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Cuerpo de bomberos – Desafío al peligro (página 4)


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Derrumbes

Derrumbe del hotel Plaza Testimonio del Coronel ® Carlos Figueredo Rosales, ex Jefe de Bomberos Este hotel había sido construido a principios del siglo XX. Desde el año 60 ó 61 más bien se había dedicado a renta como apartamentos o cuartos. Algunas familias vivían allí. Contaba con unas 50 habitaciones en cuatro pisos. A finales de 1985 se derrumbó. Como la estructura se fue resquebrajando poco a poco, s obre las dos de la tarde se escucharon algunos ruidos que avisaron a los pocos moradores que quedaban, pues casi todos habían marchado a sus trabajos, que la estructura estaba cediendo. Algunos o no escucharon los avisos de los alarmados moradores, o no hicieron caso, y quedaron atrapados entre los escombros a la caída del edificio. Al llegar, pudimos observar que había caído toda la estructura y solo se observaba una gigantesca montaña de escombros, y las paredes aparecían intactas pero sin pisos. Comenzam os las labores de sacar los escombros con palas, picos y algunos martillos neumáticos para romper algunos restos de gran tamaño de la estructura. Solicitamos ayuda a las fuerzas de apuntalamiento de los órganos del Poder Popular que nos dieron unos treinta trabajadores con sus medios, y al Ministerio de la Construcción que nos dio unos cuarenta hombres con medios más eficientes como palas mecánicas y dos grúas para izar. Durante algún tiempo pude dirigir las tareas y ocuparme de la coordinación entre los t res diferentes cuerpos, más algunas personas de la población que nos ayudaban, a las que se situaba fuera de las zonas de peligro, ya que las paredes amenazaban con derrumbarse. Tengo un padecimiento del trigémino producto de algunos traumatismos sufridos durante la Batalla de Santa Clara, donde con un cañón que manejaba, hice disparos desde dentro de un parapeto. Al parecer por la tensión en ese momento se me disparó la zona de dolor. Acudí a los médicos de la Cruz Roja que estaban allí con sus ambulancias y me inyectaron un calmante, pues no quería dejar las operaciones. Me habilitaron un lugar donde reposar en una posición cómoda, y seguí dirigiendo las labores de escombreo y búsqueda de cuerpos, vivos o muertos mediante cámaras de televisión, servicio de que me proveyeron las unidades técnicas de la policía que había organizado y dirigido anteriormente. El primer secretario del Partido Julio Camacho Aguilera y el Comandante Oscar Fernández Mell, entonces alcalde de Ciudad de La Habana, me dijeron que ellos creían que lo mejor era sacar a los hombres de las labores de escombreo, pues estaban en riesgo sus vidas. Logré convencerlos de que los hombres de la Dirección de Incendios siempre hacían su trabajo con peligro de vida y de que trataríamos que el resto del trabajo lo hicieran desde posiciones menos peligrosas, pues podían quedar personas atrapadas o vivas. Además, había una señora mayor atrapada, ya muerta, pero se le veía la cara, y su hijo estaba desesperado por ver si podía salvarse o por tener el cadáver. Efectivamente, sacamos de entre los escombros algunas personas vivas, entre ellas un niño con su mascota, un perrito, que se habían guarecido debajo de una mesa y no fueron afectados. También un músico de una orquesta famosa que se había guarecido dentro de un escaparate de madera sólida. El saldo fue de 9 muertos, 12 heridos de poca gravedad y dos heridos un poco graves que se recuperaron a los pocos días.

Capítulo VI

Huracanes Ciclones Penetraciones del Mar

Ciclón Flora: ¨El Flora¨ se mantuvo estacionario y rondando la zona de Camagüey-Oriente, durante varios días, incluso recurvó, causando graves consecuencias en la economía, grandes inundaciones y mucho más de mil muertos. En esa época carecíamos de equipos especializados, sobre todo de comunicaciones y medios de rescate, que nos hubiesen servido de gran ayuda en aquellos difíciles momentos. Organizamos una caravana con 18 carros de bomberos y camiones para transportar el abastecimiento: alimentos, agua, combustible, grasas y equipos que pudimos acopiar —carros bombas, algunos medios de rescate, salvavidas personales, linternas, baterías, patecas, cables de acero, cadenas de diferentes medidas, equipos de oxígeno y acetileno, sogas, hachas, patas de cabra, gatos automotrices, En el año 1963 nuestro país sufrió el azote del ciclón Flora, el cual estuvo varios días bicheros, compresores de aire, plantas eléctricas, grandes lámparas para el alumbrado, diez botes de madera, bombas de achique y mangueras, chupadores con sus filtros y cheques cámaras de neumáticos, colchas, cloro para purificar el agua contaminada, bastantes medicamentos y medios de primeros auxilios, más el equipamiento personal de los bomberos—; también nos acompañaron dos médicos, dos enfermeros, especialistas del Noticiero Nacional de Cine y otros de diferentes actividades. Preparamos todo minuciosamente e hicimos la selección del personal: escogimos, fundamentalmente, los bomberos que sabían nadar, independientemente de que todos llevábamos chalecos salvavidas. Partimos a una velocidad media y estable por la Carretera Central, aunque en ocasiones teníamos que andar bien despacio. Después de salir de la ciudad de Santa Clara tuvimos que hacer más de diez paradas forzosas, ya que las fuertes lluvias, acompañadas de ráfagas de viento, en ocasiones continuas, no nos permitían ver nada. Cuando llegamos a Camagüey, el jefe de la Unidad Provincial de bomberos nos esperaba con una comida que habían preparado para todo el personal de la caravana. Este nos ofreció una visión de lo que estaba sucediendo en las zonas costeras de Vertientes, Santa Cruz del Sur y Amancio Rodríguez, en el sur, y nos dijo que ya comenzaban a sentirse los estragos en las zonas bajas. En la parte norte de la provincia ya se reportaban grandes pérdidas, sobre todo en el territorio de Nuevitas-Guáimaro-Santa Lucía. En esos instantes llovía intensamente en la ciudad y se sentían fuertes rachas de viento. Me presenté al Centro de Dirección o Consejo creado al efecto por el Partido y el Gobierno provinciales, les brindé los medios y fuerzas de que disponíamos. Nos asignaron las primeras tareas, que consistían en trabajar directamente en las zonas de Santa Cruz del Sur-Haití-Cándido González. Partimos hacia el lugar bajo recia tormenta de agua, las primeras dificultades que encontramos fueron palos, árboles atravesados en las vías, postes eléctricos y telefónicos, árboles arrancados de raíz…, hasta grandes piedras nos encontrábamos en la carretera. Avanzábamos muy lentamente, cruzamos Kilo 10, que es el límite municipal, seguimos hasta Kilo 18, después hasta Kilo 24. Los pobladores, de forma popular, les llaman Kilo a los kilómetros existentes desde la ciudad de Camagüey hasta Santa Cruz del Sur, como abreviatura de kilómetro. El agua se mantenía al borde de la carretera, y en algunos casos tapaba la vía, pero no de forma profunda, se divisaba la carretera y las cunetas inundadas; las lluvias eran constantes y las ráfagas de viento aparecían y desaparecían por ratos y en ocasiones se sostenían por bastante tiempo. Desde que pasamos el kilómetro 24, conocido por Contramaestre, ya comenzaban a incrementarse los pedidos de auxilio, campesinos corriendo y otros a caballo nos pedían ayuda para familiares y personas que se encontraban en áreas inundadas, donde se habían formado grandes lagunas, y las casitas y los bohíos habían desaparecido bajo el agua, quedando solamente a la vista pedazos de techos de guano. De esos techos tuvimos que rescatar a más de veinticinco personas, algunos de ellos con heridas graves producidas, sobre todo, por pedazos de latas o tejas que volaban a gran velocidad y producían cortadas, profundas en algunos casos, o contusiones, fracturas y otras lesiones. Los arroyos y los pequeños ríos se habían convertido en fuertes corrientes de agua, que arrasaban con todo a su paso. Creo que nunca se han utilizado tanto las sogas para amarrar hombres como en esos días tristes del Flora. Seguíamos actuando en los territorios y continuábamos nuestra marcha, pasamos los pueblecitos de Kilo 31, 40, 41, Monte Grande, Flor de Mayo. Aquí, en Flor de Mayo, nos detuvimos más tiempo porque hubo que moverse para zonas interiores donde había muchas mujeres, ancianos y niños que habían quedado atrapados en las inundaciones crecientes. Sacamos cerca de setenta personas. Un puente de hierro que había en la carretera de Santa Cruz del Sur se había interrumpido, ofreciendo peligro para el tráfico, por lo que tuvimos que bajar a todo el personal y cruzar los carros uno a uno y muy despacio. El río traía una veloz corriente de agua, con mucha fuerza, y arrastraba muchos palos, pedazos de árboles y algunos animales muertos. Así pasamos por todos los pueblecitos cercanos a la vía de Santa Cruz del Sur.

