Análisis socio-cultural del incremento en la criminalidad actual
Enviado por Ing.+Lic. Yunior Andrés Castillo S.
- Enfermedades o trastornos mentales
- Evolución jurídica y psiquiátrica en los siglos XIX y XX
- Estandarización nosológica
- Estudios de Gemelos
- Estudios de Hijos Adoptivos
- Estudios Genéticos
- El discurso crítico socio-criminal (La nueva criminología)
- El interaccionismo y el labelling approach (el precedente interaccionista)
- La criminología crítica
- El abolicionismo y el abolicionismo radical
- Trastorno mental y personalidad criminal
- Trastornos de Conducta y Delincuencia
- Homosexualidad
- Fetichismo
- Necrofilia
- Cleptomanía
- Piromanía
- Trastornos de la Personalidad
- Responsabilidad Penal
- Conclusiones
- Bibliografía
Enfermedades o trastornos mentales
La nosología es la parte de la medicina que tiene por objeto describir, diferenciar y clasificar las enfermedades.
La nosología psiquiátrica efectúa, dentro del cuadro global de enfermedades, la descripción, diferenciación y clasificación de los trastornos mentales; se incluyen dentro de éstos a aquellos en los que se manifiestan desviaciones conductuales penalmente significativas, propias de la respectiva patología.
Finalidad nosológica.
Un grupo de estudiosos se ha pronunciado contra todo intento nosológico sosteniendo que la clasificación psiquiátrica debería suprimirse; ello, ya que entre los trastornos sólo existen diferencias de tipo cuantitativo, así como que no existiendo casos significativamente iguales, mal pueden éstos agruparse.
Hay tratadistas que consideran que la clasificación es un medio 0para reducir la complejidad diagnóstica, considerando las analogías que existen en un conjunto dado de observaciones y agrupándolos de manera abstracta; esto, con el fin de tratar con ellas más fácilmente, como un número convenientemente pequeño de cosas. Es evidente que en psiquiatría clínica las clasificaciones sirven a la educación, el tratamiento y la comunicación y consulta entre profesionales; ello, entre otras múltiples utilidades.
Perfeccionamiento del nomenclátor nosológico.
Para cumplir los objetivos propuestos se ha perfeccionado el sistema de clasificación; así, a cada ítem se le da un número clave, o código, el cual identifica cada categoría diagnóstica.
Hay otros estudios que siguen un sistema similar así por ejemplo para la psicosis esquizofrénica, trastornos de la personalidad, pero también agrupan el trastorno de la personalidad de tipo antisocial, o con predominio de manifestaciones sociopáticas o asociales, y las subcategoría de esquizofrenia del tipo catatónico. Se procura unificar los códigos y términos oficiales de la Asociación Americana de Psiquiatría y de la Clasificación Internacional de enfermedades.
En la descripción de la clasificación de las categorías de los trastornos mentales, se ha considerado necesario identificar las diversas categorías, según sus respectivos códigos, de uso profesional, sin extender la explicación más allá de lo indispensable.
Historia de las clasificaciones psiquiátricas.
Ya en la antigüedad se etiquetaron los trastornos mentales; pero se atendía entonces, por lo general, a nominaciones con fundamento sobrenatural propias de la etiología de la época.
El término obsesión, que aún se conserva, por Ej. Se correspondía con la idea de que el enfermo se hallaba asediado por espíritus del mal; tanto más, cuando se hablaba de posesión, como interiorización de ese estado maligno.
El aún popularizado vocablo alienación, significaba que el individuo se había enajenado, otorgando el control de su espíritu o alma al diablo.
Pero además, los antiguos ya discriminaban ciertas alteraciones como los trastornos alcohólicos, la epilepsia, el retraso mental, aunque no existía claridad en la distinción entre trastornos orgánicos y funcionales.
Evolución jurídica y psiquiátrica en los siglos XIX y XX
Hacia las últimas décadas del siglo XVIII, al tiempo que se difundían los manicomios, recién tuvo comienzo lo que se dio en denominar como la clasificación moderna de las enfermedades mentales. Para tener una ligera idea de la diversa evolución llevada a cabo por la psiquiatría y el derecho hasta el presente, debe merituarse que hace ciento cincuenta años ya había tenido lugar el proceso codificador, y sólo se fueron haciendo agregados posteriores con tímida aceptación de las nuevas corrientes científicas, sin producir una alteración sustancial en su finalidad primordialmente punitiva; así, dogmáticamente, todo cuanto hoy se repite por algún sector doctrinario sobre la responsabilidad y la pena no difiere esencial ni radicalmente de aquel derecho de culpa.
Cabe recordar a su vez que es recién en las postrimerías del siglo XVIII cuando Pinel retira las cadenas de los enfermos mentales en Salpetriere, en el Asilo para Locos; y mucho tiempo debió pasar hasta que comenzaran a eliminarse las cerraduras y los barrotes, y se principiara a practicar, salvo casos extremos, el tratamiento ambulatorio, desarrollándose los programas preventivos de salud mental.
