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Acerca de la historia de la isla de Quinchao

Enviado por trivero


Partes: 1, 2, 3, 4

    1. Isla de Quinchao, corazón de Chiloé
    2. De la villa castreña a la ruralización de la sociedad chilota
    3. El empoblamiento de la Isla de Quinchao (1567-1609)
    4. La entrada de los jesuitas en Chiloé y en Quinchao (1609-1624)
    5. La sociedad quinchaína a comienzos del siglo XVII
    6. El desarrollo de las misiones circulares (1624-1640)
    7. Los conatos de rebelión de mediados del siglo XVII
    8. Hacia la formación de la residencia en Chequián (fines del siglo XVII)
    9. Los comienzos del siglo XVIII y la grande rebelión de 1712
    10. Quinchao entre 1717 y 1767: la formación de Achao
    11. Chiloé, colonia del virreino: los franciscanos en Quinchao (1767-1784)
    12. Achao en la postrimería de la colonia (1784-1826)

    Bibliografía citada en el texto

    1. Isla de Quinchao, corazón de Chiloé

    La historia del archipiélago de Chiloé "está escrita por los vientos y las navegaciones; por los canoeros que domesticaron el mar y lo hicieron carretera, ruta de encuentros y desencuentros. Su isla capitana es la de Quinchao, un puente a la Gran Isla, a la Costa, como le dicen desde la lejanía. Fue centro del mundo aborigen y los europeos la transformaron en la gran puerta misional hacia las islas" y en el lugar privilegiado de salida de las expediciones jesuíticas hacia los archipiélagos del sur, cuando a la vocación evangelizadora se une la curiosidad inteligente y atenta del explorador y del hombre de amplia cultura: pues tales eran los jesuitas. La isla de Quinchao y su archipiélago son el verdadero corazón del Chiloé tradicional e indígena: lo es hoy, en cuanto en las islas que lo componen, sobre todos las menores, es donde mejor se conserva el patrimonio cultural chilote, mapuche e hispánico a la vez; lo fue antaño, en cuanto representaba la cabecera de la sociedad indígena al momento de la conquista castellana, una sociedad ya entonces mestiza en cuanto resultado del encuentro y mezcla entre los cunco del norte, etnía de origen canoera pero de lengua y cultura mapuche, y los preexistentes chono, nómadas del mar, tal vez los primeros pobladores del archipiélago chilote.

    La isla de Quinchao, juntamente con las que la acompañan, dan vida, según algunos Autores, a "un tipico paisaje volcánico con playas levantadas y extensas, cerros pequeños y con grande pendientes que llegan hasta el mar"; según otros, constituyen el residuo de la morena frontal generada por aquel vasto ventisquero que, desde el volcán Michinmawida y las demás cumbres andinas, antaño descendía hasta alcanzar la cordillera del Piuchén en la Isla grande y, en una fase sucesiva, hasta el arco natural dado por la isla de Quinchao, la costa abrupta que se extiende entre Dalcahue y la punta de Quicaví, y el grupo de las islas Chauques, que son el natural seguimiento de aquella punta. Sí, porque todos los grupos isleños del mar interior de Chiloé hace solamente unos 14.000 años desde que emergieron de los casquetes glaciales que los taparon durante miles de siglos y, alimentando con sus aguas los océanos, provocaron la subida del nivel marino y la consecuente separación de Chiloé del continente. Solamente entonces, quedando libre de hielo, el archipiélago de Quinchao pudo poblarse, aunque las primeras evidencias de la presencia humana son muy sucesivas a tal periodo y remontan al 5.000 aC. Tratándose de pueblos canoeros que vivían a la orilla del mar, eventuales restos más antiguos dificilmente podrán encontrarse, pues sus asentamientos quedaron por debajo del nivel marino, cancelados por el vaivén de las aguas.

    Fig. 1. Progresivo retiro del casquete glacial del área chilota: a) extensión máxima de la glaciación (15/20.000 aP): solamente la parte más septentrional y aquella occidental de la Isla Grande, la cual todavía es unida al continente, se encuentra libre de hielos y cubierta por forestas; b) después de la primera fase de retiro del casquete glacial (alrededor del 14.600 aP), la Isla Grande se vuelve totalmente libre de hielos y la foresta de coníferas (cipreses, alerces, mañíos) se extiende por doquiera; una área de aguazales, a veces cubierta por las mareas, la une al continente, mientras el mar interior en gran parte aun está ocupado por el casquete glacial, que, tal vez, tiene en Quinchao uno de sus frentes morrénicos; c) el casquete glacial se fragmenta y se retira en la Cordillera (7.000 aP), tal como todavía se presenta en los hielos continentales norte y sur, con grandes lenguas glaciales que alcanzan el mar interior; los archipiélagos del mar interior se cubren de bosques.

    El principal testimonio arqueológico de los primeros pobladores de la isla de Quinchao es ofrecido por sus conchales, "montículos (mounds) formados por restos de mariscos, cerámica despedazada y osamentas de hombres y animales" los cuales se encuentran distribuidos en numerosas áreas de la costa chilota, los cuales parecen abarcar todo el período comprendido desde el aparecimiento del hombre en el archipiélago, hasta la época histórica.

    El conchal de Conchas Blancas, uno de los más imponentes de todo Chiloé pero nunca analizado seriamente, tiene una dimensión tan grande que una comunidad de 30 personas, con una alimentación donde el marisco asegurara un aporte fundamental, demoraría 2 o 3 siglos para producir un volumen similar: ésto hace pensar que la ocupación de los sitios cercanos al conchal fuera bastante continuativa, o bien que existiera una actividad de trueque en la cual la comunidad quinchaina producía marisco que trocaba con las comunidades del interior de la Isla Grande.

    Durante el invierno de 1996, algunos "pelilleros" que realizaban algunas faenas en la playa a orillas del conchal, hallaron fortuitamente un esqueleto en el conchal. El material, bastante completo y en buenas condiciones, corresponde a una mujer de unos 45 años cuyas "caracteristicas morfológicas […] y las patologias corresponden a los que se suelen encontrar en grupos indígenas de modo de vida centrado en la caza y recolección y adaptación costera. […] Similar a los encontrados […] en los grupos canoeros australes y afín a material esqueletal encontrado en la localidad de Puente Quilo". También en la localidad de Quinchao ha sido identificado un conchal que contiene un enterratorio: el material óseo quedó en el sito, sin que la estructura del mismo haya sido disturbada.

    Es probable que desde la época de su inicial frecuentación humana, la isla de Quinchao, así como otras del mar interior, hayan gozado de un microclima más favorable de aquello que caracteriza la Isla Grande, tal como ocurre en la actualidad; lo cual se debe a la mejor exposición geográfica, más reparada de los vientos del oeste, generalmente muy tempestuosos, y sobre todo por la positiva influencia del mar interior que suaviza las temperaturas invernales de las islas rodeadas por el mismo y, sobre todo, reduce la lluviosidad del área.

    El mar interior chilote, además, es el lugar de encuentro de las corrientes marinas producidas por las diferencias horarias de las intensas mareas ocednicas al norte y al sur de la Isla Grande: encuentro que produce grandes turbolencias (rayas), las cuales favorecen una buena oxigenación de las aguas y, consecuentemente, una mayor abundancia de marisco.

    La menor lluviosidad y la abundancia de marisco han favorecido desde los tiempos más antiguos el insediamento humano. De aqui el hecho que ya en correspondencia del "horizonte canoero", el archipiélago de Quinchao pudo haberse convertido en una de las áreas geográficas de la región chilota con mayor densidad de población, relativamente hablando, pues Chiloé y sus islas durante aquel "horizonte" son escaseamente poblados. En efectos, la inicial presencia chono fue importante desde el punto de vista histórico y cultural, pero modesta en el aspecto demográfico: en cuanto nómades marinos con un sostentamento ligado únicamente o casí a la recolección de moluscos, cada comunidad chono, por cuanto pequeña fuera, necesitaba disponer de una extensión elevada de ribera. De alli que su número nunca pudo ser elevado y pasarse de unos pocos miles de personas a lo largo de todo el archipiélago chilote. Que los chono pudieran establecerse principlamente en el archipiélago quinchaino y en los esteros de la costa sur-oriental de la Isla Grande, lo sugieren tanto razones geográficas, son las costas más ricas de mariscos, cuanto lingüísticas, es alli donde hay una mayor supervivencia de toponimía de origen chono.

    Fig. 2. Pluviometria del archipiélago de Chiloé (Grenier P. 1984, adaptación).

    La presencia humana en el archipiélago chilote es destinada a crecer grandemente con la llegada de los cunco, los cuales parecerían haber ocupado, sobre todo la extremidad septentrional de la Isla Grande y el archipiélago de Quinchao: ésto se debe al hecho de ser éstas las áreas donde un suelo mayormente fértil se asocia a una costa ribereña particularmente rica de pescado y marisco y frecuentada por los lobos de mar. Un hábitat ideal para una sociedad que conjuga una agricultura incipiente con la recolección de mariscos y otros productos marinos, los cuales aseguran el aporte fundamental a la alimentación cotidiana. Los cunco, culturamente "mapuchizados" pero étnicamente canoeros, deben haberse fácilmente mezclado con los chono presentes en el archipiélago y bien pudieran haber sido un "puente cultural" entre éstos y los sucesivos migrantes huilliches pastores y agricultores, los cuales a mayor razón prefirieron instalarse en las áreas más idóneas a la agricultura.

