía ser lo suficientemente radical como para exigir universalmente la liberación de los esclavos, sino que vió tan sólo una salida individual, logró su libertad individual al renunciar a su trabajo de profesor universitario y disponer de las tres cuartas partes de su tiempo libre viviendo con suma austeridad de su pensión por enfermedad.
La igualdad económica colectiva (no otra) es conditio sine qua non de la libertad colectiva. Para conseguir la libertad colectiva habría que reducir la jornada laboral a tres horas al día (15 semanales), o menos, dependiendo de la función a desempeñar, y proporcionar a todo ser humano la renta que le corresponde por el mero hecho de nacer, el porcentaje que le corresponde de la riqueza que produce la ciencia, la tecnología o la tierra. Así sería compatible el trabajo forzado y el trabajo libre, no tendrían que inmolarse muchos para que pudieran vivir unos pocos, y la verdadera democracia, la participación directa de todos los ciudadanos en la asamblea ejecutiva y en la asamblea judicial, como la hubo en la Atenas de Pericles, podría realizarse también generalizadamente.
El liberal ve la libertad colectiva de la que hablamos como utópica, la libertad individual de que gozó Nietzsche aislándose ascéticamente, sí le parece realizable, pero no la quiere por avaricia, ya que ama el lujo, la propiedad y el mando. él mismo suele ser un esclavo de los que se creen libres, se ha convertido en víctima de su propia creación y actua como el gran gúru de una secta que ha llegado a creer en los mitos que había inventado para sojuzgar a los demás. Pero es que no tiene ya tampoco ningún trabajo libre que realizar y, como sus súbditos, sin dedicar la vida a la producción y al consumo no sabe qué hacer y se aburre. Los que Nietzsche llamaba hombres activos de la sociedad moderna no tienen un para qué vivir que no les esté dado por el capitalismo, porque para llegar a tenerlo hace falta tiempo, mucho tiempo libre:
«pero, pregúntate para qué existes tú, el individuo, y si nadie puede decírtelo trata de justificar el sentido de tu existencia, en cierto modo, a posteriori, fijando una finalidad, una meta, un "para esto", un para esto elevado y noble. Sucúmbe realizándolo -yo no sé que exista mejor finalidad de la vida que sucumbir a lo grande e imposible». (Nietzsche De la utilidad e inconvenientes de la historia para la vida. –Segunda Consideración Intempestiva-, 9ª parte).
A diferencia de Nietzsche, que se dirige en el párrafo anterior a todo individuo (independizándolo del rebaño, al que es inutil dirigirse), el liberal Ortega se hace unas preguntas capciosas, ya que presuponen respuesta negativa al partir del hombre-masa y cuestionarse si el filántropo humanista podrá reformarlo y convertirlo en individuo:
«¿Se puede reformar este tipo de hombre?… ¿pueden las masas, aunque quisieran, despertar a la vida personal?» (Ortega y Gasset OC, IV, 131-2).
Fácil es ver cómo el humanista se erige en cabeza y caudillo de la sociedad que pretende reformar. Su primer y más eximio representante fue Otto von Bismarck, el creador del I Reich, apoteosis del Estado Hegeliano:
«La idea de que el individuo limite el poder del Estado… es una idea germánica… Donde el germanismo no ha llegado, no ha prendido el liberalismo… Por eso, el que es verdaderamente liberal mira con recelo y cautela sus fervores democráticos, y, por decirlo así, se limita a sí mismo» (Ortega y Gasset, OC, II, 425).
Con Stuart Mill y Tocqueville esgrime Ortega su defensa del individuo contra la estatalización a la que consideran culpable los liberales del surgimiento de la masa, pero no se dan cuenta de que no es el Estado sino el Capital quien proletariza y aliena al individuo sumiéndole en una masa productiva. La defensa de la individualidad de nuestros esclavos sólo sirve para que éstos consuman los teléfonos móviles que les vamos a vender, lo cual no les hace libres, sino aún más esclavos de lo que ya eran:
«La forma que en política ha representado la más alta voluntad de convivencia es la democracia liberal. Ella lleva al extremo la resolución de contar con el prójimo y es prototipo de la acción indirecta» (Ortega y Gasset, OC, IV, 191).
