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Francisco Javier Muñizun: Ejemplo de vida (página 2)

Enviado por Antonio Sirino


Partes: 1, 2

Corria el año 1780 cuando el Virrey Don Juan José de Vértiz y Salcedo pone en funciones el Protomedicato el 17 de agosto de de ese año, comenzando la primera etapa de la Medicina del Río de la Plata que perduró hasta mucho después de la Revolución de Mayo de 1810.

Al irlandés Miguel O´Gorman, le cabe el honor de ser el primer protomédico que habiendo arribado con el Virrey Don Pedro de Cevallos es quien toma las primeras medidas sanitarias en Buenos Aires y emprende la lucha contra el curanderismo indígena. Dado que la ciudad, al hacerse cada vez más grande y poblada, tenía graves problemas sanitarios, y sufría periódicos embates de las pestes.

El protomedicato tomó medidas para evitarlas, entre las cuales se incluía la inspección de navíos extranjeros para detectar la presencia de enfermedades traídas por viajeros, se impusieron medidas de higiene en el ámbito de la ciudad, afronto la lucha contra el problema del curanderismo. En la ciudad, muchos preferían visitar a los curanderos antes que a los médicos. Siendo poco frecuente la entrevista con los médicos en las capas más populares de la ciudad.

Por su parte, Gorman fue uno de los pioneros en dar clases superiores de medicina en Buenos Aires, creando las bases de lo que luego culminaría en la creación de la Carrera de Medicina. Dificultades en su salud lo obligaron, a los pocos años, a abandonar la docencia, y fue sucedido por el Doctor Cosme Mariano Argerich y en Cirugía al Licenciado Agustín Eusebio Fabre (1749-1820) considerado el primer obstetra de Buenos Aires.

En 1801 ambos presentaron un plan de estudio de la Medicina al Virrey Avilés y del Fierro para fundar así la primera escuela médica en la que se anotaron catorce alumnos para iniciar sus estudios.

El Doctor Cosme Mariano Argerich (1758- 1820) y Agustín Eusebio Fabre fueron los verdaderos impulsores de la Escuela de Medicina. Fabre dictaba Anatomía, Clínica Quirúrgica y Partos para iniciar en 1805 la Primera Cátedra de Obstetricia.

Agustín Eusebio Fabre en 1801 fue nombrado Profesor del Primer Curso de la Carrera de Medicina, y en 1802, Catedrático sustituto de Medicina y "Protomédico General y Alcalde Mayor de todas las Facultades de Medicina, Cirugía, Pharmacia y Phlebotomía". En tanto que durante las invasiones inglesas fue Médico Jefe del Hospital de la Caridad.

Ahora bien la Escuela de Medicina, no había atraído la atención de muchos alumnos, por lo que en 1814 a sugerencia del doctor Cosme Argerich se la reemplazó por el Instituto Médico-Militar, con la finalidad primordial de formar cirujanos para los ejércitos patrios y contó entre los alumnos inscriptos a Francisco Javier Muñiz.

En agosto de 1821, el ministro Bernardino Rivadavia, al crear la Universidad de Buenos Aires con el departamento de Medicina, clausura el Instituto Médico Militar en el mes de septiembre, y a la Universidad se incorporaron los profesores del Instituto.

El 24 de setiembre de 1821 el gobernador Soler nombra "facultativo para el destino de Patagones a Don Celedonio Fuentes, a quien debería acompañar en clase de segundo Muñiz, el cual se excusa de aceptar la designación, dado que aún no tenía el título que, consigue, a decir de Domingo F. Sarmiento graduándose como Médico y Cirujano el 3 de marzo de 1824, ante el Tribunal de Medicina en Buenos Aires que había sido reemplazado en 1822 por el Protomedicato, es así que Muñiz se ve obligado a rendir sus últimos exámenes en dicho departamento para graduarse como médico.

A renglón seguido, comienza su trabajo en política, pregonando las ideas que anticipan el federalismo y auspiciando instituciones de perfil liberal escribiendo en la revista El Teatro de la Opinión. Durante esta parte de su vida dedicada al periodismo, sufre un deterioro de su salud que se extiende hasta enero de 1825 fecha en que acepta el nombramiento de cirujano del Cantón de la Guardia de Chascomús, uniéndose al regimiento de coraceros de Buenos Aires al mando del Coronel Juan Lavalle, de quien se hace amigo y a quien acompaña en los combates de Sauce Grande y Toldos Viejos. Dando muestras de su dedicación, el Dr. Muñiz una vez extinguido su vínculo contractual con el ejército, que era de 6 meses, prosigue en el cargo por un mes más, hasta el retiro del último soldado herido en el pueblo.

Durante el tiempo de las expediciones al desierto invierte su tiempo en realizar estudios etnográficos relativo a los usos y costumbres de los aborígenes; inaugurando además los trabajos sobre paleontología argentina al encontrar en la laguna Chascomus restos fósiles que no documentar por ser un aficionado y que el explorador francés D"Orbigny se adjudica trece años después.