Mientras a mediados del siglo XIX Griesinger todavía formulaba una aproximación psiquiátrica organicista y totalmente distante de nuestros conocimientos contemporáneos, el proceso codificador de comienzos de ese siglo, así por ejemplo el
Código Penal Francés de 1810, fue consolidándose por muchas décadas. Y así fue extendiéndose en Europa a mediados de aquel siglo: por ejemplo en España, en 1848; y fue seguido, con algunas adaptaciones insuficientes, hasta nuestros días.
Los positivistas, a su vez, apenas si comenzaban a unirse a fines del siglo XIX y poco después a difundir sus nuevas teorías, las que se aproximaban al espíritu filosófico científico de la época, con el que principió un constante avance en el conocimiento de la conducta social y delictiva. Así este saber quedó totalmente distante del que existía durante el proceso codificador.
Jamás podían pensar aun los propios positivistas que, por ejemplo, en el nomenclator de la Organización Mundial de la Salud y en el de la Asociación Americana de Psiquiatría, la conducta antisocial, incluida la delictiva, fuera a constituir un síntoma que, en supuestos de continuidad y cronicidad, se clasificaría como un trastorno mental, priorizándose al estado o a la conducta como índice del trastorno de la personalidad; ello, por sobre la etiquetación delictiva o de los tipos criminales, que por sí no podían dar lugar a significación nosológica psiquiátrica ni científico conductual alguna, con la elementalísima e inidónea legislación de la reincidencia; vacío éste no resuelto en la técnica legislativa clásica, ni aun en nuestros días, con los parches asistemáticos de las medidas de seguridad.
Como se ve, el derecho penal, aun incorporando tímidamente el principio de peligrosidad, de manera anticuada, debió evolucionar con ostensible retraso respecto de la actual información de la medicina psicológica. Pinel, a fines del siglo XVIII, esbozó un sistema elemental nosológico describiendo la melancolía, la manía sin delirio, la manía con delirio, la demencia y la idiocia. Kraepelin, por su parte, agrupó las categorías de catania, hebefrenia y otras demencias, llegando al concepto de demencia precoz, denominación sustituida por Bleuler con la designación de esquizofrenia.
Kraepelin clasificó y bosquejó, a su vez, las psicosis maníaco depresivo y es recién con Prichard que se reconocieron los trastornos de la personalidad. En cuanto a las psiconeurosis, aunque no en su forma moderna, se estudiaban ya en el siglo XIX; con ello se fue dando base a los trabajos de Janet, en psicastenia; DE Charcot, en histeria, y de Freíd, en su imponente sistematización de la dinamogénesis de las neurosis. Para Freíd, la diferencia entre las neurosis, por ejemplo la histeria, y las psicosis, por ejemplo la expone entre el neurótico y el individuo normal.
En 1853 se aceptó por vez primer un cuadro nosológico referido a causas de muerte.
La revisión internacional inicial de causas de muerte tuvo lugar en la Primera Revisión de la Conferencia de la Lista Internacional de Causas de Muerte, ocurrida en Francia, París, en 1900. A intervalos de diez años viene haciéndose una revisión de los estudios y la última tuvo lugar en 1992, que resulta de las actividades de la Organización Mundial de la Salud, dirigida no sólo a la clasificación de enfermedades mentales, ya que comprende, por ejemplo, causas de morbilidad y mortalidad prenatal, de accidentes, de intoxicaciones, de complicaciones de embarazo, etc. Su título actual es Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades, Lesiones y Causas de Muerte. Este trabajo se extiende con una adaptación a los estudios anteriores, para su uso en los Estados Unidos. En la Unión Americana la primera clasificación ocurre en 1917. Luego fueron traducidas al español e introducidas en el resto del continente americano de habla hispana. La última fue en 1994.-
Imputabilidad e inimputabilidad, con base en alteración mental
Según algunos psiquiatras, el sistema de inimputabilidad e imputabilidad penal, basado, entre otros presupuestos, en la presencia o ausencia de enfermedades mentales morbosas, o alienación o enajenación o demencia, etc., según las legislaciones, es totalmente ajeno a la realidad médico psicológica y al fin de reducción de la tasa de criminalidad y de la tutela individual y social frente al crimen.
En su contexto histórico, la responsabilidad criminal equivale a la responsabilidad moral, una idea que tiene contenido metafísico y que trata de la libre elección entre los valores de lo bueno y lo malo. ¿Dónde aparece repentina o gradualmente la responsabilidad moral en el ámbito de la psicodinámica? Ningún científico puede responder a esto, porque la responsabilidad moral es una idea que pertenece a un reino ajeno a la ciencia; pedir al psiquiatra que señale la presencia de la responsabilidad de los criminales es como pedir al cirujano que ponga al descubierto el alma o al astrónomo que localice el cielo.