Acción indirecta es quí sinónimo de reformismo y se opone a la acción directa revolucionaria anarquista, que ponía bombas en la época en la Ortega escribía estas líneas, acción directa que el liberalismo orteguiano rechaza y repudia:
«El hombre europeo actual tiene que ser liberal… Eso que ha intentado Europa en el último siglo con el nombre de liberalismo es, en última instancia, algo ineludible, inexorable, que el hombre occidental de hoy es, quiera o no» (Ortega y Gasset, OC, IV, 211-212).
Hay, por lo visto, para el liberal, que se revela como hegeliano, un progreso lineal de la Historia, marcado por una ley ineludible, que lleva hasta su concepción paradisiaca del mundo, con lo cual no es necesario acudir al expediente de la violencia (revolución) sino que basta con el reformismo para ayudar a que la Historia se autorealice pues ya hemos alcanzado el núcleo primordial. Por eso es una concepción liberal del mundo que, en lo esencial, debe permanecer inmutable, cambiando y adaptándose en lo accidental, ya que cualquier tiempo pasado fue peor y cualquier alternativa, fascismo:
«La democracia liberal fundada en la creación técnica es el tipo superior de vida pública hasta ahora conocido; segunda, que ese tipo de vida no será el mejor imaginable, pero el que imaginemos mejor tendrá que conservar lo esencial de aquellos principios; tercera, que es suicida todo retorno a formas de vida inferiores a las del siglo XIX» (Ortega y Gasset, OC, IV, 173-4).
Los liberales identifican socialismo, comunismo y anarquismo con desindividualización cuando la dimensión cuantitativa, atomística de la sociedad de individuos liberales es la que otorga valor numerico-mercantil a sus ciudadanos; no han entendido o no han querido entender que lo social y comunal es lo humano porque es lo orgánico:
«El siglo XIX -dice Simmel- ha creado una noción cuantitativa, extensiva de la humanidad: según ella, lo social, lo comunal, es lo humano. El individuo no existe realmente: es el punto imaginario donde se cruzan los hilos sociales» (Ortega y Gasset, OC, I, 93).
Al modelo organicista, a la sociedad considerada como un gran organismo vivo, al modelo de la química, como en Platón, Rousseau o Marx, se contrapone el modelo atomista, la sociedad considerada como un agregado de individuos unidos por su egoísmo, el modelo de la física atómica, que, por el arte de la paradója de las abejas-individuo de Mandeville y de la mano invisible de Adam Smith, hacen de la apoteósis del individualismo la esencia de la sociedad. Pero este liberalismo orteguiano que se quiere político y no económico nos asombra con sus anhelos de restricción de la ya escasa participación política que supone la democracia moderno-liberal:
«Si les decís que la salvación de la democracia depende de que no se haga solidaria del sufragio universal, del Parlamento, etc, os declararán reaccionario. On est toujours le réactionnaire de quelqu"un» (Ortega y Gasset, OC, II,24).
Define Ortega en 1918 el «verdadero e integral liberalismo… su política se resume así: libertad, justicia social, competencia, modernidad» (Ortega y Gasset, OC, X, 456). Sin caer en la cuenta que mantener al mismo tiempo los principios de competencia y de justicia social se cae en contradicción.