En sus excavaciones realizadas desde 1825 en Luján reunió, estudió y clasificó abundante material paleontológico, en el que hay restos fósiles de megaterio, mastodontes, toxodontes, milodontes, gliptodontes, etc. En 1841 lo obsequió al gobernador Juan Manuel de Rosas, coleccionado en 11 cajas de cuyo contenido dio cuenta La Gaceta Mercantil. Rosas a su vez, obsequió dicha colección al almirante francés Juan Enrique José Dupotet jefe de la escuadra de Francia en el Plata y reemplazante de Leblanc. A pesar de este proceder, desde el punto de vista de la ciencia nada se perdió con el obsequio, ya que el envío fue a poder precisamente de la nación que era el principal centro de estudios paleontológicos, con sabios como Paul Rivet. El descubrimiento paleontológico más importante de Muñiz fue, según los historiadores el del tigre fósil, por él descrito en 1845, en informe que publicó La Gaceta Mercantil. Se trata de la especie que él llamó Muñifelis bonaerensis, estudiado también por Kaup, Owen, Lund, Cuvier y Blainville, y que en la hodierna nomenclatura científica se denomina Smilodon bonaerensis.

También encontró en Luján huesos de un caballo fósil, bajo el esqueleto de un megaterio. Y otra novedad fue el hallazgo de un árbol fósil en la pampa, que anunció a diversos naturalistas y museos. Las determinaciones del sabio argentino sobre estos fósiles eran exactas, según aserto de Germán Burmeister.

Muñiz regresa a Buenos Aires a ejercer su profesión y proyectar sus estudio sobre ciencias naturales, era el año 1826, y se declara la guerra con Brasil. Es entonces que se le confía el cargo de médico y cirujano principal con el grado de Teniente Coronel, del Ejercito Argentino, en tanto que el General de Alvear, asume el mando de las fuerzas. En combate es herido el General Lavalle. Muñiz lo asiste y pone fuera de peligro.

En 1827 por su desempeño en la guerra con Brasil el jefe del Estado Mayor del Ejército, General Lucio Mansilla, en el mes de abril deja constancia de la dedicación en el ejercicio de sus funciones profesionales, por lo fue distinguido por sus servicios junto a Francisco Paula de Rivero en la batalla de Ituzaingó,con los Cordones y Laureles de Ituzaingó y el Escudo de la República.

Pero a pesar de la mención y su comportamiento, no le responden favorablemente a su solicitud de ser designado para ocupar la Cátedra de Partos y Medicina Legal de la Escuela de Medicina desde el campamento General del Ejército.

El de Rivadavia no hace lugar a la solicitud, la respuesta le causa mucha tristeza pero, a los pocos meses después, en el último día de gobierno de Rivadavia en que ocupa la Presidencia de la República intenta remediar la injusticia designando a Muñiz al mando de la cátedra, que se fundara en la Escuela de Medicina, siendo Muñiz nombrado "Catedrático de teórica y práctica de partos, enfermedades de niños y de recién paridas, y medicina legal, con la obligación de desempeñar el servicio de facultativo del Hospital de mujeres.

Ahora bien el 20 de septiembre de 1827 por otro decreto del gobierno de Manuel Dorrego le suspenden el nombramiento, usando como escusa y agravio, que Muñiz no tenía el título de Doctor en medicina.

Así las cosas, se alejado de la cátedra y el 30 de septiembre de 1828 contrae matrimonio con Ramona Bastarte paso seguido se aleja de Buenos Aires fijando su residencia en la Villa de Luján donde permaneció por 20 años lugar que favorecía su estado de salud.

Los biógrafos que estudiaron su vida no ven razón valedera del ¿Por qué decidió retirarse al campo? no ven suficiente razón de peso en su interés por la paleontología, posiblemente existieron razones diferentes.

En la Villa de Luján es nombrado médico de policía por el gobernador Dorrego, cumple con las funciones de médico de policía del Departamento del Centro, siendo encargado de administrar y propagar la vacuna (antivariólica), enseña sobre las enfermedades de los animales dada la carencia de veterinarios, y combate el curanderismo y a las parteras ignorantes. Pero en 1830 el gobernador Rosas lo nombra Cirujano del Regimiento 2 de Milicia de Caballería con asiento en Lujan

Dedica su tiempo al tratamiento de afecciones cutáneas con la inoculación múltiple de la vacuna humana y en 1832 la Real Sociedad Jenneriana de Londres le confiere el grado de socio correspondiente en mérito a sus estudios sobre la vacuna y la acción de ésta como agente terapéutico en algunas enfermedades cutáneas; pasando a ser designado Miembro Honorario de la Real Sociedad Jenneriana de Londres.

