Descargar

Estancamiento, modernidad y mediocridad en la literatura (1878-1902)

Enviado por Ramón Guerra Díaz


    Estancamiento, modernidad y mediocridad en la literatura (1878-1902) – Monografias.com

    Estancamiento, modernidad y mediocridad en la literatura (1878-1902)

    La Paz del Zanjón determinó la salida de Cuba de los elementos más radicales del independentismo y dejó dentro de la isla un vacío que fue llenado por las ideas conciliadoras y reformistas de la burguesía y la intelectualidad en la isla, centrada principalmente en La Habana. Este será unos de los períodos más fecundos de la cultura cubana, en cuanto se discuten en el panorama socio-cultural de la isla las diversas posibilidades de salida para la encrucijada histórica en que se encontraba la sociedad colonial.

    La prosa es el género más cultivado en este último período que utiliza a la prensa como vehículo de difusión principal de las ideas, florecen los periódicos y revista de corte cultural y los suplementos sobre literatura editados por otros diarios a fin de ganar el favor de los lectores. La Habana y Matanzas, son en mayor medida los polos de estas ediciones, aunque no es raro encontrar similares en otras poblaciones del país.

    Las reflexiones sociales, las inquietudes de determinados círculos intelectuales y los cambios que se producen en la sociedad colonial, están expresados en esta prosa con atisbos costumbristas, sociológica y no exenta de elegancia. El ensayo, la crítica, los relatos históricos, el cuento, la oratoria y la novela, alcanzan sus mejores piezas en este período, reflejo de la madurez social que se vive.

    Como publicaciones sobresale la "Revista de Cuba" dirigida por José Manuel Cortina y su continuadora "La Revista Cubana" de Enrique José Varona, reflejo de la mejor prosa reflexiva cubana del momento, tribunas de polémicas y sobre todo de los sentimientos independentistas que acompañaban a las opiniones sobre las novedades filosóficas de Europa. Otra destacada publicación de similares características lo fue, "Hojas Literarias" de Manuel Sanguily, en tanto eran muy leídos los espacios literarios de "El Fígaro" y "La Habana Elegante".

    La crítica y la ensayística tienen en estos años a los más destacados escritores cubanos del siglo XIX: El primero de ellos, José Martí, que está ausente por razones políticas de las páginas habaneras, pero que honra su pluma y a su patria con un ensayismo de vuelos universales en los que sus criterios sobre la cultura y la política, tanto en Cuba, como en Hispanoamérica, permite situarlo entre los grandes escritores del idioma castellano. El hecho de haber desarrollado la mayor parte de su obra fuera de Cuba, le permite estar al día en cuanto a las corrientes literarias que se desenvuelven en el mundo. Su momento de maduración intelectual ocurre en un período de transición cuando el romanticismo está cuestionado por el realismo y el naturalismo y están dados los gérmenes del nuevo espíritu americano en el movimiento modernista del cual forma parte.

    edu.red

    Su obra ensayística está dispersa en la prensa del continente, toda de una gran calidad "Nuestra América" (1891), "Vindicación de Cuba" (1889), "Los Tres Héroes" (1889), "Mi Raza" (1893), "La proclamación del Partido Revolucionario Cubano" (1892) y muchas otras piezas de inteligente literatura de compromiso político, social y humanístico, nos dan la estatura de un hombre de una inteligencia abierta y audaz, capaz de avizorar en las intenciones de los deciden en su época, para orientar y opinar, no solo para sus contemporáneos, sino para las generaciones por venir, todo escrito con una elegancia fundadora, en párrafos largos y de palabras precisas y a veces innovadoras, para dejar un paradigma en el género y un ejemplo de cómo ser el mismo y distinto en cada tema, en cada género.

    Como crítico ha dejado en sus colaboraciones para la prensa de América Latina, piezas de una agudeza extraordinaria, su modo de acercarse a los temas como si los conociera de toda la vida, para llamar nuestra atención sobre sus virtudes, defectos y el modo en que pudiera hacernos útil, en contenidos que va desde la literatura, a las ciencias, pasando por la educación, las artes plásticas, la música, el deporte o la costumbres populares. Crónicas que recrean, instruyen, enseñan, comprometen e involucran al lector, por la manera de llevarle con la palabra, la sutileza de lo humano o lo que está sobrepuesto y casi no se ve. Ese el humanista que sueña con su isla, pero era un desconocido en ella.

    En esta misma época brillan en Cuba los ensayistas y críticos, Enrique Piñeyro (1839-1911), culto hombre de letras que desde la década del sesenta desarrolla una importante labor literaria y social, destacándose como educador, periodista y orador separatista dentro de la emigración cubana de Francia. Vive y escribe casi siempre desde el exilio, pero su magisterio e influencia es notable en esta época, "(…) su actividad intelectual es un serio y continuado esfuerzo por difundir en el país las tendencias literarias del siglo XIX"[1]. El término de la primera guerra de indepedencia coincide con su madurez literaria, desarrollando lo mejor de su trabajo crítico al entrar a analizar las corrientes literarias que estaban en boga en Europa.