«(Pregunta): "Ha dedicado usted mucho tiempo a Europa. En el momento actual parece que existe una Europa financiera, incluso eso que algunos llaman la Europa de los mercaderes…". (Respuesta): No me gusta nada esa expresión… porque no es verdad. Esa es una forma de expresión de tipo anguitiano… ¿Quiénes son los mercaderes? ¿Los empresarios? Bueno, pues en una economía como la europea o como la mundial, en la que el Estado se retira de la producción directa de la riqueza y, por tanto, de un factor clave de nuestro futuro. Ellos deben ser los protagonistas de la creación de la riqueza, aunque no tienen que ser los protagonistas del reparto de esa riqueza. Para hacer eso hay que gobernar. Mientras más y mejores empresarios haya en España y en Europa, mejor nos irá a todos en una economía abierta. ¿Eso no pega que lo diga la izquierda? Bueno, pues que no pegue, pero es verdad. El que dice lo contrario no pasa de decir una bobada… … La Unión Europea y Estados Unidos son la mitad de la economía mundial. La globalización es un hecho» (Revista Tiempo nº854, 14 de septiembre 1998: Entrevista a Felipe Gonzalez).
¿La izquierda dice ésto? ¿Qué izquierda? ¿La izquierda liberal? ¿El liberalismo que combina competencia y justicia social? ¿La llamada Tercera Vía de Blair-Giddens? Pero eso del equilibrio entre lo social y lo económico, el keynesianismo, es como la cuadratura del círculo, un imposible.
Existe una tensión entre libertad e igualdad, aparte de la olvidada fraternidad, que hace inviable su coexistencia plena. No se puede lograr la igualdad si no se está dispuesto a limitar la libertad, sobre todo la libertad para la adquisición ilimitada de riqueza; y viceversa, la desigualdad es consecuencia directa de la falta de restricciones a la libertad de acaparamiento, que adquiere unas proporciones descomunales, generando desigualdades en un mundo de gran producción de riqueza, aunque limitada. No se puede lograr un reparto equitativo de una riqueza limitada en proporciones ilimitadas. Lo que me temo es que sin violencia, es decir, revolución, de forma reformista y pacífica, los ricos nunca dejarán que se les restrinjan sus beneficios individuales, su libertad de acumulación ilimitada, en pro del bienestar colectivo; dicha medida tendría que serle impuesta a esa minoría por la mayoría.
José Saramago lo explicó muy bien en un artículo titulado Alégrate izquierda (Diario El Mundo, 9-10-98) contemporáneo de la noticia de la concesión del Nobel:
«¿Piensa la izquierda que sus ideas (si aún las tiene) de socialismo o de socialdemocracia son compatibles con la libertad total de maniobra de las multinacionales y de los mercados financieros, reduciendo al Estado a meras funciones de administración corriente y a los ciudadanos a consumidores y clientes, tanto más dignos de atención cuanto más consuman y más docilmente se comporten? No tengo esperanzas de que alguien responda a estas preguntas, pero cumplo mi deber haciéndolas. Alégrate, izquierda, mañana llorarás».
Pero el liberal siempre es ambiguo y no discute la competencia ni el capital, que considera leyes de la naturaleza humana y universal, pero proclama grandiosas intenciones respecto a la justicia social que a la postre resultan incomprensibles. De ahí que dijese Ortega y Gasset que había que dirigirse hacia «los caminos acertados para conseguir lo que de esa justicia social es posible y es justo conseguir, caminos que no parecen pasar por una miserable socialización, sino dirigirse en vía recta hacia una magnánima solidaridad» (OC, IV, 133). Ortega, como buen liberal, acepta el status quo y el evangelio de la competencia capitalista como algo esencial, propio de la naturaleza de las cosas, como una ley de la naturaleza, declarando las consignas neoliberales como lo que es, y no puede ser de otro modo, pero lo adereza con declaraciones de principios sociales sin decir nada respecto a cómo se puede lograr concreta, social, económica y políticamente esa magnánima solidaridad, que se queda en simple caridad nacionalcatólica. Incluso George Soros, el firme seguidor de la filosofía liberal de Karl Popper, con la que se familiarizó mientras era estudiante en la London School of Economics, antes de trasladarse, en 1956, a los Estados Unidos, donde acumuló una gran fortuna a través de un fondo de inversiones internacional fundado y gestionado por él mismo; opina que la economía no es una ciencia al no estar regida por leyes:
«Existe la creencia generalizada de que los asuntos económicos están sometidos a irresistibles leyes naturales comparables a las leyes de la física. Esta creencia es falsa. Y lo que es más importante, las decisiones y las estructuras que se basan en esta creencia son desestabilizadoras económicamente y peligrosas desde el punto de vista político»[vii].
