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Los dados mágicos (Novela) (página 6)

Enviado por Fandila Soria


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—Lo- mismo- da-. En- cambio-, los- shímpfatos- nodisponemos- de- esos- escritos- tan- artísticos- que- tenéis- vosotros-, ni- somos- tan- impulsivos- o- improvisados-. No- podríamos-.

—Claro. De todo tiene que haber. Y dónde guardáis vuestros saberes.

—Nuestro- saber- está-, en- todas- las- cosas- y- en- nuestramente-.

— ¿Y los detalles pequeños?

—En- lo- pequeño- de- las- cosas-. Todo- puede- medirse-, verse, o- palparse-.

—En definitiva, que los libros no existen. No los necesitáis.

—Sí- existen- -dijo la shim molesta-. Como- cosas- antiguas-. De- museo-.

CUARTA PARTE

XXXVII

Calíguenes miró al cielo con preocupación, convencido de que aquellas no eran precisamente la condiciones más propicias para un vuelo. Sin embargo, no observaría en sus anfitriones el menor indicio de que ello les inquietase; y si parecían inquietos y se frotaban con las manos las vestimentas, sólo sería por desprenderse de la lluvia.

Quizá él se excediera en sus apreciaciones. O tal vez los otros no se paraban en esas minucias. Cuando aquella máquina echase a volar, a lo mejor no se afectaba por vientos y temporales. Scropbim nada objetó al permitirles su uso, pese a un viaje como aquel, cuyo objeto no era otro que la colonia. Y ésta se hallaba al otro lado del mundo Shim nada menos. Puede que El Sabio hubiese puesto pegas de no ir ellos también, pero ante la pareja no supo decir que no. Aquel mismo día, la pequeña nave fue sacada de la mayor, y quedó dispuesta.

Calíguenes fue a visitar a su familia, por si acaso no regresaban antes de que ellos partiesen. Digno fue de ver las lágrimas del comandante, cuando se despedía de Belaura; "que nunca fuera de ayudante tan bien servido" como le diría. Y cómo no, Noyndia les suplicaba que volviesen a la Tierra, al menos para que pudieran conocer a su nieto.

—O nieta… —dijo Belaura.

—Ya me conformaría yo con verlo como fuera, ya macho ya hembra —respondió la mujer con lágrimas en los ojos.

Un trecho tan corto fue suficiente para que la lluvia los empapara de arriba abajo. Los cinco había llegado corriendo hasta la aeronave, y al punto se agachaban por buscar cobijo bajo la cola. Los shímpfatos no dudaron en introducirse por la escotilla, lo que hicieron en primer lugar y con premura; acceder por la entrada común les hubiese supuesto otro remojón y algún traspié. Acto seguido lo hicieron ellos, que de reparar en aquel vehículo tan formidable, pensaban que dispondría de una tripulación, como era lo lógico, pero cual no sería su sorpresa al recorrerlo de cabo a rabo, y comprobar que allí no había ningunos tripulantes, como no fueran ellos.

La pequeña nave no podía ser más escueta. Constaba de tres salones a distinto nivel, y sólo el central se rodeaba de otros ambientes con ventanas al exterior. Puertas no había, o al menos no las vieron, y muebles y enseres brillaban por su ausencia. Algo que se le pareciera, como a especie de un banco, corría todo alrededor, integrado en las paredes. Sobre el asiento, los humanos constataban con extrañeza lo más insospechado: unos cojines y almohadones distribuidos de forma arbitraria. En general el ambiente resultaba diáfano y luminoso pese a que los puntos de luz eran inexistentes.

Los cinco habían entrado chorreando de agua y humedecidos, salvo Uatrozur que llevaba el protector. Una vez dentro, la pareja shim se desnudó, y Uatrozur se quitó el traje; lo que venía a ser lo mismo, pues al quitárselo, la túnica se arrastraba con él de forma milagrosa: Xántriul gesticuló, instando a los humanos a hacer lo propio; por que se secaran sus ropas seguramente.

Belaura se llevó las manos a sus partes, y dijo:

—De eso nada. Lo que es yo, la ropa íntima al menos no me la quito.

—Mejor-quitársela-. De estar- húmedo- se-puede- enfermar- – dijo Xántriul.

Ella esbozó un cómico gesto.

—Mira lo que dice Calíguenes … Qué le irá el culo al pulso…

—Culoalpulso- puede- enfermar- si- está- mojado-.

Calíguenes se echó a reír, y acto seguido comenzaría a desvestirse. Ella permaneció remisa en su tapadura, que no le era óbice para que su incipiente embarazo se hiciese de notar. Por lo que ellos inferían, y vista la desenvoltura en su despelote, la falta de atuendo en los shímpfatos sería su costumbre, si no estaban en público.

Que la nave fuese prácticamente sin nada podía pasar, pero es que ni siquiera habían visto una cabina de pilotaje o unos simples mandos. Para qué hablar de las máquinas.

Xántriul lo aclaró todo poco después al mostrarles las esferas de confinamiento. Según dijo, en ellas iba, en síntesis, cuanto necesitaban. De allí surgirían todo tipo de artefactos, vituallas, y hasta muebles.

— ¿Cómo algo tan pequeño puede contener cosas tan grandes? —cuestionó Calíguenes.

—Por- la- técnica- de- condensación-. ¿Acaso- vosotros- no- laconocéis-?

—Pues no. Al menos en ese grado.

—Nuestro- pueblo- padre-, los- zirdal-, ya- la- conocían- —dijo Xántriul- orgulloso-.

— ¿Y cuáles son sus principios?

—No- lo- sé-. Yo- no- estoy- muy- puesto- en- esos- saberes-. Setrata- de- una- manipulación- íntima- de- la- materia– y- susfuerzas- elementales-. El- resumen- de- todas- ellas-.

— ¿Entonces, domináis la fuerza última? ¿Aquella de la que todas proceden?

—Algo- así- debe- ser-.

— ¿Y la de gravitación también?

—Supongo-. Al- menos-, sus- efectos- son- controlables-.

Calíguenes,, con admiración, hizo un asentimiento ladeando la cabeza.

—No está mal…

Así pudieron comprobarlo ellos al poco, pues donde no había otra cosa sino la esfera surgió una especie de pedestal transparente cuajado de pulsadores. Xántriul ante él se lo quedó observando. En su interior aparecían uno tras otro sucesivos planos en relieve, llenos de bandas y líneas luminosas, y no pocos signos brillantes. Llegado a un punto, el shim posó sus dedos sobre un pulsador, y el pedestal en bloque volvía a reintegrarse a la esfera. Al poco la aeronave se elevó.

Aquello no fue todo. Uatrozur fue hasta el banco corrido, empujó con la mano bajo el asiento, y del hueco que se originaba surgió otra de aquellas esferas. La empujó con el pie hasta el centro de la estancia, y allí la manipularía en su superficie. De la bola salieron esta vez, una ancha mesa y cinco divanes en rededor. Cada shímpfato ocupó el suyo y los invitaron a ellos a hacer lo propio.

Sobre la mesa había unos recipientes herméticos con una boquilla cada uno. En el centro, estaba otro mayor, con varios agujeros en la parte de arriba, enmarcados de luces. Según las indicaciones de la pfato, por allí habrían de meter el dedo hasta que las luces se apagaran. Así lo hicieron, y acabada la metedura, cada cual introdujo la boquilla de su recipiente en el hueco asignado. Al momento, Xántriul dijo:

—Ya- está-. Sacadla-, y- bebed-.

Calíguenes, no muy seguro de qué se proponían, cuestionó:

— ¿Por qué hemos de hacerlo, amigos?

—Es- nuestra- forma- de- alimentarnos- durante- el- viaje- —dijo Axoncer.

— ¿Y también es válida para nosotros?

—Claro-. La- máquina- ha- leído- a- través- de- los- dedos- losnutrientes- que- cada- cual- precisa-. Y- ahora- nos- los- sirve-.

La pareja chupó, cada uno de su boquilla, y se sorprendieron gratamente. Sin duda que nunca acordaran sus bocas algo tan exquisito. Justo lo que les apetecía. Pero lo bueno era, que el sabor de la bebida les proporcionaba todos los matices a su gusto, pese a ser única.

Aún con la botella en la mano y la boquilla entre sus dientes, Belaura dijo:

—Mis felicitaciones al cocinero.

La pfato sonrió.

—Difícil- será- que- les- lleguen-. Y- muy- fácil- al- mismotiempo-, si- es- que- pudiera- oírlo-, pues- lo- tienes- delante.

—Éste cocinero no habrá de soportar las impertinencias de sus comensales. Seguro -dijo Calíguenes, dando una palmadita al aparato.

XXXVIII

Redonda y achatada como una lágrima, la aeronave hendía las alturas, tan arriba, que parecía estar inmóvil en relación a los velados confines. Sin embargo, bajo su vertical podía verse, como el paisaje se desplazaba sin tregua. Los humanos desistieron de mirar por las ventanillas, ante la visión de un océano de nubes sobre el verde farragoso. En lontananza, por el curvo horizonte, se entreveía un retazo de mar.

Calíguenes se sorprendió. Más parecía que la aeronave estuviese en órbita. No quiso preguntar a Xántriul, que le hubiese contestado como siempre con vaguedades, porque no pensase que eran unos atrasados. De todas formas, las naves humanas eran igual de efectivas, aunque más prosaicas quizá. No todo iba a ser tan sutil, que no pudiera sentirse o palparse. Porque toda aquella ciencia tan esotérica, no pensaba él que la entendiese todo el mundo. No había más que fijarse en el shim, que ante cualquier cuestión apenas se explicaba de forma general sin entender los fundamentos. Habría que haberlo visto de surgir algún fallo. Seguro que llamaba a la grúa.

Belaura y las shímpfatas subieron al salón que había arriba. Éste era casi idéntico al anterior, pero más reducido. En la pared de fondo venía proyectado el horizonte, y en las otras, Uatrozur hizo aparecer unas escenas, de ellas mismas con otros compañeros, por extrañas calles plagadas de tenderetes y unos transportes animales insólitos y rudimentarios.

— ¡Pero qué bonito! —Exclamó Belaura—. ¿Y esas criaturas qué son?

—Animales- de- transporte– —dijo Uatrozur.

—Pero si parecen tortugas… ¡Y qué grandes!

—Eso- parecerán-, pero- sólo- son- kiespi-.

—Serán…

Las tres se sentaban luego en el banco corrido, y por momentos estuvieron pendientes de las imágenes, hasta que éstas acabaron en una toma panorámica fija. Menudos cuadros -dijo para sí Belaura.

Al poco, Axoncer observó:

—Uatrozur- desea- tener- un- hijo.

—Y cómo es que no lo ha tenido ya.

—Ella- es- una- pfato-.

— ¿Qué pasa con eso?

—Mejor- que- te- lo- diga- ella-.

El rostro de Uatrozur se alargó, que no parecía gustarle que su compañera dijese aquello.

Axoncer cogió su mano.

—Acaso- no- es- la- verdad-, Uatrozur-.

—A- Belaura- no- creo- que- le- importe-.

— ¿Por qué? Qué pasa. ¿No puedes concebir? —dijo ella.

—Él- es- un- shim-. Pfato- con- shim- no- pueden- procrear-. Pese a la respuesta, ella no lo entendía.

— ¿Y sabiéndolo, cómo no le ponéis remedio?

—Cuál- remedio-.

—Anda… Cómo hay pocos… Podéis acudir a un banco de semen. O adoptar. Y como último recurso, algún pfato habrá… quiero decir…

— ¿Qué- nos- dices- Belaura-? ¿Banco- de- semen-? ¿Adoptar-?

—Claro. Una inseminación. Una manipulación para que puedas concebir de alguien que no sea tu pareja. O acoger a un hijo de otros

—Yo- ya- acojo- al- niño- de- mis- compañeros-. Y- esa manipulación- de- que- hablas- no- nos- está- permitida-.

—Pues entonces…

Fija la vista en el horizonte virtual las shímpfatas se eclipsaron y a Belaura cierta tristeza le ensombreció el semblante. ¿Serían acertados los pensamientos que le venían a las mientes? ¿Acaso, aquellas dos pretendían, que por su confianza, Calíguenes fuera el más idóneo para fecundar a Uatrozur? Pues si era eso, iban listas, que por ahí no estaba dispuesta a pasar. Por muy color de rosa que se lo pintasen.

No quiso expresarles lo que pensaba. Para qué, si Uatrozur, de querer, podía calar de sobra sus pensamientos.

Se levantó de su asiento, y dijo:

—Por qué no bajamos. Ellos nos echarán en falta.

Cada uno en su diván cara a la mesa, los cinco aventurados se distendían, y desde aquella laxitud, pareció que a los tres shímpfatos se les iba el santo al cielo. Bien distantes habrían de estar los conocidos con quien luego contactaron. Uno detrás del otro, los shímpfatos plasmaban sus visiones en la pared, a fuerza de imágenes, y a cual más extraña. A la pareja también les extrañó que compartiesen con ellos algo tan personal. Aunque lo cierto era, que nada entendieron de lo que decían, ni de lo tratado, y que tampoco tenía visos de comprometer a nadie.

Finalizadas las trasmisiones, Calíguenes quedó pensativo, y algo cortado, como si dudara. Al fin cuestionó:

— ¿También yo podría hacer eso?

— ¿Qué-? —dijo el shim.

—Contactar como vosotros.

Xántriul sonrió y miró a sus compañeras.

—Seguro- que- sí-. Pero- a- tu- forma-. La- transmente- requiere-entrenamiento– y- ciertas- dotes-.

— ¿Quieres decir, que nosotros somos negados para ello?

—Yo- no- he- dicho- tal- cosa-. Desconozco- vuestras capacidades- y- el- sentido- que- tengan-. Puedes- intentarlo-, que nada- perderás- por- eso-. Pero- a- través- de- mí-, naturalmente-.

— ¿Y cómo puedes tú contactar con mis conocidos humanos?

—Directamente- no- podría-. Pero- sí- entrándome- en- la- radioo- la- radiovisión-. Yo- sólo- recibiré- y- emitiré- tus- pensamientos-, lo- demás- déjalo- de- mi- cuenta-.

—Bueno. Siendo así…

—Has- de- relajarte- y- olvidar- el- entorno-. Piensa- luego- enaquel- con- quien- quieres- contactar-.

Calíguenes hizo lo que Xántriul decía, y pensó en su padre. Poco a poco, lo que no era más que una imaginación comenzó a concretarse. Se transformaba y se transformaba, hasta que pudo ver a su progenitor, descolgando el teléfono ante su mesa de trabajo.

— (Sí… ¿Quién llama?) —

Lo que Calíguenes sintió por dentro no era tan diáfano como estas palabras, pero él lo interpretaba de esta manera, tal que si pusiese voz a una película muda.

Él habló en sus pensamientos para decirle:

— (Papá, soy yo) —

— (Dónde estás) —

— (Volando. Según me han dicho, nuestra llegada a la colonia está próxima) —

— (Volved pronto. Nosotros ya hemos iniciado los preparativos para la travesía. No quisiera marcharme sin ver que tú quedas al mando de la Estrella. Saludos a Belaura.) —

Y el mayor cortó.

Aquello era fantástico. Le demostraba que el don para la intermente no era exclusivo de los shímpfatos. La verdad que Xántriul había sido el artífice de todo, pero algo es algo.

Las shímpfatas dejaron su diván para ir hasta el asiento, por cambiar de aires seguramente, se alargaba ya demasiado el permanecer tendidas en la misma posición. Las dos a la par se inclinaron por recomponer su cojín, y al verlas desde los divanes ellos que se emocionaban. Calíguenes se volvió boca abajo por disimular sus deseos, mas el shim quedó tal cual y sin importarle que los otros se apercibieran de sus ardores. Belaura se le quedó mirando, y en algo la turbaría, pues vuelta hacia Calíguenes intercambió con él una mirada de complicidad. Éste, al poco reaccionó, y dijo:

—Por favor, Xántriul, ¿un reservado?

—Para-…

—Para qué va a ser… Para reservarse…

—Ah-, bueno-…

El shim se levantó, y sin desmerecer en nada de su apasionamiento, fue hasta uno de los ambientes junto a las ventanas, y en un santiamén, donde sólo hubo un vano, una puerta se establecía.

La pareja entró apresurada, dejándose caer al suelo y en su mullido protector, sin reparar apenas en la estancia ni en su contenido, que a otra cosa no atendieron que a lo que atendían. Y si por atención era, ni un cabo dejaron suelto, que aquella escena daría de sí cuanto dio porque no encontraban de grado ningún desenlace.

Pese al incomodo, ella se retorcía, por mirar con la portezuela entreabierta como se la amañaban los tres shímpfatos y como era su apasionamiento.

—Desde luego, Xántriul está como para hacerle un favor.

Al pronto, Calíguenes no dijo nada. Después le preguntó:

—Y para ellas qué…

—Ah, eso tú sabrás. Tú eres el entendido —sonrió de espaldas, que él no podía verla.

XXXIX

Fue divisar la aeronave, y los cuaralinios comenzaron a darse voces y hacer señas, indicándose con sus palos, porque los animales se reunieran en el centro de la manada. Sin duda pensaron que los que venían eran compradores.

Las bestias, hostigadas, echaron a correr cerrando el círculo hasta concluir en un reducido espacio. Los ocho cuaralinios, a su alrededor, quedarían sobre sus monturas, vigilantes.

Los animales eran enormes. Tan altos como cuatro zirdalaix, tenían la cabeza pegada al cuerpo, y los ojos, uno a cada lado, redondos y oscuros, no daban trazas de que se movieran. Lo que serían las orejas, luengas y verticales, se alzaban hacia arriba como dos tubos, y lo mismo las patas, que eran igual de erguidas. Los jinetes los montaban en unas reposaderas, como jaulas, que más que por su gusto parecían ir presos.