    Emigrado a París en la década de los 80s del siglo XIX, desarrolla en esta su mejor momento literario. Entre sus obras publicadas en este período están sus, "Estudios y conferencias de historia y literatura" (1880), "Poetas famosos del siglo XIX" (1883) y "Vidas y escritos de Juan Clemente Zenea" (1901), pero el grueso de su obra ensayística y crítica está dispersa en la prensa de su época tanto en Cuba como en otros países.

    Manuel Sanguily (1848-1925), hombre de acción que hizo de las letras un modo más de luchas por sus ideas, se centro en los temas literarios e históricos, siendo en estos últimos donde sobresale por su creciente defensa de lo cubano. Sus ensayos van dirigidos a resaltar los valores de la literatura cubana y europea contemporánea sin olvidar el trasfondo político en el que no oculta su filiación separatista. Es un asiduo colaborador de la prensa habanera hasta alcanzar sus mejores momentos en víspera del reinicio de la guerra por la independencia cuando publica su revista, "Hojas Literarias" (1893-94), escrita casi íntegra por él.

    Fue un prolífero escritor y en este período dejó numerosos trabajos escritos: "Los Caribes en las Indias" (1884), "El descubrimiento de América" (1892), ambas de carácter histórico "Elemento y carácter de la política en Cuba" (1887), "El dualismo moral y político en Cuba" (1888), "Céspedes y Martí" (1895), "10 de octubre de 1868. La Revolución de Cuba y las repúblicas americanas" (1896)[2], entre otros.

    No es posible dejar de mencionar su biografía sobre el gran maestro del Colegio El Salvador, su maestro "José de la Luz y Caballero" (1890) obra en la que rectifica los errores que había cometido José Ignacio Rodríguez en una biografía sobre Luz Caballero y en la que lo califica de anexionista y con tendencia clerical, opiniones que no comparte Sanguily, quien reivindica a su maestro como filósofo en desarrollo, aunque aún marcado por el escolastismo, pero con la preconcebida idea de servirse de la enseñanza para preparar a los cubanos para gobernarse por sí mismo.

    Enrique José Varona (1849-1933) uno de los grandes protagonistas en esta confrontación de pensamientos que se debate en las páginas periódicas habaneras. Su evolución del autonomismo al independentismo es un lógico crecimiento consecuente con sus ideas de progreso social. El va a definir su posición frente a la pobreza cultural e ideológica de la colonia, desarrollando un amplio trabajo ensayístico influido por su filiación positivista y separatista. Como otros críticos cubanos dirige su obra al análisis de autores nacionales y extranjeros, pero enfatizando en los valores patrios.

    Dentro de su abundante bibliografía resaltan su "Conferencias Filosóficas", dictadas en 1880 y publicadas en la "Revista Cubana", entre 1885 y 1895. "Estudios literarios y filosóficos" (1883) en el que recopila trabajos de las dos líneas investigativas sobre las que centra sus estudios; en 1887 publica "Seis conferencias", que junto a "Literatura, política y sociología" (1891) son considerados sus trabajos de madurez como crítico literario, en trabajos que ya había publicado en la "Revista Cubana" referidos a temas de la cultura de la isla en la que no falta la crítica al colonialismo español.[3] Otros trabajos suyos del período son, "Artículos y Discursos" (1891), "Cuba contra España" (1895), "El fracaso colonial de Estaña" (1896-97) y "Martí y su obra política" (1896), uno de los primeros estudios sobre nuestra principal figura de la cultura.

    Su concepción crítica positivista se opone al análisis científico de la literatura de Taine. En su prosa objetiva y sin apasionamiento se analizan las circunstancias históricas exponiendo los hechos para demostrar, basado en su sólida cultura filosófica donde está presente un nuevo sentido realista y científico del que estaba necesitada la sociedad colonial cubana.[4]

    Otros destacados críticos y ensayistas cubanos del período fueron: Rafael María Merchán (1844-1905), crítico y ensayista de sólida cultura, cuyos trabajos se apoyan en un amplio estudio documental. Defensor de la independencia, publica una gran cantidad de libros, folletos y artículos; Aurelio Miitjans (1863-1889) el prometedor joven que dejó la mejor crítica sobre temas culturales, inconclusa, "Estudios sobre el movimiento científico y literario de Cuba" (1890), el primer intento de resumir y valorar la literatura cubana; Manuel de la Cruz (1861-1896), escritor de estilo agudo y amplia cultura, de los primeros críticos modernista de la isla. Su obra más notable es, "Reseña histórica del movimiento literarios en la isla de Cuba" (1891).