En unas Notas sobre el pacifismo europeo, editadas en versión inglesa, en 1938, en la Revista The Nineteenth Century, y rescatadas recientemente en español por Thomas Mermall, como apéndice a su edición de La rebelión de las masas, escribe Ortega: «Esto salvará Europa. Una vez más resultará patente que toda forma de vida ha menester de su antagonista. El totalitarismo salvará al liberalismo, destiñendo sobre él, depurándolo, y gracias a ello veremos pronto un nuevo liberalismo templar los regímenes autoritarios». Familiarizándonos con la relación entre fascismo y liberalismo, entre Pinochet, Margaret Tatcher y la Escuela de Chicago. Cuando el Estado se vuelve portavoz real de los ciudadanos e intenta el cambio de las reglas económicas, como en el Chile de Salvador Allende, casualmente se produce un golpe de Estado más que aplaudido por los Estados Unidos y una etapa dictatorial que dura hasta que se normaliza el liberalismo capitalista. Ortega, el intelectual liberal, minoría consciente que llama a tomar el mando moral europeo a los de su casta, quiere formar políticamente al rebaño, al hombre-masa.
La formación política y humana de los ciudadanos no es necesaria en unas sociedades gobernadas por la demagogia del espectáculo y la hipocresia. Cuando un futbolista, una cantante o un presentador de televisión son los personajes más emblemáticos de una sociedad en la que los grandes poetas, ignorados por la mayoría, acaban tirándose por la ventana. Cuando las declaraciones de principios meramente formales se esgrimen como coartadas de los hechos más viles e inconfesables, por ejemplo, cuando vemos que los intereses de la deuda externa de los países pobres superan con creces las ayudas caritativas que reciben. Cuando los seres humanos son mercancía homogeneizada, los ideales de la ilustración mueven a risa a los jóvenes, o a sonrisas cínicas y estúpidas de incomprensión absoluta, pero mejor si se sonrie, porque de lo contrario se corre el riesgo de volverse un hipócrita o de ser muy obtuso. Libertad, Igualdad y Fraternidad, hay que ser ingenuo o hipócrita para seguir sosteniendo que esos son los pilares de nuestra sociedad Occidental. Los políticos demagógicos de la sociedad de masas lo hacen a diario. Pero los jovencitos que son todavía sinceros consigo mismos saben que el dinero es el único pilar de la sociedad Occidental y todo lo demás les parece, con razón, un rollo intragable. Entonces podríamos pasar a decir que los principios de la ilustración no son nuestros pilares sino nuestros ideales a alcanzar, pero de nuevo la realidad (los jóvenes viven todavía en la realidad aunque sea la espantosa realidad del imperio del Capital) les desmiente a los interpelados semejante aserción con rotundidad. La realidad se les aparece todos los días durante unas cuatro horas a través de la televisión, porque hoy por hoy la realidad es la imagen y la especulación financiera vía internet. Sólo el telediario se dedica en ocasiones a proclamar bien los pilares o bien los ideales programáticos de la ilustración, pero los jóvenes no ven el telediario ni leen el periódico. Hacen bien, porque para observar como el ministro de economía responsabiliza del paro a la inflación, en lugar de a los empresarios y a sí mismo, ya que para él es tanto como decir que la culpa del paro la tiene la ley de la gravedad, porque considera que la economía es una ley de la naturaleza en lugar de una convención humana, sobran los telediarios, ya que de tal falacia está ya convencida la gran mayoría de la opinión pública. El paro es una calamidad natural, como el trabajo esclavo, un accidente, algo que sucede porque sí, fortuito, azaroso, pero al mismo tiempo tan rígido e inexorable como una ley de la física, determinado por una férrea ley de causalidad, la de la oferta y la demanda. No importa que sea contradictorio, al contrario, mejor