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América Latina y Asia: Perspectivas históricas comparativas

Enviado por marcos cueva


    1. Resumen
    2. El éxito asiático
    3. América Latina: las sociedades "asiáticas"
    4. Eurocentrismo y orientalismo
    5. América Latina: de espaldas al Pacífico
    6. Orientalismo estadounidense
    7. América Latina: inmigración asiática
    8. ¿Una era del Pacífico?
    9. Conclusiones
    10. Bibliografía

    Resumen

    América Latina desarrolló su historia de espaldas a Asia, aunque tuviera antecedentes "asiáticos" en las sociedades precolombinas, y el imperio español se adentrara por el Pacífico hasta conquistar las Filipinas. Al centrarse en el Atlántico, el subcontinente americano perdió la oportunidad de aprender de sociedades que se encuentran hoy entre las más dinámicas del mundo, y de superar de este modo los malentendidos de la historia colonial. Una perspectiva comparativa entre América Latina y Asia muestra las diferencias entre sociedades que supieron resistir a las intromisiones extranjeras, y las que sucumbieron a ellas.

    Introducción

    El presente trabajo sugiere que América Latina y el Caribe, al haber evolucionado desde la Conquista en la órbita Atlántica, "traicionaron" de algún modo sus propias raíces y se privaron de la posibilidad de aprender de los países que son considerados hoy como los más exitosos de la economía internacional: los del Pacífico asiático. Como habremos de verlo, las diferencias básicas entre Asia y América Latina son de orden cultural, y tienen que ver con representaciones distintas de la autoridad, el aprendizaje y la lealtad al Estado. No está dicho que el futuro pertenezca a Asia, pero de todos modos América Latina seguramente haya perdido al no vincularse más estrechamente con ese continente, que ha demostrado que la modernización no tiene por qué acompañarse de una feroz occidentalización, sin contrapartidas. Por otra parte, el subcontinente americano ha carecido del universalismo europeo que engendró un orientalismo particular, del mismo modo en que Estados Unidos ha creado el suyo.

    Desarrollo

    1. El éxito asiático

    En las últimas décadas, las sociedades asiáticas han despertado la admiración –y, en algunos casos, el recelo- de Occidente. En la segunda posguerra del siglo XX, Japón ya había conseguido parte de esa admiración: en un tiempo muy breve, el archipiélago se recuperó de los estragos de la Segunda Guerra Mundial y consiguió una recuperación económica exitosa, con una fuerte cohesión social. El país nipón se hizo famoso por haber sabido conservar sus tradiciones (se modernizó desde la Era Meiji sin renunciar a sus raíces), por su capacidad para la innovación tecnológica (luego de copiar las técnicas occidentales), pero sobre todo por la disciplina y la eficiencia –aún en la dureza- de su sistema educativo. No cabe idealizar a Japón: cayó en una severa crisis, en particular desde 1997, después de haber sido el país que podía "decir no", y pronto se destaparon escándalos de corrupción e incluso de involucramiento de las mafias en las altas esferas gubernamentales. Aún así, Japón permaneció por mucho tiempo como un ejemplo de respeto de la población por la autoridad y por un Estado fuerte y proteccionista.

    En una perspectiva diferente, desde finales de los años ’60 del siglo pasado Vietnam también provocó la admiración occidental: el pequeño país asiático terminaría por vencer en la guerra a la potencia más poderosa de la tierra, Estados Unidos. Ciertamente, eran los tiempos de la Guerra Fría y Vietnam del Norte recibió el espaldarazo de la Unión Soviética, y en menor medida de China. Pero la victoria sobre Estados Unidos no fue solo obra de estos apoyos y de una muy peculiar guerra de guerrillas: los vietnamitas, que antes habían vencido a los franceses en Bien Dien Phu, demostraron tener una fuerte disciplina colectiva y la capacidad para seguir a un líder como Ho Chi Minh. En los últimos tiempos, Vietnam se ha abierto a Occidente y, en algunos aspectos, han vuelto a resurgir los viejos problemas, sobre todo en el antiguo Vietnam del Sur y la añeja Saigón (hoy Ciudad Ho Chi Minh). No es seguro que Vietnam haya tenido una revolución endógena, aunque en cambio haya logrado una trayectoria ejemplar de resistencia a las incursiones foráneas.

    En los años ’80 del siglo pasado, la admiración se orientó hacia los llamados "cuatro tigres" o "cuatro dragones" asiáticos: Hong Kong, Singapur, Taiwán y Corea del Sur. La historia de Hong Kong, antigua colonia británica, nunca fue del todo inocente: la ciudad-Estado se enriqueció, en parte, con toda suerte de tráficos ilícitos, por ejemplo durante la guerra de Vietnam. En cambio, Singapur, bajo la dirección de Lee Kuan Yew, demostró muy pronto su capacidad, ya en la carrera de la modernización, para disciplinar a su población y conseguir de ella respeto por la autoridad y lealtad a un Estado fuerte, que a algunos occidentales ha llegado a parecerles casi "orwelliano". Hasta hoy, en Singapur se sancionan duramente incluso delitos menores por tráfico de drogas, de modo mucho más severo que en Occidente. Taiwán (Formosa) también se distinguió no solo por una reforma agraria pertinente, sino por la disciplina de un Estado que nunca renunció del todo a cierto proteccionismo. Y si la historia de Corea del Sur en la segunda posguerra del siglo XX fue dictatorial y suscitó duras protestas internas, tanto sindicales como estudiantiles, a la larga también se caracterizó por la capacidad para disciplinar a una mano de obra trabajadora y relativamente educada. Tampoco cabe la idealización de Corea del Sur: desde 1997 estallaron, en medio de la crisis económica, fuertes escándalos de corrupción por la asociación privilegiada entre los grandes conglomerados (los chaebols) y las altas esferas gubernamentales. Una fuerte disciplina, aunque de otro tipo, existe hasta hoy en Corea del Norte, donde la idea "Zuche" creada por Kim Il Sung para lograr la autosuficiencia acabaría por tener una importancia mucho mayor que el marxismo-leninismo. Si hasta ahora existe un denominador común entre los países asiáticos mencionados, tiene que ver con la disciplina, el respeto por la autoridad y la lealtad al Estado.

    A diferencia de los países antes mencionados, China si consiguió una revolución endógena en 1949, con Mao Zedong a la cabeza. El maoísmo hubo de causar más de un estrago en China (como en tiempos de la Revolución Cultural), pero a la larga, ya sin la ayuda de la Unión Soviética, China salió a flote y emprendió la modernización desde 1978, con Deng Xiaoping. China es hoy una potencia económica y militar, que no ha perdido la cohesión social (pese a disrupciones como las de Tiananmen en 1989), y donde la disciplina de la mano de obra es ejemplar, aunque muchas veces sea objeto de un brutal abaratamiento. En todo caso, desde el punto de vista interno, como desde el de la relación con Hong Kong y con Taiwán, el nacionalismo chino se afianzó con un Estado fuerte, que no ha renunciado del todo a su papel rector en la economía, y el mismo respeto por la autoridad y la lealtad al Estado que en otros países del Pacífico asiático. De manera un tanto apresurada, algunos autores como el ideólogo estadounidense Samuel P. Huntington han buscado explicar el éxito asiático, y en particular el chino, por el papel desempeñado por la religión, el confucianismo en particular. En Occidente, la admiración por la disciplina china ha querido que en el mundo empresarial se divulguen, como "técnicas" para el éxito, las artes de la guerra de un Sun Tzu. Hoy, la idealización tampoco cabe en China: la potencia enfrenta problemas de corrupción, de diferencias marcadas entre la prosperidad de las regiones costeras y el interior y de desempleo, aunque es igualmente cierto que es de los pocos países del orbe –y en notorio contraste con los de América Latina y el Caribe- que ha conseguido sacar a millones de personas de la pobreza.

    No todas las sociedades del Pacífico asiático tuvieron éxito: no es el caso de Malasia, ni de Filipinas o de Indonesia, donde por cierto existe una importante población musulmana. El mundo asiático no puede verse desde Occidente como algo homogéneo y no variopinto. Pero en términos generales, el Pacífico asiático pareciera haber seguido una trayectoria muy particular, no ajena a la Guerra Fría, y distinta de la frecuente descomposición occidental. Queda abierta la pregunta de si, con el fin de la Guerra Fría, las sociedades asiáticas lograran mantener el rumbo disciplinado de antaño, o cambiarán bajo la influencia de la occidentalización. En todo caso, se trata de sociedades que en distintas épocas, y sobre la base de culturas milenarias, han demostrado su capacidad para resistir los embates foráneos. No es, por ejemplo, el mismo caso de las sociedades árabes e islámicas, sumamente divididas hasta la actualidad.

