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Los dados mágicos (Novela) (página 5)

Enviado por Fandila Soria


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Al final tuvo suerte, una suerte relativa, pues por una casualidad, quedó estremecido de improviso ante la llamada de socorro de uno de sus congéneres. No hay mal que por bien no venga, algo es algo, pensó. Las transmisiones de mente tenían eso, sólo se establecían entre aquellos cuyo mutuo conocimiento fuera notable, los de un ámbito. De no existir tal compenetración y ciertas vivencias, que aquellas ocurrieran no pasaba de ser un malentendido. Y siempre fue así, salvo casos involuntarios de intromisión, por azar, o la llamada de auxilio, que esa sí que todos entendían de manera espontánea. La que ahora ocurrió no se hizo desde muy lejos. Quien la hiciere, debía de estar mucho más cerca incluso que el asentamiento de los humanos. Ante un reclamo así, de ninguna manera podía sustraerse, y viró su cubículo hacia aquella dirección.

La mala fortuna aún no lo abandonaba. Cuando llegó a aquel lugar dos aeronaves que partían, y por más que lo hizo no vio que nadie quedase en tierra. No obstante, logró llamarlos por radio, pero la respuesta no pudo ser más lacónica: —Uno de los nuestros ha muerto. Ahora nos dirigimos al lugar de los humanos—.

Intentó seguirlos, pero su empeño sólo quedaría en buenas intenciones. Al poco, el pequeño vehículo necesitaba repostar de nuevo, y no halló Más rastro de tierra amarilla que la incrustada en su propio aparato de la vez anterior. El acumulador no respondía, y hubo de descender, justo antes de que se agotara. Así quedó, tirado a mitad de camino, muy cerca de aquella corriente, que parecía llevar entre sus márgenes toda el agua del mundo.

Para mayor desconsuelo, vio sobre su cabeza el pequeño vehículo humano, y lamentó no poder comunicarse con ellos.

Otra vez se puso en contacto con Oxisos. Por nada del mundo lo hubiese hecho ahora con sus compañeras. Las preocuparía para nada. Qué podían hacer ellas desde tan lejos.

Esta vez, los dos amigos prolongaron la transmente lo necesario y más, de puro entretenimiento y charlatanería (mejor se dijera sensacionería, pues era ésta y no otra, su vía de dialogo). —Por lo que, yo entiendo —"sensacionaba" Oxisos—, no te queda otra alternativa que caminar. Quizá debieras dirigirte al asentamiento de los humanos… Mejor allí que no vagar sin rumbo a la búsqueda de material de acumulación y sustentándote apenas por tus propios medios, si es que puedes. De lo contrario, ¿hasta cuándo podrías esperar? Una última alternativa pudiera ser la llamada de socorro, pero para qué pensar en eso. Ya sabes lo que conlleva y lo estrictos que son nuestros mandos con las llamadas de socorro. No te perdonarán que te saltes las reglas. Tu acción se calificaría de insolidaria, y sería peor el remedio que la enfermedad. En cambio los humanos, te acogerán seguramente como lo que eres, alguien desconocido, de otro mundo, pero que se acerca a ellos en son de paz—.

—Vaya un panorama —se dijo Xántriul sentándose en tierra junto a su vehículo. —Y menudo transporte. Si cada cual pudiese disponer de su aeronave, otro gallo me cantara.

XXX

Tal vez hubieran pasado veinte días. Belaura merodeaba a las afueras del campamento cerca de los barracones, cuando lo descubrió. El shim yacía exhausto sobre la hierba, y por su aspecto, cualquiera lo diría un recolector de flora. Aquellos vegetales de cuyo estudio casi a punto estaban de obtener la esperada cosecha. El shímpfato había estado precavido al cambiarse su traje por un atuendo menos aparatoso, y ocultando aquel en su mochila.

Cuando Belaura lo descubrió sobre la tierra, tendido de aquella forma, se inclinó sobre él y comenzó a zarandearlo hasta que Xántriul volvió en sí. Luego le ayudaría a levantarse, y caminaron juntos cogidos por la cintura, que más parecían dos enamorados. Ella comenzó a preguntarle una y otra vez la razón de su desventura, y el shim movía la boca en falso como si hubiese enmudecido. La estratagema del shímpfato resultó, y Belaura ya no se ocuparía más sino de encarrilarlo como podía hacia la Estrella II.

Cruzado el portalón, Xántriul pareció impresionarse. No paraba de mirar a todos lados, lo que ella entendió como una secuela de su aturdimiento. Seguro que el shim no dejaba de preguntarse, cómo era posible que la vegetación inundara aquella nave, o cómo se agolpaban tantas cosas en su interior, cuando en las suyas todo se resumía a las pequeñas esferas de confinamiento, salvo los vehículos, y sólo si eran imprescindibles. ¿Cómo podrían mantenerse incólumes, inmersos en aquella feria?

Belaura acomodó al shim en el porteador, que partió obediente por la pista hasta entrar en el dispensario poco después. Pero cual no sería su sorpresa cuando comprobó que el servicio estaba desierto. Dudó unos instantes a la vista de Xántriul que se había recostado en el vehículo, y al final optó por lo menos conveniente quizá. Pero la culpa sólo era suya, por no equiparse de su transceptor. Con la urgencia, no vio otra salida que trasladar a Xántriul a sus aposentos.

Arrimó al shim hasta la cama, quien se dejó caer y quedó boca arriba con los ojos cerrados. Belaura había recogido el transmisor al entrar y se disponía a usarlo, cuando escuchó aquello:

—Usted me recuerda a una de mis compañeras

La mujer se volvió al instante, para constatar con asombro, como aquel individuo permanecía con los ojos cerrados, y sin que diera muestras de que fuese a despertar. No pudo menos que asegurarse:

—Cómo ha dicho…

Nada. Él no hubiese dicho tal cosa. Belaura había interpretado en su interior uno de sus pensamientos.

Sin perderlo de vista, se fue apartando de él hasta la otra estancia. Allí volvió a repetirse:

—Vine hasta vosotros por accidente, pero aquí me siento reconfortado

Belaura salió del recinto a toda prisa y no paró hasta llegar a los talleres y toparse con Calíguenes.

—No te imaginas lo que me ha ocurrido —dijo jadeante.

—Pues claro que no. No llego a tanto. Pero cuenta, que me tienes en ascuas —respondía, en tanto que ojeaba un manual— ¿Sabes que esto casi está a punto…? Y de qué se trata esta vez —Hubo una pausa, se volvió hacia ella—. Pero… bueno… si estás temblando…

—He estado con un shímpfato.

Él la miró extrañado.

—No me digas… ¿Y eso? ¿Así como así…? No me lo creo.

—Pues créetelo. Acabo de dejarlo en mis aposentos. Calíguenes se quedó de una pieza.

—Y serás capaz… No será un violador…—sonreía sin gracia. Ella lo miró con desdén.

—Anda éste… También… Pues menudo está el pobre. Lo hallé desmayado a las afueras, y para mí que aún sigue así.

—Cómo no lo has dicho… Alguien más debió saberlo. Estas cosas son muy delicadas, y tú lo sabes muy bien. Y si sus intenciones no son buenas…

—Y qué podía saber yo. Su aspecto es tan normal como el de cualquiera. Con decirte que lo confundí con uno de los estudiosos de campo…

—Claro. Con seguridad que se le parecería, seguro. Como no se haya transformado…

—Pues a lo mejor.

Ambos salieron precipitados, mientras Calíguenes no dejaba de lamentarse de que Belaura no se anduviera con tiento. Mejor sería que la cosa quedase entre ellos y no inmiscuir a nadie en algo tan comprometido.

Pese a no sentir miedo, Calíguenes palpaba en su bolsillo el transceptor como única arma a que aferrarse.

—Ahora, yo preferiría que permanecieses aquí. Lo entiendes, ¿verdad?

—Desde luego. Descuida.

Él entró, y en cuanto vio a Xántriul sobre la cama, no pudo evitar el comentario:

—Éste lo que está es desfallecido de hambre.

Le tocó las piernas, y el shim entreabrió apenas los ojos como un moribundo.

—Y qué comerá esta gente —musitó Calíguenes.

Sólo se le ocurrió una cosa. Bajar a los laboratorios por si alguno de los frutos que se estudiaban le era útil. Allí le dieron todas las garantías, y eran de la opinión, de que, transformados, aquellos vegetales aprovecharían a cualquiera de las especies. En el encargo quedaron, y en que Calíguenes volvería para llevárselos.