En el lugar conocido por El Entronque hicimos un alto y comenzamos a trabajar arduamente. Aquí se produce la bifurcación de las vías: una continúa hacia Santa Cruz del Sur, otra, hacia el Central Cándido González, y otra, hacia el poblado nombrado Haití. Veníamos organizados en dos grupos de trabajo, uno de ellos al mando del compañero Humberto Lescalle. Nos mantuvimos en esa zona por dos días. A la media noche del último día, bajo tremendo aguacero y fuertes vientos, vimos que a lo lejos se acercaba un transporte con las luces prendidas y un reflector en movimiento, al parecer tratando de localizar algo, también sentíamos una campana que sonaba constantemente. Era un dirigente del Partido provincial que llegó en un tractor, al cual le habían colocado una campana bastante grande, de locomotora o algo así, y la sonaban para anunciar su presencia. Este compañero nos transmitió las orientaciones del Mando provincial de que nos debíamos dirigir lo antes posible hacia la zona de Nuevitas, que era muchísimo más poblada y donde ya se habían producido grandes inundaciones y los ríos estaban crecidos. En el año 1933, durante un ciclón, en Santa Cruz del Sur hubo una penetración del mar a las zonas del poblado, que arrasó con todo. Por eso, desde que comienzan a mostrarse señales de ciclón o huracán, se evacua a toda la población a lugares más seguros. La evacuación ya se había ejecutado y por eso se produce la decisión de movernos de la zona. Ordené levantar nuestro campamento y, cuando comenzó a salir un poco de claridad de aquel cielo totalmente negro, comenzamos a desplazarnos lentamente. En el camino de regreso nuestros hombres tuvieron que realizar varias misiones de rescate a petición de los pobladores, quienes nos pedían de favor que no abandonásemos a sus familiares, por lo que paramos más de diez o quince veces, en las mismas condiciones. Al llegar a la ciudad de Camagüey nos reabastecimos de combustible, agua, medicinas, cloro y otras necesidades. Hicimos un alto para que los compañeros pudiesen dormir, ya que llevábamos más de cuatro días durmiendo muy poco o casi nada: todos estábamos súper agotados. Me dirigí al puesto de mando de la provincia, donde me explicaron la situación de los diferentes poblados, nos esclarecieron las misiones y se establecieron las prioridades de actuación de nuestras fuerzas. Desde aquí aproveché para hacer llamadas a la Capital, me pusieron al día de lo que estaba sucediendo en el resto del país, y me explicaron que no debía continuar hacia las provincias orientales, porque las aguas habían destruido grandes tramos de carretera en las zonas de Tunas y Holguín. También me explicaron que el Comandante en Jefe Fidel Castro se encontraba en la región oriental, dirigiendo personalmente los rescates y salvamentos. Llamé al ministro, comandante Ramiro, para explicarle lo que estábamos haciendo y la imposibilidad de seguir hacia la región oriental; él me indicó que mantuviésemos la ayuda en el territorio de Camagüey. No pude localizar a ningún jefe de bomberos de las provincias orientales, todos se encontraban luchando contra los estragos que nos estaba produciendo el ciclón Flora. Pedí a los compañeros del Puesto de Mando que me apoyaran en el descanso de nuestros hombres. Me asignaron 40 combatientes de las Fuerzas Armadas, que sabían nadar, como apoyo. Aunque las FAR estaban actuando en diferentes zonas, nos pudieron ayudar. Al regreso del Puesto de Mando, me tiré a dormir en la oficina del jefe de la Unidad, advirtiéndole al oficial de guardia que me despertara, sin excusas de ningún tipo, a las 5:00 am, que me echaran agua fría si fuese necesario, pero que debíamos partir nuevamente al amanecer, ya que había muchas personas en peligro y nos esperaban todavía muchos días de intenso trabajo. De nuevo salió nuestra caravana, ya con el personal más descansado, pues habían podido dormir varias horas en los pisos de la Unidad Provincial de bomberos…

En la carretera hacia Nuevitas se nos presentaron dificultades: había mucha lluvia, mucho viento y los arroyitos se habían convertido en ríos crecidos con corrientes muy fuertes. Avanzamos hasta Altagracia, pasamos Minas y, unos kilómetros después de bajar el puente elevado de Minas, comienzan a acrecentarse las dificultades, el agua estaba muy alta y ya nuestros chóferes no distinguían la vía, corriendo el riesgo de salirnos y volcarnos. Se me ocurre entonces que seis de nuestros hombres se amarren con sogas resistentes, pero flexibles, y, con unos bicheros que traíamos, fueran caminando uno delante del otro a 15 metros de separación entre sí, en fila india. La cosa era que los dos punteros, auxiliados por los bicheros (palos largos con punta de acero que utilizan los bomberos en algunas de sus misiones), fueran tanteando el suelo con la punta para, de esa forma, señalar a los choferes la ruta a seguir. Así organizamos la caravana y los choferes, muy lentamente, podían seguir avanzando con los carros en forma de tren, muy pegaditos entre sí. Imagínense organizar todo esto bajo las aguas y vientos de un ciclón, y con fuertes corrientes de agua que ejercían presión a nuestros hombres. En varias ocasiones la corriente de agua sacó a los compañeros de la vía y teníamos que bajarnos y tirar de las sogas hasta ponerlos nuevamente en la carretera. Aquello era un verdadero espectáculo de circo. Cuando ya habíamos avanzado varios kilómetros, la cosa nuevamente se pone fea, el nivel de las aguas va subiendo, ya pasaba de la cintura, y a los bomberos más bajitos casi les daba al pecho, y los salvavidas los hacían flotar y los ponían a merced de la corriente. Tuvimos que cambiar algunos compañeros bajitos por otros más altos y autorizarlos a todos a que se quitaran los salvavidas, pero indicándoles que revisaran bien los amarres y reforzaran las sogas, que tuviesen cuchillos y cuchillas a mano, para que tuviesen oportunidad de salvarse si la corriente los arrastraba. De todas formas, sobre el camión que venía detrás de nosotros pusimos cuatro hombres con la tarea de maniobrar rápidamente si alguno de los guías se soltaba, lanzándole las cámaras de camión infladas, amarradas a largas sogas. Un poco más adelante comienzan a fallar los motores de los camiones, al averiguar resultó que el agua estaba entrándoles por los tubos de escape. El compañero Félix Alonso recomendó poner mangueras a los tubos de escape y subirlas a una altura donde no penetrase el agua a los motores. Es entonces que nos fijamos en la facha de los muchachos que estaban de guías, parecían pollos mojados de pies a cabeza, con la ropa y las capas pesándoles una tonelada. Daba la impresión que se habían encogido, estaban totalmente desfallecidos. Se les ordenó subir a los camiones mientras se colocaban las mangueras a los tubos de escape, les abrimos algunas latas de conservas y todos descansamos un rato. De esta forma pudimos continuar la marcha hasta que llegamos a una zona donde no había agua en la vía, solamente la que se producía por la lluvia que caía intensamente, hasta que llegamos a San Miguel, que es el entronque que conduce hacia la playa de Santa Lucía. Allí había unas 150 personas desde hacía más de tres días sin agua ni alimentos. Les entregamos a un grupo de militantes del Partido, que los mantenían organizados, latas de conserva y los productos más adecuados que teníamos. Además, les dejamos tanquetas con agua con la condición que debían mantenerla bajo régimen de racionamiento, también recibieron botellas de cloro para que pudiesen tratar y tomar el agua de lluvia o la que pudiesen recolectar. Aquí, durante esa parada de más de cuatro horas, fue necesario realizar varios salvamentos, salieron en nuestros jeep varios hombres con botes encima para realizar rescates a solicitud de gente que llegaba asustada, llorando, con crisis de nervios: era una situación deprimente. Esperamos al regreso de los jeep para continuar la marcha. Antes de partir, cambiamos el orden de los camiones, pusimos los de mejores condiciones técnicas y los más altos como delanteros, para tratar de que no se nos bloqueara el camino con un camión roto. A todos los equipos se les situaron mangueras en los tubos de escape, recogimos y cortamos grandes varas y sacamos las sogas adecuadas para amarrar a los relevos de los punteros, los choferes aprovecharon para darles instrucciones de su función como guías, todos con sus respectivos bicheros o palos. Los compañeros de San Miguel nos dieron las noticias de la zona más frescas que tenían, los lugares donde la población corría más peligro y donde se encontraban los problemas fundamentales de la vía, así como otros detalles. Yo iba en el segundo carro. No tengo idea de cuántas veces nos tuvimos que bajar dentro de aquel fuerte viento y lluvias y agua por la cintura. Los camarógrafos del ICAIC tomaban películas con la dificultad de que las cámaras se mojaban, se les empañaban los lentes por la humedad y otros problemas que se presentaban con las cajas de negativos y otros materiales, pero pudieron realizar buenísimas filmaciones. Los médicos y enfermeros ayudaron a cientos de personas lesionadas, enfermas, a niños pequeñitos, sacamos mujeres de los techos con tremendas barrigas, casi al dar a luz. En otros casos la tragedia era conmovedora: familias que habían perdido un ser querido, un niño, un anciano.

