Verás amigo Lázaro, me casé con Alicia en 1911 en la parroquia de San Andrés, nuestro barrio , un año después tuvimos a nuestro hijo mayor, Ramón. Debes acordarte de mi hermano mayor, Antonio, el fumador de caliqueños, como tú le llamabas – Ah si, dijo Hipólito, le recuerdo perfectamente -. Pues este se vino a Cuba mucho antes que yo, por allá 1904 , se estableció en La Habana , tomó en matrimonio a una muchacha también catalana, hija del pueblo de Agramunt, Lérida, Francisca Albá Espinet, se llama. Fue él quien me reclamó para que dejara Barcelona y me viniera a trabajar en sociedad con él. Tenemos una empresa constructora y hasta hoy no nos podemos quejar. Antonio tiene cuatro hijos y nosotros tenemos tres-.
-¿Cuántos días vas a estar en La Habana Hipólito? – Cuatro, respondió este -.
-Mira-, dijo Manuel, -mañana si no te liga ningún compromiso, te vas a venir a comer una deliciosa "escudella" catalana que Alicia va a prepararte, la hace como los ángeles-. Era la primera vez que Manuel alababa un guiso de Alicia. -¿Cuánto tiempo llevas lejos de la patria Hipólito?,- más de tres años llevo rondando por los escenarios del mundo.
-Acepto querido Manuel, no puedes imaginarte la gran alegría que me has dado al venir a visitarme y ahora invitarme a una jornada con tu familia. Acepto encantado la invitación, dijo el cantante nuevamente trasluciendo gran satisfacción-.
Mira Hipólito, ahora nos vamos a marchar, tu debes atender a toda esta gente que te aguarda fuera y, mañana te paso a recoger por tu Hotel a eso de las 11 de la mañana, ¿te parece bien?.Por cierto,¿ en que hotel te hospedas? le preguntó este. En el Plaza. Espléndido, respondió este, allí estaré. La salida del camerino, estaba lleno de periodistas y admiradores del insigne cantante que aguardaban para verle, hasta el punto que Manuel y Alicia tuvieron que abrirse paso a través de ellos con ciertos apretujones.
El Hotel Plaza era una edificación soberbia, realizada en el año 1909, donde con anterioridad había vivido su propietario Don, Leopoldo Carvajal, Marqués de Pinar del Río y también fue sede del Diario de La Marina, se hallaba situado cerca de las antiguas murallas de las calles Zulueta y Neptuno. En la época hospedó a un sin fin de personalidades que visitaban La Habana.
Al regreso a su casa, se pasaron por la de su hermano Antonio. Les salió abrir la puerta la sirvienta que les invitó a pasar hacia donde estaban los dueños de la casa. Francisca dejo la labor de punto que estaba trabajando y se levantó de inmediato a saludar a sus cuñados, Antonio leía el periódico en el entretanto saboreaba un café y un Romeo y Julieta del tipo robusto.
¡¡Antonio, Francisca!! casi gritó Manuel, mañana tenemos a almorzar en nuestra casa a Hipólito Lázaro y como es natural os esperamos a todos para la comida. -¿No me digas? dijo Antonio. Acabo de leer en el periódico que está en La Habana. No sabía que habíais ido a verle-.
Si, no puedes imaginarte lo contento y feliz que ha estado al vernos. Ha cantado una Marina como nunca, esta es una de las óperas preferidas de su repertorio que más le place cantar. Le han interrumpido con aplausos en plena aria. Yo tenía los pelos de mis brazos erizados de emoción. Por un momento he imaginado esta bella población de nuestra sin par Costa Brava, Lloret de Mar, ese precioso pueblecito de pescadores a la vera del mar al que las olas besan suavemente la arena de su orilla y las embarcaciones reposando sobre la playa. Que delicioso y pintoresco es este paisaje de nuestra patria chica.
Bien no nos pongamos románticos ni tristes, dijo Manuel secamente. Antonio, Francisca, mañana os esperamos en casa a partir de las diez de la mañana. Alicia va a preparar una "escudella y carn d´olla", platos muy típicos y apreciados de nuestra tierra y que Hipólito va a deleitarse con ellos. Alicia va a encargar a la tocinería que le hagan unas "botifarras" con carne picada de cerdo y otras viandas apropiadas. Tu Antonio te encargo compres unas botellas de champagne catalán, a poder ser de la casa Codorniu, es una de las mejores, que nada tiene que envidiarle al mejor champagne francés. A buen seguro que en el Café de Luz, don Florentino tiene de esta marca, ah y compra también una botella de brandy de las bodegas jerezanas Domech. Descuida Manuel, me encargaré de ello, le respondió Antonio.
Al llegar a su casa, Alicia llamó a Agapito y le dio serias instrucciones para preparar todo lo que se precisaba para el día siguiente, Alicia era sumamente metódica y detallista. – Mira Agapito, mañana tenemos invitados y, uno de ellos es para nosotros muy especial. Se trata del cantante de ópera Don, Hipólito Lázaro -, el sirviente se quedó tan fresco, pues el pobre no sabía de que trataba la ópera, el sabía de boleros, guarachas, rumbas y otros bellos y cálidos sones caribeños, pero la ópera para el no tenía ningún significado. Encogiéndose de hombros se fue macilento a la cocina.
Niños, llamó Alicia a sus retoños, venid acá, acercaros los tres, -Mirad mañana tenemos a comer en casa a un invitado muy especial, vuestro comportamiento y el de vuestros primitos deberá ser impecable, ¿lo habéis entendido bien?. Si mamá, respondieron los tres a la vez. Ramoncito ¿tu lo has entendido bien?. Si mami te lo prometo-.
A la mañana siguiente, muy temprano, en Villa Drea había una actividad fuera de lo común. Agapito había acompañado, a primera hora, a su ama a la compra. En la charcutería ya les tenían preparado todo lo que con anterioridad había reservado por teléfono. A la vuelta a casa se había metido en la cocina a preparar afanosamente todos los manjares. En el entretanto Agapito preparaba una larga mesa en el jardín posterior de la casa, un comedor improvisado, bajo una frondosa pérgola que proyectaba una espesa y refrescante sombra sobre la mesa.
Manuel sacó su auto de la cochera y junto a su hijo mayor fue en busca de su amigo Hipólito. Alrededor de las 11 de la mañana estacionaban el auto en la puerta del Hotel Plaza, un elegante establecimiento hotelero inaugurado pocos años atrás.
En el hall del hotel ya se hallaba el cantante con las mangas de su camisa dobladas hasta más arriba de sus codos, por el calor que hacía en aquel soleado día de mayo, el saco lo tenía cogido de una mano. Al ver a su amigo Manuel apresuró el paso para ir a su encuentro, se enlazaron en un cariñoso y fraternal abrazo.
Poco más tarde llegaron al domicilio de Manuel, entre San Francisco y la 9ª. Antes se habían dado un pequeño paseo por la Ciudad de La Habana. Esta impresionó mucho al cantante, el trazado de sus calles, sus casas de un blanco níveo, la majestuosidad del Capitolio, santuario de donde se tomaban las decisiones de la Nación, el monumento a Martí, otro descendiente de catalanes. En el entretanto desfilaban por las preciosas calles de La Habana antigua, y llegando al Malecón que bordea la mayor parte de la bahía hasta llegar a la Avenida del Puerto, Hipólito le comentó a su amigo Manuel que lo que había visto de La Habana le recordaba muchísimo a la bella ciudad andaluza de Cádiz, también conocida como "La Tacita de Plata" a lo que le respondió Manuel: La Habana es como Cádiz pero con más negritos y Cádiz es como La Habana pero con más salero, echóse a reir Hipólito con gran estruendo ante el chiste de su amigo Manuel.
Aprovecharon la oportunidad de comprar el postre en el Café de Luz, Manuel presentó a su amigo Hipólito a Don, Florentino, este se quedó de una sola pieza cuando vio que el mundialmente famoso cantante de ópera estrechaba su mano. Les sirvió personalmente los dulces que Manuel le indicaba, al momento de pagar, el propietario del establecimiento no quiso de ningún modo cobrar el importe, a lo que Manuel se oponía, pero D.Florentino se resistía. Manuel al ver que no era posible que le cobrara, se le ocurrió una idea locuaz, y dijo – Don Florentino, ¿que le parece si nos honra Vd. y su Sra. esposa, viniendo a mi casa a merendar con todos nosotros?-
– Ah me parece una feliz idea, respondió este, ¿a que hora le parece Vd. que nos acerquemos? –
– Sobre las seis de la tarde sería muy oportuno.- Pues allí nos verán Vdes.. Hasta luego, tengan un buen día – les dijo acompañándoles hasta la puerta del automóvil.
Alicia con la ayuda de Agapito y su cuñada Francisca, prepararon una mesa que era un gozo de ver, la mejor cubertería , vajilla y cristalería de la casa estaban dispuestas sobre aquella larga mesa, adornada con un finísimo y níveo mantel de lino bordado, que aguardaba a unos doce comensales. La elegancia y el buen gusto de ambas damas quedaba patente en el modo que habían adornado la mesa.
Sentados todos los comensales alrededor de la mesa, proporcionaban una imagen realmente bella,familiar y entrañable. Manuel en una de las cabeceras, a su derecha su cuñada Francisca, al otro extremo Alicia, a la derecha de esta, Hipólito, y a su izquierda su cuñado Antonio. La muchachada se repartía a discreción por el resto de la mesa, a excepción de las pequeñas Angelita y Rita que estaban a la vera de sus madres respectivas.
El primer plato era "la escudella", una típica sopa catalana, elaborada con un sabrosísimo caldo, producto de la cocción de los distintos componentes utilizados; verduras, carnes de vacuno , porcino y gallina. Con este suculento caldo, previamente separado y colado de los anteriores ingredientes, se le añadía una pasta especial para ese tipo de sopa denominada "galets" que cocería a fuego lento durante unos 30 minutos.
Le sigue a este delicioso y alimenticio plato. El segundo, denominado "carn d´olla", este no es otra cosa que los ingredientes utilizados para hacer el caldo de la sopa, que ahora se sirven en una fuente para ser degustados, junto con la "pilota", que como dice la palabra tienen forma de una pelota de unos 4 centímetros de diámetro, esta se elabora partiendo de carne picada de cerdo, a la que le es añadido ajo picado, perejil y se amasa todo ello con un huevo batido y harina. Diez minutos de cocción con el caldo de la preparación de la sopa y, se servirá junto a los ingredientes del segundo plato.
Durante la ingestión de estos dos suculentos platos, los adultos habían dado buena cuenta de tres botellas de vino tinto de la comarca del Penedés, que Antonio había traído de su casa. Como es típico en Cataluña y, esta era una comida absolutamente catalana, bebieron el vino utilizando el porrón.
A medida que transcurría el ágape se animaba la conversación y el vino era un óptimo aliado para ello. Al postre, Agapito acercó a doña Alicia la bandeja de dulces que habían adquirido en el Café de Luz, de inmediato los pequeñuelos, que hasta el momento habían permanecido muy modositos y correctos escuchando la conversación de los mayores, comenzaron a pedir a gritos que les sirvieran los dulces. Alicia le pasó la bandeja a su cuñada Francisca para que esta sirviera a cada uno de los comensales y en especial a la chiquillería que aguardaba alborozada y relamiéndose.
¡¡Agapíto!! Llamó Manuel , este se acercó diligentemente diciendo con su voz cadenciosa, dígame Don Manué, – mira oye tráete una de las botella de champagne que has puesto a enfriar – , Agapito apareció a los pocos instantes con una de las botellas del delicioso champagne de la zona de Sant Sadurní, que degustaron acompañando los dulces.
La muchachada acabado el postre, se levantaron de la mesa, con el previo permiso de sus padres, y fueron a jugar por el jardín. La deliciosa Paquita llevaba alrededor de sus labios todavía crema de uno de los pasteles.
A eso de las seis de la tarde llegó Don Florentino acompañado de su esposa Camila, este llevaba bajo el brazo una caja de cigarros de la marca "Por Larrañaga" de elaboración muy limitada con la que obsequió al dueño de la casa y un ramo de preciosas y blancas gardenias a la esposa de este.
Manuel y Antonio saludaron a los esposos Menéndez y a su vez efectuaron las presentaciones entre Hipólito y Camila, Alicia y Francisca. Camila era una bella cubana hija de franceses, que poseía ese toque "chic" tan peculiar en las mujeres francesas combinado con la simpatía y alegría del pueblo cubano. Era alta y esbelta, de cintura muy fina, cabello rubio y largo que le caía por encima de sus hombros, ojos de un azul muy claro adornados de abundantes y largas pestañas que manejaba con femenina coquetería. Un ejemplar de mujer sumamente cautivadora. Unos 15 años menor que su marido.
Los reunidos se enzarzaron en apasionada conversación alrededor de sus orígenes, antepasados, en el entretanto sorbían un exquisito café acompañado por un brandy de la marca Fundador, los caballeros, y un anís sumamente dulzón para las damas, este era anís era destilado en Badalona, una población industrial y marinera muy próxima a Barcelona, de la prestigiosa marca "Anís del Mono".
Hacía calor, las damas se aliviaban del mismo con sus abanicos y los caballeros lo hacían prescindiendo de sus sacos. Atardecía y el sol tendía a desaparecer del decorado celeste, se acercaba al ocaso, una suave brisa que provenía de la bahía hacía que la estancia en el jardín se convirtiera en una gloria. De repente Camila, dirigiéndose a Hipólito le sugirió con una gracia exquisita, a la que ningún ser humano varón se hubiese podido negar, que cantara alguna canción.
Hipólito se alzó de su asiento y blandiendo en su mano derecha una fina copa que contenía el dorado y burbujeante champagne, se arrancó con el "Libbiamo", famoso brindis de la ópera Traviatta, del fecundo compositor italiano, Giuseppe Verdi. La potentísima voz del tenor Lázaro se oía hasta más allá de dos cuadras, a los pocos minutos se acumuló una gran cantidad de vecinos alrededor del jardín escuchando embelesados el repertorio que fue cantando el tenor. Este envalentonado por la inesperada y devota audiencia y, un poquito de la alegría que el champagne y el brandy le habían inspirado, siguió cantando varias canciones más. Para finalizar, por lo avanzado de la hora que ya era, les cantó a todos ellos una popular habanera que decía " Cuando…. salí de La Habana válgame Dios….." al finalizar, el improvisado público estalló en aplausos y vítores. Fue un acontecimiento muy importante, que durante tiempo se comentó en La Víbora.
El astro rey hacía algunas horas que había abandonado el firmamento y su hermana luna, lucía plena de esplendor. Sobre las diez, Hipólito sugirió levantar la sesión, la velada había sido entrañable y alegre. Don Florentino se ofreció en acompañar hasta su hotel al cantante. Este aceptó con gusto.
La familia Batista en pleno acompañaron a sus distinguidos huéspedes hasta el automóvil de Don Florentino, que estaba estacionado en paralelo con el de Antonio, Hipólito sujetando delicadamente la mano y el antebrazo de Camila para ayudarla a subir al auto de su esposo, esta agradeció a Hipólito la galantería con una suave caída de sus largas y rubias pestañas y un casi imperceptible mohín de sus labios. Al cantante la sangre le circuló a gran velocidad por su enorme corpachón.
En cuanto a Lázaro se refiere, todavía hoy, el barrio barcelonés de Gracia, tiene una calle dedicada al insigne tenor que dice así : Calle del tenor Hipólito Lázaro.
CAPITULO Vº
La Quiebra
Manuel y Antonio eran unos buenos constructores , con los años, obtuvieron un cierto prestigio entre los profesionales de su sector en La Habana. Poseían una de las mejor adiestradas y especializadas plantillas de trabajadores . Esto, acompañado de una escrupulosa formalidad en el cumplimiento de los pactos profesionales con sus clientes, les dotó de una clientela adicta. Ambos hermanos, aunque muy distintos en carácter, se complementaban profesionalmente a la perfección.
Manuel, procuraba estar al día de las nuevas tendencias y materiales que la arquitectura iba aplicando y Antonio era el ejecutor de las mismas. En invierno del 1919, Manuel se desplazó a Nueva York para ver como se construían aquellos altísimos edificios, a los que llamaban "rascacielos" y, los materiales y técnicas que utilizaban. Aprendió la nueva técnica del hormigón armado y la construcción de edificios con estructura metálica. Estas enseñanzas las aplicó junto con su hermano Antonio en sus obras, por primera vez en La Habana. Toda una innovación. Este sistema permitía construir un edificio con menor espacio de tiempo y menor inversión en mano de obra, en definitiva un abaratamiento de costos constructivos y mayor rapidez de trabajo. Se acercaba el momento de prescindir la construcción a la vieja usanza de ladrillo sobre ladrillo. El Cemento y el acero se abrían paso en la nueva era de la arquitectura.
Los edificios crecían en altura y precisaban menor superficie de terreno, el sistema obligaba a desarrollar otras técnicas, si los edificios se alzaban a muchos metros del suelo, a sus ocupantes también había que subirles a sus nuevos hogares. Los elevadores eléctricos solventaron este inconveniente. La Habana fue uno de los primeros países latinoamericanos que adoptaron el elevador.
En el continente americano corrían malos vientos. En los Estados Unidos, motor económico mundial y consecuentemente de la economía cubana, estaban pasando una de las peores crisis económicas que habían conocido en su corta historia. Grandes y prestigiosas factorías cerraban, los obreros eran despedidos a miles, los sindicatos obreros llamaban a la rebelión agitando grandes masas humanas por todo el país. Fue en lo que vino en llamarse :"La gran depresión".
Este fenómeno socioeconómico también vino a afectar a Cuba en alguna medida, esta dependía en exceso del vecino Tío Sam, los tenían atrapados. La economía cubana, habitualmente sólida gracias a la gran producción de azúcar de caña, café, tabaco y níquel, se vino abajo arrastrando y arrasando todo tipo de economías, comenzando por la más básica, la mano de obra. Los obreros vagaban por las calles en busca de un posible trabajo que les diera los mínimos ingresos necesarios para subsistir él y los suyos.
La falta de contratos de venta del azúcar, hacía que este se acumulara en los almacenes obligando a los Ingenios a paralizar su actividad total, así mismo las zafras también se paralizaban pudriéndose las cosechas en la propia plantación, el precio mundial de este cayó en picado. La banca dejó de conceder créditos a los pequeños industriales preveyendo un alto índice de morosidad que se extendía como una gota de aceite sobre un papel.
La ruina de muchos empresarios y familias se hizo patente. Suicidios, estafas, fallidas y muertes estaban a la orden del día.
Los Batista no podían estar al margen del desastre económico cubano. El Royal Bank of Canadá ,banco con el que desde muchos años venían operando y guardando todo su dinero efectivo, no pudo resistir el envite y quebró. Todo el capital de ambas familias acumulados durante años, se esfumaron como humo al viento, en un instante pasaron de la opulencia a la pobreza más llana.
Antonio tuvo la fortuna más adversa, un pinchazo de un tenedor en su boca durante el almuerzo, se le infectó provocándole una gangrena que acabó con su vida. La repentina muerte de su hermano afectó grandemente a Manuel, por su mente pasaron un millón de escenas, en el entretanto caminaba cansinamente por los senderos del cementerio de Colón, acompañando al féretro de su querido hermano, era un día ventoso y con una fina lluvia que calaba hasta los huesos. El chirriar de las ruedas de la carreta que transportaba a Antonio a su última morada y el sentido llanto de su cuñada Paquita junto al de los pequeñuelos hizo reaccionar a Manuel. Se dijo para sus adentros; – soy todavía joven, tengo un nombre y un prestigio ganado en mi sector , mi hermano y yo estamos iniciando la construcción de un edificio de cinco plantas, que una vez terminado cobraré y reiniciaré la actividad, podré pagar a nuestros acreedores y habrá dinero para las dos familias -. Pensó , las penas con pan son menos…
Al día siguiente Manuel convocó en su oficina a todos sus acreedores habituales suministradores de materiales de construcción. Cuando les tuvo a todos allí, les habló de esta manera:.
-Amigos, son todos ustedes conocedores de la grave crisis que está atravesando nuestro país y consecuentemente todos nosotros, esto está siendo la ruina de muchas familias. Ustedes en su día depositaron su confianza en mi difunto hermano Antonio, que Dios tenga en Gloria, y en mi, vendiéndonos los materiales que precisábamos para nuestras construcciones a crédito y que a su vencimiento satisfacíamos siempre puntualmente. Mi hermano y yo, quiero hablarles con toda la sinceridad del mundo, no quiero llevarles a engaño, a través de los años les hemos pagado siempre escrupulosamente. Ahora me hallo en una situación verdaderamente difícil, estoy al borde de la quiebra, estoy finalizando la construcción de un importante edificio que, si ustedes me siguen concediendo su confianza acabaré la obra y podré pagarles todo cuanto me hayan suministrado -. Asintieron todos a la juiciosa propuesta de Manuel, los antecedentes de la sociedad eran irreprochables y, un mal momento lo podía atravesar cualquiera. Vieron en Manuel un hombre joven, emprendedor y capacitado, sabían que le faltaba el importante apoyo de su hermano, el habitual ejecutor y controlador de las obras, pero también era bien cierto de que si querían cobrar no tenían otra alternativa que correr este riesgo.
Manuel despidió a sus proveedores en la puerta de su oficina y, de inmediato se marchó a controlar el estado de la obra que había dejado paralizada en el entretanto arreglaba la situación económica y familiar.
El edificio que tenia en construcción, era un encargo de un paisano catalán, hijo de la población costera de Calella, era este el representante del coñac español de la conocida y reputada marca: Fundador Domeq para todo el Caribe, hombre acaudalado pero de oscuro pasado, nadie pudo averiguar jamás por qué tuvo que abandonar precipitadamente España.
El encargo de construcción que Manuel tenía, era verbal, con la condición de pago "llaves en mano", o sea obra totalmente finalizada.
Manuel con duros trabajos y un sin fin de noches sin poder conciliar el sueño, acabó a los pocos meses la construcción del edificio, este era de aspecto esbelto, con grandes ventanales al exterior, situado en una de las esquina de la Calle de Los Oficios con Santa Clara, en la Habana Vieja, no lejos de la Plaza de Armas y la Catedral. Sin duda era una de las obras emprendidas más importantes afrontadas por éste.
Al día siguiente, Manuel se personó en las oficinas de su cliente para efectuar la entrega de las llaves del edificio y cobrar.
Desearía ver al Sr.Soler, dijo Manuel a la secretaria de su cliente al entrar en la oficina de este. – Aguarde un instante Sr.Batista – respondió esta. Al poco, salió e invitó a pasar a Manuel.
-Buenos días, Sr.Soler – dijo Manuel al mismo tiempo que entraba en el bureau de aquel – .Este casi no respondió al cortés saludo , murmuró algo y permanecía cabizbajo, sin mirar a los ojos de su interlocutor. -Sr. Soler-, dijo Manuel, -el edificio que usted nos encargó que le construyéramos, lo hemos acabado en su totalidad, aquí vengo a efectuar la entrega de las llaves del mismo, tal y como usted y nuestra empresa acordamos y, naturalmente le traigo también la factura para que la haga efectiva-.
Tomando las llaves y depositándolas en un cajón de su mesa de trabajo, el Sr. Soler levantó ligeramente la cabeza y le soltó a Manuel en modo agrio y con voz quebrada: – No puedo pagarle, no me van las cosas como esperaba -, Manuel se quedó de una sola pieza, de repente le pasó por su mente como si de una estrella fugaz se tratase, su familia, la de su hermano, sus acreedores, a quienes había empeñado su palabra de honor de abonarles cuanto les debía.
Manuel se rehizo por un instante y le conminó a su cliente a que le pagara, añadió que el no era responsable de que sus negocios no funcionaran correctamente. A lo que Soler respondió de manera agresiva: – que en su casa nadie le daba lecciones de economía – Salga de mi oficina y no vuelva jamás, añadió -.
A Manuel se le nubló la mente, lo primero que se le ocurrió fue llamar a un abogado y entablar un pleito, estaba en su total derecho de cobrar un trabajo encargado y desarrollado en las calidades , tiempo y precio comprometido, en el entretanto caminaba sin rumbo fijo por las calles. Pensó que su actual economía no le permitiría sufragar los gastos de un abogado y procurador, para entablar un pleito que posiblemente ganaría, pero que podía durar meses, tal vez años.
En el entretanto deambulaba sin rumbo fijo por las calles de la ciudad, sus pensamientos entraron en la fase personal del amor propio herido. Se decía así mismo – Esto no es posible, nadie se ríe bonitamente de un Batista, este hombre no me arruina sin que yo no haga algo -. En el entretanto le hervía este último pensamiento en su mente, en su deambular cabizbajo, fue a pasar por delante del escaparate de una ferretería/armería.
Entró mecánicamente a ella, como si estuviera en un estado sonambulesco, no veía ni oía nada de lo que su alrededor transcurría.
El dependiente del otro lado del mostrador, tuvo que dirigirse a Manuel por segunda vez para que este le oyera,. ¿Qué desea que le sirva Señor?. –Ah si, disculpe respondió Manuel, como resucitando. – Desearía adquirir un revolver y munición para este. – ¿ Tiene Vd. preferencia por una marca y calibre determinado caballero? – , los ojos de Manuel centellearon de ira y sin contenerse respondió de un modo desabrido y con voz ronca: – Me basta con que dispare – .
El empleado le mostró varios revólveres de fabricación americana e inglesa. Eligió un Smith & Wesson de cañón corto. Pagó su importe y lo guardó en uno de los bolsillos interiores de su saco. Al salir una oleada roja cubrió sus ojos dirigiendo sus pasos a la oficina del hombre que le quería estafar, deseaba acabar con él cuanto antes, le dispararía en mitad del corazón, se decía, le daré su merecido. – Este no volverá a arruinar a ninguna otra familia -.
Al llegar a la puerta de la oficina de su cliente, empujó con fuerza la puerta para entrar. Estaba cerrada. Extrañado miró su reloj de bolsillo y se sorprendió al ver que eran más de las nueve de la noche. Era tal su tribulación que no había reparado en el tiempo transcurrido, ni en que comenzaba a anochecer. Sintió una gran frustración al ver que no podía llevar a cabo su cometido. Pensó, mañana daré cuenta de ese hijo de perra. Dio media vuelta y encaminó sus pasos hacia su casa, no quedaba demasiado lejos.
Entró en su casa en silencio, cabizbajo y con los brazos cruzados a su espalda. Alicia al verle entrar de aquella inusual guisa, temió que algo grave le hubiese sucedido, Manuel desde el trágico fallecimiento de su hermano mayor, Antonio, no era el mismo. Se había vuelto algo huraño y taciturno.
Alicia, al ver a su adorado marido en aquel inusual estado, se levantó de la butaquita que ocupaba como si de un resorte se tratara, de repente un mal presentimiento se apoderó de su corazón haciendo que este se encogiera. – Manuel esposo querido – dijo con toda la dulzura de la que era capaz, fue a abrazarle al mismo tiempo que hacía puntillas para alcanzar los labios de su marido y darle un beso.
Este se quedó de pié en mitad de la estancia, ausente de todo cuanto le rodeaba, ni tan siquiera notó cuando Alicia le abrazaba fuertemente y refugiaba su diminuta cabeza en su pecho. – Qué te ocurre Manel, en momentos importantes Alicia le llamaba por su nombre en catalán, Manel – . Te noto preocupado y ausente, siguió -..
Los peques de la casa estaban en un rincón de la sala, habían detenido la lectura de un libreto de aventuras juveniles que habían iniciado hacía breves momentos, eran testigos silenciosos de esta triste y preocupante escena, veían un padre en un inusual estado, el hombre autoritario y seguro de si mismo, había cambiado. Ramoncito intuyó que algo grave le sucedía y preocupaba a su padre, se levanto de su silla y acercándose lentamente a sus progenitores mientras su madre permanecía abrazada a Manuel.
Súbitamente Alicia se separó ligeramente de su marido y mirándole a los ojos le preguntó, ¿qué es este bulto que noto debajo de tu saco Manuel?, este seguía como ausente, sin reacción, Alicia se atrevió a meter la mano entre el pecho y el saco de su esposo hasta tener contacto con el bulto que exteriormente había observado, Manuel seguía sin reaccionar, Ramoncito se detuvo a muy poca distancia de sus papás, podía notar la jadeante respiración de su padre y el frío sudor que por su frente se deslizaba lentamente hasta el almidonado cuello de su camisa.
Alicia notó un objeto frío y duro, palpó el mismo y acto seguido lo asió por uno de sus salientes sacándolo del bolsillo dónde se hallaba. Al ver que se trataba de un arma casi se cae desmayada, pero se sobrepuso a ello, estos son los momentos en que surgen la fortaleza de carácter en un ser humano, las situaciones límite suelen enaltecer el carácter y la voluntad del más pacífico. Alicia dejó caer el arma al suelo, como si su solo contacto fuera contaminante del mal. El seco ruido del impacto del revolver con el embaldosado, hizo que Manuel despertara de su ensimismamiento, su primera reacción fue intentar recoger el revolver, pero Ramoncito ya lo había recogido, su viveza e intuición le decían que aquella arma y el estado de su padre, no significaban nada bueno, echó a correr hacia la calle con toda su alma con el arma asida por el cañón, hasta llegar a la boca de una alcantarilla, allí echó el revolver.
En la casa su padre intentaba correr detrás de su hijo Ramón, Alicia abrazada fuertemente a Manuel le impedía correr para que este le alcanzara, la furia y rabia que en aquellos momentos sentía Manuel, hacía que arrastrara a su esposa como si de un muñeco de trapo se tratara, al llegar al jardín vio a su hijo que regresaba, – ¡¡¡Ramón dame la pistola, le dijo gritando !!! -, Papá, la he echado a la alcantarilla, le respondió este -, un fuerte bofetón en la mejilla le impactó, su padre fuera de sí le abofeteó ante la impotencia que sentía. Alicia seguía abrazada a el, lloraba desconsoladamente, sus lágrimas sumisas a la ley de la gravedad, inundaban sus ojos rodando por sus mejillas, ¡¡¡Manuel no pegues a tu hijo !!! gritaba. Finalmente Manuel se deshizo del abrazo de su mujer y, furioso entró en la casa. Toñete y Rita, seguían sentados en sus sillas con el espanto reflejado en sus rostros y llorando ,sus mentes infantiles no alcanzaban a comprender el motivo por el que sus padres reaccionaban de un modo inusitado.
Ramoncito, entró hecho una furia en la casa y se tiró a agarrarse a una de las piernas de su padre, gritando al mismo tiempo – ¡¡¡ Papá, papá, no te enojes con nosotros, te queremos mucho, te queremos mucho!!!, al mismo tiempo que le besaba la pierna en la que estaba asido.
Manuel en su locura, vio a sus pequeños llorando atemorizados en un rincón de la estancia , a su Alicia con carita de desespero y su hijo mayor Ramón demostrándole una cariño y valentía inusuales en un muchacho de su edad. Esta imagen le ayudó a serenarse, sentándose en una de las butacas del salón, abrazó fuertemente, como si quisiera fundir su cuerpo con los suyos, a Alicia y Ramoncito, besándoles y disculpándose por lo sucedido, cogió a la asustada y pequeña Rita sentándola en su regazo y a Toñete, formaban todos juntos una enternecedora imagen familiar.
Alicia se apartó por unos momentos y le sirvió a su esposo un apetitoso café que recién acababa de hacer, este ya más sereno, contó a su familia todas las vicisitudes económicas que desde hacía algunos meses venía soportando y que les había ocultado.
Alicia ayudada por su hijo Ramón, convencieron a Manuel de vender todos los objetos de su propiedad, la casa donde vivían y la maquinaria que utilizaban para sus construcciones y regresar a la patria. – Manuel, decía Alicia, vamos a olvidar todo, regresemos a Barcelona y reharemos de nuevo nuestras vidas, con los años recordaremos nuestra estancia en La Habana como nuestros mejores años, con alegría y felicidad, nuestra mitad ya es cubana, no lo olvidaremos nunca, por años que pasen, lo tenemos en lo más hondo de nuestros corazones, hagámoslo por nuestros hijos y por nosotros-.
Al día siguiente y después de haber consultado con la almohada, Manuel se marchó a ver una agencia inmobiliaria, en la calle Chacón, para tratar de vender la casa, afortunadamente pudo venderla en el mismo día, con la condición de desalojarla en un mes. No fue una gran venta pero necesitaban aquel dinero para los pasajes de regreso.
Una vez cobrada la mitad del importe de su querida y preciosa casa, se dirigió al puerto, detuvo su automóvil en la puerta de la compañía SANTAMARÍA y CIA., consignataria de los vapores Pinillos, en la calle San Ignacio, número 18.
Adquirió cuatro pasajes que correspondían a los camarotes más económicos del vapor que salía hacia España a primeros del mes de Diciembre, o sea, seis días después de haberlos adquirido. Eran para Alicia y sus tres hijos. Manuel pensaba viajar algunos días más tarde, con el fin de disponer de más tiempo para poder vender el automóvil, la maquinaria y andamiajes de la constructora y cobrar finalmente el resto pendiente de la venta de su casa.
Alicia fue preparando las maletas que debían llevarse con todas las pertenencia y efectos personales. Ramoncito escondió entre la ropa una pelota y un guante de baseball, seguiría su afición a este juego allá en Barcelona, también guardó una guía telefónica de La Habana, no sabía bien por qué la guardaba, pero pensó que cuando la leyera, siempre le recordaría su querida Cuba.
Manuel fue a visitar a su cuñada Francisca Albá para comunicarle su decisión de regresar a España, deseaba convencerla para que regresara con ellos y sus hijitos. Francisca rechazó la idea de Manuel, dijo que ella pensaba quedarse a pesar de las circunstancias, que lucharía con todas sus fuerzas para sacar a sus hijos adelante. Y bien que lo hizo esta tenaz luchadora mujer leridana.
Al día siguiente, Alicia también fue a visitarla junto con sus pequeñuelos, para despedirse de todos , quién sabe Dios cuando volverían a verse, probablemente nunca más, estarían tan lejos. Las dos cuñadas abrazadas fuertemente lloraban y decían frases entrecortadas por el llanto, habían estado siempre muy unidas.
Lunes por la mañana, en el muelle se hallaba atracado el vapor de la Pinillos efectuando las tareas de carga, cabotaje y pasaje. Un viento racheado acumulaba unos grandes y negruzcos nubarrones sobre la bahía, el día era gris y plomizo, en una palabra, depresivo.
Manuel, estacionó el auto en la puerta de la estación marítima, de el descendieron Alicia, su cuñada Francisca y todos los hijos de ambas, Manuel dio los pasajes a su esposa y una bolsa con dinero para el viaje y, los primeros días de estancia en Barcelona, en el entretanto el acababa su cometido en La Habana.
El buque hizo soplar con fuerza su silbato de vapor con toda su potencia, anunciando su próxima partida, su estruendo se podía oír desde cualquier parte de La Habana, los habitantes de esta no le hacían demasiado caso, estaban ya habituados a ello.
Las bodegas estaban abarrotadas de sacos de café, azúcar refinada y melazas y en parte de la cubierta de popa grandes pilas de tablas de maderas tropicales, de las que Cuba era tan rica y apreciada. Manuel abrazó dulcemente a Alicia, se fundieron en un largo y emocionante beso, sus hijos lloriqueaban a su alrededor, sabedores de que se alejaban del amparo de su progenitor, este separándose con suavidad de Alicia, se agachó y en un solo abrazo rodeó a todos sus hijos, les besaba fuertemente y les consolaba, les decía :- No lloréis hijos, papá se reunirá con vosotros dentro de unos días y tu Ramón, que eres el mayor, cuida de mamá y tus hermanitos – . Te lo prometo papá, dijo solemnemente este – No les va a faltar de nada durante el viaje -.
Un último sonar de la sirena del vapor, hizo apresurar a todos los pasajeros que todavía se hallaban en tierra, a subir abordo.
Manuel, su cuñada Francisca y sus hijitos permanecieron de pié todo el tiempo que el barco efectuaba las maniobras de desatraque, sin quitar la vista de donde se hallaban sus primitos. Estos asomados por el borde de la barandilla saludaban con sus brazos al aire todo el tiempo. Alicia, sollozaba y sentía un íntimo dolor en su corazón parecido al que puede sentirse cuando una uña se separa de su dedo.. Manuel grave e impasible saludable de vez en cuanto en el entretanto el vapor se iba alejando por la bahía, en cuanto este salió por la bocana del castillo del Morro se perdió de vista para los que todavía permanecían de pié en el muelle. Manuel acompañó a su cuñada y sobrinitos a su casa.
Jamás nadie supo lo que Manuel pudo hacer durante los días que se quedó solo en La Habana, nunca se lo contó a nadie, oficialmente se había quedado para acabar de cobrar el importe restante de su antigua casa, el automóvil y demás enseres de la constructora, nada más. Pero Alicia se marchó con un temor en el alma. Manuel embarcó 23 días después con un vapor carguero que hacía escala en Las Palmas de Gran Canaria y que finalizaba su singladura en el puerto de La Coruña. Solo Dios sabe la verdad, según dijo a su regreso, había finalizado su "trabajo" en La Habana, ¿…?.
CAPÍTULO VIº
"El regreso"
El viaje de retorno fue de lo más duro y amargo. Los Batista compartían un camarote en la bodega con 11 personas más, completamente hacinados y sin ventilación, sin duchas para asearse en condiciones humanas, en definitiva se trataba de un bajel totalmente exento de lujo y comodidades, era eminentemente un carguero. Las condiciones del pasaje eran sumamente precarias.
Alicia paso gran parte del viaje mareada y sin salir del camarote, acurrucada en una de las literas con sus dos asustados hijitos más pequeños. Ramoncito, inconscientemente tomó el mando y la responsabilidad del grupo familiar, desde el primer día recorrió toda la nave, hasta el rincón más recóndito de la bodega, por exagerar, hasta las ratas de abordo le saludaban.
Hizo una simpática relación con todo el personal de cocina, estos le regalaban siempre que les era posible, algunos platos de guisados además de los que les correspondían, fruta y pan, Ramoncito corría a llevárselo a su mamá y hermanitos, aun a costa de no comer el nada aquel día.
Los días fueron pasando de tempestad en tempestad, salían de una y al poco tiempo encontraban otra en su camino, al décimo día de navegación divisaron tierra, se trataba de las Islas Afortunadas, en pocas horas se hallaban atracando en el puerto de Las Palmas de Gran Canaria. Por fin Alicia y sus peques, pudieron poner pie en tierra firme. A pesar de todo se sentía sumamente débil, todo alimento que ingería lo regresaba nuevamente al exterior, se hallaba desfallecida. Un día brillante y luminoso lucía en la isla, como suele ser habitual en este archipiélago. Ramoncito fue, como no, el primero de tocar con los pies el muelle. ¡¡¡Ramóooon… le gritaba Alicia, no te vayas lejos, podrías perderteeeee….!!!. Este haciendo caso omiso a los gritos prudentes de su madre, fue a investigar por su cuenta los alrededores.
Durante su recorrido Ramoncito, se encontró en el interior de uno de los tinglados del muelle contiguo donde se hallaba atracado su barco, unos grandes sacos de esparto llenos de barras de pan destinado al suministro del ejército de infantería que había en la Isla. Con una pequeña navajuela que llevaba en uno de sus bolsillos, practicó un corte en uno de ellos y sacó varias barritas de pan que introdujo en el interior del pecho de su camisa. Corrió al buque donde se hallaba su madre y hermanos y en voz baja le dijo – madre toma este pan que he hallado en unas bolsas, voy a por más – No Ramón, no lo hagas que si te pillan pueden castigarte y meterte en la cárcel – , No tengas miedo madre, no me pillarán y además soy menor de edad y no me pueden meter en ella -, respondió este y, automáticamente salió disparado hacia el almacén dónde había hallado el pan. Entró por la misma ventana por la que había penetrado anteriormente. Se olvidó del pan y dedicó su inspección a otros bultos. Le llamó la atención unas cajas de cartón apiladas en uno de los rincones del almacén, no muy lejos de donde se hallaban los sacos del pan. Abrió una de ellas, su contenido era de latas de conservas de todo tipo, espárragos, mermeladas, pimientos, fruta confitada,etc.. No paró de efectuar viajes de ida y vuelta, pero en cada uno de ellos llevaba entre cuatro y cinco latas. En uno de estos y en el entretanto abría una de las cajas, oyó voces en el interior del almacén, procedían de la puerta del mismo, se trataba de varios individuos vestidos de uniforme militar.
Pertenecían al cuerpo de intendencia, justamente estaban allí para inventariar todos los alimentos que habían recibido desde la península con destino a la tropa destacada en la isla.
Un cabo segunda llevaba en su mano una tablilla con una lista con la relación de todas las mercancías recibidas. Un capitán y un sargento consultaban la lista y la contrastaban con cada uno de los bultos. Al llegar a los sacos de pan el cabo se apercibió de la incisión que tenía uno de los sacos. ¡¡Mi sargento, fíjese en este saco!! espetó con voz algo ronca y señalando al bulto. Sí, ya veo, alguien nos ha estado robando algunos panes. Alarmados siguieron inspeccionando con mayor detenimiento el resto de las mercancías consignadas a su cuartel.
Ramoncito, que los había visto entrar, se escurrió rápidamente entre un montón de bultos que se hallaban en un rincón del almacén, no muy lejos de donde se encontraban los militares. Estos, durante su minuciosa inspección descubrieron algunas de las cajas de madera, abiertas y que contenían las conservas.
¡¡ Diantre!! Dijo el capitán, aquí también han sido violentadas estas caja y a primera vista parece que falten algunas latas. ¡ cabo ¡ corra inmediatamente al cuartel y venga con una docena de soldados, vamos a rodear el almacén y veremos si pillamos al ladrón. ¡¡A sus órdenes mi capitán!! Gritó el cabo, inmediatamente regreso mi capitán. Salió corriendo de rápidamente en dirección al cercano cuartel.
Ramoncito que había oído y visto todo cuanto acontecía, comenzó a sudar de angustia, casi ni respiraba por no ser descubierto. Muy cerca de donde se hallaba escondido estaba la ventana por donde había entrado y salido todas las veces. Debo darme prisa, debo salir de aquí antes de que lleguen los soldados y me descubran, pensó.
Se arrastró lentamente por el suelo, como si de un felino se tratase, procurando no efectuar ningún tipo de sonido, la ventana ya le quedaba a menos de cinco metros de distancia. Los militares se situaron en el dintel de la puerta de acceso al almacén a la espera de la tropa que debía llegar de un momento a otro.
Ramoncito aprovechó un momento en que los dos militares se distrajeron encendiendo unos pitillos para encaramarse hasta la ventana y saltar al exterior, el capitán vió de refilón una sombra que cruzaba la ventana, de inmediato echó a correr en dirección a la misma, pero Ramoncito era mucho más rápido que el militar y cuando este llegó allí, ya había desaparecido entre los diversos carruajes estacionados en el muelle aguardando para ser cargados.
Sudoroso y sin aliento, Ramoncito se acurrucó junto a su madre Alicia. –¿Qué te ocurre Ramón, que te tiene tan alterado? – Le preguntó esta a su hijo. Nada mamá, que unos niños me querían pegar, respondió este con presteza. No temas hijo, le dijo Alicia, si vienen por aquí yo les voy a dar por el pelo.
Una pareja de soldados pasaron patrullando por las inmediaciones, en busca de algún indicio que les revelara quién era el ladrón de alimentos. Jamás pudieron pensar de que este se tratara de un muchacho.
Al día siguiente y, después de haber efectuado todo los trabajos de carga y descarga, el buque partió de Las Palmas, con destino a Cádiz.
La navegación en los siguientes cuatro días fue sumamente placentera, un mar sumamente encalmado en el que en su superficie rielaban los rayos solares matutinos pareciendo un sin fin de pequeños espejos en movimiento.
El cielo de un azul intenso totalmente exento de nubes, contrastaba con el azul verdoso del mar, confundiéndose ambos allá en el cenit donde por efecto óptico, se juntan. Al atardecer cuando el sol hacía algunas horas que había dejado de señalar su rojizo rastro del ocaso, pudieron divisar por uno de los costados de la nave una hilera de lucecitas allá a lo lejos. Se trataba de la bella ciudad de Cádiz. A Ramoncito la latía el corazón con rapidez, sentía una serie de sentimientos enfrentados, de una parte tenía una gran congoja en lo más íntimo de su ser, abandonar su entrañable Cuba y a sus amigos, fue una tribulación indescriptible, de otra parte regresaba a la tierra que le vio nacer y de la que tanto le habían hablado sus padres cuando vivían lejos de ella.
El capitán del bajel se le acercó y le dijo, – ¿Ramón tienes ganas de llegar a España?-, Sí capitán, respondió Ramoncito con viveza, tengo muchas ganas de ver a mis abuelitos que viven allí.
-Pues verás-, le dijo este, -mañana muy tempranito atracaremos en Cádiz, el primer puerto peninsular español, que toda embarcación que procede del continente americano efectúa escala, es uno de los puertos importantes de los que España tiene cara al Atlántico. Cádiz y Sevilla, en los tiempos del descubrimiento de América, se convirtieron en los más importantes de Europa. Todas las mercancía y bienes que entre los dos continentes se trasegaban, pasaban por uno de estos dos puertos, ya en tiempo de los Fenicios, algo más de mil años antes de Cristo, fueron importantes por el comercio entre África y la entonces península española conocida como Hesperia, a muchos de ustedes la bahía de Cádiz, así como la ciudad les recordará La Habana-.
Ramoncito se quedó embelesado ante las explicaciones históricas con las que le regaló el capitán. Se despidió de él con un hasta mañana y regresó al camarote con su madre y hermanos. Estos ya dormían cuando entró en el mismo. Se acostó junto a su hermano Antonio y no pudo conciliar el sueño hasta bien entrada la madrugada.
Un potente silbido de la sirena del barco despertó a todos los pasajeros, era el aviso de que se aceraban a puerto, al mismo tiempo se advertía de su presencia al práctico del puerto para que viniera a hacerse cargo de las maniobras de acercamiento y atraque.
Ramoncito, se situó en la parte más alta de la proa del buque, se asombró al entrar en la bahía del gran parecido de esta alegre ciudad andaluza con La Habana, parecía un calco de los edificios que se hallan junto al malecón, su arquitectura y níveo color eran iguales a su Habana querida.
Al entrar por la bocana principal, se adivinaba que en su tiempo fue un importante puerto. Una vez efectuadas las maniobras de atraque descargaron todas las mercancías que habían cargado en Cuba y Canarias y a su vez cargaron con otras mercancía destinadas a Barcelona y Génova. Solo un día les ocupó estos trabajos de carga y descarga. A la madrugada siguiente soltaron amarras y abandonaron la famosa bahía de Cádiz con rumbo al Mediterráneo.
Alrededor del mediodía comenzaron a divisar a por la proa el estrecho de Gibraltar, con el imponente Peñón del mismo nombre, pétreo centinela impertérrito y vigilante permanentemente del constante trasiego marítimo que cruza de un mar a otro. Cuantas civilizaciones habrá contemplado a través de los siglos.
Ocho días después el buque se acercaba a las costas de Cataluña. Era un mes de febrero inusualmente frío, muy frío. A la llegada a la estación marítima del puerto de Barcelona, el frío era sumamente intenso, la noche anterior había nevado con bastante profusión. El buque atracó en el muelle de España, junto a la llamada Puerta de la Paz, debajo de la grandiosa estatua dedicada a Cristóbal Colón, que con su brazo derecho extendido y su dedo índice a modo de prolongación del mismo señala en dirección al continente americano.
Nadie esperaba a Alicia y sus hijitos en el muelle, todo era gris y gélido, multitud de charcos de agua procedentes de la fusión de las nieves caídas la noche anterior, reflejaban a pedazos la imagen del descubridor. Una niebla empapaba sus ligeras ropas. No habían calculado que el invierno en España es extremadamente más crudo que en Cuba, Ramoncito y Antonio vestían prendas de algodón blancas y calzón corto, la pequeña Rita igualmente portaba un vestidito corto, blanco y con puntillas al igual que su madre Dionisia.
Por muchas razones les tiritaba el alma y el cuerpo. La primera por todo lo que en Cuba habían dejado, recuerdos felices, entrañable familia y un precioso país que les había acogido con cariño.
Tomaron un transporte de alquiler en el que metieron todas sus pertenencias e indicaron al conductor el domicilio de sus familiares más allegados. – Por favor señor llévenos a la Plaza de la Estación , en el barrio de San Andrés.- Era donde vivían los padres de Manuel y Antonio, el abuelo Jaime.
El carruaje tirado por dos caballos, salió del muelle y tomó por el Paseo de Colón todo seguido, hasta llegar al parque de la Ciudadela, antigua fortaleza militar, ordenada construir por Felipe V, el Borbón invasor de Cataluña, rey de España, y raptor de los derechos y fueros históricos de Cataluña, ahora derruida y convertida en un bello parque de elegantes jardines, ocupado en buena parte por un prestigioso Zoológico y diversos museos de ciencias naturales, mineralogía , etc.
De la fachada principal de dicho parque, partía una espaciosa y elegante avenida, conocida como el Paseo de San Juan, coronada con un exquisito Arco de Triunfo que correspondía al más puro estilo del modernismo que llenaba la ciudad, la nueva corriente arquitectónica que en Barcelona tuvo su cuna y cultivo extendiéndose al resto del país y posteriormente Europa.
Dos horas y media más tarde Alicia y sus hijitos llegaban a las puertas de la casa de sus suegros. Era esta una casita de planta baja y piso, muy similar a las que los hermanos Batista habían construido allá en La Habana. Alicia tiró de la cadenita que colgaba de uno de los quicios de la puerta, sonó el alegre tintineo de una campanilla. Al poco tiempo se abrió la puerta apareciendo en el hueco de la misma la suegra de Alicia. Esta vio ante si un lamentable cuadro familiar, los pequeñuelos ateridos de frío se abrazaban a las faldas de su madre y esta intentaba cubrir su cuerpo con mantón de seda que Manuel, su esposo, le había regalado en un cumpleaños, allá en La Habana.
María, su suegra, sabía que iban a llegar pero desconocía la fecha. Les hizo entrar en la casa de inmediato, ambas mujeres se abrazaron fuertemente, sollozando intentaban hablarse, pero la emoción les impedía hablar con claridad.
María era una mujer bondadosa y muy familiar, de inmediato acercó a los niños al calor del hogar que tenía encendido desde buena mañana , les dio una taza de caldo calentito a cada uno, para reconfortarles.
Alicia, que ya se había sobrepuesto algo, también se tomó uno,
– Hay madre, cuanto eché de menos este delicioso caldo cuando estábamos en Cuba – le comentó. -Parece que Dios me hubiese advertido de vuestra llegada, dijo María. – Tenía un no se qué en el corazón que me advertía que hoy algo importante iba a suceder-. Así ha sido-.
Pronto organizaron entre las dos, una de las habitaciones de la casa para ocuparlas los niños y otra para Alicia, aquí podrían quedarse hasta que llegara Manuel y dispusiera lo que hacer él y su familia.
Cuarenta días más tarde a su llegada, recibieron un telegrama de Manuel. Acababa de desembarcar en el puerto de La Coruña, allá en el Noroeste del país. Le decía a Alicia – "Querida esposa mía stop, Llegado bien a Coruña stop, Tomo el tren mañana y arribo a Barcelona pasado mañana stop. Besos a todos Manuel. stop."
La alegría familiar fue inmensa. Veríamos que nos contaría Manuel de su breve y final estancia en La Habana. Lo cierto que Manuel, nunca contó a nadie aquella última página en La Habana. Jamás se supo que hizo. Aquí, dejo que el pensamiento de mi lector vuele en cualquier sentido, quizás acabó con algo que había iniciado y su familia no le permitió acabar.
A su regreso a Barcelona, Manuel acudió a sus viejos amigos de la juventud para que le orientaran, el país había cambiado, no era el mismo que el dejó en 1912.
En primer lugar tomó en alquiler una casita en un barrio extremo de la ciudad, conocido como La Trinidad, este, quedaba algo aislado del casco urbano de Barcelona y la comunicación era casi nula. Los desplazamientos hasta hallar un transporte público, debían efectuarse a pie por algo más de 30 minutos.
En un rincón de la pieza principal de acceso a la casita, Manuel instaló una carpintería y efectuaba trabajos por encargo en el vecindario. Alicia, ahora ya la llamarían por su nombre real de pila; Dionisia, ella también cosía por encargo para poder ganar algún dinero adicional con el que sostener la casa.
Antonio (Tonet) y la pequeña Rita acudían a una escuela municipal, no lejos del hogar y Ramoncito, ahora ya Ramón, tuvo que ponerse a trabajar como aprendiz para aprender un oficio y aportar también algún dinero al seno familiar. Entró a trabajar como aprendiz de carpintería en unos talleres que construían maquinaria para el proceso del molido y ensacado del trigo, hasta convertirlo en harina fina. Talleres Morros, que así se llamaban, estaban a unos treinta minutos de su casa en medio del campo, junto a los cuarteles de La Maestranza de Artillería, en el barrio de Sant Andreu, también eran conocidos como El Molí d´en Morros, por haber sido años a, un molino de trigo movido por energía hidráulica, cuya turbina giraba y movía al paso de las aguas de la Acequia Condal, uno de los ríos que aportaban agua a las plantas potibilizadoras de la ciudad de Barcelona.
Ramón en los talleres era, como se suele llamar, el último mono. El único aprendiz. Apenas tenía 13 años, sin ninguna experiencia profesional. Los hombres hechos y derechos veteranos del oficio, le encargaban los trabajos auxiliares más difíciles e imposibles, a modo de chanza, pero Ramón estaba hecho de una materia muy dura, era un luchador nato, no era fácil arredrarle, dedicaba siempre una gran voluntad, interés y entusiasmo en todo lo que hacía, le gustaba aprender.
Su corta edad y reducida talla, era bastante menudito, estaba por debajo de la media normal, era motivo de bromas pesadas por parte de los que eran sus compañeros de trabajo, pero el lo superaba todo, sabía que su aportación económica al hogar de sus padres era necesaria. Este fue su lema hasta la muerte, la familia.
Los años fueron pasando para la familia Batista, sin pena ni gloria, más pena que gloria.
A los pocos años de haber regresado de Cuba, Manuel cayó gravemente enfermo, unas fiebres tifoideas casi acabaron con él. Alicia permaneció todo el tiempo en la cabecera del lecho de su adorado esposo. La enfermedad de este quebró lamentablemente la ya débil economía familiar, Manuel estaba totalmente incapacitado para aportar dinero, muy al contrario, su enfermedad creaba gastos de médicos y fármacos. El peligro de su muerte fue una constante. Dionisia no abandonaba a Manuel ni de día ni de noche, no descansaba y ni tan siquiera dormía, ello fue motivo de que quedara minada su salud, que dicho sea de paso nunca fue excepcional.
Ramón y sus hermanos sufrían las consecuencias, era muy duro pasar de una vida opulenta y regalada en La Habana, a vivir en la más triste de la pobreza obrera, pero Ramón jamás se daba por vencido. Le decía a su madre: – Mamá no te preocupes yo trabajaré día y noche para que no le falte nada de lo imprescindible a la familia -, así lo hizo hasta su muerte. Dios le bendiga.
Ramón se incorporaba a su trabajo en los talleres Morros todos los días a las 5 de la mañana de lunes a sábado. En invierno por las mañanas cuando iba a su trabajo, estaba helado de frío, no disponía de ropa de abrigo suficiente para cubrir su pequeño cuerpo, caminaba por los senderos que otras personas que con su paso habían formado a través de la nieve. Las alpargatas que calzaba se empapaban de aguanieve que le dejaban los pies ateridos y con las manos en los bolsillos corría para llegar al taller y poderse calentar con una de las estufas de leña que había repartidas por los locales de trabajo, se descalzaba y ponía sus alpargatas pegaditas a la misma para que se secaran en el mientras trabajaba descalzo.
Este duro sistema de vida acabó de forjar el carácter y tenacidad de Ramón.
Manuel cuarenta días después de haberse declarado su enfermedad finalmente sanó, pero al poco tiempo enfermó Dionisia, los mismos síntomas que Manuel, a las dos semanas de habérsele declarado el tifus, una noche de San Esteban estando Ramón acompañándola en la cabecera de su lecho, la dulce Dionisia les dejó para siempre. Ramón le tenía su antebrazo pasado por debajo de la cabeza y Dionisia mirando a su hijo preferido, esbozó una dulce sonrisa cerrando los ojos para siempre, así en silencio se marchó, como había sido siempre su vida, suave, silenciosa y sacrificada para los demás.
Fue enterrada en el cementerio de Sant Andreu, no se sabe donde, la familia no disponía de nicho donde enterrarla, ni medios para adquirirle.
Manuel, trabajaba por aquel entonces en una harinera propiedad de la familia de un amigo de la infancia y de estudios, pero esta se hallaba muy lejos de su hogar, se encontraba en el barrio marinero por excelencia de la Barceloneta, era conocida por Harinera La Anita, adosada a los muros de los prestigiosos talleres de La Maquinista Terrestre y Marítima, allí se construían la mayor parte de máquinas y vagones del ferrocarril del país. La gran distancia existente entre su trabajo y su domicilio, le obligaba a marcharse muy de madrugada y regresar bien entrada la noche, Ramón también estaba todo el día trabajando regresando al hogar un poquito antes que su padre. Antonio y Rita eran cuidados por unos vecinos que les habían tomado mucho afecto.
Ante tal situación familiar, Manuel tomó la decisión de darle alguna solución que aliviara la misma. Conoció a una mujer algo más joven que el y la tomó en matrimonio civil. Esta se hizo cargo de la casa, pero era de carácter muy desagradable y no congeniaba con los niños, en especial con Ramón, que jamás pudo admitir que esta supliera a su bendita madre. Para culminar las desgracias, que nunca suelen llegar solas, la madrastra cuando Manuel y Ramón se hallaban en su trabajo, se emborrachaba y maltrataba a Rita y Antonio, hasta que en una ocasión Ramón la advirtió de que si volvía a enterarse de que maltrataba a sus hermanos tendría que vérselas con él. Por aquel entonces Ramón tenía ya unos 18 años.
Ramón se quejaba a su padre de la conducta de aquella mujer, pero este alegaba que alguien tenía que hacerse cargo de la casa en el entretanto ellos trabajaban.
Pero un gravísimo hecho acaecido unos meses después acabó con un trágico desenlace familiar. Era la hora de la cena, Ramón y su padre sentados alrededor de la mesa del comedor, aquella mujer les puso delante un plato de humeante sopa. Ramón la probó con el cuidado que se precisa cuando un alimento está sumamente caliente. Pero este notó algo extraño en el sabor de la sopa, de inmediato miró a la madrastra y observó en ella cierta desazón de conducta. De súbito se le vino a Ramón una idea en la mente, la sopa probablemente contenía algún veneno. Ramón escupió la cucharada de líquido que contenía su boca, detuvo la mano de su padre que ya iniciaba el camino de sorber la primera cucharada de aquel mejunje, -¡¡ papá no tomes de esta comida ¡! – le dijo.
Ramón se levantó con el plato en la mano y procurando no derramar su contenido inició el camino de la puerta de la casa. La madrastra se interpuso diciéndole, – ¿ Dónde vas con este plato ¿ -. A lo que Ramón respondió: – Voy a llevarle a la policía, por que has echado veneno en la comida, has intentado envenenarnos -. Aquella mujer fuera de sí intentó detener a Ramón y verterle al mismo tiempo el plato de sopa. Ramón que ya esperaba esa reacción, la propinó un puñetazo en el rostro con tan mala fortuna que la mujer al retroceder lateralmente, producto del impacto recibido, pegó con la cabeza en una de las esquinas de uno de los muebles, lo que la dejó sin sentido y caída en el suelo. Ramón le dijo aceleradamente a su padre : – Papá atiéndela pero no dejes que se vaya de la casa , yo voy a la policía para que analicen la comida y regreso de inmediato -.
Salió corriendo de la casa y campo a través llegó a la comisaría del barrio de Sant Andreu. Le atendió el propio comisario, al que Ramón contó todo cuanto había acaecido. Este le tranquilizó y de inmediato acudieron a la casa. Allí estaba aquella mujer reponiéndose todavía de la tarascada que Ramón le había propinado. Esta al ver a la policía, rompió a llorar y tirarse de los cabellos, en el entretanto acusaba a Manuel y Ramón de malos tratos. El comisario de policía, hombre ya muy experto en situaciones de esa índole intervino diciéndole, – Vamos a ver señora, usted a intentado envenenar a esa familia y nos la vamos a llevar detenida – . Ante tal aseveración comenzó a pedir perdón y excusarse. Se la llevaron esposada y detenida. Nunca más se supo de ella.
CAPÍTULO VIIº
El asentamiento familiar
La familia, fue lentamente mejorando en su asentamiento a la nueva vida en España, también mejoró la calidad de la misma, no excesivamente, pero se convirtió en algo más llevadera.
Tonet, alternaba la escuela con los estudios de piano, sentía una gran afición por la música, así como también Ramón y Manuel. La pequeña Rita había ya crecido y se estaba convirtiendo en una bella damita, se parecía muchísimo a su madre Dionisia, menudita, pelo negro azabache y ondulado, ojos vivaces, una naricilla ligeramente respingona y, piel muy blanca, alternaba la escuela con las labores del hogar.
Antonio, Tonet, era más alto que su hermano Ramón, era bien parecido, caminaba al igual que Manuel su padre, estirado y con la cabeza alta, ojos verde aceituna, pelo negro ondulado, factor común en los tres hermanos, Antonio dentro de sus posibilidades solía vestir con cierto buen gusto, era de porte más bien distinguido, al igual que su progenitor.
Ramón no podía olvidar su pasión por el base ball que con tanto ímpetu practicó allá en Cuba. Lamentablemente en España era un deporte casi desconocido, solo era practicado en Barcelona y Madrid, habían algunas pocas novenas que formaban una liga llamada Liga Catalana de base ball. Ramón se inscribió en uno de los equipos punteros de la ciudad, el FC Barcelona, esta novena estaba formada mayormente por jugadores de varias nacionalidades centroamericanas residentes en la ciudad, cubanos, portorriqueños, dominicanos, venezolanos y algún funcionario menor del consulado de los Estados Unidos.
Todos los domingos del año jugaban contra otras novenas de la ciudad formando una liga, había por aquel entonces algunas de ellas con una buena calidad, el Hércules de Les Corts, era uno de sus rivales más duros de roer. Ramón jugaba con gran entusiasmo, no sin ausencia de picardía, inteligencia y nervio. Destacaba sobre los demás compañeros en cuanto la tocaba su turno al bate, sus compañeros sabían que Ramón era infalible en esta suerte del juego, sus batazos generalmente permitían conseguir carreras y a su vez ganar en muchas ocasiones el partido.
Jugó también con la novena del Club Canadiense, perteneciente también a la liga Catalana.
Todavía perteneciendo a esta novena, uno de sus compañeros se casaba y le invitó a la boda, esto era en Mayo de 1935. Para esta ocasión Ramón se puso su mejor traje, era el único que poseía, salió temprano de su casa, lucía un sol espléndido, la primavera reventaba de flores y aromas. Tomó el tranvía en Sant Andreu y se bajó en una de las paradas que este efectuaba en el Clot, un popular barrio barcelonés, más conocido por Sant Martí de Provençals, este era realmente su nombre.
Algunos de los invitados ya estaban llegando a la iglesia, Ramón miró entre estos para ver si conocía a alguno de ellos, efectivamente, allí estaban algunos de sus compañeros de deporte que el novio también había invitado. Acabada la ceremonia religiosa se desplazaron todos en comitiva en unos bonitos carruajes tirados por caballos que los novios habían dispuesto para sus invitados, para llevarles al restaurante donde se celebrara el banquete nupcial.
El restaurante se hallaba al pie de la montaña de Montjuic, era un lugar sumamente popular especializado en banquetes de bodas llamado Restaurante de La Font del Gat. El paraje era francamente bello e idílico y muy arbolado, con jardines bien cuidados y bellos.
Unas largas mesas muy bien adornadas se repartían por el salón principal, estando todos los invitados emparejados según el criterio de los dos contrayentes. A Ramón le habían emparejado con una rubia muchachita de nombre Carmen, era una amiga íntima de la familia de la novia, es por ello que por mutuo acuerdo de los cónyuges decidieron emparejar a Ramón con Carmen cuando confeccionaron las listas de invitados. El azar hizo que se conocieran.
Congeniaron de inmediato, con Ramón era fácil, tenía una gran dosis de simpatía e inmediatamente conectaba con su interlocutor. Carmen era más seria pero era vivaz y dicharachera. Durante el ágape departieron de mil cosas. Uno de los platos era langosta a la americana , Ramón tenía serias dificultades para poder sacar la carne del animal del interior de su cáscara, Carmen se apercibió pronto de la dificultad que su compañero de mesa estaba experimentando. Le auxilió enseñándole como partir la cáscara con el tenedor y el cuchillo con éxito, de modo que no volara por los aires y fuera a caer al plato de cualquier otro invitado. Ramón con una sonrisa le agradeció a su compañera el grato favor que le había dispensado.
Luego más tarde un quinteto musical inició el vals tradicional que deberían bailar los recién casados, arrancaron con el Danubio Azul de J.Strauss, los novios bailaron una buena parte del mismo solos hasta que se les fueron sumando invitados. Como no, Ramón que sentía una gran afición a la música y consecuentemente también por el baile, invitó a su compañera Carmen a bailar, esta en primer lugar opuso cierta resistencia, manifestando que no era muy buena bailarina, pero Ramón no se arredraba, tanto la insistió que esta consintió en ello, hasta el punto que ya no dejaron de hacerlo hasta que ambos estuvieron agotados.
Finalizado el festejo Ramón acompañó a Carmen a su casa, ella vivía en el barrio barcelonés del Clot, precisamente en la calle del mismo nombre, en el número 45.
Llegados a la puerta de esta, Ramón se sorprendió al ver que en la parte superior de la misma figuraba un rótulo de gran tamaño que rezaba : " MUDANZAS FARRÉS". Este le preguntó a Carmen el motivo del cartel. Esta le explicó que su padre Francisco, se dedicaba al transporte de muebles, una especialidad que inició por allá finales del siglo XIX, fue la primera sociedad de transporte de muebles que se fundó en España, hoy , en el siglo XXI, todavía existe y es administrada por un nieto del fundador, Paco Farrés, primo-hermano del autor de este libro.
Se despidieron en la misma puerta con un cálido apretón de manos y una larga y lánguida mirada a los ojos, acordaron verse al próximo domingo.
Ramón se alejó flotando en el aire del gozo que sentía en su corazón, Carmen le había impresionado desde el primer momento, se subió al tranvía que le llevaba cerca de su casa en La Trinidad, en el entretanto tomaba asiento, sus pensamientos echaron a volar, se imaginaba junto a Carmen toda una vida, tal era la gran impresión que de ella había experimentado en este día.
Efectivamente, pasaron los días y meses Ramón y Carmen, terminaron siendo novios oficiales, al año de su noviazgo se casaron por lo Civil, no pudiendo efectuarlo por el rito Católico como ellos hubiesen deseado, corrían en el país aires contrarios a la Iglesia, la República elegida por sufragio universal del pueblo español, que sucedió a la dictadura del general Primo de Rivera, era un perfecto caos, la anarquía imperaba por todos los lugares, el pueblo guiado por los dirigentes políticos republicanos, salieron a la calle para hacer , según ellos, "justicia social". Su principal objetivo fue el clero y el capital. Iglesias y conventos fueron saqueados e incendiados, se perdieron para siempre una infinidad de obras de arte, libros de registro de natalicios, aun hoy 68 años después, todavía no ha sido posible restablecer muchos de ellos. En una palabra la anarquía en manos del populacho hundía en un pozo negro al país.
El 18 de julio de 1936, allá en las islas Canarias, un grupo de militares de alta graduación comandados por el general Franco, el general más joven de Europa en aquella época, se sublevaron en contra del gobierno legalmente constituido. Se vinieron en llamarse "Ejército Nacional" o salvadores de la patria.
El gobierno de la República se organizó de inmediato para sofocar aquella sublevación, pero los militares de carrera habían abandonado sus puestos y se habían sumado, la mayoría de ellos, al "ejército nacional". Este factor y otros más, fue determinante para que el ejército republicano no pudiera ganar la guerra. La República solicitó ayuda a la Unión Soviética, esta les envió armas ligeras y semi pesadas , a cambio del oro que el Banco de España guardaba en sus arcas. Los mandos militares republicanos estaban en manos de gente sin conocimientos castrenses y en la mayoría de ocasiones sin cultura de ningún tipo.
Una gran parte de la España peninsular se sumó a la corriente revolucionaria del general Franco, especialmente las clases burguesas adineradas, el capital, ya que bajo el poder republicano de ideología comunista, veían que sus propiedades les eran confiscadas por estos.
El ejército organizado por Franco, contaba con grandes donaciones económicas de los poderes financieros de la nación, lo que les permitió disponer del armamento más actualizado del momento, así como de confortables equipamientos para la tropa. Para mayor soporte, en general Franco tuvo la habilidad de aliarse con la ideología de Hitler y Mussolini, recibiendo así de estos, ayudas armamentísticas. La aviación de la Luftwaffe germana, con sus aviones Junkers, bombardeaba frecuentemente las grandes ciudades del país, Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia, ciudades consideradas por el ejército nacional como de muy "rojas" y rebeldes. Eran las ciudades motores del país, fueron las más castigadas, en especial la ciudad de Guernica cuyo bombardeo con bombas incendiarias asoló la ciudad y sus habitantes en poco tiempo.
Benito Mussolini, caudillo ideólogo italiano, envió además de armas, soldados italianos, que dicho sea de paso, no vinieron a luchar, se limitaban a pasar unas vacaciones en nuestro país, en rara ocasión estuvieron en alguna trinchera defendiendo alguna posición, pero cuando veían que el enemigo les acuciaba y corrían peligro, solían correr en sentido contrario a este, a gran velocidad. Se hizo muy famosa la batalla de Guadalajara, en la que un gran número de soldados italianos, al verse muy acosados por el ejército republicano, soltaron las armas y echaron a correr.
Los republicanos llamaron a filas a todos los varones en edades comprendidas entre los 20 y 30 años. Ramón fue llamado a filas a los pocos días de su boda, Por fortuna le tocó en suerte el cuerpo de artillería, destinándole en una batería antiaérea que el ejército republicano había emplazado en la montaña de Montjuic, junto al famoso castillo, como defensa de la ciudad, el puerto y los almacenes de combustibles de la compañía petrolera, CAMPSA, que se hallaban al pie de la montaña. Al menos podía ver a su familia de vez en cuanto , no dejaba de ser un pequeño consuelo, una vez por semana conseguía algún permiso de unas horas para poder estar con su adorada Carmen, su padre y hermanos Antonio y Rita.
Todos ellos vivían en la misma casa que Ramón y Carmen habían alquilado en el barrio de Sant Andreu, en la calle Doctor Sanpons. Era una casa no demasiado grande, muy bien situada y céntrica en el barrio, pero suficiente para que viviera toda la familia.
Antonio (Tonet), tenía ya por aquel entonces algo más de 20 años. En una ocasión yendo por la calle, fue detenido por una patrulla militar republicana que le requirió su documentación, les extrañaba que a su edad no estuviera luchando en el frente, a lo que respondió que él no era español, hecho que sorprendió mucho a la pareja de milicianos, ya que Antonio se expresaba en la lengua del país, el catalán, le requirieron de nuevo, la documentación, este mostró su pasaporte cubano. Aquellos dos analfabetos militares, que probablemente no sabían ni tan siquiera leer, se lo llevaron detenido con el cargo de espía. Le llevaron ante un tribunal popular, también formado por desarrapados incultos, que le juzgó de inmediato, le calificó de espía extranjero y le llevaron preso a las mazmorras del castillo de Montjuic, el mismo en el que estaba su hermano Ramón prestando servicio militar en la batería antiaérea asentada en aquella montaña por el ejército republicano.
La situación en el país era verdaderamente caótica, los republicanos estaban divididos en fracciones regionales, dentro de su ignorancia, todos eran jefes, todos querían mandar y tener poder. Las venganzas personales entre familias, estaban a la orden del día, la ideología comunista y la anarquía imperaba por todo el país, principalmente en las zonas que contaba con mayor masa obrera, los sindicatos se apoderaban de las fábricas y echaban fuera a sus verdaderos propietarios y si se resistían podían llegar hasta asesinarles.
Se asaltaban y quemaban y saqueaban iglesias y conventos, se violaban a religiosas y a muchos sacerdotes les fusilaban al no querer renunciar a su Fe, en la más grande y horrenda impunidad.
Carmen la esposa de Ramón iba dos veces por semana a visitar a su esposo, tomaba el tranvía cerquita de su casa apeándose al final del recorrido del mismo, entonces le quedaba subir a pie toda la montaña hasta llegar a lo alto donde estaba emplazada la batería antiaérea en la que servía Ramón. En algunas ocasiones Carmen pasó serios peligros, algunos bombardeos aéreos, efectuados por la aviación cedida por Hitler y Mussolini, coincidieron en su subida a la montaña. Ella se tumbaba en el suelo y encomendaba su alma a Dios, pero nada ni nadie podía evitar que llegara a ver a su esposo Ramón.
En estas visitas ambos estaban juntos, Carmen ponía al corriente a Ramón de todas las vicisitudes de la familia, luego antes de regresar a su casa procuraba obtener un permiso para visitar al afligido Antonio que estaba confinado en una de las más frías mazmorras de los calabozos del castillo. Este conservaba su entereza de carácter pero temía por su salud, una gran humedad perenne hacía presencia en los sótanos de la fortaleza que calaba hasta los huesos de quienes la debían soportar.
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