Belaura permanecía fiel en su puesto. Había llenado la espera entre la balconada, que más que asomar parecía que volase sobre el gran recinto, y el pasillo hacia los aposentos. Estaba apacible. Muchos eran los que iban y venían por cualquiera de las plantas o quienes pasaban junto 'a ella, y aquello le hacía sentirse segura. En torno del gran recinto, las salientes terrazas parecía que escalasen unas sobre otras, al tiempo que iban aproximándose en la altura, y reduciendo la conformación elíptica, justo hasta el inicio la descomunal cubierta. Era difícil seguir las evoluciones de aquellos, que a lo lejos, más parecían hormigas en una caótica danza. El sol caía a plomo sobre los campos y el circular, como correspondía con la hora, y el campo exhalaba apenas una bruma refrescante. Sólo con sentir la relativa vastedad, cualquier preocupación se relegaba. Pero eso sí, era preciso dejarse llevar y abandonarse; y en eso Belaura sí que era experta.

—Mejor sería que entres, no —le dijo Calíguenes nada más llegar.

—De poder ser, me quedaba aquí, eh.

— ¿Temes algo de ese sujeto? No habrá ocurrido nada que no me hayas dicho…

—Pero qué estás hablando, hombre. Siempre estás con lo mismo. Qué atractivo puede haber entre ese tipo y yo. No será precisamente por lo que habla… vamos —Le empujó por el brazo y ambos entraron.

Él rió para sí.

Ambos frente a la cama, velaron el sueño del desconocido, como harían dos allegados con un doliente. En todo el tiempo, el dormido ni se inmutó, y su respiración era lenta y casi imperceptible. Ninguna señal daba que fuese a cambiar su estado. Fue cuando trajeron la comida al fin, cuando lo hizo, porque los cuidadores vertieron agua en su boca. Tosió repentinamente, y sólo eso, tampoco hablaría esta vez. Sin duda seguía en su estratagema que tan buen resultado le daba. De ponerse a hablar, seguro que desconcertara a sus salvadores y él mismo quedaría en desconcierto.

Ya lo creo que comió. Tal vez fuera mucho, para alguien que a saber desde cuando no lo hacía. Sus escasas carnes no daban pie a otra conjetura.

Luego apagarían la luz, cuando Xántriul hubo retomado el sueño.

La disposición de Belaura no era la misma ahora, pues se decía, que ayudar al shímpfato, la propiciaba a vencer su mal sentir por el otro incidente; y era de esperar a cambio, que la sentencia quedaría sin efecto. Ello dependería, claro está, de quien fuera aquel individuo y su influencia. Por lo pronto no había ocurrido como la otra vez, que tantos de ellos acudieron. Pero es que lo de ahora era distinto, aquello transcurría dentro de su nave y quizá no se atreviesen. Tiempo al tiempo.

Mientras tanto, los preparativos de la máquina traductora concluían, y poco después sacaron el ingenio al aire libre cerca de las naves. De esta forma, su conexión con la Estrella se garantizaba sin incertidumbres.

Xántriul se despertó a media tarde.

Cuando los dos cuidadores que lo atendían se llegaron a la habitación y encendieron la luz, pudieron verlo sentado sobre la cama, los ojos como platos, tan tranquilo, que no se lo creían. De inmediato salieron, seguros de que aquel hombre poco o nada los necesitase. Por eso no se apremiaron con la merienda, que dadas las horas podía esperar,

A su regreso ya comenzaba a anochecer. El viento silbaba sobre los filos de la cubierta aún por cerrar, y una ligera llovizna, apaciguada por la enorme estructura, caía hacia la base. Diríase, que aquello fuera el inicio de un vendaval como otras veces. Pero no sería cierto. Aquel amago de lluvia fue más breve que el agua de un bautizo. Cual no sería la sorpresa de los dos cuidadores al encontrar a Xántriul sobre la cama, con aquel traje, y más estirado que un difunto. El condumio quedó a su suerte sobre la mesa, y ellos hicieron mutis, que poco les importaba si aquel sujeto iba a tomarlo, ni el dios que lo fundó. Tal era el miedo que les había infundido.

Nada más ponerse el atuendo, Xántriul se había echado en la cama, como la forma mejor de llegar al trance. Antes entreabrió los cierres de los costados y estuvo revisando el arreglo que él mismo hiciera, por si las moscas. Sería un fastidio, y casi doloroso, volver de su éxtasis con la mente en blanco y sin haber logrado su pretensiones. Pero la junta seguía en su sitio, y si era el caso, más integrada aún con el material subyacente. Al poco conseguía el éxtasis y sus contactos. Y nada menos, que con todos y cada uno de sus colegas: Asjinvex, Yaiszey, Zainyos, Aszoicor… Y como no, más que con nadie transpensó con Oxisos. Los amigos quedaban al corriente, y por supuesto que se asombraron de su osadía. Sólo con respecto a Oxisos, no le pareció haber captado aquella sensación de asombro, y era lo razonable. De no ser por él, que lo sugiriera, quizá ahora no podía contarlo.

El shim se merendó sin complejos cuanto había en la mesa, y volvió a cambiarse. A partir de ahí, abandonaría el reservado, pasillo adentro, yendo a deambular por la nave sin otra atadura; y eso y recorrerla, lo haría en tan breve lapso, que Calíguenes, que avisado por los sirvientes, iba a toda prisa para el aposento, vio como el shímpfato abandonaba el gran recinto por el portalón, antes siquiera de que él llegara a los ascensores. Una vez en la estancia, Calíguenes inspeccionó la mochila del shim y lo que contenía: su traje y una extraña herramienta como a especie de un multiuso. Examinó por encima el atavío, y no le cupo la menor duda de que sin él sería muy difícil que se alejara.

Nadie se sorprendió, si acaso el shímpfato se cruzaba con ellos entre las andanadas, y ni siquiera si accedió a los alojamientos o a los locales propios de trabajo. Puede que su aspecto no fuera el habitual, pero como aquel y peores los habían visto. Al cabo, con la de vueltas que dio el individuo, y de tanto toparse con él, no pocos dieron en pensar, que ante, aquella parsimonia, y la apostura ausente con que evolucionaba, sólo había una explicación: el desvarío. Tampoco era de extrañar. Las dos Estrellas juntas sumaban más de seis mil tripulantes, y con eso y entre tantos, con seguridad que alguno que otro nos las llevaría todas consigo.

Aquella misma tarde la máquina traductora comenzó a desgranar a viva voz su diccionario, como un pregonero, inundando la base de sustantivos, verbos y predicados. Al tiempo desplegó ante sí una pantalla, que en correspondencia traducía en imágenes los significados, y si era el caso, interpretaba en vivo giros y frases. Aquel parloteo no cesaría hasta pasada la medianoche, para volver de nuevo con las primeras luces.

XXXI

Llegaba la hora de dormir y el shímpfato no había regresado. El interior de la nave quedó en penumbra, pero no así el campamento, que se vería forzado a la vigilia mientras la máquina no cediese en su cantinela.

A la mañana siguiente, al levantarse, Belaura recordó que el shim se había ido, y vio el cielo abierto.

—Calíguenes, me voy a mis habitaciones.

—Qué prisa tienes.

—Mis cosas están allí. No pretenderás que me vea nadie con esta facha…

—Seguro que no. Desmereces mucho de esa guisa-Calíguenes sonrió, dándole la espalda tendido sobre la cama.

—De qué guisa estás hablando…, mentecato… Sin más, se fue.

Entre furtiva y presurosa recorrió el breve trecho entre las dos secciones, que de toparse con alguien quizás se echara a correr. La puerta estaba entreabierta. Pasó rauda al recibidor y hasta el aseo.

Abrió el armarito.

Lengua– entender- tu- puedo.

— ¡Aaay… madre, con el truco de marras! ¡Otra vez la misma cosa!

—Nocosa- Xántriulshímpfato- aquí.

Belaura miró a su alrededor y no halló sino los sanitarios y a ella misma por el espejo; entreabrió la mampara, se asomó, y quedó perpleja. Pudo ver al intruso, que más parecía que se escondiera, asobinado en el rincón bajo la lámpara. De inmediato cerró, y dijo desde dentro:

— ¡Como intentes sobrepasarte, pulso la alarma!

—No- alarma-. Pasar- puerta abierta.

Ella se inquietó.

—Mira tú, oye -dijo para sí-. Y parecía tonto…

—No- aparecía- tonto-o-listo-. Xántriul- solo- aquí

—Acabáramos…

Belaura no se aceleró. Concluyó sus necesidades, sus abluciones y el acicalamiento, mientras podía adivinar al trasluz, la figura del shim. Al cabo salió, y se mantuvo ante él, observándolo curiosa.

—Cuánto – bien- tú- ahora -dijo el otro.

—Muchas gracias, hombre —dudó por momentos—. También tú puedes usarlo — indicó con los brazos hacia el aseo.

Xántriul, como un ovillo, se deslió de la postura, y dijo:

—Sí- bien- puedo.

Se incorporó cuan largo era, que casi llegaba al techo. Belaura se hizo a un lado, y más le valió, pues Xántriul no olía a flores precisamente. Cuando hubo accedido al pequeño habitáculo, el shim, sin más reserva, comenzó a desvestirse. Ella cerró la mampara y fue al dormitorio. Luego estuvo revolviendo en el armario, se cambió de ropa y esperó.

Poco después llegó Calíguenes. Entró impetuoso que le faltaba el tiempo, y al observar la luz en el baño tras los cristales, se aproximó.

— ¿Aún no has terminado, cariño?

—Poco- faltar.

— ¿Poco ha de faltar…? Pues si tú misma no estás segura, lo estaré yo… -dijo yéndose hacia el dormitorio.

Casi se da de bruces con ella.

—Pero bueno… Y entonces… O yo alucino, o…

-Déjame que te explique. Y no pienses mal, desconfiado… Calíguenes se puso serio, y sentó en la cama, con el rostro más largo que imaginarse pueda.

—Quien está ahí, es nuestro amigo el shímpfato. Se llama Xántriul…

—Amigo lo será tuyo, porque lo que es yo, bien poco lo conozco. Belaura rió.

—No seas tan ligero y no te anticipes, anda. Aunque sea difícil de creer, ya se expresa en nuestra lengua. O mejor digamos que la chapurrea…

—Oye, pues eso sí que me reconforta. Y mucho.

— ¿Acaso pensabas, que habíamos intimado?

—No lo decía por eso —Se levantó y giró sobre sí, los brazos en alto—. ¡Funciona, bendito sea el Cielo, funciona!

En esto, Xántriul salió del baño; y lo hizo tan desnudo como que nada llevaba.

—Funciona- bientodo- Sí.

Belaura a su pesar se dio la vuelta, mientras Calíguenes se giraba hacia el lecho, y de un tirón cogió la sábana, que ofreció al símphato.

—Yo- gracias-. No- túnica.

Como respuesta, Calíguenes se la echó por encima.

—Ella lo quiere así—-Le dijo, señalando a Belaura.

— Asíbien.

Al mayor ahora, apenas podía vérsele fuera de su astronave. Muy ocupado estaba en sus estatutos y en organizar la primera consulta que daría a la colonia su autogobierno.

Ahora precisamente se reunía con los dos compromisarios de las naves. Cualquiera que los observase tendría la impresión de que aquello iba para largo. Los tres hombres se enredaban en multitud de normas, empeñados en cuadrarlas y en obtener de ellas un extracto que les fuera propicio. No podían olvidarse de que el montón de legajos que había sobre la mesa, ya no les serviría sino de apoyo, las nuevas leyes habrían de ser refrendadas por toda la colonia.

El escritorio estaba colapsado de papeles, casi tanto como ellos lo estaban de su contenido.

Llamaron a la puerta.

— ¡Adelante! —gritó Zarela.

La puerta se abrió para dar paso al ordenanza.

— Señor, los de Comunicaciones desean hablar con usted.

—Dígales que pasen.

Los dos a una, los compromisarios, miraron al Mayor, interrogantes, y éste los miró a su vez, no menos dudoso.

—Ustedes, pueden marcharse.

No necesitaron que les rogara. A los dos hombres se les vio aliviados, que más parecían salir de un laberinto. Recogieron sus portafolios y no se demoraron en abandonar la sala.

—Pueden sentarse —dijo Aldés a los llegados.

Ellos permanecieron en pie.

—Lo que hemos de decirle, es bastante breve, señor.

—De todas formas -indicó los asientos.

Aldés Zarela todavía se ocupó en recoger los papeles sobre el escritorio y apilarlos a un lado.

—Alguien más debería venir con ustedes, no.

— ¿A quién se refiere, señor?

—Lo mismo da. Pero creo que el comandante Caliguenes estaba a cargo del proyecto. Porque vienen por eso, no.

—Sí señor. Lo que pasa es, que la máquina ya estaba a punto. Seguramente, el señor Caliguenes no habrá estimado necesaria su presencia. Nosotros nos encargamos de su instalación.

—Y vienen a mí para que yo ordene la puesta en marcha.

—La traductora ya está funcionando, señor. Así lo dejó ordenado el señor Calíguenes.

—Algo tarde ya para eso, no—se alzó la manga y miró la hora.

—Es cierto. Pero es lo previsto. Sobre cuatro horas llevará con su reclamo la máquina. Nosotros sólo venimos para informarle.

Zarela puso cara de resignado. Se levantó de su asiento, y dijo:

—Y han hecho lo que debían. De todas formas Caliguenes debería haber venido también.

—Eso no depende de nosotros, como comprenderá. Pero estimamos que no le será posible. Seguro que anda ocupado con lo del shímpfato.

Aldés ladeó la cabeza, interrogante.

— ¿Cómo es eso? Explíquese por favor. —Volvió a sentarse.

Los dos técnicos se miraron entre sí.

—Creíamos que ya lo sabía… —El mayor hizo un gesto de ignorancia—Hay un shímpfato con nosotros.

Pero bueno… De qué me habla…

—Al parecer vino hasta la colonia por accidente. Lo atendieron y le dieron de comer. Ahora deambula por ahí. Nos han dicho que se plantó ante la traductora y no pierde detalle, y por lo que parece aún continúa allí.

—Qué cosa más inesperada. ¿Y todo el mundo está al tanto? Menos yo, claro.

—Ni mucho menos, señor. Sólo ellos, y modestamente, nosotros.

—Y quiénes son ellos.

—Su señor hijo, y su ayudante de usted, Belaura.

El mayor enmudeció. Quedó con la vista fija hacia los archivos, dio varias vueltas a su lápiz, y dijo:

—Está bien. Quedo informado. Gracias.

XXXII

Calíguenes comenzó a interrogar a Xántriul, quien, por lo que decía o daba a entrever, aun de forma imprecisa, le aclaraba muchas de sus dudas y no pocas de las suposiciones. Al parecer, tan sólo con la tanda nocturna y la de madrugada, el shim consiguió asimilar la lengua de los humanos de manera eficiente. Le bastó con atender a la traductora todo el tiempo y aguantar su retahíla una y otra vez. Aquello era meritorio, y decía mucho sobre su capacidad de aprendizaje y de sacrificio. Si los shímpfatos estaban capacitados para cosas así, no había duda de que serían unos portentos. Estaba por ver si sus cualidades físicas y morales iban en consonancia con su inteligencia.

Xántriul pronosticó, que los suyos acudirían sin demora a la llamada de la máquina. Él mismo lo habría transmitido ya a los del ámbito. Decía, que la preparación para el encuentro era la única razón para su tardanza.

El shim miraba a Calíguenes con sus ojos de shímpfato, directos y bondadosos, que nada escondían, como no fuese que para el otro su propia peculiaridad no era entendible.

— ¿Por qué, si nuestras especies no tienen el mismo origen, son tan parecidas? —preguntaba Calíguenes.

—Xántriul- sabe- poco.

—Creo saber que por algún medio los humanos accedieron a vuestra biología y la transformaron.

—No-. Mito-. ¿Mito- bien?

—Suele decirse de algo incierto, imaginado. Como un cuento antiguo.

—Muy- antiguo- mito-. Especie- mía- vieja- mucho- atrás-. Viajar- mundos-. También- Tierra- Sol-. Dominaban- genética (¿Bien- genética…?)… Gustaba- genética- humana-. Querer- paso especie Shímpfatos- muy- síquica- a- medio- físico.

—O sea, realizaron una manipulación genética para que vuestra especie se "humanizara". Para ello tomarían genes humanos, claro.

—Sí-. Pero- tabú- ahora- genética.

— ¿Por qué…?

Xántriul miró hacia la ventana y pareció incomodarse.

—Mal- si- hablar- Xántriul.

—No comprendo.

—Tabú:

—Pero a mí no me afecta, para mí no lo es. El shirn quedó callado por momentos.

—Sólo- diré- por- gracias- a- ti-: ahora- nosotros- dos- especies-. Juntas- pero- unión- no

—Comprendo.

La confesión de Xántriul le despejaba varias incógnitas. Aun sin decirlo, él entendió, que los shímpfatos los precisaban otra vez para recuperar la especie. Querían bajarla de las nubes para adaptarla al medio. Ahora se explicaba todo. Por eso atrajeron a las Estrellas hacia aquel mundo, para conseguir ahora de forma natural lo que perseguían entonces con la manipulación genética. Y por qué no, tenían derecho a intentarlo. Si respetaban la libre voluntad de las partes, no habría inconveniente. Otra cosa sería tabú, como ellos mismos decían. Desde luego, él no iba a traicionar a Xántriul. Pensaba guardar su confidencia como un secreto, salvo, claro está, que tuviese que revelarla para defender a los suyos.

El shímpfato le contó, con su lenguaje entrecortado y alguna intromisión de mente, todo aquello que él le solicitaba, salvo, como es lógico, aquellos conocimientos que Xántriul no poseía, o que eran tan ajenos a Calíguenes que no podía entenderlos.

La dualidad shim-pfato y su simbiosis, se explicaba, porque ambas especies eran complementarias. Los unos obtenían de los otros aquello de que carecían y viceversa. Lo que no dejaba de ser problemático pese a sus avances. Por eso añoraban poder refundir en uno sus pueblos como lo había sido. Para eso nada mejor que el concurso de los humanos quizá, cuyos genes ambos compartían.

Por lo que el shímpfato le explicara, haría miles de años que su especie se disoció. Y fue porque parte de ellos quedó aislada en el planeta origen y parte en el mundo gemelo. Sería la gran decadencia,- que hizo retroceder a la especie y la sumió en el oscurantismo, la razón de aquel aislamiento. Las dos partes evolucionaron de distinta manera, en medios distintos. Los unos, en ambiente hostil, primaron en la evolución síquica. Los otros, en tierras más idóneas, sufrieron un cambio menos radical.

Axónzer y Uatrozur vagaban sin impedimentos por la astronave, porque el hijo de Axoncer no iba con ellas. Él ya tenía su ocupación, la que no era otra que convivir con los demás infantes, mientras jugaban o recibían las enseñanzas de sus maestros en la planta de juegos, que de paso les servía para ejercitarse anímicamente. Desde luego que Axoncer podía andarse despreocupada aun sin llevar el sutil traje de transmisión o aunque fuese desnuda. Ya se encargaría Uatrozur de contactar con el niño y vigilarlo a distancia.

—Cómo me gustaría tener un hijo —dijo Uatrozur.

—Nadie te lo impide —repuso ella.

— ¿Que no? ¿Cómo se sentiría él ante algo así?

—Te refieres a Xántriul…

—A quién si no.

—Temes perderlo, verdad.

—Seguramente. Ello nos desligaría.

— ¿Y se lo has dicho ?

—No hace falta. Su sensaciones en mí me lo corroboran.

—Pues eso es cosa tuya. Desde luego que si intimaras con otro, con un pfato quiero decir, no es que Xántriul te vaya ignorar, pero quieras que no, quedarás ligada a tu nueva pareja de alguna forma. Es la realidad. Del dicho al hecho va un trecho.

—No sé… Y por qué ellos han de ser tan posesivos.

—Querrás decir que por qué nosotras no podemos compartir varios. Supongo que s a porque no quieren cargar con hijos que no son suyos. No lo podrán remediar. El instinto genético es muy fuerte.

—Ya…

Los insulsos salones, apenas adornados de cojines y largas esteras, se abombaban en sus paredes, donde aparecían a voluntad del paseante las visiones del exterior o cualquiera otra que ellos mismos proyectaran. El mundo gemelo aparecía en la distancia como un calco del planeta Shim, al que arribaran los humanos, y que recibía este nombre, por ser donde los shim se desligaron de la especie común. Estaba, justo al extremo opuesto en la órbita de su hermano y sólo podían divisarse de uno a otro a simple vista, en primavera u otoño. De otra forma la estrella y su resplandor lo impedían. El movimiento de ambos astros compartiendo la órbita no se explicaba sin reajustes periódicos, ya que antes o después habrían terminado por fundirse en uno solo.

—Ojalá pudiésemos volver a Shim para el encuentro.

—No te lo creas —dijo Uatrozur— Nos llevará mucho entrar al Gemelo, resolver lo que haya que resolver, y desandar el camino.

Axoncer intentó contactar con Xántriul pero la proyección a su lado se llenó de interferencias. También Uatrozur lo intentó. No hubo forma. Prefirieron creer que él no llevaría su traje en aquel momento.

—Me consuela pensar que él hace ahora lo que añoraba. Nuestro amigo Yaiszey me lo dijo —decía Axoncer.

— ¿Qué está con los humanos?

— ¿Cómo lo sabes?

—Por lo que parece no quiso decirnos nada, pero yo interferí una de sus transmisiones. Naturalmente que no se lo he dicho.

— ¿Tú crees que le irá bien con ellos?

—Supongo. Parecen gente civilizada —apostilló Uatrozur.

Uatrozur no estuvo muy acertada al poner pegas para el regreso. No había transcurrido el equivalente a medio día de Shim, cuando la astronave viró y puso rumbo de nuevo hacia el planeta.

XXXIII

Xántriul tomó tal afición a la traductora, que de no estar ante la máquina vagaba confiado por los alrededores, pues allá donde fuera llegaba con toda nitidez su parloteo. Que nadie lo buscara por las astronaves como no fuese en las comidas, y aun ni por esas, que en más de una ocasión hubo de buscarlo Calíguenes por aquel menester. Todo el mundo supo al final, que aquel que andorreaba por la colonia con aires de desvarío, en realidad no era uno de tantos, sino uno de aquellos shímpfatos de los que todos hablaban. Al principio lo observaron a hurtadillas por si acaso se incomodaba, pero al paso de las horas la curiosidad se desvanecía, por no ver en él nada más de extraordinario que no le hubiesen visto.

Como quiera que Xántriul dominara la lengua cada vez mejor, Calíguenes entablaba con él largas conversaciones, lo que era muy del agrado del shim. Supo por ejemplo, que al mundo de Shímpfatos no le era suficiente la luz de la estrella y en tomo a él giraba un pequeño sol, que por sus características sería artificial a todas luces. Mantener algo así en funcionamiento les costaría lo suyo. Seguramente por eso habrían querido asentarse en los nuevos planetas. La verdad, que el shim no estaba muy al tanto de aquellas cosas ni le preocupaban más que a cualquiera. Él sólo era, un probo ciudadano con sus quehaceres de cada día y que raramente visitaba Shímpfatos.

Cuando el shim comenzó a hablarle de capacidades mentales y sus implicaciones, el semblante se le animó sobremanera, que más pareciese que se transformaba. No en vano era aquel su ámbito de estudio. En principio, Calíguenes asimilaba todo aquello a la sicología, pero pronto entendió que no eran comparables ni por asomo. Dónde encuadrar por ejemplo, la comunión mental del pueblo shímpfato. Aquella red espontánea de comunicación siempre viva, y cuyo efecto se acrecentaba en cada cual con el paso de los años, como ocurre con la madurez o la sabiduría…

Otras cinco jornadas transcurrieron hasta la venida de la delegación símpfata; resultando ser más numerosa de lo esperado. Su nave, junto a dos más pequeñas, fue cayendo desde la altura, hasta quedar suspendida en el aire, justo entre la traductora y el campamento. De su vientre surgió un cilindro color plata, que se alargaría hasta tocar tierra. El tramo inferior de éste, se abrió, y una mitad inició el giro replegándose en la otra. De allí comenzaron a salir los shímpfatos, en tal número, que su afluencia parecía no tener fin. El grupo se posicionó ante la traductora, y el cilindro volvió a envainarse dentro de la nave, que se desplazaría un tanto. La gran trompa bajó de nuevo, para depositar la máquina esta vez. Era semitransparente, o de material ahumado, de forma prismática, y más o menos de la misma altura que la traductora.

Xántriul comenzó a dar voces bajo las compuertas de la Estrella I, y así lo anunciaba, pues aunque supo de la venida, no había podido precisar la hora con exactitud. De más se lo habían comunicado sus compañeras, y tal vez fuese esto la causa de su regocijo. Ellas estaban allí;

No supo a que carta quedarse: si permanecer en el grupo de los humanos o marchar con los suyos. Al cabo se lo pensó; mejor comenzaría con sus anfitriones hasta ver qué pasaba.

A esto, la traductora seguía impertérrita en su desglose del diccionario, mientras la máquina extraña ante ella, pareciese que esperara turno.

