Precursores conceptuales y actualidad en el enfoque sociológico sobre identidad
Enviado por David Rubio Méndez
- Actualidad en el enfoque sociológico de la identidad. Hacia una teoría sociológica de la identidad
- La identidad como cuestión sociológica
- Bibliografía
La noción de identidad, igual que la de cultura, ha sido ampliamente abordada en el campo de las Ciencias Sociales, lo que demuestra que la reflexión en torno al tema no es nueva, sino que se inscribe en una respetable tradición construida desde las aportaciones realizadas por la Psicología Social, la Antropología y la Sociología. El término identidad se incorporó al campo de las Ciencias Sociales a partir de las obras del psicoanalista alemá n Erick Erikson (1977), aunque deben destacarse los aportes de Henry Tajfel (1974, 1978, 1981,1984)1, a quien se considera el creador de la teoría de la identidad social. Erikson, a partir de sus estudios sobre los problemas que enfrentan los adolescentes y las formas en que pueden superar las crisis propias de su edad2, explicó el concepto de crisis de identidad – por pérdida de la misma- en individuos que manifestaban malestar en torno a su posición en la vida social.
La alusión a personas que "sufren" por crisis de identidad, o por relativa "pérdida" de la misma, contribuye a perfilar la tesis de Erikson en torno a la necesidad humana del sentido de pertenencia y, en consecuencia, su importancia para la regulación del comportamiento. Desde este punto de vista la actuación cotidiana de los individuos se articula diná micamente con las motivaciones, los intereses, los valores, las actitudes y los prejuicios, cuya continuidad, ruptura o modificación dependen en gran medida de las relaciones individuo– grupo e individuo-sociedad.
En la obra de Erikson prevalece la alusión a la conciencia de mismidad y la continuidad subjetiva del "yo", que supone un proceso de evaluación y cambio –de reconfiguración-, operado desde la propia percepción que el sujeto se forma de su pertenencia a un grupo determinado – a varios – y a la sociedad. Los aportes de Erikson, bien pueden ser ubicados en las dimensiones de aná lisis (macro-micro sociales), pues dedica especial interés en demostrar la relación entre identidad e ideología (identidad psicosocial) y su derivación en una pluralidad de identificaciones, las que pueden ser agrupadas en tres niveles fundamentales: la personal o individual -denominada por Erikson como "somá tica"-, la integración entre la experiencia personal y el comportamiento grupal, y ademá s la social – referida a la participación de lo personal y lo grupal en un contexto histórico- geográ fico determinado. En este sentido la identidad individual y las identidades diversas de los grupos sociales poseen una determinante ideológica, en función de los valores en ellas implícitas.
Los enfoques psicológicos de identidad, centrados fundamentalmente en la explicación de los procesos de formación de la identidad individual, no escapan a la comprensión de su relación con la noción de identidades colectivas, en el sentido que ambas son socialmente construidas. En esta línea de pensamiento Henry Tajfel desarrolla su teoría de la identidad social desde la comprensión de la relación entre grupo y categoría social, concibiendo esta última como el vínculo psicológico que permite la unión del individuo con el grupo, a partir de la percepción de su pertenencia al mismo.
Para Tajfel la pertenencia al grupo es el ingrediente esencial de la identidad social, porque el individuo, a la vez que se siente parte de un grupo, también se diferencia de los miembros de otros grupos a los que no pertenece (noción de los otros, por diferenciación). En tal sentido la identidad individual se construye desde la identidad colectiva por la necesidad de pertenencia al grupo para reafirmar la individualidad, desde la percepción de semejanzas y diferencias. A partir de esta reflexión puede considerarse que la actual concepción teórica sobre la identidad colectiva tiene como antecedente la visión de Tajfel sobre la identidad social, desde la perspectiva de la Psicología.
El desarrollo posterior a Erikson y Tajfel de la perspectiva psicológica de la identidad social, no trasciende la dimensión micro social de aná lisis, continúa con la reflexión en torno al "yo", "el sí mismo" –mismidad-, la existencia, la autoconciencia, la personalidad, el cará cter, etc., lo que se avala en los registros de la percepción del "yo" como mecanismo de reconocimiento y autocategorización. No obstante, la noción de identidad en los estudios psicológicos actuales incluye la diversidad de identidades en relación a los espacios de socialización en los que pueda interactuar un individuo o un grupo social. De esta forma ocurre una conexión epistemológica ente los niveles micro y macro de aná lisis, resultando visible un enfoque de integración entre los mismos.