Por otra parte es en el campo de las ciencias naturales, en especial en la paleontología, donde la figura de Muñiz adquiere sus contornos más nítidos, continuo con su trabajo de investigación paleontología, sacando a luz, como dice Babini, "el extraordinario mundo fósil sepultado en las barrancas de su río Lujan". En Luján reunió, estudió y clasificó abundante material, en el que hay restos de megaterio, mastodontes, toxodontes, milodontes, gliptodontes, etc.

Aproximadamente en esa misma época, otro joven hombre de ciencia recorre el país. Es Charles R. Darwin, naturalista del Beagle, que cumple entre 1831 y 1836 un crucero científico. Este viaje de Darwin por las regiones suramericanas sembrará en su espíritu la duda acerca de la estabilidad de las especies.

Los resultados de las observaciones de Darwin están descriptos en su Viaje de un naturalista alrededor del mundo en el cual casi la mitad del mismo, está dedicado a la Argentina, describiendo la geología y a la fauna actual y fósil de las regiones del Plata.

Cuando en 1833 Darwin pasa por Luján, camino a Santa Fe, toma contacto con un médico argentino, con el cual más tarde entablará correspondencia científica ya que andando por las pampas, se había encontrado en dos ocasiones con una raza muy curiosa de vacas, que tiene con los demás bueyes la misma relación que los bulldogs con el resto de los perros. Su frente es muy deprimida y muy ancha, el extremo de las narices está levantado, el labio inferior esta echado hacia atrás de modo que siempre está mostrando los dientes" (Vaca Ñata).

Darwin recibió de parte de Muñiz, un detallado informe que incorporó en las siguientes ediciones del Diario, y a partir de allí, comenzaron un intercambio de ideas más amplio entre los dos. Desde entonces Darwin contó con un especialista en Sudamérica para responder algunos de los muchos interrogantes recogidos en su viaje. Por otra parte se transformó en un difusor de la obra de Muñiz en Londres, y no sólo en el campo paleontológico. Por ello Francisco Javier Muñiz, fue considerado el primer naturalista argentino, ya que inicia los trabajos que pueden considerarse como los primeros estudios serios paleontológicos argentinos, recogiendo y reconstruyendo fósiles.

En 1844, realiza su descubrimiento paleontológico más importante, el del "tigre fósil", hoy bautizado como Smilodon bonaerensis

Escribió en el año 1848 en La Gaceta Mercantil una obra descriptiva sobre el Ñandú o Avestruz Americano, trabajo que fue publicado en varias entregas y posteriormente recopilado y publicado por Sarmiento en un trabajo sobre el Dr. Muñiz.

"Hemos concluido nuestra tarea: si hicimos lo que pudimos por perfeccionarla, no creemos por eso haberlo conseguido, pues como dicen en su idioma rústico, pero tan significativo los gauchos – el argumento del Avestruz es muy largo – y aun cuando esta descripción lo sea igualmente, ni lo dijimos todo en ella, ni habremos acertado siempre, ni evitado el error en que lo expusimos. Los venideros reivindicarán esas faltas, siendo menos concisos y más exactos que los naturalistas, que han tratado hasta hoy sobre el Ñandú. Ellos reconocerán en este trabajo, el corto estudio que hicimos de la hermosa familia ñandúesica y nos es lisonjero esperar que valorarán una parte, aunque mínima, del que emprendimos sobre el genio y habitudes de nuestros apreciados compatriotas de la campaña."

Por otra parte su actuación profesional como médico fue notable para su época, debemos mencionar y distinguir, lo ocurrido en los años 1836/37 cuando tuvo que enfrentar en la campaña bonaerense una epidemia de escarlatina que se venía expandiéndose desde el Perú hacia el sur.

Demostró su gran experiencia clínica en el manejo de la patología, y se vio reflejado en la descripción y curación de la fiebre escarlatina, que publicara ¨La Gaceta Mercantil¨ en 1844 y se editando luego en un folleto de ochenta páginas. Sin olvidar los trabajos sobre cirugía y medicina legal, además de los realizados sobre vacunas y en especial la vacuna indígena.

La viruela había sido introducida en Occidente, según parece, por las invasiones árabes, que la "importaron" desde China. Enfermedad de transmisión interhumana exclusivamente, producida por un poxi virus, con vía de  entrada respiratoria. La profilaxis por inoculación también provenía de China, donde se había practicado desde el siglo XI pero la forma de aplicación era intranasal y no cutánea. A inicios del siglo XVIII, Lady Mary Wortley Montagu, esposa del embajador de Gran Bretaña en Turquía, llevó el método de inoculación a Inglaterra. Ella lo había aprendido de Emmanuel Timoni, médico de la Embajada, quien publicó en 1713, en Philosophical Transactions of the Royal Society, un tratado sobre este método, luego introducido en Francia por Theodore Tronchin, un suizo que fue médico personal de Voltaire, y que además escribió el capítulo sobre la inoculación en la Enciclopedia de Diderot. Por otra parte en la India, la profilaxis de la viruela se hacía mediante un tratamiento "ayurvédico" (medicina tradicional), que consistía en la inoculación de un material varioloso proveniente de las pústulas de enfermos de viruela, con la diferencia de haber sido previamente guardado durante un año, y posiblemente así los virus estarían ya muertos al usarlos en la inoculación.