Aquello era demoledor para nosotros, que queríamos resolverlo todo y actuar en todos los lugares a la vez. Durante uno de los rescates se produjo una situación muy peligrosa y desagradable a la vez. Nos encontrábamos realizando el salvamento de varias personas que llevaban dos días en el techo de un bohío. En ese momento se nos acercó un campesino que venía con los ojos desorbitados y completamente enfurecido: él era familia de unas personas que se encontraban en peligro. El campesino llegó hasta nuestro carro, venía empapado y con el agua a la cintura, además, portaba un machete y nos amenazó de muerte, conminándonos a que dejáramos a las personas que se estaban bajando de un techo cercano, para que fuéramos a rescatar a los suyos, quería que le entregásemos el bote para llevarlo hacia la casa que se encontraba un poco distante. Le hablé fuerte y le dije que no se desesperara, que ya estábamos allí, y que enseguida recogeríamos a los suyos, que para eso habíamos ido. Se calmó y le recogimos la familia, pero pasamos un rato desagradable. Era bastante difícil remar con las corrientes de agua en contra y los fuertes vientos. Constantemente veíamos gente con cara de terror, con lágrimas en los ojos y muertos de sueño por los días sin dormir. Alguno de nuestros hombres llegó a desmayarse o a quedarse dormido sobre un camión bajo la lluvia, y no había forma de despertarlo, estaban, o estábamos, destruidos, me incluyo. Seguimos avanzando hacia Nuevitas, comenzaba a perderse la vía nuevamente y lanzamos los guías al agua, todo marchaba relativamente bien, hasta que al camión donde yo iba le comenzó a fallar el motor, estaba el agua bastante profunda, pero el tubo de escape tenía su manguera correctamente colocada. Buscando los motivos, Félix Alonso descubrió que el agua llegaba a las paletas del ventilador del radiador y estas lanzaban el agua hacia las bujías, platinos y bobina. De inmediato convocamos a todos los choferes y mecánicos, imagínense una reunión bajo un diluvio y con fuerte corriente de agua, con vientos huracanados. Félix Alonso les orientó a todos aflojar las correas y liberar las aspas, ya que los camiones se mantendrían fríos, porque el agua los refrescaría. Los mecánicos, de conjunto con los choferes que nos acompañaban, hicieron el trabajo bastante rápido, sólo en unos veinte minutos. En ocasiones, de aquellas veloces corrientes surgían remolinos de agua que absorbían cualquier cosa que le pasara cerca, por lo que nuestros guías tenían que cruzar con mucho cuidado, apoyándose en los bicheros y lanzando una soga al puntero que se encontraba en la parte inversa, para que este pudiese halarlo en el caso de que fuese necesario. Al parecer eran tragantes, o pozos cercanos a la vía, o la velocidad de las aguas, lo que los formaba, pues, además, emitían un sonido de absorción como un tragante de un lavamanos o de una cocina. En algunos lugares de la vía habían desaparecido las alcantarillas u obras de fábrica hechas con tubos de hormigón: habían sido arrastradas por las corrientes de agua, por lo que tuvimos que solicitar ayuda de campesinos conocedores de la zona para que nos señalaran los lugares donde habían estado y explorar si se mantenían o no, pues nuestros guías debían correr el menor riesgo posible. Bajo aquel diluvio, vienen corriendo por la carretera varios hombres haciéndonos señas con los brazos para que nos detuviéramos. Nos explicaron que venían a avisarnos de que la corriente de agua había sacado de la carretera un auto y lo había lanzado a la cuneta que era bastante profunda en aquel lugar, que al parecer se le había apagado el motor y llevaba varias horas allí. Que el agua fue subiendo y la corriente lo fue arrastrando, y que ahora lo estaba tapando, y que ellos creían que tenía algunas personas dentro. Rápidamente se organizó un pequeño grupo de trabajo, que se dirigió hacia el lugar con hachas, patas de cabra, sogas y gatos manuales, y un médico con sus equipos, por si tenían que dar primeros auxilios a algún pasajero. Por desgracia, la corriente de agua había colocado el vehículo paralelo a la vía, a lo largo de la cuneta, cayendo en la parte más profunda, y se había enterrado en aquel lugar. Los bomberos encontraron un compañero de unos 65 a 70 años dentro del carro, ya fallecido. Lo sacaron y se dejó el cadáver en una parte alta, aunque el agua se encontraba bastante cerca; se le puso un palo alto con un trapo azul para señalar el lugar. Continuamos avanzando, ahora ya se veía totalmente la vía, así seguimos varios kilómetros, hasta que nos encontramos que en un pedazo de la vía la carretera se había abierto por desprendimiento del asfalto, creándose una zanja bastante ancha por lo que nos quedaban lugares muy estrechos por donde pasaran nuestros camiones. Tuvimos que amarrar unos tablones a unas vigas de acero que traíamos y enterrar ambos en el fango para suplir los desprendimientos de la vía, logrando pasar con mucho cuidado, muy despacio y con mucho peligro para los camiones y sus choferes. El hambre nos mataba a todos, varios compañeros tenían fiebre y catarro, acompañado de fuerte tos. Además, no teníamos cómo cocinar, ni la menor esperanza de encontrar dónde hacerlo. Llegamos al molino de piedra y a la cantera de Nuevitas, allí montamos nuestro puesto de mando, se repartieron latas para mitigar el hambre, y comenzamos a actuar de inmediato en la zona. Enseguida llegaron vecinos pidiendo auxilio, alimentos, médicos, medicina… Encontramos varios lugares donde algunos pobladores tenían vacas, bueyes, toros; otros, con caballos, mulos y burros, perros y gatos amontonados dentro de las casas junto a las personas. Daba lástima ver a aquellos hombres con el lomo doblado llevando un televisor o un mueble, o a una mujer con un bulto de ropa en la cabeza, llevando un niño de la mano y otro cargado, bajo el viento y el agua, tratando de salvar algunas de sus pertenencias. En otros lugares encontramos grandes depósitos de tierra reblandecida, eran almacenes de fango de gran tamaño, dentro de los cuales se encontraban atrapados chivos y otros animales. Pero no teníamos tiempo para detenernos a salvarlos, porque había muchas personas en peligro. Todo el mundo se encontraba hambriento. Comenzamos a repartir las latas de conserva de nuestros camiones de abastecimiento, y a comer nosotros también, también les dimos agua y botellitas con cloro, explicándoles su uso. Llegamos a la zona de un central azucarero (creo que es el antiguo Lugareño) que se encuentra cerca de Nuevitas. Aquí surge una variante más peligrosa, tejas y sus pedazos, algunas de fibrocemento, otras de zinc o aluminio, y otros pedazos de lata volaban por los aires. Algunos eran del central, de los almacenes de azúcar y de otras instalaciones, pero volaban a toda velocidad, sin rumbo y sin aviso, de pronto salía una de no se sabe dónde y chocaba contra nuestros carros. Los hombres que iban en las camas de los camiones se resguardaron virando los botes boca abajo y con los sacos de alimentos, pero como teníamos que actuar utilizando los botes, la protección era momentánea. También eran extremadamente peligrosos las palmas, postes eléctricos y telefónicos, y los árboles, que caían estrepitosamente al suelo. Todo volaba a gran velocidad y sin rumbo. Estos hechos se repitieron durante todo el recorrido, pero aquí había varios lesionados, sobre todo por golpes recibidos por las tejas voladoras. También se había desplomado un tanque de agua, y sus pedazos habían lastimado a dos trabajadores. Los vecinos solicitaban medicinas o pedían que fuésemos a tal barriada, que había niños atrapados. Aquí todo era dolor, lágrimas, desconsuelo, tristeza, muchos habían perdido sus hogares, sus muebles, sus animales, las cosechas no existían. Trabajamos más de cuatro días y se repartieron todas las provisiones, el agua potable y el cloro, y ayudamos a cientos de familias y a salvar muchas vidas. Desde que salimos de La Habana hasta que salió el sol, escampó y las aguas bajaron, pasaron nueve días. Después regresamos a la ciudad de Camagüey, donde tomamos dos días de descanso en la Unidad de incendios y en una escuela que nos facilitó el Puesto de Mando, antes de regresar a Ciudad de La Habana. Al final de este terrible encuentro con la naturaleza, algo me impresionó personalmente bastante, por lo trágico: Al retirarnos para llegar a la ciudad de Camagüey, a lo largo de toda la vía —que son aproximadamente 70-80 kilómetros—, tuvimos que detenernos para desenganchar dos cadáveres de personas de las cercas de alambres de púas que se utilizan en las fincas para evitar la salida del ganado, los médicos los pusieron en lugares visibles, los tapamos con colchas y se reportaron al puesto de mando, para su recogida. Lo más impresionante eran aquellas cercas llenas de musgo, de palos, arbustos, árboles enganchados y animales de todo tipo muertos, podridos, inflados, con los ojos botados, era prácticamente increíble ver cómo aquel espectáculo se repetía casi de forma ininterrumpida a lo largo de kilómetros y kilómetros.