En los enfoques macrosociales de la identidad, desarrollados fundamentalmente por la tradición antropológica, se aprecia una determinación estructural de esta noción, a partir de construcciones histórico- culturales, a saber: identidades culturales, nacionales, regionales, identidades étnicas, sobre la base de construcciones tradicionales desde la memoria histórica, que imponen una categoría social o sentido de pertenencia a los individuos y las colectividades. En este sentido la noción de identidad étnica y su relación con la noción de grupos étnicos flexibilizan el enfoque macrosocial de identidad, al implicar el reconocimiento de la diversidad y el multiculturalismo como particularidades sociales de los grupos.
La mirada antropológica sobre la identidad tiene su fuente en el reconocimiento de la diversidad cultural; en consecuencia múltiples teóricos esgrimen el etnocentrismo como recurso para la impermeabilidad y supervivencia de las culturas. Una de las pretensiones fundamentales de la Antropología, desde los tiempos de E. Tylor (1871) ha sido el de la descripción y comprensión de los modos y estilos de vida en las sociedades, especialmente aquellas consideradas diferentes de la cultura occidental.
Con estos propósitos se desarrollan varias teorías que intentan explicar la existencia de la diversidad cultural, desde la concepción de la unidad nacional hasta la unidad grupal y comunitaria, a partir de sus estados evolutivos, lenguajes, prá cticas sociales, parentesco, estructura social, formas de organización social, entre otras. La distinción en los enfoques antropológicos sobre la identidad ha sido la recreación de los conceptos de grupo étnico e identidad étnica, los que no han atravesado el largo camino de su consolidación como conceptos sin francas contradicciones epistémicas entre los principales autores que la abordan.
Lo común en la variedad de enfoques antropológicos para el estudio de las culturas ha sido el interés por las particularidades que las hace únicas y diferentes. En este enfoque se inscriben destacadas figuras del pensamiento antropológico contemporá neo como Frederick Barth (1978), Clifford Geertz (1996; 2003) y Marvin Harris (1999, 2001), Margaret Mead (1971), J.J.Pujadas (1991,1996), Montserrat Gubernau (1995) y Cardoso de Oliveira (2007).
Uno de los autores má s significativos en el tema es sin dudas Frederick Barth (1978), quien al formular un concepto de grupo étnico, lo concibe má s como tipo de organización social que como unidad cultural, relacionando los conceptos de identidad y grupo. Barth muestra que la identidad étnica no puede ser reducida a las formas culturales y sociales, pues las diferentes formas de organización social denotan modos diversos de expresión de la identidad. De esta manera los grupos étnicos son portadores de identidad étnica, cuya delimitación está asociada a la autocategorización (autoatribución) y a la heterocategorización (atribución por los otros).
Clifford Geertz (1996; 2003) nos sitúa en la comprensión de una diversidad cultural existente cada vez má s indefinida, cuya complejidad entraña mayores retos en la delimitación de las unidades culturales para los actuales investigadores. También nos ubica en una mirada crítica hacia la valoración dicotómica del etnocentrismo. Por una parte "el peligro" del etnocentrismo radica en la tendencia a la exclusión de grupos sociales y comunidades con sistemas de valores y prá cticas sociales "diferentes"; en función de esta intolerancia o indiferencia hacia formas culturales distintas en la historia de la humanidad se registran hechos de represión, invasión y destrucción de los valores que sostienen una cultura, o a la sociedad que la prá ctica, distinguida por sus particularidades con respecto a la pretendida cultura occidental homogénea, impuesta desde los centros de poder. Por otro lado el valor del etnocentrismo, en opinión de Geertz, radica en la garantía de la diversidad misma. La permanencia etnocéntrica de la diferencia constituye, desde este punto de vista, la base para la resistencia cultural frente a las tendencias homogeneizantes de la globalización.3
Desde el enfoque macrosocial de la identidad cultural, presente fundamentalmente en las investigaciones antropológicas, se hace recurrente su correlato con la noción de identidad nacional o étnica4. En consecuencia podemos referirnos a identidades culturales diversas sin perder la mirada macro social: identidad política, referida al reconocimiento y participación de los grupos y los individuos dentro del sistema sociopolítico inherente al estado–nación –aunque en este sentido guarda relación con la noción de identidad nacional-; identidad territorial, referida al hecho de asumir y compartir los referentes culturales inherentes a un á rea residencial determinada, independiente de su tamaño, lo que puede ser tan abierto y diná mico como el propio concepto de comunidad (en este caso el elemento que permite su delimitación conceptual está asociado al sentido de pertenencia a una zona residencial delimitada por sus límites físicos y no simbólicos); identidad comunitaria, referida a los lazos culturales que cohesionan a los grupos sociales a partir de la memoria histórica o de prá cticas culturales específicas, má s allá de los límites físicos o territoriales.
En este sentido las nociones de identidad territorial y comunitaria poseen puntos de contacto con las nociones de identidad nacional, étnica, política e histórica. Así pueden ser valoradas otras formas macrosociales de manifestación de la identidad cultural, referidas al género, las generaciones, las historias locales y regionales, las clases o los estratos sociales, y las formas socioeconómicas y socioculturales que demarcan los límites entre lo rural y lo urbano.5
Actualidad en el enfoque sociológico de la identidad. Hacia una teoría sociológica de la identidad.
Aunque la reflexión teórica sobre la identidad no es nueva en las Ciencias Sociales, parece estar ausente en la obra de los clá sicos de la Sociología. Sin embargo en sus teorías pueden ser valoradas algunas nociones que resultan precursoras conceptuales para la explicación de la identidad o la formación posterior de una teoría sociológica de la identidad entre los años sesenta y ochenta del pasado siglo6. Entre ellas encontramos desde las posiciones contrapuestas que suponen las teorías de la estructura y de la acción, con sus má ximos exponentes: Emile Durkheim -con sus conceptos conciencia colectiva, representaciones colectivas y corrientes sociales-; Max Weber desde la acción social y status, y Carlos Marx con su concepto de conciencia de clase, toda vez que, desde sus teorías, estas importantes figuras del pensamiento sociológico clá sico apuntaban hacia una reflexión en torno a lo que agrupaba en colectivos a los sujetos o definía su pertenencia a determinados grupos sociales.7
Emile Durkheim, desde la noción de representaciones colectivas8, sugiere la mirada sociológica a la identidad, desde una dimensión macrosocial. La limitación inherente al concepto radica en no reconocer el papel activo de la subjetividad en las particularidades contextuales de los procesos y estructuras sociales, aun cuando admita la relación entre conciencia colectiva9 y conciencia individual.
La noción de la identidad, vista desde la posición estructural-funcionalista de Durkheim, bien pudiera ser comprendida, en síntesis, como construcción simbólica que se deriva de los significados diversos que adquiere para los actores sociales el sistema de normas y valores inherentes a las estructuras sociales heterogéneas.
Su aplicación a los enfoques micro-sociales es posible si se valorase como el conjunto de significados compartidos que los actores le confieren a los hechos y procesos sociales, desde la especificidad de las experiencias cotidianas de los grupos sociales e individuos y de los estratos sociales en los que interactúan, a saber: familia, grupos ocupacionales, grupos etá reos, género, á reas residenciales y comunidades.
Los aportes de Weber como uno de los precursores conceptuales de la identidad se visualizan desde todo el conjunto de planteamientos que conforman su teoría de la acción social. Este concebía la acción en términos de su significado subjetivo10 -a diferencia del conductismo en que los individuos respondían mecá nicamente a los estímulos externos, a las estructuras que lo constriñen- la acción social es resultante de un proceso mental, en que los individuos atribuyen significado a sus acciones (acción significativa). Desde este punto de vista la construcción de la identidad social -individual y colectiva- resulta un proceso mental de internalización de las normas y los valores, y de atribución de significados que resultan recursos para la acción. Max Weber no concibe la dimensión colectiva de la acción, lo que desde el discurso sociológico actual se considera la base de las identidades colectivas, al opinar que solo las personas individuales pueden ser sujetos de una acción orientada por sus sentidos. Parte de estas consideraciones de Weber trascienden a sus seguidores: George Herbert Mead con el interaccionismo simbólico y Alfred Schutz con la fenomenología. Puede incluso apreciarse en Berger y Luckman, continuadores de obra de Schutz, el no reconocimiento de las identidades colectivas, al considerar que el concepto de identidad solo puede entenderse como atributo de un sujeto individual, so pena de caer en una hipostación11 semejante a la operada por Durkheim con su teoría de la "conciencia colectiva" o de las "representaciones colectivas". No obstante, no debe limitarse el aporte de Weber – como precursor conceptual de la identidad – a la conceptualización de la identidad individual, a partir de su negativa hacia la acción colectiva, pues en su concepto de estatus12 sienta las bases para la comprensión de esta dimensión colectiva de la identidad.
Posterior a estos autores, la conceptualización sociológica de la identidad encuentra un punto de partida, ya de manera explícita, en los trabajos de George Herbert Mead y Talcott Parsons. Este último, recibió las influencias de Durkheim -de cuya línea de pensamiento es heredero -y del psicoanalista de origen alemá n Erick Erikson, es por ello que sus avances en la definición de la identidad como vertiente subjetiva de la integración – asociada al proceso de internalización de roles y status por parte del actor social -, tienen lugar a partir del interés en explicar la personalidad.