El tema en análisis gira, alrededor de tres objetivos:
1) prevenir futuros actos criminales;
2) Disuadir al delincuente; y
3) Regular la punición dentro de un marco de humanitarismo;
No debe perderse de vista que el propósito disuasivo se pretende sobre aquellos que por su normalidad comprenden la criminalidad de su accionar. La ley opera en base a esa regla: la eficiencia del castigo como ejemplo disuasivo. No solo en los casos de insania temporaria, sino en los supuestos de provocación adecuada, son las circunstancias las que llevan al crimen, y no la personalidad del criminal. Las circunstancias pueden considerarse tan provocativas que la persona común, en situación semejante, sería tan impermeable a la disuasión como el psicótico. De allí que la pretendida disuasión resulta impracticable, y la responsabilidad moral, inadecuada.
Hay otras medidas que son coherentes con el determinismo contemporáneo, no causal, las que no reposan en el concepto metafísico de responsabilidad moral, así por ejemplo:
1) motivación psicológica;
2) probabilidades de repetir el castigo, según un sistema privativo de libertad o con tratamiento psiquiátrico;
3) capacidad disuasiva de la pena, en concreto;
4) límites desencadenantes del acto criminal;
5) probabilidades de que la persona común también responda criminalmente de que la persona común también responda criminalmente en circunstancias similares;
Hay tratadistas que consideran arcaica la inimputabilidad basada en definiciones de insania y comprensión de la criminalidad de los actos o en la distinción entre el bien y el mal, derivada de aquél estado morboso. Estas definiciones legales han dado como resultado veredictos y sentencias injustas. Las personas débiles de carácter no son insanas, y sin embargo fracasan a menudo al tratar de distinguir entre el bien y el mal. Muchas personas normales, en ciertas situaciones, no opueden hacer tal distinción, mientras que, por otra parte, muchos pacientes claramente psicóticos pueden establecer verbalmente esta discriminación legal. Los términos bien y mal son, en sí mismos, tan indefinidos, que hacen inválida la indagación. Más aún, muchas persona llamadas nerviosas, a las que se les tilda de psiconeurótivas son tan propensas a las compulsiones, que resultan incapaces de abstenerse del crimen. Hasta las personas normales, bajo la influencia de la cólera, pueden llegar a delinquir y sólo técnicamente se las puede tildar de insanas. En criterio compartido por muchos psiquiatras, anotando las diferencias cuantitativas de las enfermedades mentales, dentro de ciertos grados, se sostiene que muchas psicosis no se pueden diferenciar netamente de las psiconeurosis, ni de las reacciones de la personalidad psicopática e incluso de las respuestas normales; ello, ya que el término psicosis adquiere un significado específico sólo cuando se lo conceptúa como un serio desorden de la personalidad, de etiología específica o de pautas definidas.
Por mi parte, solo reitero que los tratamiento de los trastornos mentales no psicóticos y de la categoría psiquiátrica del trastorno antisocial, para la delincuencia crónica, merece un trato diferente y una atención especial por parte de las autoridades.
¿Existe relación entre la biología humana y la delincuencia?
La respuesta no puede ser más que afirmativa, y aunque de entrada esta aseveración puede sorprender a muchos, no podemos por menos que confirmar que la relación entre Biología y delincuencia es uno de los nexos más claramente establecidos por la investigación criminológica moderna.
Según Fishbein[1]para explicar adecuadamente el comportamiento delictivo, debe atenderse a tres elementos interrelacionados entre sí:
a) Los sistemas neurológicos, que son responsables de la inhibición de conductas y emociones extremas.
b) Los mecanismos necesarios para aprender, ya sea a partir de la imitación de otros seres humanos o a partir de la propia experiencia.
c) Los factores sociales, que se concretan en la estructura familiar de los individuos y en los recursos comunitarios o mecanismos de ayuda social.
Así pues, según Fishbein, la regulación del comportamiento se realizaría a partir de dos mecanismos biológicos y un mecanismo social o contextual, en el cual operan los dos primeros. Las posibles interacciones a que estos sistemas (biológicos y sociales) pueden dar lugar son las siguientes:
1. Que individuos biológicamente bien dotados, sin dificultades neurológicas o de aprendizaje, tengan unos ambientes socioculturales y familiares adecuados. Éste sería el supuesto ideal en el que existiría una menor probabilidad de agresión y de delincuencia.
2. Que los mecanismos biológicos sean los apropiados pero los mecanismos sociales sean inestables o inadecuados. Esto es, que el sujeto se desarrolle en contextos sociales desestructurados proclives a producirle problemas de maduración emocional. En este supuesto la estabilidad biológica, y más concretamente una buena inteligencia y unas buenas capacidades de inhibición, pueden ayudar a minimizar el influjo negativo de los factores ambientes, incluso tratándose de ambientes muy problemáticos.
3. Que existan en los individuos dificultades biológicas, ya sean neurológicas o de aprendizaje, pero en cambio dispongan de sistemas sociales de crianza muy estables e intensivos. En tal caso, las dificultades biológicas podrían ser compensadas y el individuo tendría la oportunidad de desarrollarse adecuadamente en la sociedad.
4. Que ninguno de los dos sistemas funcione. En este caso, los sujetos tienen desventajas tanto de tipo neurológico o de aprendizaje como contextuales. Aquí, la probabilidad de conducta antisocial es alta.
De acuerdo con Fshbein (1992:103) "existen múltiples características individuales innatas que incrementan el riesgo de conducta agresiva, y que esta tendencia se manifiesta o no es una función de las condiciones ambientales". Como puede verse, la moderna formulación de las perspectivas biológicas en Criminología no plantea suerte alguna de fatalismo determinista. En ellas, como no podía ser de otro modo, características biológicas y factores ambientales entran en interacción recíproca, compensándose y determinando una variedad de resultados posibles.
Rasgos físicos y delincuencia(las biotipologías).
Desde siempre han existido estereotipos sociales en relación a las características de personalidad y físicas que poseen los delincuentes, como si fuese posible a simple vista distinguir a un delincuente de quien no lo es. García – Pablos (1988) relata el caso de un juez italiano del siglo XVIII quien, si no tenía claro cuál de dos sospechosos era culpable del delito que juzgaba, condenaba (literalmente) al más feo, suponiendo que era más probable que realmente hubiera cometido el delito y solventando así el problema de la ausencia de pruebas. En criminología ha existido una línea de investigación que ha analizado la posible relación entre tipologías corporales (o biotipologías) y delincuencia. En otro caso sucedido en Guatemala, antes de la transformación de la justicia penal, en la década del 90, un juez manifestaba, que él solo con oler el expediente que contenía toda la documentación que conformaba el proceso, llegaba a saber si la persona era inocente o culpable, por lo que ya no necesitaba leer el contenido de todos los documentos que formaban aquél proceso.
Una de las biotipologías más conocidas fue desarrollada en 1921 por el psiquiatra alemán Ernst Kretschmer, quien estableció, a partir del análisis de más de 4,000 sujetos, tres tipos corporales vinculados a ciertas caracterologías (Curran y Renzetti, 1994); Schmalleger, 1996; Vold y Bernard, 1986): el leptosomático o asténico, caracterizado por su delgadez y poca musculatura y por una tendencia a la introversión; el atlético, opuesto al primero, poseedor de un gran desarrollo esquelético y muscular; y el tipo pícnico, tendente a la obesidad y proclive a la sociabilidad. Según Kretschmer existiría una preponderancia de los delitos violentos y una mayor tendencia a la reincidencia entre los tipos constitucionales atléticos, de los delitos de hurto y estafas entre los leptosomáticos y de los fraudes entre los pícnicos.
El norteamericano William Sheldon estableció en 1949 una biotipología, paralela a la de Krestchmer, que distinguía tres somatotipos o tipos corporales asociados a tres tipologías de personalidad, cuyas características se mantendrían a lo largo de la vida del individuo (Sheldon, 1949; Schmalleger, 1996);
a) el Ectomórfo: físicamente caracterizado por su delgadez y fragilidad y psicológicamente por su cerebrotonia, que le daría una tendencia al retraimiento y a la inhibición;
b) el mesomorfo, individuo atlético en el que predominaría el tejido óseo, muscular y conjuntivo, y la somatotónica, en forma de fuerza y expresividad muscular;
c) Y el endomorfo, caracterizado por el predominio de cierta redondez corporal, y por la viscerotonia, que le confiere un tono relajado y sociable.
Estudios posteriores realizados por el matrimonio Sheldon y Eleonor Glueck (Glueck y Glueck, 1956) y por Juan B. Cortés (Cortés, 1972) con diversas poblaciones (en colegios, reformatorios y cárceles) dan cuenta de un porcentaje más elevado de personas pertenecientes al tipo muscular o mesomorfo entre las poblaciones de delincuentes tanto jóvenes como adultos. Sin embargo, no conocemos si ese predominio de mesomorfos se repite también en otras muestras no delincuenciales; como policías, políticos o deportistas. Tan vez la única conclusión que pueda derivarse de la investigación biotipológica es que dado que los rasgos corporales correlacionan con ciertas características de la personalidad, puede que los individuos con mayores tendencias intelectuales y a la introversión (propias de los ectomorfos) y aquellos otros en los que predomina la laxitud y la benevolencia (los endomorfos) no se sientan tan atraídos por actividades impulsivas y potencialmente violentas, mientras que, por el contrario, el espíritu extravertido, menos inhibido y tal vez más agresivo de los mesomorfos favorezca sus ocasiones de verse inmiscuidos en actividades delictivas.
Herencia.
Los tres tipos fundamentales de investigación que han intentado conocer la influencia de la herencia sobre la criminalidad han sido los estudios de familias de delincuentes, los estudios de gemelos y los estudios de hijos adoptivos. Todos ellos pretenden delimitar y cuantificar cuáles son los efectos diferenciales que la herencia, por un lado, y el ambiente de crianza de los jóvenes, por otro, tienen sobre su conducta delictiva.
Más recientemente, el desarrollo de la investigación genética ha permitido analizar la posible presencia en los delincuentes de anomalías cromosómicas.
Estudios de familias de delincuentes.
Los estudios sobre familias de delincuentes rebasan en el presupuesto cierto de que los familiares en primer grado –abuelos, padres e hijos-, comparten una proporción de su dotación genética. Sobre esta base, para analizar la influencia de la herencia sobre la criminalidad, se analizan muestras de delincuentes, por un lado, y de no delincuentes, por otro, en relación con sus respectivos familiares, para comprobar si los delincuentes cuentan o no con una mayor proporción de delincuentes entre sus familiares que los no delincuentes.
Estos estudios criminológicos partían de la idea de que al igual que en ciertas familias parecía haber una predisposición innata para diversas habilidades profesionales o artísticas, como había sucedido con la habilidad musical en las familias Bach o Mozart, en las que se habían sucedido varias generaciones de compositores famosos, podría suceder que también existiera una cierta predisposición genética en relación con la delincuencia. Así, estudiando actas policiales, libros de nacimientos e historias personales, intentaron establecer el árbol genealógico de la familia de algunos conocidos delincuentes y vagabundos.
El primer estudio de una familia de delincuentes –la familia Jukes fue realizado por Robert Dugdale en 1877, hallando una dilatada historia de delincuencia en diversas generaciones de familiares consanguíneos (Walters y White, 1989). Uno de los estudios históricos más famosos fue publicado en 1912, por Goddard, quien trató de establecer la historia familiar de los Kallikak a través de seis generaciones. Goddard relata que un antepasado de los Kallikak se casó en el siglo XVII con una respetable muchacha perteneciente a una buena familia. Sus descendientes siguieron siendo a través del tiempo una buena y respetable familia de clase media. Sin embargo, este antepasado tuvo otro hijo, fruto de una relación previa a su matrimonio, con una mujer de clase baja y probablemente con problemas mentales. El seguimiento de esta rama ilegítima de la familia Kallikak nos descubre un predominio de delincuentes entre sus miembros. De esta constatación se dedujo la influencia genética en la delincuencia: los genes positivos que aportó la esposa legítima dieron lugar a una honorable familia burguesa, mientras que los aportados por la otra mujer sirvieron para engendrar una pléyade de delincuentes.
En estudios más recientes desarrollados entre finales de los sesenta y mediados de los setenta (véase Walters y White, 1989), Guze, Cloninger y Reich han encontrado fuertes conexiones intergeneracionales del rasgo psicopatía y de las tasas de delincuencia entre delincuentes, tanto mujeres como hombres, y sus respectivos familiares. En general, los estudios de familias han mostrado que existe una elevada proporción de delincuentes y de personas con antecedentes penales entre sus miembros. Sin embargo, a partir de los estudios de familias no se puede concluir un predominio de los factores genéticos sobre la delincuencia, ya que en estos estudios no se toma en consideración la posible influencia del ambiente que rodeó a las diversas ramas familiares. Es decir, probablemente estas ramas familiares no se diferenciaban únicamente de su herencia genética, sino también en los factores sociales a los que se vieron enfrentados, mezclándose, por tanto, la influencia que corresponde a la herencia y la que proviene del ambiente.
Por tanto, se debe puntualizar que los análisis de familias de delincuentes presentan grandes problemas metodológicos y no han podido demostrar que la herencia juegue un papel determinante sobre la delincuencia. No obstante, una conclusión aplicada para la Criminología a partir de los estudios con familias es la constatación de que los delincuentes tienen muchos más familiares que son, a su vez, delincuentes (Walters y White, 1989). En ciertas familias la delincuencia constituye una especie de tradición. A partir del estudio Cambridge, una investigación longitudinal de más de cuatrocientos jóvenes londinense (pertenecientes a 397 familias) desde la edad de 8 a 40 años, Farrington (1966) han podido comprobar la gran asociación existente entre la delincuencia de estos jóvenes y la de sus progenitores, hermanos y esposas. De los 2,203 integrantes de las 397 familias analizadas, 601 sujetos fueron condenados por delitos. Además, el 75% de los padres y madres con antecedentes penales tuvieron hijos que también fueron condenados.
Con independencia de que ello sea el resultado de la herencia o del ambiente, lo que es evidente es que es un buen elemento de partida para la predicción y para la intervención con familias. Por tanto, al margen de que la causa sea genética o no, se ha constatado que los delincuentes se concentran grandemente en líneas familiares, y que por ello debería trabajarse sobre estas familias para intervenir prematuramente. Esta puede ser una conclusión interesante para la Criminología aplicada.
Los estudios de gemelos parten de un presupuesto doble: en primer lugar, del distinto grado de semejanza genética existente entre los gemelos univitelinos o monozigóticos – aquellos auténticos gemelos que comparten la totalidad de su herencia genética ya que proceden de la división de un "único óvulo fecundado- y los gemelos bivitelinos o dizigóticos- los mellizos, que sólo tienen en común un 50% de su dotación genética- El segundo presupuesto estriba en considerar que ambos tipos de hermanos nacidos a la vez serán criados (con independencia de su mayor o menor semejanza genética) de manera muy parecida. El factor ambiente quedaría de este modo neutralizado, ya que sería el mismo para ambos tipos de hermanos. De esta manera, si el ambiente de crianza es el mismo en ambos casos y, sin embargo, los monozigóticos poseen idéntica dotación genética, mientras que los dizigóticos comparten solamente la mitad de sus genes, existiría una razonable posibilidad de analizar cuál es el peso que tiene la herencia sobre la conducta.
Si la herencia influye sobre la conducta se debería esperar que, a igualdad de condiciones educativas, los gemelos monozigóticos presentaran un mayor grado de concordancia en su comportamiento que los dizigóticos. La concordancia refleja el grado en que dado un comportamiento en uno de los gemelos (o mellizos) el mismo comportamiento aparece también en el otro (Akers, 1997; Conklin, 1995). Mediante este procedimiento se han analizado muestras de gemelos monozigóticos y dizigóticos para comprobar si se parecen más unos u otros en términos de delincuencia.
El primer estudio criminológico de gemelos fue realizado durante los años veinte por Johannes Lange (Currán y Renzetti, 1994). El más ambicioso estudio de estas características fue desarrollado en Dinamarca por Kart O. Christiansen (1974, 1977), con una muestra de 3,586 parejas de gemelos nacidos entre 1870 y 1920. Primero se estableció si los pares de hermanos eran monozigóticos o dizigóticos y después se analizaron sus antecedentes penales. De los más de 7,000 sujetos estudiados 926 tenían antecedentes delictivos, proporción que resultó semejante al promedio de conducta delictiva de la población danesa. Los gemelos monozigóticos presentaron una concordancia delictiva del 50% y los dizigóticos del 21% diferencia que permitió a christiansen concluir que el factor genético influyó decisivamente en la delincuencia.
Walters y White (1989) han revisado los principales estudios criminológicos sobre gemelos, comparando las concordancias delictivas de gemelos monozigóticos y dizigóticos del mismo sexto. Han tomado esta precaución metodológica puesto que, pese a que existen estudios que incorporan en las muestras chicos y chicas, se sabe que las chicas delinquen mucho menos que los varones y, por ello, el factor sexo podría producir, en muestras mixtas, un sesgo importante. De ahí que Walters y White hayan eliminado de su revisión los estudios que mezclan gemelos de ambos sexos. En el cuadro se hace referencia que se ha efectuado un extracto de los principales resultados obtenidos por la revisión de Qalters y White (1989. Como puede verse, los porcentajes de concordancia delictiva de los monozigóticos han sido superiores en todos los estudios de gemelos revisados a las coincidencias de los dizigóticos. De entre las investigaciones más antiguas, el estudio de rosanoff y colaboradores, realizado en los Estados Unidos en 1934, analizó en conjunto 65 pares de gemelos y obtuvo una concordancia del 67.6% para los gemelos monozigóticos y del 17.9% para los dizigóticos. En cambio, las investigaciones más recientes de Dalgard y Kringlen, efectuadas en Noruega en 1976, obtuvieron concordancias del 22.4% y del 25.8% para sendas muestras de monozigóticos y del 18.0% y del 14.9% para las paralelas de dizigóticos.
Se han efectuado diversas críticas a los estudios de gemelos (Curran y Renzetti, 1994; Walters y White, 1989). La primera se refiere a las distintas definiciones de delincuencia empleadas en los diversos estudios, que han sido excesivamente heterogéneos en lo concerniente a las conductas que son tomadas como criterio de delincuencia en unos y en otros trabajos. Un segundo aspecto crítico tiene que ver con los métodos de muestreo y de determinación de la zigosis o equivalencia genética. Probablemente el muestreo fue sesgado en muchos de los estudios realizados, ya que existe constancia de que algunos pares de gemelos fueron seleccionados precisamente por su previa delincuencia. Por otro lado, en la época en que fueron realizadas algunas de estas investigaciones las técnicas para determinar si los gemelos eran monozigóticos o dizigóticos eran poco fiables. Finalmente, resulta problemática la asunción de la supuesta equivalencia ambiental y educativa de ambos tipos de gemelos (monozigóticos y dizigóticos). Según diversos investigadores (Conklin, 1995, págs. 129-130) los gemelos monozigóticos, debido a su mayor semejanza física (lo que hace que con frecuencia incluso sean confundidos), tendrían también una mayor probabilidad que los mellizos de ser tratados de idéntica manera por padres, familiares, amigos y maestros. Es decir, los monozigóticos podrían tener un ambiente de crianza mucho más parecido que el de los dizigóticos y, por tanto, la mayor concordancia en conducta delictiva de los primeros no necesariamente sería debida a la influencia genética sino también, probablemente, a un idéntico proceso de socialización.
Parten del presupuesto de que si el influjo de la herencia fuera más importante que el del ambiente, los niños adoptivos deberían parecerse más, en cuanto a su conducta delictiva o no delictiva se refiere, a los padres biológicos que a los padres de adopción. Por el contrario, si el ambiente fuera más importante, la influencia mayor la tendrían los padres adoptivos.
Walters y White (1989) han revisado también los estudios criminológicos de hijos adoptivos. Para ello analizaron aquellos estudios que habían utilizado muestras de niños adoptados tempranamente (entre 0 y 18 meses de edad), de tal manera que se controlara la posible influencia de los hábitos de crianza de los padres biológicos. En los estudios de adopción los investigadores obtienen un índice de concordancia delictiva entre hijos adoptados y sus padres biológicos y comparan este índice con la concordancia que presenta un grupo de control semejante o, en la mayoría de los casos, con las tasas estándar de criminalidad en el país en que se realiza el estudio. Como criterio de propensión delictiva se han utilizado, según los estudios, diferentes variables, tales como la detención policial, las condenas por delitos graves, los antecedentes delictivos, y también el diagnóstico clínico de personalidad antisocial.
La mayoría de las investigaciones sobre niños adoptados muestran una mayor concordancia delictiva entre hijos y padres biológicos (que oscila entre 3.1% y 31.5%) que la que muestran los controles (que varían entre 2.9% y 17.8%)
El estudio europeo más amplio fue realizado en Dinamarca por Sarnoff Mednick a principios de los ochenta (Conklin, 1995) con niños que habían sido adoptados a una edad muy temprana (1/4 parte de ellos inmediatamente después de nacer, ½ durante el primer año y el resto antes de cumplir los tres años). Para ello utilizó el registro de adopciones efectuadas en Dinamarca entre 1924 y 1947 que incluía 14,427 casos. Tras eliminar el 30% de los casos por falta de información y excluir del estudio a los niños adoptivos, que suelen presentar una menor delincuencia, los resultados fueron los siguientes:
1) De aquellos niños cuyos padres biológicos y adoptivos no tenían historial delictivo, el 13.5% delinquieron;
2) De los niños uno de cuyos padres adoptivos –padre o madre- era delincuente (pero no así los biológicos), el 14.7% delinquieron;
3) Cuando uno de los padres biológicos era delincuente (pero no así los adoptivos), el 20% de los hijos fueron también delincuentes; y
4) En el caso de que alguno de ambos tipos de padres (biológicos y adoptivos) tuvieran antecedentes delictivos, el 24.5% de los hijos acabaron también delinquiendo.
Estos resultados llevaron a los autores a concluir que el factor genético tiene un mayor peso explicativo en la delincuencia que el ambiental. Mientras que vivir en un ambiente desfavorable (al tener un padre adoptivo delincuente) sólo hizo subir la tasa de delincuencia de los hijos del 13,5% al 14%, contar con un padre biológico delincuente se asoció a una tasa delictiva de los hijos del 20%.
Sin embargo, diversos investigadores han sido críticos con los estudios de hijos adoptivos. Gottfrenson y Hirschi (1990), Walters y White (1989) y Walters (1992) han relacionado diversos problemas metodológicos en estas investigaciones y han concluido que la magnitud de la asociación entre tener un padre biológico delincuente y ser delincuente es demasiado pequeña para concederle la necesaria credibilidad. Con todo, los estudios de hijos adoptivos pueden ser considerados los mejores desde el punto de vista metodológico, frente a los estudios de familias o de gemelos, para evaluar la posible influencia de la herencia en el comportamiento delictivo (Conklin, 1995).
Durante los últimos años se están realizando importantes estudios genéticos que intentan relacionar la herencia cromosómica con la vulnerabilidad al cáncer y a otras enfermedades. En la actualidad, sin embargo, no hay muchas investigaciones cuyo propósito sea determinar la relación existente entre dotación genética y delincuencia, tal y como se pretendió hace dos décadas, cuando los conocimientos genéticos eran mucho más modestos de lo que lo son en la actualidad.
En algunos estudios realizados en los años sesenta (el primero de ellos efectuado por Patricia Jacobs y sus colaboradores en un hospital de máxima seguridad de Escocia) se encontró que los delincuentes varones encarcelados presentaban una proporción de anormalidades cromosómicas superiores a las existentes en la población general. En concreto se detectó en ellos la presencia de un cromosoma Y extra, que daba lugar a una trisomía del tipo XYY (lo que se conoce como síndrome del super-macho genético), en una proporción superior (de entre el 1 y el 3%) a la hallada en la población general (que sería menos del O,1%) Akers, 1997; Curran y Renzetti, 1994). Los sujetos con un patrón cromosómico XYY presentan gran estatura y menor inteligencia, suelen proceder de familias con historiales de enfermedad mental o delincuencia, y muestran una mayor propensión a las conductas violentas y delictivas. Algunos investigadores llegaron a pensar que esta malformación genética podría hallarse en la base de algunos tipos de delincuencia violenta.
En una investigación realizada en Dinamarca se seleccionó un 15% de los reclutas nacidos entre los años 1944 – 1947 y se les hicieron pruebas cromosómicas para detectar la posible presencia de anomalías genéticas (véase Conklin, 1995). Aunque la muestra fue grande, más de 4,000 reclutas, hubo una cifra bastante reducida de casos positivos en q ue se apreciara la configuración cromosómica XYY. Únicamente en 12 casos se encontró este patrón genético y de ello sólo 5 sujetos tenían antecedentes penales por delitos menores. Incluso entre delincuentes encarcelados se ha encontrado una mayor proporción de otras anormalidades cromosómicas diferentes del síndrome XYY. Una de las más frecuentes es el síndrome de Klineflter producido por la presencia en el par sexual de un cromosoma X entre, que da lugar a una malformación genética del tipo XXY o XXXY (Rutter y Giller, 1988, Garrido, 1987), resultando individuos varones que presentan una caracterización femenina.
Hay noticias en los medios que llaman la atención por la forma como son manejadas así se da el siguiente caso:
La realidad Criminológica: Muere "el Arropiero", el mayor asesino en serie de España (El Periódico de Cataluña, miércoles 8 de abril de 1998, pág. 25)
Delgado Villegas, fallecido en Badalona, se inculpó de 48 crímenes.
Manuel Delgado Villegas, el Arropiero, considerado el mayor asesino en serie en la historia reciente de España, falleció el pasado 2 de febrero en el hospital de Can Ruti de Badalona, víctima de una afección pulmonar, informó ayer el rotativo La Vanguardia.
El arrepiento, que tenía 55 años y cumplía condena en la Clínica Mental de Santa Coloma, murió en el hospital sin que nadie supera de su horripilante historial. Ingresó en estado crítico con los pulmones muy afectados por un elevado consumo de tabaco. Había pasado por el centro seis veces en el último año, y los médicos y las enfermeras que lo atendieron no conocieron hasta ayer su pasado criminal.
Delgado Villegas, un exlegionario nacido el 25 de enero de 1943 en Sevilla que había trabajado en la construcción y como mozo de cuadras, fue detenido el 18 de enero de 1971 en El Puerto de Santa María (Cádiz), como presunto autor del estrangulamiento de su novia, Antonia Rodríguez. Aunque en principio negó la autoría del crimen, acabó confesando ante la policía la muerte de la mujer y de otras 47 personas. La policía investigó 22 de los asesinatos que confesó y acabó por probar su participación en ocho de ellos. Pasó seis años en la cárcel sin que nadie le nombrara un abogado defensor.
Bisexual y necrófilo, el Arropiero sufría una alteración genética que le hacía tener un cromosoma de más, a lo que se atribuyó su carácter violento, y era uno de los personajes de crónica negra que más tinta hizo correr en las páginas de sucesos.
En la actualidad se considera que estas malformaciones genéticas no poseen relevancia alguna para explicar el fenómeno delictivo. Según han concluido Alcázar Córcoles y Gómez Jarabe (1997) no existen genes específicos que influyan sobre la criminalidad de las personas: "Sólo hay genes que codifican proteínas y enzimas estructurales que influyen en los procesos metabólicos, hormonales y en otros procesos fisiológicos, que pueden modificar indirectamente el riesgo de conducta "criminal" en ambientes particulares. Los datos revisados sugieren en su conjunto que en los humanos, al igual que en otras especies, la adquisición de pautas de comportamiento agresivo resulta de complejas interacciones de factores genéticos y ambientales.
Más interés tienen estudios más recientes, que establecen la huella ADN de personas que han cometido delitos graves, y que, quizás, llegarán a identificar grupos de la población con más probabilidad de delinquir que otros (Wilson y Budowle, 1995). Sin embargo, todavía no existe investigación suficiente para llegar a estas conclusiones.
La Realidad Crimonológica Actual: La Familia de músicos: ¿herencia o ambiente? (Ana Magdalena Bach, La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach, pags. 95-96). "Sebastián aseguraba con orgullo que todos sus hijos eran músicos de nacimiento. Hubiera sido muy extraño que no fuese así, puesto que él era su padre y hasta el aire de la casa era música. Lo primero que oían era música, y lo primero que veína, instrumentos musicales. Jugaban entre las patas del clavicordio y del clavecín, y los pedales eran el objeto de sus constantes investigaciones, a los pequeños les parecía aquello el colmo de lo misterioso y entretenido, hasta que crecían lo suficiente para llegar a las teclas y, con gran satisfacción y la boca abierta, las apretaban y adquirían el convencimiento de que sabían hacer lo mismo que su padre. Hubiera sido verdaderamente extraño que no llegaran a ser músicos".
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