En varios de los lugares en que nos detuvimos, los médicos nos plantearon que debíamos incinerar los cadáveres de animales, ya que se encontraban muy cerca de los poblados y de las fuentes de abastecimiento de agua a la población. Así es que nos dedicamos, con la nariz y la boca tapadas con paños húmedos, a recolectar animales muertos, organizándolos en pilas, ayudados por los vecinos de la zona. Con los tanques de petróleo de nuestra caravana les dábamos candela, lo que provocaba un espeso humo de olor insoportable. Dicho en cubano, estábamos hechos leña, hambrientos, con tremendo sueño, sucios, semi barbudos, mojados y apestosos a decir no más. Recuerdo que nuestro chofer nos pedía que lo vigiláramos y que, si daba cabezazos, lo pincháramos por las costillas. Varios compañeros tuvimos que manejar en ocasiones para que los choferes pudieran tirar un pestañazo. Es lo que recuerdo de nuestra participación durante el paso por nuestro país del ciclón Flora. Las noticias que llegaban desde la provincia de Oriente sobre el ciclón Flora (según notas personales de archivo) eran algo parecido a esto: los fuertes y continuos aguaceros han causando grandes inundaciones, provocando cientos de muertos, derrumbes y la pérdida de miles de viviendas. Los equipos de rescate tratan de avanzar y trabajan sin descanso en la búsqueda de sobrevivientes, mientras las cifras de las víctimas continúan aumentando. Se reportan más de mil muertos hasta la fecha. El Comandante en Jefe Fidel Castro dirige personalmente las operaciones de rescate y salvamento en la región oriental del país. La mayoría de los compatriotas residentes en las zonas más afectadas por el huracán, han perdido todas sus pertenencias o gran parte de las mismas. Los deslizamientos de tierra han causado el bloqueo de innumerables carreteras y caminos, interrumpiendo totalmente la red vial y ferroviaria, afectando gravemente los sistemas de comunicaciones y de generación y conducción eléctrica, lo que dificulta las labores de rescate y auxilio, así como las de entrega de frazadas, ropas, provisiones, alimentos, agua y medicamentos en las poblaciones más afectadas. Miles de personas han tenido que buscar auxilio en refugios temporales creados en los municipios afectados. Producto de las incesantes lluvias, los ríos acompañados de fuertes corrientes de agua lo arrastran todo a su paso. Las praderas se han convertido en grandes lagos, quedando bajo los mismos las viviendas, ganado de todo tipo, aves de corral, perros, gatos y muchos otros animales. Por todo lo anterior deben extremarse las medidas sanitarias, para evitar que se produzcan epidemias. Como nota adicional agregaría la siguiente: La fuerza de las turbulentas aguas arrastró el transporte militar tipo anfibio, desde donde el Comandante en Jefe Fidel dirigía las operaciones de rescate y salvamento. Aunque fue rescatado sano y salvo, su vida corrió grave peligro.

Capítulo VII

Otros casos con Dementes

En muchas ocasiones los bomberos se encuentran frente a hechos inimaginables, entre ellos, los casos que se relacionan con enfermos mentales, muchos de los cuales, cuando están en crisis, son sumamente agresivos y actúan con inteligencia extrema y violencia máxima, pues se encuentran fuera del control de sus facultades. Aquí les contaremos algunos casos, seleccionados de entre la variedad de los ocurridos… El caso del hospital de Calixto García: Cuando me llamaron del puesto de mando para informarme que había un loco agresivo en la azotea de uno de los edificios del hospital de Calixto García, que amenazaba con lanzarse al vacío, el reloj marcaba las tres y media de la madrugada. —Me dirijo hacia allá —contesté. Muy a menudo teníamos que enfrentar situaciones con enfermos mentales agresivos y peligrosos. Los pabellones de ese hospital son bastante altos: todos tienen tres o cuatro pisos. Los familiares del enfermo estaban horrorizados y le gritaban desde abajo que no se tirara. Él les contestaba, agresivo, que sí lo haría, que ya no quería vivir. Al llegar al lugar, el jefe de la unidad actuante me informó sobre el caso y sobre las acciones realizadas hasta el momento. Como nuestro trabajo no paraba, siempre estábamos en algún incendio u otra acción — pues en aquel tiempo no existían medidas de prevención y los almacenes se encontraban desorganizados, con productos mal almacenados que los hacían extremadamente peligrosos, a lo que se sumaban los sabotajes de diferentes tipos—, me dirigí al lugar en pijama, pues hacía sólo dos horas habíamos salido del último fuego, y me encontraba exhausto. Me coloqué una capa y un casco, y de esa forma comencé a trabajar. El loco emitía fuertes alaridos, amenazando con tirarse; se paraba en el borde de la azotea y movía los brazos para lograr el equilibrio; se doblaba hacia delante, es decir, en cualquier momento caería de verdad; en su mano izquierda brillaba un metal que reflejaba la luz. Abajo pusimos varios hombres con una malla circular para que, si caía, no chocara contra el pavimento. Busqué cuatro compañeros de los más fuertes y les indiqué que subieran por una escalera que daba a la azotea, a ver si podían cogerlo vivo. Les dije que mientras ellos subían, yo lo entretendría hasta que pudieran actuar (en aquel tiempo todavía no teníamos especialistas de artes marciales). El carro escalera José Martí, que en aquel momento era una técnica bastante avanzada, tenía un teléfono en la parte superior de la escalera para, cuando esta estuviera extendida, dar instrucciones a los choferes y especialistas. Acordamos las señales manuales y probamos el teléfono. Todo se encontraba en orden; entonces me coloqué en la punta de la escalera y pasé una pierna por uno de los peldaños para asegurar que podría soltar mis manos sin caer o resbalarme. Cuando la escalera comienza a desplegarse, vas viendo el carro cada vez más pequeño, se va alejando despacio, aunque produce la impresión de que va muy rápido; y cuando la escalera está totalmente desplegada, llega a parecer un pequeño carro de juguete, por lo menos esta era mi impresión cada vez que subía; además, el viento produce en la parte superior un constante movimiento de vaivén, muy desagradable. Comenzó la subida poco a poco, ya cerca de la azotea descolgué el teléfono y comencé a hablar con el jefe del carro. El teléfono emitió un sonido agudo y dejó de funcionar. La escalera seguía acercándose peligrosamente a la punta de la azotea, pues estaba muy pegada a la misma. Hubo un momento en que tuve que sacar la pierna que tenía dentro del peldaño, porque corría el riesgo de que la escalera me la trozara contra el borde de concreto. Comencé a hacer señales manuales, pero nada, la escalera seguía y comenzó a raspar la pared en el borde de la azotea. Ahora me encontraba sujeto con ambas manos del peldaño, sin seguridad, ya que por el apuro en subir para evitar que el hombre se lanzara al vacío, cometí la negligencia de no ponerme el cinturón de seguridad que sirve para engancharse en los peldaños. Allí, frente a mí, se encontraba aquel león enfurecido, bastante alto y corpulento, y con un cuchillo grandísimo de carnicero en su mano izquierda. De pronto se detuvo la escalera, pero había quedado a una altura tal, que se podía bajar cómodamente en el lugar. Yo estaba desarmado, pegado a aquel loco peligrosísimo, y la gente del carro escalera no veía mis señales. Además, me seguían constantemente con los reflectores, y yo me encontraba completamente iluminado y cegado por las luces, es decir, era un blanco perfecto para el cuchillo. Yo tenía visión de toda la azotea y miraba, buscaba ansioso la llegada de los cuatro compañeros, pero nada, todavía no aparecían. El loco, con los ojos desorbitados, comenzó a hablarme medio enredado, pero yo lo entendía perfectamente. Me amenazaba con saltar a la escalera. Me decía: "A que brinco, va, a que brinco y te mato". Y lo repetía y lo repetía constantemente. Comenzó a acercarse de forma peligrosa, avanzaba un poco y paraba. Yo, soltando una de mis manos, la dirigí hacia la parte trasera de mi cuerpo, como si fuese a coger algo, y lo amenacé: "Si te vuelves a acercar, te dispararé, así que aléjate de inmediato". Él se quedaba pensativo y retrocedía, y avanzaba otro poco, y yo lo volvía a amenazar. Este dialogo duró entre cinco y ocho minutos, que a mí me parecieron horas. Al fin vi a los compañeros, que venían agachados avanzando rápidamente, protegidos por la oscuridad de la azotea, y comencé a amenazarlo a gritos para distraer su atención.