    Ricardo del Monte (1828-1909), periodista autonomista, destacado en el panorama cultural de su época, que ejerció una crítica formalista de notable calidad; José de Armas y Cárdenas (Justo de Lara) (1866-1919), crítico y ensayista, sobresale por sus estudios cervantinos, junto a una vasta producción periodística; Aniceto Valdivia (Conde Kostia) (1857-1927), autor de una prolífera obra periodística, desarrollaba una crítica impresionista de notable estilo y Emilio Bobadilla (Fray Candil) (1862- 1921), autor de estilo mordaz donde la sátira es parte de su obra. Los aportes de estos escritores cubanos a la conformación de una prosa modernista son evidentes, aunque no siempre fueron conscientes de ello. Eran hombres bien informados de las teorías más recientes de las disciplinas humanísticas llegadas de Europa y muy enfocados en Cuba y su realidad.

    La crítica literaria criolla cultivó una amplia gama que iba desde el impresionismo hasta el esteticismo, pasando por las influencias cientificistas, satíricas, filosóficas, históricas y formalistas; incursionando muchos de ellos en más de una de estas vertientes.

    Paralelo al trabajo de estos autores que ejercieron la crítica de forma continuada, aparecen algunos trabajos analíticos que estudian de conjunto algún género de la literatura cubana, el más tratado fue el de la poesía. Se publica "Parnaso Cubano" (1881), antología de poesía realizada por el español Antonio López Prieto, quien escribe un prólogo muy argumentado partiendo de fuentes confiables y científicamente recopiladas. Es el primer estudio valorativo de la poesía de la isla. "La Poesía Lírica en Cuba" (1882) de Emilio González del Valle, también con el propósito de historiar la poesía insular. Pedro José Guiteras publica en la "Revista de Cuba", un conjunto de biografías de poetas cubanos con un estudio crítico de su vida y obra. Se publica el famoso y muy utilizado "Diccionario biográfico cubano" (1878-1887) de Francisco Calcagno, de mucha ayuda para el estudio de la cultura y la sociedad cubana del siglo XIX y anterior, a pesar de sus múltiples errores e imprecisiones.

    La oratoria alcanza en este período un auge desconocido hasta entonces en el país y entre los núcleo de cubanos emigrados, motivado fundamentalmente por la lucha ideológica planteada en la sociedad cubana en este período de "Tregua Fecunda". En Cuba la oratoria política es muy relevante al contar los autonomistas con grandes oradores defensores de sus ideas: Rafael Montoro, Eliseo Giberga, José Manuel Cortina, Rafael Fernández de Castro y José María Gálvez, hombres que pusieron su prodigioso dominio de la palabra al servicio de su causa.

    Entre los separatistas sobresalen dos nombres: José Martí y Manuel Sanguily, aunque son muy destacados los nombres de Juan Gualberto Gómez, Salvador Cisneros Betancourt y Fermín Valdés Domínguez.

    José Martí, es considerado el orador más sobresaliente del siglo XIX, se valió de la palabra para lograr la unidad entre los independentistas, formar el Partido Revolucionario Cubano y organizar la lucha por la independencia. Entre sus muchas piezas oratorias están: "Madre América" (1890), con motivo de la Conferencia Monetaria Internacional convocada por los Estados Unidos; su discurso el 10 de octubre de 1887 en Nueva York y los definitorios discursos ante los emigrados de Tampa en noviembre de 1891 y que marca el inicio de la etapa final de organización de la "Guerra Necesaria": "Con todo y para el bien de todos" (26/11/1891) y "Los Pinos Nuevos" (27/11/1891)

    En la oratoria civil se distingue Mariano Aramburu (1870-1942), abogado cubano, que desarrolló parte de su labor en la península. En la oratoria sagrada sobresalen los presbíteros Ricardo Arteaga Montejo, Manuel de Jesús Dobal y Luis Alejandro Mustelier.

    Durante este período están muy de moda en la prensa los folletines por entrega con melodramas de influencia francesa que gozaban de aceptación entre el público, principalmente las mujeres, lo que hace más notable el esfuerzo de los creadores de prosa narrativa, por publicar novelas de temáticas más elaboradas, aunque de dispar calidad y que redundó en un buen momento para la prosa de ficción en Cuba.

    La narrativa cubana alcanza también su momento de madurez, destacada por la aparición de novelistas de la talla de Ramón Meza y Nicolás Heredia y el repunte de un ya conocido, Cirilo Villaverde. Las obras de estos y otros creadores están influenciados por el realismo y el naturalismo en boga, pero sin separarse del romanticismo tardío que aún es posible encontrar en las letras cubanas. Hay una mejor elaboración en la novelística del período y los acontecimientos sociales no dejan de ser reflejados en estas obras.