El médico ingles Edward Jenner también era partidario de la inoculación, pero había escuchado hablar de una creencia popular según la cual, si alguien contraía la viruela de las vacas (cow pox), no se enfermaba de viruela humana. Es así que se decide a realizar una experiencia temeraria, el 14 de mayo de 1796 tomo e inoculó a un niño de 8 años, llamado James Phipps, con el pus extraído de la mano de una campesina ordeñadora, que se había infectado del cow pox de una  vaca. Espero tres meses, al cabo de los cuales tomo nuevamente al niño, y esta vez lo inoculo con la viruela humana, comprobando así que no se enfermaba, ya que el niño había sido inmunizado. La vacunación se generaliza, reemplazando a la inoculación o variolización.

En septiembre de 1841 Muñiz reconoce la existencia del mal de cow pox en una vaca. Saca de las ubres seis costras, las envuelve en láminas de plomo, las sella y las entrega al dueño del animal. Días después y, ante la presencia de testigos y un juez de paz, vacuna a varios niños con las costras. Los resultados positivos no se hicieron esperar. En pagos de Luján, este incansable observador obtiene con vacas de la zona el cow pox antivariólico, que su descubridor Eduardo Jenner aseveraba que sólo era posible lograr con animales de Glowcester

En 1844 la ciudad de Buenos Aires quedó sin disponibilidad de la vacuna antivariólica, requirieron la ayuda del Dr. Muñiz, quien con un gesto inédito se trasladó a la metrópoli con una de sus hijas, de pocos meses, la que se encontraba recién vacunada, y con su linfa pudieron ser inoculadas más de veinte personas, actitud que permitió restablecer la práctica de la vacuna en la gran ciudad. Lamentablemente la pequeña muere al contraer una enfermedad infecciosa.

En marzo de1844 publica: "Descripción y Curación de la Fiebre Escarlatina", anticipándose a un concepto que aún hoy pugna por abrirse camino: el médico es del todo médico sólo si a la vez es psicólogo.

Muñiz se aproximaba a los 50 años de edad sin haber obtenido el título de Doctor en Medicina. Entonces, el 17 de septiembre de 1844 presentó su tesis y se le fue otorgado el anhelado diploma.

A fines de 1848 resuelve regresar a la escena metropolitana.

En abril de 1849, Juan Manuel de Rosas lo designa Conjuez del Tribunal de Medicina y en febrero de 1850 se hace cargo de la enseñanza de partos, enfermedades de mujeres y niños en la Facultad de Medicina.

Al respecto Andrés Ivern puntualiza que la entrega de tan valioso material a Francia fue hecha por Rosas, seguramente, con el doble fin de cicatrizar heridas de guerra y de demostrar la capacidad científica argentina a una potencia que nos había creído colonizables. Desde el punto de vista de la ciencia nada se perdió con el obsequio, ya que el envío fue a poder precisamente de la nación que era el principal centro de estudios paleontológicos, con sabios como Paul Rivet. Si hubo protestas de algunos naturalistas, como Florentino Ameghino, hay que tener en cuenta que de aquel centro científico provinieron las refutaciones a ciertas conclusiones de este último. Por otra parte debe recordarse que el propio Ameghino en 1878 viajó a Europa y allí exhibió su colección paleontológica en la Exposición Universal de París vendiendo luego una colección de fósiles a ciento veinte mil francos al famoso y acaudalado paleontólogo americano Cope. El propio Muñiz ofreció en venta a Darwin otra colección y en 1861 donó otros fósiles a la Academia de Ciencias de Estocolmo.

En 1859 ofreció sus servicios al ejército y es nombrado cirujano principal del ejército en campaña, organizando los hospitales, los carros de sanidad y los botiquines.

El 23 de octubre de ese año, en la batalla de Cepeda, atiende a los soldados heridos de ambas vanguardias y mientras desempeñaba sus funciones como médico, recibe un lanzazo que lo hiere de gravedad.

Por el Pacto de San José de Flores firmado el 11 de noviembre de 1859, Buenos Aires se declara parte integrante de la Confederación y renuncia al mantenimiento de relaciones diplomáticas con las potencias extranjeras.