Cerca de los bosques se dejaron caer una especie de grandes pájaros, que planeaban a trechos mientras corrían. Para ello, desplegaban en abanico desde la cabeza, su única ala, lo que no les permitiría girarse para observar, hasta estar parados. Su cuerpo era robusto y redondo, y las patas largas y musculosas.

Nada más descubrirlos, los zirdalaix les dieron voces y hacían aspavientos hacia allí porque se fueran.

— ¡¡Eeeiii…!! ¡¡Eeeiii…!!

Las zancudas ni se inmutaron. Se sabían más veloces, y su alimento no era otro que pequeños animales y carroil. En nada competirían con ellos, y si acaso los cuaralinios no los soportaban, era, porque a veces, hasta allí llegaban planeando sobre sus lomos los ladrones de ganado. Propiamente no eran cuatreros, sino algunos esquilmados, que por circunstancias habían perdido todos sus animales.

Todavía en el aire, los cinco venturosos miraban por las ventanillas, mientras el vehículo efectuaba de su cuenta las maniobras de aproximación. En aquel momento iba hacia los pastizales con lentitud y a baja altura. Una gran extensión de prados, contrastaba con los bosques gigantes a sus orillas, y en uno de sus extremos se extendía una laguna casi redonda. Más allá, un altozano cuajado de matorrales, y otra vez los árboles.

— ¡Qué barbaridad! —Exclamó Belaura—. ¿Qué se supone que son, Xántriul?

—Te- refieres- a- ellos-, o- a- los- animales-.

Si ella no se había fijado, ahora sí que lo hizo. Los jinetes tenían la piel requemada por el sol, y tan oscura como el chocolate, sus miembros eran largos y huesudos y su cabeza ancha, lo mismo que los ojos y la boca. Nada más verlos, le vino al pensamiento Scropbim; pero dónde iba a parar, sus características ni podían comparársele. De los jinetes pasó a las monturas. Aquellas bestias eran tan altas como la aeronave, y sus cuerpos anchos en extremo y muy voluminosos. Rabo no tenían, o por lo menos, ella no se los había visto, y su boca habría de cerrarse a la perfección pues no se le notaba. Las sillas de los zirdalaix eran espaciosas, y se aseguraban al animal sobre un entrante que éste poseía entre los lomos.

Xántriul le explicó:

—Ellos- son- los- cuaralinios-, que- significa-, los- primeros habitantes-. También- se- llaman- a- sí- mismos- los- zirdalaix-, o sea-, los- zirdal- independientes-. Nunca- quisieron- salir- de- sumedio- ni- abandonaron- la- región-, y- aborrecen- la- tecnología. Su- cultura– apenas ha variado- desde- la- época- del- oscurantismo-, un- largo- periodo-, en- que- la- civilización- vino- a- decaer- hastala- barbarie-. En- cuanto- a- los- animales-, estos- son- los- búrgan-. Ya- ves- como- son- de- dóciles-, aunque- no- muy- agraciadosfísicamente-.

— Cómo se las apañan para comer con esas patas y sin cuello — preguntó Calíguenes.

—Esas patas pueden flexionarse bastante más de lo que parece. Y bajo la cabeza llevan enrollada una larga trompa, que sólo es visible cuando la utilizan.

La aeronave se posó ante la manada, y Xántriul fue a parlamentar con uno de los jinetes. El zirdalaix desde su altura, él desde abajo, hablaron a gritos, y algún desencuentro habría, pues el cuaralinio dio una estrechada sobre la montura y se encogió de hombros. Acto seguido silbó, y agitó el garrote en dirección a sus compañeros. De inmediato las bestias se echaron a correr como en una estampida.

Antes de dejar la nave, Calíguenes preguntó al shim, por si acaso fuera su costumbre, si habrían de bajar desnudos. Desde luego, que después de su experiencia, a ellos ya, casi les daba lo mismo.

—No- es- lo- recomendable- -dijo Xántriul, y al decirlo miró a la pfato.

Belaura no lo entendía. De estar solos, qué más daba. Aparte de que había visto a los jinetes tan desnudos, que no creyó que llevaran vestimenta de ningún tipo. Aunque el negro de su piel tampoco era para distinguírsela precisamente.

En cuanto bajaron, lo primero que les llamó la atención fueron las zancudas. Desde lejos, las observaron moverse y planear de un sitio a otro, que más parecían jugar. Si estarían puestos en aquellas faunas los humanos, que las creyeron planeadores, y el sitio en donde estaban, un campo deportivo.

Por fin, la laguna. El tono verde azulado de sus aguas les atraía, siquiera fuese por su desentono con el paisaje. Salió el sol y el gran charco brilló, reflectante, cual espejo redondo de colosales proporciones. A sus orillas todos se desnudaron, incluso Uatrozur. Para qué más protección si se metía en el agua. Y eso fue precisamente lo que ella hizo. Los otros, con ganas de zambullirse, la siguieron. Belaura se asoció con el shim, y los dos nadaron laguna adentro. Los otros serían más parcos. Pronto dieron por terminado el remojón, para ir a descansar bajo las sombras. Al rato, ella y Xántriul salían juntos. Sin detenerse, anduvieron de seguido hasta los árboles. De allí a poco, y como quien no quiere la cosa, se les vio desaparecer bosque adentro.

Calíguenes encajó los dientes, y la rabia lo atenazó sin poder evitarlo. Al cabo, se distendía ante la visión de las shímpfatas, que exultantes, yacían en abandono sobre la tierra. Sin pensárselo mucho, se arrellanó con Uatrozur, tan larga que ella era, y se alargó cuanto pudo hasta cubrirla. La pfato se desgañitaba, gritando como una posesa, y él que la poseía acabó por obligarse de aquel motivo.

Axoncer se fue hacia el agua al primer escarcen, y ya casi sin fuerzas por mantenerse a flote, vio como los otros se sosegaban. Llegó hasta ellos y se dejó caer cuan larga era bajo las sombras. Poco impedimento pondría, cuando Calíguenes, esta vez contra ella, volvió a la carga. Las dos compañeras, por la misma enajenación, reposaron, que como tales quedaban tendidas, anchas y largas sobre la tierra.

En aquel punto, los dos aventurados volvían de su retiro. Belaura, extrañamente feliz, se cogió a Calíguenes.

—Al final lo has conseguido -dijo él.

—El qué.

—Yacer con Xántriul. No creas que no me haya dado cuenta.

Pude observar como caminabais cogidos por la cintura.

La mujer se estiró y anduvo callada un trecho.

—Pues la verdad, no creo que a ti te importe mucho. Vi como te abrazabas a esas dos, y no me pareció que jugarais precisamente. Calíguenes torció el gesto.

—Y que bien esté. Y todo sea por no contravenimos. Ella entonces, se volvió.

— ¿Sabes? Ya no veo a esta gente como unos extraños.

—Y sus descargas eléctricas qué. ¿Ya no te asustan?

Belaura quedó perpleja. Luego, entreabriendo los brazos, y dijo:

—Qué descargas… ¿Lo dices, porque has sentido las de Uatrozur tal vez, o por las de Axoncer?

—A lo mejor.

XL

A partir de allí, sobrevolarían el territorio en dirección a Dorul, la única ciudad costera y quizá la más cosmopolita.

Desde arriba se divisaban algunas construcciones, dispersas acá y allá sobre los campos, que más daban la impresión de provisionales. Muy pocas gozaban de accesos, y se erguían en posición irregular, como dejadas caer en aquel punto; eso, si no es que fueran prefabricadas. Más allá, verían a lo lejos pequeñas aglomeraciones, para comprobar al acercarse, que no eran sino ranchos o centros de experimentación animal.

Volvieron a ver los búrgan y unas manadas de animales bípedos, que en la distancia cualquiera los catalogaría de antropomorfos. Sin embargo, se desplazaban a gran velocidad, y sus miembros superiores eran extremadamente cortos, lo mismo que la cabeza que también era reducida.

Al fin divisaron la ciudad.Pasaban una larguísima ría, y sobre ella apareció, lo que los humanos creyeron, una especie de globo que centelleaba en millares de reflejos.

— ¡Si parecen lentejuelas…! —exclamó Calíguenes.

—Son- peces– voladores- —le aclaró Axoncer—. Este- tiempo– esmuy- propicio- para- ellos-.

La ciudad se extendía siguiendo la costa, amplia y aplastada, que ninguno de sus edificios era más alto que otro. Ningún dique flotante se adentraba en el mar, como era lo corriente en las hacinadas ciudades de la Tierra. Aquí si algo sobraba era espacio. Muchos vehículos aparecían por el aire, y algunos estaban inmóviles sobre las casas. Otros, suspendidos en las calles, se unían a unas plataformas vinculadas a las construcciones. Xántriul recabó de la esfera el pedestal de mando, y maniobró, según la carta que le ofrecía. El vehículo fue a posarse, bajando en vertical, sobre una terraza, en el sitio justo que le dejaban otros voladores. Desde allí se asomaron sobre la calle. El espacio de aceras y calzada, se confundía, que todo era el mismo. Para qué delimitarlos, si sólo había peatones. Sí que se delimitaban por contra los soportales, por un pequeño muro a ras de los edificios. Podían verse, sin solución de continuidad, por toda la avenida, la cual se alejaba describiendo unas amplísimas curvas. Si la mayoría de las calles estaban desiertas, allí no era el caso. Grupos de individuos, parados en mitad, forzaban la circulación de los peatones, que hacían lo posible por evitarlos. Dos zirdalaix llevaban tras sí unos ejemplares de pequeños cuadrúpedos acorazados, que olisqueaban a diestro y siniestro con sus finas trompas. Y en los soportales, un grupo de niños se agolpaban en torno a una mayor, cuentacuentos. Los cinco no verían el fin a la avenida por más que la recorrieron. Antes bien, llegados a cierta altura y a instancias de Xántriul, entraron en un local. Por reponer fuerzas, les dijo. El establecimiento era de planta elíptica, transparente al exterior, y unas terrazas escalonadas subían de un lado hasta lo alto, para bajar por el opuesto de igual manera, y confluir abajo. Cada una albergaba una mesa y un asiento alrededor, y bajo aquella sucesión de palcos tan singulares estaban las únicas dependencias. Éstas, sin que por nada en concreto se identificasen, sin duda que serían las cocinas. Para qué más almacenes ni reservados con aquellas mágicas esferas que se gastaban.El local estaba vacío. Y ellos, por no pasarse ni quedar cortos, se aposentaron a media altura. Al poco, abajo apareció una joven zirdal, alta y huesuda, como correspondía, que elevándose con una plataforma, saludó a Xántriul, y por extensión a quienes lo acompañaban. Acto seguido se fue, y al poco volvió de nuevo para preguntarle si aquellos otros eran los humanos.

Se aproximó a la pareja y dijo:

—Humanos- bienrecibidos-.

De cómo aprendiera a decir tal cosa la zirdal, Calíguenes y Belaura no tenían ni idea, pero les agradó escucharlo. A lo mejor, ella estuvo presente cuando el encuentro y las connivencias. Lo raro era que hubiese llegado hasta Dorul antes que ellos. Todo podía ser. E incluso que se hubiera tomado la molestia de estudiar el idioma por transmisiones.

La encargada sirvió a los shímpfatos sendos tasajos de carne, acompañados de unos insólitos frutos, que más parecían flores. La pareja sin embargo, se conformó con meter los dedos en la consabida máquina y que ésta les llenase del condumio sus vasijas. Lo mismo ocurrió con la bebida. Los unos llenaron los vasos de un líquido azul que habían elegido, los otros obtuvieron el suyo de la misma máquina, con sólo girar las coronas luminosas de los agujeros. Terminado el refrigerio, Xántriul sacó una especie de monedero que llevaba en el costado bajo las ropas, y de él extrajo unas cuentas de colores, aplastadas y no más grandes que una uña. Combinó varias de ellas, que dejaría sobre la mesa, y la zirdal estuvo conforme.

Otra vez se anduvieron la atestada avenida para la vuelta. Tal vez, por la ciudad subterránea el recorrido fuese más favorable. Por ella circularían libres de la bulla de afuera y su calor húmedo. Mas

Uatrozur, quien más lo precisara, prefirió los soportales de arriba.

No quiso complicar a todos en aquel laberinto. Y la verdad, que ir por abajo era más aburrido.

Aquel edificio, en cuya terraza permanecía la aeronave, no era uno de tantos, ni casa particular, sino pública. Allí se ubicaba un centro de reserva, de los de la urbe, que venía a ser, lo que se dice un almacén de abastos. Por arriba del todo, el patio interior se cubría de un tragaluz a nivel con la terraza. Lo demás eran, grandes depósitos cilíndricos de color blanco alrededor, que se ampliaban a todo el edificio. Uno de aquellos volúmenes se constituía como acceso, y era tan grande, que podía albergar con toda holgura, naves de mediano tamaño. Los cinco foráneos subieron por él y llegaron hasta el vehículo.

Xántriul aprovechó para ponerse al día en sus meditaciones.

Tras aquel periodo de inactividad, habría de volver de nuevo a sus estudios y a sus enseñanzas. Era cierto que los alumnos no estaban allí, pero tampoco tendrían porque estarlo. No por eso iba a descuidarse. Cuando llegara la hora del reencuentro, serían ellos mismos quienes le avisaran.

Esta vez no había problema en alejarse. La colonia estaba allí de forma definitiva, y sus ciudades eran demasiado extensas para pensar siquiera en un cambio de emplazamiento.

No muy lejos de la partida, divisó una estrecha nava a cuyos flancos fluían sendos arroyos. El cielo se había nublado y el ambiente despintaba aplomado y húmedo. La temperatura, idónea, ni era de notar, y la luz tampoco le molestaba.

Llegado al sitio aquel, que mejor estimara, se tumbó, abiertas las piernas, los brazos en ángulo y los ojos mirando al cielo. No tardó mucho, en intuir la provisionalidad de aquella atmósfera a punto de romper a la mínima de cambio. Estaba seguro de que bastaría un movimiento por ínfimo que fuera, para que rompiese. Permanecía inmóvil, como temiendo influenciar en el frágil equilibrio, cuando un pez volador, en su frenético vuelo, cruzó por el aire ante sus narices. Fue como la gota que desbordara el vaso. El mágico equilibrio se rompió, vino el viento, y comenzó a llover.

— ¡Maldito pajarraco! —Fue a decir el shim—. Sólo un poco más y habría concluido.

Dijo esto, aunque sabía que un pez volador no se aventuraba de ser muy copiosa la lluvia. Pero para desbaratar su estado de meditación era suficiente. Aguantó imperturbable el calabobos, al tiempo que se desconcentraba. Al rato, como la lluvia persistía, se puso en pie, y avanzó luego con parsimonia hasta el vehículo. Qué distinto el transporte esta vez, pues era holgado y potente. Aquel mismo día lo recabó de las esferas, buscando en la propia nave, que no pensaba encontrar una cosa como aquella, tan a medida.

Una vez dentro, se tendió bajo el tragaluz, confiando en que el material no dejase oír el golpeteo de la lluvia. Y así fue. El suave murmullo, casi inaudible, no lo importunaba. Antes bien, le ayudó en el relax.

Ya volvía de sus introspecciones, cuando pudo ver, tras la ventana a un cuaralinio. El intruso le hacía señas de que saliese, y por la expresión de su cara que no parecía muy contento.

Nada más salir descubrió al otro. No era uno sino dos los zirdalaix. Para no ir desnudos tampoco era que se excediesen, pues sólo se cubrían de un escueto taparrabos. Su piel requemada y oscura, era brillante, como si fuera ungida de algún aceite, y sobre el hombro, a ambos se les descubría la temida arma: una especie de catapulta, fija a la cintura por atrás, que accionaban por dos correas. Sus proyectiles no eran otra cosa que guijarros, pero toda una ristra de piedras salía disparada, y donde ponían una las ponían todas.

Xántriul habló con ellos, pero no daban muestras de entenderse. La conversación subió de tono, hasta el punto, de que uno de los zirdalaix comenzó a dar garrotazos sobre el fuselaje del vehículo. El shim ante ellos, se quedó inmóvil y los miró a los ojos. Qué verían en él los cuaralinios, qué comenzaron a parpadear y a mirar en rededor medio extraviados. Al tiempo movían las piernas, nerviosos, que no sabían que hacer con ellas. Pero más les vagaba moverse que estar quietos, por lo que concluyeron con salir pitando. Y cuando lo hacían, esbozaron un tímido adiós esgrimiendo sus garrotes.

Por lo visto, los dos airados iban tras quienes le robaran tres de sus búrgan. Seguramente, confundirían en la distancia el vehículo del shim con una de las aves planeadoras de los cuatreros.

—De buena me he librado —vino a decir el shim.

Bien sabía él, por referencias, que el apedreamiento con las catapultas era de fatales efectos.

Y tampoco es que hoy hubiera adelantado mucho en su estado de éxtasis. Ni hubo premonición, ni descubriría nada del obro mundo. Aunque bien mirado, desde otro mundo se lo colocaban. Ni más ni menos se le desveló, que Calíguenes emparentaba con su familia; no con él, que no tenía arte ni parte. Al menos ya estaba prevenido. No le vendría de sorpresa.

Regresaba para Dorul, cuando acertó a divisar los búrgan. Los tres iban montados, seguro que de sus captores. Muy lejos en la distancia, los pobres zirdalaix corrían sudorosos, al límite ya de sus fuerzas. Xántriul no se lo pensó, y se lanzaría en vuelo rasante sobre los jinetes, lo que les obligó a tirarse al suelo. De tal altura, el golpe no fue poco, y de milagro se levantaron indemnes, para correr medio magullados hasta la vegetación y hacia los cerros.

Los zirdalaix llegaron al fin y salieron en su búsqueda. Xántriul no supo si lo conseguirían o no, aunque era lo lógico que de cansados, acabarían yéndose hacia los búrgan, y más que nada por si acaso se les fueran. Cuando estuvieron a la altura la aeronave, elevaron sus brazos hacia ella e hicieron mil aspavientos con sus garrotes, dando muestras de su gratitud. El shim sonrió.

XLI

Con todo, aquel mundo no dejaba de ser extraño. Allí no había prisas ni estridencias, la música era inexistente, y una tibia paz adormecía sus calles. El pensamiento y la imagen eran su expresión, la palabra un sustituto, y cualquier despropósito una falacia. Sin duda que aquellos casi hermanos de evolución primaban en el pensar, y habrían de ser buenos filósofos. Y no en vano la filosofía llama al saber y busca el conocimiento. Ella no es más que un viaje, del que cada parada es otro inicio, y no por ir muy lejos aprovecha más. Pero si los humanos querían alternar con aquella gente, no les quedaba otra opción que ponerse a su nivel, o al menos que los otros abrieran las puertas a su cultura. Y recíprocamente, también ellos tendrían este deber.

En cuanto Xántriul volvió, Calíguenes se sintió interesado en la ciencia y el pensamiento símpfatos y así se lo dijo. El shim, dado su saber casi exclusivo en torno a la mente y sus potencialidades, en lugar de embargarse en un largo discurso, que por fuerza habría de ser tedioso e inexacto, le propuso ir al Centro de las Ciencias, como el sitio más seguro de recabar sus saberes.

Abandonaron la nave, dejando a sus anchas a las compañeras, que no ardían en deseos de salir del confortable refugio precisamente.

Ellos tomaron calle adelante, hasta doblar a otra poco después, vacía de transeúntes.

— ¿Vosotros qué opinión tenéis sobre la trascendencia? —dijo Calíguenes.

— ¿Qué- quieres- decir- con- eso-? No- sé- a- que- se- refiere- la-palabra-.

—Quiere decir, lo que trasciende, lo que va más allá. Qué hay más allá de nosotros.

—No- conozco- a- nadie- que- haya- pasado- por- eso-.

—Pero alguna creencia tendréis. ¿No te dice nada la palabra religión?

— ¿Religión-?

—Eso mismo. El re ligare, o volver a ligarse con Dios, el Ser Supremo.

—Bueno-. Hablar- de- algo- así-, como- de- todo- lo- intangible-, es- aventurado-. Nuestro- pueblo- ha- tenido- y- tiene-, ciertascreencias-. La- mía- particular-, se- debate– entre- la- ignorancia- yel- imposible-. Ninguna- concreción- al- respecto- me- hace- serriguroso-. He- experimentado- tantas- formas- de- huida- de- mímente-…, y- jamás- logré- que- el- yo- saliera- de- mí- mismo. Nunca- me- sentí- dentro- de- nadie- por- muy- allegado- quefuese, aunque- sí- he- podido- experimentar- sus- sentimientoscomo- propios-, con- la- telepatía- Con- eso- digo-, que- si- mi- yono- puede- salir- de- mí- mismo- por- más- que- yo- lo- quiera-, cuánto- menos- una- vez- muerto- que- ya- nada- podré- querer-.

—Entonces, tampoco admitirás el paso a un mundo diferente, a otra dimensión.

—Nuestra- idea- de- la- existencia- pasa- por- considerar-, sólode- forma- filosófica- o- por- extrapolación- matemática-, laexistencia- de- infinitos- universos-, donde- cualquier- estado- ycomposición- es- posible-. Según- esto-, por- fuerza- han- de- existirmuchos- de- esos- cosmos- en- nuestro- estado- presente

Por- lamisma- razón-, cada- cual- de- nosotros- estaremos- repetidos- enmuchos- de- ellos-, lo- que- no- quita- que- no- tengamos- lasvivencias- de- nuestros- dobles- de- allí-; de- lo- contrarioviviríamos- muchas- vidas- a- la- vez-. Si- yo- muero-, mi- vivir- seinterrumpe-, y- no- podré- seguir- viviendo- en- uno- de- esosdobles- como- yo- mismo-, pues- he- dejado- de- ser-. De- otramanera-, también- ellos- vivirían- en- mí-, y- es- algo- de- lo- queyo- no- tengo- conciencia-, por- tanto- no- me- resuelve- nada-.

—Cómo puede ser tal cosa. Infinitos universos afectarían a éste de alguna manera. Por ejemplo, nos llegaría tanta luz y radiación que todo se volatilizaría. Por no hablar, de las fuerzas e interacciones entre ilimitadas masas.

—Pero- no-. No- han- de- ser- por- fuerza- universos- igualesa- éste-. Por- qué- habrían- de- repetirse- de- esa- forma-. Porel- contrario-, se- trataría- de- algo- azaroso-. Infinitas- dimensionesy- posibilidades-, no- siempre- como- las- nuestras-. Y- aunque- asífuese-, no- habría- interacción– entre- esos- cosmos-. Cara- alexterior- se- comportarían- como- inmensos- agujeros- negros- delos- que- nada- escapa-. De- no- ser- de- esta- manera-, tododevendría- a- un- único- universo– de- universos-. Más- bien- será-, que- se- comporten- como- islas- autónomas-, recicladas- en- símismas- sin- final- alguno-. Ante- tal- desconexión-, el- espaciotiempo- sólo- sería- coincidente- por- una- casualidad-.

— ¿Qué te hace pensar en esos términos.

—La- verdad- que- no- soy- yo-, los- teóricos- son- otros-. Yosólo- lo- interpreto-. ¿Te- has- preguntado- alguna- vez-, por- quétú-, y- precisamente- tú-, estás- aquí- y- ahora-? ¿Que- con- unaposibilidad- tan- remota- te- haya- tocado- a- ti-? ¿Qué- eres- túante- el infinito-? Sin- embargo- de- no- haber- límite- en- elnúmero- de- universos-, necesariamente- cualquier- persona– esposible-, y- es- seguro- que- se- repita-, antes-, ahora- y- después.

—Tal como lo dices…-reflexionó él-. ¿Y más allá de esa existencia, no puede haber otra? ¿Una, de la que venimos y adonde vamos, o sea Dios?-De- todas- formas-, el paso- de- lo- tangible- a- lo- espiritual-, no- es- constatable-. En- este- mundo- de- materia-, el- espíritu- noparece- manifestarse–Qué somos entonces. Qué nos anima. Por qué somos conscientes. Cuál es el ente que siempre nos acompaña y que nos hace pensar libres.

—La- verdad-, que- aquello- que- nos- anima- no- es- diferentede- lo- que- anima- al- cosmos- en- su- conjunto-, o- a- un- sercualquiera-. Pero- nosotros- somos- un- caso- aparte-. Nuestramente-, es- un- hervidero- aleatorio- de- reacciones- y- procesos– deinterconexión-, atemperados- por- el- organismo-, que- la- influyen-, y- de- la- que- es- influido-. Nuestra- consciencia-, un- punto- deencuentro-, y- sólo- uno-, pues- de- haber- más- entrarían- enconflicto-; un- individuo-, un- regidor-. Ni- más- ni- menos- setrata- del- resultado- último- de- las- dichas- reacciones-. Digamos-, la- que- está- de- moda– en- cada- momento- por- ser- la- másfuerte-. No- es- sino- el- punto en- candelero-. El- cúlmen- inestableque- va- pasando-, aupado- de- las- conexiones- en- vigor-. Ciertoque- es- libre-, como- lo- son- las- reacciones-, con- su- probabilidadcaótico-cuántica-, que- pueden- tomar- cualquier- camino- probable, si- se- las- deja- en- paz-, o- un- camino- determinado- si- seinfluyen- por- el- rescoldo- de- memoria-, presente- o- genético-, ylas- sensaciones- externas-. Todo- este- errático- conglomerado- dael- pensamiento-. Una- maravillosa- máquina-. A- mí- forma- dever-, nada- de- otro- mundo- nos- anima.

Calíguenes, prendido de su discurso, al cabo esbozaría un cómico gesto.

—Ni siquiera por la transmente…

Xántriul se sorprendió, y se echó a reír

—Pobres- de- nosotros-, y- de- tan- pocos- alcances-…

Él miró hacia el cielo.

—Pues la verdad, que yo no pierdo la esperanza. Sería demasiado absurdo, que todo funcione tan bien, menos para eso.

De pronto se toparon con la zirdal, la misma que les atendiera con la comida rápida. Venía por los soportales, e hizo un quiebro hacia ellos, que no parecía que fuese intencionado. Tampoco les dirigió ningún saludo, limitándose a mirarlos al pasar. Calíguenes no se extrañaría por eso, nunca había visto que aquella gente se saludara. Como máximo se miraban unos a otros, y por aquel mirar se detenían o no y conversaban, si era el caso. Por lo visto, ella regía el comedor en sus ratos libres, siendo en realidad una empleada del Centro de Informaciones. Nunca pensó Calíguenes que los shímpfatos necesitasen toda una institución para este menester, creía que para aquel cometido su comunión mental les bastaba.

—Esto- no- es- lo- mismo-. Como- no- sea- así-, nadie- manejacon- detalle- la- información– de- tres- mundos-: Shímpfatos-, el- Gemelo- y- éste-. A- la- mayoría- tampoco- le- interesa- enparticular- tanto- informe– -dijo Xántriul.

—Ya entiendo. Vuestra nación necesita una red más amplia y unos apoyos informáticos.

—Algo- así-. Estos- empleados- son- muy- valiosos- y- personasaltamente- cualificadas-.

—Para el resto de administraciones también necesitareis otros centros por el estilo.

—Bueno-. Nuestra- estructura– estatal- es- muy- simple-. Sólotres- de- nuestras- actividades- requieren- tanta- organización-.

— ¿Sólo tres…? Las nuestras sin embargo son innumerables. Y el número de ministerios aún se incrementa.

—Lo- cual- me- da- a- entender-, que- sois- un- puebloconflictivo-, o- muy- perfeccionista-.

Las palabras de Xántriul dieron a Calíguenes en que entender. No por ser acertadas, era menos cierto que acaso el shim los consideraría un tanto inmaduros.

—La verdad, que los humanos, ni somos ángeles ni demonios. Somos partícipes de grandes tinos y desatinos, y no creo que la vida sea un camino de rosas en ningún sitio. Sólo una filosofía del vivir permite una existencia grata. Lo peor es que no todo el mundo la posee.

El shim lo escuchó con interés al tiempo que lo miraba con sus nobles ojos de shímpfato. Por vez primera Calíguenes vería en ellos un destello de inquietud.

—Ese- camino- de- rosas- de- que- hablas-, supongo- que- serefiera- a- un- devenir- siempre- dichoso-. Y- no- creo- que- exista-. Sin- alternancia-, algo- como- la- vida- carece- de- sentido-. Seríacomo- un- cuadro- uniforme- monocolor- o- una- imagen- de- luz- ysin- sombras-. Nada-. Pero- dentro- de- la- variabilidad-, éstapuede- que- sea- más- acusada- o- menos-. ¿Cuál- es- la- mejor-? Sinduda- la- que- no- se- tiene-. Por- ejemplo-, yo-, si- algo- admiro- envosotros- es- eso- precisamente-.

—De todo quiere Dios un poco, no —apostilló Calíguenes.

Al fin estuvieron ante un edificio cuya fachada se alargaría a toda la calle quizá, de tan amplia. Tenía un colosal acceso que más parecía dividir la construcción en dos partes. A ambos lados, sobre los muros, Calíguenes contemplaba con asombro sendos escritos. La primera vez que veía las formas de escritura de aquella gente. Se conformaba por grandes letras, unidas entre sí de manera irregular, en posición y número. Aquellos trazos eran tan simples como figuras geométricas sencillas.

—Creía que no usabais la escritura. Hasta ahora nunca la había visto.

—Y- tienes- razón-. Esto- que- ves- no- es- másque- una- reliquia-. Aunque- no- lo- parezca-, en- ese- escritoque- está- ahí-, se- resume- a- grandes- rasgos- la- historia– denuestra- ciencia-.

Calíguenes quedó perplejo.

—Pues de qué se trata, ¿de claves?

—No-. Si- te- fijas- bien-, verás- que- cada- signo- está- trazadoa- base- de- otros-, estos- de- otros- más-, y- así- sucesivamentehasta- no- distinguirse- como- no- sea- con- el- microscopio-.

—Y por qué esa complicación.

—En- cierto- modo- sigue- la- pauta- de- nuestra- lengua-. Laspalabras- se- engloban- unas- en- otras- a- medida- que- hablamos-. Tal- vez- aquí- se- exceda- un- poco-, pero- fue- una- forma- eficazde- esoterismo-, ante- inexpertos-, y- quienes- usaran- la- cienciapara- fines- impropios-. Por- entonces- la- microvisión- no- era- deldominio- común-. Te- estoy- hablando- de- milenios- atrás-.

— ¿Qué interés tiene ahora?

—El- de- un- testimonio-. Ya- no- podría- resumirse- en- tanpoco- espacio- la- complejidad- de- la- ciencia-. Esto- es- lo- quepuede- leerse-:LOS CONOCIMIENTOS DE NUESTRO PUEBLO, CONSTITUYEN UNA APORTACIÓN CONTINUADA DE SUS HIJOS, DESDE LOS ALBORES DE LA CIVILIZACIÓN. QUE TODOS LOS SABERES VALGAN POR IGUAL A NUESTROS DESCENDIENTES EN SU EVOLUTIVA PROGRESIÓN Y EN EL GOCE DE SUS BENEFICIOS… Desde el descubrimiento del fuego a los primeros instrumentos. Desde la superación de los meros instintos a la conducta racional, nuestro pueblo ha persistido en su privativa visión del mundo a lo largo de los tiempos, y el devenir de la cultura y de la ciencia que ahora nos asisten, no ha estado exenta de vicisitudes y fracasos… Estos son los logros científicos que a lo largo y ancho de nuestra historia han…

El Centro de las Ciencias más parecía un museo. La cantidad de artilugios que albergaba y las exposiciones en imágenes a lo largo y ancho de su laberinto de paredes, eran todo un compendio de imaginación y formas nuevas. Mucho tiempo les llevaría recorrer de pasada tan amplio recinto. Y eso, porque lo hicieron en unos desplazadores con la forma de un tonel, que más parecían asomados a un púlpito en movimiento.

Al fin entraron a un salón de estructura redonda absolutamente. Varias personas se sentaban junto a las curvas paredes sobre sillones, y en el centro había una especie de cono hasta media altura de color negro.

— ¡Cuánta cosa se encierra en este sitio! -dijo Calíguenes.

—Pues- lo- que- has- podido- observar- no- es- mucho-, comparado- con- lo- que- contienen- las- esferas- de- confinamiento-. ¿A- ti- qué- te- ha- llamado- la- atención- más- que- nada-?

—Por supuesto que los vehículos. Me interesa mucho su modo de impulsión y el por qué de sus formas.

—Esta- vez- sí- que- podré- contestarte-. Sólo- tengo- querecabar- con- la- transmente- en- los- archivos-.

No fue difícil para el shim entrar en trance. Y además, lo hizo mientras conversaba, como si allí el recogimiento fuese seguro de antemano. Y no era poco el que ya tenían.

XLII

Preguntado del por qué de aquellas formas en las aeronaves, siempre curvadas y sin más planos de sustentación que ellas mismas, el shim pareció concentrarse, y explicó a Calíguenes, que sólo era por un mejor aprovechamiento de los campos de fuerza que generaban. ¿Y por qué su maquinaria o sus impulsores, no estaban a la vista ni se hacían notar por ningún sitio? A ello Xántriul le contestó, que eran las propias paredes las que los contenían.

—En- realidad- nuestras- naves- no- vuelan-, permanecen ingrávidas-, y- se- deslizan- con- un- mínimo- impulso-. Dichoimpulso- se- genera-, y- recabo- textualmente-, "por- medio- de- susgeneradores- y- reactores- de- partículas-. Éstos- crean- un- campo-, que- viene- a- ser- de- naturaleza– variable- según- los- usos-".

—Y el grosor de las paredes es suficiente para albergar todo eso… —cuestionó Calíguenes.

—Así- es- . Las- máquinas- no- son- muy- aparatosas- porqueno- precisan- altas- potencias-… Lo- comprometido- es- sin- dudaconseguir- la- ingravidez-, o- un- cierto- grado- de- ésta- sólo- parael- vehículo- en- sí-. Los- viajeros- por- su- parte-, han- de- seguiren- su- peso- habitual-, independientemente- del- campogravitatorió-. Ello- se- consigue- diferenciando- entre- las- personasy- su- base- de- estancia-, de- lo- que- es- la- aeronave- en- sí-".

—Y cuál es el proceso exacto, para esa, digamos, desgravitación. Pues yo no conozco ninguno. —Xántriul se echó a reír.

-Si- te- digo- la- verdad- yo- tampoco-. Y- no- acabaría- deentenderlo-, por- mucho- que- me- lo- explicasen-. Pero- conestos- apuntes- que- tengo- ante- mí-… -Xántriul cerró los ojos y se reconcentró-: "El- vacío- como- tal- no- existe-. Por- todo- elUniverso- pululan- como- en- un- hervidero- ingentes- cantidadesde- pequeñísimas- partículas-. Hay- un- campo- particular- quelo- impregna- todo-, y- que- lleva- en- sí- ciertos- tipos- de- taleselementos-. Éstos- son- tan- sutiles- que- traspasan- limpiamente- lamateria-. Todo- cuerpo- inmerso- en- este- campo-, y- debido- a- él-, genera- su- masa-; desde- el- más- grande- al- más- pequeño-. Sólo- hay- que- contrarrestarlo- de alguna- forma-, en- lo- que- elvehículo- lo- ocupa-, para- alcanzar- su- ingravidez".

-Sí, no es mala idea. Y cómo hacer tal cosa. Pues nada tiene de trivial.

—Como- decís- vosotros-, del- dicho- al- hecho- hay- un- trecho-. Pero- supongo – que- los- humanos- no- andaréis- pregonandovuestros- más- preciados- tesoros-. Menos-, cuando- lacomplejidad- de- ciertos- hallazgos-, no- los- hace- comprensiblespara- la- mayoría-. Y- por- tanto- poco- o- nada- les- aprovecha-.

-Eso que has dicho, nosotros lo expresamos de una forma lapidaria: No echéis perlas a los cerdos no sea que se revuelvan y os devoren.

Xántriul puso cara de extrañado.

-Lo- de- perlas- y- cerdos-, vendrá- a- ser- como- tesoros- eignorantes-, no-.

-No exactamente -dijo él enarcando una sonrisa- Si bien una perla puede ser un tesoro, también significa algo limpio o bienintencionado. En cuanto a cerdo, aparte de un animal, puede ser alguien sucio y torpe.

—Mal- me- lo- pintas-, Calíguenes-. No- creo- que- los- artefactos que- nos- ocupan-, sean- como- esas- perlas- que- me- dices-, puesno- son- otra- cosa- que- útiles- o instrumentos-. No- más- limpioso- mejor- intencionados- que- un- hacha- de- piedra- o unoszapatos-. Y- por- supuesto- que- yo- no- te- considero- a- ti- ni- alresto- de- los- humanos- como -a- esos- cerdos- o- animales-, pormás- que- de- todo- haya- como- es- lógico-. S-i los- humanossentís- la- inquietud- y- la- necesidad- de- adquirir- losconocimientos-, no- dudo- que- no- encontraréis- obstáculo- pornuestra- parte- para- algo- tan- meritorio-. Si- estos- temas- teatraen- sólo- habrás- de- solicitarlos-, por- los- cauces- sinceros- y- eficientes- de -nuestra- ciencia-, y- quedarás- complacido-.

—Tampoco exageres. Mi interés científico se circunscribe a mi condición de navegante. Lo que exceda de ahí, sólo es curiosidad y cierta vocación de pionero. Pero seguro, que aun de este lugar, recabes si tú quieres, también la letra pequeña.

—Desde luego, que para técnicas de esa envergadura será necesaria mucha energía. Para nosotros, dominar las partículas elementales es conflictivo y nada económico. Aparte de que aún no hayamos logrado dominar esos campos.

—En- eso- te- equivocas-. No- sé- cual- será- el- consumo– denuestros- reactores-. Pero- no- será- gran- cosa-, cuando- nunca- hevisto- que- se- reabastezca- ninguno-. Más- me- inclino- a- pensar-, que- toda- su- provisión- la- obtengan- del- medio- que- les- rodea-.

Por satisfacer su curiosidad, Xántriul lo llevó luego fuera de allí, hasta unos hangares, en donde se recomponían varios vehículos. Amplísimos fuselajes colgaban del techo por piezas, todos ellos de formas ovaladas o redondas. De pie sobre el suelo había unos módulos de color blanco, muy estrechos, y alabeados, que seguro encajaban a la perfección con los fuselajes. Tampoco es que Calíguenes, a la vista de un artificio como aquel, se sorprendiera mucho. Más grandes y aparatosos los veía a diario. Lo que más le chocaba sin duda, era su simplicidad y aquellos módulos, que según dijo Xántriul eran los reactores.

La impresión de Calíguenes y su sorpresa no pasaron desapercibidas para el shim.

—Antes- de- que- lo- preguntes- yo- te- lo- digo-: no- tengo- niidea- de- lo- que- guardan- en- su- interior-. En- realidad- no- creoque- nadie- lo- sepa- a- ciencia- cierta-. Unos- dicen-, que- songeneradores- de- energía- materia-antimateria-. Otros-, de- iones- ode- partículas-, y- generadores- de- campo-, eléctrico- y- magnético-, o de- otros- tipos-. Yo- creo- que- de- todo- habrá-. Según- lostécnicos-, van- montados- por- módulos-, que- se- fabricanen- lugares- distintos-, e- independientes- entre- sí-. Ningúninvestigador- los- conoce- todos-, sino- el- suyo- y- su- forma- deensamblaje- con- los- demás-. Una- vez- montados; el- conjunto- sesella-. Y- si- se- abren- se- inutilizan-.

Pues vaya unas esperanzas las de los .humanos, para hacerse con tales conocimientos. Pero si aquella empresa, por las trazas más se atenía a los manejos de un monopolio

—Creo- que- sé- lo- que- estás- pensando- -dijo el shim-. Siestas- tecnologías- no- están- al- alcance- de- todos-, sólo- es- debidoa- su- peligrosidad-. Lo- mismo- que- son- de- útiles- pueden- serde- catastróficas-. No- se- juega- con- fuego-, sino- con- fuerzassupremas-, y- pese- a- su- engañosa- simplicidad-, se- trata- de- algomuy- complejo-. Ahí- radica- su- inconveniente-: un- fallo- nosignifica- nada-, un- enfoque- equivocado-, un- desastre.

XLIII

Reposaban tras la comida, cuando Oxisos llegó hasta ellos. Nunca imaginó Xántriul que su amigo se prodigara hasta aquel punto. Era verdad, que el asentamiento a que ahora pertenecía se hallaba en la colonia. Sin embargo, por lo distante de Dorul, venir a donde ellos estaban no era un paseo precisamente. Aparte de eso, él sabía que los cinco estaban a punto de marcharse. Fue todo un riesgo el que corrió de no encontrarlos. A no ser que su visita a la ciudad más obedeciera a otras cuestiones.

Oxisos subió a la terraza, y comenzó a golpear la puerta de acceso de la aeronave. Con lo fácil que hubiera sido transmitirles su presencia. Calíguenes se sobresaltó al oír aquellos golpes, creyendo que tenían su origen en un fallo de los dispositivos. No obstante, los tres shímpfatos seguían indolentes, como lo estaban en su prolongado reposo. Belaura miró a Calíguenes interrogante.

— ¡Oye Xántriul…! ¡¿Y esos golpes?! —dijo él.

El shim se enderezó en su diván con parsimonia y se puso en pie.

—Llaman- a- la- puerta- —dijo.

Xántriul abrió.

Oxisos se introdujo agachándose, y tan doblado que no sabía donde meter sus rodillas, lo miró cara a cara, y lo mismo hizo con los demás. Luego recorrió con los ojos la estancia.

Al ver la estatura del recién llegado, Calíguenes no pudo callarse.

—Qué tal el tiempo por ahí arriba.

Inopinadamente el shim contestó:

—Noarriba-. Bienaquí

Belaura no pudo reprimirse y soltó una carcajada. Calíguenes en cambio se quedó patidifuso.

Como era lo razonable, Xántriul le hablaría en la lengua símpfata:

— ¿Cómo es que has venido?

— ¿Que por qué he venido? Porque tenía ganas de verte. Y también a tus compañeras.

— ¿Sólo por eso?

— ¿Te parece poco? De paso aprovecho para conocerlos a ellos. Pues estos son los humanos, verdad.

Oxisos trabajaba en las excavaciones, justo al límite de la región con los cuaralinios. Desde que éstas comenzaron, tiempo atrás, muchas veces había ofrecido sus servicios para aquella causa. Ahora ya formaba parte de la plantilla con todas las de la ley, pues no en vano alcanzara el nivel supremo en sus estudios.

Ni corto ni perezoso, se sentó en medio de todos, y se sacó las botas.

—Ya que pensáis iros, de paso quizá os guste acompañarme a las excavaciones.

— ¿Qué ha dicho, Xántriul? —preguntó Calíguenes.

—Que- podemos- ir- con- él- a- las- excavaciones-.

—Excavaciones de qué.

Algo entendió Oxisos de lo que decía, pues repuso:

—Descubrimiento- antiguo-.

—La verdad que yo, antes que nada, hubiese querido contactar con vuestros administradores. Por plantearles alguna iniciativa con respecto a mi gente.

—Tal- cosa- no- será- necesaria-. Nuestros-representantes- ya se- encargan- de- eso- —contestó el shim.

— ¿Ellos- en- urgencia-?—dijo Oxisos.

—No- es- eso- amigo-. Puede- que- crean- estar- abandonados-. Calíguenes sonrió.

—Qué le va lo uno a lo otro… Si por eso fuera, nosotros sabemos arreglárnoslas muy bien.

—Nada- arreglarnos-, bientodo-.

Las shímpfatas, expectantes, escuchaban con interés, aunque más que eso parecían ansiosas por entrar en el discurso. Al final la ocasión pintaba, y en un lapso Axoncer se destapó:

— ¿Por- qué- te- fuiste-, Oxisos-? ¿No- estabas- bien- con nosotros-?

Él miró hacia los humanos. Ante ellos no estaría bien que hablara en lengua extraña.

—Si bien-. Futuro- aquí-.

— ¿Ni- siquiera- tienes-contigo-a-Lorarse?

—No-. Ella- con- mundo- Gemelo-.

—Y- para- cuándo- aquí-.

—Ya- poco-.

La ruta que ambas naves emprendían, se apartaba con mucho de la que ellos habían de seguir de abandonar la colonia. Era la franja de los subterráneos, como la llamaban, el punto de destino a dónde Oxisos los requería. Más o menos, era equidistante en perpendicular con la supuesta línea para el regreso de los cinco y la ciudad de Dorul. En este espacio intermedio, se extendía una dilatada llanura que llegaba por el este hasta la costa.

Finalizado el recorrido, las dos aeronaves se posaron en el lugar aquel, que no era diferente del entorno, ni presentaba peculiaridad alguna; ni una construcción, ni un camino, ni nada que lo distinguiese.

Oxisos bajó de su transporte y los otros fueron tras él. El antropólogo echó a andar y todos lo siguieron, hasta que de pronto, se encontraron al borde de un socavón, tan amplio y profundo como sorprendente. Al fondo se veían unas entradas, como de cuevas, y un camino sinuoso iba pendiente abajo hasta su base. Allí el verdor desbordaba, y en mitad fluía un riachuelo, que iba y venía de aquel lugar por una garganta. Tras aquello, retornaron hasta los vehículos, por recabar unos transportes más aparentes; uno para Xántriul y su amigo, otro para las shímpfatas, y un tercero que ocuparían los humanos.

A medida que bajaban pudieron descubrir cuán grandes eran aquellas bocas. Y ya se disponían para entrar, cuando de una de las cuevas, salieron varios cuaralinios, al igual que otros, que lo harían por el río desde la angostura. Los zirdalaix, sin más aviso ni amenaza, comenzaron a lanzar piedras con sus catapultas, que Belaura y Calíguenes no pensaron que saldrían de aquella. Pero más parecía, como si todos los proyectiles se desviasen hacia Xántriul y Oxisos, hasta el punto, que de tales golpes su vehículo cayó a tierra, y se paró. Los dos infortunados corrieron hacia una de las bocas por donde el aparato con las shímpfatas se había colado.

Calíguenes, ante aquel desmán, maniobró frente a los agresores, lanzándose hacia ellos todo derecho. Del primer envite, los cuaralinios no quedarían muy persuadidos, y el piloto levantó el vuelo y volvió a lanzarse.

— ¡Calíguenes! ¡Por Dios! ¡Que nos estrellamos!

— ¡Descuida, que no les daré ese gusto!

Esta vez, los cuaralinios, que se vieran atrapados, se escabulleron, y en su carrera se les vio pugnar a su paso por la angostura, tan aprisa que caían tropezados unos con otros.

Los dos en su artefacto, la pareja se internó tras los shímpfatos, que encontrarían al poco acurrucados en el vehículo con las compañeras, con más miedo que vergüenza. Los cuatro se asomaban por el tragaluz, tan apretados que ni podían revolverse.

— ¡Mejor será que uno se venga con nosotros! —gritó Calíguenes.

Ellos ni se estremecieron.

— ¡No- compliques- las- cosas-, que- peor- que- estar- apretadosserá- salir- de- esta- apretura-! —contestó Xántriul.

Ante un laberinto de galerías como aquel, los dos pensaron, que no sería otra cosa que una antigua explotación minera. Tal vez por eso, los zirdalaix la guardaban con tanto celo. Sin embargo, aquella opinión no acababa de convencerles. Eran unas prospecciones demasiado espaciosas y muy bien distribuidas.

Volaron sin inconveniente por un amplio cañón, las luces encendidas a tope ante la falta de luz. Mas a poco que lo hicieron, no precisaban más para entenderlo. A un lado y a otro aparecían sucesivas construcciones, que no eran sino casas pegadas a los flancos de la excavación, como si cada galería fuese una calle. Lo que aún quedaba en pie, no eran sino ruinas destronadas y sucias, y por el centro, unos raíles oxidados, que escasamente se adivinaban. Ante aquello, no cabía otra conjetura. Era una población subterránea.

XLIV

Las construcciones iban siendo cada vez más sólidas y ya no era tan evidente su deterioro.

Más adentro, el largo túnel estaba revestido de mampostería, y así continuó, hasta que los aparatos llegaron a un ensanche, tan espacioso como una catedral. Abocaban a él varias galerías, y por su bóveda, una singular abertura dejaba ver el cielo. Todo alrededor, las paredes se cegaban de mastodónticas máquinas y raros artilugios, tan extraños como descompuestos. Ante aquellos derroches de metal, recomidos por el orín y enmohecidos, ¿quién barruntaría como funcionaban o cual era su uso? Todo el cruce se cubría de montones de tierra y utillajes de todo tipo. Pese a todo había algo aún más sorprendente: varias filas de cuerpos momificados, y con extrañas formas. Cuanto más los miraban más raros les parecían. A saber qué eran; si personas, animales, o una combinación de ambos.

—A mí estas cosas no me entusiasman mucho, eh. Ve tú. —dijo Belaura.

Calíguenes se apeó y fue hacia los otros.

Xántriul y Oxisos, a duras penas lograron librarse del aprieto en que venían, y pusieron pie a tierra.

— ¿Qué es todo esto? -preguntó Calíguenes señalando hacia las momias.

—Parte- de- las- excavaciones- — dijo Xántriul.

Pues menuda extrañeza la de él. El shim dijo aquello como si tal cosa. ¿Acaso aquellas raras criaturas existirían aún?

— ¿Y esos seres, de dónde provienen? No serán antepasados vuestros…

—Pues- no- —dijo Xántriul con sequedad-. O- puede- que- sí. Nadie- lo- sabe-. Es- de- lo- que- se- trata-.

—Historia- perdida- —dijo Oxisos.

—Poblaciones- subterráneas- como- ésta-, las- hay- en- muchossitios-. Era- la- única- forma- que- tenían- de- protegerse- delmedio- exterior- por- aquel- entonces-. Y- quisieron- conseguir- lomismo- por- otras- vías-. Aquí- se- realizaron- experiencias- que -nofueron- muy- afortunadas-.

—De tipo genético, supongo.

—Entre- otras- -dijo Xántriul.

—Y seguro los cuaralinios los padecerían en sus propias carnes. Nunca mejor dicho.

—Algo-así-.

—Tiempos- difíciles- —saltó Oxisos.

Al otro extremo de aquel maremagnun, aparecieron los entendidos que a todas luces compartían la labor con el antropólogo, pues éste se fue hasta ellos seguido de Xántriul. Calíguenes, indeciso, quedó parado en mitad y optó por irse con su compañera.

—Menuda invitación la de ese Oxisos —dijo Belaura.

—Pues eso. Mucho interés tendrá para ellos, pero a nosotros lo único que nos reporta es confusión y sorpresa.

—Y mira ellas… Tan panchas. No hacen sino hablar y hablar, contemplando esta aberración como el que mira un paisaje.

En la intimidad de la cabina los dos se abrazaron, y casi les era más ventajoso que no cada cual contra los laterales, en la estrechura de su asiento.

— ¿Sabes? Volveré a ser padre.

—Por qué dices eso. Es que te has notado alguna disfunción. ¿No estás bien?

—No es eso. Quiero decirte, que después que nazca nuestro hijo, seré padre de nuevo.

-Hasta ahí estamos. Si no pasa nada, me imagino.

—No te enteras, eh -dijo él medio enfadado-. Uatrozur y Axoncer están embarazadas.

Belaura enrojeció y apretó los puños. Se soltó de él con violencia.

— ¡Maldita sea! ¡Mejor que te lo hubieras callado, traidor! — Hubo una pausa—. ¿Y ahora qué…? ¡Dime!

—Pues nada.

— ¿Nada? ¿Así, tan sencillo…? Podías habérmelo dicho por lo menos.

—Eso es lo que hago, no. Antes no lo sabía. Pero si prefieres que no te lo diga…

Los ojos de Belaura se humedecieron.

—A buenas horas… Lo mejor sería que no lo hubieses hecho.

— ¿Y qué querías que yo hiciera?

—Pues nada, estarte quietecito.

Calíguenes miró al exterior por un instante, y se volvió hacia ella.

—Como tú hiciste, claro.

—No es lo mismo, yo ya estaba embarazada… ¿Pero cómo has sabido tal cosa? No me digas que ellas… Otra vez no, eh.

—Pues claro que no. Xántriul me lo dijo.

La mujer se había eclipsado, puestos los ojos en el otro vehículo y en las shímpfatas, cuyas cabezas se veían al trasluz de la cabina.

— ¿Y cómo él lo ha sabido tan pronto…?

—Él sabrá. Pero mejor que haya sido así. Y al menos tampoco parece que le ofenda.

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