    Cirilo Villaverde entrega la versión definitiva de su novela "Cecilia Valdés" (1882), publicada desde su exilio en Nueva York a partir de la noveleta del mismo nombre aparecida en La Habana en 1839. La anécdota es la misma pero el enfoque ha variado y lo que fuera una obra menor se ha transformado en la mejor novela costumbrista de Cuba, donde la verdadera protagonista en La Habana y su sociedad, dibujada de forma realista por Villaverde, conocedor a fondo de los males de su época.

    Escrita bajo la fuerte influencia romántica de su autor esta versión definitiva de la novela toma mucho del realismo para ahondar en los personajes y sus circunstancias. Pese a sus debilidades formales y su tendencia al folletín en boga por estos años, "Cecilia Valdés" ha devenido en la novela nacional, de profundo arraigo en la cultura cubana, no solo por sus valores documentales e históricos sino por su cubanía. A propósito de ella diría Manuel de la Cruz expresó que la obra es un lienzo de "(…) todos los tipos y caracteres que la esclavitud ha conformado como siniestro cirujano vivisector, todos sus productos y engendros sociales; todos los momentos y situaciones en que mejor se manifiesta una etapa de su evolución, han sido llamado a juicio y puesto en movimiento sobre el gran escenario"[5]

    El más duro crítico de la época resultó ser Ramón Meza (1861-1911), narrador, periodista, educador y funcionario público, vinculado a las corrientes narrativas cubanas del momento. Sus obras más sobresaliente es la novelística, son "Mi tío el empleado" (1887) y "Don Aniceto el tendero" (1889), ambas dentro del estilo del realismo que le sirve para hacer una fuerte crítica a la sociedad colonial a través de personajes muy bien elaborados. La trama las sitúa en La Habana en el período de paz de entre guerras, caracterizando a los comerciantes y funcionarios españoles, que en su mayoría amasaban grandes fortunas gracias al fraude y los negocios sucios. En lo formal Ramón Meza utiliza un lenguaje directo, objetivo donde la verdad parece grotesca, pero está inspirada en la forma de actuar de estos individuos en su afán de enriquecerse. Su obra narrativa se completa con otras tres novelas: "El duelo de mi vecino" (1885), "Flores y calabazas" (1886), "Carmela" (1887) y "En un pueblo de la Florida" (1898)

    Nicolás Heredia y Mota (1855-1901) es otro novelista de este período, buen escritor, maneja muy bien las técnicas narrativas, pero trata de ignorar la realidad cubana en la que vive, centrando sus esperanzas de mejoramiento social en la "influencia de la sociedad norteamericana", sus simpatías anexionistas son tan claras, como la falta de fe en la gente de su tierra. Esto se hace evidente en sus novelas, "Un hombre de negocios" (1883) y "Leonela" (1893); esta última es una novela costumbrista tardía, de buena factura, considerada entre las mejores del género y donde las descripciones de la vida provinciana es su principal mérito, junto a su argumento y la caracterización de personaje.

    Los intentos de crear una novela naturalista están en el mulato Martín Morua Delgado (1856-1910), periodista y culto cubano, perteneciente a una minoritaria pequeña burguesía negra, que trató de reflejar en sus novelas la situación de las clases humildes, entre ellos los negros e intentó escribir una serie de novelas que dieran un panorama de la sociedad cubana y que finalmente solo fueron dos obras: "Sofía" (1891) y "La familia Unzúazu" (1896). "La acción de ambas novela está ubicada en el período de entreguerras (1878-1895), en una ciudad imaginaria –Belmiranda- en el occidente de la isla."[6]

    "Sofia" es una novela sobre la esclavitud, pero esta vez no es desde la mirada del hombre blanco, sino que por primera vez esta gran mancha moral que fue la esclavitud de la raza negra en Cuba es vista desde la mirada de un mulato, es decir es una visión desde adentro "(…) desde los propios sectores marginales, del problema fundamental de la sociedad cubana, y que hasta ese momento solo había sido tratado desde la perspectiva del grupo blanco dominante"[7]

    "La familia Unzúazu" es también un referente al ámbito cultural del negro en Cuba, de sus creencias, sus tradiciones religiosas, sus artes curativas, sus relaciones con el mundo, pero hay en esta visión del escritor mulato una propuesta a encontrar la aceptación social, renegando de sus costumbres "bárbaras" para convertirse en el negro asimilado a la cultura blanca que hasta 1886 lo había esclavizado.

    "Indudablemente, ambas novelas son, con sus virtudes y defectos un documento cultural de inestimable valor para la comprensión de un período complejo y poco estudiado de nuestra historia. El tránsito del ingenio de plantación esclavista al gran central azucarero concentrador de tierras, es el telón de fondo; la abolición de la esclavitud, la conversión de ciento de miles de hombres esclavos en asalariados, fundamentalmente agrícolas, unidas a la desmoralización de los sectores dominantes criollos como consecuencia del sistema colonial establecido, es el gran drama épico de esta sociedad; la integración social, la "ilustración" de los sectores marginales de negros y mulatos, la unión de todos los cubanos en un esfuerzo común, es la solución que nos brinda Morúa."[8]

    Entre tanto en Nueva York José Martí publicaba en el periódico "El Latino Americano" una novela por entrega que firmó con el seudónimo de Adelaida Ral, con el título de "Amistad Funesta" (1885). Esta será su única obra narrativa de ficción, escrita para complacer a una amiga, pero donde no falta el lenguaje novedoso y personajes bien construidos alrededor de una trama de corte romántico pero con mucho realismo. Para la literatura cubana, "Amistad Funesta" representa, desde el punto de vista formal, un momento importante, al convertirse en el primer exponente de la novela modernista.