Se convoca a elecciones de convencionales con el objeto de proponer reformas a la Constitución Nacional de 1853. En los comicios del 2 de diciembre Muñiz resulta electo pero aún no repuesto de su herida, se incorpora al cuerpo el 25 de abril. En las elecciones del 5 de agosto de 1860 sale electo senador por la Capital a la legislatura de la Provincia. Poco tiempo dura esta representación pues resulta consagrado diputado Nacional al Congreso de Paraná el 23 de diciembre de ese año. En 1861 remite una nota al Senado de la Provincia notificándole que se considera separado de este cuerpo por apreciar incompatible su desempeño con la diputación nacional. En septiembre de 1861 se designa a Muñiz senador por la Capital. Al año siguiente forma la Comisión de Negocios Constitucionales y establece en octubre de 1862 que la Asamblea General de la Provincia no acepta ley sancionado por el Congreso de la Nacional, en cuya virtud se federaliza por tres años el territorio de la Provincia. Es reelecto senador el 29 de marzo de 1863.

Guerra con el Paraguay: Cuando en 1865 estalló la guerra del Paraguay, con 70 años, el Vicepresidente Marcos Paz la acepta y agradece en nombre del país, se alista, junto con sus hijos y es nombrado único director de los hospitales instalados en Corrientes, vestido de paisano, con su instrumental quirúrgico a cuestas se presenta en el Cuartel General de Paso de los Libres ante el sorprendido General Mitre. En febrero de 1866 se le encomienda la organización y dirección de todos los hospitales instalados en Corrientes donde combate la epidemia de cólera y ayuda a morir a uno de sus hijos. Permanece en Corrientes hasta octubre de 1868, año en que fallece su esposa. En agosto de 1869 renuncia a sus cargos y se retira a la vida privada. La Legislatura de Buenos Aires le rinde homenaje al acordarle una pensión.

Epidemia de Fiebre Amarilla en Buenos Aires 1871: Antes de fin de mes de enero, para el día 20, al periódico La Nación le da por sospechar que estamos sintiendo los amagos de algún flagelo. La denuncia del mal se retarda en tres días, que resultan fatales, y eso ocurre dado que el cargado de abrir el buzo del Consejo de Higiene ha faltado y nadie lo examino para saber si había alguna denuncia. El 27 de enero de se conocieron tres casos de fiebre amarilla en Buenos Aires, ocurridos en el barrio de San Telmo, en el que se encontraban numerosos conventillos. A partir de esa fecha se registraron cada vez más casos, principalmente en ese barrio. La Comisión Municipal, presidida por Narciso Martínez de Hoz, desoyó las advertencias de los doctores Tamini, Larrosa y Montes de Oca sobre la presencia de un brote epidémico, y no dio a publicidad los casos. Mientras tanto la Municipalidad trabajaba intensamente preparando los festejos oficiales del carnaval. A fines de febrero el doctor Eduardo Wilde aseguró que se estaba en presencia de un brote febril (el 22 de febrero se registran 10 casos) e hizo desalojar algunas manzanas, pero los festejos de carnaval entretenían demasiado a la población como para escuchar su advertencia. La polémica creció y llegó a los diarios y casi en seguida como un reguero, se corre que Buenos Aires ha recaído en la fiebre amarilla de 1858.

El fantasma huesudo de la fiebre y la muerte abre entretanto las puertas y va casa por casa del barrio de San Telmo. La Tribuna anuncia que "no puede asumir la responsabilidad del silencio". Mencionando que una pavorosa tragedia, maldición y castigo, se abate sobre Buenos Aires en pocos días. De los cuartuchos de inquilinato empieza a salir, picado por el mosquito de la peste, un cargamento de enfermos y cadáveres. Habría provenido de Asunción del Paraguay, traída por los soldados argentinos que regresaban de la guerra que se terminaba de librar, habiéndose propagado previamente en la ciudad de Corrientes. Es así como le llega a la población porteña en su peor momento, por lo que se redujo a la tercera parte su población, ya sea por las muertes o bien debido al éxodo de quienes la abandonaban buscando escapar del flagelo La población y la prensa culpan a las aguas cenagosas del Riachuelo de Barracas, a las viviendas pobres de los barrios linderos y los desperdicios del mercado. Se alza un clamor contra la ciudad sucia, en tanto que las autoridades no alcanzan a dominar el flagelo.

Existen lugares donde vive mucha gente y el hacinamiento los torna insalubres ellos son los conventillos de la calle Venezuela, de la calle Montevideo, de la plaza Libertad.

Eduardo Wilde, Juan Ángel Golfarini médicos de la sanidad, no dan abasto. Familias enteras del patriciado argentino mueren en un día.

La ciudad, situada en una llanura, no tenía ningún sistema de drenaje ni agua potable, dada la situación era muy precaria en lo sanitario con la existencia de muchos focos infecciosos, como en los conventillos lugares donde se apiñaba la gente, carentes de normas de higiene elementales, generalmente ocupados por inmigrantes pobres venidos de Europa o gente de raza negra. Sin mencionar el límite sur de la ciudad donde está el Riachuelo, convertido en sumidero de aguas servidas y de residuos arrojados por los saladeros y mataderos situados en sus costas. No existía un sistema de cloacas, los desechos humanos acababan en los pozos negros, que a su vez terminaban contaminando las napas de agua y en consecuencia a los pozos de agua que usaban para beber. Siendo una de las dos principales fuentes del vital elemento para la mayoría de la población. La otra fuente era el Río de La Plata, del cual se extraía el agua por medio de carros aguateros, sin ningún proceso para sanearla se repartía en la población.