Lo ofendí y le dije que, si era hombre, saltara a la escalera. Ya los compañeros estaban bien pegaditos a él. Entonces les dije, pero sin mirarlos, mirando hacia arriba para que él también mirara: "Cuidado con el cuchillo, que el tipo está bien fuerte". Aquel loco me miraba asombrado, quizá pensando que el loco era yo, que estaba hablando con el cielo. Rápidamente, el compañero que venía al frente del grupo le agarró el brazo izquierdo donde portaba el arma, otro lo agarró inmovilizándole ambos brazos, de los otros dos, uno le aguantó las piernas y el otro se fajó con la mano del cuchillo; tenía el arma tan apretada que parecía pegada a su mano, hasta que al fin cayó al suelo. Yo, que había saltado para ayudar a los compañeros, les dije: "Despéguenlo del borde, que están muy pegados todos". Después le amarraron manos y brazos. El personal del hospital le colocó una camisa de fuerza y fue reducido a la obediencia. Aquel hombre se movía realizando piruetas dentro del camisón blanco. Los médicos le aplicaron una inyección con un tranquilizante, pues tiraba patadas y gritaba con gran fuerza, tratando de soltarse. Cuando bajamos, los compañeros del carro escalera me explicaron que las luces producían sombras y por eso no veían mis señales manuales, y que desde abajo, aunque estaba bien iluminado, no parecía tan pegada la escalera al borde de la azotea. Al teléfono se le había partido el cable al comenzar a subir. Así termina la historia del loco del hospital. Testimonio de Humberto Soler Baldoquín El caso de la calle Figuras Fueron muchas las ocasiones en que concurrí a servicios en casos de enfermos mentales. Uno de estos se produce, me parece, en una cuartería en la calle Figuras entre Lealtad y Campanario, en La Habana Vieja. Se trataba de un moreno en el interior de una de las habitaciones de la planta alta, que tenía un enorme cuchillo en las manos, había apuñalado un perro y decía que quería sangre. Llego con la tripulación del carro M1 y Rafael Rodríguez Escobar (hijo) como ayudante. Después de explorar la situación, decido lanzar una línea de manguera para golpearlo con el chorro y reducirlo a la obediencia; valoro posteriormente la necesidad de utilizar una línea más potente de 2½ pulgadas con pitón de combate, y retiro la anterior, subo desplegando la nueva, y cuando avanzo por uno de l os pasillos de la planta alta, algunos vecinos se agitan haciéndome señas, pero yo, en mi apuro, no les hago caso, encuentro a una persona atravesada en el pasillo, la empujo y le digo: "Quítate del medio". Miro dentro y no veo a nadie, entonces advierto que la persona que empujé en el pasillo era el orate, quien, cuchillo en mano, había salido de la habitación y podía haberme agredido. Sin embargo, la tripulación de un patrullero lo invita a acompañarla, diciéndole que eran sus amigos, y fue conducido pacíficamente al hospital siquiátrico. Otro hecho de este tipo se produjo también en La Habana Vieja. En la habitación de una cuartería había un hombre armado con un cuchillo, y llego al frente del carro M1, ordeno el despliegue de una línea de 2½ pulgadas y a dvierto al chofer del carro que, a mi señal, le diera bastante presión, pues el sujeto se mostraba agresivo. Lo ataco con el chorro de agua y avanza hacia el exterior, donde había gran cantidad de vecinos curioseando. De pronto alguien grita: "¡Cuidado, que viene con el cuchillo en la mano!", y se crea el pánico. Un agente de la autoridad efectú8 disparos al aire y se forma tremendo corre-corre. Al salir de la habitación, me abalanzo al individuo, me coloco a su espalda y le aplico una llave doble Nelson, le doblo el cuello y le aplico gran fuerza, pero el individuo corre conmigo arriba por todo el lugar. Hay un patrullero en la puerta de la cuartería y hacia allí lo llevo, pero sin soltarlo, me introduzco en el patrullero con el tipo, conduciéndolo a la antigua Casa de Socorro de la calle Corrales donde se le aplica un anestésico, después de lo cual lo ataron y trasladaron en un carro jaula al hospital siquiátrico. Testimonio de Rafael Rodríguez Escobar (Rafaelito) El caso de la calle Puerta Cerrada. A la una de la madrugada, nos encontrábamos de guardia en la unidad no. 1 Camilo Cienfuegos, cuando el jefe del carro M1, Humberto Soler Baldoquín, sin encender las luces del dormitorio ni sonar la campana de alarma, fue despertando a cada uno de los miembros de la dotación, explicándonos en voz baja que era para una salida, pero no de incendio. Bajamos todos en silencio para no despertar al resto del personal de guardia y salimos en el carro M1, sin sirena, hacia una dirección en la calle Puerta Cerrada. En el lugar ya se encontraban dos carros patrulleros, y se nos explicó que había un hombre con antecedentes de locura grave que había apuñalado al perro de su casa y amenazado con asesinar a todos los miembros de su familia, a sus vecinos y a todo el que se le pusiera por delante. Aquel loco vociferaba y se hacía necesario que nosotros lo neutralizáramos. El orate vivía en el tercer piso de una ciudadela de tres plantas, con un patio interior y pasillos con puertas a ambos lados. De pie frente a la puerta de su casa, que se encontraba situada al final del pasillo de la izquierda, el hombre, cuchillo en mano, vociferaba amenazas con actitud agresiva, con el perro muerto a sus pies. Rápidamente nos dispusimos a subir y empatar los tramos de manguera necesarios para llegar con el agua a la entrada del pasillo, cerca del lugar donde se encontraba El asesino del perro. Baldoquín y yo estábamos haciendo la última conexión de mangueras con luz muy escasa, cuando un señor vestido con ropa de dormir nos pidió permiso par a pasar (por lo estrecho del pasillo): los dos nos apartamos y le dimos paso. Al terminar la conexión, les gritamos a los bomberos de la planta baja que enviaran el agua. Es ahí cuando uno de ellos sube corriendo hasta nosotros y nos dice: "Ya no hace falta agua. El loco acaba de pasarles por el lado a ustedes con el cuchillo en la mano, bajó las escaleras y se entregó tranquilito". Al escuchar esas palabras, Baldoquín y yo reímos largamente. El loco que nos disparó: la Dirección General de Prevención y Extinción de Incendios tenía sus oficinas centrales dentro de la propia primera unidad del Cuerpo de Bomberos, en la calle Corrales. Allí también se encontraba la Pizarra Central, donde se recibían las llamadas de la población solicitando auxilio ante fuegos y otras catástrofes. Eran aproximadamente las tres de la tarde, y yo me encontraba en mi oficina escribiendo unas notas8, cuando llaman de la pizarra: Robertico, en la planta baja hay tres compañeros del DTI que solicitan hablar con usted. —Que suban y pasen a la oficina, que estoy terminando de escribir un informe y enseguida los atiendo — le contesté al oficial de guardia. —Permiso —dijeron al entrar. —Por favor, esperen un momentico, que ya estoy terminando —les dije instintivamente sin levantar la cabeza. Terminé de escribir, levanté la cabeza y les hice señas con la mano para se acercaran a mí. Me saludaron militarmente. Me puse de pie, avancé hasta ellos, los saludé militarmente y les di la mano. Después, haciendo un análisis retrospectivo, recordé que al darle la mano al sargento, la tenía temblorosa al extremo, fría y muy sudada. —Mire, jefe, el problema es que este compañero estaba en la parada de la guagua, se encuentra vestido de sargento de la policía y su modo de actuar nos resultó sospechoso, le pedimos identificación y no tiene nada que lo acredite. —Y yo, ¿qué tengo que ver con eso? —le pregunté. —Es que él nos dice que es ayudante suyo, y por eso lo trajimos, para comprobarlo con usted. Rápidamente miré a la cara del muchacho y noté que tenía la mirada perdida, los ojos en otro mundo, era algo muy raro y daba la verdadera impresión de un loco de los que solamente se ven en las películas. En milésimas de segundo la expresión de su rostro cambiaba, hacía muecas y gestos muy extraños, y se transformaba. — ¡¿Ayudante mío?! —dije yo. —Sí, Robertico, yo soy tu ayudante —me dijo el joven vestido de sargento y rápidamente dio un paso atrás, sacó la pistola que portaba y la rastrilló, todo fue en un abrir y cerrar de ojos. Era algo sorpresivo y totalmente inesperado; solamente guiada por el instinto de conservación una persona puede actuar a la velocidad que yo lo hice en aquel momento. Con un empujón de mi mano izquierda logré desviarle el brazo que ya casi me apuntaba a la cara, aunque no pude aguantarle la mano. En ese momento sonó el primer disparo, el proyectil pasó muy cerca de mi rostro y el resplandor del fogonazo me empañó la visión (como el flash de una cámara fotográfica que se ha disparado muy cerca de la cara), logré empujarlo con mucha fuerza y escuché cómo su cuerpo chocaba contra la puerta de la oficina, que quedaba bastante lejos. Casi instantáneamente se escucharon otros dos disparos, uno detrás del otro, produciendo tremendo estruendo dentro de la oficina.