    Francisco Calcagno (1827-1903) incursionó en la narrativa, tanto en la novela como en relatos de temas científicos e históricos. Entre sus novelas están, "Romualdo, uno de tantos" (1881), de tema antiesclavista y características románticas, censurada por el régimen colonial y "S.I" (Su Ilustrísima) (1895) basada en la historia del poema épico criollo, "Espejo de Paciencia". Se acercó a temas científicos y testimoniales escritos en forma de relatos: "En busca del eslabón perdido. Historia del mono" (1888) y "Don Enriquito" (1895), donde narra la historia del médico francés de Baracoa que resultó ser una mujer. Fue un prolífero autor, con obras de desigual calidad, en poesía, artículos, ensayos, biografías, etc.

    Otras novelas significativas del período fueron, "La Campana del Ingenio" (1884) de Francisco Puig, de tema antiesclavista: "Mozart ensayando un Réquiem" (1881) de Tristán, de Jesús Medina; "Francisquito" (1894) de José de Armas Céspedes y "El cafetal" (1890) de Domingo Malpica.

    En la cuentística el principal exponente del período es Esteban Borrero (1849-1906) quien escribe sus cuentos con un sentido filosófico y una particular visión crítica y humana. En la "Revista de Cuba" aparece su primer cuento, "Calofilo" (1879), en el que delinea un personaje autobiográfico, perseguido por las dudas, el escepticismo. "Cuestión de monedas" (1888) es un relato simbólico aparecido en "Revista Cubana". Su relato más conocido, "Aventuras de las hormigas", dejado inconcluso y aparecido en varios números de la mencionada revista, es un relato fantástico de la vida de estos insectos en una comunidad imaginaria que tiene más de humana que de animal. En 1899 recoge en un breve volumen, "Lectura de Pascuas", tres de sus relatos: "Una novelita", "Machito Pichón" y Cuestión de Moneda". Borrero es un autor prolífero con una línea de creación de cuentos moralizantes y filosóficos, donde el simbolismo es parte importante, reflejo de las dudas y la inestabilidad social de su época.

    También incursionaron en esta línea, Tristán de Jesús Medina (1833-1896), escritor de noveletas y relatos de estilo romántico; Julián del Casal, Manuel de la Cruz, Idelfonso Estrada, Rafael Castro Palomino y José Martí.

    José Martí en su revista para los niños, "La Edad de Oro" publica cuentos infantiles, con alto valor pedagógico, escritos con un hermoso lenguaje en los que se resalta las virtudes humanas: "Bebé y el Señor Don Pomposo", "Nené Traviesa" y "La Muñeca Negra", se sitúan entre los mejores ejemplos de la literatura para niños, a la vez que hace traducciones y adaptaciones de otros cuyas temáticas se avienen a los mismos fines éticos: "El camarón Encantado", "Los Dos Ruiseñores" y "Méñique", todos con una creatividad y belleza que permite agregarle la coautoría de dichas obras.

    Aparece en este período la literatura testimonial y de análisis sobre la "Guerra de los Diez Años", ese fecundo primer período de nuestras guerras de independencia que sentó las bases de la nacionalidad cubana. Eran testimonios en su mayoría de los protagonistas, que cuentan con pasión los días vividos, hacen sus reflexiones y tratan de sacar una enseñanza de estos días de glorias.

    Uno de los primeros en escribir fue el General dominicano Máximo Gómez Báez (1836-1905) quien da a conocer desde Jamaica, "Convenio del Zanjón, relato de los últimos sucesos de Cuba" (1878), en este testimonio el protagonista escribe sobre la situación de la guerra desde 1871 y pone en claro su posición frente al Pacto del Zanjón que no es otra que de rechazo al mismo, aunque tuvo que acogerse al mismo por ese "pecado" de no ser cubano que lo abstuvo de opinar o actuar en momentos cruciales de la política dentro del movimiento revolucionario de Cuba. Años más tarde escribirá sus relatos, "El viejo Eduá" (1892), un sentido homenaje a la participación del negro en las luchas independentistas de Cuba, desde las posiciones más humildes, incondicional y valiente; "El héroe de Palo Seco" y "Recuerdo a mis hijos", cumplen también ese objetivo de no dejar en el olvido las hazañas del cubano en su enfrentamiento con los colonialistas españoles.