Evaristo Carriego, hombre del pueblo, viendo la desprotección de los que menos tenían y la falta de atención ante el flagelo de la epidemia. Sugiere fundar una asociación humanitaria que sirva para prestar asistencia a los indigentes que no la tienen.

La iniciativa toma cuerpo y es publicada en los diarios de Buenos Aires. Manuel Bilbao, en La República, Héctor Varela en La Tribuna, Francisco Uzal en El Nacional, Carlos Paz en La Prensa, reciben con palabras generosas la inspiración de Carriego.

El sábado 11 de marzo, en la imprenta de La Tribuna, Héctor Varela hace la lista de los iniciadores de la "Comisión Popular Humanitaria" que ha de "socorrer en sus domicilios, a los atacados de la fiebre". Los nombres que han de ir adelante rodean a Héctor Varela como estandarte de la esperanza pública son Adolfo Alsina, Aristóbulo Del Valle, Carlos Paz, Manuel Bilbao, Bernardo de Irigoyen y entre otros Matías Behety.

La comisión popular, delega su accionar en su secretario, y bajo el lema, "Que nadie caiga sin tener al lado de su lecho los cuidados de la ciencia y los consuelos de la filantropía" Dicho por Guido Spano, salen a la calle a socorrer al necesitado.

El hospital General de Hombres, el General de Mujeres, el Hospital Italiano y la Casa de Expósitos (Casa Cuna) se vieron desbordados. Se crearon entonces otros centros de emergencia como el Lazareto de San Roque (actual Hospital Ramos Mejía) y se alquilaron otros privados. El puerto fue puesto en cuarentena y las provincias limítrofes impidieron el ingreso de personas y mercaderías procedentes de Buenos Aires.

La casa de Héctor Varela, se transforma en cuartel, se reúnen 30 miembros de la Comisión Popular y se organizan para trabajar.

Inmediatamente se redactan los primeros oficios, siendo las primeras notas, el acta de instalación con la descripción de los nombramientos de los cargos de los constituyentes. A renglón seguido se redactan sendos comunicados, a diferentes estamentos del gobierno y la sociedad, así es se remite un comunicado al gobierno, otro al municipio, otro a la policía. Además se le comunica a la prensa, extendiendo los mismos a las farmacias, y cocherías.

La actitud asumida por la Comisión fue la de ocupar el vacío dejado por el poder del estado, es así que intenta sustituir a los poderes públicos, ejerciendo de hecho el poder de la sociedad de defender a sus habitantes, adueñándose de la toma de decisiones, nombrándose a sí mismos celadores de barrio, constituyen comites parroquiales, ordenan a los médicos que se pongan

a su servicio, imponen a los diarios que publiquen, todos los días, el nombre y el domicilio de cada uno para que el pueblo tenga a quien recurrir, a cualquier hora.

La Comisión esta acorralada por infinitos problemas, y urgentes tareas, planteados por la ardorosa lucha para disminuir la pavorosa cosecha de la muerte. Centenares de personas caen heridas por el flechazo mortal, el asombro y espanto hace que se enfrente con la realidad, se ve que mueren ciento cincuenta, doscientos, doscientos treinta personas por día.

Entre otras funciones la comisión se encargaba de echar a la calle a aquellos que vivían en lugares afectados por la plaga, y en algunos casos se mandaba a quemar sus pertenencias. La situación era aún más trágica cuando los desalojados eran inmigrantes humildes que aún no hablaban bien el español, y por lo tanto no entendían el porqué de tales medidas. Los italianos, que eran mayoría entre los extranjeros, fueron en parte injustamente acusados por el resto de la población de haber traído la plaga desde Europa. Unos 5.000 de ellos realizaron pedidos al consulado de Italia para volverse, pero había muy pocos cupos, y muchos de los que embarcaron murieron en altamar.

En cuanto a la población negra, al vivir en condiciones miserables, resultó muy castigada por la peste. Además, se cuenta que el ejército cercó las zonas en las que vivían y no les permitió emigrar hacia el Barrio Norte, donde los blancos se establecieron escapando de la epidemia. Murieron masivamente y fueron sepultados en fosas comunes.

Se ordena cerrar los teatros, los comercios, los colegios, suspender los bailes, las reuniones, pero la gente presta poca atención a estos hechos está de fiesta con el carnaval. En tanto en los cementerios hay que hacer, presurosamente fosas comunes para sesenta o más ataúdes.

El 14 de marzo, se presenta el reglamento orgánico de la Comisión y el plan distributivo de trabajo. Se designan los "custodies" de la asistencia popular: amanuenses, celadores, médicos, enfermeros, boticarios, cocheros, proveedores, que se turnaran día, y noche, en este trajín. Se dictan las recomendaciones medicinales.