que así sea, no vayan a aprender las huestes un poco de lógica, no sea que les vaya a dar por pensar y descubran que el paro no es una calamidad sino una necesidad del sistema de relaciones económicas arbitrario y convencional en el que vivimos, que produce cuantiosos beneficios a los que además de muchas otras propiedades poseen en propiedad incluso las condiciones del trabajo en general y los medios de difusión de la ideología dominante (el sistema de creencias generadas por el propio sistema económico en cuanto que posee mecanismos de retroalimentación). De manera que el paro es a la vez fortuito y necesario, un azar y una ley. Si se acepta que la responsabilidad es de la inflación se está aceptando como ley natural todo el sistema económico vigente, y lo cierto es que sí que se siguen ciertas regularidades en la economía vigente, como se seguirían de cualquier otra economía alternativa, pero el detalle es que las leyes de la economía no son leyes de la naturaleza como la gravitación universal sinoconvenciones humanas, leyes coyunturales que se podrían modificar, pero cuya modificación no interesa a las clases dominantes. La famosa intervención estatal se reduce al plegamiento de la demagogia política a las necesidades de la economía vigente. El Estado interviene para forzar que se bajen los tipos de interés, interviene conforme a las reglas del mercado capitalista y pocas veces triunfa si por voluntad ciudadana llega a querer otras reglas, cuando el Estado se vuelve portavoz real de los ciudadanos e intenta el cambio de reglas, como en el Chile de Salvador Allende, casualmente, se produce un golpe de Estado y una etapa fascista-dictatorial que dura hasta que se normaliza la demagogia capitalista. Medidas como la supresión del interés que al fin y al cabo no es más que lo que antes se denominaba usura y la nacionalización de la banca, ¿realmente una mayoría de los ciudadanos estaría en contra? No lo creo, pero desde luego nunca habrá un referendum sobre la cuestión. ¿Por qué no se suprime el interés y se nacionaliza la banca? ¿Por qué no se legisla un salario máximo o ley de hierro de los beneficios? ¿Por qué no se reduce drásticamente la jornada laboral dado el enorme desarrollo tecnológico alcanzado? Pues porque las opciones de cambiar las reglas del juego son implanteables por los creyentes fanáticos en las reglas vigentes, ya neoliberales, ya socialdemócratas: la socialdemocracia capitalista Occidental es la Verdad y cualquier alternativa no puede ser sino fascismo. Curioso integrismo el de la sociedad abierta para la que todo lo que no sea ella misma es totalitarismo.
El liberalismo procede como si los derechos humanos fueran algo más que una declaración formal de principios y se hubiesen materializado ya en la realidad, procede como si de hecho hubiese igualdad de oportunidades, por eso dice Ortega que para ser sí mismo y vivir con autenticidad, es preciso ser un héroe y que la fe liberal estriba precisamente en que uno cualquiera puede llegar a ser y debe llegar a ser un «sí mismo», un héroe. No hay mucha distancia entre tal formulación del liberalismo político y el evangelio de la competencia del liberalismo económico según el cual, de acuerdo con el absurdo mito americano, todos podemos llegar a ser Rockefeller o Gates, los héroes del capitalismo; pues sólo nuestro plebeyismo nos lo impide. Como había proclamado en las Meditaciones del Quijote, todo hombre lleva dentro de sí «un héroe muñón», expectante, que «se agita en medio de una caterva de instintos plebeyos» (Ortega y Gasset, OC, I, 394-5), esperando su renacimiento. Lo cual nos recuerda una de las múltiples películas sobre la guerra de Vietnam en la que se decía: «en cada chino hay un américano que pugna por salir a la superficie y nosotros le ayudamos a que alcance el renacimiento llenándole el cuerpo de balas».