    El primer europeo en divisar el archipiélago de Chiloé, fue Alonso Camargo en 1541, aunque no sea claro si pudo individuar la identidad isleña del mismo, o bien le haya parecido un elemento más de la costa continental. A noviembre de 1553, Francisco de Ulloa entraba en el canal de Chacao, al cual llamaba Canal de los Coronados, sin cumplir el periplo de la Isla Grande, la cual todavía parecía ser parte del continente. Tres años más tarde, en 1556, el galeón de Juan Alvarado fue trajinado por una tempestad hasta el Coronados, refugiándose en fin en la bahía de Ancud, consiguiendo socorro de la población indígena del lugar.

    La insularidad de la Isla Grande viene afirmada sólamente en 1558, durante la expedición marinara de Francisco Cortés Ojea y Juan Fernández Ladrillero y a Cortés Ojea se deben también los primeros trazados de las márgenes occidentales de la Isla Grande y del Golfo de Ancud. El escribano, de la misma expedición, Miguel de Goizueta, escribe noticias detalladas acerca del archipélago chilote y de su población, afirmando que las costumbres, las abitaciones y la lengua eran parecidas a la de la Araucanía, y así mismo las vestimientas, particularmente coloradas. "Los indios andan gordos è bien vestidos [… y hay] mucha comida de maiz crecido è gran masorca, papas è por otros quinoa è una de tierra baja sin monte e de casas son grandes, de 4 y 6 puertas [y] de la obediencia que tienen á los casiques que no siembran sin su licencia los indios de sus cabies; […] e las papas las guardan en unos cercados de caña de un estadio en alto é de seis é siete pies de hueco, è destos dicen hinche cuatro è tres cercados de papas è tienen á seis è á cuatro è á ocho obejas cada indio, é á los caciques d 12 è á 15 è á 20 é solo una obeja atan é todas las otras obejas van sueltas tras ellas, no meten en casa más de las que son lanudas [y] las demas quedan en el prado con la que atan en un palo que tiene incado [;] cuales tienen cada uno señaladas i el que las hurta lo mata el casique quejándose a él el que la pierde. [… ] Las baras con que hacen sus casas las traen de dos jornadas de su sitio é cubrenla con paja que llaman coirón é dura cada casa diez o doce años [;] queman por leña las canoas del maiz è las cañas de la quinoa è cuando les falta lo dicho traen leña dos jornadas de allí; […] en un cabí que llaman Quilen dicen que son oro è sacalo el casique que se llama Queteolan y en los cabies que estan en la costa del mar que se toma mucho pescado lo cual comen y da debalde á los de la tierra adentro [y en] especial [modo] en el cabí que llaman Huylazt y en esta provincia tienen que beber los más del año [en] especial en el cabí que llaman Quinchao".

    "Han de hacer ventajas a las que hasta agora están vistas en todas las indias, por ser muy poblada gente, vestida de manta y camiseta comno la del Cuzco, y haber mucha comida y grandes insignias de oro y plata, buen temple y buenas aguas, tierra de riego y otras cosas que dan evidentes señales a que se crea de ella sea rica y próspera" añade Francisco de Villagra en una carta que en 1561 envía al virrey Diego de Acevedo.

    Y no faltan otros testimonios acerca de la elevada intensidad poblacional de Chiloé: "aunque era montuoso, con todo eso estaba muy poblado de indios que tenían mantenimientos suficientes dentro de sus tierras". Diego de Rosales en su Historia General del Reyno de Chile precisa que en: "el año 1566, numerando los indios destas islas del Archipélago de Chiloé halló de matrícula cincuenta mil indios".

    Al mismo tiempo en que Cortés y Ladrillero alcanzaban Chiloé por mar, Hurtado de Mendoza lo hacía por tierra: lo acompañaba Alonso de Ercilla y Zúñiga. Salido desde Valdivia, "llegó a la vista de la costa por donde desagua un caudaloso río llamado Puraylla [… y allá] donde desemboca el río en el mar, asentó el jeneral su campo en una loma, mandando se buscasen barcas. Llamanlas los naturales piraguas, son hechas de tablas largas: trábanlas y cósenlas con cortezas de árboles, y van en cada una diez o doce remeros […]. En suma llegaron Domingo de la Cananea a la playa de un archipiélago". Se trataba del canal de Chacao, que alcanzaron el 28 de febrero de 1558: el poeta quedó admirado frente a la belleza del golfo ancuditano y de las islas que él llama "deleitosas" y que Hurtado de Mendoza bautizó Cananeas, un nombre destinado a olvidarse (como él de Coronados). "Hallábanse sus islas pobladas de indios de buena disposición, donde frecuentaban grandes pesquerias, acompañadas con crias de diferentes ganados. Estaban todos vestidos de unas como mucetas de lana por estremo fina y peluda, debajo de quien traian camisetas. Cubrian las cabezas con caperuzas de lo mismo, y usaba calzones, todo a fin de ser tierra muy fria. […] Descubiertas las islas, no se hallaba manera de pasar a ellas, mas atropelló dificultades el ánimo del capitán Julian Gutiérrez, que […] buscó con toda dilijencia tres piraguas grandes con los remos que convinieron" y así lograron cruzar el canal y alcanzaron las playas de la Isla Grande.

    Transcurridos cuatro años desde la expedición de Cortés y Ladrillero, el 20 de noviembre de 1562 Francisco de Villagra desembarcó en la isla de Quinchao con unos 35 hombres, enfrentando la resistencia de la población mapuche de la isla: con este desembarque, comienza la conquista de Chiloé y de su archipiélago.

    Sin embargo la ocupación efectiva y permanente del archipiélago tardará todavía cinco años. En 1567 Martín Ruiz de Gamboa, yerno de Rodrigo de Quiroga, gobernador Chile, con el apoyo de 120 castellanos y numerosos "indios amigos" alcanza Chiloé por tierra y el 12 de febrero del mismo año fonda una ciudad en la "mitad de la isla, y viendo era bien poblada [… en un lugar situado] junto a la mar, ribera de un río, rodeada de hermosas fuentes criadas de naturaleza de muy buena agua, y hermosa campaña abundantemente regalada de muchas pesquerías de toda suerte de pescados; púsole nombre la ciudad de Castro, y a la provincia, Nueva Galicia. […] Después […] se embarcó en un navio del rey y anduvo navegando hasta el archipélago, que es de muchas islas […]. Pues habiendo navegado por estas islas y tomado plática de todas ellas, echó en tierra al capitán Antonio de Lastur que llamase de paz los principales de una isla grande llamada Quinchao, de muchos naturales, el cual lo hizo tan bien, que trajo la mayor parte dellos consigo a dar la obediencia al general en nombre del rey,". Lo cual hace pensar que al momento de la conquista española, Quinchao aparentaba ser la isla más poblada del archipiélago de Chiloé, como lo atestan también algunos entre los primeros testimonios de la época.

    No sabemos donde desembarcó Antonio de Lastur; sin embargo, podemos razonablemente individuar cuales fueran los lugares principales de la isla de Quinchao, es decir donde mejor coincidian buenos campos, aptos a la agricultura, y playas arenosas ricas de mariscos, que bien se ofrecían a la faena pesquera realizada desde las dalcas y, sobre todo, por medio de corrales. Se trata de las playas de Huyar, Palqui, Curaco, Chullec, Achao, Quinchao, Matao y Chequián, cuya etimologia chono (con la sola excepción de Curaco) sugiere que ya precedentemente allí mismo estuvieran los principales insediamentos humanos de la isla.

    Antes de regresar a Santiago, conciente de lo aislado que era el emplazamiento de Castro, Martín Ruiz de Gamboa quiso fundar otra villa a orilla del canal de Chacao, la cual fue denominada San Antonio, la odierna Chacao, y crear un presidio permanente a mitad camino entre San Antonio y Castro, tal vez la odierna Tenaún o la cercana San Juan, no solamente para crear un apoyo durante el recorrido de la ribera oriental de la Isla Grande, sino tanbién para asegurar un punto de salida hacia Quinchao y favorecer el control de esta isla. Finalmente, era nel marzo de 1567 y habia transcurrido solamente un mes desde la fundación de Castro, Martín Ruiz de Gamboa retornó a Valdivia, después de haber dejado "en la ciudad de Castro un capitán [Alonso Benítez] que la tuviese a su cargo y mandase visitar aquella provincia, con orden que si lo que él habia repartido saliese alguna parte incierta lo remediase con la mejor orden posible, no permitiendo se hiciese agravio alguno".

    2. De la villa castreña a la ruralización de la sociedad chilota

    La fondación de Castro se realizó de forma planificada, conformemente a las disposiciones emanadas por las autoridades reales en la Leyes de Indias y que fueron aplicadas en todas las Américas, casí sin excepciones. Individuado el asentamiento de la futura ciudad – un lugar que tuviera buenas defensas naturales, que fuera fácilmente accesible desde el mar y estuviera cercano a los recursos naturales indispensables – se procedía a trazar la Plaza de Armas (también dicha Plaza Mayor), alrededor de la cual se iría desarrollando la villa, con sus calles que se cruzarían perpendicularmente, según un modelo similar al empleado por las legiones romanas al colonizar nuevas provincias. De hecho, la única villa fondada en Chiloé conformemente a la Leyes de Indias fue Castro, en cuanto los demás poblados no tenían características urbanas.

    En efectos, el nacimiento de poblados podía darse también de otras formas menos planificadas. Podían formarse alrededor de la empalizada de algún fuerte en consecuencia de una precisa voluntad, y en este caso se daba un trazado y se asignaban manzanas, como ocurrió en el caso de San Antonio de Chacao; o bien espontáneamente, como ocurrió en San Miguel de Calbuco, cuando allí buscaron refugio en 1602 muchos osorninos escampados de la grande rebelión de Pelantraru, gracias a la cual los mapuches recuperarán su independencia. En fin, un caserío podía nacer de forma totalmente espontánea alrededor de una capilla y con el tiempo convertirse en villa: y éste es el caso de Achao y de todos los demás "pueblos de indios". No ocurrió nunca, en Chiloé, que surgieran caseríos alrededor de las haciendas agrícolas establecidas por los encomenderos.

    No obstante el trazado y la asignación de solares, San Antonio de Chacao no alcanzó a tener algún desarrollo y al final del siglo XVIII viene refundado, escogiéndose en un lugar diferente. San Juan de Tenaún, por su parte, se constituyó para asegurar un lugar de refugio a los castellanos que viajaban entre Castro y el canal de Chacao, o de los Coronados como todavía se le llamaba, sin el propósito de asegurar su desarrollo urbano y, por esto mismo, sin proceder a ningún trazado de calles, ni a la repartición de solares. Por lo tanto, hasta bien entrado el siglo XVIII en Chiloé existió una sola villa, Castro, y unos cuantos caserios que surgieron en correspondencia de algunos "pueblos de indios" y a la sombra de las capillas, embriones de las futuras villas.

    Fig. 4. El más antiguo mapa del Reino de Chile (pertenece a los últimos años del siglo XVI): Chiloé es claramente identificado como un archipiélago (mapa muy raro, probablemente inédito: pertenece a la colección del Autor).

    El primer gobernador de Chiloé, Alonso Benítez, quien tenía el titulo de corregidor de Castro, procedió a realizar una minuta de los indios y una exploración del archipiélago, para determinar la consistencia de sus riquezas humanas y materiales y proceder a repartirlas entre los principales hidalgos presentes en la naciente ciudad. Los indios censados resultaron ser diez mil: cifra probablemente relativa únicamente a los adultos aptos al trabajo y comprensiva de las solas regiones suflcientemente exploradas. Territorios e indios vienen repartidos en una cincuentena de encomiendas, las cuales se ofrecen a quienes, entre los conquistadores, podían demonstrar de tener los necesarios méritos, así como requeridos por las Leyes de Indias.

    A través de las leyes promulgadas en tema de encomiendas, la Corona española se proponía de convertirse "en el gran protector de los indígenas [y] fueron constantes las cedulas reales que daban cuenta acerca de un buen trato para con los indígenas. [Si bien se le] otorga a los caballeros conquistadores y a los «hidalgos» tierras y pueblos con jurisdicción sobre sus habitantes, los cuales, una vez convertidos en vasallos, deben pagar tributos y dar prestaciones personales a sus señores, [sin embargo] se les prohibía a los encomenderos ocupar a todos los indios de un pueblo de indios debian ocupar solo la cuarta parte. […] Además tenía que pagarles un salario y tenía que acumular una cantidad de dinero en una caja para crear una caja de comunidades para protección del pueblo de indios. […] Llama la atención el espiritu religioso y humanitario que mueve toda legislación de Indias. Cualesquiera que fuesen las dificultades con que ciertas normas tropezaron en algunos sitios de América, la voluntad de la corona española de proteger a los indígenas y de incorporarlos a la civilización cristiana fueron una constante". No obstante proposiciones tan loables, la realidad del sistema de las encomiendas fue totalmente contrario a cuanto se proponía la Corona, pues el lema de los encomenderos fue constantemente: "¡Las ordenes se acatan pero no se cumplen!".

    El establecimiento de una encomienda conllevaba que la población indígena de la misma se concentrara en un lugar al fin de facilitar su evangelización y la recaudación del tributo, que desde el comienzo fue pagado con el trabajo personal, y así la comunidad indígena recibia el nombre de "pueblos de indios". En la idea del conquistador, el pueblo de indio representaba un primer paso propedéutico a la formación de un núcleo urbano en cuanto en la cultura europea de la época, ciudad (lat. civitas) y civilización eran sinónimos. Al pueblo de indios se asignaban "tierras de resguardo", que, en cuanto comunitarias, no se convierten nunca en propiedad privada. Además de comunidad y lugar, el pueblo de indios es también instrumento jurídico que confiere a las comunidades indígenas un estatuto legal, lo cual les permite emprender pleitos contra invasores de tierras y mantener usos y costumbres tradicionales y, por lo tanto, recibe una estructura institucional castellana encabezada por el cacique o lonko.

    En Chiloé todo ésto se cumplió solamente en parte. La cultura mapuche, por un lado, era profundamente ajena a la idea misma de urbanismo en cuanto fuertemente vinculada a la tierra y a la individualidad del clan familiar. La productividad del campo chilote y la misma geografía del entorno, además, no eran compatible con formas de cultivo intensivo. Todo ésto le restó interés a la urbanización de la sociedad indígena, más aun cuando la evangelización jesuitica, fondada en la misión circular y en la atribución de especificos roles a los fiscales, consintió la catequización sin necesidad de reunir permanentemente a la comunidad indígena.

    Los pueblos de indios se convirtieron en los crisoles donde se producia aquella fusión entre elementos nativos y castellanos: una fusión que en más de una ocasión dará origen a una cultura mestiza original y muy peculiar, caracterizada por el sincretismo de los valores y de las visiones de los elementos que participan en su generación y por garantizar, de alguna forma, la parcial supervivencia del mundo indígena. Esto es cuanto ocurrió en Chiloé en forma muy remarcada, facilitada por la escasa aplicación la ley que prohibia a los blancos y mestizos residir en los pueblos de indios y por la evidente prevalencia étnica del mapuche sobre el castellano,. Un sincretismo, aquello chilote, que se extiende a todos los aspectos de la sociedad y de la vida cotidiana; que colorea de "cristiano" el espíritu religioso mapuche y así permite su conservación, aunque transformado en mito; que origina un arte y una arquitectura originales, tal vez lo más original que se ha producido en Chile; que da vida a aquella cultura chilota, muy diferente de la chilena, la cual se mantuvo muy viva hasta hace una o dos generaciones.

    Lo que sí se cumplió en Chiloé, y tal vez en medida más pronunciada que en el resto de Chile, fue que la encomienda se convirtiera en la "célula primitiva" de la sociedad criolla, fundamento de la sociedad actual, reemplazando violentamente y sin alguna gradualidad a la organización social indígena: una sociedad, la castellana, enraigada en una visión feudal, clasista, razista y autoritaria de los individuos, que se contrapone dramáticamente a la visión profundamente igualitaria de los indígenas. Por otra parte, la encomienda fue el instrumento fundamental de arraigo de los castellanos en la tierra chilota y el lugar donde "desde los primeros días empezó a mezclarse la sangre castellana con la sangre mapuche, i empezó a vivir la vigorosa raza de mestizos, que hoi forma la inmensa mayoria de los habitantes de esta república". 

    Cuando Martín Ruiz de Gamboa propuso la realización de una expedición a Chiloé para incorporarlo a la Capitanía, el Cabildo de Santiago se opuso, alegando que todavía la Araucanía no estaba plenamente pacificada y que ampliando el territorio de la Colonia se iban a desperdiciar los modestos recursos militares disponibles. Para superar la opisición, Martín Ruiz no exitó a decantar las supuestas riquezas del archipiélago, seguramente ponendo en evidencia la relación de Goizueta, donde se hablaba de la abundancia de "insignias de oro y plata" con que se adornaban las mujeres indígenas de aquella islas. Es una anotación que suscita dudas acerca de su exactitud: por un lado, en cuanto no hay seguridad que los mapuches emplearan alhajas de plata anteriormente a la época colonial (aunque no pueda excluirse), y por el otro porque de haber metales nobles, no cabe duda que su uso hubiera sido muy escaso y excepcional.

    El oro era el miraje de la grande mayoria de quienes se embarcaban en la aventura de la conquista de nuevas tierras. Es indudable que entre los conquistadores hubiesen quienes lo eran por espiritu de aventura, o de evangelización, o de amor a la hispanidad: y es probable que Martín Ruiz de Gamboa fuera uno de éstos. Pero aquellos eran unos pocos, pues los demás eran solamente unos ávidos y despiadados aventureros, llegados a las Indias para arrancar de una vida de graves penurias, cuando no lo era para arrancar de la cárcel o del verdugo. Entre los compañeros del fundador de Castro no faltaron semejantes aventureros, así como habia otros de hidalga origen que habiendo quedado excluido hasta entonces de toda repartición de tierras y riquezas, esperaban finalmente de tener ellos también su oportunidad para enriquecerse. Adueñarse de las supuestas riquezas del archipiélago, donde imaginábase abundaran las minas de oro, fue la única motivación de casi todos los expedicionarios al séquito de Martín Ruiz de Gamboa. Sin embargo, cuando el archipiélago fue conquistado y se repartieron las mercedes, muy pronto todos los ensueños de fáciles riquezas se desmoronaron y dejaron el paso a una realidad hecha de una tierra fría y lluviosa, muy aislada de la capital chilena, donde apenas si era posible una agricultura de mera subsistencia.

    Además, esta situación ya miserable de los hispánicos en Chiloé, se agravó aun más por el terremoto que el 16 de diciembre de 1575 sacudió la región, arrasando gran parte de Castro, que entonces tenía unas 60 casas. La pobreza era tanta, que sus moradores hubieran querido abandonar Chiloé para establecerse en el continente, pero las autoridades de la Capitanía no lo consentieron e impusieron que se reconstruyera la ciudad. Así se hizo, si bien al final del siglo Castro todavia no habia alcanzado a recuperar la antigua dimensión.

    También la "docilidad" de los mapuches chilotes bien pronto se convirtió en una escondida resistencia, puestos en frente a la evidencia de los engaños de los hispánicos, al demonstrarse rápidamente que la "protección" que la encomienda debiera haberles asegurados se había convertido en una terrible esclavitud. Las condiciones geográficas y demográficas del archipiélago, con la población indígena desparramada en una multitud de islas, sin posibilidad de aunar fuerzas para enfrentar a las tropas hispánicas y habiendo los españoles el control de los mares y pues de cualquier movimiento, hacían extremadamente difícil intentar una abierta rebelión. Sin embargo, la convivencia entre mapuches y conquistadores era una convivencia armada y muy recelosa, pronta a originar enfrentamientos cada vez que se daba la ocasión para los mismos. Es así que en las islas Chauques el capitán Oyarzún encuentre la muerte en un enfrentamiento con los mapuches isleños. Y en 1583 "los naturales de los términos de Ancud se alzaron y rebelaron" y Francisco Hernández Ortiz, el futuro fundador de Calbuco, quien al momento se halaba en Valdivia, tuvo que alcanzar la provincia de Puraylla para sofocar la rebelión.

    Contrariamente a cuanto auspicado por Martín Ruiz de Gamboa, Alonso Benítez "al efectuar el reparto de indígenas en calidad de encomendados […] fueron empleados en la forma que más convenia a los intereses de los encomenderos" sin ninguna atención a los principios morales indicados en la Leyes de Indias: desde el comienzo el indio fue esclavizado en la forma más dura. Mientras en el territorio chileno el sistema de la encomienda evolucionaba hacia modelos más humanos y tolerantes, en Chiloé se aplicaba de la forma más primitiva e indigna. La causa fondamental de esta involución juridica, moral y cultural se encuentra en la pobreza del territorio chilote, que muy prontamente hizo que el servicio personal y la venta del indio a los encomenderos chilenos de la Capitanía o del mismo Perú (ilegal pero ampliamente practicada) fuera el único aliciente para los castellanos que postulaban al conseguimiento de una encomienda.

    La Corona era inevitablemente ciega, mientras el gobierno de Santiago se hacia el ciego y consentia toda clase de abusos con tale de evitar el abandono del archipiélago por parte de la comunidad castellana, justo en el momento en que los corsarios holandeses intentaban apoderarse del mismo. Los gobernadores que se sucedían en Castro en muchas ocasiones se mostraron fáciles a la corrupción y la asignación de las encomiendas de mayor importancia muy a menudo iba a favor de quien estaba dispuesto a "comprarlas", en lugar de asignarse a los más dignos, y así favoreceron "a sus amigos en desmedros de otros vecinos con más méritos [… y] no eran raros los casos en que moradores con cierta fortuna desplazaron a los nobles en el goce de encomiendas", porque para conseguir una encomienda, en el Chiloé del siglo XVII, había que gastar una importante fortuna. Lo cual ocurria no sólo para entrar en las gracias del gobernador y de los componentes del cabildo de Castro quienes tenían que comprobar los méritos del postulante, sino también para adelantar el impuesto asociado al goce de la encomienda y determinado en función del número de indios de la misma. "En muchas oportunidades los vecinos nobles de Chiloé, celosos de un derecho que juzgan ser prerrogativa de su grupo, resisten las oposiciones de extraños o de plebeyos de la Provincia. Sin embargo […] deben resignarse a disputar con ellos las encomiendas y aun a perderlas". Los ciudadanos hidalgos, sin embargo, recibían indios encomendados para que les sirivieran en calidad de domínicos.

    Asignada que estuviera la encomienda, el gobernador y el cabildo no cumplían con sus deberes de control del operado del encomendero y, aun sabiéndolo, consentian cualquier abuso. El encomendero, por su parte, sabía que el aislamiento del archipiélago rendía muy improbable que la Corona pudiera confirmar la asignación otorgada por el gobernador dentro del plazo de ley, fijado en seis años, transcurrido el cual la asignación decaía: de allí que el encomendero tenía que sacarle, dentro de aquellos cortos años, el máximo provecho posible a la encomienda, sin alguna preocupación por la situación que iba a dejar al término de su gestión. Y el máximo provecho venia únicamente de una extremada explotación de los indios encomendados, y de su venta final, y ésto era lo que ocurria: "[la gente indígena] de un tiempo a esta parte ha ido en gran disminución porque consta por la minuta que se hizo hace diez o doce años que habia más de quince mil varones de lanza, sin contar a las mujeres e hijos chiquitos, y agora no hay más de tres mil almas grandes y chicas en toda la isla, a causa de que las han ido sacando cada año los navíos que por allá van". La falta de continuidad en la administración de la encomienda en Chiloé fue la causa principal que en el archipiélago la explotación del indio alcanzara niveles de dureza y crueldad desconocidos en el resto del Reino.

    Desde luego, no todos los encomenderos fueron tan ávidos y crueles; también los hubo que interpretaron su rol de forma algo más conforme a las disposiciones reales. En general, los encomenderos de extracción más hidalga y de más educación, demonstraron mejor comportamiento y mayor respeto hacia el indio, al cual miraban como ser humano y no sólo como objeto con el cual enriquecerse; al contrario, aquellos de extracción más humilde, aunque adinerada, a menudo fueron los más inhumanos.

    "En el momento de hacer el balance de la institución [… hay que destacar] que la encomienda permitió la introducción en el medio indígena de nuevos métodos y formas de trabajo, como la explotación maderera y sus industrias derivadas, incluida la construcción de barcos, las de la lana y carnes, los sultivos de lino y trigo, o el desarrollo de la ganadería; los naturales experimentaron un notable proceso de civilización, dentro del cual uno de sus vehículos, junto con la misión, fue la disciplina impuesta por el régimen de la encomienda; el P. Felipe Gómez de Vidaurre afirmará a fines del siglo XVIII que «presentemente todo indio del archipélago se pone camisa de lino y tiene en su casa para servicio de su mesa manteles y servlletas de lino, todo trabajado en casa». […] En efectos, las familias de los vecinos feudatarios fueron muy ejemplares en la observancia de su fe […y] colaboraban con los misioneros jesuitas […aunque] las más de las veces estuvieron en pugna con los mismos, en cuanto eran los defensores de los indios frente a los abusos; […] además de sus filas salían los «protectores de indios»".

    Fig. 5. La villa de Castro en un dibujo del año 1643.

    Frente a una Corona tan alejada y a unas autoridades castreñas que, si bien cercanas, quisieron cegarse frente a la situación de desmedro del indio chilote, el único defensor de sus derechos fue el misionero jesuita, verdadero punto de apoyo y reparador de las injusticias subidas, por lo menos por cuanto estuviera dentro de sus posibilidades. Sin embargo, cuando los hijos de Ignacio iniciaron su obra tan merecedora, la relación entre el indio y el castellano estaba ya irrimediablemente comprometida. La inicial aceptación favorable del forastero, ahora habia dejado lugar al odio hacia el español: un odio destinado a manifestarse abiertamente apenas se dieran las condiciones minimas para éso. Lo cual ocurrió puntualmente con la aparición de los corsarios holandeses en el archipiélago chilote.

    Cerrándose el siglo XVI, los holandeses intentaron participar al juego colonial español en el continente americano. En 1599 cruzó el estrecho de Magallanes una pequefla flota corsara al mando de Simón de Cordes, acaudalado comerciante que luego murió intentando abocarse con los mapuches que se habían alzado contra los españoles. El mando de la flota fue tomado por su hijo, también de nombre Simón, mientras a su sobrino, Baltasar de Cordes, venía encomendado un navio: la Fidelidad. Los acontecimientos que se produjeron dispersaron la flota, y en diciembre de 1599 Baltasar se encontraba al frente de la peninsula de Lacuy, a la entrada del canal de los Coronados (Chacao), donde se encontró con el lonko huilliche. Este, viendo en los holandeses unos aliados contra el opresor castellano, exaltó imaginarias riquezas custodiadas en Castro y empujó a Baltasar para que arrasara la villa. Se convino que los holandeses atacarían por mar y los huilliches por tierra, lo cual ocurrió el 19 de abril de 1600: la pequeña ciudad cayó en poder de la alianza huilliche-holandesa y todos los españoles presentes fueron muertos, salvándose solamente las mujeres y los niños. Sólo al cabo de cuatro meses los castellanos pudieron recuperar la villa. Entre los aliados huilliches, Baltasar también podía contar con el apoyo de los indios de Quinchao, donde fondeó el 31 de mayo porque "les faltaban viveres frescos [y] allí seguramente se los procurarían, ya que los indígenas eran sus amigos", pero la presencia española le impidió desembarcar.

    Habiendo Chile perdido totalmente la Araucanía, no podía absolutamente renunciar a Chiloé: así se impuso a los españoles de mantener la posesión de Castro, la cual en 1613 contaba con una 30 casas, una iglesia y el convento.

    En 1643, cuando contaba con 180 habitantes, fue saqueada e incendiada totalmente por el corsario Hendrick Brouwer, y el gobernador de Chiloé Andrés Muñoz Herrera había perecido algunos días antes, en un combate a Carelmapu.

    Para la única villa que había en Chiloé, la cual ya encontraba tanta dificultad para surgir, fue el golpe final y, en cuantyo centro urbano y civil, de hecho fue abandonada. En Castro quedaron los edificios religiosos, conventos e iglesias, y civiles, la casa del gobernador y del cabildo: sus pobladores, sin embargo, se retiraron a vivir en el campo y mantuvieron sus casas en la villa para las ocasiones de fiestas o para ser presentes a la llegada de algún navío español desde Valparaíso o el Callao, únicos medios para abastecerse de lo más esencial. Es decir, se creó una situación similar a la colonización realizada por los antiguos romanos, cuando creaban villae (haciendas) que daban en premio a los oficiales de sus legiones, los cuales concurrán a las ciudades súlamente en ocasiones de importancia.

    Las condiciones de vida de los castellanos en Chiloé en el siglo XVII, ya muy malas, se volvieron pésimas con el abandono de cualquier intento de desarrollo urbano. Si los encomenderos tenían posibilidad de asegurarse alguna ganancia sobre-explotando al indio y vendiéndolo, para los demás no había ninguna forma de sustentarse en cuanto sin villas no surgieron actividades comerciales, ni artesanales. Fue así que los plebeyos se convirtieron en clientes de los encomenderos, es decir, en servidores ocupados en mansiones de cualquiera clase y especialmente, para hacer de trámite entre el encomendero y los indios encomendados. La rabia por sus malas condiciones de vida, y la decepción, pues tenían bien otras ilusiones cuando aceptaron de venir a Chiloé, los clientes de los encomenderos la volcaron en contra del indio, hacia el cual arremetieron con grandísima maldad: los encomenderos, por su canto, nada hacían para impedirlo, pues la rebelión en tierra de Arauco y la alianza con los corsarios holandeses en tierra chilota habían sumado a la desconfianza, también el temor y, por lo tanto, consideraban indispensable actuar con el puño de fierro.

    En el campo, los encomenderos vivían también en modo miserable en sus haciendas, aísladas las unas de las otras ya que no habían caminos, y las condiciones del mar y la modestia de las embarcaciones consentían desplazarse solamente durante la buena temporada, así que entre las familias españolas habían relaciones sociales casi nulas. "Viven desconocidos unos de otros, no se casan, ni tienen sentimientos de gente civil, desconocen al Rey y a la patria", afirmaba el intendente Francisco Hurtado que en 1784 tomó a su cargo la intendencia de Chiloé. Mientras que en lo espiritual el obispo Pedro de Azúa en 1742 escribía que los españoles se muestran "más rústicos que los indios", siendo por lo general analfabetos tanto de religión cuanto de letras.

    En sus haciendas desparramadas a lo largo de la costa, tanto de la Isla Grande como de las menores, quedando aislados gran parte del año, los encomenderos dan vida a verdaderos harén, teniendo a su lado numerosas concubinas y los hijos que con ellas tenían iban a engrosar la bandada de los clientes, siendo censados entre los "castellanos"; es así que gradualmente la población hispánica se vuelve cada vez más mestiza, y el concepto de "indio" deja de tener un sentido racial para adquirir una conotación que es, sobre todo, social y económica. Los jesuitas que misionaban entre los indios se hallaban en enorme dificuldad para arraigar la poligamía entre los caciques: ¿cómo comprender la condena de los religiosos, cuando aquella costumbre se veía tan cumplidamente aplicada entre los más hidalgos y los encomenderos?

    La ruralización de la sociedad castellana y el mantenimiento de la encomienda cristalizada en su forma inicial, hacen que se pueda bien decir como en Chiloé haya venido a menos la "etapa colonial" y por muchos aspectos la "etapa de conquista" se haya mantenido hasta finalizar el siglo XVIII.

    GOBERNADORES DE CHILOÉ (1600-1609)

    GOBERNADORES DE CHILE (1565-1609)

    1600-01

    1601-04

    1604-08

    1608-10

    Francisco del Campo

    Francisco Fernández de Ortiz

    Gerónino de Peraza y Polanco

    Tomás de Olavarría

    1565-1567

    1568-1575

    1575-1580

    1580-1581

    1581-1591

    1592-1598

    1599-1600

    1600-1601

    1601-1605

    1605-1610

    Rodrigo de Quiroga

    Melchor Bravo de Saravia y Sotomayor

    Rodrigo de Quiroga

    Martín Ruiz de Gamboa (interino)

    Alonso de Sotomayor

    Martín García Oñez de Loyola

    Francisco de Quiñones (interino)

    Alonso García Ramón (interino)

    Alonso de Ribera

    Alonso García Ramón

    3. El empoblamiento de la Isla de Quinchao (1567-1609)

    La repartición de la isla de Quinchao en encomiendas probablemente asumió su forma más o ménos definitiva durante las últimas dos décadas del siglo XVI, si bien en muchas ocasiones las misma fueran vacas, ni es claro cuando y como las mismas fueran asignadas. En aquel período, en la isla de Quinchao existen seis pueblos de indios: Huyar, Palqui, Curaco, Achao, Vuta-Quinchao y Matao. Los más importantes son los tres del sector meridional de la isla, mientras Huyar y Palqui parecen haber siempre constituido una única encomienda, a la cual a veces se unía también Curaco, entonces muy poco poblado. La presencia española, al comienzo modesta, es constituida por algunos colonos y unos pocos encomenderos, quienes se establecieron, probablemente, en la costa occidental de la isla, en cuanto más cercana a Castro.

    Seguramente, como era costumbre, los terrenos en las cercanías de Castro fueron repartidos entre los colonos españoles paralelamente al levantamiento de la ciudad. Las encomiendas eran asignaciones temporáncas de tierras e indios endomendados y, por lo tanto, no representaban una forma de propiedad. "…Además de que los indios repartibles no alcanzaban para satisfacer a todos, era necesario pensar en otras industrias para procurarse el alimento de cada día […] La repartición de las tierras vecinas a la cuidad [se daba] en lotes relativamente pequeños. Recibieron éstos el nombre de chácaras o chacras, palabra de origen quechua, que los conquistadores trajeron del Perú". A estas reparticiones, al contrario de la encomienda, correspondía un título de dominio.

    Es probable que también en la isla de Quinchao se procediera con la entrega de tierras a los colonos: en la etapa más inicial de la conquista seguramente buscando de alguna manera el consentimiento de los indios, necesario en cuanto la presencia española todavía no estaba afirmada. Sin embargo, el propósito de la gran mayoría de los españoles "de la primera hora", es decir los compañeros de Martín Ruiz de Gamboa, tanto "bien nacidos" cuanto "plebeyos", tenía la ambición de enriquecerse para después volverse a Santiago, donde las condiciones de vida y el clima eran mucho más satisfactorias y habían medios para gozar de las riquezas conseguidas "con tantas fatigas y con tantos peligros […] pero la posesión de esta tierra servía de poco a los que no tenían indios con que explotarla": estas chacras alcanzaban apenas para abastecer el consumo cotidiano, ya que "…el terreno de la isla es tan fértil para las malezas como estéril para los sembrados. Una sementera cuesta diez veces más trabajo que en Chile. Existe poco ganado por la poca cantidad de llanos y tierras limpias, el único refugio para los animales es el pequeño rastrojo, aún los mariscos escasean…".

    La de los colonos, por lo tanto, era una vida de penurias y privaciones, no muy diferente de la de los indios, y aquella de los encomenderos tampoco ofrecía mayores comodidades y éstos a menudo trataban de dejar su encomienda al cargo de personas de confianza, mientras ellos mismos se quedaban en Concepción o en Santiago, contraveniendo a la disposición de las Leyes de Indias que imponía al encomendero de vivir en la misma tierra encomendada.

    La historia colonial de Chiloé, en su comienzo es muy vinculada a la de Osorno, fundada en un lugar llamado Characahuín en 1558. Desde Osorno llegó Francisco del Campo para rechazar a Baltasar de Cordes y liberar la ciudad de Castro. Osornina era la heroína de aquella liberación, Inés de Bazán, esposa de Joanes de Oyarzún, uno de los fundadores de Castro, cuyo nieto Andrés dió origen a la extensa familia de los Oyarzún de Chiloé.

    En 1598, los mapuches derrotan a los castellanos en Curalaba, donde fue muerto el mismo gobernador de la capitanía, don Martín García Oñez de Loyola: este episodio da comienzo a la grande sublevación araucana en el sur de Chile, el füchamalón, la cual llevará en pocos años a la destrucción y abandono de las siete ciudades españolas entre el Biobío y el canal de Chacao, territorio que no volverá a colonizarse hasta 250 años después. La ciudad de Osorno fue la que resistió por más tiempo a las tropas del genial ñidol toki Pelantraro, general de todos los ejércitos mapuches reunidos bajo su hábil mando. Así que en marzo de 1604, siendo imposible cualquier intento de resistencia, el cabildo de Osorno resolvió abandonar la ciudad, ya totalmente incendiada, y buscar refugio en Chiloé. Unas trescientas personas, entre hombres, mujeres y niños, llegaron a la costa del golfo de Ancud, y un parte de ellos resolvió asentarse en la isla de Calbuco "y hallando allí comodidades para establecerse, construyeron un fuerte y las habitaciones convenientes". Los restantes alcanzaron la ciudad de Castro, donde fueron recibidos con grandes muestras de cariño y donde fueron redistribuidos entre la Isla Grande y Quinchao, unos pocos en calidad de encomenderos, los más como colonos, contribuyendo en misura muy notable al incremento de la población castellana del archipiélago. Entre las familias osorninas que, acompañadas por numerosos indios osorninos, se asentaron entre Castro y Quinchao, citamos a los Oyarzunes (en Huenao), los Ruiz, los Carrascos, los Loayzas, los Trujillos y los Alvarado.

    ¿Cuántos españoles habían en Chiloé al comienzo del siglo XVII? En la literatura disponible, no encontramos cifras precisas, sin embargo podemos estimar que la comunidad castellana alcanzara unas 300 o 400 personas, incluyendo mujeres y niños. Cuando Francisco del Campo sale de Osorno para liberar Castro del dominio holandés lo hace con éxito llevando consigo "cien soldados", más otros cincuenta recogidos por el camino, lo cual consente imaginar que comunidad española entonces presente en el archipiélago no estuviera en condiciones de reunir ciento cincuenta hombres aptos a las armas. Los osorninos que en 1604 se repartieron entre Castro, la isla Quinchao y la de Quenac, podemos estimarlo en un centenar, incluyendo las mujeres y los niños. Por lo tanto, en todo el archipiélago había ménos de un millar de castellanos rodeados por unos 20.000 indios, incluyendo mujeres y niños. No nos extraña que los colonos vivieran aterrizados y con las armas en la mano.

    Fig. 6. La isla de Quinchao.

    Inmediatamente después de la reconquista de la ciudad de Castro y del alejamiento de los holandeses, los españoles ejerceron "una atroz venganza" hacia los indios que colaboraron con los corsarios, ahorcando o quemando vivos alrededor de cincuenta caciques y poniendo "tanto temor este castigo que todo Chiloé está llano como jamás se hubiera alzado". Es fácil imaginar que en los años que siguieron los encomenderos esclavizaran una gran cantidad de indios vendiéndolos en la capitanía o en el mismo Perú, con la precisa voluntad de reducir la población indígena del archipiélago; a lo cual contribuyó también una terrible epidemía de viruela. Además la encomienda fue aplicada "en Chiloé con tal rigor que encomienda y esclavitud llegaron casi a identificarse".

    Acerca de los lugares en la isla de Quinchao donde se instalaron inicialmente los españoles, hay dudas. Según Humberto Sandoval, los primeros colonos se instalaron "en una caleta profunda resguardada de los vientos – al sur de la isla – [donde la población española] debió soportar las continuas depredaciones de los piratas". Estos colonos – afirma el Sandoval – en 1601 se trasladaron a la playa de Achao, donde habían amplias zonas idóneas a la agricultura y para "aprovechar las desventajas que Achao tiene como puerto para protegerse de las incursiones de los corsarios". Interpretando estas informaciones, Ramón Yañez concluye que los colonos inicialmente se instalaron "en lo que es actualmente ensenada o Villa Quinchao, donde existe la iglesia Nuestra Señora de Gracia". Héctor Gallardo en su ponencia acerca de la Iglesia Santa María de Achao interpreta aquella información relacionándola con alguna playa entre Coñab y Conchas Blancas. En efectos, la accesibilidad de la playa achaína no es ni mayor ni menor de aquella de cualquiera otra playa de la isla.

    Es razonable imaginar que al comienzo los españoles se instalaran en alguna ensenada reparada del mal tiempo, y, sobre todo, más accesible desde Castro, es decir, al frente del canal de Lemuy: desde Chullec hasta Matao hay muchos lugares idóneos. La cercanía a la única ciudad de Chiloé era fundamental tanto para aprovisionarse, cuanto, sobre todo, para defenderse de eventuales rebeliones indígenas. Para los españoles, ya concientes que en Chiloé nadie se haría rico con los metales preciosos, era también importante la presencia de lugares planos, más adecuados para cultivar cereales, para ellos irrenunciables, teniendo en cuenta que hasta el comienzo del siglo XVII el clima era algo más asoleado, lo que explica el hecho que los huilliches cultivaran maíz. Es a partir de la segunda mitad del siglo XVII que se vuelve más frioso y húmedo, tal como lo conocemos hoy en día.

    4. La entrada de los jesuitas en Chiloé y en Quinchao (1609-1624)

    En enero de 1609, a los pocos años de la llegada de los prófugos osominos, tienen sus comienzos la evangelización jesuítica del archipiélago: "A esta dilatada provincia i a esta inmensidad de islas, entró la Compañía de Jesús el año de 1609, […] cuando el padre rector de Santiago Francisco Vasquez fué en persona a hacer misión en las tierras de Arauco. Dejó entónces dos padres en Arauco i dos remitió por mar a Chiloé; éstos fueron el uno el venerable padre Melchor Venegas de grande espíritu i fervoroso celo en la conversión de las almas, i el otro de no menores alientos para las empresas de caridad i servicio de Dios, el padre Juan Bautista Ferrufino. Estos dos apostólicos misioneros fueron los primeros jesuitas a quienes vieron aquellas islas, i […] fueron recibidos como ánjeles i oian como oráculos sus consejos i sermones".

    Venegas y Ferrufino se instalan en la unica ciudad del archipiélago, que así aparece a sus ojos: "El pueblo de los españoles llamado la ciudad de Castro está en la mitad de dicha Isla grande, en un muy lindo y hermoso sitio: tenía al pie de setenta casas antiguamente, pero ahora no hay más de treinta; que el mucho descuido, flojedad y pereza de aquellos españoles han dejado perder las que había de tapia y teja, las cuales quedaron despobladas con la venida del inglés, ahora [hace] diez años que robó todo aquel pueblo, degolló y quemó a los principales moradores de él. Hay en él Iglesia mayor y el convento de Nuestra Señora de la Merced, y ahora la de Nuestra Señora de Loreto, que es nuestra y [es] la mejor casa del pueblo, por ser de tapia y toda téjada, aunque no es más de cuarto de cuadra…".

    La llegada de los jesuitas es fundamental en la historia del archipiélago en cuanto dieron un enorme impulso a la evangelización indígena y al progreso material y moral de ambas naciones presentes. Su importancia es aún mayor en Quinchao, donde no habían otros religiosos.

    Desde luego, el mismo Martín Ruiz de Gamboa fue acompañado por clérigos, quienes se asentaron en Castro atendiendo a las necesitades religiosas de los castellanos y, en la medida que tenían la posibilidad de hacerlo, también dedicándose a la evangelización de los indígenas. Sin embargo, en muchas ocasiones los sacerdotes que se establecieron en Castro en las primeras décadas subsiguientes a la conquista no eran a la altura de las necesidades, tanto por su modesta cultura y preparación teológica, cuanto por su cualidades humanas y morales. Cuando los jesuitas comienzan su labor apostólica, las prácticas religiosas y la cultura aparecen modestísimas, tanto entre los castellanos cuanto los huilliches, y entre los primeros la ética y la moral alcanzan un nivel de grande degrado. Esto no solamente en Chiloé, sino en todo Chile, como denuncia repetidamente el padre Luis de Valdivia. Esta diferencia de postura tiene su reflejo en la apreciación indígena: al jesuita le dicen "chaw", o sea "padre natural", mientras que a los demás sacerdotes le dicen "patiru" (lat. pater), palabra que para ellos no tiene alguna valencia emotiva.

    Los jesuitas atienden sólo marginalmente las necesidades religiosas de los castellanos, es decir, cuando los sacerdotes seculares no pueden hacerlo. Su misión es "evangelizar": esta es la razón prima de existencia de la orden de San Ignacio y es para ésto que han venido a Chiloé. Hay más: para hacerlo, se han preparado culturalmente y tienen un proyecto de grande envergadura. No es un proyecto único: posee alternativas para enfrentar correctamente las diferentes condiciones que se dan. De allí soluciones tan diferentes, como lo son el estado guaraní en Paraguay y las misiones circulares en Chiloé.

    En todos los lugares donde se establecieron, "los jesuitas se mostraron partidarios de un declarado sincretismo religioso, esto es, no tuvieron ningún tipo de escrúpulos a la hora de aceptar o adaptar ritos paganos con tal de llevar a los pobladores de dichas tierras la palabra de Cristo. La Compañía decidió respetar los particularismos religiosos con la intención de utilizarlos para el adoctrinamiento cristiano. Por ello, sus miembros recibieron múltiples críticas y acusaciones por parte de las otras órdenes religiosas, recelosas de los éxitos jesuitas".

    La conversión no puede producirse sin un profundo cambiamento del modo de vivir indígena y sin la disgregación de sus estructuras sociales, en primer lugar aquella ligada a la figura del machi y del ngenpín. Por cuanto los huilliches sean muy bien dispuestos al cambiamento, la evangelización jesuítica implica una laceración dolorosa de su modo de ser y, en primer lugar, el transformarse en hombres "civiles", es decir componentes de la "civitas" y "hombres políticos y de razón", como se decía entonces; sólo después se volverían cristianos. De allí la énfasis puesta por los jesuitas al desarrollo cultural de los huilliches, un desarrollo que los encomenderos no querían y obstaculizaban constantemente.

    Venegas y Ferrufino, así como todos los demás que siguieron, tenían una grande preparación cultural, y no es casual que la gran mayoría de los históricos de las Indias fueran jesuitas. Eran expresión de una pedagogía muy avanzada, aquella de la "Ratio studiorum" de la Compañía, y precedentemente a su llegada al archipiélago se habían sujetado a una muy rigurosa selección aptitudinal que averiguaba su idoneidad caracterial, sicológica, fisica y moral. De allí vino su conducta siempre exemplar y el respeto absoluto de las prácticas religiosas en cualquiera situación. No eran solamente expertos en la lengua general de Chile, el mapudungún; también lo eran en cuanto a conocimientos científicos: técnicas agrícolas, artesanales, medicina y farmacopea. Y estos conocimientos prácticos lo ponían a disposición de los indígenas tratando, al mismo tiempo, de no contraponerse inutilmente a sus fundamentos culturales tradicionales, sino demonstrando cuanto había en ellos aptos a "cristianizarlos". En lugar de estigmatizar la celebración del ngillatún, los jesuitas trataron de asimilarlo a la celebración de la misa, facilitados en ésto por el carácter tan sincrético de la idiosincrasia mapuche. Así haciendo, pusieron los cimientos de la cultura chilota, mestiza y sincrética como no hay otra.

    Al poco cabo de haberse instalado en Castro, los padres Venegas y Ferrufino, aprovechan la buena temporada – estamos al final del verano – para dar comienzos a la obra de evangelización, y realizan su primera visitación a las principales islas de Chiloé para programar su obra. Aúnque no la citen expresamente, no cabe duda que los pueblos de indios de la isla de Quinchao estuvieran entre sus primeras destinaciones. "Están los pueblos a dos y seis leguas el uno del otro,y lo más muy poco apartados de la playa del mar. Llamo pueblo el que tiene diez o doce casas, porque el que es mayor no pasa de cien almas, y habrá de estos en la Isla como treinta. Y aunque los indios pueden andar a pie por tierra, no lo hacen por el mucho trabajo de los malos caminos de montes, bosques y arroyos grandes que se han de pasar, i así de lo ordinario lo andan en piraguas, playa a playa, por mar".

    Fig. 7a. "El corregidor cuelga al cacique a pedido del encomendero", de Guamán Poma 1615:571.

    Fig. 7b. "Los padres de la Compañía de Jesús, santos hombres en todo el mundo ", de Guamán Poma 1615:649.

    La llegada de los dos misioneros era señalada con buena anticipación, de tal foma que la población del pueblo pudiera acurrir al lugar donde se iba a desarrollar el encuentro: "Luego que llegábamos a sus pueblos, lo primero era en cada lugar venirnos ellos a recibir, que para esto estaban apercibidos tres o cuatro días antes, y venían todos en procesión de dos en dos. Los niños [venían] con guirlandas de flores en la cabeza siguiendo al que llevaba la cruz, que era toda de flores del campo lindamente aderezada, que ponía devoción, y el mismo que llevaba la cruz venía cantando las oraciones en su lengua, y los demás respondiendo, y llegaban de esta suerte hasta el bajadero de la piragua, a do[nde] todos juntos nos daban la bienvenida".

    Luego, si ya no la había, los misioneros procedían a levantar una cruz y luego "hecha oración los mandamos a sentarse y uno de los dos les hacíamos una platiquilla de un cuarto de hora, en que les dábamos noticias del intento a que veníamos, y como no pretendíamos otra cosa más que el bien de sus almas, y no pedirles nada, antes que les traíamos alguna pobreza que darles; y los convidábamos para el día siguiente a que viniesen todos y trajesen sus mujeres e hijos. Madrugaban todos el día siguiente a la iglesia, y los que vivían más lejos traían consigo su matalotaje de papas para sustentarse el tiempo que allí estuviésemos, ya que no querían volver a sus casas hasta que los despedíamos, quedando primero confesados y casados los que se habían de casar. Luego preguntábamos por los enfermos, si había alguno, cuantos y adonde estaban: y el uno de los dos acudía luego como a lo más necesario llevando siempre consigo algún compañero fiel, y de cam ¡no un poco de carne o pan, cuando la había, para dar al enfermo. El otro se quedaba aquel día catequizándolos todos y enseñándoles el modo de confesarse bien. El segundo y tercer día acudíamos entrambos a las confesiones, y al tiempo de la misa todos aquellos tres días se hacían las amonestaciones de los que se habían de casar, y el cuarto de ordinario los casábamos. Y volvían ellos a sus casas y nosotros nos partíamos para otro pueblo. Y de esta manera anduvimos toda aquella Isla catequizando, bautizando los que no lo estaban, confesando y finalmente casándolos [aquellos] que no lo estaban; y dejamos en ellas treinta y seis iglesias levantadas y renovadas, y en cada una de ellas su catecista o fiscal".

    La iglesia, en realidad, era entonces una construcción muy sencilla, donde cabía sólamente el altar y apenas el espacio para el oficiante: una obra que podía edificarse en unos pocos días, tal vez durante la misma estadía de los misioneros, o, más probablemente, encargando el fiscal de proceder a su construcción, para que estuviera dispuesta para la visita sucesiva. "Lo primero dispusieron que en todas las islas pobladas de indios, se hiciesen capillas o iglesias para que hubiese parte fija donde todos acudiesen a rezar i los padres misioneros supiesen donde habían de ir a parar". El material utilizado en las capillas es sencillo y de escasa duración, así como modesta es la técnica de construcción, tratándose más bien de un techo para el altar, más que de una verdadera construcción. De allí la necesidad de renovarlas muy a menudo.

    A esta primera visita evangelizadora de Venegas y Ferrufino puede atribuirse el levantamiento o la renovación de una capilla en Achao, como señala Héctor Pacheco: "en una revisión que hice del Libro Trunco de Bautismo de la Iglesia de Castro (1708-1720), que se encuentra en los archivos del Obispado de Ancud, constaté que se nombra una capilla en el pueblo de Achao, en partidas del año 1608".

    Ya que antes de comenzar su misión los jesuitas habían recogido todas las informaciones disponibles acerca del archipiélago, de su gente y del modo de vivir, llegaron a las islas con un proyecto evangelizador específico para ese mundo fronterizo. Diferentemente de lo que ocurrió en otros contextos, en Chiloé los jesuitas no insistieron para reunir a los indígenas en centros urbanos, sino desde el comienzo se adaptaron ellos mismos a una población desparramada a lo largo de toda la costa marítima. De allí la idea de las "misiones circulares", las cuales constituían un lugar tanto de apoyo logístico para los sacerdotes durante su breve estadía, cuanto de convenio para los isleños. Lugares que recibieron denominaciones diversas: pueblo de indios, capillas, oratorios, misiones.

    Los criterios para individuarlos eran los siguientes: su accesibilidad desde el mar y por lo tanto una playa apta a las dalcas utilizadas por los misioneros en sus viajes; una población indígena en el entorno constituida por un centenar de familias, mejor si coincidía (como eféctivamente ocurría) con alguna estructura unitaria indígena. La estructura era el caví o aillarewe, que al mismo tiempo es una unidad territorial, familiar (todos los componentes pertenecen al mismo clan) y religiosa, en cuanto poseen una cancha común para celebrar el ngillatún: el rewe. De allí que la isla de Quinchao, que tal vez tenía unas 1000 familias indígenas, o más, diera lugar desde los comienzos a la fondación de una decena de capillas, relativamente a poca distancia la una de la otra.

    "Están los pueblos o rancherías a 2 o 3 leguas y a esta distancia tienen hechas unas iglesias o ramadas para decir misa y levantada su cruz; a esta iglesia como a su parroquia se juntan todos aquellos indios de aquella comarca en dándoles la voz de que vienen los padres, a los cuales reciben todos con grande alegría, sabiendo que no vienen como los españoles para oprimirles y agraviarles, sino como verdaderos padres y pastores de sus almas, para consolarles y doctrinarles y administrarles los sacramentos e instruirles en buenas costumbres y darles lo que pueden de su pobreza. Quédanse allí los padres en cada iglesia por 6 u 8 días, bautizando a los niños (que los adultos todos son cristianos), confesándolos a todos, y casando a los que tienen necesidad y acudiendo con gran solicitud y celo a todo lo que conviene para el bien de toda aquella nueva cristiandad. De esta manera dan vuelta a toda aquella isla, y luego otra y otra incansable-mente".

    Algunas consideraciones permiten estimar que durante la primera estadía de los jesuitas en Chiloé surgieron las primeras tres capillas en la isla de Quinchao: Vuta-Quinchao, Achao y Chequián. Las dos primeras en cuanto permiten la evangelización de los dos costados principales de la isla, y en el contiempo, corresponden a las áreas de mayor densidad poblacional; la última en cuanto lugar proyectado a las islas menores a sur de Quinchao: Chelín, Quehui, Alao, Chaulinec y Apiao.

    La documentación de la época no ofrece referencias específicas relativas a la isla de Quinchao, y por lo tanto es necesario referir hechos y circunstancias de carácter más general, teniendo en cuenta que en la sociedad quinchaína anticipa de algunas décadas la evolución social del resto del archipiélago, en cuanto allí el elemento castellano se encuentra mayormente enclavado en el indígena, y el mestizaje se impone desde los comienzos: no sólo en su aspecto racial, sin sobre todo en aquello cultural, económico y social.

    La atención de los estudiosos vee en la "capilla" la componente central que anticipa la fondación del pueblo de indios. Este, sin embargo, es un punto de vista propio de una visión moderna y occidental. La realidad era diferente, en cuanto tenía mucho en cuenta la tradición indígena a la cual los jesuitas no se opusieron nunca, con tal que no anduviera en contra le los principios fundamentales del cristianésimo, mas, al contrario, trataban de volver a ventaja de la labor evangelizadora.

    El padre Venegas era chileno, hablaba perfectamente el mapudungún y, sobre todo, conocía bien las expresiones tradicionales de la religiosidad indígena y, en primer lugar, el significado del ngillatún o kamarikún, como acostumbraban decir los huilliches. Los mapuches nunca tuvieron "templos" ni ninguna clase de edificación de carácter religioso en cuanto sus rituales siempre se realizan en canchas destinadas unicamente a ese fin y que adquieren carácter de sacralidad permanente: los rewe.

    El primer paso de los jesuitas fue precisamente aquello de no contrastar la celebración del kamarikún, sino renovarlo presentando a la misa como una forma más apreciada por Dios para rezarle: y no es casual que los mapuches llamaran "ngillatún" a la "misa". Paralelamente aceptaron la sacralidad del rewe, el lugar sagrado, y la exaltaron, colocando a un extremo de la cancha el altar, en el lugar donde hubiera debido estar el püraprawe, la escalera sagrada. Así haciendo, crearon una continuidad devocional entre la celebración del kamarikun y la de la misa, y las ofrendas de los fieles se convirtieron en donaciones para los padres.

    El segundo paso fue aprovechar a toda ventaja de la cristianización algunas figuras propias de la organización indígena: el lonko y el ngenpín. El primero, para el cual en Chiloé se generaliza el término impropio de "cacique", mantiene su rol de responsabilidad logística y organizativa; el segundo viene reemplazado por el fiscal, con un rol muy subordinado al sacerdote, pero al cual se le atribuye sacralidad y mucha evidencia. La aceptación del modelo evolutivo kamarikún ® misa por la sociedad indígena, conduce así mismo a la aceptación de la substitución ngenpín ® fiscal. El nengpín era asistido por los amorikamañ y el fisla era asistido por algunos ayudantes, que mantuvieron esa misma denominación, y por los patrones. En fin, las máximas autoridades del caví poseían un símbulo de poder – la tokikura y el bastón de mando – y los jesuitas dan al fiscal un largo bastón terminado en cruz como símbolo de su poder.

    En esta evolución, rápida pero sin cisura, de la expresión religiosa mapuche a la cristiana, quedaron excluído los machis, como es inevitable, y no es casual que son los únicos personajes de la extructura indena precolonial que sobreviven intactos, o casi, durante la colonia y durante buena parte de la república.

    La introducción de la figura del fiscal fue esencial y central dentro del proyecto evangelizador jesuita, en cuanto respondía de manera optimal a numerosas exigencias. Eliminaba "el delicado problema derivado del hecho de que la nueva religión apareciese impuesta exclusivamente por hombres de otra etnía"; multiplicaba desde el aspecto logístico la labor de los padres y, siendo ellos tan pocos, les permite igualmente de atender a un gran número de feligreses; aseguraba la continuidad de la acción evangelizadora, no obstante la presencia discontínua del misionero; favorecía la integración de la sociedad indígena en la sociedad castellana, y trataba de asegurar alguna protección contra los abusos de los encomenderos. Este último aspecto, desde luego, fue profundamente contrastado por las autoridades administrativas que trataron, durante una intera década, de inpedir la formalización jurídica del rol del fiscal.

    Los jesuitas pusieron una grande cura en escoger a las figuras más adecuadas para cubrir el rol de fiscal y dedicaron algunos años para capacitarlos a cumplir con la misión que les encargaban. Los fiscales se seleccionaban entre los más capaces de los indios encomendados y, además, venían exentados "del sistema de encomienda o tributo, y por lo tanto, investidos de aquella dignidad y respeto que les reconocían los naturales sometidos a su tuición moral y espiritual, debiendo llevar como signo patriarcal la Cruz Alta" . De esta forma, sin embargo, alejaban del servicio a los indios más capaces, lo cual suscitaba oposiciones entre los encomenderos. La fiscalía fue un proyecto que nació en el mismo 1609; sin embargo, solamente en 1621 el gobernador Pedro Osores Ulloa autorizó formalmente su creación, con el reconocimiento jurídico de aquel rol, y desde el 1624 la estructura de la fiscalía encontró plena aplicación.

    La primera estadía de los padres Venegas y Ferrufino tenía el fin de asumir un conocimiento directo del archipiélago de Chiloé y de las innumerables islas entre la punta de Quilán, el extremo meridional de la Isla Grande, y el estrecho de Magallanes.

    Lo primero que constataron los dos misioneros fue el elevado despoblamiento del archipiélago: "Está toda poblada de gente, la cual, de un tiempo a esta parte, ha ido en gran disminución porque consta, por la minuta que se hizo hace diez o doce años, que había más de quince mil varones de lanza, sin contar a las mujeres e hoos chiquitos, y ahora no hay más de tres mil almas grandes y chicas en toda la isla, a causa de que las han ido sacando cada año los navíos que por allá van, y sólo los últimos años, con estar allí los de la Compañía que lo estorbábamos cuanto podíamos, y aun asi sacaron como cuatrocientos y los traen a vender acá abajo". "Estorbaron" muy eficazmente, los jesuitas, y así agregaron otra razón al conflicto con las autoridades locales y con los encomenderos.

    Fig. 8a. "El sacramento de bautizo", de Guamán Poma 1615:627.

    Fig. 8b. "El sacramento de matrimonio", de Guamán Poma 1615:631.

    Sin embargo, una disminución tan notable de la población indígena tuvo también otras causas: las pestilencias y las fugas. En efectos, una primera pestilencia de viruela arrasó con la población indígena alrededor de 1605, como relata al corsario Brouwer una colona quinchaína, Luisa Pizarro, viuda de don Jerónimo de Trujillo. Tampoco hay que subestimar la fuga de indios desde Chiloé hacia el norte, donde se unieron a los cuncos, y hacia el sur, donde se unieron a los chonos. Si bien es cierto que chonos y huilliches maloquearon constantemente entre ellos, sobre todos para robarse mujeres, sin embargo muchos entre los indios chilotes eran de origen chona, aúnque culturalmente mapuchizados, y para ellos buscar refugios en las Guaitecas era lo más natural. Esto puede explicar el hecho que todos los nombres de caciques chonos que la historia recuerda, son siempre y sin excepción nombres mapuches, lo cual hace suponer que los chilotes que arrancaron en los archipiélagos al sur de Chiloé, consiguieron imponerse socialmente a los indígenas del lugar, alcanzado el cacicado.

    Concluyéndose la fase preliminar de la evangelización de Chiloé, en la isla de Quinchao había una capilla para cada reducción indígena y, probablemente, la de Vuta-Quinchao era la de mayor dimensión, como lo sugiere su mismo nombre. La capilla ya no era una simple ramada que cada año necesitaba ser reconstruida, sino una construcción sólida, aúnque rústica, realizada con "unos postes de madera, con otros palos que se les arriman, se forman las paredes, i el techo cubierto de paja sobre algunas tijeras, sin que se gaste en toda suformación un clavo, porque todo va amarrado con unas raíces i yerba" .

    El viajero que en el año de gracia de 1624 llegara a la isla de Quinchao, hubiera hallado a orilla del mar, allí donde ahora está la villa de Quinchao, una amplia cancha erbosa aproximadamente rectangular, con una grande iglesia en uno de sus lados menores, una grande cruz en el centro de la cancha, y a los dos costados mayores de la plaza algunas modestas habitaciones: una para los misioneros, para que tuvieran donde ir llegando a su misión, y las otras para el fiscal, que tenía su ruka al lado de la iglesia, aúnque viviera en otra parte, cerca de su campo. Tener una ruka al lado de la iglesia era una manifestación de autoridad moral y de prestigio. Y así la presencia de la iglesia se convierte en la semilla para el surgimiento del futuro pueblo. Un aspecto parecido lo tienen las explanadas en Achao, Chullec, o Huyar, y en otros lugarejos de las demás islas del archipiélago quinchaíno, donde, sin embargo, las capillas tienen una dimensión menor.

    Las ciudades coloniales nacen con un proyecto urbanístico predeterminado, donde las calles vienen trazadas perpendicularmente las unas a las otras a partir de una plaza central, símbulo de poder político, y sólo sucesivamente, en las manzanas determinadas por el trazado empiezan a surgir las casas de los particulares. En los pueblos de indios de Chiloé ocurre algo muy diferente. Al comienzo ya está la explanada, es decir el rewe del caví, la cual se encuentra siempre a orilla del mar, es muy amplia y de forma rectangular y alargada; luego surge la capilla y la habitación para los misioneros, y se levantan dos o tres casitas para el fiscal, el lonko y el patrón, usando para eso los costados mayores de la plaza; en fin, sin alguna regla urbanística, empiezan a construirse modestas cabañas para los feligreses, ocupadas únicamente en ocasión de la celebración de alguna festividad o de la llegada de los misioneros.

    El pueblo se desarrolla posteriormente: es desordenado y las casas no tienen alineamento alguno, teniendo como única regla la de no edificar a los costados de la iglesia. Esta, por su parte, desde los comienzos viene realizada con unos enormes aleros que puedan ser de abrigo para los feligreses. Y cuando llega el misionero, los costados de la plaza se llenan de ramadas temporáneas, donde los feligreses pueden alojarse, preparar su comida y, sobre todo, hacer trueques y socializar, tal como ocurría durante la celebración del kamarikún, y tal como ocurre todavía hoy en día durante las grandes fiestas patronales.

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