Héctor Varela y Tomas Armstrong se encuentran a boca de jarro, en un conventillo de la calle Córdoba, con un mundo de muertos y agonizantes. Basilio Cittadini y Florencio Ballesteros, desolados, vuelven de un conventillo de la calle Cuyo donde han sacado con sus propias manos trece cadáveres, mientras quedan setenta y tres enfermos esperando la llegada de la muerte.

Mientras tanto, la epidemia, sigue su curso, días después, del 20 de marzo, recorriendo los barrios, los doctores Roque Pérez y Manuel Argerich se enfrentan a la luz de un farol en una casa de la calle Balcarce, con una mujer joven tendida en el suelo, muerta por la fiebre, en tanto un bebe intenta con

ansias prenderse del pecho materno para alimentarse. Siendo el origen de la pintura del cuadro del oriental Juan Manuel Blanes, que estaba en la escena

De pronto Héctor Varela, en medio de la ardua tarea, pregunta, y Francisco López Torres, compañero de Comisión que no viene a las sesiones. Es así que escucha de boca del doctor Argerich, que llega en ese instante, que López Torres ha muerto con todos los suyos: su padre, sus hermanas, su hermano… "La familia de López Torres ha muerto entera" Del rostro de los compañeros la congoja se adueña y de Héctor Varela y Argerich y Matías, en silencio, dejan rodar lagrimas de la amistad.

El golpe era demasiado fuerte, pero con premura y desesperación toman más medidas: se convierte en lazareto la quinta del doctor Leslie, se hacen fumigar las casas sospechosas, y se encienden fogatas de alquitrán en las esquinas.

En el viejo patio de la Universidad funciona la Comisión. En su puesto, Matías Behety cae rendido por la fiebre, el doctor Argerich lo cuida y consigue salvarlo del ataque. El tratamiento obra el milagro salva la vida de Bartolito Metre, del doctor Alem, del doctor Uriburu, del doctor Golfarini que en una semana se va reponiendo.

Aunque la epidemia sigue cobrando víctimas, el 28 de marzo fallece el doctor Roque Pérez, presidente de la Comisión Popular. A su entierro no pueden ir ni treinta personas. Los componentes de la Comisión se ponen luto por él. El diario la Nación expresa: "Es una esperanza que se pierde en medio de la tempestad que nos azota",

Héctor Varela toma para sí la presidencia que dejo el Dr. Roque Pérez.

Una noche, estando en el patio de la Universidad, se les presenta el administrador de la Chacarita y les informó a los miembros de la Comisión Popular que tenía 630 cadáveres sin sepultar, además de otros que había encontrado por el camino, y que 12 de sus sepultureros habían muerto. Fue entonces cuando los caballeros Héctor Varela, Carlos Guido Spano, y Manuel Bilbao, entre otros, tomaron la decisión de oficiar de enterradores y al hacerlo rescataron de la fosa común a algunas personas que aún manifestaban signos de vida, entre ellas una francesa lujosamente vestida. Además les prestó colaboración el jefe de policía, Enrique O" Gorman, que con un grupo de vigilantes, los ayudo al amanecer.

El martes 4 de abril fallecieron 400 enfermos, y entre ellos Parides Pietranera, practicante del último año de medicina, que se ha contagiado la fiebre en los caserones de San Telmo.

Se le encargar al doctor Evaristo Carriego la confección de un reglamento que tienda a regularizar el servicio de los médicos. Haciéndose eco de sus razones, La Nación, a cinco columnas, reclama "medidas radicales". Y se llega al remedio heroico. La Comisión resuelve decretar el abandono de la ciudad. "Se aconseja a todos los que puedan irse que se alejen lo más pronto posible, para salvarse a sí y salvar a los suyos." En Buenos Aires no quedan ni cuarenta mil habitantes.

El 9, 10, y 11 de abril se registraron más de 500 defunciones diarias, siendo el día 10 el del pico máximo de la epidemia, con 583 muertes, cuando el promedio diario normal de muertes antes de la epidemia era de apenas veinte individuos.

El Ferrocarril Oeste de Buenos Aires extendió una línea a lo largo de la Avenida Corrientes hasta ese cementerio, inaugurando así el llamado tren de la muerte, que realizaba dos viajes diarios sólo para transportar cadáveres. El trayecto se iniciaba desde la estación Bermejo, situada en la esquina sudoeste de la calle homónima (hoy Jean Jaurés) con la avenida. Además del depósito de cadáveres de Bermejo, tenía otros dos en las esquina sudoeste de Corrientes y Medrano; y Corrientes y Scalabrini Ortiz (entonces llamada Camino Ministro Inglés), ángulo sudeste.