    Ramón Roa (1844-1812), coronel del Ejército Libertador Cubano y con oficio literario publica su folleto, "Convenio del Zanjón" (1878), con sus recuerdos personales de aquella infausta decisión de los insurrectos del centro y valoraciones de los hechos. En 1890 publica "A pie y descalzo: de Trinidad a Cuba[9]1870-1871", testimonio de la guerra en el que se vale de un lenguaje impresionista para describir las duras condiciones en que se desenvolvió la guerra. José Martí consideró inconveniente el libro porque no resaltaba el heroísmo de los protagonistas sino las duras condiciones de la vida en campaña, considerándolo derrotista e inoportuno en el momento que se hacían esfuerzos para levantar a los cubanos en una nueva guerra por su independencia.

    "Episodios de la Revolución Cubana" (1890) fue el valioso aporte del historiador y combatiente Manuel de la Cruz (1861-1896) quien dirige su prosa a resaltar el heroísmo de la guerra por la liberación de los cubanos, a diferencia del libro de Roa fue muy elogiado por José Martí, por servir a la causa de la independencia.

    Raimundo Cabrera (1852-1923) es ante todo un hombre público que escribió sobre temas políticos e históricos, el más relevante de sus libros fue, "Mis buenos tiempos" (1891)

    La obra testimonial de José Martí, llega con su "Diario de Campaña" (1895) escrito en sus últimos días de vida, incorporado a la lucha insurreccional en el oriente cubano, a diferencia de las otras obras mencionadas escritas y leídas por sus contemporáneo, el "Diario…" tuvo que espera hasta 1936 para seis conocida por el público y convertirse en lo que es hoy, un documento de valor fundacional en la cultura cubana, en el que se funde el prosista y el poeta para entregar una obra condicionada por la realidad del creador frente a un mundo que anhela y ama y ahora se encuentra frente a él. Descriptivo e impresionista, novedoso y asombrado ante la naturaleza de su isla, como quien sabe ha cumplido su deber. Agrupando las ideas en frases breves y rítmicas, que lo acercan al guión cinematográfico, por su plasticidad y realismo.

    El género lírico ha contado con una sólida tradición a todo lo largo del siglo XIX y anterior entre los habitantes de esta isla, este período es también un momento de buena poesía y de descollantes poetas. La prensa publica profusamente versos de corte post romántico con una gran influencia de la poesía española, la mayoría de corte intimista y evasivo, aunque no deja de aparecer el verso de tibio patriotismo en medio de una época tan polarizada.

    Ya se escriben poesías con un acento distinto, influida por las creaciones francesas, inglesas y nórdicas, fluctuantes entre el romanticismo y el parnasianismo. Se traduce y se lee muy buena poesía en La Habana finisecular, poesía francesa en la que descuella Bouderlaire bajo cuya influencia surgen los versos de Julián de Casal y sus seguidores, en tanto que en la emigración José Martí transita por una nueva forma de decir.

    En 1879 aparece en La Habana, "Arpa Amiga", compilación poética de siete creadores de dispar calidad, reflejo del momento lírico que vive la ciudad, Francisco Antonio Sellén, Luis Victoriano Betancourt, Enrique José Varona, Esteban Borrero, José Varela Zequeira y Diego Vicente Tejera. Ninguno de ellos era poeta de talento y solo Tejeras, logrará una obra más convincente en lo lírico. Los hermanos Sellén tienen una marcada influencia romántica y en su obra se anuncia levemente el parnasianismo premodernista, dado por sus lecturas de poetas nórdicos.

    Diego Vicente Tejera (1848-1903) está sobre esta misma vertiente pero de forma más marcada, tendiendo al nativismo de la poesía criolla precedente, donde las escenas campesinas están presente. Muy influenciado por la poesía europea de su tiempo, su poesía tiende al "tropicalismo" un nativismo más idealizado, que no es más que el paisaje y las costumbres de Cuba vistas a través del tamiz europeo de Tejera. En Francia publicará sus poemarios, "Un ramo de violetas" (1877) y "Epílogo y desencantos", en los que se respira el aire melancólico y pesimista del romanticismo alemán.

    Siguiendo la tendencia de la poesía evasiva y de fuerte influencia de la lírica española, hay un grupo de poetas de segunda línea, como Ricardo del Monte (1828-1909), Mariano Ramiro (1834-1886), Pablo Hernández (1843-1919), Francisco Canto (1849-1912), Manuel de los Santos (1855-1898) y Abelardo Farrés (1855-1906), entre otros.