Desde la visión del funcionalismo-estructural, Parsons incorpora la noción de identidad a su explicación sobre el sistema de la personalidad -como función interna dirigida al "mantenimiento del modelo" ("pattern- maintenance")13. Así denota la manera en que el individuo logra una representación social de sí mismo desde la integración normativa y el grado de cohesión o del sentido de pertenencia y permanencia al grupo. Desde la visión funcionalista "la identidad social es má s fuerte si el actor ha integrado bien los sistemas normativos y las expectativas que le son atribuidas por los demá s y por el sistema" (Dubet, 1989:520). En sus ideas sobre la posición de la identidad en la teoría general de la acción Parsons14 propone la articulación ente el "sistema" y la "personalidad.": si bien el contenido de la estructura de la personalidad se deriva de los sistemas sociales y culturales a través de la socialización, la personalidad se convierte en un sistema independiente mediante las relaciones que mantiene con su propio organismo y debido a la particularidad de su propia experiencia vital, no es un mero epifenómeno15. Pudiera inferirse entonces, – desde una mirada parsoniana – que la identidad es el elemento que le confiere estabilidad a la personalidad, ya que esta, en tanto vertiente subjetiva de la integración, se forma en el proceso de socialización, de internalización de normas y símbolos, canalizando el orden y la unidad de las orientaciones normativas má s allá de la diversidad de roles; así desde esta relación Identidad-integración pudiera identificarse la función nómica de la identidad, advertida por otros autores (Comas y Pujadas, 1991:33-56). "No obstante un cierto individualismo será necesario, para adaptarse al cambio, y por consiguiente, esta identidad, vertiente subjetiva de la integración, no podrá confundirse con conformismo" (Dubet, 1989:521).
También desde el funcionalismo estructural se inscribe en este aná lisis a Robert Merton (1965), otro importante teórico del funcionalismo estructural. En su obra "Elementos de la teoría y el método sociológico"
16, Merton conceptualiza al grupo y la colectividad desde los referentes de la interacción social, lo que ha sido relacionado por autores como Giménez (1997) con la noción de comunidades imaginadas, aportada por Anderson (1983)17 y por ende con la noción de identidades colectivas. Desde estos referentes puede considerarse su valoración en torno a la pertenencia a una categoría social, a un grupo social o colectividad como su contribución fundamental al actual enfoque sociológico de identidad.
No obstante los aportes para los actuales enfoques sociológicos sobre identidad, implícita en las obras de los clá sicos del funcionalismo norteamericano, debo destacar que la tradición en la comprensión sociológica de la identidad se impone con los trabajos de George Herbert Mead18(1934), desde los referentes del interaccionismo simbólico, cuya obra es continuada entre los años cincuenta y sesenta del pasado siglo – también desde la Escuela de Chicago- por Erving Goffman (1980) 19, quien retoma las tesis de Mead y se ubica entre los sociólogos contemporá neos que explican -desde las nociones de la identidad- las construcciones simbólicas resultantes de las diná micas interrelaciones entre individuo y sociedad. Así establece que tanto en la identidad social como en la identidad personal está n incorporados los intereses y las definiciones de las personas que se relacionan con el individuo, de tal forma que la identidad es actuada por cada individuo, en cada escenario de interacción20. Si bien para los funcionalistas estructurales, el elemento central para la conceptualización de la identidad parece ser la integración social, par los interaccionistas simbólicos, suele se la interacción social.
Es en la escuela de Chicago donde ocurre una atención especial hacia los procesos de crisis de identidades, precisamente al asociarse a los procesos de cambio social, relacionado entre sus líneas fundamentales. En este sentido se destacan los trabajos de Thomas y Znaniecki, quienes proponen una descripción de las etapas de descomposición de la identidad tradicional de los campesinos polacos inmigrados a Estados Unidos, lo que en opinión de Dubet, no parece desmentir las numerosas investigaciones sobre la inmigración y el desarraigo.21
También en esta línea puede ser ubicado el interaccionista simbólico Ralph H. Turner22 con sus ideas sobre auto-percepción en la interacción social, en la que ademá s distingue entre las nociones de identidad e imagen del individuo: "concepciones de sí" e "imagen de sí". La primera responde a valores y aspiraciones durables que el individuo percibe como constitutivos de " lo real", mientras que la segunda representa "la fotografía que registra su apariencia en un determinado instante"(Giménez, 1996:196).
Desde la perspectiva de los fenomenólogos sociales se desarrolla también una importante comprensión de la identidad, motivada por la necesidad de explicar los procesos de transformaciones sociales asociados a las complejas y heterogéneas lógicas de identificación social: identidades tradicionales vs. "modernización"; por lo que el retorno de la centralidad del sujeto, en el pensamiento sociológico, comienza a establecerse en la sociología norteamericana con los aportes de E. Goffman (1959) y Berger y Luckmann (1967)23, en relación con la emergencia de los movimientos sociales.
La dimensión colectiva de la identidad, como la noción que distingue el actual enfoque sociológico de la identidad, comienza a ser construida principalmente en la sociología europea, describiendo una trayectoria desde los años sesenta hasta los ochenta. Este nuevo enfoque desarrollado a partir de los anteriores referentes teóricos emerge, impulsado de alguna manera por la contingencia de los movimientos sociales en la defensa de las identidades, como consecuencia de las luchas por la igualdad social, de raza, de género, de credos, étnicas, políticos, de expresiones culturales particulares o la proliferación de identidades grupales de pequeña escala y de orientación anti-institucional. Así, la defensa y reconocimiento de las Identidades se convierten en tema recurrente desde el discurso de los actores sociales vinculados a estos movimientos.
Al respecto Fançois Dubet, refiere que la fuerza actual o el auge de la identidad en el discurso de las ciencias sociales no responde a una suerte de moda, sino que es consecuencia de la efervescencia en el discurso de los grupos y movimientos sociales, entre otros factores24.
En estas circunstancias ideológicas de crisis general de identidades (Giménez,1996:183) se insertan los procesos macro-sociales de globalización, transnacionalizacion y homologación cultural, y las resistencias de las identidades nacionales regionales y locales, haciéndose impostergable la explicación de los procesos de transformaciones sociales asociados a las complejas y heterogéneas lógicas de identificación social25.
Tales "factores sociales difusos"26 en torno a la identidad o las identidades, no sólo han sido representados desde las prá cticas discursivas de los actores sociales sino que han suscitado la atención de los políticos y la sensibilidad de los sociólogos, antropólogos, psicólogos y otros científicos sociales, consolidá ndose en relación con la emergencia de los movimientos sociales. A partir de los años ochentas en la sociología – fundamentalmente desde Europa– aparece una nueva mirada a la identidad con figuras como Alain Touraine27, Zigmunt Bauman (1989, 1993, 1994, 1998, 2000, 2003, 2004, 2005, 2007, 2008) 28, Alessandro Pizzorno (1983)29, Pierre Bourdieu (1997;1999)30, J. Habermas (1987)31 y Fançois Dubet (1989)32, Manuel Castell (1998)33, Michel Maffesoli (1997) 34, y Alberto Melucci (1999)35, sin restar importancia a los aportes a la consolidación del enfoque sociológico de identidad, que se logra desde Latinoamérica con figuras como Nestor García Canclini (1990); Martín Barbero (1991, 2002, 2003); Gilberto Giménez (,1996, 1997, 2001, 2002, 2005, 2006, 2009) y Aquiles Chichu (2002).
En Cuba la génesis de los estudios sobre identidad puede ser remontada a los aportes de Fernando Ortiz (1983)36, desde su basta obra, pero fundamentalmente desde Contrapunteo37, donde aporta su trascendental concepto de transculturación, "para remplaza expresiones como cambio cultural , aculturación, difusión, migración ósmosis de cultura, los que, como expresa Malinowski, no parecían adecuados por su sentido imperfectamente expresivo 38para el estudio de los procesos de mestizajes culturales de los resultaba la identidad cubana. Aunque es reconocido por Malinowski como funcionalista, tal vez por las influencias de Durkheim en su obra, bien pudiera reconocerse también la influencia del materialismo histórico. Aunque su obra ha sido enmarcada en la antropología por la presencia de las nociones de identidad étnica e identidad cultural, bien pudiera considerarse implícito su enfoque sociológico, valido como el primero de los antecedentes para los estudios de identidad y migraciones en Cuba, y específicamente para los estudios de reconfiguración identitaria39.
En esta línea se inscriben otros estudiosos de la Cultura cubana, considerados continuadores de la obra de Fernando Ortiz, como Lidia Cabrera, Natalia Bolívar, Miguel Barnet, Jesús Guanche, Joel Jaime y Olga Portuondo. No obstante en la conceptualización sociológica de la identidad, desde el contexto actual de las Ciencias Sociales en Cuba se destacan, figuras como María Isabel Domínguez40(1996,1989, 2000, 2005, 2006, 2009), desde el Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS), y Carolina de la Torre (2001, 2011), desde el Centro de Investigación de la Cultura Cubana "Juan Marinello". Esta última desde los referentes de la Psicológía Social. Carolina sostiene como tesis para toda su producción científica sobre identidad que "el sujeto está atravesado por varias identidades al mismo tiempo, a lo que denomina: identidades collage (De la Torre.2001:137). Por su parte María Isabel Domínguez, desde el Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS), ha desarrollado varios estudios, donde priman los referentes sociológicos sobre la identidad colectiva (grupos), desde las particulares relaciones con los temas de las crisis generacionales y juventud en Cuba.
1.2. La identidad como cuestión sociológica.
En torno a la crisis de identidad (o crisis de sentidos41) en el mundo moderno y posmoderno, después de Erikson, las aportaciones de mayor relevancia, desde la Sociología se encuentran en los trabajos de Peter L. Berger y Zigmunt Bauman.
La primera de las contradicciones que advierten dichos autores en torno a las crisis de identidad en la posmodernidad está centrada en la contraposición entre la identidad individual y la identidad colectiva "identidad como nosotros" e "identidad como yo".
En este sentido se advierte la tendencia actual en las sociedades complejas, fundamentalmente en las grandes ciudades, la dicotomía de la identidad ante lo público y lo privado, a saber: identidad pública e identidad privada. La primera abarca todas las esferas de relaciones públicas a las que los individuos se vinculan: el trabajo, el estado, la comunidad, etc.; sea por decisión o por determinación externa. En cambio la segunda, la identidad privada, abarca los aspectos íntimos de la vida de un individuo en el campo de lo sexual, la familia, los amigos, siempre que sean percibidos como componentes de mayor significación en la historia personal.
Entre las dimensiones de la identidad en el mundo posmoderno, los mayores riesgos para la crisis de identidad se ubican en lo público, má s cercano a las identidades colectivas, dada la diversidad de colectividades por las que puede transitar un individuo en su historia personal. De este modo el sujeto corre el riesgo de construir identidades anónimas o inciertas,42 frente a las cuales adopta una distancia y desarrolla el tipo de duplicidad que describe Goffman, la del sujeto que es consciente de estar representando roles, con los cuales no se identifica, aunque sí los utiliza en su propio provecho43.
Esto indica como un elemento distintivo de la crisis de las identidades colectivas el desplazamiento desde las identidades por compromiso44 y convicción – que se construyen en torno a ideales y valores (identidad moral), como es el caso de la fe religiosa, o los movimientos políticos, etc. – hacia las identidades por conveniencia, en que se utiliza como recurso para la acción y la integración45, lo que ubica al individuo en determinada relación de autonomía con respecto a las estructuras que lo heterocategorizan, es decir que se impone la individualidad incluso ante las identidades colectivas. A esto se refieren algunos autores como Bauman y Berger y Dubet, como el individualismo de las sociedades modernas.
La saturación de las pertenencias o identidades colectivas en los individuos, que hacen de lo público espacios de interacciones difusas e inestables, también tiene como consecuencia la licuación46 de la identidad en su sentido de unidad y estabilidad, o como vertiente subjetiva de la integración, a la manera de Parsons.
En este sentido Bauman considera – desde su clasificación de la pos-modernidad como modernidad líquida47- que la identidad postmoderna se basa má s en el arte de olvidar y desmantelar que en el de construir paciente y gradualmente a lo largo de toda una vida, y en consecuencia se construyen identidades "hasta nuevo aviso". La identidad típica de nuestro tiempo es "multiestratificada, multidimensional y "hasta nuevo aviso" (Bauman, 2001,85)48. Desde el punto de vista del individuo esta crisis se percibe como: tengo trabajo hasta nuevo aviso, vivo en un barrio o pertenezco a una comunidad hasta nuevo aviso, tengo un matrimonio hasta nuevo aviso, amigos hasta nuevo aviso, etc.
De este modo la licuefacción de la identidad en la sociedad posindustrial o pos tradicional – como designación de las diná micas o inestabilidad de las estructuras y las relaciones sociales – impacta tanto en lo público como en lo privado, tanto por la incidencia del multiculturalismo y la globalización en las identidades macrosociales, culturas nacionales – correspondientes a la noción de estado nación-, y en la persistencia de las comunidades, desde los nodos simbólicos que las cohesionan (desterritorialización), como en lo laboral (pérdida de trabajo) y la persistencia de identidades profesionales (significación y reconocimiento social de las profesiones). Ello alcanza también a estructuras consideradas má s estables como la familia, atravesada por las crisis o conflictos intergeneracionales, de género y de poder, pero mucho má s por las crisis de los vínculos afectivos, lo que provoca que los individuos puedan percibir que no está n ceñidos a ninguna estructura en particular, siendo susceptibles a la anomia49.
Esta crisis de identidad relacionada con la integración social, como dificultad para que el individuo construya su historia personal (identidad individual) estable y sólida, en un marco de relaciones sociales (identidad colectiva) que no proporciona la seguridad suficiente para dichos fines, parece materializar -como sugiere Martínez Sauquillo-, la sentencia de Carlos Marx en El Manifiesto Comunista, de que "todo lo sólido se desvanece en el aire" 50. A las crisis de identidad en las sociedades posmodernas (o la modernidad, en sus fase líquida, al decir de Bauman), caracterizada por el individualismo, por ser abierta, reflexiva, diferenciada y cada vez má s fragmentaria, móvil, discontinua o precaria), se impone la alternativa a construir comunidades imaginadas, o comunidades de significados, como ocurre a partir de los años sesenta con el auge de los movimientos sociales. Este tipo de cominitarismo ha sido considerado antimoderno, en expresión de Bauman (2002), en tanto se invierte el proceso de modernización que, de acuerdo con Norbert Elias, conduce al predominio la "identidad como yo" y el debilitamiento de la "identidad como nosotros", predominante en las sociedades premodernas.
Pero, indudablemente, la proliferación de estos tipos de "comunidades imaginadas" "sentidas", como las denomina Bauman, obedece a las necesidades de pertenencia y diferenciación de los individuos y los grupos, con respecto a las macroestructuras difusas e impersonales, desde las que las identidades pasan de ser construcciones externas, impuestas o heredadas, para ser a ser reinventadas por los actores de manera que respondan a sus imá genes del "deber ser". Esta propuesta puede ser visualizada desde los movimientos juveniles, llamadas tribus urbanas, o culturas juveniles, las que paradójicamente se expanden como consecuencia de la globalización cultural; o puede ser visualizada también desde la formación de comunidades por orientaciones sexuales (gays, lesbianas y transexuales) y en comunidades -"intermedias-" de inmigrantes cuyos integrantes no está n suficientemente arraigados a las sociedad de origen, ni suficientemente integrados a la de destino. Estos aun siendo de orígenes diferentes, construyen atributos identificativos que los unen ante el desarraigo, los etiquetajes sociales y la inseguridad de integración a las sociedades de destino, en un proceso que los sociólogos denominan etnicidad51 a partir del cual los sujetos construyen una nueva identidad colectiva, a partir de componentes prestados de la tradición y la modernidad, de las sociedades o comunidades de origen y las de destino.
. De esta manera como plantea Bauman en su libro reciente Comunidad -o En busca de seguridad en un mundo hostil-, en el caso de los individuos sin recursos ni confianza en sí mismos, la sugerencia de que la colectividad en la que buscan refugio y de la que esperan protección tiene un fundamento má s sólido que la elección individual, notoriamente caprichosa y volá til, es exactamente el tipo de noticia que desean oír (Bauman, 2003,119).
Desde estos puntos de vistas se vislumbra la necesidad de identidad asociada a la necesidad de integración, desde su dimensión nómica -o función nómica, al decir de Berger y Luckmann- en tanto implica ordenamiento y legitimación. El individuo necesita de las estructuras protectoras como la familia, los grupos laborales o profesionales, las comunidades y las colectividades diversas, entre las que cuenta el Estado, que de alguna forma le proporcionen seguridad de integración a las diná micas de las relaciones sociales.. Cuando estas estructuras se debilitan, desaparecen o cambian en detrimento de las expectativas e intereses individuales, emergen las crisis –individuales y colectivas- y como consecuencia conlleva a procesos de reconfiguraciones identitarias en torno a nuevas estructuras protectoras o proveedoras de integración; así los individuos y grupos satisfacen sus necesidades de legitimación, tanto desde el posicionamiento social y las pertenencias sociales, como de las acciones frente al otro significativo, en un universo cuyas coordenadas simbólicas le son conocidas y sentidas52.
A estas valoraciones se pueden adicionar la distinción que aporta de Ralph H. Turner sobre concepciones de sí e imagen de sí. Las concepciones de sí (autocategorías) son regularmente estables aunque modificables en cuanto a sus aspectos no esenciales; en tanto que las imágenes de sí (heterocategorías) son esencialmente variables y múltiples. No siempre coinciden la concepción que un individuo tiene de sí mismo y las imá genes que los "otros" construyen sobre sí. Lo que no necesariamente implicaría una crisis de identidad en el individuo, siempre que posea las habilidades sociales necesarias para "orientar" la imagen que los otros construyen sobre sí, y en última instancia reconfigurar algunos aspectos de las concepciones de sí, en función de minimizar las incongruencias entre ambos componentes de su identidad.53 Esta diná mica de la identidad no se manifiesta necesariamente como acto consciente en el individuo, aunque resulte un proceso subjetivo de reidentificación, en todo caso se manifiesta como mecanismo regulador de su integración a las estructuras sociales.-función nómica de la identidad- .54 En Turner, puede apreciarse una plasticidad de la identidad que en alguna medida flexibiliza las contradicciones entre la visión estructural de la identidad: Identidad como estructura estable de la personalidad, y la interaccionista: Identidad como configuración efímera totalmente dependiente de la aceptación y el reconocimiento social. No obstante persiste la contradicción entre la identidad como integración y la capacidad estratégica del mismo como operación racional orientada hacia la acción. Desde el modelo estructural funcionalista de Parsons, la identidad como vertiente subjetiva de la integración, se construye en el proceso de socialización -internalización de normas y símbolos-, lo que brinda estabilidad a la personalidad; en cambio la identidad como estrategia, donde se impone la elección racional del actor en función de la acción, está presente la integración como meta del actor, -función nómica de la identidad-. La identidad como estrategia, en opinión de Dubet, no se define por la socialización (internalización de normas y reglas en conformidad con los grupos sociales), sino por la capacidad del actor para lograr transformar la identidad en recurso para la acción, y en ese caso se crea una valorización de la autonomía y de la identidad personal, como subjetividad en contraposición a las heteroatribuciones, ajenas e impuestas.55
La identidad como medio para la acción , desde el punto de vista de Dubet, mientras má s fuerte mayores son las posibilidades y la capacidad estratégica del actor para mejorar la posición del actor ante el grupo, y del grupo con su entorno relacional. En este sentido la identidad también es un recurso de poder e influencia.56Estos grupos e individuos cuyas identidades impones al resto de los actores, utilizá ndola como recurso de poder, como forma de dominación, Dubet los enmarca dentro de una minoría nómica. Sin embargo la identidad estratégica, construida sobre la base de la elección racional del actor, sea utilizada como mecanismo de adaptación y adhesión a atributos identificativos colectivos, o sea como recurso de poder, es relativa en tanto de alguna manera es contenida por las estructuras, pues en ello incide el posicionamiento social del actor y de los grupos, y dicho posicionamiento social tiene una base estructura; por lo que la identidad como recurso puede ser efectiva en la lógica relacional de un mismo campo de relaciones. Desde está lógica se puede comprender que los individuos y grupos construyen sus identidades individuales, o las historias de sus vidas en función de lograr posiciones nómicas (reinventan sus historias si es necesario), para creer una imagen de sí, favorable a la integración), pero no pueden reinventar la posición que ocupan en el entramado de relaciones sociales, solo desde la imagen de sí, o como dijera Carlos Marx: los hombres hacen sus historias pero lo hacen bajo condiciones histórico-concretas heredadas. El aná lisis de la identidad como capacidad estratégica del actor y su relación con el posicionamiento social, puede ser comprendida desde la lógica de relación habitus y campo de Bourdieu, desde el supuesto que las identidades se abren paso desde un posicionamiento social determinado, que al mismo tiempo, sirve de espacio para la toma de posición, utilizando el habitus (identidad) como recurso.57
Desde los presupuestos de Bourdieu la identidad como estrategia para la acción y la integración social, constituyen tomas de posición, dependiendo de la posición que ocupen en la estructura del campo, por mediación de las disposiciones constitutivas de su habitus. En este sentido cada individuo reconfigura su identidad, pero desde el espacio de las posibilidades heredadas que le confiere el campo, en función de la percepción de las posibilidades disponibles que le proporcionan las categorías de percepción y de valoración inscritas en su habitus. Según la socióloga italiana Loredana Sciolla58, a identidad tiene, en primer lugar, una dimensión locativa "en el sentido de que a través de ella el individuo se sitúa dentro de un campo (simbólico) o, en sentido má s amplio, define el campo donde situarse. Es decir, el individuo asume un sistema de relevancia, define la situación en que se encuentra y traza las fronteras (má s o menos móviles) que delimitan el territorio de su mismidad".
La identidad tiene también una dimensión selectiva en el sentido de que el individuo, "una vez que haya definido sus propios límites y asumido un sistema de relevancia, está en condiciones de ordenar sus preferencias y de optar por algunas alternativas descartando o difiriendo otras" Por ultimo, la identidad tiene una dimensión integrativa en el sentido de que a través de ella "el individuo dispone de un marco interpretativo que le permite entrelazar las experiencias pasadas, presentes y futuras en la unidad de una biografía"59.
La dimensión locativa de la identidad se relaciona con el principio de diferenciación, ya que permite al individuo establecer una diferencia entre si mismo y el otro, entre si mismo y el mundo. Por otra parte, la dimensión integrativa se relaciona con el sentido de la continuidad de si mismo a través del tiempo.
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