El párroco de San Nicolás de Bari, el cura Eduardo O" Gorman, viene a pedir ayuda para recoger a los huérfanos que yacen en los portales, semimuertos de hambre. Es así que le provee camas, ropas y alimentos para que en el caserón de la calle Rio Bamba se improvise un asilo que será atendido con dedicación por el padre O" Gorman.

En los primeros días de abril, toma cuerpo la idea de que nadie podrá escapar de la fiebre amarilla en Buenos Aires, fallece el general Mansilla con sus ochenta años; el entrerriano Florencio Ballesteros, compañero de la Comisión, el reverendo Antonio Fahy; Adolfo Señorans, y la viuda del general La Madrid, que no tiene siquiera quien la ponga en el ataúd ni le dé sepultura, hasta que Guido Spano la entierra con sus propias manos en tumba; Ventura Bosch, Vicente Ruiz Moreno, todos morían sin remedio.

El presidente Sarmiento y su vice, Adolfo Alsina, abandonaron la ciudad.

Mientras autoridades nacionales y provinciales huían de la Ciudad, el clero secular y regular permaneció en sus puestos, conforme su mandato evangélico, asistiendo en sus domicilios a enfermos y moribundos o cerrando sus establecimientos de enseñanza las hermanas de caridad para trabajar en los hospitales. Sobre los aproximadamente 292 sacerdotes que había en la ciudad de Buenos Aires habrían fallecido el 22% del total, 12 médicos, 2 practicantes, 4 miembros de la comisión popular y 22 integrantes del Consejo de Higiene pública, según cita de Jorge Ignacio García Cuerva en su trabajo.

El cementerio del Sur, cargado de miasmas deletéreos, palpitante de micro-organismos, con sus millares de cadáveres a flor de tierra, tiene que ser clausurado ya que vio colmada su capacidad. Estaba situado donde actualmente se encuentra el Parque Ameghino en la Avenida Caseros al 2300, El gobierno municipal adquirió entonces siete hectáreas en la Chacarita de los Colegiales y creó un nuevo cementerio que se trasladaría en 1886 al actual de la Chacarita.

La ciudad tenía solamente 40 coches fúnebres y los ataúdes se apilaban en las esquinas a la espera de que coches con recorrido fijo los transportasen. Debido a la gran demanda, se sumaron los coches de plaza, que cobraban tarifas excesivas. El mismo problema con los precios se dio con los medicamentos, que en verdad poco servían como para aliviar los síntomas. Como eran cada vez más los muertos, y entre ellos se contaban los carpinteros, dejaron de fabricarse los ataúdes de madera para comenzar a envolverse los cadáveres en trapos. Por otra parte, los carros de basura se incorporaron al servicio fúnebre y se inauguraron fosas colectivas.

Los saqueos y asaltos a viviendas comenzaron a incrementarse: hubo casos en que los ladrones accionaban disfrazados de enfermeros, para meterse en las casas de los enfermos. Fue incesante la actividad que desarrolló la Comisaria Nº 14, a cargo del Comisario Lisandro Suárez, día y noche recorrían las calles, cerrando con candados las puertas de calle de las casas de San Telmo, abandonada precipitadamente por sus dueños, y cuyas llaves eran entregadas al Jefe de Policía.

Ceñida de sentimiento, la Comisión publica con la firma de Matías Behety un mensaje en el manifiesto se lee que "han sido víctimas de la fiebre los compañeros del Valle, Enrique Gowland, Francisco Uzal, Patricio Dillon y Adolfo, Korn y el Dr. Francisco Javier Muñiz quien albergaba en su quinta de Morón al joven Francisco López Torres, amigo de su familia, que no consigue aislarse del mal. Muñiz lo atiende y en tal empeño contrae la enfermedad y muere el 8 de abril. Sus restos descansan en la Recoleta.

El mes terminó con un saldo de 8.000 muertos. Los decesos disminuyeron en mayo, a mediados de ese mes la ciudad recuperó su actividad normal, y el día 20 la comisión dio por finalizada su misión. El 2 de junio ya no se registró ningún caso.

El flagelo del vómito negro se había alejado de la ciudad.

Epílogo

De la vida y trayectoria del Dr. Javier Muñiz nos debe quedar la imagen de alguien que siempre persiguió y obtuvo con mucha lucha lo que deseaba, que no se conformo con vivir en la mediocridad, que siempre intento el progreso científico y que dejo para la humanidad un camino a seguir, que fue sobre todo para los que practican la medicina, de intentar investigar la raíz de los males y de las cosas, y sobre todo de dedicarle tiempo suficiente al que de él necesita, pensando que es un individuo que no solo le hace falta que le brinden un diagnostico y una receta, sino también que lo escuchen para evaluar el estado psicológico por el que va transcurriendo su existir, saber comprender al hombre en su magnitud con la problemática de su vida, ya que muchos males no son frutos de agentes patógenos sino de circunstancias del existir.

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Autor:

Dr. Antonio Sirino

Medico M.N. 34.208

Fecha 30/09/2010

Partes: 1, 2
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