De pronto, el aparato se iluminó interiormente, con gran sorpresa para todos, pues estaba vacío. De inmediato comenzó a traducir uno a uno los giros y vocablos que la máquina humana iba proponiendo, y las palabras símpfatas hendieron el aire, rotundas y sin vacilaciones. Al tiempo, en el espacio entre ellas y la astronave aparecía, sin más soporte, la materialización visible de los significados, que no siempre eran los mismos que los de su homóloga, y ni siquiera, de entre ellos, todas las imágenes eran entendibles.

Puestos los ojos en la altura, el grupo humano casi al completo, observaba con admiración, pese a no entender del todo el objetivo de aquella parafernalia. Al frente, se sentaban en semicírculo los principales de ambas Estrellas, y Xántriul junto a Calíguenes y el comandante. Belaura del otro lado, Nanda y Noyndia.

—Sólo- que- repita- una- vez- basta- —dijo el shim.

— ¿Quieres decir, que sólo con eso vuestra máquina asimilará nuestra lengua sin ningún problema?—le preguntó Calíguenes.

—No-. La- máquina- no-. Ella- sólo- escucha- y- habla-. Nuestramente- es- su- mente-.

—Por eso… —dijo él, la mano en ante la boca—. De todas formas veo difícil un aprendizaje tan espontáneo. Posteriormente, por mediación de la máquina, es posible.

—Sólo- una- persona– no-. Muchas- a- la- vez- sí-.

—Puede…

La verdad que no lo entendía. Seguramente quiso decir que la puesta en común era más rica. A todos a la vez nada se les escapaba. Y de estar conectados entre sí, según todos los pronósticos, era como disponer de muchos traductores, aunque cada cual tuviese sus lagunas. Éstas no podrían ser siempre las mismas. El resultado global sería válido.

—Entonces, ¿no te necesitaremos como traductor?

—Ya-locreo-. Muy- difícil- para- nosotros- hablar- sólo- palabras-. Pfatos peor- que- shim-.

—Menudo galimatías.

— ¿Cómo?

—Mucha complicación.

Desde luego, como al final no hablaran todos la lengua humana, bien difícil sería comunicarse. Complicado lenguaje el de aquella gente. Las palabras apenas se repetían, y de hacerlo formaban parte de otras. Los vocablos se iban engrosando más y más hasta un punto, para comenzar de nuevo con otros, que sólo eran simples sílabas, y así sucesivamente. Aparte de que era la primera vez que ellos escuchaban muchas de sus pronunciaciones, por si fuera poco no pocas de las voces no encontraban traducción.

Aquel remedo de dialogo entre las máquinas terminó al fin. Cuando esto ocurrió bien tarde que era ya. Pese a todo, pasó rápido. Tal celeridad fue debida a que el ritmo pausado de la traductora, apremiada sin tregua por la máquina extraña, comenzó a acelerarse de unas maneras, que al parecer sólo las máquinas podían seguir aquella sucesión tan frenética.

Como colofón, el aparato shírnpfato daría comienzo a un espectáculo singular. De pronto, todo el entorno y hasta las montañas y el cielo cambiaron de color. Si la tarde tomaba ya los tintes rojizos previos al crepúsculo, se tomó de azul. De éste derivaría en progresión hacia el añil y luego al violeta, que se fue ennegreciendo hasta que todo quedó a oscuras.

La traductora se silenció pese a haber recomenzado su retahíla. Aquel programa de su colega hizo que se colapsara, incapaz de seguirla. Tras el negro paréntesis, la oscuridad se deshizo en un rojo bermellón por el cielo y las montañas, mientras las cercanías y toda la colonia se pintaba de amarillos, carmines, y la gama de verdes y azules al completo, que caían como de un spray sobre los congregados. Luego fue el no va más. Aquella sinfonía de colores se ejecutaba en mil cambios, tonalidades y acompañamientos, que eran mucho más que una música, pues más que eso sentían pese a la ausencia de sonidos y su profusión de imágenes. La gente quedó arrebatada en un éxtasis rayano en lo sobrenatural, y permanecía en silencio, sin poder desligarse del prolongado clímax. Acto seguido, se escenificaba ante ellos cualquier situación u ocurrencia, pretérita o futura. Igual estuvieron en batallas, que en palacios y grandes castillos, ciudades, espacios… y aun vivirían todos los cuadros que imaginarse pueda. Pero seguro que aquello era poco, pues pudieron verlos después de manera simultánea, desde lo más lejano a la media distancia, e incluso ante sus propias narices.

Al final alguien habló, porque ya no podría callarse:

—Yo firmaba ahora mismo por quedarme así, si no comiera ni bebiera.

—Cómo puede ser esto —se maravillaba quien estaba a su lado—. Que yo vea de una forma tan real aquello que me imagino, como si ocurriese de veras…

—Lo mismo que yo. Y que lo siento tal cual en mí como si lo viviese. Eso, para que nadie niegue que de ilusión también se vive.

Xántriul contempló toda la película repantigado en su asiento de la forma más natural. A saber si veía lo que los humanos. Quizá, mientras tanto él contactara con sus compañeras, de lo aburrido, como aquel en la sala de un cine cuyo programa no interesa. Quizá desease el final para salir pitando a buscarlas a ellas.

—Amigo Xántriul, esto es realmente bello. Muy artístico y emocionante-dijo Calíguenes.

—Sí-. Pero- según- cada- uno-. El- arte– sugiere-, tú- interpretas-.

Aquello era hablar con modestia. Una cosa era el arte, y otra el arte para aquel arte. Calíguenes barruntaba, que aquello no era ni mucho menos un resultado de su tecnología sino de sus propias potencialidades.

— ¿Qué vendrá después, Xántriul?

—Seguro- nuestra- historia– y- presente-.

—Cómo lo sabes.

—Es- lógico-.

— Muy largo va a ser, no.

—No- hay- tiempo-. Los- pensamientos- avanzan- según- cadauno.

—Ah…

Hubo una pausa

Tras de aquel alarde, la luz de la caja símpfata palideció. La traductora, por no ser menos, quiso corresponder de alguna forma, y proyectó holográficamente todo un escenario y una danza. Aquí sí que hubo sonido, color, y movimiento, como debía de ser, y pese a su modesto aparato y envergadura, todos aplaudieron. También los shímpfatos, que al parecer encontraban el espectáculo muy artístico y original. Como de no haber presenciado nunca tal cosa. El aplauso de los Shímpfatos consistía, en un prolongado siseo, que los otros interpretaron por contra, como una señal de desaprobación.

— ¿No ha gustado a tu pueblo nuestro espectáculo?

—No-, ¿por- qué-?

—Parece que abucheen en lugar de aplaudir.

— ¿Por hacer ssiii…iii…? —Calíguenes asintió—. Paranosotros- dice- bueno-. Muy- bueno-.

Habrían de estar próximos a la medianoche, cuando la función tocaba a su fin. A su término, los shímpfatos abrieron paso, y del grupo surgieron cuatro individuos que traían en una especie de parihuelas a un viejo, de lo más feo y desgarbado que imaginarse pueda. Era de piel parda, acartonado, patilargo como un saltamontes, y hasta su cabeza se les parecía. Cuatro más los flanqueaban, y otro iba detrás. El grupo avanzó justo hasta las máquinas.

Aldés Zarela no pudo menos que ponerse en pie.

—Qué hacemos ahora, Calíguenes. Éste se volvió hacia Xántriul.

—Qué hacemos, Xántriul.

El shim movió su cabeza en dirección al mayor.

—Él- debe- ir- hasta- ellos-.

—Y tú también has de ir, eh.

Xántriul no dijo nada.

Belaura se les acercó.

—Por favor Mayorzarela, dígales, que no he tenido arte ni parte en la muerte de aquel shímpfato.

—Por Dios Belaura, olvídate ahora de esa nimiedad, que tiempo habrá para ello y otra situación más oportuna.

El shim terció:

—No- lo- crea-, señor- Aldés-. Cualquier- punto- es- bueno para- comenzar-. Puede- ser- buena- excusa-.

Aldés Zarela y el shim fueron hacia los embajadores.

— ¿Quién es este anciano, Xántriul?

—El- gran- representante- de- la- especie- antigua-. Uno- de sus- sabios-.

— ¿Pues donde están ellos?

—Por- cualquiera- de- los- mundos-. En- ninguno- moran- y por- todos- vagan-. Siempre- viajeros-.

Los otros frente a ellos permanecían a la espera. Aldés comenzó a hablar a Xántriul por que les tradujese sus palabras, pero el anciano que no le quitaba ojo, movió su boca y dijo:

—Yosé-Biendiceél-Nosotrossusancestros-.Ellososparecen.

Casihermanos-.

Qué bárbaro. Pero si ya habla nuestra lengua… —se dijo Aldés— ¿No será que ya se la conocía?

El shímpfato mayor volvió a hablar:

—Yonoconocíahumanospersonalmente-. Sóloahora-.

Pues anda…, si nos llega a conocer… —pensó para sus adentros.

—Tiempohabrá-chapurreó el anciano.

—Yo soy, Aldés Zarela Wintes. ¿Cuál es su nombre, señor?

El anciano comenzó a reír, al tiempo que abría su boca, desdentada y pálida.

— Xántriul, por qué se ríe.

—Seguro- porque- su- nombre- no- dice- nada.

— ¿Pues qué habría de decir?

El anciano se identificó:

—Yosoy-Aquelnexodeestirpes-Padrezirdal-Ydelosshimpfatos-

El comandante quedó atónito. Él no podía asimilar tanto dicho en tan poco espacio. Meditó un momento, y dijo:

— Pues según eso, yo soy, Aquelconductordeespacios Padrehumano y Mayordeastronáutica… No podrá negármelo. ¿Y cómo suelen llamarle de forma coloquial, señor?

—Scropbim-. QuesignificaElSabio

—Queda bien… a mi humilde entender. Aunque no dudo que el nombre completo hace justicia a sus honores —dijo Aldés Zarela.

"Aquel…" ladeó la cabeza y miró con ojos atravesados.

— ¿Quéeshonores-, Xántriul-?

—No- conozco- la- palabra-, señor-.

El comandante se lo dijo:

—Indica, señor, que sin duda es algo meritorio en usted. O sea, que se lo merece.

—Nadatienequever: Yoyasoytodoeso:

—Muy humilde de su parte. Pero no creo, que un puesto como el suyo pueda ocuparlo cualquiera.

— ¿Quéeshumilde;-Xántriul?

Aquel dialogo, de puro pesado decayó de motu proprio. Más estuvieron de acuerdo en festejar la alianza, que en persistir con aquel cuestionario que bien podría alargarse toda la noche. A instancias del comandante, El Sabio accedió en reconsiderar el incidente del río y revisar la sentencia. Tal inmediatez por parte de Scropbim, él lo interpretaba, como que todo no fuera sino un hábil subterfugio para implicarlos con ellos.

XXXIV

Todo el mundo pasó al circular, salvo algunos de los símpfatos que fueron a su astronave. Al fin Xántriul pudo verse con Axoncer y Uatrozur, y tras su entrada los tres se aposentarían en una mesa.

El problema que ahora les sobrevino no era de fácil solución. Cómo festejar nada, si no disponían de bebida ni manjar alguno para ofrecer a aquella gente. Seguro que de haber sabido que eran tantos, a lo mejor se los preparasen. No podían pretender que de lo reservado a Xántriul hubiese para todos. Como mucho y con aprietos puede que alcanzara también para sus compañeras. Sin embargo, bien pronto saldrían del atolladero. La solución les llegaba de unas grandes valijas, que al poco llevaron hasta allí los porteadores símpfatos, con sus viandas.

Nada más entrar los foráneos, aquellos que los llevaban se quitaron los trajes, que resultaron ser más sutiles de lo que todos creían. Uatrozur se abrió los cierres sobre los hombros y el ajustado protector le cayó a los pies, como si una holgada vestidura hubiese sido. La naturalidad con que hizo aquello, no la libró de los ojos ávidos de los humanos, que creyeron que la pfato se desnudaba. Mas, una larga túnica, tan larga como lo era ella, fue tomando las veces del atavío en su caída, tapándola de negro. Uatrozur, remarcadas sus formas, se inclinó hacia los pies, abrió los cierres, y se sacó la prenda. Luego la dejó sobre una silla. Axoncer, junto a ella, no haría otro tanto, porque no la llevaba. Sí que vestía no obstante la misma túnica, sólo que ésta era de color rojo.

La altura y las líneas estilizadas de Uatrozur, con su pelo negro hasta la espalda, los ojos grandes,, su boca y la nariz rectas, contrastaban con la estatura media de Axoncer, sus formas pródigas y el rostro redondo. Ella tenía el pelo casi rubio y recortado justo bajo las orejas, y de no girarse, sus ojos rasgados miraban prestos sin inconveniente. Más de uno, que no estaba al tanto, de mirar a aquella gente quédaría perplejo, pues se le antojaba ver a familiares y conocidos, cuando jamás los habían visto. Hubo algún pertinaz que se empeñó, se fue hacia ellos y se llevó el chasco. Al final harían caso omiso y hasta les dieron la espalda por si aquello fuese una burla. Aquel ágape a dos bandos terminó, y más de uno de los visitantes ni probó, bocado. La música dé ambiente les impresionaba si no es que los embotó, y no ya por lo exótico para ellos de aquella fórmula, sino por entrarle por los oídos; que nunca los usaran para cosas así.' Si acaso, algo que le pareciera, les surgía en su interiox y de igual forma lo gozaban unos con otros. El baile, ni que se diga, que ninguno supo desentrañar el misterio. Quizá, sólo Xántriul lograra una tímida aproximación. Pero empeño sí que le puso. Como ninguna de sus compañeras quiso ser cómplice de aquel disparate, el shim se cogió a Belaura, quien lo acompañaría por no hacerle aquel desprecio.

Calíguenes quedó solo en la mesa. Frente a frente con las símpfatas, ellas pendientes de los danzantes, las observó a su antojo. Pudo ver que no llevaban alhajas, y que sus vestidos eran rectos y sin adornos; sus mangas, holgueras, sólo cubrían hasta medio brazo y el escote les bajaba poco menos que a la cintura. Fijándose bien, descubrió, que dell cuello de Axoncer pendía por un hilo lo que parecía un dado. Era de color amarillo, y más pequeño que los que Belaura y él poseían. Ni corto ni perezoso metió su mano en el bolsillo, rebuscó, y apretó el suyo. Al tiempo dijo:

—Axoncer…

Más ella, ni se inmutó, ni dio muestras de haberlo recibido.

Belaura, que pese a la música oyó entre sus pechos el nombre, quedó estupefacta. Luego caería en la cuenta. Extrajo el dado de su escondite, lo comprimió, y dijo:

—Se ha equivocado de sintonía, señor, Axoncer no es aquí.

Y la pareja continuó con la danza, medio enredados en su intento de acoplar los pies.

—Por- qué- Axoncer- no- es- aquí- —preguntó Xántriul.

—Porque está allí.

Xántriul miró hacia la mesa, y sus compañeras le sonrieron.

—Sí-, está- allí-. Y- qué-.

—Pues que también podría estar en la misma mesa con Calíguenes. Como él está solo…

—Si- tú- quieres-, vamos-—Ella sonrió.

— ¿Ahora que le voy cogiendo el truco…? No. No tengas prisa.

Calíguenes, nervioso, miraba ya a la pareja ya a las dos shímpfatas. Al final, ellas acabarían por mirarlo a él y abrieron sus brazos en señal de saludo. Cómo vería tal gesto Calíguenes, que se levantó y fue hasta su mesa.

—Qué tal, ¿lo estáis pasando bien?

Las dos se miraron entre sí, sonrieron, y Axoncer chapurreó:

—Tal-, bien-.

Sin más preámbulo él se sentó a su lado.

— ¿No bailáis?

— ¿Bailáis-? ¿Como- Xántriul-? No, no—Axoncer se echó reír.

Cuando Belaura fue consciente del paso milagroso de Calíguenes a la otra mesa, dio el baile por terminado. La pareja abandonó la pista y ambos se sumaron al novísimo trío.

—Desde luego eres un caso, hijo. No se te puede dejar solo. Y de más deberías saber que los dichosos transmisores van por parejas.

—Pero qué hablas… Pulsaría el dado por casualidad.

— ¿Y el nombre? ¿También lo pronunciaste por casualidad…?

—Ah, no sé. Yo no sé nada de eso.

—Mejor no hablar, que a ellos no les importan nuestras cosas.

—Sí- importan- a- nosotros-. Gustamos- saber- qué- es- dado-, y qué- es- nombre- porcasualidad —dijo el shim.

Pese a todo, Calíguenes osó sacar el cubo. Sus mejillas se habían sonrojado.

—Quise saber si funcionaba con ese otro—Señaló hacia el cuello de Axoncer-Xántriul se echó a reír-

—Dado- de- Axoncer- sólo- adorno-. Ella- no- lo- necesita-.

Belaura parecía que fuese a estallar por el sofoco. No pudo callarse:

—Pero qué embustero eres, hijo.

—Sí, ya verás… Aún no he tocado a ninguna, que yo sepa. Lo que tú… Que se lo digan a él, si no.

—Por- qué- vosotros- mal-. ¿No- es- bueno- el- baile-, no- es bueno- comunicación-?

—No es eso Xántriul. Es que él dice una cosa y hace otra.

—Mejor- todo- en- paz-

XXXV

La larga entrevista que sostuvieron a solas Scropbim y Aldés Zarela, tuvo un testigo de excepción: Xántriul.

El comandante había dejado en suspenso todo lo referente a la consulta popular y el autogobierno, porque, consideraba, que la relación entre ellos y la nueva especie, no podría excluirse de sus principios. Ello también dependería, cómo no, de cómo la entendieran los otros. Era necesario aclarar, si es que ellos sólo buscaban cierta colaboración y la coexistencia, o por el contrario, convivir con ellos con todas sus implicaciones. De ninguna de las maneras los humanos se plegarían a sus designios. O el contrato era de igual a igual o no había acuerdo.

—Nuestro principio básico es la libertad —decía el comandante—. Y de él deriva el resto. Nos consideramos iguales porque así lo queremos, sin que nada ni nadie nos lo imponga. Es nuestro contrato social que nos constituye como grupo y Estado, quien legitima dicha igualdad y la justicia. Para nosotros el poder es de todos, aunque lo ostenten los representantes que entre todos elegimos. A eso se le llama democracia.

Scropbim que lo escuchaba con atención, en este punto dijo:

— ¿Exactamente-, qué- es- democracia-

Xántriul no aguardó a que el comandante lo explicara. Creyó que era su cometido.

—Significa-, señor-, como- dice- señorAldés-, que- el- poder- noes- de- uno- ni- de- pocos-, sino- de todos-.

—Pero- pocos- ejercen-. Y- deben- ser- los- mejores-.—El comandante se encogió de hombros.

—Cómo saber eso. ¿Y si los mejores no quieren asumir esa responsabilidad?

—Es- su- deber- -repuso El Sabio.

—Pese a ello, la libertad está por encima.

—Extraña- libertad-, sin- deber-. ¿Un- padre- no- será- padre? ¿El- sabio- se- hará- tonto-? ¿El- científico- puede- no- ser- científico? Todos- darán- lo- mejor-, no- lo- peor- o- más- fácil-.

—Aun así, la libertad es sagrada. Y no siempre el mejor es considerado como tal.

—Qué- es- sagrada —preguntó el zirdal.

De nuevo el shim se adelantó:

—Más- o- menos-, quiere- decir- intocable-. Algo- así- comotabú- —dijo vuelto hacia el anciano.

Scropbim quedó pensativo unos momentos. Sus grandes párpados se abrieron y cerraron varias veces y alargó su brazo huesudo hasta la botella de agua. Apenas se mojó los labios y dijo.

—Olvidaba-, que- ustedes- no- disponen- de- la- transmente-. Nosotros- podemos- saber- los- pensamientos- de- nuestrossemejantes-. Pocas- veces- nos- equivocamos- en- ello-, aunque- aveces- la- mala- voluntad- pueda- ocultárnoslos-. No- entendemosque- alguien- no- quiera- o- no- le- convenga- el- bien- de- todosporque- todos- somos- uno- en- ese- sentido-, y- a- todos- nos aprovecha-. Nadie- habrá- de- explicamos- que- es- el- derecho- oel- deber-, porque- son- saberes- comunes- que-muy- pocosignoran-. Lo- que- no- quiere- decir- que- cada- cual- no- dispongade- su- propia- individualidad- y- sus- capacidades-.

El comandante frunció el entrecejo y miró a Xántriul.

— ¿Por qué, entonces, este shim llegó hasta nosotros en un estado tan lamentable, desprotegido de los suyos, si su sistema es tan perfecto?

—Perfecto-no. Nada-hay-perfecto-Afortunadamente-.

Aldés Zarela no insistió más. Luego dijo:

—Me gustaría, que ahora expusiera usted sus principios, pues algunos deben tener… -El comandante abrió los brazos.

—Nada- está- escrito-, y- lo- está- todo-… En- nuestro- interior-.

— ¿Debo suponer, entonces, que nuestros principios les son válidos? Pues usted no especifica ninguno… También nosotros los llevamos dentro, y los aceptamos.

El zirdal lo miró con mansedumbre, y parecía hacer un esfuerzo al contestarle:

—Todo- lo- bueno- lo- es- para- todos-, seamos- de- aquí- o- delos- confines- del- cosmos-. Sólo- cambia- su- oportunidad- y- susmedios-. Pero- sí- puedo- darle- dos- máximas-: salvaguardar- lavida- y- no- a- la- violencia-.

— ¿Y el resto? La libertad, la colaboración, el respeto mutuo… -De- todo- eso- se- compone- la- verdadera- vida-.

—También pudiera ocurrir que unos vivan bien y otros mal.

—Pero- en- ese- caso- existiría- la- violencia-.

Cuando Scropbim dio por terminada su interlocución, a un gesto suyo, Xántriul abandonó la sala, y entraron los porteadores para llevárselo. Aldés Zarela quedó un tanto confuso y casi defraudado. Él pensaba que habría algo que discutir y algún desacuerdo, pues se trataba, ni más ni menos, que de establecer unos principios básicos de convivencia. O el anciano realmente era sabio, o los conocía mejor de lo que él pensaba. Visto aquello, el comandante concluyó en que las dos especies habrían de acatar los principios y las normas de ambas. Sí es que ellos las poseían.

Por deseo del mayor, Xántriul no se fue. Lo requería el tiempo necesario para que le aclarase ciertas cuestiones. El shim podía hacerlo ahora sin reticencias, el tácito acuerdo que acababan de estrenar se lo permitía.

Habló al mayor del deseo símpfato de mezclarse con los humanos, si es que ello fuera posible, y de poblar el mundo Shim. Por él supo el comandante de la existencia del mundo Gemelo; no despoblado como aquel y nueva morada de los shímpfatos.

—Por lo que dices, todo parece indicar que nos esperabais.

—Puede- ser-. Es- algo- que- desconozco-. Sólo- sé- lo- que luego- se- comentó-.

—Pues de ser eso, aquello fue una injerencia… ¿Usted diría que fuimos forzados a venir aquí?

—No- lo- sé-. Ustedes- fueron- libres- al- hacerlo-, supongo-.

—Pienso, que no llegamos aquí por azar, alguien nos reclamó.

— ¿Reclamarles-?

—Sí. Algo atrajo hasta aquí a nuestras naves.

—Puede- ser-. Pero- ese- reclamo- bien- pudo- ser- accidental-.

No- creo- que- pudiesen- esperarlos-.

Aldés Zarela calló. Tampoco veía necesario ahondar tanto. Si habían conocido aquel mundo, sólo era, gracias a aquel incidente. Y a él le alegraba. No que de seguir hasta el objetivo marcado, quizá llegasen a un lugar desierto u hostil, y volverían con el rabo entre las piernas.

— ¿Cómo es, Xántriul, que los mundos gemelos están aquí, cuando nada los hacía sospechar? Pues no encajan en un sistema como éste.

—Ah- señor- Aldés-, no- me- pregunte- eso-. Poco- sé- yo- de esas- materias-.

—Quien no lo puedo saber soy yo.

—Siempre- se- nos- dijo-, que- los- zirdal-, nuestro- pueblopadre-, poseían- desde- antiguo- una- cultura– y- conocimientos-, que- en- algunas- de- sus- facetas- no- han- sido- superados- aún-. Los- mundos- gemelos- constituían- un- planeta- doble-. Ellosencontraron- la- forma- de- desligarlos-, y- aprovechar- latransformación- para- que- ahora- estén- donde- están-. Es- lo- queme- enseñaron-. A- más- no- llego-.

Aldés Zarela se arrellanó en su asiento, considerando, que el shim, pese a su modestia, no se explicaba mal.

—Y el señor Scropbim es uno de esos zirdales, no. Xántriul se puso a reír.

—Viejo- es- desde- luego-, pero- no- tanto-, sino- uno- de- susdescendientes-, digamos- puro-. Nosotros-, los símpfatos-, venimosenrazados- en- cierto- modo- con- ustedes-.

—Ya… ¿Y cómo se explica que a nuestra llegada no detectásemos el mundo Gemelo?

—Supongo- que- por- estar- del- lado- contrario- de- la- órbita-.

—Entiendo… Y supongo, que éste, que está deshabitado, sirve de señuelo, y protege al otro… A lo mejor es verdad y aquello que nos ocurrió sólo fue por esta causa.

—Lo- desconozco-. De- todas- formas-, no- siempre- el- mundoShim- estuvo- deshabitado-.

—A propósito, qué recursos vivos posee. Hasta ahora, sólo hemos visto vegetales. Y al parecer no son muy compatibles con ustedes ni con nosotros. En cuanto a animales no parece que existan, que sepamos.

—No- es- como- cree-. Es- cierto- que- los- animales- terrestresautóctonos- no- existen- ya-, sin- embargo- sí- que- hay- losintroducidos- por- nosotros-. En- la- colonia-.

— ¿Una colonia…?

—Una- extensa- reserva- vegetal- y- animal-. Todo- ello proveniente- de- Shímpfatos-.

—Tampoco hemos visto tal cosa. ¿Adónde está?

—Muy- lejos- de- aquí-. En- la- zona- templada- del- planeta sur-.Allí- existe- el- único- asentamiento- permanente- deShim-. Los- demás- sólo- son- provisionales-.

—Pues vaya un panorama. ¿Y fuera de ahí, ni siquiera hay peces o insectos?

— ¿Insectos-?

—Claro. Esos pequeños animales de seis patas. Suelen ser diminutos.

—Usted- quiere- decir- "carroil"-. Sí- que- los- hay-, perosolamente- en- los- entornos- a- que- están- adaptados-. En- cuantoa- los- peces-, están- en- todas- las- aguas-.

—Por lo que veo, nos será necesario implantar nuestros propios cultivos. Y por ahora nada de fauna. Queda tan lejos…

—Supongo-. Salvo- que- puedan- conseguirse- híbridos- másafines- con- el- género– humano-.

El comandante comenzó a dar vueltas entre sus dedos a un lápiz.

—Y si en un futuro compartiésemos una descendencia común, ¿cree usted que ellos tendrían nuestros inconvenientes? ¿Y qué pasa con los zirdal?

—Nadie- puede- saber- algo así- por- anticipado-. En- cuanto- alos- zirdal-; ellos- son- compatibles- con- este- ecosistema.

XXXVI

Las intensas lluvias se desataron sin previo aviso, y lo que ellos imaginaban sólo un cambio de tiempo pasajero se prolongó durante quince días. La falta de luz y aquel tambaleo de agua, espesaban el aire como una cortina, y los vapores invadían la selva, surgiendo hacia el cielo cual efluvios de nubes deshechas. Mas la lluvia persistía, y de un ligero frescor en sus inicios, pasó a hacer verdadero frío. El luminoso trópico vino a quedarse en sombras, y el sol recalcitrante de otrora se adivinaba apenas por una difusa claridad entre las nubes.

Las dos Estrellas se ubicaron una junto a la otra, y entre ambas se estableció un pasillo puente que se cerraba envuelto en lonas. La astronave de los shímpfatos se les acercó también, y si pocas muestras habían dado de que fueran a irse, ahora sí que no daban ninguna; sus viajeros pasaron a la Estrella II al igual que hicieron los tripulantes de la otra Estrella. Desde luego, el barrizal de afuera y el tiempo desapacible no les daban otra opción que el cobijo de las naves. Incluso el campamento quedó vacío. Sólo abandonaron por un tiempo los vehículos, aquellos, que con las máquinas, procuraban el drenaje del lugar, no fuera a ser que todo saliese en andas.

Qué mejor ocasión que aquella para llevar a cabo las consultas, se dijo el mayor. Tampoco les llevaría mucho elegir un representante, conociéndose todos como se conocían más que de sobra. Sólo después, por su parte él daría por terminada su misión allí para regresar a la Tierra.

—Nanda y tú también vendréis, no —decía, rizando el rizo.

Noyndia se quedó parada y a punto de beber, con el vaso ante su boca.

—Tú sabrás… Si no, dime qué pintamos aquí… Nanda ya es mayorcita para hacer lo que crea oportuno, que no será otra cosa que marcharse; pero lo que es a mí no vuelves a dejarme en tierra.

Aldés rió porque a ver qué hacía. Al final resultaba, que él era el malo de la película, como si en el otro viaje hubiese actuado por capricho. Que a lo mejor Calíguenes sí actuó correctamente… Esa pensaría ella. Seguro que aquel desliz por parte de su hijo, quedaría eclipsado ante una aventura como aquella, tan exitosa, pero no por eso dejarían de enjuiciarlo. Todo fue bien, y eso le valía. Lo bueno era que el tiempo transcurrido jugaba de su parte, y cuando volviese, si es que lo hacía, y ojalá él lo viera, cualquier falta habría prescrito.

—Pues no cantes victoria aún, que el precepto sigue vigente —Sonrió, mirando para otro lado—. Verdaderamente no te está permitido el viaje, salvo que yo lo hiciese también como pasajero.

—Y serías capaz de no permitírtelo.

—Lo más acertado tal vez fuera, que yo renunciase y nombrara a otro en mi lugar —Apuró su vaso.

—Sí, hijo, hazlo… No sea que te encarcelen —dijo con soma Noyndia.

—Tú sabes que eso no ocurrirá. Cuando lleguemos ya seré demasiado viejo. De todas formas, casi mejor sería que yo me quedase aquí. En un viaje tan largo realmente no se vive, es como malgastar parte de la vida.

—Hablas en broma, lo sé. Pero si hablas de esa manera será porque lo has pensado

—Si no fuera mi obligación regresar, a lo mejor lo hacía, no creas. Otros pueden hacer ese viaje. ¿De verdad que tú deseas que regresemos?

Noyndia lo miró interrogante.

—Oye…, ya no sé qué pensar de ti, eh. Sabes que lo deseo con toda mi alma. Tú dime, donde está la gracia de este lugar. Pero si no hay más que árboles y gente rara: incluyendo a los que han venido con nosotros. Qué quieres, que empecemos de nuevo… Como cuando íbamos de complejo en complejo… No gracias. Es allí donde está nuestra vida, no aquí. No podemos tirarlo todo por la borda.

Aldés se la quedó mirando, sin mirar, que su mente estaba en otro sitio.

—Si he de serte sincero, tienes toda la razón. Aparte el descubrimiento, aquí no se vislumbra otra cosa que incomodidades y trabajo. Poco aparente para setentones como nosotros.

—Eso de setentones lo dirás por ti…

—No he querido hacerte vieja, mi querida Noyndia, que en mi larga primavera no hay flor más lozana que la tuya.

—A saber, cuántos oídos habrás regalado con lo mismo.

Aldés comenzó a reír y la abrazó, hasta estar seguro de que ella no pensaba lo que había dicho.

La fiesta electoral terminó, y el primer presidente para los humanos del planeta Shim, fijó su estancia en la estrella 1 de cuya tripulación provenía, por ser lugar protegido, y en tanto no hubiese otro, y porque la presidencia no habría de moverse para cambiar de emplazamiento si acaso lo necesitaban. El elegido era uno de los encargados de vuelo, persona muy popular por su buen hacer cuando instalaron la base, y de trato agradable para todo el mundo.

Quizá era eso lo que más contaba ante la gente, y que fuera correcto y servicial.

En aquel revoltijo que se originó para las elecciones, Scropbim y los suyos a todo daban el parabién sin ingerirse, pese a que el asunto les concernía. Tal despreocupación hacía pensar, que ellos tal vez se creyesen por encima de esas trivialidades, o que ya se conocían de sobra a los humanos. O ni lo uno ni lo otro, sino ambos.

El circular de descanso de la Estrella II siempre estuvo a tope mientras duraron las lluvias. Allí se conocieron y reconocieron, ya pfatos ya shim, shímpfatos y humanos, que acabarían por intimar; y no pocas parejas ínter especie nacían lo mismo que las habidas se reafirmaban. Xántriul y sus compañeras cerraron filas en torno a Calíguenes y Belaura, todos juntos, como si de siempre se conocieran; y así se les.vio, lo mismo en los salones que en cualquier otro sitio. Y como era de esperar, todos acabarían como invitados en la astronave símpfata.

— ¿Vuestro pueblo no conoce la escritura? —preguntó Belaura.

—Sí- conoce- la- escritura- —repuso Axoncer.

—Pues hasta ahora poco o nada se os ve. ¿Vuestras naves no tienen un nombre? ¿Nunca hay en ellas un indicador?

— ¿Indicador-? ¿Para- qué- sirve- indicador-? Todos- sabemosqué- es- cada- cosa-. Lo- previsionamos- y- recurrimos- a- mentecomún-.

—Ah, eso sí. Nosotros, pobres humanos, sólo lo vemos después.

Axoncer enarcó apenas una sonrisa.

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