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La cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación (página 3)


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Todos estos planteos permiten connotar en la concepción de la formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación que se presenta los contextos donde se despliega el ejercicio de la profesión del educador.

  • Desde lo psicopedagógico:

Se asumen determinados postulados del enfoque socio-histórico cultural fundado por L.S. Vigotsky y sus continuadores, particularmente las ideas de S. L. Rubinstein y A.N. Leontiev[14]desde la Psicología de orientación marxista.

Así, se concreta como fundamentos la concepción dialéctica de las relaciones entre aprendizaje y desarrollo, cuyo eje central es el concepto de zona de desarrollo próximo de (Vigotsky,1988).

Para él, la psiquis es entendida como una entidad dinámica variable, producto del desarrollo histórico de la sociedad, en el cual el desarrollo individual pasa por transformaciones tanto estructurales como funcionales. Plantea que las funciones psíquicas superiores son un producto de la apropiación de la experiencia histórico-social acumulada por la humanidad y que se encuentra en los objetos y fenómenos que, a su vez, constituyen síntesis del decursar histórico de la humanidad; o sea, la apropiación constituye el mecanismo fundamental por el cual se produce el desarrollo psíquico humano.

Introduce Vigotsky en la relación hombre-mundo, concretada como una relación sujeto-objeto, un elemento mediador, que él llama instrumento; para él, el adulto desempeña un papel decisivo como mediador de la relación sujeto-objeto y como portador de las formas más generales y concretas de la experiencia histórico-social y de la cultura, contenidas en los objetos de la realidad circundante del sujeto.

La concepción Vigotskiana de zona de desarrollo próximo no sólo funciona en el niño, sino durante todo el ciclo vital del hombre, teniendo en cuenta que la enseñanza va delante del desarrollo, conduciéndolo y creando nuevas posibilidades para el desarrollo posterior; por lo que es totalmente funcional en la educación superior. Esto es un fundamento importante para concebir la instrucción y la educación ética del futuro profesional de la educación.

Según su teoría, las estructuras formales de la mente se forman como producto de la apropiación del bagaje cultural producido por la evolución histórica de la humanidad que se transmite en la relación educativa; estas se comunican de generación en generación y no sólo implican contenidos, conocimientos, también suponen formas, estrategias, modelos de conocimiento, que el individuo capta, comprende, asimila y practica; por esto se resalta el valor de la instrucción y se le da gran peso a la actividad tutorada[15]

Del modelo de Orientación Educativa (Suárez, C. y Del Toro M. 1999) se asumen los postulados que refrendan la orientación desde su función preventiva, como una relación de ayuda que implica el desarrollo de las potencialidades de cada sujeto a través del diálogo y de un amplio proceso interactivo.

Desde el reconocimiento de estas autoras acerca de la orientación educativa como un proceso con carácter estratégico, sistémico, metodológico y educativo, se significa su sentido potenciador en el desarrollo de la subjetividad del profesional de la educación y particularmente en la apropiación de una cultura ético-axiológica humanista, a través del proceso interactivo que tiene lugar en el contexto de su formación inicial.

Permite advertir el proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación como un tipo especial de orientación educativa encaminada a desarrollar los recursos personales del sujeto como herramientas para la comprensión del sentido eminentemente ético-axiológico humanista del ejercicio profesional pedagógico.

Se tiene en cuenta el enfoque desarrollador del aprendizaje y de la enseñanza elaborado y desarrollado por Castellanos D., Castellanos B., Llivina M. y otros (2002), en el cual el aprendizaje se concibe como un proceso que ocurre a lo largo de toda la vida y que se da en diferentes espacios, en él cristaliza la dialéctica entre lo histórico-social y lo individual-personal y supone el tránsito de lo externo a lo interno, de lo inter a lo intrapsicológico, de la regulación externa a la autorregulación, posee un carácter intelectual y emocional y es un proceso de participación, colaboración e interacción.

El enfoque antes aludido constituye un sistema conformado por: los contenidos o resultados del aprendizaje (¿qué se aprende?), estos son diversos, se resumen como cognoscitivos, procedimentales y valorativos; los procesos o mecanismos del aprendizaje (¿cómo se aprende?), se aprende en la actividad y como resultado de la misma, es regulado y en un nivel superior autorregulado, es constructivo por cuanto no constituye una copia reproductiva de la realidad y ha de ser significativo en el que el nuevo contenido cobre un determinado sentido y debe ser motivado; las condiciones del aprendizaje (¿en qué condiciones se desencadenan los procesos necesarios para aprender los contenidos esperados?), es mediado por los "otros", que pueden ser el profesor, el grupo escolar, la cultura expresada en el currículo, y también por la actividad de comunicación como característica esencial del proceso, el mediador fundamental es el maestro, es cooperativo, significa interacción y comunicación con otros, colaboración, y es contextualizado, ya que transcurre en una realidad en la que está inmerso el sujeto.

Estos fundamentos permiten en la concepción que se presenta cualificar y caracterizar el aprendizaje ético del profesional de la educación en formación.

Por otra parte, se tiene en cuenta la concepción de la comunicación educativa como instrumento del proceso formativo. Un proceso verdaderamente educativo es aquel en el que las relaciones entre el profesor y el alumno no son únicamente de información, sino de intercambio, de diálogo educativo, de interacción y de influencias mutuas.

De esta forma, la comunicación educativa tiene tres importantes consecuencias para el proceso formativo: la creación de un clima psicológico favorable para el diálogo, la optimización del aprendizaje y el desarrollo de las relaciones profesor-alumnos y entre el grupo de alumnos.

Otro fundamento lo constituye la comprensión de la autonomía humana (Morín, 1998), como aspecto sustancial en la Teoría de la Complejidad[16]que se comprende como un proceso complejo que depende de condiciones culturales y sociales, implica la posibilidad de reflexionar y elegir entre un cúmulo de ideas que una cultura determinada puede ofrecer, si previamente se ha aprendido un lenguaje, un saber que vincule al individuo a esa cultura, por lo que la autonomía se nutre de la dependencia: del lenguaje, de la educación, de la cultura, de la sociedad y también de los genes. Este planteo permite comprender en esta tesis el vínculo estrecho entre heteronomía moral y autonomía moral y cómo se transita de la primera a la segunda, a partir de qué dependencias y condicionantes.

En este mismo ámbito se valoran los principios para pensar la complejidad: el principio dialógico, el principio de recursividad y el principio hologramático. Según este, el principio dialógico permite asociar dos términos que pueden ser a la vez complementarios y antagonistas y que permite mantener la dualidad en la unidad; el principio de la recursividad que permite comprender la relación causa-efecto no de forma lineal sino en espiral y el hologramático que permite explicar que no sólo la parte está en el todo sino que el todo está en la parte, por lo que se puede enriquecer el conocimiento de las partes por el todo y del todo por las partes en un mismo movimiento del conocimiento.

Estas son tesis básicas para concebir el propio proceso formativo que se trata desde una visión diferente, más a tono con la idea de que cualquier estudio que tenga que ver con la condición humana ha de ser, por necesidad, multifacético.

Es por eso que desde estos propósitos morinianos se abstraen en este trabajo las perspectivas o dimensiones ética y axiológica de la condición humana como el conjunto de elementos claves, tales como: la aceptación, la solidaridad, la equidad y la justicia, que constituyen valores universales y devienen rasgos esenciales que la identifican.

Estos valores son expresión de lo humano universal que al decir de Montoya J., Fuentes H. y Fuentes L. (2012, pág. 359-360) "…propicia la propia estructura concreta de la condición humana hacia el estado dinámico de la existencia y la esencia que condiciona la auténtica ética-estética de la vida…" y continúan plantando, "… de ahí que la condición humana se proyecta hacia el encuentro del porvenir, del devenir y por tanto de la dignidad del hombre como en profundidad y totalidad de su cultura…"

Se infiere entonces que la finalidad hacia la que se proyecta la condición humana, en lo que esta autora llama las dimensiones ética y axiológica de la misma, es la dignidad del hombre, categoría ético-axiológica que es premisa y síntesis de los valores universales que se han definido como claves para la condición humana en esta tesis.

La condición humana, por tanto, se legitima en la práctica educativa a partir de un determinado sistema de influencias educativas que favorezcan el ejercicio de los elementos claves que la identifican, reconociendo su particular relevancia en el contexto formativo del profesional de la educación, atendiendo al hecho específico de que es éste profesional y no otro quien tiene la encomienda social de enseñar la condición humana a las futuras generaciones, o como dijera un filósofo cubano:

"…una cultura del ser existencial para la convivencia humana, sin autoritarismo e intolerancias estériles, como prerrequisito para el advenimiento de una humanidad como ciudadanía planetaria, donde la relación individuo–sociedad–especie se aborde en toda su complejidad de mediaciones, determinaciones y condicionamientos contextuales planetarios. Una ética que propicie la democracia participativa y se construya en espacios comunicativos, sobre la base de la razón y la sensibilidad dialógicas". (Pupo, R. s/f, p.4)

La concepción pedagógica de la formación de la cultura ética del profesional de la educación se estructura como un todo, donde cada componente está interrelacionado con el otro en una expresión dialéctica de lo general y lo singular a través de lo particular y de las relaciones entre el todo y las partes.

La concepción pedagógica que se presenta revela las regularidades cardinales del proceso de formación de la cultura ética del profesional de la educación, en tanto atañe una de las direcciones fundamentales de la formación del sujeto como persona y como profesional de la educación, y a su vez la de sus futuros alumnos. Así mismo se visibilizan los nexos fundamentales entre las categorías que se configuran en la misma y que constituyen el núcleo del aparato teórico-metodológico, así como las relaciones esenciales que la conforman.

Para su conformación se apela a la concepción teórico-metodológica del modelo de formación de la universidad cubana actual, en particular lo relacionado con las dimensiones del proceso de formación, que en su integración expresan la misión de preparar al universitario para un desempeño profesional integral en la sociedad, en este modelo el sistema de influencias educativas tiene el rango de estrategia principal y se expresa en un enfoque integral para la labor educativa que tiene su expresión concreta en el Proyecto Educativo (Horruitiner, 2007).

II.2 Concepción pedagógica del proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación.

La concepción que se presenta se caracteriza por ser expresión de la articulación armónica entre los elementos teórico-metodológicos precisos que permiten conceptualizar y caracterizar epistemológicamente el complejo proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación desde la formación inicial y que se derivan de la integración orgánica del propio aparato categorial de la Ética como ciencia filosófica, la Pedagogía, la Psicología y la Filosofía de la Educación como disciplinas científicas; de ahí que se declare la misma como una concepción pedagógica de raigambre filosófica.

En la presente investigación se entiende por concepción pedagógica una expresión teórica articulada por el conjunto de ideas, conceptos y categorías que, a partir de sus relaciones internas, esenciales y estables, definen las peculiaridades de un proceso pedagógico particular, donde se significan rasgos cardinales de la formación del educando que aluden a contenidos afectivos, valorativos, motivacionales y relacionales y definen las cualidades personales del mismo.

De esta forma, se concibe esta concepción pedagógica como una estructura integral y totalizadora, la cual se articula a partir de las categorías esenciales que caracterizan al proceso y sus relaciones primordiales entre la formación humanista, la formación ética y la formación axiológica y se sintetizan en la formación de una cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación como la categoría esencial que cualifica y tipifica la especificidad del proceso, este se da a partir de la dinámica de lo instructivo, lo educativo y lo orientador desde la perspectiva de lo ético, donde el aprendizaje ético deviene eje dinamizador, emergiendo así la regularidad del aprendizaje ético meta-reflexivo, a partir de la cual se revela el principio del carácter transverso de lo ético en la formación del profesional de la educación y el método formativo de diálogo ético educativo.

Los elementos que articulan la concepción se precisan en los siguientes:

  • Las relaciones entre las categorías formación humanista, formación ética, formación axiológica y formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación.

  • Las dimensiones del proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación y su dinámica.

  • La regularidad del aprendizaje ético-meta-reflexivo.

  • El principio del carácter transverso de lo ético en la formación del profesional de la educación.

  • El método formativo de diálogo ético educativo.

Las relaciones entre las categorías formación humanista, formación ética, formación axiológica y formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación.

El proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación desde su formación inicial se despliega a través de la dinámica del proyecto educativo en sus diferentes niveles de integración, donde el grupal desempeña un papel trascedente, por su singularidad en cuanto al proceso educativo que tiene lugar en el grupo al cual pertenece el profesional en formación; en este espacio grupal intervienen múltiples agentes e influencias, implicando de forma especial a cada uno, lo que apunta a la relevancia que aquí adquieren los factores vinculados con la subjetividad individual y social, a ello no escapa la apropiación de las normas, reglas y preceptos de la moral que condicionan el comportamiento del sujeto; consecuentemente, se considera que los proyectos educativos tienen una finalidad desarrolladora, para lo cual deben comprometer a todas las personas que interactúan en el proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación, desde posiciones abiertas a la diversidad, planeando de forma sistémica y flexible determinados objetivos, resultados y tareas que sean viables, con vistas a garantizar la sostenibilidad de las transformaciones educativas que se promueven al interior de cada grupo en particular y de la Universidad en general.

Es así como el proyecto constituye una propuesta de acción educativa que se concibe y ejecuta con el propósito de desencadenar procesos de cambio en las concepciones, actitudes y prácticas, de modo que la escuela y su comunidad educativa se acerquen a un proceso formativo cada vez más pertinente con los derroteros del desarrollo humano.

Desde esta óptica, la formación humanista, así como la formación ética y la formación axiológica cobran un valor inusitado en la autentificación de la condición humana que ha de tener lugar en la formación de los profesionales de la educación.

La formación humanista constituye un fenómeno de índole cultural, lo que se deduce de la propia concepción de cultura asumida en esta investigación; así mismo constituye un fenómeno educativo, avalado igualmente por el vínculo existente entre cultura y educación.

Por formación humanista del profesional de la educación[17]se entiende una manera sui géneris de enseñar, de conducir y de formar al educador en el espíritu del humanismo teórico-práctico, plasmado en el modelo de hombre que como finalidad persigue la educación, está sujeta a una práctica educativa marcada por la sensibilidad humana, en la cual lo humano ha de ser la medida de todas las cosas. Esta trasciende la enseñanza de las humanidades y la formación humanística; está sujeta al modelo de hombre, al ideal de hombre al que se aspira y está signada por las condiciones y circunstancias históricas, políticas, económicas y socio-culturales.

Esta visión permite comprender que a pesar de las múltiples aristas que posee la formación humanista como proceso, la misma se articula y vertebra a partir de su dimensión ética, donde lo moral jerarquiza y transversaliza todo el proceso, siendo entonces la formación ética una dimensión ponderadora en el mismo.

De esta forma, la demanda social está expresada en términos de una formación humanista del profesional de la educación, que desde la perspectiva de la ética implique una autonomía moral, donde el futuro educador sea capaz de poder hacerse cargo racionalmente y emocionalmente de las propias decisiones, en condiciones de argumentar con otros sus propias razones, escuchar las que son diferentes, buscar consensos racionales, compartir proyectos comunes, respetar responsablemente los principios básicos de una convivencia social justa y no actuar miméticamente o con doblez, desde y para las disposiciones heterónomas. De ahí que, la formación humanista de este profesional conduce necesariamente al análisis de la formación ética del mismo.

Es así que, la formación ética del profesional de la educación[18]se reconoce como el proceso particular de formación humanista que dinamiza la formación y el desarrollo moral del profesional de educación, a partir del ejercicio de la reflexión, la crítica y la argumentación ética, en el que intervienen múltiples agentes socializadores favorecedores del aprendizaje ético como mecanismo de apropiación por parte del sujeto de un conjunto de saberes imprescindibles para su educación y el ejercicio de su profesión, desde los presupuestos éticos y axiológicos de la condición humana.

En esta singular relación, la formación ética del profesional de la educación viene a ser el colofón que ratifica la validez y pertinencia de la formación moral de un profesional de la educación, el cual no ha de conformarse sólo con vivenciar los eventos morales que tienen lugar en el ejercicio de su profesión o en su vida cotidiana, sino también que debe ser capaz "de flotar" sobre ellos y en un proceso de abstracción lógica y reflexiva, valorar la naturaleza y finalidad de estos eventos y su sentido en el desarrollo de la condición humana desde lo ético y lo axiológico.

De esta forma la formación ética del profesional de la educación constituye una dimensión sui géneris de la formación humanista del mismo; coincidiendo con el pensamiento pedagógico Moriniano, se trata entonces de una formación centrada en la condición humana, que permita al estudiante reconocerse ante interrogantes de raíces egocéntricas y genocéntricas ¿quiénes somos?, ¿dónde estamos?, ¿de dónde venimos? ¿hacia dónde vamos? Interrogantes de connotación ética que se sintetiza en la ética del género humano (Morin E.; 2001).

La formación ética está abocada a formar educadores críticos e insertados de forma activa en su entorno, tal finalidad no puede conseguirse si no se estimula la interpretación, el razonamiento, la argumentación, la reflexión, la valoración, el diálogo, la crítica, la capacidad de elección y de resolución de conflictos, procesos todos que tienen una dimensión ética y axiológica y deben potenciarse desde una formación profundamente humanista.

La formación ética en general, ha de estar orientada a la edificación de sujetos competentes y de excelencia no sólo en su ejercicio profesional, sino, ante todo, en su forma de ser y de vivir, a través del respeto, la solidaridad y la justicia, la tolerancia y la equidad, ella es expresión de la formación moral[19]de un sujeto como integridad bio-psico-social, situada en su contexto y capaz de reflexionar críticamente y argumentativamente sobre su propio proceso de formación moral.

Por su parte, al igual que la formación ética constituye una arista o dimensión sui géneris del proceso de formación humanista del profesional de la educación, a partir de la cual este se vertebra, la formación axiológica constituye otra dimensión que complementa, en unidad orgánica, la dimensión ética.

La formación axiológica del profesional de la educación[20]constituye un proceso que pone al futuro educador en situación de apropiarse de herramientas que le permiten realizar una reflexión teórica, crítica y argumentativa acerca de los valores, la valoración y el proceso de formación de valores en el que se está formando y que a su vez tiene que formar en sus educandos.

Entendido de esta manera, éste trasciende el proceso de formación de valores, por cuanto no se trata de una transmisión fría de valores, más que enseñar y tratar de educar valores fijos, se trata de enseñarlos a valorar por sí mismo, a reflexionar, desde la argumentación y la crítica, sobre el contenido del cual se nutren valores universales como la justicia, la solidaridad, la equidad y la tolerancia, de acuerdo a las situaciones y escenarios concretos, mostrarles que ese contenido es mutable y que en ocasiones ellos, los valores, chocan y hay que elegir por el que jerárquicamente es más significativo, pero que esa escala es igualmente cambiable y dependiente de las circunstancias, se trata de preparar al futuro profesional de la educación para que pueda orientarse valorativamente de modo correcto ante cualquier eventualidad de su vida personal, profesional y social.

Al caracterizar y revelar las relaciones existentes entre estos procesos formativos (expresados a través de estas categorías) se revela el hecho de que los mismos se sintetizan, resumen y compendian dialécticamente en un proceso de formación de una cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación, lo que se puede avalar a partir de los siguientes postulados teórico-conceptuales:

  • La consideración del proceso como expresión esencial de las dimensiones ética y axiológica de la condición humana y por tanto deviene eje vertebrador de la formación humanista del profesional de la educación en particular.

  • En el proceso se revela el vínculo orgánico intrínseco entre lo ético y lo axiológico, que parte del hecho de que la moral, y por tanto, la ética, penetra cualquier fenómeno social (actividad y relaciones humanas) y consecuentemente educativo, de ahí que esta atraviesa todo el sistema de valores y su teoría correspondiente, revelándose así la posibilidad de formar valores desde el propio proceso de formación ética del profesional de la educación.

  • Lo ético sintetiza, a través de las nociones sobre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, los valores subjetivos surgidos espontáneamente de la praxis cotidiana, socializados y convertidos en patrimonio común para un determinado grupo social, del cual se apropia y utiliza como reguladores de la conducta.

  • En este proceso se concibe lo ético como objeto de aprendizaje, que no se reduce sólo a la formación de valores morales, sino que concierne al aprendizaje de contenidos éticos y axiológicos que en el proceso formativo él puede construir y reconstruir reflexivamente, críticamente y de forma creadora.

  • El aprendizaje ético apunta a la dimensión axiológica, ya que los valores que se aprecian por una sociedad justa y democrática como ideales, la educación está llamada a contextualizarlos como atributos del ambiente educativo y del modo de actuación del profesional de la educación en formación.

  • El proceso se concibe desde los postulados conceptuales y metodológicos que la Ética, la Axiología y la Pedagogía han elaborado como constructos científicos y se contextualizan en las condiciones y circunstancias concretas en que transcurre la formación del profesional de la educación.

  • El proceso posee carácter transdisciplinar en tanto utiliza y elabora conceptos transdisciplinares desde un enfoque cultural que parte del hombre, la actividad humana y la cultura.

  • El proceso posee una multi-intencionalidad formativa que se expresa en la educación para sí y para el futuro ejercicio de la profesión.

De esta forma, el proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación[21]es aquel en el cual, mediante la acción de las influencias educativas sistematizadas, se forman y desarrollan conceptos, juicios y razonamientos morales que, en unidad con los sentimientos, autorreferentes, valores e ideales morales, dinamizados por el aprendizaje ético a partir del diálogo educativo, le permiten al sujeto un accionar, reflexivo, crítico y autónomo que propenda al bien, la aceptación, la solidaridad, la equidad y la justicia, como presupuestos ético-axiológicos que sustentan la condición humana, desde la educación para sí y para el desempeño de la profesión, condicionado dicho proceso por la orientación ética del formador.

Como puede apreciarse, en dicho proceso lo axiológico coexiste en interdependencia de forma espacio-temporal con lo ético, como la manifestación más esencial de la condición humana que subyace en la expresión de la contradicción entre las tendencias egocéntrica y genocéntrica (sociocéntrica) del ser humano.

Es así que el aprendizaje ético[22]en este sistema de relaciones se resignifica como eje dinamizador que vertebra el sistema de relaciones entre la formación humanista, la formación ética y la formación axiológica, que en su interrelación dialéctica se expresan en el proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación.

Las dimensiones del proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación.

El proceso referido se concibe a partir de los principios pedagógicos de unidad de lo instructivo y lo educativo y de lo cognitivo y lo afectivo, así como de las particularidades esenciales del proceso aludido, lo que da cuenta de las dimensiones que posee como proceso formativo, ellas son:

  • La instrucción ética.

  • La educación ética.

  • La orientación ética.

La instrucción ética en el proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación está relacionada de forma directa con la formación y desarrollo de un pensamiento ético pedagógico, para comprender éste es necesario tener en cuenta que el pensamiento abstracto o racional es la forma más compleja del conocimiento y sus formas esenciales son los conceptos, los juicios y los razonamientos, según la Lógica, por lo que la formación de este pensamiento comporta conceptos normativo-valorativos, juicios morales y razonamientos morales.

La formación de conceptos morales (normativo-valorativos) en los profesionales de la educación es parte del proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista de los mismos, se produce como un proceso de conceptualización que se realiza en la etapa juvenil, por cuanto ya han pasado de un período de formación de nociones morales, como conocimientos inmediatos, típicos de la niñez y la adolescencia, a una fase de argumentación racional y de reflexión, para la cual la conceptualización es punto de partida.

La formación de conceptos morales conlleva al desarrollo de un pensamiento ético en el educador que se está formando, que se caracteriza no sólo por lo social, sino, que también se configura en él un pensamiento ético profesional.

En el proceso formativo de la cultura ético-axiológica humanista del futuro profesional se atiende de forma particular un conjunto de conceptos morales básicos y generales, que se determinan atendiendo a los presupuestos de la condición humana y al perfil de este profesional, por un lado; por otro, tiene en cuenta a las categorías fundamentales de la Ética, (tradicional y marxista) y de la Ética Global o ética del género humano y la Bioética (más actuales).

En la contemporaneidad, a partir de la concepción de la condición humana y su mirada desde la perspectiva de los conceptos morales se destacan la equidad, la justicia, la solidaridad y la aceptación, como valores universales que articulan y sintetizan la relación dialéctica de lo ego y geno céntrico, en tanto son expresión de la mayor y más acuciante necesidad humana de la especie: su conservación y supervivencia.

Junto a los conceptos morales, este proceso comporta la formación del juicio moral, este siempre expresa las exigencias morales y presenta un carácter normativo y valorativo. La formación de los juicios morales está relacionada con la capacidad de comprensión crítica y de razonamiento como reflexión moral, como parte de la esfera cognitiva, que en cierto sentido posibilita enfrentarse a los conflictos de valor de forma autónoma y aportan razones para la argumentación, justificación y valoración de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo correcto y lo incorrecto en las opiniones y comportamientos morales.

De esta forma en el estudiante no sólo se forman los conceptos morales, sino que éste realiza un ejercicio de pensamiento crítico que le permite orientar previamente su conducta, en tanto el pensamiento, en este sentido, antecede a la acción y se da el tránsito de la heteronomía moral a la autonomía, con la ayuda de los juicios morales.

A la par con los elementos anteriores se encuentra la formación y desarrollo del razonamiento moral, este es una representación mental que relaciona los conceptos morales (normativo-valorativos) y los juicios morales, de tal manera que permite derivar una conclusión que cobra la forma de un razonamiento y es indispensable para la comprensión crítica y para la reflexión argumentativa.

La organización de la instrucción en el sentido anteriormente aludido coloca al docente ante la necesidad de realizar un proceso de instrucción de tipo cooperativo, de respeto a la diversidad, evitar la competitividad, desarrollar la aceptación de la individualidad de cada alumno, sólo así se estará transitando del discurso social y político a una práctica pedagógica vivencial que lo haga ser un ente verdaderamente transformador del mundo de hoy.

En unidad orgánica con la instrucción ética se despliega el proceso de educación ética que se encuentra íntimamente vinculado con la educación emocional, la cual expresa la educación de los sentimientos y emociones desde un ejercicio práctico-vivencial (Venet, 2011). Al extrapolar esta idea al campo de la dinámica del proceso de formación ético-axiológica humanista del profesional de la educación, se comprende que esta es una formación afectivo motivacional moral que involucra y favorece tanto el desarrollo moral profesional como el desarrollo moral personal, en tanto su finalidad es el cultivo de los sentimientos morales, de las emociones positivas y de la capacidad para regular el comportamiento.

Desde el punto de vista de la moral, las emociones y los sentimientos preceden a toda reflexión y acción moral, pueden ser considerados condiciones constitutivas del juicio moral y de la autorregulación moral, a su vez constituyen la energía que impulsa y desarrolla las estructuras cognitivas del sujeto y constituyen la fuerza y el motor de la conducta, esto da razón del lugar que ocupan y la importancia que tienen en la formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación.

Estos componentes afectivo-motivacionales devienen sustento esencial de la sensibilidad moral necesaria para comprender a los otros en sus contextos específicos. La profesión de educador es por excelencia de alta sensibilidad moral por lo que se hace necesario el equilibrio justo entre lo racional y lo afectivo para el desenvolvimiento del desempeño profesional pedagógico ético.

La dimensión ética de la educación exige que los profesores se apropien y mantengan a lo largo de su vida un conjunto de normas y valores que les orienten en su actividad y les sirvan de referente; los conceptos morales, el razonamiento y el juicio moral son un componente esencial del comportamiento ético (como expresión de la instrucción ética), pero no el único, las emociones, los sentimientos, la empatía, ocupan un lugar trascendental, cuyo olvido conlleva a la pérdida de la dinámica real de la formación de una cultura ética que autentifique lo axiológico-humanista.

De esta forma, para que un profesional de la educación en formación pueda transitar de la heteronomía moral, como mecanismo externo de regulación de su conducta y su desempeño profesional, a la autonomía moral, se requiere la necesaria conjunción de las dimensiones instructiva y educativa desde la perspectiva ética.

Junto a estos elementos de la esfera afectivo motivacional un lugar especial lo ocupa el valor,como elemento constitutivo de la dinámica del proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación, el cual forma parte de la subjetividad, en esta dirección, el significado y el sentido personal desempeñan un papel importante en la comprensión de la expresión de los valores a nivel de la conciencia, en su existencia subjetiva individual se expresa el sentido personal que adquiere la realidad para el sujeto y se manifiesta como motivo de actuación.

Como formaciones motivacionales de un determinado grado de complejidad ellos transitan de un nivel inferior de regulación (presión externa) hasta un nivel superior (expresión de una necesidad); por tanto, sólo se convierten en verdaderos reguladores de la conducta cuando constituyen motivos de la actuación del sujeto.

La dinámica del proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista se produce en el contexto de la actividad pedagógica como un proceso de comunicación no sólo entre profesores y estudiantes, sino también entre los propios estudiantes, donde estos asumen una posición activa en la apropiación individual de los significados para la construcción de sus valores individuales como formaciones motivacionales de su personalidad.

Los valores morales ocupan un lugar especial en el sistema de valores sociales, lo que está dado por la propia naturaleza del fenómeno moral y por el carácter de orientadores y reguladores internos de la personalidad en cualquiera de las esferas de la actividad humana; de ahí que, los valores morales transversalizan todo el sistema de valores a nivel social y a nivel intrasubjetivo.

A la par con estos elementos se encuentra el ideal, que es una formación motivacional que orienta al sujeto en la consecución de objetivos mediatos, pero no como una asimilación pasiva y mecánica de un modelo externo, sino, como un proceso de elaboración activa y creativa de los objetivos mediatos del sujeto que se expresan en un modelo que orienta su actuación.

Para el profesional de la educación en formación el ideal posee una inmensa fuerza motivacional en el orden profesional, ya que constituye una fuente de enriquecimiento y crecimiento personal y profesional, al aumentar su nivel reflexivo sobre el modelo, a partir de la profundización en su conocimiento, estimula la aparición de nuevos motivos.

Es necesario tener en cuenta que en la dinámica del proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista de este profesional el ideal efectivo se distingue por el hecho de que es el propio estudiante el centro de la elaboración del ideal a partir de los objetivos-metas que encarnan sus aspiraciones, producto de una profunda reflexión individual, en la cual el profesional de la educación formador deviene ideal efectivo para el profesional de la educación en formación.

En el proceso aludido el ideal reviste la forma de ideal socio-moral, entendido como el conjunto de demandas morales que son expresión de las necesidades sociales en términos de progreso moral y mejoramiento humano. En toda sociedad se establecen los fines sociales que, como metas, los hombres tratarán de alcanzar; de acuerdo con ellos las personas elaboran líneas de pensamiento y actuación que conllevarán a la objetivación de los mismos. En la medida en que el sujeto haga suya la necesidad socio-moral, más se acercará a la concreción de los ideales morales y con ellos a los ideales sociales.

Siguiendo la lógica de la dinámica del proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista otro elemento esencial lo constituye la autovaloración en su calidad de autorreferente, es así que cuando el estudiante reflexiona acerca de los motivos y los objetivos que orientan su actividad se produce en él un proceso de autovaloración. Ella orienta la actividad del profesional de la educación en formación a alcanzar sus fines personales y profesionales, es esta una función esencial de la autovaloración como formación motivacional compleja que se forma en el futuro educador.

De esta forma, la autovaloración moral del futuro profesional que se está formando incluye no sólo elementos valorativos que indican la presencia de determinadas cualidades, rasgos, capacidades, sino, además, rasgos y cualidades que constituyen aspiraciones del mismo, por lo que se constituye como una tendencia de orientación de su actividad en la persecución de objetivos mediatos de forma consciente.

La autovaloración moral que se forma en el futuro profesional de la educación conforma un sistema de cualidades interrelacionadas, donde se destacan cualidades morales como la sencillez, la modestia, el colectivismo, la solidaridad, el sentido de lo justo, la crítica y la autocrítica, entre otras y además las específicas que están orientadas hacia la profesión: expresiones de intereses cognitivos, metacognitivos e investigativos, creatividad y otras.

Por otra parte, la autovaloración moral se encuentra íntimamente relacionada con las principales tendencias motivacionales de contenido moral que determinan la posición activa del profesional en formación ante la vida, su actitud hacia todo lo que lo rodea, los demás y hacia sí mismo, y en el contexto de la profesión pedagógica para la que se le prepara, incluye necesariamente la actitud hacia su objeto principal que son los estudiantes y el proceso pedagógico que él debe dirigir.

En el proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista de este profesional es precisamente la autovaloración moral lo que permite diferenciar con cierta precisión cuándo el mismo ha alcanzado el nivel de la "moral convencional" o socializada, y cuándo ha llegado al nivel de autodeterminación moral, como nivel superior al que debe llegar un futuro profesional de la educación en ejercicio.

La autoestima es otro de los autorreferentes que se forman a partir de la dinámica del proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista del estudiante y enlaza componentes intelectuales de tipo metacognitivos – autoconocimiento, autopercepción, autoconcepto – y componentes emocionales: vivencias y actitudes orientadas hacia sí mismo. Estos componentes están en relación directa con sus funciones valorativa y reguladora, ya que la autoestima basada en el conocimiento de sí y la autovaloración, determina la dirección del comportamiento humano y le da una orientación a su existencia.

Desde el punto de vista moral la autoestima, al formarse como parte constitutiva de la educación ética del profesional de la educación, le permite al mismo sentirse una persona-estudiante buena, correcta y justa, confiable, o por el contrario, mala y poco confiable, una autoestima positiva induce a un comportamiento adecuado del estudiante.

La autoestima de los futuros profesionales se forma en estrecho vínculo con los valores morales, ya que si ella se alcanza no solo a través de la satisfacción prioritaria de necesidades de orden individual (como la necesidad de realización personal o de beneficio personal, de posesión de bienes materiales), sino también por el hecho de que el comportamiento constante del estudiante se corresponde con sus valores morales, ello genera el sentido de autorrespeto, de dignidad personal y de autoaprobación, vivenciado de forma personal; entonces se puede hablar de un nivel superior de regulación y por tanto de autonomía moral en su desempeño como futuro profesional de la educación.

A la par de la autovaloración y la autoestima se encuentra la autodeterminación, ésta permite comprender la relación de correspondencia o no entre los juicios morales, los razonamientos morales y las valoraciones con el comportamiento, a partir de la autodeterminación moral.

En el proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación la autodeterminación moral expresa el esfuerzo que lleva a cabo el estudiante para dirigir por sí mismo su propia conducta moral, tanto social como profesional, a partir de una elevada coherencia entre los sentimientos, el juicio y la acción moral.

Ella es expresión del nivel superior de regulación moral al que se aspira en el proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de educación, por cuanto no sólo es un indicador de su autonomía moral en su desarrollo personal, sino también en su ejercicio profesional pedagógico.

El ejercicio vivencial de la educación ética tiene lugar en todos los contextos formativos de la universidad y en todos los procesos sustantivos que transcurren en ella y que han de caracterizarse por la flexibilidad, la creatividad, el diálogo, la problematización, la resolución de conflictos. Implica además crear situaciones de aprendizaje y educativas que propicien este ejercicio por parte del profesional en formación, está vinculado con las formas de organización del proceso, con los métodos de solución de problemas.

Este ejercicio está estrechamente vinculado con la participación real y efectiva del estudiante en la elaboración de sus proyectos de vida a partir del proyecto educativo en todos sus niveles de integración, particularmente el de grupo, con el concurso de las organizaciones estudiantiles y políticas.

La orientación ética está estrechamente vinculada con la orientación educativa[23]en sentido general debe ser un proceso de carácter continuo y sistemático, para lo cual el formador debe estar preparado, por cuanto es él quien tiene mayor y más rica interacción con el profesional en formación en este contexto, además de ser el único profesional cuya función esencial es la formación integral de la personalidad, por ello se maneja la idea de que debe convertirse en un orientador que no agote su accionar en la instrucción, sino que esté dirigido a lograr que los estudiantes se conviertan en mejores sujetos integralmente.

Por lo general, la orientación educacional es entendida como una relación de ayuda, de esta forma el nexo entre la instrucción ética y la educación ética queda dinamizado por la orientación ética, conformándose así un espacio común donde emerge la integralidad vertebrada por lo ético.

La tarea educativa, en particular la formación y el desarrollo de los aspectos predominantemente inductores de la personalidad, es en su esencia dependiente de un proceso de orientación educativa que se realiza a partir de la ayuda. Por lo general el formador se constituye en modelo o autoridad, de este modo él es consultado o sondeado en el sentido de emitir opiniones sobre diferentes hechos, problemas o situaciones, opiniones estas, que pueden no solamente ser reconocidas como las más válidas, sino que son cumplidas sin muchos cuestionamientos por los orientados, es por eso que el formador como orientador ético tiene que ser muy analítico, reflexivo, comprometido y responsable en el tratamiento que hace de una problemática determinada.

Al realizarse la orientación ética el formador debe tener presente:

  • Respeto y aceptación de la individualidad del estudiante.

  • Observar equidad y justicia ante las diferencias individuales.

  • Meta-reflexión de su quehacer formador y orientador.

  • Coherencia psicopedagógica de su accionar.

  • Integridad ética.

En el proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación, la orientación ética se encamina a la ayuda que ha de prestarse a través de la orientación educativa en la resolución de conflictos éticos y en la actualización introyectiva y proyectiva del estudiante como futuro profesional.

En términos generales la conflictividad ética puede ser sincrónica o diacrónica. La primera puede ser entendida como expresión de la oposición entre lo universal y lo individual, entendido lo universal como diferentes niveles de integración de lo social (planeta, nación, región, comunidad, familia), mientras la segunda es expresión de la oposición entre la permanencia y el cambio.

Traducido al proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación, la conflictividad sincrónica tiene su expresión más concreta en los conflictos sociedad-profesión y profesión-individuo, como los más genéricos y que requieren de una adecuada orientación educativa para su resolución, donde la tríada entre lo social-lo profesional-lo individual encuentre la síntesis más acabada y creativa posible. Con respecto a la diacrónica la conflictividad se expresa entre el ser-el deber ser-el ideal, como expresión del movimiento progresivo hacia el perfeccionamiento moral del individuo y la sociedad.

De ahí que la orientación ética que ha de desarrollar el formador de formadores ha de desarrollarse desde un enfoque dialógico que permita al estudiante resolver los múltiples conflictos que afloran entre la heteronomía y la autonomía moral.

El formador, como orientador ético, presta una ayuda para que el estudiante realice la actualización introyectiva que le permite progresar en sus autorreferentes, ya que puede ser capaz de autoconocerse como autor de sus acciones y pensamientos, y tener autoconciencia de que es él el que está pensando y actuando. Esta autoconciencia, lo lleva a la autodeterminación moral personal y consiguientemente a desarrollar su responsabilidad.

Por su parte, la proyectiva está relacionada con la ayuda que da el formador para el crecimiento y la autonomía personal del estudiante, que este sea capaz de dotar de significación la información que le rodea y ser protagonista y factor fundamental de su propio desarrollo, está relacionada con la creación y manifestación de formas propias de pensar, de organizar y de resolver las situaciones problemáticas y de manifestarse de forma creativa en un medio complejo como puede ser al contexto escolar.

Es necesario connotar que, si bien es cierto que el aprendizaje ético se resignifica como eje dinamizador que vertebra el sistema de relaciones entre la formación humanista, la formación ética y la formación axiológica, que en su interrelación dialéctica se expresan en el proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación, éste se constituye, a su vez, como síntesis y mecanismo dinamizador de las dimensiones instructiva, educativa y orientadora del proceso aludido.

El aprendizaje ético, a partir de sus presupuestos teóricos[24]propicia el autoperfeccionamiento, la autonomía y la autodeterminación moral, en vínculo orgánico con el compromiso y la responsabilidad social y debe cumplir con los requisitos de integralidad, independencia, autorregulación y autoeducación.

Se concibe así el aprendizaje ético desarrollador del profesional de la educación en formación, desde una intencionalidad expresada en la necesidad de formar una identidad moral que vincule en organicidad lo motivacional y lo cognitivo, en búsqueda de la autonomía y la autodeterminación moral, a través de la apropiación de la reflexión socio-moral crítica argumentativa, como unas herramientas que se forman desde el diálogo educativo, tanto para sí mismo, como para el ejercicio profesional.

De esta forma, como elemento dinamizador, el aprendizaje ético va a permitir a los profesionales de la educación en formación:

  • Reconocer aquellos valores y normas socialmente instituidos que se aprecian como ideales socio-morales e incorporarlos de forma crítica a las matrices personales de valores y a la práctica profesional.

  • Actuar de manera moralmente autónoma en los diferentes contextos a partir de la reflexión socio-moral.

  • Dialogar y argumentar a partir del juicio y los razonamientos morales.

  • Actuar responsablemente y comprometido socialmente en y con grupos heterogéneos, desiguales y complejos.

  • Convivir en la escuela, la familia y en sus comunidades a partir de criterios de aceptación, solidaridad, equidad, justicia social y desde el respeto a las personas como expresión de la dignidad.

  • Entender y aceptar la diferencia a partir del reconocimiento del disenso y la búsqueda del consenso a través del dialogo.

El aprendizaje ético a fin de cuentas apunta al componente axiológico, por cuanto los valores que se aprecian por una sociedad justa y democrática como ideales, la educación está llamada a contextualizarlos como atributos del ambiente educativo, del clima y del modo de actuación del profesional de la educación en formación.

Igualmente transcurre en los diferentes espacios o contextos de los procesos sustantivos universitarios: formación, investigación y extensión, tanto en lo curricular como en lo extracurricular y en los distintos escenarios de formación del profesional de la educación.

El aprendizaje ético indica la presencia de dos vertientes en unidad en el proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación: la formación de profesionales moralmente autónomos y que a la vez actúen como ciudadanos responsables y comprometidos; se trata de profesionales (educadores) que sepan qué decir y hacer, cómo decirlo y hacerlo en su área de desempeño profesional, en correspondencia con el momento y las circunstancias y a la vez que sean ciudadanos que utilicen su profesionalidad en función del mejoramiento humano en el plano social meso y macro.

A partir de los elementos connotados se revela el aprendizaje ético como una regularidad de la dinámica del proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación.

La regularidad del aprendizaje ético meta-reflexivo.

Penetrar en la esencia del aprendizaje ético, como mediador, síntesis y eje dinamizador de las dimensiones del proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación, posibilita descubrir sus características más taxativas, entre ellas la reflexión y meta-reflexión ético-axiológica humanista que debe realizar el profesional de la educación en formación, la cual cobra forma de ejercicio intrasubjetivo mediador entre el sistema de influencias educativas que recibe durante el proceso formativo y el proceso de objetivación que él mismo despliega en su accionar como profesional en formación que se preparara para su futuro ejercicio profesional.

A su vez, esta meta-reflexión está condicionada por el carácter multi-intencional del proceso formativo de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación, en tanto este proceso connota la educación para sí y para el ejercicio de la profesión, que a su vez implica de forma particular la formación moral y ética de sus futuros estudiantes.

La educación para sí, en su expresión ético-axiológica humanista, da cuenta de lo que pudiera designarse como meta-reflexión ética del profesional en formación y está asociada al ejercicio crítico-reflexivo del estudiante acerca de su propia actuación con respecto al mundo que lo rodea, sus procesos y fenómenos, así como las cualidades y valores humanos que matizan su actuación. Significa también tener conciencia plena de sus decisiones, de cuáles son sus lados débiles y fuertes como ser humano, saber qué valores e ideales socio-morales desea conseguir, cómo se consiguen y cuándo y en qué condiciones concretas se deben aplicar los recursos que se poseen para lograrlo.

La educación para el ejercicio de la profesión, en su significante ético-axiológica humanista, se particulariza en su preparación para desarrollar el proceso de formación moral y ética de sus discípulos, ya que, si bien ésta forma parte del propio ejercicio profesional, el docente, más que nadie, debe actuar reflexivamente en este sentido, pues no sólo está enseñando una o varias materias, sino que, ante todo, está formando una personalidad de forma integral, está educando a esa persona, pero él debe tener claridad meridiana desde qué perspectiva lo está haciendo, cuál es la finalidad que se persigue, qué tipo de hombre se quiere formar, en qué medio o hábitat natural ha de vivir ese hombre, qué valores lo han de guiar en su vida futura qué métodos son más efectivos para lograr estos objetivos y finalidades; esto le impregna un sello particular a su futuro ejercicio profesional: es una meta-reflexión ético-axiológica humanista.

Estos argumentos permiten entender que el aprendizaje ético meta-reflexivo es expresión de una regularidad formativa que cobra carácter de regla de obligatoria observancia para los formadores de formadores en el proceso que despliegan a tales efectos.

A partir del reconocimiento de la regularidad antes explicada, la cual se expresa como una tendencia de mayor generalidad en la dinámica del proceso objeto de estudio, se revela la existencia de un principio que dimana de la misma a lo interno del proceso apuntado.

El principio del carácter transverso de lo ético en el proceso de formación del profesional de la educación.

Como se ha planteado ya la moral es una dimensión de la cultura, una dimensión omnipresente, universal e intangible, que se caracteriza por el aspecto cualitativo de significación social, por lo que está presente en toda la actividad humana; se revela entonces la transversalidad de la moral en la cultura con carácter de regularidad social.

En este sentido el principio[25]se constituye como elemento que emerge a partir de los propios componentes del proceso y, a la vez, deviene elemento que direcciona al mismo. Se enuncia como el principio del carácter transverso de lo ético en el proceso de formación del profesional de la educación, se revela y formula a partir de la regularidad que se manifiesta en el plano social acerca de la transversalidad de la moral en la cultura, como se ha dicho anteriormente y, a su vez, tiene su génesis en la especificidad que posee la moral, como fenómeno social complejo, de penetrar de forma intangible todas las manifestaciones de la actividad y las relaciones humanas y ser el mayor regulador social por su amplitud y generalidad.

La transversalidad de lo ético en el proceso de formación del profesional de la educación se manifiesta de forma particular en el proceso que realiza el estudiante de reflexión crítica y argumentativa de su propio proceso de formación moral durante el proceso formativo que transcurre en la universidad, que apunta al hecho de que los hombres actúan y regulan su conducta a tenor con un determinado sistema de normas y reglas de conducta y convivencia, en tanto la moral posee una cualidad sui géneris de penetrar y regular toda la actividad humana, pero se trata ante todo de formar en el profesional de la educación, la capacidad de reflexionar acerca de la pertinencia o no de ese sistema de normas, de argumentar críticamente el comportamiento, de dar razones suficientes que justifiquen determinadas decisiones. Esto se debe a que el proceso de aprendizaje ético sigue la propia secuencia evolutiva del desarrollo moral, que va de la heteronomía a la autonomía, a donde se llega con criterios propios fruto de la reflexión sociomoral.

Este tipo de actividad presupone el uso crítico de la razón y del diálogo para la resolución de conflictos tanto en el desempeño profesional del futuro educador como en la convivencia familiar, comunitaria y social de forma responsable y comprometida.

Estos elementos determinan la necesidad de la creación de condiciones y ambientes propiciadores de estas práctica y de estos aprendizajes, muy en especial en los contextos donde transcurre profesionalmente este proceso; a pesar de la complejidad y dificultad que esto conlleva, es imprescindible velar por el clima de las instituciones educativas y por la actitud de los profesionales de la educación encargados del proceso.

Este argumento se vincula también al método y a los procedimientos necesarios para generar este aprendizaje en el profesional de la educación en formación, que van desde el diálogo educativo, la formación y desarrollo de las habilidades sociales, las virtudes o cualidades, hasta la resolución de dilemas morales, la imitación de modelos y la construcción de matrices personales de jerarquías de valores.

La transversalidad de lo ético en el proceso de formación del profesional de la educación se expresa de forma peculiar en la cultura escolar y pedagógica, en particular puede dimensionarse lo curricular vinculado a la selección de los contenidos éticos de aprendizaje culturalmente construidos y pedagógicamente organizados, que tiene como antecedente el aprendizaje moral como apropiación de un conjunto de normas, reglas, postulados y valores que regulan el comportamiento humano y es un proceso que transcurre a lo largo de la vida desde el nacimiento de la persona, tiene un carácter más espontaneo y cotidiano, menos elaborado y sistematizado que el aprendizaje ético.

Para que se produzca el aprendizaje ético del profesional de la educación en formación, si bien no se reduce a la apropiación de determinados contenidos, conlleva la necesidad de realizar una selección curricular de los contenidos culturales que posean una naturaleza ética, o sea, aquellos que más potencialidades tengan para la formación y desarrollo de la cultura ético-axiológica humanista de los profesionales de la educación que se están formando y para la preparación de los mismos con vistas a asumir este proceso como futuros educadores en ejercicio.

Estos contenidos se organizan pedagógicamente atendiendo a las especificidades de las carreras, los años, las disciplinas y las asignaturas y la gradación de complejidad se hace teniendo en cuentas estas mismas condiciones.

Es indispensable un incremento en la densidad cultural de los profesionales de la educación en formación, específicamente que se incrementen los conocimientos de carácter ético que poseen o que plantean cuestiones social y moralmente controvertidas. Se trata de apostar por el aprendizaje de contenidos éticos para formar profesionales de la educación capaces de operar con conocimientos transdisciplinares y con los saberes emergentes que reflejan una realidad natural y social cada vez más compleja, diversa y vulnerable, donde está en juego la propia supervivencia de la especie.

Esta selección debe conducir a la formación y desarrollo de profesionales de la educación que sepan atender éticamente los dilemas, conflictos y disensos socio-morales, tanto de su comunidad escolar como de su entorno comunitario, en tanto esto constituye parte intrínseca de su desempeño profesional.

Desde esta perspectiva el profesional de la educación en formación incrementa un conjunto de saberes necesarios para el desempeño de su ejercicio profesional ético-axiológico humanista, revelando rasgos de la formación moral como la responsabilidad, el compromiso, la seriedad, el rigor, la crítica y la autocrítica, el tesón, la voluntad, el prestigio y la autoridad, estos contribuyen no sólo a la formación del carácter que toda educación implica, sino a la formación humanista del profesional de la educación que contempla sentimientos morales, empatía y sensibilidad.

Por último, el carácter transverso de lo ético en el proceso de formación del profesional de la educación se revela en la resignificación del ejercicio profesional del futuro educador. Hoy, el profesional de la educación tiene que ser algo más que un transmisor de conocimientos científicos, estos se hallan presentados y representados de múltiples formas, a partir de las tecnologías de la información y las comunicaciones, susceptibles de acceso relativamente fácil y autónomo.

Sin embargo, sin dejar de ser el transmisor del conocimiento, se considera que, por un lado, el profesional de la educación debe ser un profesional encargado de enseñar a aprender la ciencia, de enseñar a gestionar el conocimiento de una forma significativa y con sentido personal para el estudiante, de crear genuinos escenarios de aprendizaje, y por otro, es el encargado de revelar el carácter ético de los contenidos de la ciencia que enseña y de la realidad en que vive, revelando así que es portador de una cultura ético-axiológica humanista que condiciona y engendra un accionar y ejercicio profesional ético en esa misma dirección.

El profesional de la educación ha de estar comprometido moralmente con su tarea formadora, es decir, se trata de ser un experto competente en el sentido humanista, su rol no se limita a transmitir ciencia, sino que además ha de ser responsable y con compromiso ético hacia su actividad profesional y social; destaca aquí, ante todo, el papel de modelo de actuación y de orientador en el tratamiento de dilemas éticos propios de su profesión como educador, del área de conocimiento en la que se desenvuelve y relativos a los aspectos controvertidos de la vida cotidiana.

Para lograr esta resignificación del ejercicio profesional del educador se defiende la idea de desarrollar formas especiales y concretas de organizar los distintos escenarios educativos, esto indica la necesidad de prestar atención especial a las formas de organización profesional de la educación y a los ambientes o contextos educativos, que apuesten por situaciones de diálogo, interactividad, significatividad y sentido, aceptación a las diferencias, alta motivación, cooperación, justicia, equidad y contextualización.

Siendo el aula un espacio físico clásico donde se forma el profesional de la educación, ha de representar y reflejar algo más que un proceso de transmisión de contenidos científicos, tal como ha marcado la tradición, debe ser un lugar donde no solamente se aprendan los contenidos (a veces de forma vertical y unidireccional), sino que se fomente el diálogo educativo, la polémica controvertida, la reflexión, la crítica argumentativa, la problematización profesional, donde el profesional de la educación en formación vaya desarrollando in crescendo la reflexión ética axiológica humanista sobre la importancia de estos aprendizajes para su desempeño en su carácter multi-intencional, o sea, que vaya desarrollando gradualmente sus procesos meta-reflexivos.

El profesional de la educación no ha de ser tanto el experto de un área de conocimiento, sino, ante todo, un profesional de una altura humana tal, que represente hoy el ideal sociomoral, lo que la sociedad aspira a ser en un futuro: un crisol moral que personifica la imagen adelantada de la sociedad, a partir de un conjunto de valores, cualidades, habilidades y capacidades que lo distingan del resto de la sociedad y le confieran el status de figura ético-axiológica humana excepcional en el escenario educativo.

El método formativo de diálogo ético educativo.

El proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista del futuro profesional de la educación requiere de un método formativo que se corresponda con los saberes y las condiciones de la época y con el contexto histórico-concreto y responda al proceso de socialización e individualización que la formación ética de este profesional debe lograr, desde un enfoque desarrollador que propicie la autonomía moral en correspondencia con el compromiso y la responsabilidad social.

Cuando se habla de método[26]formativo se refiere al cómo, a través de qué vía el proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación logra la finalidad del mismo, cuáles son las características esenciales y qué procedimientos se asocian a él a partir de la especificidad y naturaleza de este proceso.

El método formativo de diálogo ético educativo emerge de las relaciones entre las dimensiones del proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación, y de las categorías que expresan su esencia, es expresión de su regularidad, parte de ella, en la medida que el alumno se involucra en procesos reflexivos en torno a su propio comportamiento personal y a los valores que comparte, así como en relación a la profesión reconoce y asume el diálogo como la vía más legítima de intercambio humano.

Este método es una manifestación dinámica instrumental de la lógica de la concepción revelada y se concibe para estructurar el proceso formativo en función de desarrollar la cultura ético-axiológica humanista que ha de ser inmanente a la profesión de educador.

El mismo se dirige a promover la transformación paulatina, pero a la vez coherente, con las necesidades personales y sociales del proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista y para que exista tal transformación, es necesario sistematizar sus procedimientos de acuerdo a la diversidad y complejidad de los diversos contextos formativos.

Tiene carácter particular, pues al emerger del sistema de relaciones reveladas, los niveles de especificidad en el proceso de formación profesional, dependerán de la dinámica que se va estableciendo entre la instrucción ética, la educación ética y la orientación ética; en él se potencia una integración cognitiva, procedimental y actitudinal, de una manera lógica y coherente con el contexto de la formación profesional del licenciado en Educación, a partir de una previa selección de los contenidos que tengan significación personal y social, y que a la vez, es una respuesta a la problemática de la formación ético-axiológica humanista del profesional de la educación.

Como características esenciales del método se pueden referir:

  • Se sustenta en el diálogo[27]un diálogo ante todo entre profesor y alumno, y además entre alumnos y entre todos los que forman parte del proceso pedagógico en la Universidad. Es un diálogo con valor formativo para el desarrollo moral de los educandos que busca promover la reflexión individual y colectiva sobre los contenidos relacionados con lo ético desde la crítica y la argumentación.

  • El método apela a la autenticidad, aceptación, respeto y empatía con el otro; la autenticidad se refiere a una relación entre los dialogantes basada en una congruencia entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace, para que la otra parte actúe de la misma forma, sea franco y sincero; la aceptación y respeto implica aceptar al otro como es, mostrarle afecto y respetarlo, independientemente de la diferencia entre las partes, o sea reconocerlo y confiar en él; la empatía, por su parte, apunta a la capacidad de situarse en el lugar del otro y entender emocionalmente lo que le está pasando al otro, su mundo interior.

  • El método apunta al compromiso con el cambio educativo a partir de acciones concretas que provoquen las trasformaciones y el crecimiento del alumno y del resto de la comunidad educativa.

  • El método demanda un nuevo estilo en la manera en que se relacionan alumno-profesor y el resto de las personas que intervienen en el proceso, este estilo es personológico, transformador y responsable y requiere del alumno:

  • Disposición, motivación y actitud positiva hacia su formación moral.

  • Posición moral activa y transformadora hacia sí mismo y hacia los otros.

  • Autovaloración y reflexión sistemática en función de su autodeterminación moral.

El diálogo debe ser educativo y cumplir con las siguientes premisas para que sea expresión de un método formativo:

  • Activar el proceso formativo mediante la participación consciente de los estudiantes.

  • Estimular la necesidad y el interés por su formación, motivando la adquisición de nuevas cualidades y capacidades para su desempeño profesional futuro.

  • Promover la discusión y la polémica a través de la reflexión individual y colectiva utilizando el razonamiento, la argumentación y la crítica.

  • Incentivar la actividad creadora mediante la búsqueda de soluciones novedosas y el uso de criterios personales en las situaciones de dilemas y conflictos morales.

  • Utilizar correctamente la lengua materna, la educación formal y la comunicación educativa.

Para que en el diálogo educativo se revele el aspecto ético no basta, ni es lo más importante, lo que se está diciendo, sino, ante todo, cómo se está diciendo, desde qué actitud y qué posiciones se asumen, por qué y para qué, en este sentido lo ético implicaría una actitud dialógica donde[28]

  • Se reconoce a las demás personas como interlocutores con derecho a expresar sus intereses y criterios y a defenderlos con argumentos.

  • Se está dispuesto igualmente a expresar sus intereses y a presentar los argumentos que sean necesarios, sin temor ni presión externa.

  • No se pretende tener toda la razón y toda la verdad.

  • Se está interesado en encontrar una solución correcta y descubrir lo que hay en común.

  • Se entiende que la decisión final, para ser correcta, es aquello que todos podrían querer en el sentido más universalizable posible, a partir de criterios de aceptación, equidad, justicia y solidaridad.

  • Se asume que las decisiones morales relacionan a todos los afectados porque comporta una significación positiva o negativa para los mismos.

Estos elementos apuntan a un diálogo ético educativo como método formativo de la cultura ética del futuro profesional de la educación.

El diálogo ético educativo ayuda a resolver los conflictos escolares, grupales e individuales, ya que, si el profesional de la educación es capaz de permitir que los estudiantes se expresen con sinceridad, de forma clara y correcta, respetar sus criterios aunque se difiera y no sean los más correctos, escuchar con atención y deseos de comprenderlos y colocarse en el lugar del otro, entonces puede lograr que el estudiante transite de la moral heterónoma a la autónoma, a partir de su autodeterminación moral y sea capaz de reflexionar críticamente y con argumentos sólidos sobre sus decisiones, incidiendo así en su formación ética.

Las finalidades del método.

El método tiene una función general teleológica relacionada con las finalidades del propio proceso de formación de la cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación, que como metas educativas se persigue lograr en la actividad pedagógica donde transcurre este proceso; esta función general se realiza a través de las siguientes funciones específicas:

  • Función de reflexión socio-moral.

  • Función de comprensión socio-moral crítica.

  • Función de argumentación moral.

La función de reflexión socio-moral[29]implica, desde lo cognitivo: el desarrollo del pensamiento del profesional de la educación en formación sobre cuestiones éticas acerca de los conflictos sociomorales y las jerarquías de valores, significa que se forme puntos de vista propios y además adoptar puntos de vista diferentes, y desde lo afectivo indica: la necesidad de desarrollar la empatía de los sentimientos morales y emociones con los otros.

Es el proceso que le permite al estudiante captar lo esencial de la realidad desde la perspectiva de los conceptos morales, para incidir, a través del juicio moral en unidad con los sentimientos morales y las emociones, en su propio comportamiento moral.

La comprensión socio-moral crítica[30]posibilita el desarrollo de la valoración moral ya que se puede avanzar desde el análisis de situaciones reales y próximas a la vida de los estudiantes hasta situaciones más alejadas y complejas como son las realidades económicas, políticas y sociales del mundo contemporáneo.

Se trata de promover el interés por recabar más información de las realidades concretas que se analicen, construir un conocimiento moral sobre el tópico que se trate, valorarlo y mejorarlo en la medida que corresponda, implica conocer la situación, conflicto o proceso que sea objeto de análisis, mediante la adquisición de información objetiva, comprender a través de la reflexión y el diálogo las razones que pueden existir, valorarlo críticamente y asumir posiciones de forma autónoma y con suficientes argumentos.

La argumentación[31]moral pretende convencer al o los interlocutores de la veracidad de lo que se plantea y de su justeza, de esta forma los argumentos morales son los juicios morales verdaderos que se utilizan para demostrar una tesis.

El intercambio de argumentos desde la moral abre el camino al desarrollo de la autonomía, en tanto contrarresta la unidireccionalidad, el autoritarismo y la heteronomía moral, permite admitir la pluralidad, la diversidad y el disenso en la convivencialidad.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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