    Francisco Calcagno publica en 1878 una antología de "Poetas de color", que incluye los nombre de Juan Francisco Manzano, Agustín Baldomero Rodríguez, Antonio Medina, Ambrosio Echemendía y Gabriel de la Concepción Valdés,[10] era una audacia y al mismo tiempo un homenaje a figuras de la raza negra y mulatos, hasta ese momento conocidos pero no del todo valorados, es por eso que Calcagno carga el libro con amplia información bibliográfica y biográfica, a cerca de figuras cuestionadas por el sistema dominante. Téngase en cuenta los casos de Placido y Manzano, implicados en la "Conspiración de la Escalera", proceso amañado y cruel que le costó la vida a muchos negros libres, incluyendo al propio Placido y que destruyó intelectualmente a Manzano. Sus criterios paternalistas dan por sentado que la falta de calidad de los antologados está relacionada con su condición social[11]"son los primeros autores negros que ingresan a la ciudad letrada del siglo XIX cubano; herejía que pagan bien cara con la marginación, el silencio y hasta con la muerte."[12]

    Con mucha más calidad se dan a conocer un grupo de poetisas, en las cuales hay más originalidad que en sus pares masculinos dentro de esta tendencia romántica, ellas son: Aurelia Castillo, Mercedes Matamoros, Nieves Xenes y Rosa Kruger.

    Aurelia del Castillo (1842-1920), mujer de sólida cultura y con conocimientos sobre los movimientos culturales europeos y una activa vida literaria, tanto en Cuba como en España, que incluye la publicación en revistas y periódicos de la época, la edición de su poemario "Fábulas" (1879) de intenciones pedagógicas, y la de otros libros de viajes y antologías poéticas. Traductora de poesía y prosa del francés, inglés e italiano.

    Nieves Xenes (1849-1915), de influencia romántica que le acerca a Gustavo Adolfo Bécquer y una poesía irregular pero sincera y con cierto acento erótico que la lleva a proclamar un amor imposible en versos valientes y novedosos.

    Rosa Kruger (1847-1881), es una talentosa poetisa que no llegó a desarrollar del todo su talento, puesto de manifiesto en sus escasas colaboraciones con la prensa habanera. Todo su intimismo se vuelca al paisaje, más imaginado que real, recibiendo de sus contemporáneos muchos elogios.

    Mercedes Matamoros (1851-1906), la más relevante del grupo por su talento e inspiración. Colabora en la "Revista de Cuba" publicando sus "Sensitivas" poemas de originalidad y fuerza que la distinguen. Con una vida personal azarosa y llena de estrecheces, Mercedes Matamoros mantuvo una producción lírica de muy buena calidad, a pesar de algunas irregularidades formales que no atenúan su calidad. Su poesía de madurez aparece en sus cuadernos, "Poesías Completas" (1892) y "Sonetos" (1902), en el que aparece su famoso poema, "El último amor de Safo", en el que aparece reflejado toda la fuerza de su temperamento contenido. Es una poetisa de alto lirismo y un erotismo insipiente y atrevido para su época.

    En este período llega a Cuba desterrada la poetisa puertorriqueña Lola Rodríguez del Tió (1863-1924), quien se inserta en la vida social habanera dejando su huella de calidad y rebeldía. En La Habana publica, "Mi libro en Cuba" (1893).

    Dentro de esta tendencia de evasión de la poesía cubana del período, pero con otro punto de referencia formal y temática, aparece en el mundo intelectual habanero, Julián del Casal (1863-1893). Con él se acentúa el alejamiento del artista de la realidad social, enfatizando su inspiración poética en otros entornos imaginarios o lejanos. Su desarrollo poético parte del romanticismo tardío de Bécquer, las influencias parnasianas de la poesía francesa y sobre todo del simbolismo de Boudelaire, a partir del cual creará su poesía caracterizada por lo novedosa, hermosa y evasiva, propias de los poetas modernistas que van surgiendo en la geografía Hispanoamérica. Su poesía, a veces irregular y prosaísta, es siempre original, con un marcado trabajo de orfebrería verbal que lo coloca entre los precursores del movimiento modernista americano.

    La prensa será su vehículo expresivo fundamental, sobre todo la revista "La Habana Elegante", en la que publica, junto con otros destacados poetas modernistas de América. Su primer poemario fue, "Hojas al viento" (1890) con marcada influencia del romanticismo y del parnasianismo.; "Nieves" (1892) y culmina con su novedosa recopilación, "Bustos y Rimas" (1893), considerado como uno de los libros fundacionales del modernismo.

    Bajo la influencia de Julián del Casal surgieron otros poetas como, Juana Borrero (1877-1896), su principal continuadora, como él publica en "La Habana Elegante" y en 1895 da a conocer, "Rimas", poemario de mucha calidad, plagado del dolor y el pesimismo de su autora, ante el mundo en que vive. Los hermanos Carlos Pío (1872-1897) y Federico (1873-1932) Uhrbach, dan a conocer su poemario, "Gemelas" (1894), en tanto Augusto de Armas (1859-1891), amigo personal de Julián del Casal, escribió poesía influenciado por este y al emigrar a Francia asimila las influencias del parnasianismo, llegando en poco tiempo a escribir poesía en francés de gran calidad y que publicó en su cuaderno, "Rimes Byzantines" (1891). Cierra el grupo René López (1882-1908) quien publica poemas muy elaborados y con imágenes propias del modernismo.