[i] Las citas de Ortega y Gasset, precedidas de la abreviatura OC, se hacen por la edición de sus Obras Completas, en: «Revista de Occidente», Madrid 1966, indicando el número del tomo y la página.
(II) Cfr. Althusser/Balibar Para leer el Capital, ed.siglo XXI (1ªed.1965-68)
[iii] A través de sus obras, se aprecia que el pensamiento de Garaudy ha evolucionado, coherentemente, desde un comunismo pro-soviético y un humanismo marxista que defendía en los años cincuenta y sesenta, pasando por un humanismo marxista-cristiano defendido desde mediados de los sesenta hasta mediados de los ochenta, hasta arribar a un ecumenismo de raíz islámica con el que se refundieron los anteriores, (con conversión incluida al islamismo), desde la segunda mitad de los ochenta hasta los años noventa. Cfr.Roger Garaudy: Humanismo marxista (1957); Perspectivas del hombre (1961); Del anatema al diálogo (1965); Por un diálogo entre civilizaciones (1977); Como el hombre se hace humano (1978); Palestina, tierra de mensajes divinos (1986). Hacia una guerra de religión, con prefacio de Leonardo Boff (1995); Grandeza y decadencia del Islam (1996).
[iv] Exactamente la misma contestación que da Francisco Fernández Buey a Diego López Garrido ya en el año 1999, cuando el segundo, lider de Nueva Izquierda, escisión del Partido Comunista que pretende la fusión con la socialdemocracia, pide a los últimos de Filipinas, que se transformen, esto es, que de revolucionarios antihumanistas se vuelvan reformistas humanistas: "Los partidos comunistas (PC) de Europa del Este se han convertido -salvo en Rusia– en socialdemócratas y han pedido el ingreso en la Internacional Socialista. Sin embargo, en la Unión Europea aún subsisten partidos comunistas que atraviesan su particular travesía del desierto, con un peso parlamentario decreciente y una seria indefinición y crisis cultural y estratégica. En la Europa del Sur -España, Francia, Portugal, Italia, Grecia- están los bastiones de los PC". Ante los cual, contesta Fernández Buey, que lo que se está pidiendo es la desaparición de todo un espectro político: "El futuro próximo del comunismo depende de la capacidad de resistencia que tengan los partidos comunistas actuales frente al aluvión de sugerencias externas diciendo que se disuelvan o que renuncien a su identidad. Si lo hicieran, y esto es lo que les está pidiendo la mayoría de los comentaristas externos, la consideración sobre su futuro saldría sobrando. Decir que los partidos comunistas existentes deben disolverse o cambiar de nombre o de naturaleza no es un argumento sobre el futuro de los partidos comunistas. Pues si lo que se pide es su desaparición como tales, no hay futuro". Diario El País del 27 de junio de 1999. Diego López Garrido «El comunismo no es reformable, los PC, sí». Francisco Fernández Buey «El mañana, el mañana, el mañana…».
[v] Louis Althusser «Acerca de los síntomas de la existencia concreta de la universalidad del género humano». Carta a Michel Simon del 14 de mayo de 1965. En: Louis Althusser, Jorge Semprún, Michel Simon, Michel Verret Polémica sobre marxismo y humanismo, ed.s.XXI, (1ª edición,1968), 6ª edición 1974, págs.195-196.
[vi] Inmorales en cuanto que les falta «la conciencia de servicio y obligación» (Ortega y Gasset, OC, IV, 277).
[vii] George Soros La Crisis del Capitalismo Global. (La sociedad abierta en peligro). Editorial Debate. Madrid 1998. Cap.2: Una crítica de la economía, pág.61.
Madrid. Mayo de 2000
Autor:
Simón Royo Hernández
Doctor en Filosofía por la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Miembro de los Grupos de investigación "Pólemos" y "Palimpsestos" de la citada universidad.
Imparte un módulo como profesor en el MASTER "Europa Fin de siglo" de la UCM y desarrolla en la actualidad una investigación Postdoctoral en la UNED sobre el pensamiento de Platón.
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |