Nogadares.- Le dijo, ¿Qué es lo que temes? Nadie alcanza sus objetivos sin derramar la sangre de los inocentes. He ahí el ejemplo dado por el emperador Constancio. Dentro de unos años nos veremos de nuevo y mi profecía se habrá cumplido.
Helvidio.- Le replicó, ya veremos, y mandó formar a la tropa emprendiendo el camino a la fortaleza de Macelo.
El centurión Marco Scuda, al oír el mensaje del meda, comprendió que se le presentaba la ocasión propicia para congraciarse con el prefecto.
Antes de llegar a Macelo tomó la decisión de matar esa misma noche a los hijos de Julio Constancio.
Discurrió que de esta forma le hacía un favor a Helvidio, a quien quedaría agradecido el emperador, porque era una secreto a voces que los chicos eran un estorbo para sus planes. Y al mismo tiempo conseguiría que el prefecto le debiera un favor por el que estaría en deuda con él.
Decidió emborrachar a un par de legionarios, durante la cena, y llevarlos después a la habitación de los muchachos para que les dieran muerte.
Cuando llegaron a la fortaleza, otrora palacio de los señores de Capadocia, ya casi era noche cerrada.
La gran alcoba del palacio había sido dividida en dos partes, separadas por un gran biombo de bastidor de madera de encina y pieles de toro, una parte la ocupaba la gran cama blanda y muelle de Galo, que era tan blando de cuerpo y espíritu como su propia cama. A Galo le aburrían los estudios y aborrecía el esfuerzo de los ejercicios militares a que era sometido a diario, y que él trataba de eludir con las disculpas más extrañas.
La otra mitad de la gran estancia estaba dividida, a su vez, en dos zonas. Delante de la ventana habían colocado una gran mesa para estudiar, y junto a ella estanterías que llegaban hasta el techo, repletas de libros de historia, de Capadocia, de Roma, de la Galia, de Hispania, de Britania, de Cartago y de Egipto, así como de un pequeño país llamado Judea. También disponía de una biblia arriana y de otro libro, con las conclusiones del Concilio de Nicea del año 325, dirigido por Constantino I.
Además, tenía algunos libros de Filosofía escondidos tras los libros de historia.
Los libros del emperador Marco Aurelio, (apodado El Sabio), eran sus preferidos, en especial Meditaciones, que había ojeado en casa de sus padres sin poder llegar a comprender todo su contenido.
En un rincón tenía un camastro estrecho y duro, de pieles de pantera, donde dormía las pocas horas que le dejaban libres los estudios de filosofía, a la luz de las velas, hasta que cantaba el gallo a la llegada del alba.
Juliano disfrutaba con las enseñanzas de Mardonio, un viejo filósofo, admirador de Máximo de Éfeso, quien a su vez era un alumno aventajado de Jámblico de Calcis.
Jámblico acababa de morir, en el 330 a la edad de 80 años, 1 año antes del nacimiento de Juliano.
Esa misma noche la vieja Labda penetró en la estancia de Juliano, como tenía por costumbre, usando una puerta secreta disimulada en la pared, que a través de un angosto corredor conducía a los establos, lejos de la zona noble de los dormitorios.
Al oír el ligero ruido que provocaba el deslizamiento de la puerta en el muro, Juliano se volvió para ver a la vieja haya que siempre le llevaba galletas de miel, por la noche, porque según ella estaba demasiado delgado por culpa del austero Mardonio.
Después de que Juliano se comiera las galletas, Labda se fue, una vez que hubo conseguido que el niño se acostara en su camastro.
Labda le había contado noche tras noche, con todo lujo de detalles, los terribles sucesos de la familia de los Flavios, y en especial el del asesinato de Prisco, el hijo mayor de Constantino I, a instancia de su segunda esposa, Fausta, celosa de que el pueblo lo prefiriera antes que a sus propios hijos.
Este suceso se confundía un poco, en su mente infantil, con los acontecimientos de la noche en que su primo Constancio dio muerte a su propio padre Julio Constancio. Aquella terrible noche, Labda, al percatarse de la situación, lo había ocultado, junto con su hermano Galo, en el subterráneo del panteón de la familia, pero hasta allí llegaron los esbirros disfrazados de monjes.
El obispo de Nicomedia rugió: ¡¡En el nombre del padre, del Hijo y del Espíritu Santo!! ¿Quién está ahí? Los falsos monjes golpeaban y pinchaban con sus espadas cualquier bulto, o cosa que les parecía sospechosa. Cuando los descubrieron y se disponían a darles muerte, Labda se interpuso entre los asesinos y los niños, suplicando al obispo Eusebio por la vida de los inocentes infantes.
El obispo Eusebio, tan primo de los dos niños como de Constancio, impresionado por el ejemplo de Labda se propuso velar por ellos. Les pidió que besaran la cruz que llevaba en las manos y que prestaran juramento de acatar las órdenes del nuevo Emperador Romano de Oriente, Constancio, asegurándoles que a partir de ese momento iba a ser su ángel guardián.
La cruz estaba manchada de sangre, Juliano pensó que tal vez esa sangre era la de su propio padre, o quizá de alguno de sus primos asesinados en el mismo acto criminal.
Y pensó aún más, pensó que su primo Constancio había subido al trono masacrando a su propia familia en el nombre del crucificado.
Se preguntó, ¿cómo era esto posible? Pero no supo qué decir, que justificara tal masacre.
Este hecho criminal lo llenó de miedo, al darse cuenta de que su vida dependía de la insania de su asesino primo. Se le revolvieron las tripas.
En ese momento tomó la decisión de vivir a toda costa, quería saber la verdad, que intuía, y saber cómo era posible que el Póntifex Máximus de la Religión del Amor, según le habían enseñado, era capaz de semejantes actos criminales.
Así fui consciente del clima de fanatismo religioso galileo, y terror familiar, en el que he vivido mi infancia y mi juventud.
Constancio ordenó muchas más muertes para asegurarse un lugar en la historia.
Juliano debió de quedarse dormido con las historias que le había contado la vieja mujer dando vueltas en su cabeza.
De pronto oyó ruidos lejanos que no sabía si eran fruto de su sueño, o si eran reales y propios de aquel momento de la noche, el miedo le hizo un nudo en el estómago.
La voz cascada de su preceptor Mardonio sonó a lo lejos, aumentada por el eco de los altos techos de la fortaleza, despertándolo de golpe. Juliano se levantó de un salto con una sensación de irrealidad, no sabiendo muy bien si la voz de Mardonio sonaba esta noche, o formaba parte también de los lúgubres recuerdos de la noche en que los asesinos a sueldo de Constancio mataron a sus familiares.
Mardonio se precipitó en el dormitorio descalzo, y los escasos pelos de su cabeza gris en desorden, vistiendo una corta camisa de dormir que le hacía parecer un bufón de la corte, a la vez que resoban las sandalias claveteadas de un grupo de soldados.
Quiso interponerse entre los dos chicos y los soldados, pero se dio cuenta de que su intento era ridículo y desistió, colocándose al lado de los prisioneros, con la espada en las manos.
Marco Scuda soltó una sonora carcajada al ver al viejo maestro y dirigiéndose a Mardonio le dijo que él, como tribuno de la legión de los Fratenses, se hacía cargo de la custodia de Galo y Juliano, hijos del Patricio Julio Constancio.
Era la primera vez que veía a los primos del emperador.
Galo era alto y fuerte, con el pelo rubio y los ojos azules de los constantinos pero, a sus 12 años era un niño asustado, a punto de echarse a llorar.
En cambio Juliano era flaco y enfermizo, con el pelo negro y al contrario que los ojos de su hermano, los suyos expresaban determinación, sacudiendo el miedo producido por el desconcierto del primer momento, cuadró los hombros y apretó los dientes mirando fijo a los ojos del tribuno, con cólera contenida. Con su mano sujetaba el puñal que tenía escondido entre las pieles con que se había cubierto. El puñal, regalo de familia tenía un potente veneno en su punta. Un soldado, al ver su expresión, le dijo a Scuda que el pequeño era peligroso.
Mardonio, al darse cuenta de que Scuda se dirigía hacia Juliano, con cara de pocos amigos, tiró la espada y se agarró de su manto gritando, ¿Qué pretendéis miserables? Tengo encargo de conducir a estos dos jóvenes a la corte del emperador, el Augusto los ha devuelto su gracia. ¿Acaso osaréis infringirles algún daño?
Aquí tengo la orden de Constantinopla.
Scuda preguntó, ¿Qué orden es esa? Y se fijó en la cara de Mardonio, que era la de un eunuco, y sabía que los eunucos gozaban de privilegios especiales en la corte.
El viejo, tuvo una idea luminosa, y sacó un pergamino de un cajón y se lo enseñó al tribuno, quien solo llegó a leer el encabezamiento de un edicto que comenzaba:
"Nuestra Eternidad充充充充充兮."
Al ver el gran sello imperial, con hilos de oro sujetos con el lacre de la corte, se le nublaron los ojos y no pudo seguir leyendo el edicto, que nada tenía que ver con lo manifestado por Mardonio.
El lobo Scuda se tornó, de golpe, en un tierno cordero que pidió disculpas ..嬠diciendo; perdonad, perdonad, ha sido un error y dio orden a sus hombres de salir de la estancia.
Mardonio, recuperado el aplomo, les gritó; marchaos,宭archaos宬 el emperador lo sabrá todo, quitando el edicto de las manos del centurión.
La voz del tribuno se volvió suplicante al decir; no nos pierdas, todos somos hermanos, te lo ruego en el nombre del Cristo.
El viejo maestro le contestó; sé muy bien lo que vosotros hacéis en nombre de Cristo. Marchaos de una vez, marchaos y dejad que los chicos descansen.
Todos salieron.
Cuando el ruido de los pasos indicaba que los soldados estaban lejos de la estancia, Mardonio cerró la puerta y lanzó una sonora carcajada, que le ayudó a terminar de relajar sus nervios del todo. Y todavía riendo se abrazó a los dos chicos, diciéndoles; ¡Gloria a Hermes!
¡¡¡ Los muy imbéciles no se han dado cuenta de que lo que les he enseñado es un edicto anulado hace tres años!!!
Bueno ahora tranquilos, el peligro ya ha pasado por ahora, pidamos a los dioses su protección para que esto no vuelva a suceder y acostémonos de nuevo.
Todos durmieron hasta bien entrada la mañana.
Como todos los días el viejo fraile Mardonio los convocó, más tarde que de costumbre, para impartirles la lección de catecismo.
Cuando estaban a punto de comenzar la clase apareció el centurión Marco Scuda, con cara sonriente, quien les pidió disculpas por el atropello de la noche anterior, producto de un error involuntario,宮宮según dijo.
Les aseguró que él estaba allí para cuidar de su seguridad e integridad personal y esperaba que hubieran dormido bien después de haberse ido él de su dormitorio.
También les anunció que había traído a una nueva cuidadora llamada Telenia para que estuvieran mejor atendidos, más joven que la vieja Labda, una mujer griega de cierta erudición, por lo que a partir de ahora iban a estar mejor cuidados.
Al punto apareció Telenia en compañía de Dido, a quien presentó como la nueva cocinera. Las dos mujeres hicieron una reverencia y Telenia les dijo, con voz melodiosa, que después de la clase de religión con el fraile volvería para conocerlos mejor y ponerse a su servicio. Pensó que Telenia parecía hábil y precavida, lo que le gustó.
Las dos mujeres hicieron una reverencia y Telenia les dijo, con voz melodiosa, que después de la clase de religión con Mardonio volvería para conocerlos mejor y ponerse a su servicio.
Dido se dirigió a mí, diciéndome que me veía demasiado delgado y que hablaría conmigo para ver cuáles eran las comidas que más me gustan y las que son más convenientes para mi desarrollo físico, a fin de de conseguir que cogiera unos kilos.
Juliano agradeció a las dos mujeres su buena disposición.
Las dos hicieron una nueva reverencia y salieron de la estancia.
Scuda pidió disculpas al fraile y a sus alumnos por el retraso producido y los dejó solos.
El centurión pensó en la ocasión perdida de congraciarse con el prefecto Helvidio, pero decidió que lo que lo mejor que podía hacer, por el momento, era mostrarse cordial con los dos hermanos hasta tanto saber con seguridad de donde soplaba el viento.
Juliano se dijo que la estratagema del viejo Mardonio había dado sus frutos. En primer lugar les salvó la vida y en segundo lugar había hecho que el rudo Scuda se volviera casi amable y atento, si bien estaba claro que no podían fiarse de él.
En cuanto a Telenia, le habían gustado su voz y sus modales, pero no pudo evitar pensar que solo era el medio para aislarlos aún más en aquel lugar solitario.
Echaría de menos a la pobre Labda, quien los había visto nacer, y los quería como si fueran sus propios hijos.
Juliano agradeció a las dos su buena disposición.
Las dos mujeres hicieron una nueva reverencia y salieron de la estancia.
Cuando esa mañana Labda le llevó el desayuno le dijo que la obligaban a irse y le pidió que no se preocupara por ella, que se iría a casa de una sobrina que vivía con cierta holgura en Antioquía, pero cuando le echó los brazos al cuello para despedirse rompió a llorar desconsolada.
Juliano la quería casi como a la madre que no tenía, había sido una cuidadora atenta y cariñosa durante años. Sin duda la echaría mucho de menos.
Mardonio había sido su maestro en Constantinopla y el responsable de hacerlos llegar sanos y salvos a Macelo, El Chambelán Eusebio le había ordenado volver a la capital de inmediato para hacerse cargo de los secretarios de la cancillería.
El obispo Eusebio de Nicomedia, seguiría siendo su tutor religioso, como hasta ahora, si bien sería el obispo Jorge de Capadocia, quien tenía su sede en la próxima Cesárea, quien ejercería esa responsabilidad por estar más cerca de Macelo.
Por su parte el obispo Jorge, que solo podría venir de vez en cuando a verlos para asegurarse de que su enseñanza era la correcta, había designado al diácono local Eustaquio , un hombre viejo, de escasa cultura y conocimiento, que era de modales rudos y de trato desagradable como su maestro personal de religión.
Pensó que a partir de ese día tendría que aprender cuáles eran los temas que le gustaban a Eustaquio, para congraciarse con él y conseguir tener cierta libertad de movimientos por la fortaleza.
Después de la comida subió a su habitación con el propósito de descansar un rato antes de que llegara la griega Telenia.
"Esta rutina se repetiría durante días, que se convirtieron en semanas, más tarde en meses y por último en años".
Se sentía algo más tranquilo y seguro según iba pasando el tiempo, pero sabía que no podía descuidar el control de sus palabras y sus actos. Por eso esta tarde, como todas las precedentes, había subido a su cuarto después de comer.
Pero cuando se tumbó en el catre se agolparon en su mente numerosas imágenes de su corta vida, y se dio cuenta de que desde el día del asesinato de su padre había estado esperando la muerte un día tras otro.
Ese miedo permanente le había impulsado a ser precavido y a no confiar en nadie, por eso se había convertido en un ser prudente y desconfiado.
A veces sorprendía una conversación que trataba de él, o de su hermano Galo, y fingía que no se daba cuenta de nada. Otras veces era una charla del fraile Eustaquio y algún espía de Constancio que quería saber cuál era la conducta de Juliano.
De nuevo, el fingía no haber oído que decían, "cachorros imperiales", o aparentaba no saber que se referían a su hermano y a él mismo.
En ese momento llamó Telenia a la puerta pidiendo permiso para entrar.
Juliano se levantó del lecho y le dijo que podía pasar y acercó una silla a la mesa para que ella pudiera sentarse.
Telenia, después de hacer una reverencia, comenzó a disculparse por si había sido inoportuna y lo había molestado mientras descansaba, Juliano le aseguró que no lo había molestado en absoluto, y que estaba contento de que hubiera venido.
Telenia.- Le pidió permiso para cerrar la puerta y después de hacerlo se sentó en la silla que había acercado juliano.
Enseguida le contó que estaba preocupada por él, porque su amiga Dido le había dicho que el centurión Scuda quiso asesinarlo la noche que llegaron, y que ella lo sabía porque se lo oyó a un legionario borracho que iba diciéndolo a grandes voces cuando se fueron de su dormitorio.
Añadió que estaba segura de que Helvidio no conocía los planes de Scuda. Porque había notado que el prefecto y el centurión no se llevaban bien.
Además durante el viaje no sorprendió ninguna palabra, ninguna insinuación en tal sentido, y estaba segura de que a ella no se le hubiera escapado de haberla escuchado.
A continuación le explicó la disputa que ella había mantenido con Scuda en las termas, a cerca de las imágenes del frontón de la fuente, y cómo el prefecto mandó callar a Scuda y le dio la razón a ella.
También lo puso al corriente de la actuación del mago meda, Nogadares, en el ventorro de Xilax, y el contenido del mensaje que dio al prefecto.
Juliano.- Le dio las gracias por lo que acababa de decirle.
La Griega.- Le dijo también que a ella le parecía que el intento de asesinato por parte de Scuda aquella noche, había sido una actuación personal para congraciarse con el prefecto, y que gracias a los dioses, algo, o alguien, le impidieron que lo llevara a cabo.
Juliano.- Guardó silencio durante unos momentos, meditando sobre el verdadero significado de sus palabras, por si había un significado oculto que se le escapaba, y llegó a la conclusión, en su mente y en su corazón, de que eran sinceras.
Le dijo, Telenia, he perdido a Labda que era como una madre para mí ya que me ha cuidado durante estos años como si fuera su hijo, pero creo que he ganado una aliada en Dido que se muestra atenta y afectuosa conmigo.
No sé qué es lo que la mueve a tener esa actitud hacia mí, tal vez tú puedas aclararme lo que significa, yo he pensado que solo se debe a que me ve como lo que soy un niño desvalido.
En cuanto a ti, Telenia, quiero que sepas que valoro cuanto me dices de forma especial, y que algún día, cuando los dioses me sean favorables, sabré agradecértelo.
Estoy seguro de que comprendes cuál es mi estado de ánimo en estos momentos, rodeado de enemigos y fingiendo que no me doy cuenta de sus murmuraciones, de sus miradas y de sus intenciones asesinas, que apenas ocultan en mi presencia.
Solo tengo algo más de seis años de edad, es cierto, pero te aseguro que las dificultades a las que me enfrento desde la muerte alevosa de mi padre, lejos de deprimirme, me espolean a superarlas, si bien es cierto que el miedo a la muerte es mi compañero más constante.
Tus palabras me animan a considerarte una aliada, tal vez los dioses han escuchado mis plegarias al enviarte a mi lado, una aliada de la que estoy tan necesitado.
Por eso no quiero ofenderte con lo que voy a decirte ahora, pero comprenderás que necesito estar seguro de poder confiar en ti con absoluta certeza, por eso te pido que abras tu corazón y me digas cuál es la razón de tu interés por mí.
Telenia.- Príncipe Juliano, ¿puedo llamarle Príncipe?
Juliano.- Solo en la más estricta intimidad. No sabemos cuántos oídos están intentando captar nuestras palabras para descubrir cualquier deslealtad hacia el Augusto. Por eso es mejor que me llames Juliano, nada más.
Telenia.- Bien, así lo haré, como ya sabéis soy griega nacida en Eléusis, dentro de una familia acomodada de tradición liberal en lo referente a la educación de los hijos, acudí a clases de retórica y filosofía con el neoplatónico Libanio de Antioquía, durante su estancia en Grecia, por eso he sido instruida en lo misterios menores de Deméter y su hija Perséfone que enseñan en los justamente célebres misterios eleusinos.
En mi primera juventud me enamoré de un bello romano de nombre Eunapio, hombre bastante mayor que yo, que era el administrador de la casa de tu padre. Cuando mi marido regresó a Constantinopla me vine con él, estableciéndome junto a la casa de tu padre y su primera esposa Gala quienes siempre me trataron como a una hija.
Gala me favoreció con su amistad y cuando mi marido murió de unas fiebres, algunos años más tarde, me llevó a vivir a su casa como su dama de compañía.
Al poco tiempo les nació una hija, quien unos años más tarde, siendo casi una niña, se casó con Flavio Julio Constancio, el actual emperador.
Tu padre me pidió que me trasladara a la villa de casada de tu hermana, para que cuidara de ella, y le mantuviera informado del transcurrir de su vida.
Por desgracia vuestra media hermana murió muy joven y Constancio, ignorante de la amistad que me unía a tu familia y no queriendo tener cerca de él a nadie que le recordara a su esposa, dispuso que las personas de su servicio doméstico fuéramos enviadas a otros destinos. Los asuntos domésticos los deja en manos del chambelán Eusebio, que es quien dirige el Sagrado Palacio, y éste nos envió a Dido y a mí a Macelo.
Cuando Constancio promovió el asesinato de tu padre y todos sus hermanos, con la escusa de que los hijos de Teodora se habían conjurado contra él, todas las personas que habíamos tenido relación con los descendientes de Constancio I Cloro y su segunda esposa temimos por nuestra suerte.
Pero, gracias a los dioses, parece que pensaron que carecíamos de importancia y que seríamos más útiles vivas que muertas. En cuanto a Dido puedo deciros que era la cocinera de la casa de vuestra hermana y una buena amiga.
Durante esos pocos años que hemos convivido, y en el tiempo que ha sido compañera de viaje, su comportamiento ha sido siempre extraordinario. En cuanto a su interés por vuestro bienestar, según me ha dicho ella, se debe a que está muy agradecida al trato que le dispensó vuestra hermana. Creo que también podéis confiar en ella.
Juliano.- Gracias por darme información tan valiosa como tranquilizadora.
Debo pedirte que te limites a sustituir a Labda, en sus tareas, para no levantar las sospechas de nadie.
Telenia hizo una reverencia y salió de la habitación.
充充充充充充兮***充充充充充
A pesar de los meses que habían transcurrido desde que se fuera Mardonio, su relación con Eustaquio no había mejorado.
El religioso insistía, a la menor ocasión, diciéndole que debía tener pensamientos y sentimientos de gratitud hacia su bienhechor el emperador Constancio, como si Eustaquio ignorara que el emperador era el asesino de su padre y de toda su familia con excepción de Galo y de él mismo.
Era un cristiano viejo y fanático, de escasas luces. Al día siguiente, como todos los días, el viejo Eustaquio lo convocó para impartirle la lección de catecismo.
Juliano se dio cuenta de que día tras día, insistía, machaconamente, explicándole el texto arriano de la biblia en el que había una alegoría apostólica sobre:
"la santa obediencia y la filial docilidad".
Cuando Juliano olvidaba un texto, o cometía otro error al decir la lección, Eustaquio le daba un pellizco, o le retorcía una oreja, con sádica complacencia. Cuando veía la cara lívida de Juliano le decía; príncipe Juliano no permitirás que la rabia, o el odio aniden en tu alma contra este pobre siervo tuyo, ¿verdad?
Pero lo que más exasperaba al muchacho era que le dijera que el emperador le había otorgado grandes beneficios. En esos momentos Juliano lo traspasaba con la mirada, no atreviéndose a decir lo que pensaba, ya que de seguro le llevaría a la muerte.
Cuando sucedía esto el monje repetía de forma invariable; "cuán bueno sería azotarlo como a todos los chicos díscolos o perezosos porque, según dicen las Santas Escrituras, es el mejor remedio para que se haga la luz en los espíritus tenebrosos".
Eustaquio lo decía para domar el carácter rebelde y arrogante del muchacho, aunque ya se había dado cuenta, en el poco tiempo que lo conocía, de que esa sería una tarea imposible ya que juliano era un niño testarudo y orgulloso.
A menudo se enfrascaban en discusiones filosóficas, o por mejor decir, Eustaquio solía reaccionar con furia ante cualquier comentario filosófico que hiciera Juliano, culpando a Mardonio de conducir al chico al abismo del paganismo leyéndole pasajes de los filósofos griegos como Pitágoras, de quien decía que se había vuelto loco cometiendo numerosas torpezas.
De Platón decía que había escrito teorías malditas y de Sócrates que era irracional.
Y añadía, lee lo que Diógenes Laercio opina de él.
Pero el que más le exasperaba era Epicuro, al que acusaba de ser una bestia, un bruto esclavo de sus vicios.
Siempre solía terminar con un panegírico sobre el dogma arriano y en contra de la iglesia ortodoxa y ecuménica, que para él era herética.
Ese día, cuando terminó la lección de la mañana Juliano tenía tanta hambre que fue a la cocina a ver que podía llevarse a la boca hasta que fuera la hora de la comida. Nada más entrar se encontró con Dido, que estaba trajinando en la cocina, al verlo le hizo una reverencia y le preguntó si deseaba algo. Juliano la saludó con un gesto de la mano y le dijo que había ido a la cocina porque tenía hambre y quería alguna chuchería para aguantar hasta la hora de la comida, sin que le doliera el estómago.
Dido sonrío y dijo que ya sabía por Labda que le gustaban las galletas de miel y que ella había guardado una buena cantidad de ellas en un lugar seguro.
Dido.- Si su Majestad espera un momento, ahora mismo le traigo unas pocas, volviendo enseguida con algunas galletas en un cucurucho de papel y que le entregó al niño.
Juliano.- Tan pronto como Dido volvió con las galletas, le dijo en voz baja, no vuelvas llamarme con ningún título de la realeza, ya que eso constituye alta traición y aunque no los veamos hay espías en todas partes.
Dido.- Agradezco la advertencia y le aseguro que en el futuro seré más cuidadosa.
Juliano cogió tres galletas y le dio las gracias a Dido, quien respondió con una nueva reverencia. Se metió una galleta en la boca y subió hasta su habitación.
Escogió un libro de entre todos los que guardaba en secreto, El Symposion de Platón, libro prohibido por la iglesia, como casi todos los libros de los Filósofos.
Cuando salía del edificio se tropezó con Eustaquio, el fraile le pidió que le dejara ver qué libro llevaba para leer, porque como su maestro de religión tenía la obligación de asegurarse de que no leía libros perjudiciales para su alma.
Juliano puso cara de inocencia y le enseñó el libro, en cuya cubierta leyó el fraile: Epístolas del Apóstol San Pablo, le dedicó una sonrisa de aprobación y se despidió hasta el día siguiente.
Juliano, satisfecho con la estratagema de ponerle la cubierta de un libro cristiano, que siempre le había dado el mismo buen resultado, se dirigió a la zona más alejada de la casa caminando por un sendero, entre los árboles, hasta llegar a una gruta solitaria junto a un estanque presidido por una estatua del dios Pan.
Contempló durante unos minutos la gran llanura que se extendía hasta Cesarea, allá a lo lejos, y comprobó el gran precipicio que hacía inaccesible la fortaleza por ese lado.
Macelo había sido en otro tiempo el lugar preferido del rey de Capadocia, Ariarafa, por el aire fresco que soplaba desde las cumbres nevadas del monte Argos y los arroyuelos de aguas cristalinas que serpenteaban entre los árboles de las laderas, hasta saltar despeñándose en el desnivel del enorme barranco.
Cuando acabó de leer un nuevo capítulo de El Symposion, tratando de comprender su significado, parte del cual se le escapaba una y otra vez, cerró el libro y le puso de nuevo la cubierta de Las Epístolas de San Pablo.
Pensó en Mardonio, el filósofo pagano siempre comprensivo y dialogante, capaz de poner en riesgo su propia vida para salvar la suya y la de su hermano, y en Eustaquio que sentía gran satisfacción en hacerle daño a la menor oportunidad. Un fraile cristiano que enseñaba la doctrina del amor a Dios y al prójimo, siguiendo las enseñanzas del rabí Jesús de Galilea, y que no dudaría en arrebatarle la vida si Constancio se lo ordenara. El hilo de sus pensamientos le llevó a plantearse cuán distintos son los hombres y cuán distinto es su comportamiento en la vida.
El análisis de la conducta de los dos profesores, por un lado el fraile cristiano Eustaquio y por el otro filósofo pagano Mardonio, aunque galileo, le obligaban a plantearse la validez de las distintas enseñanzas que los dos impartían.
Los resultados de las dos doctrinas eran muy distintos e incluso opuestos, por eso llegó a la conclusión de que:
La filosofía natural es superior y preferible al cristianismo.
Se dijo que si algún día llegaba a emperador de los romanos, cosa más que dudosa, trataría de implantar de nuevo la filosofía pagana por todos los medios a su alcance, comprendiendo que antes tenía la obligación de estudiar a fondo sus enseñanzas y las de los galileos, para actuar con justicia.
En ese momento tomó la decisión de buscar la manera de poder estudiar la filosofía.
Pensó que sería difícil conseguir que Eustaquio no supiera de los estudios paganos, por tanto debería ser muy cuidadoso al procurarse los libros prohibidos.
Juliano se dijo que era un reto difícil y por eso se propuso estudiarlo en profundidad, analizando todas las implicaciones hasta encontrar una solución adecuada. Su mente infantil no podía vislumbrar qué pasaría en el futuro cercano y menos aún en un futuro lejano.
Miró al cielo y comprobó que el sol ya estaba llegando al cenit de su carrera, de forma que tenía que darse prisa para llegar a tiempo al gran comedor, no quería llamar la atención demasiado llegando tarde y despertar las posibles sospechas de alguien.
Llegó a la fortaleza y subió a dejar el libro en el lugar de costumbre.
Cuando bajaba por las escaleras para dirigirse a comer se encontró con la griega Telenia quien lo saludó con una gran sonrisa, lo llamó por su nombre anteponiendo el apelativo de Señor, diciéndole que había estado buscándolo por si necesitaba de sus servicios pero que Dido le había comentado su conversación en la cocina.
Añadió que la vieja Labda, antes de irse, le había contado las difíciles circunstancias en que se había desarrollado su vida hasta el día de hoy.
Juliano le agradeció sus cariñosas palabras pero se abstuvo de hacer comentarios, porque sabía que en Macelo reinaban las intrigas, las murmuraciones y las sospechas entre todos los servidores, y él no sabía aún si podía confiar en ella.
Toda la servidumbre, sabedora de que los dos príncipes habían caído en desgracia ante el emperador, vigilaba y espiaba a los dos hermanos a la espera de descubrir cualquier indicio de conducta sospechosa de traición a Constancio, que le permitiera ganarse el favor de la corte.
Se alegró de haberse encontrado con Telenia y de entrar hablando con ella en el comedor, ya que su compañía disipaba cualquier sospecha. Telenia le dijo que, si le parecía bien, subiría a su habitación por la tarde para seguir hablando con él en privado.
Al principio de la comida, de ese día, el prefecto Helvidio se dirigió a saludarlo, diciéndole que lamentaba que sus ocupaciones le hubieran impedido cumplimentarlo antes, y que se ponía a su entera disposición para cualquier cosa que necesitara.
La mente de Juliano pensó en aprovechar la ocasión para denunciar a Scuda, por la actuación de la noche en que llegaron a Macelo, pero surgió un pensamiento en su mente, como un relámpago, que le advirtió de que eso podía ser un grave error toda vez que no sabía si los dos hombres actuaban de mutuo acuerdo.
En vez de eso el niño le dio las gracias y le dijo con tono firme que no cabía esperar menos de él, como responsable de la guarnición de Macelo.
Por la tarde Eustaquio se dirigió a la iglesia con Juliano para que hiciera una nueva lectura desde el púlpito. Después de los rituales religiosos se encaminaron de nuevo a Macelo. El diácono aprovechaba cualquier ocasión para decirle a Juliano que debía tener pensamientos y sentimientos de gratitud hacia su bienhechor el emperador Constancio. Como si ya se le hubiera olvidado que el emperador era el asesino de su padre y de toda su familia, salvo Galo y él mismo.
Eustaquio era un cristiano viejo y fanático de escasas luces.
Insistía, machaconamente, día tras día, explicándole el texto arriano de la biblia en el que había una alegoría apostólica sobre, "la santa obediencia y la filial docilidad".
Los días, las semanas y los meses fueron pasando de forma lenta e inexorable. De vez en cuando le llegaban noticias del mundo exterior. Así fue enterándose de algunos de los acontecimientos del imperio.
Los cuidados de Dido y Telenia dieron sus frutos. Cada vez se encontraba más seguro de sí mismo, y aunque de complexión delgada, se sentía fuerte y era capaz de competir, en destreza, con su hermano Galo, que desde luego era superior en el manejo de las armas, que él casi no había utilizado.
Pensó que sus mejores armas serían los libros, al menos de momento.
CAPÍTULO III
Vida de Flavio Claudio Juliano
CONTINUACIÓN, "DINASTÍA CONSTANTINIANA"
Una mañana en la que Juliano estaba paseando por el bosque, cerca de la gruta del terraplén, se encontró con el Prefecto. Helvidio le preguntó qué estaba haciendo en aquel paraje, Juliano le contestó que, como sin duda sabía ya, le gustaba dar largos paseos por el bosque, porque era un lugar tranquilo, donde podía estudiar sin ser interrumpido por nadie.
Helvidio.- sí estoy enterado, como es mi obligación, de vuestra costumbre de pasear y estudiar por la linde del bosque. No me extraña que lo hagáis si queréis disfrutar de tranquilidad para vuestros estudios. Además en los días despejados se puede ver Cesárea, desde aquí, allá, a lo lejos.
Al ver que llevaba un libro bajo el brazo se interesó por saber de qué se trataba.
Juliano.- le alargó un libro de historia escrito en griego, que era la lengua culta del imperio, y como el Prefecto le dijo que él no hablaba la lengua de la diplomacia, Juliano le hizo un resumen, de lo que decía el libro, diciendo:
Mi abuelo Flavio Valerio Constancio I Cloro, nació en el año 250 de la nueva era, fue hijo adoptivo del emperador Maximiano, y Diocleciano lo elevó a la dignidad de Cesar en el año 293, recibiendo el gobierno de Hispania, Galia y Britania.
Cuando dimitieron Diocleciano y Maximiano fue nombrado Augusto junto a Galerio en el año 305.
Galerio se encargó de nombrar nuevos Césares, dejando fuera del nombramiento a Magencio hijo de Maximiano y a Constantino hijo de Constancio I Cloro y su mujer, o más bien su amante, Elena, a quien la nueva religión ha subido a los altares.
Tales nombramientos crearon una grave crisis política que se acrecentó cuando mi abuelo murió a cusa de unas fiebres, mientras luchaba contra los Pitios en la lejana isla de Britania, en el verano del año 306.
Te supongo sabedor de que mi tío Constantino fue nombrado Cesar por Galerio el 29 de Julio del 306, siendo Augusto Valerio, pero de acuerdo con Maximiano rechazó el nombramiento de Cesar.
El día 29 de Octubre del año 312 fue promocionado, por sus tropas, a la dignidad de Augusto de Occidente, desempeñó el cargo hasta el 19 de Septiembre del 324.
En esta fecha del año 324 derrotó a Licinio, emperador de Oriente, a quien mantuvo prisionero en Bizancio, hasta que le llegaron noticias de que Licinio intentaba formar un nuevo ejército con las tribus de los bárbaros. Decretó su muerte, y la del hijo de Licinio, y ejerció como emperador en solitario hasta el 22 de Mayo del 337.
Como también estarás al corriente de su famoso sueño en el cual, según se dice, vio una bandera con el dibujo de una cruz con la inscripción:
"In hoc signo vinces".
Esa cruz le permitió enrolar a las masas cristianas en sus filas, acrecentando su ejército en gran número, y conseguir la victoria.
Con este estandarte como enseña ganó la batalla del Puente Milvio contra Magencio.
Seguramente sabes que Constantino I mandó asesinar a su propio hijo Crispo, al que tuvo con su primera esposa Minervina.
Unos dicen que el motivo fueron los celos que tenía su segunda esposa, Fausta, de Prisco, ya que se distinguían por encima de sus propios hijos y era querido y aclamado por las multitudes, él fue el artífice de la victoria naval de Constantino sobre Licinio en Adrianópolis,y otros dicen que la causa de la muerte fueron los celos que sentía Constantino por las habladurías que circulaban a cerca de las relaciones que Crispo mantenía con ella, 宮Según cuenta otra historia.
En el año 313 legalizó la religión cristiana mediante el Edicto de Milán, firmado también por Licinio, Augusto de Oriente.
Después de derrotar a Licinio refundó la ciudad de Bizancio, a la que llamó Nueva Roma, o Constantinopla, (Constantini-polis).
En el año 325 convocó el Primer Concilio Ecuménico de la religión cristiana, en Nicea, para aunar criterios religiosos y otorgar legitimidad, como Religión de Estado, a la nueva religión cristiana por primera vez en el Imperio, lo que fue esencial para la expansión de esta religión.
A la muerte de Constantino I, en el año 337, los tres hijos de su segunda esposa Fausta se repartieron el imperio conforme a su testamento.
A Constantino II, el mayor de los tres, le tocaron la Galia, Britania e Hispania.
Constante, el más joven, recibió Italia y África, e Ilíria esa región situada entre el mar Adriático y Macedonia, como seguramente sabéis.
En el año 340 Constantino II invadió la península italiana, enfrentándose a su hermano en Aquilea, donde perdió la batalla y la vida.
Desde entonces Constante es emperador en solitario de Occidente.
Tanto Constantino II como Constante fueron educados en la religión que surgió del Concilio de Nicea en el año 325, convocado, promocionado, financiado y dirigido por Constantino I.
Constancio II, en cambio, habitante y emperador de Oriente, sigue los ritos de los cristianos según la doctrina Arriana.
Helvidio.- Juliano, ya veo que sabe bien la historia del últimos siglo de nuestro imperio, sobre todo la concierne a vuestra familia, espero que dentro de unos días tengamos la oportunidad de charlar sobre otros sucesos de la historia de Roma.
Ahora debo deciros que he venido a buscaros para comunicaros que el obispo Jorge de Capadocia se ha presentado sin previo aviso y quiere veros.
Juliano.- ¿Sabéis porqué quiere verme? ¿Os ha dicho si ocurre algo preocupante, o si por el contrario se trata de una visita rutinaria?
Helvidio.- No creo que debáis alarmaros. Hay rumores de que en breve vamos a recibir la visita del emperador, que se encuentra en Antioquía, de camino a Constantinopla. Pero como ya he dicho no hay noticias preocupantes. Vayamos a palacio.
Nada más llegar a la fortaleza, juliano se dirigió a los aposentos reservados para el obispo. Cuando el secretario abrió la puerta del despacho del obispo Jorge, Juliano vio que Galo ya estaba allí, saludó al obispo y se acercó a besarle el anillo, preguntándole si había tenido buen viaje.
Obispo Jorge.- Príncipe Juliano, gracias por preguntarme por el viaje, sois muy atento, como sabéis el viaje es corto y tranquilo, poco más que un largo paseo.
Espero no haberos alarmado al pedir al prefecto Helvidio que fuera a buscaros.
El emperador, vuestro primo, vendrá dentro de unos diez días, quiere veros, a Galo y a Vos, para saber de primera mano cómo van vuestros estudios.
Como veis, a pesar de todas sus ocupaciones, hace el esfuerzo de venir para comprobar en persona el desarrollo de las enseñanzas que recibís.
Juliano se mantuvo callado, pensando cuál sería el verdadero motivo del viaje de su primo, ya que era la primera vez que venía en seis años.
Galo.- Obispo Jorge, ya sabéis que Juliano sueña con ser sacerdote. Es toda su vida. No hace otra cosa que leer.
Juliano.- Pero yo leo filosofía宮, comenzó a decir.
Obispo Jorge.- Así era yo a vuestra edad, dijo con una sonrisa. Eso hacemos todos al principio, pero luego llegamos a la historia de Jesús, que es el principio y el fin de todo conocimiento.
Según tenía por costumbre el obispo Jorge paseaba de un lado para otro con las manos a la espalda, mientras hablaba.
Se paró para mirarme y me preguntó:
Homoiousios. ¿Qué significa?
Juliano.- Quiere decir que Jesús, el hijo, es de una substancia similar a Dios, el Padre.
Ob. Jorge.- Homoousius. ¿Qué significa?
Juliano.- Que Jesús, el Hijo, es una substancia con Dios, el Padre.
Ob. Jorge.- ¿Cuál es la diferencia?
Juliano.- Según el primer argumento, Jesús fue creado por el Padre antes de que este mundo comenzase a existir. Es hijo de Dios por la gracia, pero no por la naturaleza.
Ob. Jorge.- ¿Porqué?
Juliano.- Porque Dios es uno. Por definición singular. Dios no puede ser muchos, como sostuvo el difunto obispo Arrio en el concilio de Nicea.
Ob. Jorge.- Estupendo. Homoousius es esa perniciosa doctrina en la que el Padre, el Hijo y Espíritu Santo son uno y el mismo. ¡¡Lo que no puede ser!!
Juliano.- Repitió dócilmente; "lo que no puede ser", como dijo mi primo Eusebio, obispo de Nicomedia en los días del concilio de Nicea.
Ahora es el obispo de Constantinopla.
En el año 325 Atanasio obispo de Alejandría, que era entonces un simple diácono, se opuso a los obispos Arrio y Eusebio, secundando al obispo Osio de Córdoba.
Ob. Jorge.- Pero la batalla está lejos de terminar. Todos los años ganamos terreno. Nuestro sabio Augusto tiene nuestras mismas creencias. Hace dos años los obispos de Oriente nos reunimos en Antioquía para apoyar la verdadera doctrina.
Este año nos reuniremos en Sárdica, con la ayuda del emperador "los verdaderos creyentes" destruiremos de una vez por todas las doctrinas de Atanasio.
Durante una semana el obispo Jorge y un diácono que lo acompañaba, les impartieron lecciones de religión arriana por la mañana y por la tarde. #7
El obispo Jorge tenía el propósito de que el emperador Constancio, cuando llegara en unos días, estuviera satisfecho con la educción religiosa que estaban recibiendo sus sobrinos.
Admití, tampoco había otra posibilidad, la tesis arriana de que un Dios (cuya existencia aceptamos todos) produjo un hijo judío, que se convirtió en maestro y al final de su vida fue ejecutado por el estado, por razones nada claras, a pesar de los esfuerzos del obispo Jorge por aclararlo.
Pero yo no podía dejar de comparar el bárbaro y rústico lenguaje de Mateo, Marcos, Lucas y Juan con la prosa clara de Platón.
Una tarde en la que el diácono me cantaba canciones del obispo Arrio, unas tontas baladas que probaban que el hijo era el hijo y el padre era el padre, elogié su canto cuando terminó la canción, y él dijo que lo que importa es el espíritu. En ese momento mencionó a Plotino diciendo que era un pretendido filósofo del siglo anterior que era causa de anatema. Un discípulo de Platón. Un enemigo de la Iglesia, era favorito del emperador Gordiano y maestro de Porfirio.
Juliano.- ¿Porfirio?
Diácono.- ¡Aún peor que Plotino! Porfirio procedía de Tiro. Estudió en Atenas. Se autoproclamó filósofo; pero solo era un ateo. Atacó a la Iglesia con sus libros.
Juliano.- ¿Con qué argumentos?
Diácono.- ¿Cómo puedo saberlo? Nunca he leído sus libros. Ningún cristiano debe hacerlo. El diácono mantenía una posición firme.
Juliano.- Pero seguramente Porfirio habrá tenido alguna razón充宼/font>
Diácono.- El diablo entró en él. Ésa es una razón suficiente.
Juliano.- Fue entonces cuando tomé la decisión de hacerme con sus escritos. #8
Al día siguiente llegó la corte imperial, un día antes que Constancio, constituida por una muchedumbre enorme, había centenares de secretarios y notarios, numerosos magnates del imperio, cierta cantidad de dignatarios eclesiásticos, y una turba de esclavos, además de la gran escolta militar o, debería decir, ejército.
El obispo Jorge era un experto del protocolo, conocía a todos y sabía cómo dirigirse a cada uno. Los dos cónsules anuales, todos los cónsules anteriores, los prefectos pretorios y gran parte del Senado.
Los illustris Los claríssimi, los spectábilis, los宮, el conde de la Sagrada Dádiva. Etc. Etc.
El último funcionario en llegar fue el más importante de todos: el gran chambelán del Sagrado Palacio, el eunuco Eusebio. Era tan grande y orondo que se necesitaban dos esclavos para sacarlo de la litera, estaba sobrecargado de joyas y perfumes.
Tan pronto como nos vio supo quiénes éramos, así de exactos eran los informes que recibía a menudo de nosotros, nos llamó . Lo cuál era un buen principio.
Al día siguiente llegó nuestro primo, el Augusto: Constancio II.
Cuando llegó el momento de presentarnos a Constancio, el obispo Jorge nos condujo hasta el estrado donde se hizo cargo de nosotros el maestro de ceremonias, quien nos presentó al emperador y asesino de nuestro padre.
Cuando me tocó el turno le oí decir a Constancio:
.
Juliano.-Yo balbucí un discurso formal, que acababa de enseñarme el obispo.
Constancio.- Debéis saber que nos alegra vuestra voluntad de ingresar en el servicio de Dios. No es habitual que los príncipes decidan alejarse del mundo, pero tampoco es habitual que los hombres sean llamados por el cielo.
Juliano.- Pensé, así que un sacerdote no es una amenaza para él. Por tanto sería sacerdote, tendré que ser sacerdote.
Constancio.- El obispo Jorge me ha dicho que habéis estudiado profundamente las disputas que por desgracia dividen a la iglesia. Me asegura que en vuestro estudio de los temas sagrados habéis visto la verdad y creéis.
Pero no podéis ser un simple sacerdote. Como miembro de la familia imperial debéis tener responsabilidades. En la iglesia ya sois un lector. Vuestra educción debe continuar en Constantinopla, donde podéis tener la esperanza de ordenaros. #9
Eso fue todo. Una semana más tarde el emperador y todo el mundo cortesano se fueron a Constantinopla y Macelo quedó vacío.
Durante el tiempo en que la corte estuvo en Macelo tuve la oportunidad de conocer a un tribuno, un oficial galileo llamado Víctor, al que me presentó Galo.
Víctor.- Se dirigió a mí, diciendo: ¿Es éste el nobilísimo Juliano?
Me preguntó si iré a servir en las tropas nacionales.
Galo.-Antes de que yo dijera nada contestó por mí; nó, será sacerdote.
En ese momento un hombre que no había visto antes, me preguntó:
¿De verdad seréis sacerdote?
Juliano.- No, dije.
Bien, dijo con una sonrisa. Era un hombre joven, con penetrantes ojos azules, civil.
Juliano.- ¿Quién sois?, pregunté:
Oribasio de Pérgamo, médico del divino Augusto. #10
El obispo Jorge se quedó muy contrariado porque no fue recibido por Constancio en audiencia personal, ni pudo lucirse haciéndonos preguntas sobre religión como él esperaba. Al día siguiente de partir la corte se fue a Cesárea.
El día de su partida le entregué una carta, muy política, en la que le explicaba que me había enterado de la existencia de Plotino, Porfirio y otros filósofos enemigos de la iglesia y sabedor de la importancia de la biblioteca de Capadocia le pedía consejo y que me prestara, si le parecía bien, los libros que él considerara más adecuados, como mi mentor religioso, para mi instrucción.
Para mi sorpresa el obispo Jorge me envió de inmediato las obras completas de Plotino así como el ataque de Porfirio contra la cristiandad. En compañía de una carta en la que decía: .
Fueron pasando las semanas y los meses y el obispo Jorge no recibía ninguna noticia de la corte. Los sueños que se había forjado de un ascenso en la iglesia se fueron diluyendo, y él fue perdiendo el interés por nosotros.
CAPITULO IV
Vida de Flavio Caludio Juliano -Segunda parte, pubertad
De pronto llegó su decimotercer cumpleaños.
Dido le hizo una comida especial, Telenia había conseguido permiso del prefecto Helvidio para que comiera en su propia habitación, acompañado de las dos mujeres, por lo que el almuerzo resultó lo más parecido a un cumpleaños celebrado en familia.
Después de comer el postre, consistente en una bebida de hidromiel, que Dido sabía hacer como nadie, acompañada de galletas de miel, las dos mujeres lo felicitaron efusivamente.
Dido le regaló un viejo códice que había sido propiedad de su familia por generaciones.
Le dijo que era un relato etíope sobre el Arca de la Alianza de los judíos y de cómo el hijo de Salomón y la reina de Saba, llamado Manelik I, llevó el arca a su país, años más tarde, ocultándola en un lugar seguro. Ante las protestas de Juliano que no quería que ella se quedara sin el pergamino, le dijo que ella era la última de su fmilia y por eso quería que Juliano lo tuviera para que no se perdiera y pudiera hacer uso de él cómo y cuándo creyera oportuno.
Juliano terminó aceptando el regalo como muestra de buena voluntad, por parte de Dido.
(2)
ARCA DE LA ALIANZA, ETÍOPE
Cuando Juliano se disponía a guardar un regalo tan especial en su librería secreta, Telenia le entregó un libro de Platón, que llevaba oculto, de título El Banquete. Antes de que Juliano comenzara a protestar, le dijo que ella tampoco tenía hijos y que sabía que a él le interesaban los libros de los buenos filósofos griegos.
Añadiendo que desde el primer día de su llegada a Macelo lo consideraba como si fuera su propio hijo, que quería tratarlo como a tal, si él se lo permitía, agradecida por el buen trato que le dispensó su padre Julio Constancio y su madre Basilina, a la que por cierto se parecía bastante, según le dijo.
Y que le estaría muy agradecida si aceptaba su regalo, al igual que el de Dido.
Las dos mujeres se abrazaron a él y a Juliano se le saltaron las lágrimas.
Cuando las mujeres lo dejaron solo, y se calmaron sus emociones, se puso a pensar en el hecho de que la presencia de Telenia y Dido cambiaba un poco la situación en que se encontraba. Seguía siendo prisionero de su primo y estaba a expensas de él, eso estaba claro, pero le pareció que la presencia de las dos mujeres era como un rayo de luz en la obscuridad de su existencia. Decidió que era mejor dejar pasar un poco de tiempo, antes de llegar a conclusiones que podían ser precipitadas, dejar que las cosas se asentaran por sí mismas, para poder pensar con claridad sobre el tema.
Casi sin darse cuenta se encontró ojeando los dos libros que le habían regalado sus nuevas amigas. El códice etíope era toda una sorpresa, describía algo parecido a una caja, o un arcón especial, fabricada por el pueblo judío unos 1.200 años antes. No entendía el idioma en que estaba escrito, ni comprendía para qué podía servir.
Se dio cuenta de que ese era el pueblo del que había surgido, hacía unos 350 años, un
Nuevo Maestro del conocimiento. Alguien que había enseñado una nueva doctrina:
La doctrina del Amor. Que se resumía en la siguiente fórmula:
"Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo".
Se dijo: El prójimo es cualquier persona distinta de uno mismo.
Por tanto: El prójimo y el enemigo son uno y el mismo.
Lo que le llevó a preguntarse:
¿Cómo es posible que siendo el mensaje central de su enseñanza el Amor al prójimo y a los enemigos, como le enseñaba su maestro, el freile Eustaquio, al igual que antes que él había hecho Mardonio, sus seguidores lo hayan olvidado tan pronto y estén de forma constante en el odio y el rencor? ¿Qué ha pasado para que en solo 300 años la sublime doctrina del Amor al prójimo del rabí galileo se haya pervertido hasta este punto?
Ninguno de los galileos que él conocía practicaba sus enseñanzas, aunque todos tenían sus palabras en la boca todo el tiempo, sobre todo para juzgar y zaherir a los que no eran sus seguidores, y a todos los que pensaban de otra forma.
Se dijo que los obispos estaban más obligados, por ser los directores de las iglesias provinciales, a dar testimonio de amor al prójimo, como decía su mensaje, y no pudo evitar recordar que los obispos que había conocido, su primo Eusebio de Nicomedia, Jorge de Cesárea y antes que él Eusebio, y por lo que sabía todos los demás bendecían a su primo, el emperador Constancio, otro seguidor del galileo, el asesino de su familia.
Recordó que cuando tenía 6 años, en vida de su padre, estando paseando una tarde por Constantinopla con Galo y Mardonio, fue testigo de cómo unos frailes seguidores de Arrio persiguieron y dieron una paliza a otros cristianos seguidores de Atanasio, mientras acusaban a éste de haber asesinado al obispo Arrio.
Llegó a la conclusión de que es peligroso unirse a cualquiera de las facciones galileas, ya que tienden a destruir y encubrir las cosas verdaderas. #11
Tomó la determinación de estudiar a fondo las enseñanzas del galileo.
Decidió que por hoy ya había tenido bastante, y se fue a dar un paseo hasta su lugar favorito, la gruta que había junto al despeñadero, allí se sentía libre, sin nadie que lo vigilara de cerca.
