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Vivir entre San Francisco y Novena (página 2)


Partes: 1, 2, 3, 4

– Doña Alicia, Don Manué está metiendo el carro en la cochera – anunció Agapito . Acto seguido apareció por el dintel de la puerta de acceso a la Villa "el hombre de la casa", acababa de estacionar su "Fotingo"; apelativo cariñoso con el que los cubanos habían bautizado a un modelo de automóvil americano. Manuel iba enfundado con un impoluto traje de lino blanco, chaleco a tono, camisa de un blanco níveo, corbata obscura anudada alrededor del almidonado cuello postizo, zapatos también albos, al estilo del que usaban los oficiales de marinería, una ristra de cigarros puros asomaba por la abertura superior del bolsillo de su "saco" y, tocaba su cabeza con un sombrero de los llamados "jipi-japa".

Se quedó unos instantes de pie en la puerta de acceso al comedor, y con mirada fría, observó con sus ojos verdes aceituna, todo cuanto se hallaba a su alrededor; mientras, Alicia su esposa, corría con los brazos extendidos a saludarle. Alicia no respiraba otro aire que no fuera el que había alrededor de su amado Manuel. Éste tenía un andar ligeramente envarado, habitualmente se llevaba los dedos pulgares e índices de ambas manos introducidos en los bolsillitos de su chaleco, junto con la cadena de oro de su reloj de bolsillo, también del mismo metal, un Roskoff ruso.

Manuel era poseedor de una mirada acerada, negro y poblado bigote, que le caía por ambos lados de las comisuras de sus labios, cabello negro y ligeramente ondulado. Un ejemplar de hombre. Después de su esposa, sus hijos Antonio y Rita se acercaron a saludarle con respeto y cierto temor. Ramoncito, se hizo el olvidadizo. Todavía le duraba el fastidio de haber tenido que dejar el partido de béisbol sin acabar.

Ramón, ¿ no ves a tu padre?, ve a saludarle – le dijo solícita su madre.

Ramoncito se levantó sin disimular desgana, se acercó lentamente a su progenitor alzándose sobre las puntas de sus pies; simultáneamente Don Manuel doblaba su envarada espalda con el fin de que las caras de ambos coincidieran, con tan mala fortuna que justo en el momento que ambos estaban a muy poca distancia, Ramoncito se le ocurrió toser con todas sus fuerzas salpicando de chispas de saliva el rostro de su elegante progenitor.

Indignación, cólera, e ira pasaron por la cara de Don Manuel ante tal afrenta del mayor de sus tres vástagos. Antonio y Rita, sus hermanos menores, no podían contener la risa que les provocó la escena. Antonio, Tonet para su madre e hijo preferido de Don Manuel, era quién íntimamente más gozaba con la situación provocada por Ramón, era su pequeña venganza al pellizco recibido con anterioridad . Tonet, sabía que la cosa no iba a quedar así.

Evidentemente que no quedó así. Doña Alicia apartó de un tirón a Ramoncito de la proximidad de su padre , mientras que con la otra mano, blandiendo un pañuelo de fino encaje, secaba la faz de su colérico y ofendido esposo.

– ¡Ramón, márchate ahora mismo a tu habitación y no salgas de ella hasta nuevo aviso! – le ordenó su madre; pero antes ya había recibido de su padre un bastonazo en su espalda, sin que Doña Alicia hubiese podido evitarlo.

-¡Diantre de muchacho! , no se que vamos hacer de él – masculló Don Manuel -. ¡Dionisia!, tenle en ayunas y retenlo en su cámara hasta mañana. Haber si de una vez por todas aprende a comportarse, a respetar a sus mayores y se convierte en un ser civilizado. En mi vida he visto nunca nada igual-.

Ramoncito huyó de la zona como alma que persigue el diablo, yendo a refugiarse a su habitación en el piso alto de la Villa, ya sabía que su madre, como tantas otras veces intercedería por él ante su padre. En el entretanto huía escaleras arriba, vio de reojo a su hermano Antonio como sonreía placenteramente, por la desgraciada situación que él mismo había creado. Se paró por un instante al final de la escalera y le mostró uno de sus puños a Tonet, quién al instante se le cortó la sonrisa, sabía que Ramoncito no amenazaba nunca en balde.

Don Manuel se sentó en la cabecera de la mesa, desplegó su servilleta, asiéndola por una de sus puntas, sacudiéndola y depositándola sobre uno de sus muslos, tomó los correspondientes cubiertos con ambas manos. A partir de este ceremonial, el resto de los comensales podían iniciar el ritual del almuerzo. Agapito sirvió al amo el suculento y aromático guiso que había preparado con amor Alicia y, luego sirvió a todos los demás. El delicioso aroma que desprendía el plato llegaba hasta la parte alta de la casa. El desarrollado sentido olfativo de Ramoncito no pudo obviarlo, estimulándose más si cabe su sentido del apetito.

– Manuel, ¿te agrada el estofado de ternera que he preparado? – se atrevió a preguntar Alicia.

– Se puede comer – fue la lacónica respuesta de su esposo, todavía molesto por lo acaecido con su vástago.

A Alicia no le hizo la menor mella la escueta respuesta de su esposo, estaba habituada y sabía que le estaba gustando el guiso, de lo contrario ya lo habría manifestado sin dudarlo.

Agapito envolvió la parte inferior de la botella del vino tinto de Rioja con una servilleta blanca, disponiéndose a escanciar el vino en la copa de Don "Manué". Con tan mala fortuna que al terminar el servicio se le escurrió una gota del vino la cual pasó rozando el impoluto pantalón del amo; detalle que éste percibió lanzándole al bueno y voluntarioso criado una mirada fulminante, quién si antes de escanciar ya estaba acobardado, ahora temblaba. Después de este "fallo garrafal", abrió desmesuradamente sus ojos, contrastando exageradamente el blanco de los mismos con el oscuro color de su piel; acto seguido farfulló algunas ininteligibles disculpas y se marchó escurrido en dirección a la cocina, no sin antes frotar con la servilleta la gota de vino que había caído sobre el embaldosado del comedor a pocos centímetros del blanco zapato de Don Manué.

Fuera en la calle, el repartidor de hielo anunciaba su presencia con una monótona cantinela; también el vendedor de "maní" calentito, recién tostado, empujando perezosamente su carrito por la calle empedrada y, haciéndose oír con su cantinela: "maniiiii, manisero se vaaaa, hay caserita no…." – esta cantinela , años más tarde se convertiría en una canción popular universalmente famosa arreglada por el compositor Moisés Simons. El calor en La Habana a las dos del mediodía era verdaderamente sofocante. La ciudad a estas horas estaba totalmente aletargada y sin actividad alguna.

Ramoncito no aguardó a que sus progenitores le autorizaran a sumarse de nuevo a la mesa para comer, sabía que el castigo impuesto tenía visos de ser cumplido en su totalidad. Como el apetito después de haber efectuado tanto ejercicio físico durante la mañana apretaba, éste se escabulló por una de las ventanas de su habitación que daban al jardín de su propia casa y saltó a la rama más cercana del mamonsillo que tenía a su alcance, descendió por el tronco hasta el suelo en un santiamén. Luego saltó la verja del jardín y marchó a casa de su amigo Tomasito para ver si podría hacerse con algo para satisfacer su estómago.

Se asomó por una de las ventanas que daban al comedor de la humilde casa de su amigo y vio a toda la familia sentada alrededor de la mesa comiendo. El mulato Tomasito en una de las ocasiones que miró hacia la ventana percibió la presencia de Ramoncito, soltó una banal excusa a sus padres para poder ausentarse de la mesa y salió a la calle para ver que quería el "jefe". Este le dijo a su amigo que le sacara algo que comer, explicándole a su manera lo sucedido en su casa. Tomasito ante esta demanda se hizo el importante, quería hacerse rogar por Ramoncito, pero el apetito de este último iba en aumento e hizo que su paciencia disminuyera. Agarró con una mano la pechera de la raída camisa de Tomasito y le puso un puño en la punta de su chata nariz diciéndole : ¡ O me sacas ahora mismo algo de comer, o cuando salgas de tu casa te voy a dar tal paliza que no te tendrás en pie por más de una semana!….¡ y no volveré jamás a defenderte de los grandullones de la otra pandilla cuando te zumben la badana! . Tan convincente argumento hizo que Tomasito desapareciera de las manos de Ramoncito en un santiamén entrando al interior de la casa. Al poco tiempo salía con media hogaza de pan y un pescadito en escabeche. ¡ Algo era algo ¡.

La locomotora de vapor que partía en dos el popular barrio de La Víbora, resoplaba con monótona cadencia mientras se acercaba a los pasos a nivel; el fogonero hacía tañer con fuerza la bruñida campana de bronce, avisando de su paso a transeúntes y vehículos de las inmediaciones. En el cruce con la calle 9ª un carruaje tirado por un viejo rocín, animal habituado a la tranquilidad del campo , asustado por el estruendo generado por el vapor expulsado con fuerza por una de las válvulas de salida de la caldera de la locomotora y el agudo tañido de la campana, se encabritó volcando parte de la carga de frutas que contenía el carromato esparciéndose por la calzada, con el alboroto que se formó, la muchachada del barrio sacó "tajada" de la carga; aguacates, chirimoyas, piñas y demás frutos de la isla, algunos de ellos cambiaron de "propiedad".

En el solar que había justo al lado de la cabaña del viejo Santacruz, la pandilla de Ramoncito tenía su cuartel general. Dos "cuadras" más abajo se hallaba la del rival, a cuyo cabecilla le denominaban "Tejón", aunque su nombre de pila era Cristóbal, por tener los pelos de su cabeza hirsutos como los de este animal.

Santacruz, el viejo borrachín, era conocido en toda La Habana por dos motivos: el primero era por haber sido en su juventud un famoso bateador del equipo de béisbol de la ciudad, el Almendares; el segundo era por sus escandalosas borracheras de ron y cerveza.

Santacruz, a los treinta y ocho años tuvo que abandonar forzosamente la práctica del béisbol, el cual adoraba; pero a su edad ya dejaba de ser todo lo efectivo en reflejos y agilidad que este deporte que, como tantos otros, precisa. Este criollo que en tiempos mejores había sido un arrogante y admirado atleta, era ahora una piltrafa humana por causa del alcohol. Los adultos, antes admiradores de su astucia y potencia con el bate, ahora le invitaban a beber en las tabernas por donde merodeaba con el fin de reírse de sus payasadas. Santacruz, que no disponía de ingresos de ninguna clase, les daba gusto y cometía los mayores desatinos influenciado por la ingestión de ron, hasta caerse por los suelos totalmente ebrio y perdiendo el sentido. Era una lenta manera de matarse.

La pandilla de Ramoncito andaba maquinando algo. Tenían una tarde demasiado apacible. Se asomaron a la destartalada cabaña del pobre viejo y vieron que este estaba incubando y durmiendo su última "mona". Con la finalidad de reírse una vez más de aquel pobre diablo, se arrastraron con sumo silencio hasta el interior de la misma, construida con cartones y chapas metálicas y, sostenida mediante cuatro cañas de bambú, le ataron uno de los extremos de una cuerdecilla a uno de los tobillos que sobresalían del catre donde se hallaba tumbado y, el otro extremo a una de las cañas de bambú que sostenían parte de la choza, salieron acto seguido fuera de la misma.

Una vez aposentada toda la pandilla detrás de unos matojos altos que habían en el descampado, gritaron con todas sus fuerzas y al unísono: ¡¡ Santacruz al bate, Santacruz al bateee.!!. El anciano atleta en el sopor de su etílico sueño percibió este grito, que en su época de destacado deportista, el público le gritaba cuando le tocaba su turno de bateador, porque sabían que Santacruz era una garantía de "home round", o mejor dicho, de un "batazo" de tal potencia que en la mayoría de los casos permitiría ganar una sustancial puntuación a su equipo y, a la fin y a la postre, ganar el partido. La reacción inmediata del pobre borrachín fue levantarse del camastro y salir de su covacha tan rápidamente como le permitieran sus viejas piernas. Era tal su azoramiento, que no se apercibió de la cuerda que le habían atado a uno de sus tobillos la muchachada y, fatalmente pegó tal tirón a la misma, que arrastró la caña de bambú que sostenía una buena parte de su vivienda y consecuentemente toda la cabaña se vino abajo. Ni que decir la hilaridad que esta escena provocó a la pandilla de Ramoncito. Se revolcaban de risa por los suelos y lloraban de tanta hilaridad provocada por la grotesca situación.

El desgraciado Santacruz se quedó atónito ante el desmoronamiento de su humilde covacha, era todo lo que tenía en la vida. El llanto se apoderó de aquél hombretón que cayó de rodillas al suelo llorando y orinándose.. Dolor, ira y desesperanza se apoderó de su corazón, agravado por la visión de aquella pandilla de irresponsables mozalbetes que a pocos metros suyos se desternillaban descaradamente de risa ante el infortunio de éste.

Impasibles ante el dolor ajeno, se marcharon calle abajo comentando la grotesca figura del desgraciado Santacruz después del tremendo "bromazo" que le habían deparado.

La pandilla estaba compuesta por ocho mozalbetes de edades comprendidas entre los ocho y doce años. Entre ellos estaba Pedrito, hijo de un pastor protestante que cuidaba de la feligresía del barrio. Pedrito se atrevió a insinuar que el "bromazo" hecho al viejo había sido quizás algo excesivo. El resto de la pandilla se le quedó mirando con un cierto aire de sorpresa; algo así como : ¿ que está diciendo este bendito ahora?.

Ramoncito tomó a Pedrito por uno de sus brazos y de un tirón le hizo girar sobre si mismo hasta dejarle encarado con él, diciéndole a continuación con acritud y ceño fruncido : ¿acaso no estás de acuerdo con nosotros por la broma gastada al viejo?.

Pedrito con cierto temor a ser vapuleado por el "jefe" Ramoncito, balbuceó algo ininteligible, pero éste no quedó satisfecho y le conminó bruscamente a que se explicara con mayor claridad. Pedrito comenzó a sudar y no le salían las palabras de sus labios, tartamudeaba. Ramoncito, ya un poco impaciente, le dió un sonoro bofetón en una de las mejillas, con la intención de que éste se tranquilizara y se explicase de manera inteligible.

La pandilla quedó estupefacta ante el sonoro bofetón que Ramoncito había propinado a Pedrito. Éste al verse maltratado públicamente se soltó bruscamente de Ramoncito y echó a correr en dirección a su casa.

Esta situación dejó al grupo silencioso y, sin demasiado interés en seguir aquella tarde, con más afán de aventuras. Con "permiso" del "jefe", se despidieron y quedaron reunirse el día siguiente por la mañana.

Ramoncito siguió por la calle camino de su casa, ligeramente cabizbajo y meditabundo; le acompañaba una lata de conserva vacía, que alguien había tirado en el arroyo, a la que Ramoncito fue dándole puntapiés hasta llegar a la puerta de Villa Drea.

Al cruzar la verja del jardín, vio a su madre Alicia, con Doña Lola, sentadas en el porche de su casa en unas butacas de mimbre. Lola era una vecina a la que Alicia le unía una buena relación de amistad y, con quién solía descansar sus pesares cotidianos. Era casi media tarde, hora en que ambas solían beber un refresco para aliviarse del fuerte calor . Alicia lo preparaba primordialmente, a base de limón exprimido, soda, hielo picado y un toque de azúcar de caña, sencillamente apetecible y delicioso. La llegada de Ramoncito interrumpió la trivial conversación que mantenían ambas damas.

-Ramoncito hijo, ¿de dónde sales tan descamisado y sucio? ¿con quién te has peleado hoy? ¡ un día te van a traer a casa descalabrado! . Alicia sentía una especial inclinación maternal por su vástago Ramón, más no por ello menoscababa el amor que también profesaba por el resto de sus hijos. Pero Ramón era especial, intuía en él una nobleza de carácter, que éste intentaba siempre ocultar. Algún día el tiempo desvelaría esa intuición de Alicia.

Ramoncito besó a su madre espontáneamente en la mejilla al mismo tiempo que la rodeaba con sus brazos en el cuello; fue tan fuerte el apretón que le dio, que Alicia estuvo en un tris de gritar de dolor.

Alicia era una mujer menudita, frágil y de delicada salud. Poseía una abundante cabellera negra de rizos naturales, a la que ella siempre trataba de estirar y recoger detrás de su diminuta y bien formada cabeza, para hacerse un peinado muy español, el moño. Dueña de unos ojos vivaces color marrón oscuro, al igual que sus hijos Ramón y Rita. Solía vestir discretamente, blusa blanca de manga larga abombada y abotonada al extremo de sus brazos con cuatro botones forrados de la misma tela, que la ceñían a ambas muñecas, en el pecho lucía unas delicadas puntillas importadas de Europa, así como en el cuello de la misma; falda negra, larga, y amplia, hasta llegar a sus tobillos. Su calzado habitual y preferido eran unos botines de fina piel de cabritilla, discreto tacón y abrochadas en los laterales por varios botones en hilera, los que protegían sus finos y frágiles tobillos.

Ramoncito entró en la casa algo preocupado por lo acaecido momentos antes con sus compañeros y, en particular, por el destello de protesta protagonizado por uno de sus "subordinados" Pedrito. Ambas damas siguieron enfrascadas en su amena conversación, disfrutando de aquel exquisito y rosáceo atardecer habanero.

CAPÍTULO IIº

El Paseo del Prado y el Café de Luz

En una de las más prominentes y elegantes avenidas de La Habana, el Paseo del Prado, lugar adoptado por la sociedad habanera para pasear en los días festivos, donde las más suntuosas edificaciones de La Habana estaban presentes a uno y otro lado de su recorrido formando un escaparate de la capacidad arquitectónica del país. Elegantes tiendas surtían a la buena sociedad de los artículos más variados importados de Europa.

Un poco más allá ya en La Habana vieja, había una de las confiterías más distinguidas que se puso de moda en la ciudad, "El Café de Luz", concurrido habitualmente por la clase burguesa y bienestante de la ciudad y, en especial por la colonia española.

Era un edificio singular de dos plantas, de estilo modernista, diseñado y construido allá por los años de 1916. Estaba situado en un enclave muy pintoresco, ubicado en la conjunción de las calles Oficios, Luz y San Pedro, justo en frente a los muelles del puerto y casi al lado de la Alameda de Paula, estaba franqueado por el Hotel de Luz, una ferretería y un barbero. La sociedad constructora de los hermanos Antonio y Manuel Batista, por especial encargo de su propietario, Don Florentino Menéndez y Menéndez, ilustre asturiano afincado en La Habana por más de treinta años, y gran amigo de ambos, quiso efectuarles el encargo de que le diseñaran y construyeran un escalera de caracol que uniera las dos plantas de la edificación con la siguiente consigna:. -"Catalanes-,dijo, -quiero que me construyáis una escalera como no haya ninguna en La Habana, donde la elegancia y el buen gusto se perciban en todas sus partes y que sirva para el fin al que pienso dedicarle". -Así se hará Don Florentino- le respondió Manuel, haciendo al mismo tiempo una profunda calada al cigarro Partagás con que le había obsequiado su interlocutor y cliente.

El Café de Luz, se trataba de una edificación de planta cuadrada, en el que su piso bajo estaba destinado a la exposición, venta y degustación de la más delicada y variada pastelería, propia y tradicional de Asturias. En la planta superior, se hallaban mesitas y butaquitas y demás mobiliario apropiado para efectuar las degustaciones de pastelería, bebidas refrescantes y el sabroso y aromático café cubano; lugar también concurrido para animadas tertulias y también cerrar algún que otro negocio por el selecto público que allí acudía. Ambas plantas se comunicaban mediante una suntuosísima y amplia escalera de caracol, construida en madera de caoba tallada a mano. Ésta fue diseñada y calculada personalmente por Manuel, dándole el sello personal de singularidad y majestuosidad acorde con el uso y sentido de aquella edificación única, que dotaría a La Habana de una de sus muy singulares bellezas arquitectónicas, entre muchas de las que adornan la bella ciudad caribeña.

Una gran cúpula central acristalada a modo de techo, confería al interior del recinto una luminosidad extraordinaria. Durante las horas centrales del día , cuando el sol se hallaba en su punto más alto, unas cortinas de color crema pálido, a modo de falso techo, eran extendidas por los empleados mediante unas diminutas poleas correderas, con el fin de que éste no penetrara con violencia en el interior del establecimiento y no causara molestia a los clientes. Unos grandes ventanales de cristales emplomados , estaban dispuestos alrededor de tan singular edificio, permitiendo a los clientes gozar de las vistas de las entradas y salidas de los buques en busca de los más variados destinos, mientras tanto se contaba el último chisme social que corría por La Habana, y degustar su aromático "cafesito" sabroso hasta el último "buchito".

La Habana y, Cuba en general, disfrutaban de un momento económico de gran progreso y abundancia. Hacía algunos años que había alcanzado la independencia de la metrópoli. El gobierno republicano cubano, bajo la influencia e intereses "yankees", facilitó los medios necesarios para que la nación se abriera al progreso , a nuevos mercados y horizontes, eliminando de este modo las explotaciones de exclusividad comercial que disfrutaban sociedades y familias españolas protegidas por el gobierno de Madrid. La economía era tan pujante que su moneda, el peso, se acuñaba en oro guardando pariedad con el dólar americano.

De hecho cambiaron de dominio con una política enmascarada y potenciada por la "Enmienda Platt" yankee, convirtiéndola en una neocolonia americana. Alrededor de las doce del mediodía en La Habana, el cielo presumía de un azul intenso, ni una sola nube que le hiciera palidecer , la temperatura no sobrepasaba los 25ºC. Una intensa y suave brisa que procedía del Este, agitaba suavemente las altas y esbeltas palmeras del Paseo del Prado , cual si fueran cimbreantes mulatas bailando al compás de un cadencioso "Son Santiagueño".

Un reluciente y flamante "carro" Chandler se estacionó ante la puerta principal del Café de Luz, descendiendo del mismo toda la familia de Don Manuel. El fiel criado Agapito descendió antes de que lo hiciera el resto de los ocupantes, abrió la puerta opuesta a la del conductor – que no era otro que Manuel -, ayudó a su ama Alicia a descender del vehículo y, acto seguido se ocupó de la pequeña Rita, asiéndola por debajo de las axilas y depositándola en el suelo con sumo cuidado. Antonio y Ramoncito lo efectuaban por su cuenta y de un modo menos convencional, pero más rápido. Don Manuel dispuso su brazo izquierdo en ángulo y separándolo ligeramente de su cuerpo, se lo ofreció a su esposa Alicia. Este en su mano derecha sostenía un notable cigarro de grueso calibre prendido, un Punch, su marca preferida. Agapito llevaba de la mano a la Señorita Rita, como la llamaba él, en segundo término, Ramoncito y Tonet, recién aseados, impecables, ambos de blanco, peinaditos y engominados; no obstante, uno de los negros y rebeldes rizos de Ramoncito ya colgaba de su frente.

Entraron todos en el amplio y lujoso vestíbulo del edificio, saliendo a su encuentro el propietario, Don Florentino, con su habitual afabilidad, campechanería y simpatía, la misma que siempre deparaba a todos sus clientes, en esta ocasión con mayor motivo, porque allí estaba el hombre que le diseñó y construyó la maravilla arquitectónica que él tantos años había soñado poseer desde que emigrara de su querida Asturias natal.

-¡ Don Manuel, Doña Alicia! ¡cuánto de bueno por esta casa, acomódense donde mejor les plazca! – les iba diciendo Florentino mientras les acompañaba a través de los mostradores y escaparates que contenían los más deliciosos pasteles y repostería de La Habana, elaborados por el pastelero que Florentino hizo venir ex profeso de Gijón, cuna de la más fina pastelería española. Este ceremonial, nada recatado , fue oído y presenciado por la mayoría de los clientes que en aquel momento se hallaban en el establecimiento. ¡Ni que decir que ello llenaba de satisfacción a Manuel!.

-¡Pequeña! ¡Ven, acércate y toma algunos de los dulces de esta bandeja! ¡Los que más te agraden! – le decía Don Florentino a Rita, quién ya hacía algún rato los acariciaba con sus vivaces y oscuros ojos, se soltó de la mano de Agapito, tomó un par de ellos, yendo a refugiarse junto a la falda de su madre ruborizada.

Mientras, Ramoncito y Tonet, se habían apartado de la comitiva familiar y andaban fisgoneando entre las bandejas de dulces y caramelos. De repente, echaron a correr ambos en dirección a la famosa escalera de caracol que unía las dos plantas del edificio, acababan de localizar a sus primos hermanos y tíos en la planta superior, sentados alrededor de una de las mesitas.

Ramoncito sentía una afectuosa devoción por su primita María Francisca, a la que él llamaba cariñosamente "La Cusa" ó "Cusita", nunca se ha sabido el por qué de este cariñoso sobrenombre. María era una chiquilla de carácter abierto, vivaz y vital, más o menos como Ramoncito , era un año mayor que este. Ambos se querían mucho y se llevaban muy bien. Eran los únicos capaces de enfrentarse a sus severos padres.

Después de los efusivos saludos, vieron a los padres de María Francisca sentados muy cerca de unos de los ventanales, tomando el aperitivo, se acercaron a ellos saludándoles con el debido respeto y, acto seguido, bajaron en tropel a la planta baja para reunirse sus tíos y padres respectivamente.

-¡ Tío Manuel!- gritaba María Francisca, agarrándose a una de las piernas de su tío como final de carrera; éste casi pierde el equilibrio ante tan inesperada embestida de su efusiva sobrinita.

-Hola Cusita, ¿ donde andan tus padres ? –, preguntó éste a su sobrina, entretanto su esposa Alicia la levantaba en brazos y besaba cariñosamente. María Francisca señaló con su diminuto índice al piso de arriba, ya que los achuchones que le propinaba su tía Alicia casi no le permitían hablar.

Manuel y Alicia dejaron a los pequeños al cuidado del abnegado Agapito – quién tembló ante tamaña responsabilidad – subieron al piso inmediato para reunirse con Antonio y Francisca. Agapito sentía verdadero pánico cuando se reunían Ramoncito y María Francisca, sabía que ambos competían siempre para ver cual de los dos era capaz de ser más osado; el resto de la muchachada eran meros comparsas de ambos.

Arriba, Manuel y Alicia compartieron mesa con Antonio y Francisca, hermano del primero y cuñada de ambos la segunda. Después de los obligados saludos, los dos hermanos y socios en la constructora, iniciaron una charla relativa a temas profesionales y, ambas cuñadas se dispusieron a disertar sobre la familia, los quehaceres propios del hogar y los últimos chismes sociales del momento.

A todas estas, se acercó a la reunión familiar un individuo de tez ligeramente morena, un criollo por más señas, de cara redondeada, ojos oscuros y penetrantes, cabello negro, labios prominentes, sonrisa ligeramente forzada, adornada con una bien cuidada y blanca dentadura. El personaje vestía uniforme militar de tono beige claro, mediana graduación, sargento mayor, lo que por edad y grado se deducía que no era militar de academia. Llevaba asido en su mano izquierda a modo castrense, una gorra con los galones del rango que ostentaba prendidos en la parte frontal de la misma; en la bocamanga de su guerrera así como en la hebilla metálica del cinto de cuero, figuraba el emblema del cuerpo al que pertenecía. En el costado izquierdo de su guerrera, a la altura del pecho, llevaba prendidos dos pasadores medalleros para colgar las condecoraciones concedidas por actos de servicio.

-Buenos días Sres.- dijo el militar acercándose a la reunión familiar de Manuel y Antonio, al mismo tiempo que efectuaba un amago de saludo militar con su mano derecha-. Soy el sargento mayor Fulgencio Batista, Don Florentino me ha recomendado muy particularmente dirigirme a Vdes. para que les exponga un pequeño problema de tipo arquitectónico, que mis superiores me han ordenado solventar.

-Tenga la amabilidad de acompañarnos y compartir mesa con nosotros – dijo Manuel levantándose y devolviéndole el saludo, al mismo tiempo que efectuaba las presentaciones oportunas de los demás-. Estamos a su disposición, usted dirá – respondió Manuel.

-Verán, pertenezco al cuartel de ingenieros ubicado en el Castillo del Morro, más conocido como el cuartel de San Carlos de la Cabaña. Como sabrán Udes., este antiguo acuartelamiento de la época colonial construido el siglo pasado por los ingenieros militares españoles, se ha quedado muy anticuado y falto de espacio. En la actualidad, precisamos aumentar la dotación de tropa en este cuartel y, por ello se necesita efectuar una ampliación de barracones para alojar a la misma. Les pregunto : ¿ La constructora de ustedes estaría en disposición de efectuarnos los trabajos de ampliación necesarios para llevarlo a efecto, respetando el diseño arquitectónico existente?.

-Nuestra empresa está perfectamente capacitada para llevar a cabo cualquier proyecto constructivo, sargento Batista- le respondió Antonio. No obstante, opino que deberíamos en primer lugar, ver "in situ", el tipo de construcción existente así como de la superficie disponible y demás pormenores. Si le parece a usted oportuno, podríamos acercarnos un día de estos para visitar las actuales instalaciones. -¡Oh! disculpe mi falta de cortesía por no haberle preguntado todavía qué desea usted tomar-.

-¡Oh!, no tiene la menor importancia – respondió el sargento, pero si les place me tomaría gustosamente una cerveza bien fría, una Polar, ésa que fabrican en Puentes Grandes, ¡es deliciosa ¡.

-¡ Mozo! – llamó Manuel e hizo la comanda.

-Tómese nota del teléfono del cuartel es el A-4147 y, les ruego que antes de venir tomen la precaución de llamarme, no fuera a ser que hubiera tenido que ausentarme y no pudiera atenderles personalmente.

-¿ Son Udes. Españoles verdad?- les preguntó el suboficial.

-Pues sí- respondió Alicia, los adultos de ambas familias así como mi primogénito Ramoncito, somos todos nacidos en España; el resto de mis hijos y mis sobrinitos son cubanos. Casualmente el primer apellido de nuestros maridos es coincidente con el de usted, ¿es que tiene ascendente español sargento?.

-Así es señora, mi abuelo era español, nacido en no sé que parte de las Islas Canarias , mi padre cubano y mi madre también cubana, de Pinar del Río – respondió Fulgencio.

-¡Linda provincia la de Pinar del Río! ¡Excelentes tabacos los que allí se elaboran! En especial en Vuelta Abajo – añadió Manuel, impenitente fumador de cigarros.

Repentinamente, se oyó un retumbar acompañado de un sonoro estruendo en la escalera que comunicaba ambos niveles del establecimiento. Era la muchachada que corría en tropel ascendiendo por ella, para intentar convencer a sus progenitores de que les compraran unos papalotes que exponía un vendedor ambulante en la calle frente al establecimiento.

Tal era el ímpetu y atolondramiento de los mozalbetes, que al llegar donde se hallaban sus padres, sólo pudieron parar la inercia de su carrera estrellándose contra las piernas del sargento Batista. El violento encuentro casi da con los huesos del militar en el suelo. Como es de suponer, el primero de la tropa, era Ramoncito.

-¡Ramoncito! – gritó su progenitor- ¿Qué clase de comportamiento es ese? ¡Discúlpate ahora mismo con nuestro invitado! ¡Luego hablaremos tú y yo!.

Discúlpeme Señor- dijo el causante del atropello, algo avergonzado y cabizbajo, al mismo tiempo que simulaba un saludo militar, situando su mano derecha estirada en su sien derecha -. Ha sido involuntario- añadió.

La simpatía de la disculpa le agradó a Fulgencio y, devolviéndole el saludo militar a Ramoncito, le cogió de una mano atrayéndole hacia sí y le dijo: ¿Cómo te llamas muchacho?.

-Ramón-, respondió éste.

-Mira, sabes que te digo,¿ por qué no vienes mañana con tu papá y tu tío al cuartel y, así podrás visitarlo y darte un poco cuenta de como se vive en su interior?. Tal vez te guste y cuando seas mayor desees ser militar.

¡ Qué idea tan fantástica!- exclamó pleno de entusiasmo Ramoncito. A continuación, su primita María Francisca también se apuntó a la visita con tanto entusiasmo como su primo; a lo que el sargento respondió, que no era posible la entrada de damas en un acuartelamiento militar, salvo las esposas y familiares de los que allí prestaban sus servicios. Cusita se quedó muy compungida por la negación y, también por no poder hacer lo mismo que su primito.

– Bien – dijo el sargento Batista, entretanto se ponía de pie -. Me despido de ustedes, tengo un compromiso ineludible dentro de un rato, que no me permite gozar de su compañía por más tiempo. ¡Don Antonio! ¡Don Manuel ¡ ¡Ramoncito!, les aguardo mañana en mi cuartel de la Cabaña. ¡Señoras!, a sus pies.

Entre tanto se alejaba el militar, la familia hacía múltiples comentarios respecto a él. Alicia decía :" Es un hombre con un ligero aire de misterio". Francisca su cuñada añadió: "Tiene una mirada muy penetrante, sin embargo su porte tiene un ligero aire distinguido, poco frecuente entre los mestizos".

Mujeres, dejad de hacer conjeturas- les dijo a ambas Manuel – . A nosotros lo que nos interesa es tener una buena relación con el ejército y lograr contratas para nuestra empresa-.

Mañana tu Ramoncito te vas a quedar en casa, le soltó su padre con faz severa.

Ante tal sentencia Ramoncito se quedó de una sola pieza, como una estatua de sal. No sabia que replicar, sus tripas comenzaron a reaccionar y también sus nervios, los ojos se le enrojecieron y casi se le erizan los cabellos de la rabia que en aquellos momentos sentía. Se le ocurrió decir: ¡ Papá, no puedes hacerme esto! ¡Es una venganza!.

Su progenitor hizo gesto de darle un capón, pero se frenó dado al lugar donde se hallaban, no debía dar un escándalo, podía significar una nota de mala imagen pública y, esto Manuel lo cuidaba mucho. A Ramoncito, la ira le había ido subiendo de intensidad; pero su mente razonaba fríamente. Sabedor de que jugaba con una ligera ventaja por hallarse donde se hallaba y, porque a su padre le gustaba guardar las apariencias, se la jugó a una sola carta.

-¡Papá! – le dijo, -tú estás intentando vengarte de mi, lo cual me incita a utilizar tu mismo estilo, te digo: ¡Si no me levantas el castigo que acabas de imponerme, ahora mismo tiro al suelo todas estas bandejas de pasteles y dulces de este mostrador y, el sarao que se organizará y el ridículo que vamos hacer, va hacer época en La Habana-.

A Manuel se le puso la cara roja de ira ante tal insolencia provinente de su rebelde vástago, pero su sentido del ridículo pudo más que actuar sin tino. Respondió de manera suave y en voz baja; -Bien hijo, ya discutiremos esto al llegar a casa-.

-¡No!- respondió Ramón con firmeza -. ¡Me vas a dar ahora tu palabra de que mañana iré con vosotros a visitar el cuartel del sargento!.

Manuel hizo acopia de paciencia, aspiró aire fuertemente, miró de soslayo a su alrededor, vio que algunas personas estaban mirando y asistiendo a la encrespada escena. Optó por la serenidad y, dijo a su hijo: -mira Ramón, mañana vendrás con nosotros, pero ahora apártate de este mostrador y vayamos a casa.

Ramoncito se asió de la mano de su madre, su pararrayos, y en comitiva marcharon a buscar el "carro".

Camino de su casa, por el paseo del Malecón, coincidía la entrada por la bocana del puerto un esbelto barco de vapor procedente probablemente de Europa, recortándose en la lejanía la silueta del castillo del Morro. Alicia al ver aquel bajel sintió una ligera añoranza de su tierra y de su ciudad natal, Barcelona también junto al mar. Ella, Manuel y Ramoncito, se habían marchado de España en unos momentos sociales y políticos muy difíciles. Revueltas obreras, cambios constantes de gobiernos inestables, asesinatos y atentados, estaban a la orden del día. Todavía supuraba la herida del descalabro del "98"; pero la tierra tira mucho, a pesar de que en La Habana rehicieron su vida, aumentando la calidad y comodidad de la misma con unas condiciones de bienestar que probablemente no tendrían allá en España.

El lunes, amaneció en La Habana con unos gruesos y grises nubarrones y el aire cargado de humedad, se preveía una de las muchas y sofocantes tormentas tropicales, tan abundantes en esta época del año.

Antonio, el hermano de Manuel, les aguardaba ya frente a la verja del jardín de su casa, Manuel con su auto marca Chandler al relantí que conducía personalmente, era un precioso automóvil con capacidad para toda la familia , era un vehículo esbelto, de color verde oscuro, unos grandes faros delanteros provistos de unos brillantes cerquillos cromados y relucientes, suspendidos sobre los guardabarros delanteros de color negro y fileteados con una finísima línea de color marfil en la orilla de ambos, así como en los traseros. Sobre los estribos de ambos costados, llevaba sendas cajas que contenían las herramientas necesarias para solventar alguna eventual avería o reparación de algún pinchazo de cualquiera de las "gomas", esta solía ser una de las averías más frecuentes debido a la falta de preparación en los firmes de las carreteras cubanas. El automóvil era un "convertible" ó también llamado "cabriolé"; en su parte posterior, llevaba una rueda completa de repuesto y, sobre la "cola", una compuerta que daba acceso a un voluminoso maletero, provisto además de una pequeña banqueta, lugar también llamado popularmente como el "ahí te pudras"-, en el que podían caber un sinfín de bultos además de un pasajero. La capota de lona y hule negro estaba plegada en la parte posterior del mismo, sobre la "cola".

Antonio ya estaba dispuesto para subir al auto, dieron los buenos días a su hermano y tío respectivamente y, a continuación, tomaron el camino para el cuartel de San Carlos de la Cabaña; instantes antes Manuel había llamado por teléfono al sargento Batista confirmándole su visita.

Dado lo temprano de la hora, La Habana permanecía casi desierta, ausente de carruajes y personas, por lo que circular por ella era una verdadera delicia. Las calles estaban aún mojadas por la lluvia caída durante la noche anterior y en los charcos se reflejaban las figuras de los edificios. Cruzaron por encima del puente del río Almendares , el cual, se partía en dos secciones simétricas que se alzaban simultáneamente cuando una embarcación con gálibo demasiado alto debía pasar por su "ojo". Contra el malecón del puerto, se estrellaban furiosas olas rebeldes, levantando grandes columnas de espumosas y blancas aguas, cual si su enojo fuera tal, que quisiera bañar a los transeúntes que acertaban pasar por allí. El agua de la bahía estaba igualmente agitada y de un color gris plomizo amenazador. Algunos de los bajeles anclados en el puerto se balanceaban como si sus mástiles ejecutaran un anárquico baile.

Manuel paró su auto frente a la puerta principal del cuartel. El centinela se acercó cansinamente y les solicitó el motivo de su visita. Manuel le indicó que les aguardaba el sargento Batista. "¡Cabo de guardia…"! gritó el centinela. Este acudió inmediatamente, saliendo de la sala de guardia abrochándose todavía el cinto con las cartucheras y el arma corta reglamentaria-. Díganme los señores que desean!, les conminó. Manuel volvió a repetir lo anteriormente dicho al centinela- ¡un momento! – les espetó y desapareció en dirección al interior del cuartel". Al poco rato regresó haciendo abrir el portalón conminándoles a entrar con el vehículo hasta el mismo patio de armas del cuartel. Manuel estacionó su auto en una de las esquinas del patio, entre tanto algunos soldados efectuaban movimientos de instrucción y adiestramiento castrense en el mismo.

Descendieron del vehículo y siguieron al cabo hasta una estancia en la que se hallaba el sargento Fulgencio junto a otro militar de graduación superior. La estancia estaba amueblada con austeridad y propia de oficina, como suele ser todo en los ejércitos.

-Mis queridos amigos, ¡bienvenidos! – les decía el sargento Batista, entre tanto les efectuaba un saludo militar y les alargaba su mano diestra para estrecharla con las suyas – . Tengo el placer de presentarles al jefe del acuartelamiento, coronel Igunza-. -Mi coronel, les presento a los Señores Antonio y Manuel Batista y, a Ramoncito hijo de éste último. Son los constructores de los que le hablé esta mañana- introdujo el sargento.

-Gusto en conocerle coronel Igunza- le dijo Antonio. El militar respondió con un saludo castrense al mismo tiempo que le hacía un cortés ademán con su brazo izquierdo invitándoles a cruzar el umbral de la dependencia.

Entre tanto visitaban las instalaciones, el sargento Batista había ordenado a un soldado que atendiera al pequeño Ramoncito mostrándole las baterías de cañones adosados a los muros defensivos del acuartelamiento, el museo de armas, el grandioso foso, etc….. coincidía la visita en un día de instrucción para los soldados, que en aquel momento desfilaban al son de la banda de música castrense. La uniformidad marcial de los soldados marcando el paso al compás de los timbales enamoró a Ramoncito, hasta el punto de que cuando salían del cuartel una vez finalizada la visita, le dijo a su padre que cuando fuera mayor quería ser soldado. El sargento Fulgencio oyó la manifestación espontánea del muchacho y en tono afable y simpático le dijo:" Mira Ramoncito, para ser un buen soldado deberás reunir una serie de cualidades imprescindibles. Primero, tener la talla mínima para ser admitido, ser mayor de edad; luego tener estudios, cuantos más mejor y; finalmente, tener vocación, valor y espíritu de sacrificio. Si eres capaz de reunir todas estas condiciones, aquí tienes un puesto".

"¡¡Viva!!- estalló a gritos Ramoncito" . Montaron de nuevo en el auto y, acto seguido se fueron camino de sus casas deslizándose este por la suave pendiente del camino que les regresaba a la Habana vieja.

A Ramoncito, la visita al acuartelamiento le había entusiasmado hasta el punto que se había hecho el firme propósito de dedicar su vida futura al ejército cuando fuera adulto; sería un oficial de alta graduación del ejército cubano , y mandaría mucho, mucho. En esto concentró sus pensamientos en el entretanto regresaban a sus casas.

Ramoncito una vez llegó a su casa saludó efusivamente a su madre diciéndole a gritos: ¡Mamá, ya sé que voy a ser de mayor!.

-Dime hijo,¿qué has pensado ahora?-, respondió ella sorprendida ante tal entusiasmo.

-¡Voy a ser oficial del ejército cubano madre!.

-Pero hijo,¿no sabes que esta profesión puede ser muy peligrosa?.

-No importa madre. A mi me gusta el peligro, no tengo miedo alguno. El único problema es que todavía me faltan bastantes años para tener la edad de ingreso en la academia militar – recapacitó- . Calculo que unos diez años todavía; pero no importa, me permitirá prepararme bien para cuando sea la hora-.

-Bien hijo- le dijo Alicia al torbellino de su hijo, -pero ahora debes marchar con tu hermano a la escuela, no debéis faltar porque todo lo que podáis aprender ahora os valdrá para el día de mañana-.

Ramón tomo con una mano la cartera que contenía sus libros y, de la otra a su hermano Tonet, dispuestos a dirigirse a la escuela que regentaban los Hermanos Maristas, allá en la calle Vista Alegre, no demasiado lejos de su casa.

Los Hermanos Maristas era una institución docente de carácter religioso con mucho prestigio en La Habana, orden fundada por el hermano Champagnat. En dicho centro se aplicaba con particular severidad la formación social de sus alumnos, sin descuidar la científica, moral y religiosa. Las buenas maneras y modales, el comportamiento y aseo personal, así como las exquisitas formas de conducta en la mesa, el código de honor y la formación intelectual, eran materia que el profesorado impartía con sumo énfasis y rigor. En una palabra, los alumnos que alcanzaban llegar a la meta final, adquirían una preparación poco común que les distinguía en sobremanera respecto a los de los demás centros. Por otra parte, el consejo directivo del centro era sumamente exigente con el alumnado, siendo solo unos pocos los privilegiados capaces de finalizar todos los cursos que el centro impartía. Sin embargo, afrontaban el ingreso a la universidad siempre con mayor garantías que los alumnos procedentes de otras instituciones. Los Hermanos Maristas eran una verdadera institución en la isla de Cuba.

Ramoncito, que era un estudiante no demasiado constante, después de esta visita a la fortaleza castrense, se aplicó con mayor esmero para asimilar los conocimientos que el profesorado de tan prestigioso centro docente impartían, hasta el punto de acabar aquel curso con calificaciones muy estimables.

Al llegar a su casa con las calificaciones, lleno de alegría, y con voz en grito, llamó a su madre para mostrárselas. Alicia le besó con cariño y le animó a seguir progresando en el estudio diciéndole al mismo tiempo : – Ahora cuando regrese tu papá muéstraselas, seguro que le darás una gran alegría – .

Ramón estaba contento y excitado por su triunfo personal en los resultados de las calificaciones escolares obtenidas. Tenía que hacer algo grande, su cuerpo se lo pedía.

Salió a la calle para ver a sus amigos y, ¡¡Dios que vio!!, en la misma acera de su casa, dos o tres puertas más abajo, asomaban los cuartos traseros de un enorme y lanudo perrazo, era el perro de Anita la costurera del barrio, una solterona redomada y siempre malhumorada, que cosía para la mayoría de las gentes del barrio, este era un perro de raza San Bernardo muy querido por Anita su ama, a falta de hijos lo quería como a tal.

A Ramoncito no se le ocurrió otra cosa que entrar nuevamente a su casa y coger un rifle de aire comprimido que tenía, con este en las manos se asomó de nuevo a la calle y, el perrazo seguía en la misma posición meneando la cola. Apuntó con detenimiento a las nalgas del chucho, apretó el gatillo y ¡¡zas!! el diminuto proyectil de plomo impelido por el aire a presión, partió a toda velocidad en búsqueda de su objetivo.

El can al recibir el impacto pegó un descomunal aullido al mismo tiempo que saltaba hacia delante, metiéndose en el interior de la vivienda aullando.

Ramoncito se quedó unos instantes quieto escuchando la reacción de Anita la costurera. Esta no tardó en salir de la casa gritando y maldiciendo a pleno pulmón. Este al ver que las cosas tomaban un aire poco favorable, tomó rápidamente las de Villa Diego y entrando de nuevo en su casa escondió el rifle y se acurrucó silenciosamente debajo de las faldas de una mesa camilla, hasta ver lo que iba a ocurrir….

Al poco tiempo llamaban a la puerta de la casa un agente de policía acompañado de la costurera.

Alicia, que no había visto entrar a Ramoncito, fue a abrir la puerta, quedándose perpleja ante la vista del agente y de Anita y algún que otro vecino más que les acompañaba. -¿ Qué ocurre agente?-,preguntó. Pues verá señora, aquí su vecina dice que su hijo ha disparado un tiro a su perro .

¿Cuál de ellos? Preguntó Alicia. ¡¡El diablo de Ramoncito!! dijo gritando la costurera. El ha sido.

– ¿ Lo ha visto Ud. hacerlo?-, preguntó Alicia.

No, pero no es necesario haberlo visto, dijo Anita, nadie más en este barrio es capaz de hacer una cosa así a este indefenso animalito.

A todas estas, el policía y acompañantes habían penetrado hasta el recibidor de la casa. La posición del escondite donde estaba Ramoncito, le permitía ver las lustrosas botas del agente de la ley a muy poquísima distancia suya.

Este inquirió a Alicia : -Señora ¿está su hijo Ramoncito en casa?-. No señor agente, hace un buen rato que salió para hacerme unos encargos y todavía no ha regresado-, respondió esta.

El policía se dio la vuelta, pidió disculpas a Alicia y conminó a la costurera que se marchara a su casa y se olvidara del suceso.

Acababan de salir de la casa el policía y acompañantes cuando Ramoncito salía de debajo de la mesa en la que se había refugiado, Alicia al verle le dijo, -Ramón hijo-, Alicia cuando estaba enfadada se dirigía a su hijo por su nombre, sin diminutivo, -¿has sido tú el del disparo al perro de Anita la costurera?-. Si mamá, pero yo no quería hacerle daño respondió este-.

-Ramón hijo, yo no sé que hacer de ti, siempre andas metido en líos y como se entere tu padre de lo de hoy, vas a ver. Tienes a todo el vecindario soliviantado en contra tuya. Nos veremos obligados a cambiar de barrio-.

Mira mamá, no debes preocuparte, yo os defenderé, al que diga algo en vuestra contra le voy a romper todos los cristales de las vidrieras y las ventanas.

¡¡No hijo no!! No nos defiendas así, que lo que vas a lograr será empeorar la situación. Lo que debes hacer es mejorar tu actitud con los demás y comportarte de una manera más pacífica y racional.

Ramoncito, se encogió de hombros y se lanzó nuevamente a la calle en busca de sus amiguetes habituales.

Al pasar por delante de la lavandería china de Francisco Wong, en la calle J.del Monte, el dueño Sr. Wong, le llamó, pues le conocía y sabía que era hijo de Don, Manuel, – hola Ramoncito, ven entra que te voy a dar unos cuellos almidonados que son de las camisas de tu papá que me trajo el otro día Doña Alicia para lavar y almidonar-. Toma te los voy a poner en una bolsa de papel y se las llevas, así le evitarás un viaje a tu mamá-.

Ramoncito le dijo al Sr.Wong que no iba para su casa, que más tarde si, pero el chino siguió insistiendo hasta el punto de ponerle en las manos a Ramoncito la bolsa con los cuellos almidonados.

Ramón, de mala gana se llevó la bolsa y siguió su camino. Una cuadra más allá encontró a varios de su pandilla que le propusieron jugar un partido de base ball contra una novena del barrio de Laugton en un solar habilitado para ello en este barrio.

Aquella mañana había llovido torrencialmente, el suelo estaba embarrado y pesado. Ramoncito dejó junto a la primera base, que era la que él ocupaba cuando estaba en cancha, la bolsa de papel que contenía los cuellos de las camisas de su padre. No se dio cuenta que la bolsa por un lado rozaba un pequeño charquito de agua y barro, que el papel de la misma iba absorbiendo, con lo que los cuellos pasaron de ser blancos níveos y almidonados, debido a este fenómeno físico fueron convirtiéndose en color marrón y blandos como un trapo cualquiera.

Ramón siguió jugando el partido, a la quinta "entrada", se dio cuenta que se hacía tarde y apremió a sus amigos para detener el partido y continuarle al día siguiente.

Cuando llegó a su casa su mentor ya había llegado, Ramoncito con el ánimo de contentar a su papá, se le acercó y le dijo; ¡¡ toma papá el Sr.Wong me ha dado esta bolsa para ti, son unos cuellos de camisa que mamá le había llevado!!.

Don Manuel con aire severo tomó la bolsa con las puntas de los dedos pulgar e índice, pues intuía que el color de la misma era sospechoso, y sin acercársela la abrió. Cual no sería su sorpresa al ver el estado de su contenido.

Ramoncito puso cara de inocente criatura, Alicia, su madre, se sonrojó y azoró, Tonete y Rita se revolcaban de risa y hasta Agapito se deslizó a la cocina para que el amo no le viera reír.

¡¡Ramón!! Gritó Manuel, ¿dónde carájo has metido estos cuellos de camisa para que estén en tal lamentable estado?.

-Pues no se papá, a mi me los ha dado el Sr. Wong con esta bolsa-.

-Pero hijo, haber ¿y donde has metido esta bolsa?-, le dijo Manuel al borde de agotar su paciencia.

-Vamos haber, haz memoria, has salido de casa, bien, has pasado por delante de la lavandería del Sr.Wong, el te ha dado los cuellos y la bolsa, ¿dónde has ido tu después?-.

-Ah si, he ido a jugar un partido de base ball-.

-¿Y dónde has dejado la bolsa para jugar a base ball? Le preguntó su padre-.

-Ah ya recuerdo, junto al cojín de la primera base, la he estado vigilando constantemente papá. Nadie la ha tocado, te lo puedo prometer-.

-Y el suelo del campo ¿cómo estaba?, había llovido ¿no?-.

-Si papá pero los cuellos estaban dentro de la bolsa. Nadie los ha tocado. Te lo prometo-.

-Mira Ramón, vamos a dejarlo correr, pero ya te digo que el próximo domingo no vas a venir con nosotros y tus primos al Wajay a pasar el día, te quedarás con Agapito en casa. Y punto, no se hable más-.

No era el día de Ramoncito, esto era evidente.

Alicia intentó interceder ante su esposo por su hijo mayor durante la cena, fue inútil toda insistencia, Manuel ya había tomado una decisión inapelable.

CAPÍTULO IIIº

Domingo en La Habana y Un día en el Wajay

Hay ajetreo en la casa, la familia Batista se dispone a gozar de este día santo, es domingo, día que suele destinarse al ocio, visitar amigos o parientes, o ir al campo. En definitiva un día familiar y alegre.

Alicia se ha vestido con las mejores galas, D.Manuel, como siempre, impecable. Rita, la pequeña Rita un vestido de encaje almidonado que es un primor, Tonet el trajecito de marinero que estrenó con motivo de su primera comunión. Ramoncito con cara triste envía miradas de complicidad a su madre Alicia para que interceda con su padre.

Alicia por enésima vez insiste a su marido para que levante el castigo a Ramoncito. –Anda Manuel sé magnánimo con Ramoncito, ha trabajado mucho durante el año escolar logrando unas excelentes calificaciones, algo inusitado en él, prémiale con venir a gozar con nosotros de este precioso día.

¡¡Ramón!! , dijo D.Manuel, alzando el tono de voz, acércate. Ramoncito se acercó cabizbajo y macilento. Mira Ramón, que no sirva de precedente, te voy a levantar el castigo que te impuse, vas a venir con nosotros al Wajay en premio a las buenas calificaciones que has obtenido, pero me vas a prometer que tu conducta va a ser intachable durante el día. – Sí papá, te lo prometo -, respondió este.

Anda y arréglate vamos a salir en pocos minutos.

El Wüajay, como pronunciaban los cubanos, era un pintoresco lugar en la campiña cubana a no demasiados kilómetros de La Habana, una exuberante vegetación cubría todo el valle de un color verde esmeralda, salpicado por algunos bohíos habitados por campesinos.

El merendero del "Tío Enrique" era el lugar donde acudían con cierta frecuencia las familias de Manuel y su hermano Antonio, para solazarse durante toda la jornada. El tío Enrique les acogía siempre con gran afabilidad y simpatía, Don Manuel le premiaba siempre con generosas propinas poco antes de regresar.

Para esta ocasión el Tío Enrique les había preparado jamón "cosinao", un excelente plato criollo, que preparaba como nadie, azúcar de caña y un largo tiempo en el horno convertían aquella parte del cerdo en un exquisito manjar para los más exigentes paladares, que acompañaba con una ensalada de aguacate deliciosa.

El auto de Manuel cruzaba la campiña con andar ágil y decidido, el firme de la carretera no era excelente, estaba sin asfaltar, levantando una considerable polvareda al paso del vehículo, la muchachada cantaba a voz en grito canciones infantiles que se perdían en el aire mientras el carro iba en busca del objetivo al que le guiaba el conductor.

A la salida de una curva un puñado de gallinas que picoteaban en la calzada revolotearon alocadamente ante el estruendo sorpresivo del motor y su bocina de aire, que Ramoncito hacía sonar con profusión divertida. Un cerdo, que también se hallaba entre ellas, salió disparado para no ser atropellado soltando un agudo chillido que todavía acabó de asustar más a estas.

Cruzaron un riachuelo de aguas cristalinas y al otro lado del mismo estaba el famoso merendero de Enrique. Junto a este estaba estacionado el automóvil de la otra familia Batista, la de Antonio, a la sombra de un bosquecillo de bellas palmeras.

Ramoncito y sus hermanos corrieron a abrazarse con sus primitos. Allí estaban Cusita, Antonio, Paquita y la pequeña y angelical Angelita con su lazo de satén en la cabeza.

Besos, saludos y apretujones entre la chiquillada, los adultos se saludaban más sosegadamente. Paquita cogió de la mano a la pequeña Rita y la llevó a ver unas crías de conejillos en un corral cercano a la estancia, en el entretanto Cusita, Ramón, Antonio y Tonete se alejaban brincando entre la maleza del bosquecillo inmediato.

Los hermanos Manuel y Antonio se sentaron, con sus respectivas esposas en unos bancos alargados situados en ambos lados de una mesa rectangular, construida con rústica madera, al aire libre. El día invitaba a disfrutar de el. Una gran tranquilidad en el ambiente, solo alterada de vez en cuanto por algún pajarillo cantor, rodeaba aquel bucólico y relajante lugar. Era una de estas maravillas con que nos suele obsequiar con cierta frecuencia la naturaleza.

Para seguir la tradición española, Antonio se había traído de España un porrón. Este es un recipiente de vidrio propio de las zonas rurales de Cataluña, este popular envase, muy utilizado por la gente del campo, tiene una peculiar forma que le confiere una serie de características de gran utilidad. Es un recipiente, de forma esférica achatada por sus polos, para contener líquidos, generalmente vino. En la parte superior dispone de un cuello cilíndrico de aproximadamente unos 20 cms. de alto con una boca de acceso en su parte más extrema superior, esta es utilizada para introducir el líquido, estando su parte inferior unida a la esfera. Formando un ángulo de unos 25 grados, se halla otro cuello, este en forma cónica, con la base en la esfera ,la parte más aguda contiene un diminuto agujero por donde sale el líquido que contiene la esfera cuando el porrón es inclinado.

Antonio llenó el porrón con vino tinto español, que el día anterior había adquirido en una bodega cercana a su casa, a la vez que sumergían al mismo en el riachuelo para que se refrescara su contenido, teniendo mucho cuidado en que el agua no se introdujera en su interior.

La muchachada correteando, se fue alejando del lugar donde estaban sus padres, hasta el punto que dejaron de oír sus voces. Llegaron hasta el linde de un campo sembrado cerrado por una cerca de alambre espinoso.

Ramoncito propuso saltar la cerca, Cusita también, Antonio el más sensato y reflexivo apuntó no saltar la cerca y regresar donde estaban sus padres. Tonete apoyó la idea de su primo Antonio. Ramoncito sin encomendarse a nadie pasó a través de dos de los alambres paralelos secundado por su prima Cusita. Ambos, una vez dentro, corretearon por encima del sembrado y cogían de vez en cuanto alguno de los frutos para comer. Antonio y Tonete aguardaban desde el otro lado de la cerca.

Todo transcurría satisfactoriamente cuando de repente, se oyeron unas voces de ¡¡ATAJA!! , ¡¡ATAJA!!, que partían del fondo de la plantación. Era el campesino propietario del campo cultivado, que sumamente irritado, al ver que le pisoteaban toda su futura cosecha, indignado y machete en mano echó a correr el busca de los invasores.

Fue tal el susto que Ramón y Cusita les causaron los gritos del iracundo campesino, que echaron a correr cual alma se lleva el diablo, en dirección a la cerca. Cusita al ser menudita y sujetándose firmemente sus faldas, pasó entre los alambres con facilidad, pero Ramón, debido a su atolondramiento al inclinar su tronco para pasar entre los espinosos cables, uno de los espinos se le enganchó en el dorso de su camisa y buena parte de la espalda de esta se quedó colgando en la alambrada.

Toda la muchachada corría alocadamente en dirección al merendero, que distaba del cercado, a algo más de un kilómetro, Cusita al intentar cruzar un pequeño riachuelo, tropezó y se cayó de bruces a un barrizal, se puede imaginar el lector en que estado quedaría su delicioso vestido. Ramoncito se paró para ayudarla a levantarse y seguir corriendo, Tonete y Antonio corrían también delante de ellos a tal velocidad que parecía que no se les separaban sus talones de las posaderas.

Las voces del campesino cada vez sonaban más lejos hasta difuminarse totalmente.

Pocos metros antes de llegar donde estaban sus padres, la pandilla se paró resoplando y sin aliento debajo de un frondoso árbol, que proyectaba una espesa y refrescante sombra. Tenían las ropas chorreando de sudor. Cusita mientras recuperaba el aliento trataba de limpiar las manchas de barro de su vestido, Ramoncito por el azoramiento, todavía no se había dado cuenta de que su camisa no tenía la pieza de la espalda y de un gran arañazo sangrante medio coagulado que tenía en ella, Antonio y su primo Tonete sudorosos y fatigados estaban más "enteros" que los otros dos.

Antonio que se apercibió de la herida de las espalda de su primo Ramón, exclamó; -¡¡ anda menuda herida tienes en la espalda primo!!-. Cusita partió un trocito de su almidonada enagua para intentar limpiar la herida de su primo Ramoncito , este ahora ya comenzaba a escocerle el "siete" de su piel, pero en su mente le asaltaba una idea pesarosa: ¿qué dirían sus padres en cuanto le vieran? Sin camisa y herido. Aguardaron un ratito para sosegarse.

Allá en el merendero, los dos matrimonios charlaban animadamente de los sucesos acaecidos durante la semana, en el entretanto el "Tío Enrique" les preparaba las ensaladas y el famoso jamón "cosinao".

El fiel Agapito, que se hallaba sentado bajo la sombra de un grupito de palmeras saboreando una fresca cerveza, de repente se acordó de la muchachada y de lo que estaban tardando en dejarse ver. Tanta tranquilidad le tenía intrigado, no era posible estando Ramocito y Cusita juntos.

Se levantó perezosamente y dejando la botella de su cerveza refrescándose en el agua del riachuelo, se adentró entre la maleza del bosque. A los pocos pasos oyó murmullo de voces atenuadas por el airecillo que corría, varió el rumbo que llevaba y se dirigió hacia donde procedían los murmullos. A medida que se acercaba a ellos fue distinguiendo las voces que lo formaban, evidentemente no pertenecían a los chiquillos a quien el buscaba. Al doblar un recodo del sendero que seguía, pudo divisar a dos individuos de dudosa catadura con indumentaria de guajiros, que hablaban en voz bastante queda.

Esta actitud sumamente sospechosa que Agapito observaba en ambos individuos, hizo que se les acercara sigilosamente para intentar oír lo que ambos decían. Se aproximó lo suficiente sin ser oído y poder entender la conversación que se llevaban.

El más fornido, tocado con un sombrero de paja, en bastante mal estado, le decía al otro, de menor envergadura, por lo que Agapito dedujo que quizás fuera este segundo, hijo del primero, – tú da la vuelta por allá abajo para ver si los asustas y corren en la dirección en que yo voy a situarme – ¡¡ asústales mucho!!, echarán a correr en la dirección que nos interesa y si logro pillar a uno de estos mocosos lo encerraremos por un buen rato dentro del bohío a obscuras y les exigiremos a sus padres que nos paguen todos los desperfectos causados -.

Al oír esto, el bueno de Agapito interpretó inmediatamente que aquellos sujetos trataban de secuestrar a uno de "sus" niños. Permaneció en silencio hasta que ambos guajiros se separaron y, este siguió al mayor de ellos a una prudencial distancia para no ser visto. En el entretanto le seguía, tuvo la suerte de hallar por el camino una rama seca de una palmera, a la que le quitó las pocas hojas que le quedaban, con lo cual le quedó un garrote en forma casi de un bate de base ball.

El otro sujeto localizó pronto a la muchachada descansando de la carrera que habían echado en la huída, reponían fuerzas, gritando como un energúmeno corrió en dirección donde estos se hallaban a la vez que gritaba¡¡Ataja, Ataja!!, estos se levantaron en un santiamén y echaron a corren en la dirección que su perseguidor pretendía.

Agapito, al igual que el guajiro que estaba agazapado, oyó el griterío de los peques corriendo despavoridos en la dirección donde ellos se hallaban y antes de que estos llegaran allí y les diera el gran susto, decidió intervenir. Salió de su escondrijo, que estaba a poco más de un metro de distancia y, agarrando por el cuello de la camisa al campesino, tiró de el, dejándole tendido en el suelo, este vio al fornido fámulo, con el brazo derecho levantado luciendo una especie de maza muy pesada que apuntaba a su cabeza. Agapito le gritó al que estaba en el suelo, ¡¡ huye ahora que estás a tiempo o te aplasto la cabeza, canalla !!. Este, sin preguntar a que se debía la amenaza, huyó como alma que se lleva el diablo, alejándose a toda velocidad del lugar.

Los muchachos acababan de llegar en tropel, asustados y sudorosos, al lugar donde estaba Agapito y su "maza", el guajiro que perseguía a los muchachos al verle y no tener a su compañero a la vista, pensó que algo iba mal y siguió corriendo pero esta vez en dirección opuesta a la prevista.

Antonio, nervioso y azorado le contó todo lo ocurrido al bueno de Agapito, este les tranquilizó y cogiendo de la mano a alguno de ellos, les llevó hacia el lugar donde se hallaban sus padres.

En el entretanto allá en el merendero del tío Enrique, una bandeja con una gruesa pierna de jamón "cosinao", todavía humeante, acababa de ser puesta sobre la mesa que ocupaban los Batista. Agapito dijo a los niños; dejad que yo hable con vuestros padres y les explique lo ocurrido.

-Miren Don, Manuel, Don Antonio, los niños han tenido un susto muy grande, unos desarrapados lugareños les han asaltado con ánimo de secuestrar a alguno de ellos y pedirles dinero a Udes. a cambio. – ¡¡Hay Dios!! Exclamó Francisca, la esposa de Antonio, ¿qué les ha ocurrido a nuestros hijos?!!,- dijo corriendo a reunirse con ellos junto a Alicia para abrazarles. Manuel y Antonio se levantaron de sus asientos y con cara de gran indignación le solicitaron a su criado que les informara con más detalles de lo acaecido, Agapito les contó todo lo visto y oído con todo detalle.

-Bien, todo pasó y a Dios gracias no tenemos que lamentar ningún grave suceso-, dijo Antonio, pensando en voz alta, esto les va a servir a los muchachos como lección. ¡¡Comámos!! Añadió Manuel.

Sin más, todos se sentaron alrededor de la mesa, desplegaron sus servilletas colocando alguna de ellas sobre el pecho de las dos pequeñas, Rita y Angelita, para que no mancharan sus lindos vestidos , Alicia inició el ritual acto de partir y repartir los tajos que sacaba de la aromática pierna de jamón, que lucía un preciosos color tostado en su exterior y rosado claro en su parte interna.

La comida discurrió con gran placidez y armonía , el frescor del vino de Rioja invitaba a empuñar el porrón con bastante frecuencia y echar una trago largo. En la sobremesa, Manuel sacó su purera del bolsillo de su saco que contenía cinco hermosos cigarros Punch de vitola Corona, invitó a su hermano Antonio, este eligió de entre ellos uno cuyo color de la capa era sumamente uniforme y tomándolo con el pulgar e índice de su mano diestra, lo hizo girar en los dos sentidos junto a su oído para poder apreciar la presión con que había sido "torcido" y el grado de humedad del mismo. El cigarro elegido por Antonio había resistido la primera prueba a la que fue sometido, ahora debía enfrentarse con el ritual del encendido; Antonio sacó de uno de los bolsillitos de su blanco chaleco, una diminuta guillotina especialmente fabricada para practicar el corte en la cabeza de cigarros, a este instrumento se le llama guillotina, por el gran parecido con el ingenio mecánico que se utilizaba en Francia para ajusticiar a criminales y políticos contrarios a la Revolución y, que fue bautizado con el mismo nombre de su inventor. Antonio asió el cigarro con su mano izquierda y con la otra, que sostenía la diminuta máquina de corte, seccionó las tres cuartas partes de la cabeza del cigarro, en su diámetro. Este corte debía practicarse de un modo seco y firme, para no estropear esta parte del cigarro, de ese modo cuando fuese encendido, el tiraje sería el adecuado. Para prenderle utilizó la funda cedro que envolvía al mismo, por que de hacerlo con una cerilla corría el peligro que el azufre que contiene la misma comunicara un sabor desagradable al cigarro.

Una vez prendido el cigarro, lo separó de sus labios y observó el color gris acerado de la ceniza que producía y mirando a su hermano Manuel le manifestó; – gran cigarro Manuel, gran cigarro – . Antonio era un hombre no demasiado alto, medía alrededor de 1,68 m. de altura, pero tenía una fuerte complexión física, Francisca su esposa era ligeramente más alta que él, poseía una esbelta figura acompañada de unas finas facciones en su rostro que comunicó a sus hijos, todo lo frágil que era su cuñada Alicia, Francisca la ganaba en salud y ánimo.

Manuel pidió café, ese exquisito café que Cuba produce, el Tío Enrique ya lo tenía dispuesto, conocía las costumbres familiares, les sirvió el mismo en unas tazas bastante rústicas, pero calentito, a dos de las tazas Manuel le echó un buen chorrito de ron, un "carajillo" como se le llamaba en su tierra, Cataluña, a esa combinación. La palabra carajillo, según la leyenda, proviene de cuando se efectuó la primera combinación, quien la probó exclamó ¡¡carájo que bueno está!!, claro está que en su tierra natal, se hacía con brandy en lugar de ron.

La tarde fue cayendo silenciosa y suavemente, se acercaba la hora del regreso, alguno de los muchachos bostezaba por el cansancio de todos los sucesos acaecidos durante la jornada, uno de estos bellos atardeceres tan frecuentes en el Caribe.

Era la hora del retorno, ambos vehículos se desplazaban perezosamente por el camino de regreso, la chiquillada ya no cantaba alborozada como hicieron durante el viaje de ida, ahora algunos, como Paquita y Rita dormitaban con sus cabezas apoyadas en el regazo de sus mamás, el resto se iba empapando del paradisíaco paisaje que se le ofrecía a sus ojos. Manuel, mientras manejaba su automóvil, saboreaba todavía la parte final de su aromático cigarro, ese aroma tan especial, suave y único ,que solo puede ofrecer un cigarro elaborado con selecto tabaco cubano.

CAPÍTULO IVº

En el Puerto y en la Ópera.

El puerto de La Habana es uno de los más importantes del Caribe por el gran tonelaje de mercancías que en el se manejan. Es la cabeza de puente de la mayoría de las rutas que unen el Nuevo y el Viejo Continente, compite con su gran rival en Miami.

Un enorme barco de la marina de guerra de los Estados Unidos, atracado en uno de los muelles del puerto, mantiene un constante trajín de sus marineros. Unos están prestando servicios a bordo, otros disfrutan de permisos de 24 horas y se van relevando con los que libran del servicio. Los que tienen la oportunidad de bajar a tierra, todo su anhelo es entrar en una taberna y beber el famoso ron cubano.

No tienen límite en la bebida, en su país está vigente la Ley Seca, anti-alcohol, esta se respeta a bordo de cualquier navío gubernamental, pero la marinería aprovecha la liberalidad de las autoridades cubanas para poder ingerir toda clase de bebidas que tengan un alto contenido alcohólico. Alguno de ellos ingiere tal cantidad que acaban en un delirium tremens, este estado habitualmente finaliza con un desenlace fatal para el individuo.

Uno de los periódicos de La Habana, en sus ecos de sociedad, informaba de la llegada del famoso cantante de ópera Hipólito Lázaro (Barcelona 1.887-1974), de nacionalidad española, nacido en el popular barrio barcelonés de San Andrés del Palomar, el mismo del que son oriundos Manuel y Antonio.

Hipólito Lázaro, había cubierto una larga temporada de ópera en Nueva York, donde representó en el Metropólitan Opera House, "I Puritani", en dos sesiones diarias durante más de dos meses. Los Puritanos, era una ópera de muy difícil ejecución debido a que debía ser cantada en tono muy alto. Pocos cantantes eran capaces de cantarla más de una vez, exigía unos pulmones de acero y Lázaro los poseía. Aprovechó la gran debilidad que los neoyorkinos tenían por esta ópera y que muy pocas veces podían ver representada, hizo una pequeña fortuna en aquella temporada especial que les dedicó.

A su regreso a España, efectuó una escala de varios días en La Habana, para representar allí La Traviatta, de G.Verdi, y Marina del maestro Arrieta, esta última muy estimada por la colonia catalana que vivía en la Isla. El día de la representación el teatro de la ópera estaba completamente abarrotado de paisanos y cuando Lázaro se arrancó con el…"Costas las de Levante, playas las de Lloret, dichosos son los ojos que os vuelven a ver…" el ferviente público explotó en tan grandísima ovación que interrumpió la representación por mas de diez minutos. Lo nunca visto en La Habana, ni tan siquiera cuando cantó Enrico Caruso.

Manuel, gran amante del bel canto, no pudo resistirse a presenciar la representación de Marina. Con su esposa Alicia ocuparon asientos en las primeras filas de la platea y, ya en la obertura se les asomaron las primeras lágrimas en sus ojos. Finalizada la representación Manuel y Alicia se dirigieron al camerino del insigne

cantante y paisano. Manuel y Antonio conocían a Hipólito desde la época escolar, ambos eran del mismo barrio barcelonés, y buenos amigos.

Haciéndose paso entre los admiradores del tenor, llamó a la puerta del camerino con los nudillos, al momento se abrió la puerta y apareció en el dintel de la misma el ayudante y secretario del cantante. -¿Qué desean los señores? les preguntó. Manuel vestía un elegante traje de smoking blanco de seda natural con corbata de lazo así mismo blanco, Alicia un finísimo traje largo ,de color marfil, con un generoso escote de los llamados "palabra de honor" , cubría sus delicados hombros con un elegante mantón de Manila que guardaba celosamente para las grandes ocasiones.

– Deseamos ver al Sr. Lázaro, dígale que están aquí los Sres. Batista. –, aguarden Vdes. un momento por favor, voy a ver si es posible -. A los pocos segundos apareció la robusta figura del cantante envuelto en un llamativo batín de seda y, con los brazos abiertos luciendo una amplia sonrisa que mostraba toda su dentadura. Era este de una talla media, de fuerte complexión y con una cabeza unida al tronco por un fornido cuello. La madre naturaleza le había dotado de una potente voz y gran resistencia física. Contaba Manuel a sus amigos, cuando de Lázaro se trataba, que en una ocasión Hipólito hizo una apuesta con varios de los clientes del café Versalles donde acudían toda las tardes después del trabajo, de que este era capaz de cantar una canción totalmente estirado en el suelo con una persona sentada sobre su abdomen. Las apuestas subieron hasta 10-1. Ni que dudar que cantó la canción sin temblarle la voz ni un ápice. El arriero, como le llamaban en su barrio, por que esta fue su profesión antes de dedicarse al canto profesional, era capaz de esto y mucho más. Era un hombre con voluntad de hierro y un corazón que no cabía en su pecho.

Entrad, entrad y acomodaros, dijo después de abrazar a Manuel y besar la mano con cariño a Alicia. Cuéntame Manuel, ¿qué es de tu vida?, ya veo que te casaste con una bella y elegante damita. No sabía que estabas en Cuba. – Vivo en La Habana desde 1912 – respondió Manuel.

Aaaaah, cuanto tiempo pasó querido amigo, echo la cuenta rápidamente y quizás hayan pasado unos 10 años desde la última vez que nos vimos en Barcelona, dijo el cantante. –Si, respondió Manuel, efectivamente la última vez tu cantabas Rigoletto, de G.Verdi, en el teatro Odeón de San Andrés, nuestro barrio-..

Y dime Manuel, ¿cómo fue que viniste a parar a La Habana?. ¿Cómo te va?.

Partes: 1, 2, 3, 4
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