    Alejado de la patria, apremiado por el compromiso político y la nostalgia de su patria y su familia, José Martí va a crear su poesía nueva y renovadora que recoge en su, "Ismaelillo" (1881), poemario precursor del modo de decir modernista. Escrito bajo la feliz embriaguez de la paternidad, Martí acude a la poesía nueva y hermosa para expresar sus sentimientos, sin cerrar sus imágenes en rebuscados símbolos, sino buscando en la palabra sencilla, un significado novedoso. Según Pedro Henríquez Ureña este libro, sencillo, ingenuo y delicado marca la renovación de la poesía española, antes que "Azul" de Rubén Darío.

    En 1891 publica, "Versos Sencillos", llenos de la sabiduría popular e imágenes autobiográficas, fácil en la forma, cercano a lo más sabio de las tradiciones populares del romancero español y de gran carga emotiva y social.

    "(…) con la desaparición de José Martí y de Julián del Casal, la poesía cubana experimentaría una especie de anonadamiento que le dejaría sin fuerzas para el gran salto que esos dos poetas indicaban. José Martí y Casal son cumbres sin compañía. Desde antes cuando comenzó a languidecer el movimiento romántico, la lírica cubana emprendió un reacondicionamiento signado lógicamente, por la modestia."[13]

    El inicio de la guerra en 1895 rompe con el desarrollo de la poética modernista en Cuba, las urgencias de la guerra hace surgir una poesía patriótica de tradición romántica que se impone por encima por encima de calidades estéticas. Se produce un estancamiento del que se salvan autores como, Bonifacio Byrne (1861-1836), influenciado por el modernismo, pero definitivamente romántico en su poesía patriótica; Carlos Alberto Boyssier (1877-1897), Enrique M. Barnet (1876-1897) y Francisco Díaz Silveira (1871-1924), entre otros.

    En este período vuelve el teatro bufo y sus autores de obras paródicas, muy del momento, con una vida efímera. Entre los más sobresalientes creadores del género están: Ignacio Sarachaga, Olayo Díaz, Luis Martínez, José M. Quintana, Laureano y Raúl del Monte; Joaquín y Gustavo Robreño y el imprescindible Federico Villoch, entre otros.

    En cuanto al teatro dramático, Aniceto Valdivia (1857-1927) escribió, "Senda de abrojo" (1880), "La Ley Suprema" (1882) y "La muralla de hielo" (1882); José de Armas y Cárdenas escribió y vio representados sus dramas, "La lucha por la vida" y "Los triunfadores", ambas en 1895. En la comedia incursionan, Ramón Meza con "Una sesión de Hipnotismo" (1891); Raimundo Cabrera, con "Vapor Correo y "Del parque a la luna" de 1889. Otros autores cubanos escribieron ocasionalmente para el teatro, son los casos de, José Guell, Bonifacio Byrne, Bernardo Costales, Rafael S. Jarrín y Miguel Ulloa, entre otros.

    Se escribieron algunas piezas teatrales de tema separatista, fundamentalmente en la emigración, en lo que se conoce como "Teatro Mambí", obras de agitación patriótica, con más o menos fortuna en cuanto a su calidad formal. Algunas muestras de ellas son, "Hatuey" (1891) de Francisco Sellén, "La fuga de Evangelina" (1898) de Desiderio Fajardo y "Carlos Manuel de Céspedes" (1900) de Javier Balmaceda.

     

     

    Autor:

    Ramón Guerra Díaz

     

    [1] “Historia de la Literatura Cubana”. Tomo I, pág. 432. La Habana, 2002

    [2] Ídem:434

    [3] Ídem 430

    [4] Panorama Histórico de la Literatura Cubana. Max Henríquez Ureña. Tomo II. Pág. 74. La Habana, 1979

    [5] Manuel de la Cruz citado por Omar Perdomo en “Cecilia Valdés en el Sábado del Libro”, per. Granma, pág. 6, 5/7/2001

    [6] Cultura: Lucha de clases y conflicto racial. 1878-1895: Raquel Mendieta Costa. Pág. 45. La Habana, 1989

    [7] Ídem: 45

    [8] Ídem: 49

    [9] Departamento de Cuba es el nombre que recibía en esta época la región de Santiago de Cuba.

    [10] Historia de la Literatura Cubana. Tomo I. pág. 454. La Habana, 2002.

    [11] Ídem

    [12] Roberto Zurbano: Raza, literatura y nación: el triángulo invisible del siglo XIX cubano . Material digital. 6/2/2008

    [13] Rogelio Riverón: “Un éxodo de oscuras golondrinas” en per. Granma, pág. 6, 4/9/2006