Con la visión afectada, desarmado y veloz como el rayo, me aparté hacia el pasillo lateral de acceso al servicio sanitario, que quedaba en la mitad de la pared izquierda de mi oficina, junto a los dos agentes, que se encontraban tan sorprendidos como yo. Sentí el rebotar de los proyectiles en la parte alta, pero ninguno nos impactó. Seguido a los disparos escuchamos que se abrió y se cerró de un tirón la puerta de la oficina: el muchacho corría buscando la salida, dando gritos que se sentían a distancia. A unos metros y muy cerca de mi oficina, por el lateral derecho de la planta baja, había una posta que mantenía la vigilancia y protección de la escalera de acceso a la Pizarra Central de los Bomberos y a la entrada de mi oficina. La posta se mantenía siempre frente a una columna de hormigón bastante gruesa. Sentí clarito cuando la posta montó su fusil, alertado por los disparos. No sé qué pasó por mi mente en aquel instante, pero lo que hice aún hoy yo mismo no me explico. Me había dado cuenta de que aquel jovencito estaba completamente desquiciado cuando lo miré antes del primer disparo. Sentí mucha lástima por aquel infeliz y reaccioné para que la posta no le disparara. A toda velocidad y medio cegato pasé por el lado de los compañeros del DTI que se encontraban en el pasillo del baño, y corrí hacia la puerta de dos grandes hojas de aluminio que daba directamente a la escalera frente a mi oficina. De un tirón la abrí y le grité al guardia que se encontraba de posta: "¡No le tires, que está loco! ¡No le tires! ¡No le tires!" Aquel loco que bajaba corriendo por la escalera pistola en mano, nuevamente comienza a dispararme casi a boca de jarro, efectuó dos disparos sin precisión, sin puntería, sin mirar o muy nervioso. Moviéndome hacia la izquierda, hacia la parte de hormigón donde se sujetaban los marcos de las puertas, me protegí, pero continué gritándole al combatiente: "¡No le tires que está loco, no le tires que está loco! ¡No le tires! ¡No le tires!", le seguía repitiendo sin parar, para que el nerviosismo no lo llevara a apretar el gatillo de su arma larga. La posta se parapetó detrás de la gruesa columna de la entrada de la unidad, apuntando con el arma, sin disparar. El muchacho le pasó por la otra cara a la columna, a toda velocidad, pistola en mano. Yo continuaba gritándole a la posta que no le tirara, le hablaba alto y constante para calmar sus nervios, ya que se encontraba bajo estrés, con un arma larga en sus manos, una bala en el directo y el dedo en el gatillo, y frente a un desconocido haciendo disparos. La posta siguió apuntándole con su fusil hasta que el loco se alejó del lugar. Según me cuenta Baldoquín, Bienvenido Caballero se cruzó con aquel muchacho que bajaba la escalera y le pasó por el lado en la planta baja. Caballero le gritó a Baldoquín para que este tratara de capturarlo. Baldoquín se encontraba lanzando pelotas, con guante y en camiseta. Al poco tiempo sentimos varios disparos aislados. Pensé lo peor, tuve el presentimiento de que algún agente o patrullero lo había enfrentado y liquidado. Después se aclaró que los disparos posteriores habían sido del loco contra Baldoquín, que lo perseguía. De inmediato, desde la Pizarra Central hablé con el Puesto de Mando de la PNR y le informé al oficial de guardia la situación y el rumbo que había cogido el falso sargento, junto con mi impresión personal de que estaba totalmente loco. Le pedí además, que explicaran y alertaran a los policías de los patrulleros de que, de ser posible, lo capturaran sin dañarlo. Por un rato nos mantuvimos en la pizarra que era nuestro Puesto de Mando principal. Al momento, un combatiente me trajo un peine de pistola Browning vacío que, al parecer, se le había caído al presunto sargento o lo había cambiado y tirado. Acompañado de los dos compañeros del DTI, bajé y le di la mano y un abrazo al compañero que se encontraba en la posta felicitándolo por la ecuanimidad que había logrado mantener ante aquel peligroso suceso, todos lo aplaudieron fuertemente y lo congratularon por el valor y heroísmo mostrado. Yo recordaba la imagen del jovencito, que traía un uniforme algo disparejo y le bailaba, algo parecido a un abrigo de persona bien gruesa colgado de un palo de escoba. Aquel lugar se encontraba lleno de bomberos y de no se cuánta gente, curiosos de saber que había sucedido, y además se escuchaban sirenas y se veía pasar los patrulleros a gran velocidad. Como a los quince minutos de aquella balacera, llega en un patrullero un oficial de la PNR y me comenta: —Jefe, lo tenemos localizado y cercado, está a dos cuadras de aquí, metido en un cuarto de madera en el patio de una casa. El loco sigue armado y amenazando con disparar. Se dieron instrucciones de tratar de no herirlo o matarlo, pero él sigue amenazante y, además, entre los compañeros de la patrulla se ha corrido que le disparó y lo mató a usted; ya hay como tres versiones diferentes de los hechos, pero en las tres, él le disparo y usted se murió. —El control de radio —continúa el oficial— les ha aclarado a los patrulleros en varias ocasiones que usted en persona habló con ellos, pero al parecer no están muy convencidos. Sería bueno que vieran que usted está sano y salvo, recuerde que entre esos patrulleros se encuentra su antigua tropa. Sonreímos y partimos hacia el lugar, con los compañeros del DTI. Había muchos carros y motos de la Policía. Saludé a la mayoría de los compañeros que se encontraban rodeando el lugar. Uno de los combatientes hablando por la planta de radio del patrullero decía: — ¡Oye! Aquí está Robertico vivito y coleando. Sentí muy de cerca el cariño de oficiales y policías, que me saludaban con gran alegría. Bromeando, le dije a Baldoquín que se encontraba en el lugar: —Vamos, Loco, que el sargento te está llamando. Un oficial de la PNR me guió hasta el lugar donde lo tenían ubicado y cercado y me señaló la puerta y la ventana de la habitación que nos quedaba a unos doce metros de distancia. Nos encontrábamos a una altura como de cuatro metros y medio, pues era una construcción antigua. La casita se encontraba más baja y desde lo alto se dominaban perfectamente aquella puerta y ventana. En ese momento se me acercan dos oficiales de la PNR, nos apartamos unos metros y me refieren los datos que han podido recolectar por el control de radio de la PNR sobre el loco agresivo. Se nombraba Alberto, fue bombero de la unidad del Cerro y le habían dado baja hacía cinco meses por problemas de salud mental. Era sobrino de un sargento de la Patrulla de la PNR, quien, de forma inconsulta, el día anterior había llevado a Alberto vestido de uniforme y le había permitido quedarse en el dormitorio de la Unidad de la Patrulla. Al parecer, de madrugada el joven se vistió con la ropa del tío y salió por la puerta de la unidad con su traje de sargento y la pistola. Me informaron, además, que Alberto era un buen muchacho y que nunca había sido agresivo, que estaba muy delgado y débil, que se quedaba dormido durante las guardias, y que las cosas incoherentes que hacía y decía llamaron la atención de sus compañeros, por lo que los médicos solicitaron su baja. Llega un compañero y me dice: —Jefe, desde adentro lo está llamando a usted, lo llama y lo menciona constantemente. Nos situamos en un ángulo en que no nos podía alcanzar con los disparos ni con los posibles rebotes. Me acerqué al borde de la azotea y comencé a llamarlo por su nombre: —Albertico, soy Robertico, deja la pistola allá dentro y sal con las manos en alto, que no te pasará nada, yo te lo garantizo —le dije tranquilamente, para darle seguridad. — ¡Cuidado, que está abriendo la ventana! —me alertan los compañeros. —Albertico, soy Robertico —le repito—. Albertico, soy Robertico. En ese momento abre más la ventana y efectúa dos disparos al tiempo que me dice: —Robertico, ven y cógela por el cañón —cerrando rápidamente. Casi me dio deseos de reír y les comenté a los compañeros: —Nunca había visto un loco más cuerdo que este: se identifica como mi ayudante, recuerda mi nombre, cambia el peine de la pistola, me habla y me pide que vaya a coger la pistola por el cañón y, además, me dispara. Todos reímos. Nos alejamos un poco del lugar y orienté que nadie disparara. En dos ocasiones sonaron otros dos disparos. Como ya yo había estudiado el ángulo en que él abría la ventana, les dije a los compañeros dónde me situaría para continuar hablándole y dispararle con una escopeta de gases lacrimógenos que había mandado a traer de uno de los patrulleros. Orienté a todos que no debían disparar, solo en defensa propia, si él los agredía directamente. Que mantuvieran la vigilancia y la calma, que seguro los gases lo harían salir. Me acerqué y comencé a hablarle, pero esta vez con una escopeta de gases cargada y apuntando hacia donde se abriría la ventana. Nuevamente le dije: —Albertico, soy Robertico, deja la pistola allá adentro y sal con las manos en alto, no te pasará nada, yo te lo garantizo. Poco a poco, muy lentamente, comienza a abrirse la ventana y escucho su voz diciendo mi nombre, en ese instante disparé el cartucho lacrimógeno que entró a la habitación con tremendo estruendo, y la ventana quedo entreabierta. Albertico efectúo dos disparos allí dentro, a los pocos momentos el humo salía por la ventana como un volcán anunciando su erupción, y el ambiente se llenó de gas ardiente que nos picaba como cebolla en los ojos, sintiéndolo nosotros también, por lo cerca estábamos. —No disparen —dije a mis compañeros—, él tiene que salir obligatoriamente. Se abrió la puerta y Albertico salió a toda velocidad como un toro en la pista de rodeo, restregándose los ojos y gritando: — ¡Ay, mi madre! ¡Ay, mi madre! —estiró el brazo derecho y comenzó a disparar: uno, dos, tres disparos. En ese momento le grité fuertemente: — ¡Suelta la pistola o te disparo! ¡Suéltala! ¡Suéltala rápido! ¡Suéltala! Aquel joven enloquecido tiró la pistola al piso y, dando gritos y alaridos, comenzó a correr y tropezó con la pared, dándose un buen golpe en la cara que tenía protegida por ambas manos, y gritaba y gritaba. Para no darle tiempo a que regresara a recuperar la pistola, me colgué de ambos brazos y me dejé caer en el patio. El loco corrió por un estrecho pasillo que enlazaba ese patio pequeño con las habitaciones y el resto de la casa, rumbo a la puerta de la calle. Habíamos colocado tres compañeros bien grandes y fuertes en la puerta, para capturarlo sin usar las armas. Yo cogí la pistola y dije a los compañeros que habían saltado junto a mí, que me lo trajeran, que ya estaba desarmado. —Jefe, no aparece, se ha fugado. — ¿Fugado? Si esto es una casa larga estrecha y hay como veinte policías en la puerta principal. —No aparece, se ha fugado —Tiene que estar por ahí, busquen bien —les dije —Aquí está, aquí está, lo tengo —gritó desde las habitaciones uno de ellos. —Está dormido como una piedra y tiene la cara sucia y los ojos llenos de lágrimas —nos explicó otro.

El joven se encontraba dentro de un escaparate antiguo, en la zona de la puerta más estrecha, donde se cuelga la ropa en percheros. Se había metido en aquel lugar, se había agachado, doblando las piernas y apoyando la barbilla sobre las rodillas, se había tapado con una colcha, colocándose un bulto de ropa arriba y estaba dormido profundamente. Anteriormente ya habían abierto el escaparate, solo vieron el montón de ropas y cerraron de nuevo, por eso no aparecía. Uno se preguntaría "¿Cómo un enfermo mental puede realizar estas cosas que parecen pensadas y ejecutadas por alguien bien cuerdo?" Con urgencia los combatientes lo cargaron y lo llevaron en una ambulancia para la casa de socorros de Corrales que se encontraba a menos de 300 metros. Allí estuvo acostado en una camilla, dormido por más de dos horas, los médicos no quisieron despertarlo, ya que se veía que tenía la salud bien deteriorada. Alberto despertó acostado en la camilla, amarrado con correas y hablaba con su papá como si estuviese sentado en la sala de su casa. —Papá, yo estoy trabajando en los bomberos, y hago ejercicios, y mira qué fuerte me he puesto —así dijo muchas cosas completamente incoherentes (de fuerte no tenía ni el apellido: era un verdadero esqueleto, y el padre de Alberto hacía cerca de quince años que había fallecido. Un siquiatra lo revisó y lo remitió a Mazorra para su estudio, pues estaba completamente ido del mundo. Esta es la historia en la que nos hicieron varios disparos a boca de jarro y por poco nos envían, al Loco Baldoquín y a mí, directico al otro mundo. Testimonio de Humberto Soler Baldoquín (El Loco Baldoquín) El caso de Albertico. Yo estaba en el patio de la unidad, en pulóver y pantalón de uniforme, con un guante de pelota en la mano. Tenía en la cintura un revólver calibre 38 de un compañero para llevarlo a reparar porque al accionarlo le saltaba la maza. De pronto siento unos disparos, y nuevamente otros disparos y veo a un sujeto con un arma en su mano, que baja las escaleras a gran velocidad y corre por la calle Corrales en dirección a la calle Suárez, lo persigo y le grito que se detenga pensando que era un contrarrevolucionario. Al transitar por Corrales y Cárdenas, se vira y me efectúa dos disparos, pero continúo en su persecución. Al pasar por la esquina de Factoría veo un vigilante y le grito: "¡Cógelo!" El compañero se sorprende, quizás por ver al perseguido vistiendo uniforme militar, y a mí con un guante de pelota en la mano y el revólver en la otra. Increpo al policía, pero continúo persiguiendo a Albertico, quien me hace otro disparo, aunque sin apuntarme, me lanzo delante de un auto parquea do, me incorporo y continúo, llegando a Corrales y Suárez, en cuya esquina había una carnicería. Me dispara nuevamente y se mete en una vivienda que estaba frente a un cine, donde al parecer residía un familiar. Trato de avanzar y disparo nuevamente; llegan dos motos de patrulla y uno o dos vigilantes. Les indico que había un prófugo armado en el edificio y que rodearan la manzana para que no escapase. Como los últimos disparos me pasaron muy cerca, corr9o al cuartel de bomberos, tomo un fusil M1 y retorno al lugar. Entonces llega Robertico, quien sube a la azotea del edificio contiguo y comienza a hablarle a Albertico; le dice que él es su amigo y que no quiere hacerle daño, que se entregue, que no le va a pasar nada. Albertico responde que vayan a cogerlo y dispara a la azotea. Robertico manda a buscar una escopeta de gases lacrimógenos y dispara hacia un baño donde se había refugiado Albertico, un rato después Robertico grita que no disparen, que ya el muchacho había salido del baño y había tirado la pistola, lo encontraron desmayado, por la acción de los gases, en el interior de un escaparate y lo llevaron a la casa de socorro de Corrales y Zulueta. Algo increíble sucedió en esta ocasión: a pesar de los numerosos disparos, no hubo víctimas ni heridos, sin embargo, al día siguiente se produjo una riña tumultuaria en la calle Apodaca entre Economía y Cárdenas, y un vigilante que acudió al lugar efectuó un disparo al aire, y en los altos de un edificio de la cuadra había un ciudadano recostado en un sofá y el disparo le atravesó el corazón, matándolo instantáneamente. Una carta al Che No quisiera que los lectores tomaran este pequeño relato como un alarde, envalentonamiento, osadía o irrespeto con un dirigente de la Revolución, ni nada parecido. Al contrario, creo que lo sucedido es algo que demuestra la sensibilidad de un verdadero dirigente o de un héroe de estatura universal, como lo fue Ernesto ¨Che¨ Guevara. Los años 1960-1965 fueron muy duros para los bomberos, ya que se producían incendios con mucha frecuencia y contábamos con escasos recursos, incluyendo los más elementales. Con la idea de dar a nuestros jefes de unidades y a los principales cuadros una explicación detallada sobre problemas organizativos, de falta de equipos y recursos y otros temas importantes para nuestra actuación diaria, y, además, para levantar la moral combativa, el ánimo de nuestros hombres, y para pedirles el máximo esfuerzo, incluyendo un llamado para no dejar perder, a como diese lugar, un recurso del estado, por grande o pel igroso que fuese el siniestro, pensé en organizar una amplia reunión con el personal de nuestra institución. Le expliqué el tema al entonces jefe de la Dirección Política del MININT, compañero Aldo Álvarez Ávalos, el cual aceptó y quedó encargado de hacer el discurso político y la arenga a nuestros hombres. Organizamos la reunión en el teatro de la CTC y fue un éxito total, la moral y la disposición combativa se levantaron, los hombres reaccionaron de forma positiva y salieron de aquella reunión dispuestos a enfrentarse hasta con el mismo diablo dentro del infierno ardiendo.

Creo que no habían pasado diez-quince días de aquella reunión y me encontraba en el auto de recorrido por las unidades, escuchando en el radio el discurso del ministro de Industrias de Cuba, Comandante Ernesto ¨Che¨ Guevara, durante la inauguración de la Termoeléctrica de Mariel. Estaba yo concentrado en sus palabras, y de pronto el Che hace una referencia que me dejó totalmente aturdido. No lo recuerdo textualmente, pero dijo algo muy parecido a que: "no debemos ser o actuar como los bomberos, que se sientan en sus unidades a esperar que venga un fuego, debemos actuar constantemente". Creo que habló mucho más fuerte, pero ya no recuerdo bien. Realmente, al parecer, en mi mente amplié el sentido de aquellas palabras, y me encontraba ofuscado, encolerizado, pues, a mi entender, no tenía ninguna lógica aquella ofensa dirigida a los hombres que se jugaban la vida constantemente para proteger al prójimo y a los bienes del estado. Y esto sucedió precisamente unos días después de que habíamos hablado a esa tropa pidiéndole sacrificios y esfuerzos. No era concebible que un jefe de la estatura política del Che se expresara de aquella forma. Dicen que encolerizado nunca se debe escribir, y yo lo hice. Para qué fue aquello: para no cansar a ustedes, en un resumen de dos páginas le hice las historias que estamos contando en este libro, destacando, además, la vida sacrificada de esos hombres y otras cosas más. Después supe que muchos de nuestros oficiales y jefes de los bomberos interpretaron lo mismo que yo. Sentíamos que, aunque no hubiese existido mala intención, aquellas palabras nos tocaban directo al corazón, sobre todo por venir del ¨Che¨, un dirigente tan querido y respetado por todos. Temprano al otro día, le llevé aquel documento al Ministro del Interior, Comandante Ramiro Valdés Menéndez, quien, además, siempre estuvo al lado del Che como su segundo al mando. Después de leerla detenidamente, me dijo: —Oye, tú interpretaste mal sus palabras, él no quiso decir esto que tú dices aquí. No se la entregaré. Yo le insistí, y le insistí, y le insistí, esgrimiendo múltiples razones. Él me dijo: —Robertico, tú no conoces al Che, se puede molestar con todo lo que dices aquí. Le pedí permiso para retirarme y le solicité que, por favor, la hiciese llegar a su destinatario. Como a menudo tenía que ver al Comandante Ramiro para temas de trabajo, siempre le preguntaba: — ¿Jefe, entregó mi carta? Él me respondía: —No la voy a entregar. Aproximadamente dos o tres meses después, un domingo en la tarde, recibí una llamada para que me comunicara con el Ministro. —Oye, cabezón —me dijo en forma jocosa—, ya entregué tu carta. Aunque ya había pasado tanto tiempo y yo había tenido oportunidad de analizar y re analizar el discurso, y al final le daba la razón al Comandante Ramiro. De todas maneras me alegró la noticia y le pregunté: — ¿Dijo algo? —La leyó y al final se sonrió —me respondió y no dijo nada más. Creo que me respondió así para no decirme lo que realmente había dicho el Che, pero me sirvió de consuelo. Pasaron varias semanas y un día por la tarde el oficial de guardia le informa a Pire, chofer del auto de la jefatura, sobre la visita de un dirigente del país a la cuarta unidad (Santa Catalina). Yo estaba en l a Refinería Ñico Lópe9z haciendo las conclusiones de una inspección. Cuando salí hacia el auto para retirarme del lugar, el compañero Pire me dijo que me comunicara con la pizarra, que había un recado para mí. Me explican por la planta que el comandante ¨Che¨ Guevara estuvo más de hora y media en la Unidad no. 4 en la Avenida de Santa Catalina, y que había estado hablando con todo el personal. De inmediato me dirigí allá para saber el resultado de la visita. El jefe y los compañeros de la unidad me contaron con lujo de detalles todo lo que había dicho, preguntado y los comentarios que había hecho. Que parecía que Che conocía profundamente el trabajo de los bomberos, por los planteamientos que hizo. Los felicitó a todos por su valentía y heroísmo patriótico, y elogió el trabajo del bombero. Después identificábamos esta histórica visita como "La respuesta del Che". Fue algo sumamente emotivo para todos: para mí este gesto del Che fue una lección de dura enseñanza: aprendí a no precipitarme en escribir, a profundizar y evaluar bien lo que escucho y no hacerme falsos criterios. En aquel momento yo tenía 20 ó 21 años de edad, creo que eso lo explica todo.

Capitulo VIII

Prevención contra incendios

Pedro Pablo Martínez Vasallo. Coronel ® Ex Jefe de Prevención y de la Dirección General contra Incendios. Internacionalmente, ¨La Protección Contra Incendios¨ abarca toda la sociedad en su conjunto y se divide en ¨Protección Pública y Protección Privada¨ La protección Pública es el servicio que brinda el Estado y la Protección Privada, consiste en el sistema que establecen las grandes empresas a fin de proteger sus inversiones. Todo Cuerpo de Bomberos tiene como objetivo dos actividades básicas que son: el servicio de Prevención de Incendios y el servicio de Extinción de incendios. Definiendo a grandes rasgos el servicio de Prevención de incendios, este se realiza mediante un grupo de inspectores, que partiendo de las regulaciones legales establecidas, realiza inspecciones a los objetivos económicos y sociales determinando las posibilidades e surgimiento de incendios, las vías de propagación, las fuerzas y medios para su extinción mediante equipos fijos y portables, la evacuación de personas, animales y bienes y establece las medidas preventivas que beben adoptarse a fin de eliminar o reducir a un mínimo posible, las dañinas consecuencias de un incendio. En los primeros años de la revolución, los servicios de Prevención contra incendios, prácticamente no existían, ya que se depuraron las filas de este cuerpo, ya que los bomberos fueron utilizados de forma continua en actividades represivas por el gobierno Golpista del Dictador Batista. Producto de estas depuraciones, no quedo prácticamente personal especializado en la materia de prevención contra Incendio, solo raras excepciones como el compañero Miguel Ángel Álvarez, relacionado a las actividades de prevención. En este caso, la mayoría del personal era de nuevo ingreso, todos revolucionarios y valientes, pero con ninguna o muy pobre preparación técnica (entre ellos, incluido yo) y el servicio se fundamentaba en la actividad de Extinción de Incendios, pues no existía nada referido a la actividad de Prevención. Los sistemas de prevención como tal, solo existían en algunas grandes Empresas de propiedad extranjera (fundamentalmente las Norteamericanas) como refinería Esso-Texaco y otras, similares, que dentro de sus estructuras tenían supervisores de prevención de incendios. Además de los antes planteado, la mayoría de los compañeros que administraban las diferentes instalaciones de producción, comercio y servicios, carecían de los conocimientos elementales relacionados con la Prevención contra Incendios y no tenían a nadie que los pudiera asesorar al respecto. Por lo que es lógico suponer que el estado de peligrosidad en las instalaciones era de elevado nivel. Esto influyo en parte, que en los primeros años posteriores al triunfo de la revolución, cuando se produjo una intensa actividad enemiga interna, por hechos de sabotajes por incendios, producto de las condicion es existentes de almacenaje indebido de sustancias inflamables, sólidos combustibles, indebida separación de estibas, instalaciones eléctricas con carácter provisional, carencia de medios de extinción, falta de preparación del personal en la extinción, obstrucción de las vías de evacuación y un sinfín de condiciones que facilitaban la propagación rápida de los incendios. Muchos de estos hechos se convirtieron en grandes incendios de muy difícil trabajo de extinción para el personal de las unidades de bomber os, que esta demás decir que en todos los casos actuaron con heroísmo y muchos perdieron la vida en cumplimiento de su deber. Con lo anteriormente dicho, no pretendo reducir la intencionalidad criminal de la contrarrevolución, sino, destacar la difícil y compleja situación que enfrentaban los bomberos de aquella época, que a fuerza de coraje, valentía y fidelidad la Revolución, exponían sus vidas para salvar a sus semejantes y los bienes pertenecientes al pueblo. A finales del año 1963, después de elaborar una base material de estudio, quizás algo elemental, pero suficiente para aquel momento, los compañeros Miguel Ángel Alvares, Francisco Pérez Marín y yo, organizamos e impartimos el primer curso de inspectores de prevención de incendios, con una duración de 45 días. Con este personal se organizo el primer cuerpo de Inspectores de Prevención de Incendios, designándose para ser dirección al compañero Francisco Duran (Cajetilla). Posteriormente llegaron dos asesores soviéticos que ayudaron a conformar las normas de prevención contra incendios para los diferentes lugares, de acuerdo a los productos almacenados, peligrosidad que ofrecían, etc. Ya para junio de 1964, se emite una resolución (109/64) por el Ministro del Interior, estableciendo las normas preventivas, exigiendo su más estricto cumplimiento a los directivos de todas las instituciones del país. Posteriormente se crea a nivel de la Dirección, la asesoría técnica de Prevención de incendios, integrada por: Francisco Pérez Marín, Mildo Man Calzado, (el chino) que atendía el frente de divulgación, el compañero Miguel Ángel Álvarez y yo, mas el Ing. Luis Cao Llado (civil) proveniente de las compañías de seguros y que fue el puntal de esta actividad, por sus grandes conocimientos, teoricos-practicos. En el año 1966 se realiza la primera semana de Prevención e Incendios a nivel Nacional. Posteriormente se crea el Departamento Nacional de Prevención, bajo la dirección del Tte. Coronel ® Rafael Pupo Santisteban. Y desde entonces el Departamento de Prevención fue creciendo en actividad, desarrollándose un exitoso trabajo a lo largo y ancho del país, incorporando nuevo personal, con mayor calificación técnica, creándose cursos nacionales e internacionales, en Rusia, Alemania democrática y otros, donde se capacitaron múltiples compañeros. Varios de nuestros compañeros participaron en tareas internacionalistas. Otros fuimos condecorados con la medalla ¨Por la Valentía durante el Servicio¨, en mi caso poseo dos de esas condecoraciones. Un saludo a todos los compañeros que durante diferentes épocas trabajamos en estas hermosa y heroicas tareas.

Capitulo IX

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
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