    La admiración reciente por los países del Pacífico asiático poco tiene que ver, salvo en el traslado de algunas artes chinas o japonesas (desde la acupuntura hasta las artes marciales, el zen, el shiatsu o el reiki), con la moda que se impuso en Occidente desde finales de los años ’60, en particular en Estados Unidos (para pasar desde ahí a la América Latina): la difusión de ciertas tradiciones hindúes (como el ayurveda, del yoga y otras prácticas), y del budismo tibetano. Aunque con espíritu contemplativo, saludable y "comunitario" (a veces sectario), estas prácticas poco tienen que ver con la disciplina de las sociedades del Pacífico asiático, nada primitivas y consolidadas en el siglo XX. Ni India y el Tíbet son sociedades que se hayan caracterizado por los rasgos que ya se han descrito sobre los países del Pacífico asiático. India y el Tíbet tampoco son territorios que hayan vivido de modo intenso la Guerra Fría, pese a la ocupación china en el país de los lamas. En todo caso, desde finales de los años ’60 surgió, como no había ocurrido nunca antes, una peculiar forma de "orientalismo" en la primera potencia del orbe. Este "orientalismo" poco tiene que ver con el temor a la competencia japonesa que se difundió en los años ’80 del siglo pasado, ni con cierto miedo que provoca hoy el poderío de China. Tampoco tiene que ver el actual "orientalismo" estadounidense con el que practicara Europa, por lo menos desde tiempos de la Ilustración. En Estados Unidos, desde el siglo pasado, la población de origen asiático fue encerrada con frecuencia en ghettos o barrios segregados, y hubo incluso un tiempo en el siglo XIX en que, con un inveterado racismo, se prohibió la inmigración china. Al mismo tiempo, en los propios Estados Unidos la población asiática (como la de origen coreano o japonés) ha demostrado grandes aptitudes para obtener una buena calificación profesional e insertarse de este modo en la competitiva sociedad del Norte.

    2.América Latina: las sociedades "asiáticas"

    Es imposible saber qué habría sido de la evolución de las grandes civilizaciones precolombinas (azteca, inca, ya que la maya desapareció envuelta en el misterio) de no haberse producido la brutal Conquista española. Como vencedores, los españoles se representaron a las sociedades vencidas con las referencias que habían traído de Europa. No fue sino hasta los siglos XIX y XX, con los adelantos de la investigación histórica, que pudo establecerse una hipótesis nada descabellada: las civilizaciones prehispánicas habrían sido básicamente "tributarias" (basadas en el tributo), y similares desde este punto de vista a las civilizaciones asiáticas, como la china ("despótico-tributarias"). Si la hipótesis no es descabellada, es en la medida en que, en primer lugar, los habitantes originarios de América provenían de Asia (entre otros lugares, de las cercanías del lago Baikal), de donde llegaron cruzando el estrecho de Bering. En segundo lugar, quien observe algunas costumbres indígenas americanas actuales no puede dejar de notar, no sin cierta extrañeza, su parecido con algunas tradiciones asiáticas. El colorido de las vestimentas indígenas puede recordar el de algunos grupos étnicos asiáticos; la música andina peruana (huaynos, huaylas) tiene resonancias que se encuentran en la música china o de Mongolia; una diablada boliviana, con sus máscaras, se emparenta en más de un aspecto con ciertas festividades tibetanas, y basta con escuchar a la cantante peruana Yma Sumac para percatarse de entonaciones que solo se encuentran del otro lado del Pacífico. Desafortunadamente, es una pista que no ha seguido la etnomusicología latinoamericana. Algunos datos científicos recientes corroboran la existencia de "puentes" entre Asia y América: el tipo sanguíneo de la isla japonesa de Hokkaido, por ejemplo, se encuentra también en Perú.

    Las civilizaciones precolombinas, "despótico-tributarias", se basaban en el estancamiento tecnológico –desventaja que aprovecharon los españoles- y la inmensa carga de trabajo colocada sobre los hombros de la fuerza humana. Existía un Estado importante, con sus nobles y militares, pero que se apoyaba al mismo tiempo, para recoger el tributo (destinado por ejemplo a grandes obras ceremoniales), en las comunidades aldeanas donde solía existir el trabajo colectivo. En otros términos, la sobreexplotación de la fuerza de trabajo compensaba la subutilización de las posibilidades tecnológicas, y a la par existían comunidades primitivas autárquicas (el ayllu inca, el calpulli azteca) que podían confundirse con un "comunismo primitivo". Algunas de estas formas comunitarias han sobrevivido hasta la actualidad, como en el caso de la minga en los Andes ecuatorianos. Lo cierto es que los españoles no encontraron civilizaciones basadas en el feudalismo, que fue "importado" desde la península ibérica, y que aprovechó –para imponerse- la ya existente sobreexplotación de la fuerza de trabajo. Con ello se quebró la autoridad estatal prehispánica y las lealtades personales que podía convocar (mediante los sistemas de parentesco, por ejemplo). El "orden" impuesto por los españoles se convirtió en equivalente de sumisión, y los vencidos dejaron de sentirse leales al nuevo Estado: los indígenas podían llegar a practicar el desgano (en medio de los trabajos forzados), el desacato y la desobediencia. Desde la Conquista y la época colonial, la disciplina y la lealtad al Estado se volvieron imposibles, y ni siquiera la Corona, desde la península ibérica, consiguió controlar toda suerte de excesos entre los españoles de Indias. ¿Habrían evolucionado las civilizaciones precolombinas al modo de las asiáticas de no haber sido vencidas por los españoles? Es imposible saberlo, aunque las características de las sociedades tributarias parezcan explicar que no haya germinado en ellas el capitalismo. En todo caso, cierto "latinoamericanocentrismo", si cabe llamarlo de este modo, ha pasado por alto un dato peculiar: Colón ciertamente buscaba la ruta de las Indias y las riquezas asiáticas, en particular a particular de todas las leyendas del Lejano Oriente, y se topó con un extraño y al mismo tiempo deslumbrante Nuevo Mundo. Hubo de pasar mucho tiempo hasta que la investigación histórica pudiera establecer que las grandes civilizaciones precolombinas tenían efectivamente rasgos en común con las asiáticas, por el modo de producción tributario (como sugiriera llamarlo Roger Bartra), que no era ni esclavista ni feudal.

    3. Eurocentrismo y orientalismo

    El "orientalismo" europeo nunca fue muy benevolente con las sociedades asiáticas, aunque éstas hayan despertado el interés de los pensadores de la Ilustración, como Voltaire (que escribió al respecto un texto desafortunado). Para justificar los avances europeos, Montesquieu pudo escribir una obra como ¿Cómo se puede ser persa?. El mismo Montesquieu, en El espíritu de las leyes, distinguía entre tres formas de gobierno: republicano, monárquico y despótico. Este último, basado en la ausencia de leyes, el temor y el aislamiento, resultaba ser el peor de todos, y propio incluso de sociedades instaladas con su inmutabilidad en "climas cálidos". Como lo ha sugerido un autor como Edward W. Said, el "orientalismo" europeo (que incluyó a literatos como Nerval, Chateaubriand, Flaubert, Lamartine De Vigny y Victor Hugo, entre otros), que se orientó sobre todo hacia el mundo árabe e islámico, más que al Lejano Oriente, tuvo mucho de justificación para las empresas coloniales francesas y británicas. El mundo árabe e islámico no dejó de estar envuelto en el misterio, los prejuicios y la idealización de cierto exotismo o de la "sensualidad" oriental. Con todo, Europa Occidental había sido capaz, aún con sus estereotipos, de mirar al mismo tiempo hacia América (sobre todo del Norte), con la idealización del "buen salvaje", y hacia Oriente, al convertirse en el "centro del mundo", algo que Estados Unidos habría de hacer a su modo tiempo después, y en particular entre finales del siglo XX y principios del siglo XXI. Las sociedades periféricas, en cambio, se mostraron por la fuerza de las cosas incapaces de "representarse al Otro" como no fuera bajo la figura odiada del colonizador. Quiérase o no, los países centrales albergaron cierta curiosidad (antropológica, histórica, social, económica, etcétera….) por las periferias, y produjeron sobre ellas un abundante conocimiento. Por contraste, las periferias no fueron recíprocas y, con frecuencia, se encerraron en la atribulada y "endogámica" búsqueda de una "identidad" propia. El ser periférico difícilmente puede "representarse al Otro", aunque a veces lo haga con la misma carga de prejuicios atribuida al colonizador. Como excepción, una de las pocas sociedades bien colocadas para mirar a la vez a Occidente y Oriente (y que tiene por símbolo a un águila bicéfala) sea la euroasiática Rusia, pese al poco conocimiento que se tiene en el mundo occidental sobre los trabajos de los "orientalistas" rusos (y anteriormente soviéticos), algunos de los cuales ocuparon hasta hace poco cargos importantes, como Evgueni Primakov.

    Entre los pocos pensadores latinoamericanos que buscaron tender puentes entre el pasado prehispánico y la evolución posterior de América se encuentra el peruano José Carlos Mariátegui, que en el siglo XX buscó formas de "comunismo primitivo" en el ayllu andino, y vio en ello un elemento positivo para las luchas sociales a futuro. Con todo, en la obra de Mariátegui no habría de aparecer el debate sobre el "despotismo oriental", que se llevó a cabo lejos del Perú. ¿Se trataba entre los incas de comunismo primitivo o de sociedad tributaria? A la larga, las interpretaciones tergiversadas de la obra de Mariátegui le costaron caro al Perú: en los años ’80 del siglo pasado, como es sabido, surgió en el país andino el brutal terrorismo de Sendero Luminoso, influenciado por el maoísmo, y que provocó una gigantesca regresión –y represión- en una sociedad en plena crisis, donde en realidad estaba ganando terreno el "capitalismo cholo" (mestizo), de espaldas a las tradiciones indígenas serranas más antiguas, en plena desestructuración. Tampoco es casual que, en medio de esta regresión, gran parte de la sociedad peruana, contra el "blanco" Mario Vargas Llosa, se pronunciara por seguir al carismático nipón Alberto Fujimori. En cierto sentido, el Perú hubo de dar un doble salto para atrás, de marcado corte "asiatista", sin convertirse por ello en una sociedad disciplinada, educada y leal al Estado. Incluso la aventura de Fujimori, refugiado finalmente en Japón, terminó mal: el "capitalismo cholo" se pronunció por el Perú Posible de Alejandro Toledo, y al grito de "el chino al Japón, y el cholo al sillón". El brote de ancestral asiatismo en el Perú había terminado.

    4. América Latina: de espaldas al Pacífico

    Son pocos los países de América Latina (El Salvador, Ecuador, Perú y Chile) que tienen una fachada exclusiva al Pacífico, y desde la Conquista y la colonia el subcontinente americano orientó siempre la mirada hacia el Atlántico: Europa primero (España y Portugal, Francia y Gran Bretaña después), y Estados Unidos (la costa Este) después. Desde este punto de vista, América Latina no fue capaz de crear corrientes "orientalistas" de pensamiento, como probablemente tampoco haya ocurrido en Africa. Con ello, América Latina amputó las probabilidades de acceso al universalismo. Los españoles, satisfechos con el oro de América, tampoco se habían interesado mayormente por Asia, aunque algunos descubrimientos lo permitieran. Con todo, debe mencionarse que los exploradores y navegantes españoles hicieron una contribución importante al descubrimiento del Pacífico: llegaron hasta las islas Filipinas (azotadas por la piratería de los "moros" musulmanes y piratas en Mindanao y el archipiélago Sulú), desde donde se establecería durante la época colonial cierto comercio con China y Cipango (Japón), pero también descubrieron Polinesia y Melanesia, los archipiélagos de las islas Hawai, Marquesas, Sociedad, Nuevas Hébridas, Salomón, Carolinas, Palaos, Marianas, la isla de Nueva Guinea e incluso parte de Australia. El descubrimiento y la valorización de las Filipinas tuvieron repercusiones importantes, ya que permitieron establecer a la larga un paso entre España –a través del puerto novohispano de Veracruz, y el de Acapulco- y Oriente (donde existía una fuerte competencia portuguesa), en lo que habría de conocerse como la ruta de los Galeones de Manila o Naos de China. A partir de aquí se establecería también un comercio triangular de artículos chinos entre las Filipinas, la Nueva España (México) y el Perú. Entre otras cosas, muchos mexicanos se quedaron en Filipinas y muchos filipinos se afincaron en México, donde en la costa de Guerrero se pueden apreciar rasgos fisonómicos malayos en parte de la población. También por el paso de Panamá, los españoles habían buscado la ruta "de Cádiz a Catay". Desafortunadamente, la historia posterior quiso que la gloria por la exploración del Pacífico se pusiera a cuenta de otros descubridores y científicos, como Cook, Bougainville, Gilbert, Marshall, La Pérouse y Bering, entre otros. Finalmente, las rutas españolas del Pacífico habrían de ser hostigadas ocasionalmente por la piratería inglesa, pero sin que se llegara a las proporciones que adquiriera el fenómeno en el mar Caribe.

    A fin de cuentas, América Latina se orientó fundamentalmente al Atlántico, y se dedicó, ya con la independencia, a imitar a países como Francia o Gran Bretaña entre las élites (como ocurriera con el porfiriato "afrancesado" en México), aunque imitar nunca fue el equivalente de aprender. Probablemente, rota la cohesión social desde la Conquista y la Colonia, las élites latinoamericanas (extranjerizadas aún después de la Independencia) tuvieran temor de transmitir conocimiento, educación y disciplina entre la población local. En otros términos, las sociedades latinoamericanas nunca lograron hacer lo que las del Pacífico asiático, como Japón: imitar para aprender, e incorporar lo aprendido al acervo de riquezas internas. Después de las exploraciones y la Colonia española, América Latina no volvió a interesarse mayormente por Asia, ni siquiera por el emparentamiento con las Filipinas (curiosamente, hasta hoy algunos filipinos pueden encarnar personajes mexicanos en la filmografía estadounidense, como ocurriera con la historia de Ritchie Valens en La Bamba).

    5. Orientalismo estadounidense

    Como ya habíamos sugerido, Estados Unidos engendró desde finales de los años ’60 un "orientalismo ligero" (light si se quiere), basado sobre todo en la admiración por las tradiciones ancestrales hindúes y tibetanas, y en mucho menor medida por el taoísmo chino. En cambio, con el fin de la Guerra Fría surgió en la potencia del Norte otro tipo de orientalismo, cargado de desprecio por el islam, identificado con el atraso, la incapacidad para acceder a la modernidad, la renuencia a reconocer los derechos de la mujer y los atuendos y las barbas "bárbaras" de grupos como los talibanes afganos. Para muchos estadounidenses, el mundo islámico se convirtió en equivalente del terror, y no faltaron tampoco elaboraciones ideológicas como las de Huntington para justificar el miedo. Por si fuera poco, el mundo islámico se asoció con el temor a la "explosión demográfica" más o menos incontrolable. Lo que no deja de parecer extraño, en este nuevo orientalismo estadounidense (consolidado desde luego después de los atentados del 11 de septiembre de 2001), es que oculte las alianzas que Washington tejió durante la Guerra Fría con los países islámicos más retrógrados, desde Arabia Saudita y Kuwait hasta Pakistán, el "país de los puros". Estas alianzas se habían afianzado para contener el nacionalismo laico árabe y para tender un "cinturón verde" que amenazara a Europa, repleta de inmigrantes musulmanes, y a la antigua Unión Soviética, entrampada en Afganistán. En otros términos, de manera harto paradójica, Washington contribuyó a armar y defender a los "bárbaros" que luego habría de temer, como los talibanes (estudiantes de teología) afganos, durante mucho tiempo apoyados desde Pakistán. En todo caso, el nuevo orientalismo estadounidense ya no tendría nada de "ligero", y habría buscado convertir a un islam mal conocido en causante de un eventual "choque de civilizaciones". En la visión estadounidense, el árabe y el islámico se convirtieron automáticamente en "fanáticos".

    A diferencia del orientalismo "ligero", el más reciente no tuvo mayores repercusiones en América Latina. No deja de resultar un tanto curioso, sin embargo, que en los últimos tiempos, en particular desde los años ’90 del siglo pasado, en el subcontinente americano, en plena apertura y con sus rebrotes de "mercantilismo" (con el renacer de los compradores), los inmigrantes de origen levantino hayan cobrado cierta importancia en algunos país, más allá del origen palestino de, por ejemplo, el líder comunista del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional salvadoreño, Shafick Jorge Handal, uno de los pocos que se atreviera a criticar la política exterior cubana de Fidel Castro. En México, algunos de los hombres más ricos (multimillonarios) son de origen libanés (Slim, Harp Helú). En el Ecuador, los acaudalados de origen libanés pasaron también a ocupar puestos importantes en la política local (Bucaram, Nebot, Mahuad), y algo similar ocurrió en Argentina con la familia de origen sirio-libanesa Menem-Yoma. En América Latina, la admiración por las sociedades levantinas e islámicas nunca había pasado de la lectura fantástica de Las Mil y una noches, de la comicidad de un Mario Moreno "Cantinflas" en una película como El Mago (con cierta burla del machismo mexicano), o del aporte de algunos personajes de origen libanés al cine nacional en México (Gaspar Henaine "Capulina", Mauricio Garcés). Con el resurgimiento de la pasión por las "identidades étnicas", apareció en los últimos tiempos una literatura sobre los inmigrantes de origen libanés en América Latina (como la de Carlos Matínez Assad en México). No deja de resultar sorprendente que, en el pasado, los gobernantes del subcontinente tuvieran apellidos castellanos, y que recientemente ello haya cambiado: más que un efecto de la globalización "en abstracto", pareciera haber sido el de la "recompradorización" de las élites locales. América Latina toleró el fenómeno, como lo hizo con el "chino" Fujimori en el Perú, pero sin engendrar por ello orientalismo alguno. Es igualmente cierto que alguna influencia islámica había llegado al continente con los españoles, beneficiados alguna vez del esplendor de Al-Andalus, y que esa influencia se reconoce hoy en la música, por ejemplo en la entonación de la voz (puede pensarse por ejemplo en "La Malagueña" mexicana).

    6. América Latina: inmigración asiática

    Una de las razones por las cuales se dificultó la "representación del Otro" en el ser periférico tiene que ver con que, hasta hace relativamente poco tiempo, las migraciones se producían sobre todo desde el Norte y no desde el Sur. Salvo ahora, en casos excepcionales (España), los latinoamericanos no migraron mayormente hacia Europa, aunque hayan recibido en cambio inmigrantes españoles. En la actualidad, el grueso de los emigrantes del subcontinente americano se dirige hacia Estados Unidos. En cambio, desde hace bastante tiempo América Latina y el Caribe han recibido una importante inmigración asiática, relativamente bien tolerada, aunque casi nunca (salvo en casos como el de Fujimori en el Perú) haya sido considerada como parte de la historia sincrética y mestiza local (con excepciones como la mostrada en el filme Gaijin, sobre la experiencia de los japoneses en Brasil).

    En algunos casos, luego de haberse instalado, la población de origen asiático fue objeto de persecución en algunos países de América Latina: así ocurrió con los chinos del norte sonorense de México, expulsados en los años ’30 del siglo pasado, y con los japoneses en el Perú por la misma época, y deportados a Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. De una manera general, la inmigración asiática al subcontinente americano comenzó en medio de grandes dificultades en el siglo XIX: los "culíes" chinos jugaron un papel importante en la construcción del ferrocarril de Panamá, y en las plantaciones de Cuba (azúcar) y Perú (azúcar y algodón, aunque también en la construcción de ferrocarriles). Ya en el siglo XX, la inmigración japonesa constituyó importantes colonias agrícolas en Bolivia, Paraguay y Brasil, aunque el primer lugar por inmigración del archipiélago asiático en América Latina lo constituyó Brasil, y el segundo Perú, ya con inmigraciones de preferencia urbanas. En las grandes ciudades, los japoneses se concentraron en Sao Paulo, en particular en el barrio Liberdade (y luego Bom Retiro) al que llegarían posteriormente chinos y coreanos; los japoneses y los coreanos en Argentina se concentraron en Buenos Aires (barrio de Once y Avenida Avellaneda); los japoneses en el Perú en Lima (Gamarra), al igual que los chinos y coreranos; los japoneses de Chile en Santiago y los chinos en Iquique, y los del istmo enla Ciudad de Panamá, donde "ir al chino" llegó a convertirse en equivalente de "ir a la tienda de la esquina". También cabe mencionar que hubo comunidades chinas que se instalaron en el Caribe (Jamaica, Trinidad y Guyana (por cierto que apellidos de origen árabe tienen hasta hoy un papel importante en el control del comercio haitiano). De una manera general, los inmigrantes asiáticos se afianzaron en las actividades comerciales (restaurantes, comercios al por menor, textiles, tintorerías, etcétera…), mientras que los que triunfaron en la agricultura consiguieron mejorar la producción de soya en Bolivia y Paraguay, o dedicarse a la avicultura en Bolivia, Colombia y Perú, y algunos más tuvieron éxito en la floricultura (Chile). En algunos países, como Perú y Panamá, la cocina local se enriqueció con los aportes asiáticos.

    Desde la crisis en los años ’80 del siglo XX, algunos asiáticos regresaron a sus lugares de origen (como los japoneses para enviar remesas a sus familiares a Perú), mientras otros emigraron a Estados Unidos. De hecho, cierta influencia asiática en América Latina no dejó de tener cierta influencia que pasaba por Estados Unidos, sobre todo en el gusto por los aspectos más violentos de las artes marciales, de las películas de Bruce Lee a las series televisivas de Jackie Chan. La inserción de algunos grupos asiáticos en países del subcontinente americano no ha estado exenta de problemas a principios del siglo XXI: en la Ciudad de México, por ejemplo, los comercios coreanos ganaron terreno en la antes turística Zona Rosa, pero también entre las mafias del "barrio bravo" de Tepito, conocido por sus actividades de contrabando. Como se ha señalado desde el principio de este trabajo, el mundo asiático no debe idealizarse, por "misterioso" que pueda parecer: la diáspora china, por ejemplo, tuvo en algunos países sus vínculos con las mafias y organizó las propias, como las llamadas "tríadas". Como sea, en América Latina la cultura del Pacífico asiático ha comenzado a conocerse mejor por la entrada de filmes, en particular de la nueva y reputada (a nivel internacional) cinematografía china, como ocurriera en el pasado con el japonés Akira Kurosawa. Desde luego que, en perspectiva, los aportes de las comunidades asiáticas en América Latina no tienen parangón con la casi nula presencia de latinoamericanos en el Pacífico asiático, salvo cuando países como Corea del Sur y Taiwan contribuyeron a adiestrar a fuerzas armadas represivas del subcontinente, sobre todo en el Cono Sur. También puede mencionarse la fuerte presencia de la secta coreana Moon en algunos países del Cono Sur (Uruguay, Brasil). En todo caso, no hay emigración latinoamericana al Pacífico asiático, como tampoco la hay, por cierto, a Oriente Medio.

    7. ¿Una era del Pacífico?

    La historia quiso que desde los años ’80 del siglo pasado, cuando se especuló sobre la entrada en una supuesta "Era del Pacífico", el subcontinente americano reforzara sus vínculos con Estados Unidos, desde donde llegan por lo demás productos orientales como los de las cadenas de comida rápida (fast food). América Latina desaprovechó una oportunidad de estrechar lazos con Extremo Oriente, y se orientó, como siempre en el pasado, hacia el Atlántico. Aunque hubiera cierto interés, la curiosidad no llegó hasta tratar de integrar en el tejido local las enseñanzas exitosas de posguerra de los países asiáticos. El subcontinente americano perdió una ocasión más de ser "bicéfalo", y confirmó en cierto modo tesis como las de Huntington: al modo del kemalismo turco, América Latina se ha esforzado desde tiempos coloniales en conjugar modernización y occidentalización, por más que el propio Huntington haya visto una carga "india" en los países al Sur de Estados Unidos. Tampoco está de más señalar que no existen vínculos entre los asiáticos y la población indígena de América Latina, pese a los lejanos emparentamientos mencionados en este trabajo. Los nuevos movimientos indígenas han llamado sobre todo la atención de los occidentales.

    La pujanza china en las últimas décadas ha asombrado al mundo, pero ello no implica forzosamente que China tenga aspiraciones a convertirse en una potencia "global", ni que pueda hacerlo: sus dirigentes, en todo caso, han expresado su interés por un futuro multipolar. Japón tampoco tiene la capacidad para convertirse en una potencia global, en particular al no contar con los recursos militares necesarios para ello, y por depender aún de cierta tutela estadounidense, que data de la Guerra Fría. Con todo, algunos autores, como André Gunder Frank, han sugerido que China podría volver a ser el centro de una "economía global", lugar que perdió, al igual que otros países asiáticos (como India) durante la gran expansión europea entre 1400 y 1800. Por razones internas, las economías y sociedades asiáticas ya se encontraban estancadas o en retroceso cuando comenzó la expansión europea. Pero si algo es interesante en las tesis de Gonder Frank, es el modo en que relaciona la historia de América con la de Asia durante la expansión europea. En efecto, Europa Occidental, donde España perdía sus riquezas americanas a manos de otros países, se enriqueció con la plata y el oro extraídos de América, y utilizó estos recursos para incrementar su comercio con Asia y penetrar desde India hasta Extremo Oriente, antes de emprender la aventura colonialista final. De este modo, el Descubrimiento de América también sirvió para la creciente intromisión europea en Asia. Como ya se ha sugerido, Europa supo mirar al Occidente y al Oriente a la vez, y construir de este modo sus colonias de ultramar, en un proceso que duró siglos. No por ello hubo interés de España por el Lejano Oriente, salvo en el caso filipino ya mencionado. España, en realidad, se debatió sobre todo entre su pertenencia al Mediterráneo (desde donde había sufrido la penetración musulmana)y la construcción de su imperio Atlántico.

    La actual pujanza china no está envuelta en un "misterio insondable", y le debe mucho a una arriesgada combinación de economía de mercado y apertura al exterior con el disciplinamiento estatal, heredado de la Revolución y de la Guerra Fría, por lo que un futuro demasiado promisorio es difícil de augurar. En el estado actual de cosas, solo recogiendo tesis probablemente ya superadas como las de Max Weber (y en menor medida, de Durkheim) podría explicarse únicamente el éxito chino por la sobrevivencia de la "esencia" confuciana. La investigación histórica en Occidente olvida fácilmente que, pese a tanto "misterio", Oriente ha sido capaz de crear sus propios humanistas, en fuerte contacto con la cultura europea sobre todo (Ho Chi Minh, por ejemplo, admiraba la cultura francesa, como fue en Francia donde hizo proselitismo el ayatolá iraní Jomeini), y de aspirar al laicismo. China no es hoy una sociedad fundamentalmente "religiosa", ni mucho menos fanática.

    Conlusiones

    Centrada en el Atlántico y de espaldas al Pacífico, América Latina, carente de universalidad, no ha sabido aprender de la evolución sorprendente de las sociedades asiáticas, ni de las posibilidades de su propia historia. En particular, y a diferencia de lo sucedido en el Extremo Oriente, el subcontinente americano colonizado no consiguió resguardar la cohesión social y nacional, conservar una verdadera autoridad estatal y crear un sistema educativo digno de ese nombre. La autoridad se confundió desde la Colonia con la imposición, y la lealtad con sumisión, en una cultura perneada por el problema básico de la humillación. Si en el Atlántico se trató de imitar para "brillar", en el Pacífico se trataba de aprender para progresar y tener éxito. Desde este punto de vista, cabe lamentar que América Latina haya crecido de espaldas a Asia, salvo con eventuales atracciones por la cultura hindú, como la que profesara Octavio Paz. ¿Quedará América Latina marginada del reordenamiento actual del mundo, que se inclina por Asia, o se reencontrará con su propia historia, superando sus aspectos más negativos?.

    BIBLIOGRAFÍA

    Banco Interamericano de Desarrollo. Cuando Oriente llegó a América. Contribuciones de inmigrantes chinos, japoneses y coreanos, BID. Washington D.C., 2004.

    -Bartra, Roger. El modo de producción asiático. Problemas de la historia de los países coloniales. Era, México, 1986.

    -Chesneaux, Jean, et al. El modo de producción asiático. Grijalbo, México, 1969.

    -Corm, Georges. La fractura imaginaria. Las falsas raíces del enfrentamiento entre Oriente y Occidente. Tusquets, Barcelona, 2004.

    -De Jarmy Chapa, Martha. La expansión española hacia América y el Océano Pacífico. II. La Mar del Sur y el impulso hacia el Oriente. Fontamara, México, 1988.

    -Gunder Frank, André. ReoOrient. Global economy in the Asian Age. University of California Press. 1998.

    Enviado por:

    Dr. Marcos Cueva Peras

    Dr. En Economía Internacional por la Universidad Pierre-Mendés France, Grenoble, Francia

    Instituto de Investigaciones Sociales

    Universidad Nacional Autónoma de México

    México D.F., agosto de 2005