Carmen al regresar a casa a última hora de la tarde, informaba a su cuñada Rita y su suegro Manuel cómo estaban Ramón y Antonio. Rita ya era una jovencita crecidita y de muy buen ver, muchos muchachos del barrio la miraban y la pretendían, aquellos ojos vivaces y aquel cabello negro azabache y rizado adornado por una graciosa naricilla respingona, hacía estragos entre el elenco masculino, pero estaba escrito que Rita sería para Joan, Joan Boguñá.
Pasados algunos meses, los ejércitos sediciosos, formados por los militares, también llamados "ejército nacional" , al que posteriormente le fue añadida la palabra de "glorioso", fueron conquistando ciudades y pueblos de la península, obligaron a los soldados republicanos a retroceder y ceder territorio a los primeros, has los últimos reductos que eran el País vasco y Cataluña.
Los "gloriosos ejércitos nacionales", formaron un gobierno provisional con sede en Burgos, emitieron moneda propia y sellos con motivos relativos a la guerra. Iniciaron lo que popularmente fue llamada una purga. Detenían y encarcelaban a todo individuo de pensamiento republicano, hubiese sido soldado o simplemente simpatizante a la República, estos eran a los pocos días juzgados por un tribunal militar y en la mayoría de los casos eran condenados a penas muy duras de castigo, en los casos en que se tratasen de antiguos militantes del partido comunista o activistas de cualquiera de los sindicatos obreros revolucionarios, eran condenados a muerte y fusilados.
Los vascos y catalanes efectuaron una resistencia numantina, por ello fueron castigados muy duramente en la postguerra, cincuenta años después todavía sigue el castigo bastante más atenuado por la democracia creciente.
La Cataluña republicana defendía su territorio allá en el Ebro, resistiendo meses y meses, el ejército nacional en la orilla derecha del río más caudaloso de España y, el republicano en la orilla de enfrente. Los republicanos no contaban con armamento moderno, no siendo así en sus oponentes respaldados y pertrechados por la Vermatch de Hitler, las vidas humanas se contaban diariamente por centenares, hasta el punto que la República mandó alistar a muchachos menores de dieciocho años, a estos se les llamó popularmente por su juventud, "la quinta del biberón".
El ejército nacional, como estaba previsto, venció en el Ebro, iniciando así una marcha victoriosa sobre Barcelona, capital de Cataluña. Los ejércitos republicanos se batían en retirada dirección Norte, buscaban la frontera con Francia, otro país republicano, pero cuan equivocados estaban los españoles republicanos esperando acogida y socorro de sus vecinos republicanos franceses. Tan pronto los españoles cruzaban su frontera, eran detenidos por los gendarmes y sin ningún miramiento ni tan siquiera socorro alimentario les subían en camiones y los confinaban en campos de concentración como si de piojosos prisioneros enemigos se tratasen. En aquellos momentos Francia estaba a punto de ser invadida por el Nordeste por las tropas alemanas, el ejército francés pronto se rindió al empuje germánico ofreciendo muy poca resistencia. Se formó un gobierno provisional y títere, organizado por Alemania ,a cuyo frente colocaron al Mariscal Petain. Posteriormente, en la liberación de Francia, este fue juzgado por los franceses y declarado traidor a la patria.
Ramón y su batallón de artillería antiaérea abandonaron el emplazamiento de la montaña de Montjuic cargaron todos los enseres posibles en los camiones Katiuska, que Rusia había "regalado" a los ejércitos republicanos, huyendo rápidamente en dirección a la frontera con Francia a través del desfiladero fronterizo de La Jonquera y El Perthús. Por el camino iban hallando largas columnas de soldados y civiles cargados con enseres personales, que a pie huían de los ejércitos vencedores que les pisaban los talones.
De vez en cuanto eran estos hostigados por la aviación enemiga. En uno de los raids aéreos, un caza del tipo Stuka atacó al convoy en el que iba Ramón, este al saltar a tierra por encima de la barandilla del camión en el que se desplazaba, una bala de la ametralladora del avión rebotó sobre el pasamano de acero de dicha barandilla y en su rebote penetró en la nalga izquierda de Ramón, este cayó al suelo de la carretera fulminado, quedándose inmóvil todo el tiempo a causa del dolor de la herida y en espera que el ataque aéreo finalizara.
Poco después de que la aviación enemiga se retirara, Ramón se levantó cojeando y auxiliado por varios de sus compañeros, le subieron de nuevo al camión reemprendiendo la huída nuevamente. Trataron de taponarle la herida con vendas y trapos sin posibilidad alguna de asepsia, con la finalidad de que perdiera la menor cantidad posible de sangre. Bien entrada la noche llegaron a la frontera y ya en tierra de nadie fueron confinados en un fuerte que domina el paso fronterizo, llamado Fort de l´Ille Gardé entre La Jonquera, último pueblecito de Cataluña y Le Perthús primer pueblo francés. Al día siguiente fueron conducidos a unos camiones Renault franceses y, trasladados a un campo de concentración de prisioneros, llamado Argelés sur Mêre, a unos 15 kilómetros de la ciudad de Perpignán, en el sureste de Francia, cuyo emplazamiento era una larga y amplia playa en la orilla del mar.
Las autoridades francesas, trasladaron a todos los heridos de guerra, entre ellos Ramón, a un barco hospital anclado en el puerto de Marsella, llamado L´Independence. Allí fue intervenido quirúrgicamente de inmediato, extrayéndole el pedazo de metralla que contenía su glúteo. Había perdido mucha sangre, se hallaba débil y lívido, sin alimentarse en los varios días que duró la huída.
La fortuna una vez más fue su aliada, durante una de las visitas que el médico francés que le había intervenido, el doctor Marrot, simpatizó con su paciente, este le confesó a Ramón que era comunista, Ramón le dijo que era republicano y que deseaba regresar a España donde tenía a su esposa en estado de gestación de un primer hijo, el doctor se apiadó de él y efectuó una transfusión sanguínea de su propio brazo al de su paciente, esto fue vital para que Ramón no falleciera.
Veinte días después, la cicatriz de la herida de Ramón comenzó a cerrarse y a cicatrizar, pero pronto se le acabó la placentera vida del barco Hospital, nuevamente a los camiones y al campo de concentración de prisioneros de Argelés sur Mêre. Una vez allí Ramón se acomodó en una raída tienda de lona plantada sobre la húmeda arena de la playa junto con otros prisioneros españoles, era el mes de febrero de 1939, un viento helado castigaba como cuchillos cortantes los cuerpos medio desnudos de aquella pobre gente allí encerrada y privada de libertad en el país de la libertad.
El campo de concentración estaba cercado por una doble alambrada de espino y vigilado por soldados de raza negra, franceses, procedentes del Senegal, antigua colonia Gala, estos soldados, destinados a vigilar el campo, eran gran parte de ellos analfabetos y trataban a los prisioneros con gran desprecio y crueldad, al que no obedecía le propinaban una monumental paliza con bastones o era azotado con látigo hasta la extenuación del flagelado.
El prisionero que "cazaban" intentando fugarse del campo, era enterrado vivo en la arena, falleciendo cruelmente por asfixia.
Toda la alimentación que recibían los prisioneros, era una hogaza de pan seco y un pedazo de bacalao crudo y salado cada dos días, acompañado de una cantimplora de agua potable que debían compartir con cuatro presos más.
Ramón, algo recuperado de su herida, tenía un solo pensamiento, huir de aquel infierno y retornar a España, para poder estar con su familia y con el hijito que iba a nacer en el mes de Junio.
Para no despertar las sospechas de los crueles guardianes del campo, Ramón se sentaba en el suelo en el centro del mismo e iba fotografiando y memorizando con sus ojos toda la periferia de la alambrada, archivaba en su memoria las costumbres de los vigilantes, los horarios de los relevos de la guardia, la cadencia del barrido que efectuaban los potentes reflectores nocturnos, no se dejó ningún detalle. Todo lo grabó en su memoria. Una vez más la astucia y el coraje adquiridos en la calle durante su infancia jugó en su favor.
Ramón sabía y era consciente de que cuantos lograban fugarse y eran cazados, a las pocas horas de efectuarlo eran enterrados con vida en la arena de la playa por los vigilantes. Era bastante sencillo cazarles, bastaba con seguir el rastro de las huellas que dejaban los fugitivos en su huida sobre la arena..
Ramón se concienció de que cuando tomara la decisión de escaparse, jamás debía efectuarlo por la alambrada que daba a la arena de la playa. Debía salir de aquel campo por el mar, nadar un par de kilómetros paralelamente a la playa y luego salir del agua, cruzar la arena con rapidez, andando de espaldas, lo que en el caso de que alguien encontrara las huellas pudiera pensar que se trataba de que algún pescador se había acercado al mar para pescar, difícilmente podrían atinar en que fueran las huellas de un fugado y, menos a aquella distancia del campo de prisioneros.
CAPÍTULO VIIIº
La fuga y el regreso…..
Su paciencia y astucia tuvieron su premio, un 19 Marzo, día de San José, en una noche de gran vendaval, soplaba la Tramontana, de lluvia y frío, se dijo Ramón para si, – esta es mi noche, ahora o nunca -, avisó a dos compañeros más que estaban al corriente de la decisión de Ramón y que habían aceptado sus condiciones y jefatura, entre ellos un muchachito de dieciocho años recién cumplidos, un hijo de la llamada quinta del biberón, un sobreviviente de la famosa batalla del Ebro. Ramón le aconsejó de que se quedara, le advirtió de todos los peligros y dificultades con que se iban a tropezar y finalmente si eran cazados por el ejército o los gendarmes serían fusilados o enterrados con vida en la arena. Este insistió firmemente en acompañarles.
Alrededor de medianoche, cuando el violento y gélido viento de tramontana soplaba con más fuerza y arreciaba la lluvia, en plena oscuridad los cuatro se acercaron arrastras por la playa hasta llegar a la orilla del mar, cada vez que uno de los proyectores efectuaba un barrido con su potente luz, se quedaban inmóviles simulando estar dormidos. Se introdujeron en el agua nadaron unos metros bajo ella hacia el interior y luego efectuando un giro de noventa grados a su derecha nadaron lentamente pero con el ansia vital de alejarse de aquel infierno. Después de una hora de braceo Ramón calculó que ya se habían alejado lo suficiente como para que la distancia impidiera a los vigilantes del campo llegar hasta allí, de otra parte contaban con el factor sorpresa, y que con aquella violenta tormenta, los centinelas se refugiaban en el interior de las casetas que habían en los extremos del perímetro de la alambrada y hasta el día siguiente, si la tormenta amainaba, no efectuarían el recuento de los prisioneros hasta horas después. Esto les confería un tiempo de ventaja hasta que iniciaran su búsqueda.
Salieron del agua, calados y helados hasta los huesos, formaron una sola fila y anduvieron de espaldas uno detrás de otro hasta llegar a un cañizal que habían al final de la playa, se refugiaron en él un buen rato hasta recuperar el aliento, retorcieron sus ropas para escurrirlas del agua que habían empapado, esta acción les llevó alrededor de una hora. El cañizal formaba una barrera natural entre la playa y la vía férrea.
Vieron pasar en la oscuridad un par de ferrocarriles que iban en dirección a la frontera española, que distaba de allí unos 50 kilómetros.
Se incorporaron a la vía férrea, era el camino más recto y cómodo para regresar a España, todas las veces que oían acercarse un tren, se escondían entre la maleza o cañizales que franqueaban ambas orillas de la vía, siempre dirección Sur. Ramón durante todo el tiempo de guerra, había escondido en la entretela de su guerrera de cuero militar , una brújula, un pequeño y dobladito mapa y una diminuta navajuela.
Caminaron durante toda la noche sin que el gélido viento dejara de soplar a frecuentes y potentes ráfagas. Al despuntar el día se refugiaron en un espeso bosquecillo cercano a la vía del ferrocarril, no encendieron ninguna hoguera , no fuera a ser que el humo indujera sospechas a sus posibles perseguidores. Pasaron el día durmiendo como pudieron, turnándose en la vigilancia y al caer la tarde cuando comenzaba anochecer reemprendieron la marcha utilizando la vía férrea. Al amanecer se encontraron con la gran barrera natural formada por la cordillera de los Pirineos, entonces totalmente nevados.
A partir de este momento Ramón tomó el mando del grupo de fugados, su gran sentido de la orientación y conocimientos de desenvolverse en la montaña, acompañado de la brújula y el plano iniciaron el ascenso a la gran cordillera. Había llegado el momento de tener que caminar con luz de día, quizás sus perseguidores habrían abandonado probablemente su búsqueda pensando que se los habría tragado el mar ,y menos en dirección Sur, estaban convencidos que unos españoles fugados de su país no regresarían a este, ya que corrían riesgo de ser fusilados por las tropas de Franco, procedieron a buscarles por el interior del departamento de Perpignan, tal vez algún ciudadano de la zona les hubiese dado refugio apiadándose de su situación.
Al medio día habían llegado a una de las cumbres del macizo Pirenaico conocido por el Canigó, tenían un hambre casi canina, alguno de ellos caminaba descalzo, el calzado se les había destrozado durante el ascenso, la nieve les tenía los pies casi a nivel de congelación, con sus camisas habían construido unas vendas y habían envuelto con ellas sus pies. Ramón todavía conservaba en bastante buen estado las botas de cuero del ejército.
Al poco rato vieron a lo lejos una masía, una casa de campesinos montañeses, su chimenea humeaba, se acercaron a ella con todo sigilo, al llegar a pocos metros de distancia un perro comenzó a ladrar con fuerza, a los ladridos salió el dueño de la casa con una escopeta de caza en las manos. Los fugitivos estaban escondidos detrás de un montón de heno. Ramón se levantó y en catalán se dirigió al campesino con el ánimo de tranquilizarle, este al verle le apuntó con su arma de caza, Ramón le dijo que eran soldados españoles, catalanes, que se habían fugado de un campo de concentración francés y que estaban de regreso a la patria. El hombre sin dejar de apuntar le dijo que se acercara con las manos en alto al mismo tiempo que todos los demás. Ramón no tenía la certeza si se hallaban todavía en Francia o ya estaban en suelo español, pues las gentes del país vecino que habitaban aquella zona hablaban también catalán habitualmente.
El campesino al ver que se trataban de unos pobres soldados desarmados les conminó a bajar los brazos y les hizo sentar en un banco de madera que había adosado a la pared de la casa, un solecito agradable y suave les calentó, propio del mes de marzo. Este entró a la masía y al poco tiempo apareció sin la escopeta y con unos platos llenos a rebosar de lentejas guisadas y calentitas. – Tomad y comed hasta saciaros , tenéis muy mal aspecto – les dijo. Sin hacérselo repetir dos veces devoraron en un santiamén el colmado plato que les había ofrecido, pareciéndoles el más exquisito de los majares, ante tal apetito el campesino llamó a su esposa y le dijo que trajera el caldero en el que había guisado las lentejas, la buena mujer les dejó la perola al alcance y les dijo que repitieran cuanto quisieran hasta saciarse o acabarlas.
Hicieron honor a ello, al poco rato la perola quedó por su interior tan brillante como si la hubiesen bruñido.
Los campesinos, les informaron que ya estaban en la Cataluña española, que ya no debían temer a los perseguidores franceses, a pesar de que la línea divisoria entre ambos países estaba escasamente a 200 metros de distancia. Les invitaron a dormir en el granero junto a los caballos, conejos y gallinas, estaban calentitos y abrigados por el heno que a montones se hallaba esparcido en gran cantidad.
A la mañana siguiente, al romper el alba, les despertó el dueño de la casa, les invitó a entrar en una gran cocina y sentarse en uno de los bancos de madera que se hallaban cerca del hogar encendido con grandes troncos de madera desprendiendo un calor sumamente reconfortante. Un gran tazón de humeante leche recién ordeñada les aguardaba a cada uno acompañado de unas gruesas tostadas de pan untadas de mantequilla.
El campesino de nombre Jaume, les dio algunas de sus viejas ropas que tenía en desuso, para que abrigaran mejor sus cuerpos y, un zurrón conteniendo algunos alimentos para su viaje. Les advirtió del peligro que correrían al caminar en dirección al valle de Nuria, podían encontrar unos despeñaderos de mucha consideración y el camino que les bordeaba era sumamente angosto y peligroso, de gran dificultad hasta para montañeros muy experimentados. Ramón una vez más le aconsejó al compañero más joven que se quedara, que no fuera con ellos, pero este respondió firmemente que deseaba ir con ellos. Y así fue. Naturalmente que había un camino de mejor y de más fácil acceso que el que ellos debían emprender, pero este estaba sumamente vigilado por la Guardia Civil y el ejército. A Ramón y sus compañeros no les interesaba todavía encontrarse con ninguno de ellos.
Emprendieron el camino indicado por Jaume, con la febril esperanza de hallarse pronto con sus respectivas familias. Después de algunas horas de andar bordeando aquellos despeñaderos, en el último de ellos, el más difícil y angosto, debían pasarlo uno tras otro, el último en pasarle se trataba del más joven de los expedicionarios. De repente se oyó un desgarrador grito de ¡¡¡ ayyyyy madreeeee!!! ,y el joven desapareció por el angosto barranco, cayendo al vacío de más de 200 metros de altitud. Nadie pudo auxiliarle , imposible, debía cruzarse indefectiblemente el sendero, de uno en uno, con la imposibilidad de recibir ayuda de ningún compañero por lo escarpado de la pared , la angostura y verticalidad del mismo que a duras penas permitía apoyar toda la planta del pié. Nunca más volvieron a verle, tenían el pleno convencimiento de su fallecimiento.
Siguieron apesadumbrados y tristes su camino, le habían puesto gran aprecio al muchacho. Siguieron andando hasta la extenuación, procuraban bordear los pueblos que iban encontrando por el camino con el fin de no toparse con ninguna de las patrullas de vigilancia fronteriza, al cabo de dos días de marcha llegaron a la ciudad de Girona, entraron en ella, allí una patrulla del ejército les solicitó la documentación, ellos mostraron el carnet de soldados republicanos que les habían facilitado cuando fueron obligados a ingresar al ejército. Les condujeron a un cuartel de caballería que se hallaba a las afueras de la ciudad, en la carretera N2 que conducía a Barcelona.
Les fue tomada la filiación y al día siguiente fueron conducidos a unos vagones cargueros del ferrocarril, junto con otros prisioneros, les dijeron que les llevaban a un campo de repa- triación y depuración en Tarragona. Ramón pensaba que su familia no sabía de el hacía más de seis meses, ignoraban si todavía vivía. A las pocas horas de hallarse en el interior del vagón, el tren se puso en marcha. Ramón sabía que todos los trenes que procedían de Girona e iban a Tarragona, al llegar a la ciudad de Barcelona, debían cruzar el barrio en el que él y su familia vivían, Sant Andreu. Le pasó por la cabeza intentar saltar del tren cuando este pasara por la estación de su barrio, a la fin de cuentas un tren carguero no desarrollaba excesiva velocidad al cruzar una estación. Pero también pensó que tarde o temprano sería atrapado por la policía o los soldados del ejército que patrullaban por las ciudades en busca de prófugos y podría ser mucho peor, tal era el afán por saber y, que supiera de él su familia.
Se hizo con un pedacito de papel y un lápiz escribiendo una breve nota en el mismo, decía en ella; "Me llamo Ramón Batista, vivo en la calle Dr.Sanpons, 43, avisad a mi familia de que estoy vivo", esto sería como la botella del náufrago que con una nota escrita en su interior lanza con la esperanza que alguien la halle y la lea.
Una vez más tuvo la fortuna de cara, el tren al pasar por la estación de Sant Andreu aminoró mucho su marcha, era esta sumamente lenta, había algún otro ferrocarril efectuando maniobras y obligaba a este otro a circular con sumo cuidado y lentitud. En el andén había un empleado del ferrocarril con un farolillo prendido balanceándolo de un lado al otro indicándole paso lento al maquinista, al llegar el vagón de Ramón a la altura de este, se asomó por una pequeña ventanita y lanzándole a los pies del empleado el papelito sumamente doblado le dijo – "Oiga buen hombre por favor le imploro que lleve este papelito que le he lanzado a mi familia, gracias" -. Este cumplió con el encargo. De ese modo Carmen y el resto de la familia, supo que Ramón vivía.
El tren les condujo hasta la estación de Tarragona y, desde allí a todos sus pasajeros fueron conducidos hasta el convento de Los Hermanos de la Doctrina Cristiana, convento utilizado por el ejército vencedor, para confinar a todos los que ellos llamaban prisioneros de guerra.
Este convento, construido por allá del siglo XVII, se hallaba casi en el centro de la ciudad de Tarragona, la vieja capital del Imperio Romano en occidente, conocida como Tarraco, Un extenso patio interior albergaba a una gran parte de los confinados. El trato que estos recibían no era mucho mejor que el recibido en los campos de concentración franceses, con la diferencia que podían expresarse en español con sus carceleros.
En este lugar los cautivos debían sobrepasar un examen ideológico de un tribunal llamado de depuración. Citaba a cada uno de los prisioneros y les asediaban a preguntas referentes a su cometido durante la guerra, su ideología, etc., el prisionero que no satisfacía los requerimientos que el tribunal tenía estipulados, era condenado a trabajos forzados, exilio durante bastantes años e incluso podía ser condenado a muerte por fusilamiento, la ejecución solía efectuarse casi de inmediato de conocerse la sentencia. Ramón en el entretanto estaba pendiente de su "depuración" por el tribunal militar, observaba el medio en el que se movía, en una de las ocasiones en el fondo de la explanada donde se hallaban los presos, había un alto muro de más de 5 metros de altitud.
Ramón se apoyó en el citado muro, un tímido sol de invierno daba de lleno en el mismo e invitaba a calentarse con su contacto. Estando apoyado en el, le pareció oír voces al otro lado del mismo. Todos los días Ramón se acercaba al muro con la esperanza de poder conectar con alguien del otro lado.
A los pocos días pudo hacerse con un pedazo de papel y escribir un corto mensaje, en el que decía quién era, donde se hallaba y el domicilio de su familia en Barcelona. Envolvió una piedrecilla con la nota que había escrito y la lanzó, con sumo cuidado de no ser descubierto, por encima del muro. Era un intento a ciegas, corría el riesgo de que su mensaje fuese a caer en manos de sus carceleros y le consideraran un espía o cualquier otro tipo de acusación, eran momentos en que uno podía esperar cualquier cosa, ello le podría conllevar hasta la condena a muerte.
Una vez más la diosa Fortuna se apiadó de Ramón. Detrás de este muro había el jardín de una vivienda habitada por un matrimonio. Este vecino, paseando por el jardín halló el mensaje de Ramón y tuvo la delicada humanidad de poner en un sobre el mensaje y enviarle por correo al domicilio en el que vivía la familia de este.
Esta recibió con gran alegría el mensaje. Manuel, su padre, rápidamente se puso en acción, buscó entre sus amistades afines al actual régimen político la posibilidad de que avalaran la conducta de Ramón y su exención de ideología política contraria al régimen de los vencedores. En el entretanto Manuel efectuaba las gestiones, Ramón un día fue llamado a declarar ante el tribunal militar.
Un carcelero le acompañó hasta el interior de la sala en la que iba a ser enjuiciado. Sobre un estrado había una larga mesa a cuyo alrededor se sentaban seis siniestros personajes que debían interrogarle, enjuiciarle y dictar sentencia.
Ramón se colocó de pie frente a todos sus jueces. Uno de ellos le preguntó su nombre, apellidos y domicilio, en idioma castellano, Ramón solicitó al tribunal, la posibilidad de ejercer su declaración en catalán, manifestó que en este último podría expresarse con mayor fluidez, esto no era cierto por que Ramón había aprendido el castellano, idioma que hablaba perfectamente, ya que durante su estancia en Cuba lo había aprendido perfectamente, pero se arriesgó, jamás pudo explicarse el mismo, porqué corrió este inútil riesgo. Los componentes del tribunal se miraron entre si y el que parecía con mayor autoridad le asintió con la cabeza.
Ramón, se expresó con total naturalidad, dijo que no era político ni tenía ideas políticas ningunas, que había prestado sus servicios en el ejército republicano debido a que en caso de negarse hubiese sido considerado como prófugo y le hubiesen podido condenar a una pena de cárcel o fusilamiento.
Este día el tribunal militar tenía espíritu benevolente, valoraron la naturalidad con que Ramón se expresó y posiblemente influyó también el aval personal que se habría recibido, enviado por Manuel, su padre, en el que distintos personajes afines a la nueva ideología política del país, certificaban que Ramón era una persona honesta y exenta de antecedentes políticos. Finalizada su declaración, el que aparentaba ser el presidente del tribunal, le comunicó a Ramón que era libre y podía retirarse.
Ramón no debía hacer equipaje alguno, le entregaron una especie de salva conducto, que le permitía desplazarse documentado, evitando de ese modo volver a ser detenido. Este mismo documento le permitía viajar con todo tipo de transporte público gratuitamente.
En pocas horas se hallaba en la puerta de su añorada casa, en el barrio de Sant Andreu, en la calle Dr. Santpons. Llamó tímidamente a la puerta con los nudillos de una de sus manos, era ya bien entrada la tarde, acudió abrir la puerta Carmen, su esposa, esta no pudo reprimir un sonoro grito de alegría, Ramón no permitió que Carmen se abrazara a él, temía contaminarla de los parásitos que llevaba consigo por falta de higiene. Permaneciendo de pie sobre la acera, Carmen le entregó ropa limpia y Ramón en plena calle se desnudó y cambió de ropas. En el entretanto le preparaban un baño con agua bien caliente y jabón con fuerte contenido de sosa, para que pudiera eliminar la máxima cantidad de piojos y pulgas que su cuerpo albergaba, en especial el pelo y las costuras de sus ropas, Ramón entró con cautela a la casa, su padre Manuel y sus hermanos no se hallaban en aquellos momentos en el hogar, solo Carmen y su casi recién nacido hijito Manuel, este último dormitaba en su cunita después de una sabrosa ingestión de leche materna.
Después de un calentito y reconfortante baño, Ramón se echó en la cama para dormir, y bien que descansó, estuvo durmiendo más de 18 horas consecutivas.
CAPÍTULO IXº
1939, la post guerra española
Por estas fechas Ramón contaba con 27 años de edad. Al día siguiente de su regreso, se presentó en los talleres donde había trabajado desde que regresó de Cuba, fue aceptado de inmediato, por aquellas fechas faltaban operarios trabajadores responsables y capacitados y Ramón cumplía sobradamente con todos estos requisitos. La contienda bélica había enlutado a muchas familias, las destruidas fábricas necesitaban renovarse y echar a andar cuanto antes, el país tenía grandes necesidades que cubrir.
Los vencedores impusieron, como sucede siempre, sus reglas de juego. Se prohibió cualquier manifestación política pública o privada, que no coincidiera con las ideas de los vencedores. Se prohibieron toda clase de partidos políticos. Se prohibió cualquier reunión, pública o privada que sobrepasara más de 6 personas. La enseñanza escolar, fue dirigida por los programas que se indicaban desde el gobierno en la capital, Madrid. Se prohibió hablar cualquier lengua que no fuera el castellano.
El nuevo gobierno efectuó dos grandes pactos sociales, el primero de ellos fue con los grandes poderes financieros y el segundo con la Santa Sede , el país se convirtió en confesional católico, apostólico y romano. Todas las escuelas y universidades tenían asignaturas obligatorias de religión y, los financieros volvían a tener la economía del país en sus manos.
Apareció la censura en los espectáculos, cine, prensa escrita, radio, etc.. Los ciudadanos para desplazarse de una provincia a otra, debía solicitar un salva conducto, especie de pasaporte, que se tramitaba en las comisarías de policía, las conversaciones telefónicas eran escuchadas, habían confidentes policiales por todas partes.
La venta y distribución de alimentos eran controlados por el estado, escaseaban en gran manera, especialmente en las grandes urbes, se estableció el suministro estatal de los llamados básicos, mediante cartillas de racionamiento, una para cada ciudadano. Apareció el estraperlo de alimentos y la especulación en todas las materias necesarias para la subsistencia.
Los llamados alimentos básicos, tales como harina, azúcar, aceite, pan , carne, patatas, y otros eran rigurosamente controlados y vendidos en las tiendas del estado, cada ciudadano tenía un cupo semanal de ellos que debía adquirir presentando la cartilla de racionamiento, que era personal e intransferible.
Ramón trabajaba día y noche para cubrir las necesidades de la familia. El pequeño Manuel, su hijo contaba con pocos meses y era necesario poder obtener leche y papillas para alimentarle. Carmen, administraba los ingresos que aportaba Ramón con gran rigor, intentaba ahorrar por todos los medios posibles. Se privaba el matrimonio de todo lujo superfluo, cine, baile, restaurantes, etc. Nada de ello les era permitido por su quebrada economía. La supervivencia se convirtió en dura, muy dura de soportar. Pero Ramón y Carmen estaban habituados a luchar contra las adversidades. Algunos años después, la economía familiar fue recuperándose paralelamente con la del país. Pero la presión política no mitigó. El 15 de marzo de 1944 nació Dionisia, Nini, la llamaron como su abuela paterna fallecida, la segunda hija del matrimonio, poco después se casó Antonio, Tonet, con María Pastó y, algo más tarde Rita con Joan Boguñá.
Ya en 1941 la familia se había cambiado de vivienda, en el mismo barrio de Sant Andreu, ahora en la calle de Sant Hipólit, en el número 12, un edificio que se componía de cuatro viviendas, los Batista alquilaron la vivienda de la planta baja. Esta disponía de un amplio jardín en su parte posterior, adornado con dos grandes palmeras, dos ciruelos, un avellano y una enorme y vieja higuera que ocupaba la parte central del jardín. En verano, todo este denso arbolado confería una muy agradable sombra a sus habitantes, de hecho Manuel construyó una robusta y artística mesa con cemento, en la que se solían sentar a su alrededor la familia los días festivos de verano para almorzar o incluso cenar la mayoría de las calurosas noches barcelonesas, siempre algún hálito de brisa corría y daba satisfacción a sus ocupantes.
Rita conoció a Joan, por ser este vecino de la calle Sant Hipólit, Joan era un hombre de carácter más bien tranquilo y apacible, bien parecido, de mediana estatura, sumamente trabajador y familiar, aún hoy, después de tantos años, conserva muchas de estas características. Joan trabajaba por aquel entonces en la empresa estatal de ferrocarriles, R.E.N.F.E., en sus talleres mecánicos, habiéndose siempre distinguido a lo largo de los años, como un profesional competente y honesto.
Fruto de este matrimonio, nacieron Jaume y Mª del Carmen, la parejita. Por parte de Antonio y María, nacieron ; Ramón, Montserrat, Rosa, Antonio y Joan, estos últimos eran mellizos. Montserrat falleció de una enfermedad muy jovencita, apenas tenía 6 añitos. Lo sentimos todos muchísimo, era una bella y cariñosa niñita. Que Dios la tenga en su Santa Gloria. Fue enterrada en el cementerio de Sant Andreu, en un nicho que Ramón había comprado algunos años antes y en el que con anterioridad se había enterrado a Manuel a la edad de 76 años.
Hoy, el que escribe este modesto relato, todavía recuerda con entrañable cariño y añoranza, a todos aquellos seres queridos que formaron parte de mi infancia y juventud y con los que tuve la oportunidad de compartir parte de mi vida con ellos. Aquellas tardes festivas, en las que se celebraba algo en nuestra casa, una comunión o quizás un nacimiento, un bautizo en la familia, que con toda la modestia y carencias de la época y dentro de las posibilidades económicas familiares, esta se reunía alrededor de una buena paella de arroz elaborada por Carmen madre del autor, un buen porrón de vino fresco, algún postre, también elaborado por Carmen, la mayor de las veces natillas o "crema" catalana, café y el famoso cigarro puro de Manuel, que no podía faltar. Allá, debajo de la sombra de aquella hermosa y espesa higuera, cuyas robustas ramas me dieron cobijo en tantas ocasiones en mi niñez, Ramón y Joan, entonaban conocidos fragmentos de las más populares zarzuelas, acompañándoles musicalmente Manuel ,este tenía como instrumento el mango de un tenedor, y la superficie rugosa de una botella de Anís del Mono, medio vacía, sobre cuya accidentada y romboédrica superficie de vidrio rascaba siguiendo la entonación musical de la pieza que ambos "tenores" ejecutaban en aquel momento, en el entretanto mantenía encendido su cigarro puro en una esquina de su boca.
Generalmente el repertorio "artístico" se arrancaba con Marina, del maestro Arrieta, seguían Los Gavilanes, La Verbena de la Paloma, Molinos de Viento etc. Lo que privaba en el mundo de la música en aquellos momentos.
Ramón solía a veces, cantar un par de canciones a capela y en solus, su repertorio se limitaba al Cielito Lindo y Te Quiero Dijiste, también conocida como Muñequita Linda. Las cantaba con verdadero entusiasmo y no exentas de buena entonación. Como es natural era aplaudido por su más entusiasta y adicto "público" familiar. Luego seguía con Joan interpretando piezas famosas de la Zarzuela del momento, que el insigne tenor riojano Marcos Redondo, como poco antes habían popularizado el tenor Viñas o el navarro Miguel Fleta. Recuerdo estas "cantatas" como obras "maestras" insuperables, cantadas por mi padre Ramón y el tiet Joan. Anecdóticamente explicaré que en una ocasión, allá por un verano de 1944 o 45, en un pueblecito cercano a la ciudad de Vic, llamado Folgueroles, estaba parte de la familia pasando unos días de veraneo en la casa de unos grandes amigos de mis padres, la familia Vivet, Lluís y Merçé, la casa era conocida como "Cal Pere Fusté". Como decía y, coincidiendo con la Fiesta Mayor del pueblo, mi tíos Joan y Rita vinieron a visitarnos, y después de una opípara comilona, no podían faltar los cánticos "artísticos" de Ramón y Joan, ambos se arrancaron con el dúo de … "Hace tiempo que vengo al taller y no se lo que hago, esto es muy alarmante ……", después de varias canciones, se formó en la puerta de Cal Pere Fusté una cola de habitantes del pueblo que decían venir a adquirir unas entradas para ver a los "cantantes" que estaban ensayando, pues desde la calle se oía perfectamente su "repertorio". Hasta aquí era la "fama" de ambos "divos". Dios les bendiga por los buenos ratos con que nos obsequiaron. En el entretanto la chiquillería se entretenía con juegos propios de su edad. Ahora que evoco estos placenteros recuerdos para poderlos plasmar en un papel, pienso en los gratos y añorados momentos que me invaden la mente y el corazón que con dificultad puedo contener mi emoción.
Antonio o Tonet, había hecho progresos en sus conocimientos de piano y siempre que le era posible se añadía a la fiesta para deleitarnos con alguna de las piezas que conocía. Luego más tarde le dio las primeras clases de piano a mi hermana Nini, inoculándole así la afición por la música.
En la época de caza, que habitualmente se abría la veda allá por el mes de Octubre, Ramón y Manuel, grandes aficionados a la caza, empuñaban sus escopetas del calibre 12 y todos los domingos salían sumamente temprano de su casa para desplazarse a varios kilómetros de la ciudad y poner en práctica sus dotes cinegéticas. Disponían habitualmente de un par de perros de raza cazadora, que convivían con la familia en el jardín de la casa. Habitualmente si el día había sido favorable para sus propósitos, regresaban con uno o dos conejos y alguna que otra perdiz. En alguna ocasión, regresaban de vacío y, durante la cena era motivo de conversación la mala suerte corrida en alguno de los lances cinegéticos de la jornada. Lo clásico en los cazadores y pescadores.
Verdaderamente cazar era una manera de practicar deporte, ya que desde la estación del ferrocarril en que se apeaban, hasta el lugar donde se iniciaba la cacería, debían caminar por las montañas, algo así como unos cuatro o cinco kilómetros, además de los que se andaban intentando localizar las presas. Los perros husmeaban el terreno por todos los rincones, hasta que lograban dar con el rastro y el escondite de algún conejo, los dueños solo debían estar atentos a los movimientos de estos, cuando el perro se quedaba quieto o estatuario frente algún conjunto de vegetación espesa, era señal inequívoca de que allá se encontraba la madriguera de algún animal, probablemente un conejo o una perdiz. El cazador debía entonces disponer de la mejor situación para que en cuanto el perro atusara al animal para hacerle salir de su escondrijo, su amo pudiera disparar , diera al objetivo y no fuera el can el receptor del disparo.
Allá por el mes de Abril, cuando el clima era más benigno, Carmen se añadía a la partida de caza. Algún domingo por la mañana, cuando los dos cazadores de la casa hacía algunas horas que habían partido, Carmen cogía a sus dos hijos, Manel y Nini y montando a esta segunda en un viejo pero robusto cochecito, se iban andando hasta las afueras de la ciudad, una zona conocida por el nombre del Merendero de la Torre del Baró, para encontrarse al mediodía con su esposo y suegro y compartir una buena paella de arroz a la hora del almuerzo. En este lugar había un merendero regentado por un matrimonio, en el que hacían comidas por encargo, los propietarios eran naturales de la provincia de Lleida, de un pueblecito montañés llamado La Pobla de Segur, recalaron estos en el lugar, debido a que el marido había tenido un pasado de ideas republicanas y cuando los ejércitos "liberadores" tomaron el mando del país, al pobre Joseph, que era así como se llamaba, le hicieron un juicio sumarísimo, desterrándole por más de veinte años de su pueblecito del Pirineo. Al llegar a Barcelona, adquirieron una parcela en esta zona y construyeron un merendero y su vivienda que llegó a ser muy conocido y próspero.
El lugar era sumamente bello y pintoresco, frente al merendero se hallaba un amplia explanada poblada de grandes eucaliptus, cuyos troncos, algunos de ellos, tenían un diámetro superior un metro, desprendían un aroma sano y sumamente agradable, las hojas que se caían eran muy utilizadas para curar algún que otro resfriado sumergiéndolas en agua hirviendo, el vapor que se desprendía de la ebullición, al ser inhalado por el enfermo ayudaba a sanarle.
En las inmediaciones del lugar, se habían construido unas largas mesas de madera, con sus correspondientes bancos, para ser utilizadas por los clientes.
Carmen y sus retoños, eran ya conocidos por el matrimonio propietario, a los que recibían siempre con grandes muestras de cariño y afecto. Carmen les encargaba la comida para una hora determinada y en el entretanto aguardaba la llegada de los cazadores, paseaba por el campo con Manel y Nini.
El merendero, era sumamente conocido y frecuentado por una gran cantidad de clientes habituales y, que generalmente se conocían entre si dado a la frecuencia con que concurrían al lugar, la mayor parte de ellos eran cazadores y sus familiares. En las sobremesa, después del almuerzo, a la hora del café, la copa de coñac y el cigarro, los cazadores solían reunirse para contar sus "aventuras" y "hazañas" de la jornada, en el entretanto los chiquillos acudían a oír tales aventuras con un interés y atención que casi no parpadeaban.
A la caída de la tarde, todos regresaban a sus hogares, rendidos por el ejercicio soportado, pero satisfechos de poder disfrutar de tan grata jornada con los amigos.
VIVIR ENTRE SAN FRANCISCO y NOVENA
OCHENTA Y NUEVE AÑOS DESPUÉS.
La correspondencia con La Habana y el reencuentro
Durante todo este tiempo Ramón y su primo Antonio Batista Albá, el primero en Barcelona y el segundo en La Habana, se carteaban con dilatada frecuencia. Era el modo de mantener el hilo familiar entre ambas familias en ambos lados del Atlántico.
Ramón le contaba a su primo, las vicisitudes familiares y le enviaba alguna que otra fotografía de los hijos y demás familiares. Antonio hacía otro tanto, sus cartas se cruzaban con un intervalo de dos al año.
De repente la correspondencia procedente de La Habana fue haciéndose más espaciada hasta que repentinamente cesó de llegar, coincidió con las fechas de la Revolución Castrista y posterior derrocamiento del presidente y dictador Fulgencio Batista, era alrededor de 1957/58.
Ramón estaba muy preocupado por la situación de su familia en La Habana. En España poco se sabía sobre la Revolución, los periódicos de la época informaban tendenciosamente según la evolución de la misma. Tan pronto se supo que los tintes revolucionarios cubanos bebían de la doctrina comunista, la controlada prensa española dejó casi de dar noticias de Cuba y las pocas que facilitaban eran dirigidas por el estamento político franquista de declarada doctrina anticomunista. Por aquella época en nuestro país la corriente anticomunista programada por Franco, era muy bien vista por los Estados Unidos, influyendo ello en la obtención de créditos del Banco Mundial para España y que avalaban los propios EE.UU.
La última carta que Ramón recibió de Antonio, fue en el mes de Marzo de 1970, hablaba muy poco de la familia y mucho de la Revolución, incluía una serie de fotografías de diversos lugares de La Habana en las que se habían realizado obras recientemente, alguna carretera recién pavimentada y poco más.
Nadie de la familia española imaginaba lo que en Cuba estaba ocurriendo realmente, la prensa española, como ya dije, no daba demasiados detalles, Ramón pensó que Antonio se había cansado de escribirle, le envió un par de cartas más, a las que nunca obtuvo respuesta, hasta que al fin se creó un absoluto vacío de comunicación.
Fueron pasando los años. Los hijos del matrimonio de Ramón y Carmen, Manel y Dionisia, se casaron, Manel primero, se esposó con Maite, fruto del matrimonio nacieron tres hijos, Manel, Beatriz y Elena, Dionisia que se casó con Vicente, tuvieron una pareja, Carmen y Alfredo.
El matrimonio formado por Ramón y Carmen, fallecieron el 22 de Diciembre de 1995 el primero y Carmen en el 9 de Junio del 2000, Ramón sin haber podido contactar con sus familiares de Cuba. No tuvo jamás la oportunidad de regresar a su querida y anhelada La Habana, para verles o buscarles.
Sin saber por que, se creó un prolongado hueco de comunicación entre ambas familias, demasiado. Pasaron los años y, ¡¡ he aquí que la tecnología moderna de un modo totalmente fortuito colaboró en que, de nuevo los Batista de ambos lados del Atlántico se reencontraran!!, gracias a Internet.
Manuel Batista i Farrés, compilador y escritor de este pequeño relato familiar, allá por el año 2002 y por mediación de Internet, tuvo la oportunidad de conectarse con algunas personas que vivían y viven en La Habana. Uno de ellos, un tal Alejandro, que colaboró con gran eficacia a poder iniciar el primer contacto con la familia cubana. Este evento fue el revulsivo necesario para correr la aventura de trasladar a papel y tinta todo cuanto me relataron en mi juventud mi padre Ramón, mi abuelo Manuel y mi tío Antonio, hoy ya fallecidos.
Por el lado cubano, supe más tarde, que algunos de los Batista, después de aposentarse la Revolución castrista, pudieron huir de la isla y fueron a vivir a los Estados Unidos de Norteamérica, no sin antes de haber sufrido un sin fin de vicisitudes. Con harto dolor de su alma, eligieron abandonar su familia y a su querida Cuba, la situación sociopolítica del momento no coincidía con sus ideas y su concepción de una vida liberal e independencia de ideas y actitudes. Georgina Batista (Yoyi), hoy Señora de Brooks, y Antonio Batista (Tony), fueron los primeros en marcharse, ahora viven en Florida con una calidad de vida infinitamente superior a la que hubiesen tenido de haberse quedado en su país, son ciudadanos estadounidenses de pleno derecho, con corazón cubano. Luego con los años, les siguieron otros hermanos procedentes del segundo matrimonio de Antonio Batista Albá, padre de los primeros.
A partir de este primer contacto, se produjo un cruce de fluida correspondencia con todos los Batista que fui localizando. Con la primera que contacté fue con Esther Batista, luego siguió Madeleine Iglesias Batista, con la que mantengo un fluido contacto por carta, y su hijo Alejandro.
A primeros del 2003, mi esposa Maite yo tuvimos la oportunidad de visitar y conocer a nuestros parientes Batista de La Habana.
A medida que nuestro avión se acercaba al aeropuerto Martí de La Habana, sentía por mis adentros una gran emoción, ¿sería el país como me lo habían descrito mi padre y abuelo?, ¿cómo serían los Batista que allí quedaron?, su música, sus calles, sus gentes, todo ello bullía en mi cabeza, pero era a la vez sumamente excitante, era como volver al pasado. Los Batista siempre hemos tenido un ladito de aventureros y esto lo era.
A la llegada a la terminal del aeropuerto de de José Martí en La Habana, estaba anocheciendo. La recepción en inmigración fue verdaderamente deplorable, largas colas en el control de pasaportes, los funcionarios poco comunicativos y muy poco amables, escasa luz ambiental. No podíamos tener peor impresión de inicio, pero todo se supera.
Nos hospedamos en el Hotel Plaza, hotel que en sus tiempos fue verdaderamente famoso, hoy es propiedad del actual gobierno revolucionario castrista. Los empleados son funcionarios del gobierno y, como en todas partes su cortesía y predisposición para ser útiles, es casi nula. El estado de conservación del edificio es regular tirando a medianamente bien, hay que tener en cuenta que es un edificio centenario.
Por la mañana al levantarnos y después de desayunarnos en la terraza del propio hotel, Maite, mi esposa y yo, salimos a tomar contacto con La Habana.
Nos saludó un día gris plomizo, durante la noche probablemente había llovido, pues las calles estaban algo mojadas. Temperatura, unos 22º C.
Un muchacho mulato alto y espigado, muy modestamente vestido, nos abordó a pocos metros de la puerta del hotel, muy amablemente se puso a dialogar con nosotros al mismo tiempo que procuraba mantener nuestro paso, se nos ofreció como guía privado, cosa que está prohibido y castigado en la Cuba actual, esto lo supimos más tarde, tanto Maite como yo no teníamos ningún interés en tener un guía privado, le despedí con toda amabilidad, el se resistió algo pero finalmente declinó, el pobre ignoraba que yo me conocía La Habana quizás mejor que el, gracias a los innumerables relatos que mis predecesores me habían contado hasta los más mínimos detalles.
Nuestra primera visita fue al Capitolio, situado sumamente cerca de nuestro hotel. Estaba allí, majestuoso, elegante, alto y arrogante, como un cubano más, como queriendo resistirse a todos los avatares de la historia del país. Algún día volverá a ser utilizado para lo que se construyó. No tengo la menor duda de ello.
Los automóviles de La Habana. Ver circular los automóviles por las calles de la Habana, es como asistir a una película estadounidense de los años cincuenta, todos son vehículos que pertenecen a esa época, algunos de ellos todavía en muy buen estado de conservación, Chevrolets, Studebakers, Fords, Packard, Plymuth, etc.. Pienso que Cuba debe poseer los mejores y más ingeniosos mecánicos del mundo, porque lograr que estos viejos vehículos sigan funcionando sin tener la disponibilidad de repuestos originales, es una heroicidad.
Los taxis, son también estatales, los hay también de subversivos, que van por libre, pero de ser "cazados", pueden tener un serio disgusto con las autoridades. En las puertas de los hoteles suelen haber los taxis "oficiales", con los que debes discutir el importe de la carrera que deseas efectuar, con antelación a la misma y no hablar jamás de política con el conductor, pues son todos ellos confidentes de la policía.
La verdad es que la primera impresión que de La Habana tuvimos, no fue demasiado afortunada, el día era gris plomizo y los deteriorados edificios, por no decir ruinosos, que veíamos no ayudaron nada en alegrarnos la vista ni el ánimo. Pero a pesar de ello nuestro espíritu aventurero no decayó.
Tomamos un taxi en la puerta del hotel, no sin antes haber formalizado el importe de la carrera, con la intención de visitar a Madeleine Iglesias Batista y familia, que viven en Felipe Poey, nuestro taxista se avino a un precio final de la carrera y nos llevó a través de innumerables calles deficientemente pavimentadas, yo diría que lo fueron unos sesenta años atrás y no tuvieron mantenimiento alguno hasta la fecha, con evidente falta de higiene en las aceras y basuras amontonadas junto a ellas, los edificios depauperados y sin pintar en su mayor parte, iban entristeciendo nuestra ilusión por nuestra querida Cuba. Yo pensaba, por mis adentros; "gracias a Dios que mi padre Ramón no pudo regresar para ver La Habana" como la veo yo ahora. Cuando él partió de Cuba, el país había llegado a su máximo esplendor, La Habana con más de 300.000 habitantes, era entonces una ciudad moderna, probablemente más que la metrópoli Madrid o Barcelona, y lo que yo estaba viendo era una verdadera ruina, un esqueleto que en cualquier momento podría derrumbarse. Mi alma se empequeñecía poco a poco.
Por fin llegamos a nuestro destino, el taxista después de preguntar en un par de ocasiones paró en la misma puerta de la casa de nuestros parientes. Era una casita de dos plantas, con un pequeño jardín en límite con la acera y un pequeño porche como antesala a esta. Allá de pié en la entrada a la casa estaba la prima Madeleine, su aspecto no era nada cubano, tal y como entendemos los europeos que deben ser los cubanos, era de piel muy blanca, enjuta de carnes, el pelo gris, un óvalo de cara armónico acompañado de unos ojos azules que en su día habían sido bellos y que todavía lo expresaban, nos abrazamos, teníamos tantas cosas que decirnos que casi no nos dijimos nada. Madeleine nos invitó a entrar a la casa, allí estaba una venerable anciana sentadita en una butaca que nos miraba con unos grandes ojos azules, de semblante sereno y noble, su aspecto transmitía serenidad, era Francisca, la llaman también tía Paquita o Mima, Francisca Batista Albá, nada menos que la prima hermana de mi padre Ramón, todavía vive y razona con claridad, con los naturales achaques de su edad propios de los 86 años, pero conserva todavía ese aspecto de una gran dama.
La casa donde vivía tía "Paquita" , había sido, en otros tiempos, una casa bonita. Se le apreciaba una mejor conservación que muchas de las casas de los alrededores y muchas otras de La Habana. En primer término disponía de un pequeño jardincillo y un porche tan amplio como era la edificación. El acceso a la vivienda, disponía de un amplio saloncito, muy bien pintado, con un tresillo, un par de butacas y algunos cuadros de motivos familiares en sus paredes. Me parece recordar que un largo pasillo cruzaba la misma, con habitaciones a ambos lados, una de ellas era el baño, este era antiguo, pero en su tiempo sería a buen seguro verdaderamente bello, una preciosa bañera se apoyaba en el suelo embaldosado, con cuatro artísticas patas metálicas y grifería con mandos forrados con porcelana blanca, como ya no se construyen ahora y que tan estéticos y bellos eran.
Creo recordar que el corredor terminaba en una amplia cocina. No puedo describir más de ella. La casa en general, destilaba limpieza y conservación al límite de las posibilidades del momento.
Estuvimos hablando de nuestras familias, pero disponíamos de poco tiempo, nos vinieron a visitar unas hijas de María Francisca, Cusita en el libro, Elina y Paquita, ambas muy simpáticas y dicharacheras. Elina vive en Canadá, junto con su esposo Miguel, tienen una sociedad, creo que estatal, de import/export. Su hija Anile, estudiaba en La Habana, Paquita tiene un muchacho y una muchacha altos y muy espigados, en esto se parecen a su padre Fernando, un ingeniero que trabajaba, como todo el mundo allá, para una sociedad del gobierno.
Nos despedimos de tía Paquita y Madeleine, las primas Elina y Paquita tuvieron la gentileza de llevarnos a dar un paseo por La Habana en el auto de la primera. Visitamos el castillo cuartel de San Carlos de la Cabaña, el mismo en que mi abuelo y su hermano efectuaron unos ochenta años antes algunas construcciones para el alojamiento de la tropa. Desde lo alto de sus murallas se aprecia una excelente vista de la ciudad de La Habana.
Luego nos llevaron a una Marina muy linda, creo que se llama Mariel, más allá del Nuevo Vedado, a este lugar solo era permitido su acceso a personas cubanas privilegiadas, siempre bajo un discreto control policial. Inocente de mi se me ocurrió filmar con mi cámara de video algunos paisajes de la misma, en especial la zona del atracadero de algunos yates de recreo allí fondeados, de inmediato apareció, de no se donde, un funcionario advirtiéndome de que no era permitido filmar nada en aquella zona, pedí disculpas y el hecho no tuvo mayor importancia. La situación me vino a recordar los tiempos de nuestra post guerra española, en el que no estaba permitido efectuar fotografías en las zonas portuarias o instalaciones militares.
Luego después de este paseo Maite y yo compramos algunas cosas para tomar el aperitivo con la familia, en un supermercado de la Marina, solo se podían adquirir artículos mostrando un pasaporte y pagando en dólares americanos, los cubanos no podían acceder a estos centros.
Elina nos había preparado un delicioso almuerzo cubano en su casa, al llegar allí, nos encontramos con más familiares de familiares a los que no conocíamos e imposible de recordar los nombres de todos ellos. Fernando el esposo de Paquita, había preparado pacientemente todas las exquisiteces con las que nos obsequiaron, variedad de platos distintos y propiamente cubanos.
Nos llamó la atención a Maite y a mi, que durante el almuerzo iban apareciendo personas que se sentaban alrededor de la mesa, conversaban sobre algunas cosas, comían alguna cosita y se marchaban, casi sin despedirse y, entraban otras nuevas, pienso que la mayoría de ellas deberían ser familiares con algún parentesco o incluso vecinos, que venían a conocernos y al mismo tiempo degustaban una excelente comida, poco frecuente, todo hay que decirlo, jocosamente pensé por mis adentros que la escena guardaba cierto parecido con la del famoso camarote del film de los Hermanos Marx, titulado "Una Noche en la Ópera". Nos acompañó en este feliz y grato almuerzo tía Paquita a la que le dieron un lugar preferencial en la mesa, como ya dije, una mujer excepcional, muy querida y respetada por todos. Fue una jornada inolvidable.
Por la tarde, estábamos invitados en el Casal de Catalunya, de La Habana, para dar una charla sobre la historia del Club de Fútbol Barcelona, al que pertenecí como jugador profesional en mi juventud. La dirección del Casal, tiene la deferencia de ceder una de sus dependencias a la Penya Barcelonista de La Habana, para que puedan desarrollar sus actividades y reuniones.
A la conferencia asistieron todos los miembros de la peña, presidida por su presidenta Evelín y su esposo y unos 18 peñistas, todos estuvieron sumamente amables con nosotros dos. Nos hicieron el honor de invitarnos a unos vinitos, y nos obsequiaron con un diploma en el que fui nombrado Socio de Honor de la Penya.
Al día siguiente por la mañana Fernando y Paquita nos vinieron a recoger al hotel Plaza, donde nos hospedábamos, para acompañarnos a visitar La Habana Vieja, una preciosa e incomparable zona de la Capital. Aproveché la oportunidad para visitar a Don, Eusebio Leal Espencel, insigne conservador y restaurador de los edificios emblemáticos de La Habana Vieja, con quien unas semanas antes me había estado carteando a través de internet. Desafortunadamente Don, Eusebio no pudo acudir a su oficina aquella mañana , ésta estaba situada muy cerca de la plaza de la catedral , lamenté no haber tenido la oportunidad de saludarle, le dejé a su secretaria un obsequio de un precioso libro sobre la arquitectura de Barcelona y una vieja fotografía de la entrada por el Morro de un buque de guerra de la Armada Española, allá por el año 1922, que mi abuelo Manuel había conservado toda su vida.
Con Maite, acudimos aquella noche al cabaret del Hotel Nacional como unos turistas más, para ver en vivo un típico espectáculo de sabor cubano, naturalmente preparado especialmente para los turistas.
El Hotel Nacional, es una impresionante edificación construida allá por los años 1940 del más puro estilo americano, creo que se construyó durante una de las etapas del presidente Fulgencio Batista. En el se han hospedado personajes mundialmente famosos del mundo de las artes, grandes actores de cine y teatro, deportes, finanzas, políticos y hasta capos de la mafia estadounidense, Capone por ejemplo, todo ello puede constatarse por el mural fotográfico que existe en una de sus grandiosas salas del ala izquierda ,según se accede al edificio por su puerta principal. A la hora que nosotros acudimos, alrededor de las 10 de la noche, la planta baja del hotel estaba en ebullición en cuanto al constante movimiento de entradas y salidas de visitantes y huéspedes que en aquellos momentos habían. Nos sentamos en unas coquetonas butaquitas del hall, cerca del lobby, para poder observar los personajes que entraban y salían del establecimiento, era verdaderamente distraído, se podía distinguir perfectamente quienes eran clientes o visitantes turistas, empleados del propio hotel y los policías desprovistos del uniforme oficial, que intentaban confundirse con el gentío, cosa que no lograban.
El espectáculo de la sala destinada a Cabaret, en el sótano del mismo hotel, era bastante mediocre, en cuanto a vestuario se refiere, el cuerpo de baile femenino estaba bien dotado físicamente, como no, de todos es sabido que en Cuba existen las mulatas más bellas y de mejor figura del mundo, pero las pobres no lucían vestidos de la calidad que un gran espectáculo de baile precisa. Las mallas de las piernas, rotas y mal remendadas, plumas de ave que en algún momento destacarían por sus vivos colores, ahora estaban mustios como casi todo en Cuba. Anecdóticamente diré que al inicio del espectáculo el director de la orquesta se dirigió al público y brindó la posibilidad a cualquiera de los asistentes de tocarles la canción que les solicitaran, me levanté y pedí que tocaran el "Cielito Lindo", canción tan querida y cantada por mi padre Ramón, que según me había contado, infinidad de veces, haberla oído tocar por primera vez en La Habana, por allá 1918. En el entretanto la orquesta complacía mi petición, mi mente se fue muy lejos, voló junto con mi corazón, allá arriba donde a mi entender y creencias, pienso debe estar el bueno de Ramonsito, al mismo tiempo que se me asomaban unas lágrimas que humedecieron mis ojos y que traté en vano de impedir. Va por ti Ramón, pensé con el corazón lleno de gozo por haber podido realizar una promesa que desde años me había hecho a mi mismo. Al día siguiente nos desplazamos por carretera a la península de Varadero, provincia de Matanzas. La carretera o autopista, era de dos carriles en cada sentido con un firme bastante irregular, pero transitable.
Por el camino, pudimos observar la falta de tráfico al que nosotros, los europeos, no estamos habituados, nos cruzábamos con algún vehículo muy de tarde en tarde, a ambos lados de la calzada esporádicamente unos grandes carteles en los márgenes de la calzada, en el que se proclamaban consignas revolucionarias, parecían que deseaban convencer a los convencidos de las delicias del régimen y la heroicidad cubana, en muchas de ellas predominaba la tan conocida internacionalmente la imagen del "Che" Guevara, pensé por mis adentros "cómo explotan a los muertos". Curiosamente en ninguno de los carteles que pudimos leer que se citase al Comandante. Por cierto, en nuestra visita al cuartel de San Carlos de la Cabaña, pudimos visitar un museo dedicado al Che, en el que, entre muchos objetos y recuerdos de este singular y brillante personaje, se halla una lúgubre fotografía de su cadáver tendido sobre una mesa , allá en un pueblito boliviano del altiplano, a Maite y a mi nos impresionó mucho esa imagen. No he tenido la oportunidad de leer demasiado sobre la vida de este insigne revolucionario, pero pienso que debió ser un hombre digno de ser conocido y tratado, probablemente debía envolverle una profunda calidad humana como suele suceder en muchos ideólogos, desafortunadamente tuvo el final que suelen tener todos aquellos que entregan su vida para lograr el bien de los demás. En una palabra, un ciudadano del mundo. Me pregunto si ahora él estaría de acuerdo con su fraternal y gran amigo Fidel, por la situación social de extrema pobreza en que vive ahora toda Cuba.
Cruzamos la provincia de Matanzas bordeando la bahía del mismo nombre y la playa del Mamey, por la carretera conocida como Vía Blanca, la península se une a tierra firme en la población de Santa Marta, al fin llegamos a Varadero. Sencillamente esplendorosa. Una belleza natural paradisíaca, playas como las que soñamos la mayoría de europeos cuando pensamos en el Caribe, arenas blancas, casi níveas, palmeras en la misma orilla del mar, aguas de azul turquesa y todos estos tópicos que las agencias de viajes han ido imbuyendo a los turistas a través de sus pamfletos publicitarios.
La península discurre paralela a tierra firme, con lo que uno puede elegir playas a sotavento o barlovento, a nuestro entender las que miran al Caribe son las más bellas.
Casi toda la línea de playa de la península esta sembrada de gigantescos hoteles destinados a complacer a los miles de turistas de todas nacionalidades que anualmente visitan Cuba, predominan las cadenas hoteleras españolas y francesas.
Muy próximo a nuestro hotel, una particular edificación nos captó nuestro interés desde el primer momento que la divisamos, se trataba de una preciosa y enorme casa señorial rodeada de elegantes jardines , lindando con la playa y situada sobre un ligero promontorio rocoso. Más tarde nos interesamos por ella y un empleado del hotel nos informó que se trataba de la residencia que había sido de la familia Du Pont, el famoso joyero y fabricante de prestigiosos encendedores, entre muchas otras cosas además de traficantes en armas.
Al día siguiente nos dirigimos al campo de golf vecino al hotel y tuvimos la oportunidad de pasar muy cerquita de la famosa casa Du Pont, hoy llamada Mansión Xanadú, entramos hasta el umbral de la misma, verdaderamente una maravilla de construcción, probablemente tenía algo más de 80 años de vida. En la actualidad el gobierno cubano la tiene destinada a un museo de no se qué. Al parecer toda la península de Varadero fue propiedad de los Du Pont y, me pregunto, ¿ qué ocurrirá cuando Cuba regrese nuevamente a una libre democracia?, el gobierno cubano se incautó de estas tierras ilegalmente, pienso que la familia Dupont no habrá firmado en ningún momento un documento de renuncia o cesión. De llegarse a esa situación, a la que sin duda alguna algún día se llegará, tan cierto como que tengo que morir, Dios quiera que muy tarde, los herederos Du Pont reclamarán la propiedad, dado a que deben ser tenedores de la escritura de propiedad que les acredita como a tales. ¿Qué posición van a tomar las corporaciones turísticas hoteleras que en esos terrenos han construido e invertido miles de millones de dólares?. Probablemente se suscitarán los pleitos internacionales más importantes habidos jamás en la isla y deberá acudirse al Derecho Internacional.
En La Habana se encuentra un singular edificio, no lejos del hotel en el que nos alojábamos que perteneció a la conocida familia Bacardí, de origen catalán, famosa por la elaboración del exquisito ron del mismo nombre, hoy también incautada y convertida a museo estatal.
Los días en Varadero fueron deliciosos, nuestro hotel, Meliá Varadero Las Américas, pertenece a una cadena española, simplemente excelente, los empleados diferenciaban bastante de los que había en nuestro hotel de La Habana, los de la capital eran empleados o funcionarios del gobierno, en general y salvo excepciones, eran perezosos, poco eficientes y casi maleducados. Los del hotel de Varadero eran de otro estilo, amables, corteses y eficientes, se les notaba que sus ingresos procedían de una compañía no estatal y sujetos a despido laboral en el caso de no cumplir con sus obligaciones profesionales.
Vino a visitarnos Javier, uno de los muchachos socios del la Peña Barcelonista de La Habana, era uno de los que había contactado con anterioridad a través de Internet, un muchacho muy amable, ingeniero de minas, muy preparado, en su familia casi todos son ingenieros, en Cuba hay una grandísima cantidad de universitarios de titulación superior en un amplio abanico de especialidades, principalmente en; medicina, ingeniería, arquitectura, biología, etc. Una gran parte de ellos obtuvieron su licenciatura en alguna universidad de la antigua Unión Soviética.
Se observa la influencia rusa en los nombres de muchos cubanos nacidos después del año 1958, prevaleciendo los nombres de origen ruso o eslavo y, caen en desuso los de origen español, en especial en la capital del país. Lamentablemente una gran mayoría de estos licenciados no tiene la posibilidad de desarrollar plenamente sus conocimientos debido a la falta de empresas y sociedades de libre actividad que podrían contratarles y ofrecerles un futuro más esperanzador que recompensara sus esfuerzos en la obtención de su titulación.
Nuestra estancia en Cuba estuvo colmada de emociones nostálgicas, pero a la vez triste por todo lo que nuestros ojos habían visto. El pueblo cubano, en su mayoría, hacía ya algunos años que se había dado cuenta de dónde les había metido el dictador, pero era tal el férreo control y vigilancia al que están sometidos que no pueden dar un paso que no sea conocido por sus vigilantes, hasta el extremo que evitan hablar de cuestiones políticas incluso en la intimidad y en lugares solitarios, los confidentes están por todas partes. Mi esposa y yo evitamos en todo momento hablar de temas políticos con el fin de no comprometer a ninguno de nuestros interlocutores, pero estábamos extrañados que los cubanos, siempre tan emprendedores y valientes pudieran soportar hasta este extremo la falta de libertad, comida, medicinas, etc. y no se hubiesen echado a la calle en busca de la democracia y libertad.
De nuestra visita pudimos obtener los datos de una de las hijas de Antonio Batista Albá, primo hermano de Ramonsito, mi padre, nos facilitaron un domicilio y un teléfono de Georgina Batista, Yoyi. A nuestro regreso a Barcelona gracias a Internet pude localizarla y ella me facilitó la de su hermano, Tony Batista, ambos afincados en los Estados Unidos de Norteamérica, en Tampa Yoyi, y en Miami Tony, fue para nosotros un motivo de gran alegría pues me permitía reconstruir esta modesta historia familiar desde el "otro lado".
Yoyi es hoy una feliz abuela, junto a su segundo esposo Henry Brooks, un santo varón donde los haya, al que apreciamos sinceramente.
Tony, es también otro feliz abuelo junto a su esposa Lourdes, Luli, como el la llama, con quienes casi semanalmente nos comunicamos por Internet.
Yoyi y Henry que son redomados e incansables viajeros, nos ha visitado en varias ocasiones, son unos enamorados de Barcelona y de todo lo que sea catalán, no puede negar que por sus venas corre sangre catalana, el abuelo de ambos, Antonio, era el hermano de mi abuelo, Don, Manué y la abuela era nacida en el pueblo de Agramunt, provincia de Lléida, donde se elabora el mejor turrón del mundo..
Detengo aquí mi relato, poco más podría añadir, sino el profundo cariño que siento por Cuba y sus gentes…
Quizás algún día alguien se atreva a continuar este relato familiar que yo inicié………
Manel Batista i Farrés, diciembre 2009.
Autor:
Manel Batista I Farrés
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