Pensó en su hermano Galo, a quién había visto un momento por la mañana en el desayuno, y que ahora estaría ejercitándose en el arte ecuestre.
Se disponía a empezar a leer el Banquete, de Platón, cuando oyó que alguien gritaba su nombre, salió de la gruta y se encaminó hacia la fortaleza y enseguida encontró a un criado que lo estaba buscando, por orden del fraile Eustaquio, para ir a la iglesia.
Por lo visto las complicaciones no habían terminado aún.
Los dos se dirigieron al antiguo palacio, el criado tres pasos de respeto por detrás de Juliano, donde se encontró con el viejo Eustaquio que lo apremió para que se pusiera una sotana para ir a la iglesia a celebrar las ceremonias vespertinas.
El monje vio la cubierta del libro que llevaba el niño, sin necesidad de pedírselo, y su cara se iluminó con una sonrisa.
Cinco minutos más tarde se dirigieron los dos, acompañados de Galo, hacia la basílica arriana de San Mauricio, que había sido construida con las piedras procedentes del templo de Apolo, "destruido por los cristianos". La habían levantado en el mismo lugar conservando su misma estructura desde el arranque de los cimientos.
En el gran atrio del templo pagano, ahora iglesia cristiana, brotaba una fuente donde los fieles hacían sus abluciones antes de entrar en la iglesia. En uno de los pórticos laterales estaba la vieja tumba de San Mamesio. Santo con fama de milagroso.
Juliano sabía que uno de los frailes se dedicaba a pesar ¿y vender? trocitos de tela, de diferentes tejidos, a los enfermos que pasaban toda la noche en oración, y ponían los trocitos de tela sobre la tumba y los pesaban de nuevo por la mañana y si, gracias al rocío, pesaban más que la víspera confirmaba que la petición, del poseedor del trozo de tela había sido escuchada.
Según le había comentado Mardonio, este proceder era un engaño usurero, y un abuso de la ignorancia del pueblo, por el que se enriquecía la iglesia a costa de los pobres enfermos. Rezaban toda la noche y dejaban los trozos de tela en el exterior y a la mañana siguiente aquellos trocitos que pesaban más que en la víspera indicaban que Dios había oído sus plegarias.
La conclusión de Mardonio era que el peso del trozo de tela, por la mañana, dependía del tejido de la misma y de la cantidad de rocío que hubiera en el ambiente, lo que a su vez fluctuaba con las noches y las estaciones.
""Todo un engaño de la iglesia"".
Los tres eligieron para penetrar en la iglesia la puerta central, reservada para los monjes y el clero.
Juliano subió al púlpito arriano. Los devotos de San Mamesio llenaban el templo, produciendo una atmósfera irrespirable, que junto con el incienso, en gran cantidad para aplacar el hedor de la gente, cosquilleaba la nariz, produciendo una sensación desagradable. Una gran mayoría de los asistentes al acto religioso eran personas enfermas, cojos, ciegos, mancos, paralíticos, lisiados y un largo etc., que iban a pedir a San Mamesio la curación de sus dolencias.
Cuando el coro dejó de cantar Juliano comenzó la lectura de El Apocalipsis, este relato escrito por San Juan en el S. II, impresionaba de forma extraordinaria a los fieles.
Al finalizar el oficio, dos horas más tarde, Juliano bajó del púlpito reuniéndose con Eustaquio y Galo, algunos fieles se acercaron a Juliano para expresarle su admiración por lo bien que había leído el apocalipsis, el niño les dio las gracias.
Todos salían contritos del templo, buscando en su conciencia el grado de culpabilidad de sus vidas, por temor a que el apocalipsis tuviera lugar de un momento a otro.
El fraile y los dos hermanos se pusieron en camino hacia el palacio prisión, a donde querían llegar a tiempo para la cena, Eustaquio bendijo la mesa en día tan señalado. Durante la cena el prefecto y los centuriones se acercaron a felicitar a Juliano, quien cenó tan poco como tenía por costumbre. Después de la noche trágica en que sus padres fueron asesinados, deseaba robustecer su mente y su alma más que su cuerpo físico. Tan pronto como pudo, después de saludar a Telenia y a Dido, y despedirse de ellas hasta el día siguiente, sin que nadie lo viera subió a su habitación con el propósito de leer a Platón en, El Banquete.
Su hermano se quedó bebiendo vino con los legionarios y compartiendo sus groseras chanzas, hablando de mujeres, como gustaba hacer en los últimos meses, para sentirse más hombre.
Así fue pasando el tiempo, llegaron los calores del verano mitigados por la brisa fresca que soplaba desde el monte Argos, y cuando quiso darse cuenta había pasó el verano.
Un buen día el fraile les dijo que al día siguiente se iría de viaje, para cumplir cierto encargo del obispo, y que por tal motivo estaría fuera unos días.
A la mañana siguiente, libre de la tiranía de Eustaquio, salió de la fortaleza y se dirigió al templo de Afrodita, próximo a la iglesia de San Mauricio.
Le encantaba el bosque sagrado de la diosa, donde podía respirar libre, sin miedo a ser espiado por ojos traicioneros. Como era muy temprano se dirigió a la humilde morada del cuidador y sacerdote del templo, Olimpiador, quien estaba desayunando con su esposa Diofana y su hermosa hija de 17 años llamada Amarilis.
Los tres se alegraron mucho de verlo. Sabedores de que el día anterior había cumplido trece años lo felicitaron con grandes muestras de cariño.
Cuando la hermosa Amarilis lo abrazó, contra su pecho turgente, no pudo impedir que el rubor tiñera de rojo sus mejillas, lo obligaron a sentarse a la mesa para compartir unos racimos de uvas, que es todo lo que tenían para el desayuno.
Algo más tarde apareció la hija menor, Psiquis, que ya no participaba de la alegría de la casa. Desde que se había hecho seguidora del galileo, a escondidas, su carácter se había vuelto melancólico, lo que tenía desazonada a toda la familia, estaba triste y reservada como de costumbre, siempre pensado en el castigo divino, y sus padres no sabían cómo hacer para que recobrara la alegría de vivir.
Al parecer no le enseñaban el amor al prójimo y a los enemigos en la iglesia, si no el pecado y a temer el castigo del infierno.
Cada vez que Juliano venía a verlos se enteraba, por Olimpiador, de cómo iba avanzando poco a poco la destrucción del bosque sagrado para ampliar el cementerio cristiano adosado a la iglesia de San Mauricio.
Nadie hacía nada para impedir ese atropello, por el contrario, el gobernador de la provincia, hecho cristiano por conveniencia política sabedor de los vientos religiosos que soplaban en la corte, había convenido con el obispo ir eliminando, sin prisa pero sin pausa, toda la propiedad del templo pagano de Afrodita que pasaría a poder del templo cristiano.
Cuando la conversación fue decayendo, después de ponerse al día sobre los recientes acontecimientos, salieron al patio de la casa rodeada de viejas parras que estaban cargadas de grandes racimos de hermosas uvas dulces y penetraron en el atrio del templo.
En el centro, del cual, hay un manantial de aguas salutíferas dedicado al dios Apolo, una estatua de mármol blanco, del dios, despide rayos de luz dorada al ser besada por los primeros rayos del sol.
Olimpiador le dedica una breve plegaria y penetra con Juliano en el templo de Afrodita
Anadiomena, para recargar de incienso el pebetero de la diosa, que luce su desnudez marmórea, saliendo de las aguas del mar.
Juliano se queda extasiado contemplando la perfección del cuerpo de la diosa emergiendo del mar, le parece increíble que las manos del hombre sean capaces de conseguir realizar obra de tan refinada belleza, y se declara rendido admirador de la diosa del amor.
Llega a la conclusión de que la filosofía tiene razón, cuando dice que solo le es posible al hombre alcanzar tal perfección cuando se hace uno con la naturaleza, que es la expresión divina en la tierra.
Discurre que cuando el hombre es capaz de aunarse con Dios, como dice Jámblico, se convierte en expresión de lo divino en pensamiento, palabra y obra, y cuando no es sí expresa la animalidad propia de las bajas pasiones como el egoísmo, la envidia, el odio, el rencor, y los miedos, sin fundamento, que manifiesta en sus obras destructivas.
La mañana discurre veloz y se consume como un suspiro sin darse cuenta de ello hasta que Olimpiador, viendo el arrobamiento de Juliano, le toca en un hombro volviéndolo a la realidad. Advirtiendo que el sol pronto alcanzará el zenit, se despide del sacerdote sacrificador, y dirige sus pasos a la fortaleza.
Por la tarde Telenia se reúne con él, en su habitación, quien le dice que se ha enterado de que circular rumores entre los soldados, sobre grandes preparativos en Antioquía para la guerra con los persas.
Juliano recuerda los sucesos que tuvieron lugar el año 340, cuando él tenía 9 años, hubo grandes rumores sobre los preparativos que su primo Constantino II hizo en Hispania y La Galia para la invasión de Italia, pretendiendo derrocar a su joven hermano Constante. Pero el resultado de la guerra fue que Constantino II perdió la guerra y la vida en la batalla de Aquilea.
Juliano le agradece la información y le dice que lo bueno de vivir desterrados en Macelo es que están lejos de cualquier sitio.
A primeros de Diciembre llegó la orden del Sagrado Palacio invitándole a trasladarse a Constantinopla. Debía presentarse al chambelán Eusebio para acordar las condiciones de su estancia en la capital.
La orden incluía la sugerencia de que llevara con él a un reducido grupo de personas para su servicio
Juliano hizo los arreglos necesarios, con la ayuda del contrariado obispo Jorge que según parecía iba a seguir en Capadocia, en lugar de ir a Alejandría a sustituir al obispo Atanasio quien seguía siendo el gran enemigo del arrianismo. Devolvió al obispo Jorge todos sus libros, después de haber encargado hacer copias de ellos, reunió sus escasas pertenencias y en compañía de las dos mujeres y un pequeño destacamento de legionarios a las órdenes de un decurión, puestos a su disposición por el prefecto Helvidio, se encaminó a la ciudad que le viera nacer hacía cerca de tres lustros.
Después de dejar a sus acompañantes en la casa de su tío Juliano se dirigió al gran Sagrado Palacio, desde el cual el orondo eunuco Eusebio desplegaba sus órdenes por el mundo como si fuera el mismo Augusto, claro que según parece era el gobernante de hecho.
Cuando llegó al enorme palacio con su escolta personal, presentó sus credenciales al portero quien lo acompañó al despacho de Eccebolio, un favorito de Constancio, quien se encargaría de su instrucción académica a partir de este momento.
Eccebolio había sido mi tutor mientras estudié, de niño, en la escuela de patricios, y quería saber lo que había aprendido durante mi larga estancia en Macelo, así que pasé varis horas declamando miles de versos aprendidos de memoria de Herodoto, Platón, Hesíodo, Teognis, Homero, Plotino y Baquíledes. Mi antiguo mentor estaba asombrado de mi capacidad para recordar tantas enseñanzas.
Le pregunté por Mardonio, me contestó que estaba bien, que seguía al frente del departamento de secretarios y copistas, que ahora iba a llevarme al despacho del chambelán y luego le haríamos una visita.
Eusebio me recibió en su departamento del Sagrado Palacio.
Se levantó para saludarme, aunque era el segundo en rango en todo el imperio, solo era un illustris y yo pertenecía a un estrato superior. Estaba bañado en perfume de rosas. Me preguntó si estaba cómodo en la casa de mi tío Juliano, prefecto de Egipto, le contesté que sí, que estaba muy cómodo.
Dijo que no podía asignarme una renta. Le contesté que no se preocupara por ese detalle, ya que, gracias a los dioses, tenía rentas propias de las propiedades de mi abuela y de mi madre.
Eusebio.- Eccebolio me ha dicho que tenéis cualidades para la retórica y propone que sigáis un curso de gramática con Nicocles. Estoy de acuerdo con él.
Juliano.- Me parece muy bien. Mi interés es la filosofía. Mi meta la universidad de Atenas, faro del mundo. Me gustaría dedicarme a la literatura, la filosofía. Como escribe Esquilo:
.
Pero naturalmente nosotros conocemos a Dios como no pudieron conocerlo nuestros antepasados. Jesús vino al mundo por una gracia especial para salvarnos. Es como su padre, aunque no de la misma substancia, según Arrio.
Sin embargo es bueno estudiar las antiguas costumbres para conocer y hablar de todos los asuntos, incluso sobre el error. Como escribe Eurípedes:
.
¿Me había pasado con las citas? Es posible, mi exposición pretendía hacerle creer que yo era inofensivo, como lo era.
Eusebio.- Haremos todo lo posible para que el Divino Augusto, su Santidad, el Eterno, vuestro primo Constancio, preste atención a vuestro deseo.
Por el momento debéis continuar aquí vuestros estudios. Os enviaré a Euterio dos veces por semana para que os de clases de ceremonia, tan necesaria para saber qué hacer en el Sagrado Palacio. Dio por terminada la visita haciendo sonar una campanilla de plata.
Ahora si me perdonáis nobilísimo príncipe Juliano debo reunirme con el Sagrado Consistorio.
Al punto apareció mi antiguo tutor Mardonio en el vano de la puerta.
Nos abrazamos emocionados, habían pasado más de seis años desde que me dejó en Macelo.
Mardonio es mi brazo derecho, añadió Eusebio.
Es el jefe de mi equipo de secretarios. Un clasicista notable, un hombre leal, un buen cristiano de inconmovible fe, un amigo vuestro, Vos lo conocéis bien ya que ha sido vuestro maestro, él os acompañará hasta la puerta de salida.
Nos levantamos y nos despedimos.
Nunca más volví a ver a Eusebio.
Cuando quedamos solos le dije a Mardonio:
.
Mardonio se puso pálido como un cadáver. Aquí no,宠susurró, el palacio宮, agentes secretos en todas partes.
Hablamos de cosas intrascendentes mientras caminábamos por los pasillos de mármol hasta la salida del palacio. Le invité a ir a mi casa, el día siguiente por la tarde, después de terminar sus ocupaciones.
Al día siguiente, Mardonio se presentó puntual a la cita en el palacio de su tío Julio donde podían hablar sin tener miedo de ser espiados por nadie.
Juliano.- Mardonio, ¿Qué podéis decirme de Euterio, del que me habló Eusebio como maestro de etiqueta?
Mardonio.- Es un buen hombre, os gustará, es armenio, no creo que se preste a una delación. En cualquier caso nunca critiquéis al emperador.
Juliano.-Eso lo sé bien, Mardonio. Como veis me las he ingeniado para seguir viviendo.
Mardonio.- Pero esto es Constantinopla, no Macelo.
Juliano.- ¿Sabes qué piensan hacer de mí?
Mardonio.-Que yo sepa el emperador aún no lo ha decidido y añadió que todos mis trabajos de estudiante estaban guardados en palacio. Así elaboran sus argumentos para las delaciones.
Juliano.- Me quedé atónito.
Mardonio.- Mostraos inofensivo, os lo ruego.
Juliano.- Mardonio, puedo aseguraros que en eso soy todo un experto.
De mi primo, el emperador Constancio, aprendí a disimular y disfrazar mis verdaderos pensamientos. Una terrible lección, pero, de no haberla aprendido, no hubiera vivido todos estos años. #12
Mardonio.- Príncipe Juliano, aquí en Constantinopla deberéis ser más cauto todavía, detrás de cada árbol, en cada esquina y cada sombra hay un espía del Sagrado Palacio, que como os he dicho no tiene nada de sagrado, más bien es un, un…宬 un antro de vicio y perversión.
Juliano.- Le dije a Mardonio que sus palabras me habían hecho recordar la experiencia que vivimos en la calle, poco antes del asesinato de mi padre, cuando súbitamente se abrió la puerta del osario y salieron corriendo dos ancianos perseguidos por una docena de monjes, armados con bastones, Los ancianos llegaron hasta la arcada donde nos hallábamos y entonces los monjes les dieron alcance. Los tiraron al suelo y empezaron a pegarles mientras gritaban: ¡Herejes!, ¡Herejes!
Yo te pregunté, ¿porqué les pegan?
Y tú suspiraste y me respondiste: Porque son herejes.
Galo, mayor que yo ya estaba al corriente de esas cuestiones y te preguntó:
¿Asquerosos Atanasianos?
Tú contestaste; eso creo, será mejor que nos vayamos.
Yo era curioso. Quería saber quiénes eran una Atanasiano. Después de un momento de duda, me respondiste, locos que creen que Jesús y Dios son lo mismo, exactamente lo mismo.
Galo.- Añadió, por su cuenta, cuando todos saben que solo son similares.
Mardonio.- Exacto. Como nos enseñó el obispo Arrio, tan admirado por vuestro primo el divino emperador.
Galo.- Apostilló; ellos envenenaron al obispo Arrio.
Juliano.- Lo cierto es, querido Mardonio, que la religión de los galileos me parece un cúmulo de despropósitos y contradicciones, aunque reconozco que no soy aún experto en su estudio. Hablando de religiones, voy a enseñarte un códice antiguo de origen etíope, que habla de la religión de los judíos.
En ese momento saque el Kebra Nagast y se lo enseñé a Marcelo, diciéndole que me lo había regalado Dido, en Macelo, por mi cumpleaños.
Mardonio.- Hojeó el pergamino observando muy atento los detalles, me comenta que el códice debe de ser un ejemplar único, de gran valor, y añade, sin duda Dido os aprecia mucho, príncipe Juliano.
En cuanto al arca en sí me parece una copia de antiguos arcones egipcios que eran muy similares, tanto en cuanto a las medidas, como a la disposición de los distintos elementos constructivos, incluidas las anillas laterales para poder trasladarlos usando dos largas varas.
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |