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Acerca de la historia de la isla de Quinchao (página 4)

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10. Quinchao entre 1717 y 1767: la formación de Achao

La terrible matanza de 1712 modificó sustancialmente la composición étnica de la isla de Quinchao, reduciendo la presencia indígena y favoreciendo un proceso de re-asentamiento de las familias de los colonos criollos: éstos, hasta entonces concentrados en el área de Curaco, ahora se distribuyeron mayormente, instalándose donde habían mejores posibilidades de cultivo, como en la bahía de Achao y en la isla de Quenac. Desde luego, las relaciones entre las dos comunidades quedaron muy deterioradas y el estrago no venció la voluntad indígena de resistencia: entre 1717 y 1724 hubo más de una ocasión en que estuvo a punto de estallar una nueva rebelión y los jesuitas tuvieron que empeñarse muchas veces para impedir que la situación reventara. No obstante problemas tan graves, aquello fue un período de adelanto y fue entonces que empezaron a manifestarse dos expresiones artísticas que han caracterizado a Chiloé y que siguen caracterizándolo: las iglesias y la santería.

En la isla Guar, los chonos habían encontrado condiciones de vida satisfactorias, así que fueron un aliciente para que otras familias abandonaran las islas al sur del archipiélago chilote para unirse a aquellos. En pocos años llegaron a la isla "hasta doscientas familias, que contaban más de seis cientas almas", probablemente la mayor parte del pueblo chono, las cuales fueron atendidas por dos jesuitas "distintos de los cuatro del colejio de Castro" e insertadas en el programa que la Compañía había diseñado para los neófitos australes: todavía seguían hablando "un idioma diferente del de Chile i Chiloé [… y eran] mas capaces i mas hábiles para cualquier cosa que los de Chiloé". Los misioneros jesuitas eran entusiastas del resultado de su nueva misión, formalmente aprobada en 1717.

Sin embargo la elección de la isla de Guar como lugar de asentamiento de los chonos no resultó acertada. Si bien la protección real impedía que los chonos fuesen encomendados y esclavizados, sin embargo "por estar muy cerca a la de Calbuco, expuesta a los latrocinios de tableros y mariscadores", aquella protección resultaba ineficaz frente a los abusos de los colonos que incursionaban a menudo en Guar para despojar a los chonos de sus pocos haberes. Además la isla "es áspera y espesa de montañas, trabajosa de cultivarla por unos indios recién reducidos no hechos al trabajo [… aunque] ya les va sabiendo mejor las papas, harinas y legumbres de Chiloé, por cuya razón van haciendo sus sementeras con las esperanzas de gozarlas", como escribió el padre José Imoff, a cargo del cual estaba la misión en Guar, en un informe para el obispo penquista. En fin, la isla era demasiado pequeña para acoger tantas familias. Es así que a pocos meses de haberse asentado, ya gran parte de ellos había abandonado la isla y recorrían el archipiélago chilote buscando otros lugares donde establecerse.

A los chonos, nómades canoeros y recolectores, les costó enormemente acostumbrarse a una vida sedentaria basada en el cultivo, y de hecho Guar se convirtió en un refugio para la temporada invernal y durante buena parte del año su vida continuaba a desenvolverse en sus dalcas. Todavía, la experiencia sedentaria, aunque parcial, había modificado de forma importante el modo de vivir chono, así que sólo una parte volvió a su antiguo nomdismo, mientras los más se establecieron en Apiao y en Chaulinec, dos islas en aquel entonces poco pobladas, y en la "isla Quiapu", en las cercanías de Quinchao, un lugar que todavía no ha sido identificado, y allí se dieron a una vida sedentaria. A los misioneros destacados en Guar no le quedó otra solución que aceptar los hechos, abandonar su misión y establecerse en Chequián y desde allí seguir evangelizando y asistiendo socialmente a los chonos, lo cual ocurrió a fines de 1718.

GOBERNADORES DE CHILE (1717-1768)

GOBERNADORES DE CHILOE (1719-1770)

1717-1733

1733-1734

1734-1737

1737-1745

1745-1746

1746-1755

1755-1761

1761-1762

1762-1768

Gabriel Cano y Aponte

Francisco Sánchez de la Barreda (int.)

Manuel de Salamanca

José Antonio Manso de Velasco

Francisco José de Ovando (int.)

Domingo de Ortiz de Rozas

Manuel de Amat y Junien

Félix Berroeta (int.)

Antonio Guill y Gonzaga

1719-1724

1724-1728

1728-1731

1731-1734

1734-1739

1739-1740

1740-1742

1742-1749

1750-1751

1751-1761

1761-1765

1765-1768

Nicolás Salvo

Juan Dávila Herzélles

Francisco de Sotomayor

Bartolomé Carrillo

Alonso Sánchez del Pozo

Martín de Uribe

Francisco Gutiérrez de Espejo

Victoriano Martínez de Tineo

José de Toro y Zambrano

Antonio Narciso Santa María

José Antonio Garretón

Manuel Fernández Castelblanco

JESUITAS PRESENTES EN CHILOÉ (1715-1768)

Ignacio Steidle P. ( ?), Miguel Kohler (1730-32), Miguel Meyer (1731-67), Pedro José García (1743-67 rector), Flores (1751, superior en Quinchao), Juan Lasso (1728-33), Marcos Matheos (1728-40), Manuel de León (1728-32), Antonio Friedl (1729-67), Nicolás Gatica, Ioseph Imhof (1729), Ioseph Mardú (1733-40), Diego Cordero (1734-40), Juan Ioseph Zapata (1739-67), José Marchi, Francisco Javier Esquivel (1767 superior en Achao), Pedro Peojel (1757-68), Melchor Strasser (1758-67, superior en Quinchao), Juan Nepomuceno Erlacher (1759-67), Juan Vicuña (1765-66), Segismundo Guell (1765-66), Pascual Marquesta (1765-67), Cristóbal Cid de la Paz ( ?-1767), Arnoldo Yásper (1740- ?), Bernardino Caravaño ( ?-1767, superior en Chonchi), Francisco Javier Kisling ( 1741-1767), Francisco Javier Pietas ( ?-1767), Luis Corbalán

En las décadas sucesivas a la rebelión de 1712 los criollos repetidas veces pidieron a las autoridades de la Capitanía de abandonar Chiloé y de volver a poblar los abandonados llanos de Osorno. Justificaban su demanda alegando la extrema miseria de sus condiciones de vida y el temor de nuevas sublevaciones indígenas. Un temor sin justificación, pues los hechos habían demostrado la enorme disparidad de fuerzas en el campo y aunque a los mapuches de Chiloé no les sobraran razones para rebelarse, sin embargo cualquiera acción hubiera sido sin esperanza alguna de éxito y no hubiera ni siquiera logrado debilitra el poder colonial en el archipiélago. En cuanto a la miseria a la cual los colonos se encontrarían condenados por la pobreza del suelo y la lluviosidad del clima, "se tiene la impresión que en no pocos casos se dramatizó la mención a la pobreza con el único objeto de justificar las innumerables peticiones de mercedes" y el desacato de cuanto podía favorecer al indígena en las leyes y ordenazas y así seguir en una explotación salvaje de los encomendados. Seguramente había grande disparidad en las condiciones de vida de los criolloso, pero de los escasos testamentos conservados se puede deducir que no faltaban las situaciones acomodadas. Si muchas familias nobles se encontraron sumidas en la miseria, éso fue "por su desinterés por las artes liberales […] por un ridículo despreciable entusiasmo de vanidad que en medio de la indigencia los constituye en otros tantos Quijotes [… y le] tienen tanto apego a la nobleza de sus antepasados y tal costumbre de no ajarla con ocupaciones serviles [… por lo cual] irremediabil-mente se van sumiendo en la pobreza". En otras palabras, no era la pobreza del suelo o la lluviosidad del clima la causa de la pobreza de tantos criollos, sino el demasiado orgullo y las pocas ganas de trabajar.

Una de las consecuencia del fracasado alzamiento de 1712, fue la entrega de numerosas mercedes en la isla de Quinchao, y en particular en las alturas que rodeaban la bahía de Achao, a criollos, favoreciendo un proceso de redistribución de la población hispánica en Quinchao, donde se establecen colonos provenientes también de la Isla Grande. De allí que entre 1720 y 1740, se afirmaran en la isla dos polos principales: uno, Curaco de Vélez, poblado principalmente por colonos castellanos; el otro, Achao, un "pueblo de indios" donde, por las razones señaladas, la población criolla aumentaba constantemente con menoscabo de la indígena.

En el año 1724, Curaco de Vélez contaba con "262 personas las que conformaban 33 familias [criollas]", entre las cuales los Oyarzún, los Muñoz, los Soto y los Trujillo aparecen ser las que cuentan con el mayor número de componentes; las familias mapuches son unas 35, somando un total de 150 personas. Achao tiene unas cinco familias hispánicas, con una población que no sobrepasa las 35 personas. Todos los demás lugarejos son "pueblos de indios", casi sin población hispánica.

Tan sólo una década más tarde, la composición demográfica aparece sensiblemente diferente. Achao es un "pueblo mixto", y lo mismo puede decirse de Huyar, aunque no tenga carácter de caserío, mientras la isla de Quenac aparece poblada principalmente por criollos. En resumida cuenta, alrededor de 1735, la composición demográfica de los "pueblos de indios" del archipiélago de Quinchao es la siguiente:

Pueblo

Familias mapuches

Principales familias criollas

Vuta-quinchao

35 familias (250 personas)

Alderete, Mansilla, Muñoz, Vera

Achao

30 familias (150 personas)

Alvarado, López, Cárcamo, Hernández

Chequián

15 familias (75 personas)

Leiva, Vera

Huyar

25 familias (150 personas)

Soto, Bustamante, Ojeda

Palqui

15 familias (75 personas)

Quenac

10 familias (60 personas)

Ruiz, Leiva

Alao

30 familias (200 personas)

Caguach

25 familias (150 personas)

Meulín

15 familias (70 personas)

Linlín

40 familias (20 personas)

Llingua

10 familias (60 personas)

Apiao

15 familias (50 personas)

Debido al crecimiento de la población de la bahía de Achao, en la decada de 1730 los jesuitas decidieron de construir una nueva iglesia para reemplazar a la antigua capilla. "Un buen día del año 1730, llegaron los misioneros jesuitas con sus canoas a una ensenada denominada Achao, y habiendo encontrado el lugar conveniente decidieron levantar allí el templo. Iban acompañados de indios chonos evangelizados y con ellos acometieron la tarea descomunal de construir la iglesia, sin clavos ni sierras. En el bosque circundante, labraron las tablas y tejuelas de alerce, los tablones de mañio y los gruesos pilares de ciprés. Enormes bloques de piedra sirvieron de basamento y en ellos hicieron descansar los troncos labrados de ciprés, en ensamble de caja y espiga". Desde el comienzo, el propósito de la Compañía fue de realizar un templo de grandes proporciones y hermosura, lo cual hace suponer que entonces no sólamente ya pensaban de llevar a Achao la residencia de Chequián, sino también querían dar vida a una villa que fuera el fulcro de su obra misionera en gran parte del archipiélago chilote.

En los años en que se iniciaba la construcción de la iglesia achaína, buena parte de los jesuitas presentes en Chiloé eran de origen bávaro o austríaco: de allí que se adoptara el estilo característico de las iglesias misionales del sur de Alemania, aunque no se conozca el nombre de quien realizó el proyecto. Entre los maestros que trabajaron en la construción de la iglesia, el único recordado es el hermano Antonio Miller, austríaco. Los carpinteros indígenas – no sólo mapuches, sino también chonos – constituyeron la mano de obra: renombrados por su habilidad en la construción de embarcaciones, adaptaron su competencia y su técnica a la edificación del templo, lo cual se reflejó en algunos aspectos de la estructura, donde la bóveda está realizada como el casco de una embarcación. Según testimonia el obispo auxiliar de Chiloé, Felipe Azúa, en 1743 todavía se estaba edificando "en el lugar llamado Achao […] una grande e bonita iglesia" empleándose con aquel fin "dos quintales españoles de hierro que provenían del buque inglés Wager que había naufragado en el archipiélago de Guayaneco": un estado de construcción muy adelantado, pues el mismo año el rector del Colegio de Castro, Pedro García, visitando Achao celebras a los sacerdotes que "habían trabajado esa grande y bonita iglesia". En aquellos años los padres jesuitas habían residían ya en Achao y Chequián se mantenía tan sólo como capilla, siempre permaneciendo la estancia jesuítica.

La construcción del templo achaíno demoró unos quince años y suscitó grande emoción en todo el archipiélago por su belleza, convirtiéndose en el arquetipo fundamental para las sucesivas iglesias coloniales chilotas. Su terminación coincide con el comienzo de la historia de la villa de Achao, en el corazón mismo del archipiélago de Chiloé, que muy rápidamente se convertirá en el principal centro Quinchao y de las islas que la rodean. En 1753 "la misión de Achao o de Chonos […] tiene el título de Villa de Santa María", mientras su iglesia es dedicada a la Virgen de Loreto. Fue entonces que la residencia de Chequián fue definitivamente abandonada y todas sus pertinencias llevadas a Achao, quedando únicamente cuanto necesario a la buena marcha de la propiedad agrícola: entre las cuales probablemente se encontraba una de las joyas artísticas más importante de todo el Sur de Chile: la extraordinaria escultura de la Virgen de Loreto.

Mientras todavía se estaba construyéndo el templo, un curioso acontecimiento estremeció la comunidad quinchaína. "En el año 1738 apareció sobre el horizonte de la ciudad de Castro una gran bola, ó meteoro de fuego, quellenó de consternación á todos los vecinos, temiendo no cayese sobre ellos y los abrasase. Todos clamaban al cielo; y el P. Diego Cordero, de nuestra Compañía, la conjuró, con gran confianza en los exorcismos de la Iglesia y en la bondad divina. Al momneto aquel fenómeno aterrador, pasando de largo por sobre sus cabezas, se dirigió hácia el sur, sin causar el menor daño en aquel archipiélago". Transcurrieron 29 años cuando el padre José García navegando en la cercanía de Vielaiguai, isla del archipiélago de las Guaytecas, vió "grandes quemazones i me dicen es la isla donde cayó la bola o nube de fuego el año 1738".

En aquellos años en que se construía la iglesia, los jesuitas abrieron en Achao una escuela para los niños de ambas comunidades, "pero su funcionamiento fue bastante irregular debido a que el único sacerdote allí destacado no alcanzaba a atenderla. […] La instrucción de estos niños consideraba las primeras letras, las operaciones elementale de matemáticas y catecismo", además de latín, moral y dogmática. "Por falta de papel – anota un sacerdote – la escritura debe hacerse en tablillas de pelú, las cuales una vez usada se raspaban" o bien se lavaban y se secaban al sol o a un costado del fogón. "Los niños asistían desde sus estancias cargados por estas playas con una chigua de papas a sus hombros y una bolsita de harina, sin otro cocaví ni otro regalo, descalzos de pie y pierna y con un cotón a raíz de sus carnes. […] Acudiendo por la mañana a la escuela del Colegio de la Compañía de Jesús, tiene el reverendo padre maestro el cuidado de soltarlos a tiempo de que puedan salir a juntar unos palitos de leña para hacer su fuego en que asen sus papas, y hecho su ulpillo de harina tostada que llevan, se vuelven a las dos de la tarde a la escuela". Es así que Achao se convierte en el centro cultural indígeno del archipiélago de Chiloé, casi en paralelismo a Castro, capital del Chiloé hispánico. Centro cultural, pues hacia mediados del siglo XVIII el archipiélago de Quinchao fue al centro de un notable progreso que encontró su mayor expresión en la santería y en la edificación de las iglesias.

Con la fracasada debelión de 1712, la institución del cacicado pasó totalmnete a manos de los encomenderos, quienes nombraban a personas de su completo agrado, prescindiendo de cualquiera vinculación a la tradición indígena. De allí que el cacicado mismo perdió su importancia y en su lugar creció aquella del fiscal y del cabildo organizados por los jesuitas. Sin embargo, hubo un intento de mantener clandestinamente un residuo de la precedente estructura civil de las comunidades mapuches, que ahora mostraba una marcada contraposición a la sociedad criolla y, en medida menor, al mundo cristiano: es el primer embrión de aquella que con el tiempo se convertiría en la Recta Provincia.

La resistencia de los encomenderos para acatar las ordenanzas Concha y para mejorar las condiciones de vida y de trabajo de los indios encomendados, mantuvo elevada la tensión en todo Chiloé y, en modo particular, en el archipiélago quinchaíno. El haber descalificado la institución del cacicado no les impidió a los mapuches de mantener enlaces entre ellos para "correr la flecha" apenas se diera una oportunidad. Es así que una nueva rebelión estuvo a punto de estallar en 1746, durante el gobierno de Victoriano Martínez de Tineo, aunque al final los jesuitas lograron aplacar los ánimos. La mediación de la Compañía fracasó en 1753, el mismo año en que Achao recibió el título de villa, cuando se produjo la sublevación "de los indígenas de las islas de Lin-Lin, Llingua y Meulín que se desencadenó con singular bravura en verdaderas batallas campales, lo que fué sofocado con mucha dureza. Más de trescientos naturales pagaron con sus vidas este acto de rebelión".

A mediados del siglo XVIII, se establecen en Achao numerosas familias que se van a añadir a los Alvarado, los López, los Cárcamo y los Hernández ya presentes: desde Chequián y Vuta-Quinchao vinieron los Ojeda, los Muñoz, los Mansilla, los Mella, los Paredes y los Vera; desde Huenao y Huyar vinieron los Oyarzún y los Soto; desde la Isla Grande vinieron los Alvarez, los Cárdenas y los Santana. Es un período de desarrollo de Achao, porque la construcción de la Iglesia estimula también la producción de la "santería", que se convierte en la más elevada expresión artística del pueblo mapuche.

Los Jesuitas habían observado el grande respeto y admiración que los mapuches les demostraban a las estatuas religiosas. Lo habían comprobado viendo que también en los momentos de sublevación, los indígenas no sólo se abstenían de dañar la santería, más se preocupaban de protegerla y resguardarla. Esto ocurrió en 1712 en Calbuco, cuando los reyunos rebeldes se llevaron la imagen de madera policromada de San Miguel Arcángel para protegerla, escondiéndola en las montañas. Lo mismo ocurrió en Nahuel Huapí con la Virgen de Loreto. Sin embargo, ya que la disponibilidad de santería en el archipiélago era muy escasa, entonces resolvieron de aprovechar de la habilidad demostrada por la comunidad indígena – sobre todo los chonos – para trabajar con la madera, dando vida a una escuela local de escultura que tal vez tuvo en Cailín y Achao sus principales centros de producción.

"Probablemente, la santería de Chiloé, se origina en la actividad de talleres locales a cargo de un especialista jesuita y sus artesanos nativos. […] La situación periférica de Chiloé respecto de los centros artesanales productores de imaginería y la pobreza, obliga al desarrollo de una industria local de imaginería, lo cual se manifiesta en el uso de maderas nativas como la luma, canelo, ciruelillo, ciprés y tepa en la construcción del soporte y, la utilización de pastas de arcilla o de cancahua en la elaboración de cabezas y mascarillas. En Chiloé, las imágenes son vistas como sujetos de una sociedad similar a la humana, dotados de vida, poderosos. Sin embargo, al igual que los humanos, son susceptibles a la enfermedad y la muerte. En vista de aquello, los chilotes las cuidan con cariño, como lo señala su manera cultural: las imágenes tienen su fiesta patronal, celebración en la cual una de ellas será la protagonista. Ocupará un lugar destacado delante del altar, arreglada con sus mejores atuendos presidirá la procesión, acompañada por las otras imágenes, sus parientes. Es más, la relación directa con la imagen será privilegio de los Patrones de Imagen. Ellos son los encargados de cuidarle, prenderle velas, cambiarle y lavarle las vestimentas. Así, la imaginería religiosa tiene un profundo significado en la existencia de las gentes". 

Siempre a mediados del siglos XVIII, los Jesuitas dieron vida a dos nuevas misiones: una en Chonchi destinada a la asistencia a los payos, y la otra en la isla de Cailín, al centro de una comarca poblada por chonos, a la época ya muy mestizados con los mapuches chilotes.

La misión de Chonchi se debió a la iniciativa del padre Javier Esquivel, entrado en la Compañía en 1726 y que "hizo la profesión de cuatro votos probablemente en la ciudad de Castro [… ], quien estaba consagrado de un modo especial a doctrinar los payos, que viven en las tierras más australes de la isla grande de Chiloé. […] No teniendo por entonces fundación propia esta misión, ni lugar fijo, procuró al principio reunir los catecúmenos en los campos contiguos a Chonchi […] y en el año 1751 inauguró allí un pueblo, con permiso del gobierno, aunque sin sínodo para su sustento. En él abrió una escuela, que pronto contó con ciento cincuenta alumnos entre grandes y pequeños, reunidos entre los payos y caucahues". Estos últimos, que poblaban el archipiélago de Guayaneco, habían seguido espontáneamente al padre Flores y se habían establecidos en la parte meridional de la Isla Grande. La misión de Chonchi tuvo reconocimiento jurídico sólamente en 1761 y la de Cailín en 1764.

La isla de Quinchao en aquellos años aparece dividida en dos partes: de Achao al norte, la componente hispánica es a menudo mayoritaria y los "pueblos de indios" originarios – Huyar y Palqui – pueden definirse "mixtos"; de Achao al sur, el elemento mapuche es aquello que prevalece y sus pueblos – Vuta-Quinchao y Matao, pues ya no hay capilla en Chequián – mantienen la denominación de "indios". No obstante su título de ‘villa Santa María’, el aspecto de Achao es muy lejos de corresponder a aquello de un pueblo formal: es un típico "pueblo de indios" donde hay tan sólo "algunas casas dispersas, pero se distingue por su bella iglesia de tre naves, con columnas de una pieza". Lo que se nota es la iglesia, enorme, desproporcionada comparada con las pocas casas – unas treinta, que más bien pueden llamarse ranchitos – que la rodean sin algun órden, respetando únicamente la regla de dejar libre la grande explanada delante de la misma: vienen del todo desatendidas las Leyes de Indias las cuales disponen que la planta del pueblo sea repartida "por sus plazas, calles y solares a cordel y regla". Más que villa, Achao es la Iglesia y es evidente que el pueblo existe porque existe la iglesia. Curaco, al contrario, es un "pueblo de españoles" y no obstante su pequeñísima dimensión en la segunda mitad del siglo XVIII tiene un cierto aspecto urbano: posee una única calle, la cual, sin embargo, es bien trazada, lo mismo que su plaza, y sus modestas casas están bien alineadas a los dos lados de la calle.

No obstante el aspecto desordenado, Achao es muy vivo y activo y en muchos aspectos era más ‘ciudad’ que los pueblos chilotes más formales. "Los pueblos más bien formados de que se compone ésta provincia, son […] los pueblos de indios encomendados", escribía en 1759 el gobernador de Chile Manuel de Amat. Una vida activa procurada por los jesuitas, con sus talleres y su escuela, y con todo aquello que rodeaba sus fecundas actividades misioneras.

Las casas de Achao y de Curaco suman los aspectos principales de la costrucción hispánica y de la ruka mapuche: de la primera mantienen algunos elementos constructivos, como la planta rectangular con separación de ambientes y el forro en tablones de alerce partidos con cuñas de luma; de la segunda mantienen el fogón, verdadero corazón de la vida doméstica, y el techo pajizo. La casas indígenas y las españolas se asemejan: es sólamente en Castro que pueden encontrarse unas pocas construcciones mejores y más similares a las que se edifican en el resto de Chile.

Para los jesuitas, motor fundamental de desarrollo isleño, los años entre 1753 y 1767 son muy activos en cuanto a la actividad misionera y exploradora realizada; sin embargo hasta Chiloé llegaban las graves noticias acerca del odio desencadenado hacia la Orden y sus merecedores componentes y de la creciente desconfianza demostrada por la Corte madrileña. También en Castro los jesuitas tenían muchos enemigos: desde la Gobernación al Cabildo, los dos portavoces de los encomenderos, quienes no perdonaban a los sacerdotes de Loyola el hecho de empeñarse constantemente para la defensa del indio y para que se cumplieran las leyes destinadas a protegerlo de los abusos y de los arbitrios, y a veces también el clero secular, complicado por las querellas que contraponían los jesuitas a vastos sectores de la iglesia.

En 1765, el mismo gobernador chilote José Antonio Garretón, a poco tiempo de concluirse su mandato, señaló a las autoridades santiaguinas que los encomenderos habían recogido informaciones según las cuales el rector de los jesuitas le habría prometido a los indios encomendados que iban a ser libres e independientes así como lo eran los indios del Paraguay. Añadió Garretón en su informe de haber interogado algunos jesuitas acerca de aquella voces y que éstos habrían contestado que "no tenían otro fin que la honra de Dios".

Dos años más tarde, el 27 de febrero de 1767 la Corona promulgaba el decreto en el cual se dictaba la expulsión de los jesuitas de todos los territorios hispánicos de las Américas. Casi tres meses más tarde, el 6 de diciembre, fondeó en Lacuy la fregata San José: allí iba Francisco Oyarzún, enviado del virrey de Lima con el fin de entregar al gobernador de Chiloé, Manuel Fernández Castelblanco, copia del decreto para que se actuara con inmediatez y sin que se vislumbrara ninguna indiscreción acerca de lo que iba a ocurrir. Esto en cuanto se suponía que los jesuitas tuvieran grandes riquezas: la cual creencia era la consecuencia de las infinitas maledicencias que durante dos décadas habían propagado los enemigos de la Orden de Loyola. El decreto fue entregado a manos del gobernador el mismo día, en cuanto éste se encontraba en Chacao. El gobernador castreño se dirijo inmediatamente a Castro para cumplir con las disposiciones recibidas acompañado por la mitad de los efectivos de la compañía de caballería reglada que se encontraba en Chacao, ¡cómo si los jesuitas entendieran resistir en armas a las leyes! Además dispuso que se actuara un bloqueo de cualquiera comunicación marítima para impedir que los jesuitas de Achao y de Cailín fueran precavidos de cuanto iba a ocurrirles.

"A las doce de la noche siguiente llegó el Gobernador a las inmediaciones de Castro, después de descansar brevemente, a eso de las dos de la madrugada con un notable silencio ingresó a la ciudad, hasta tomar las avenidas de la plaza y llegar al Colegio que estaba situado al frente de ella, para proceder a cercarlo con sus soldados. Ejecutado esto, Castelblanco se dirigió a la puerta del colegio y llamó por la campanilla. Se abrió la puerta para dar paso al Gobernador, quien de inmediato llamó para que comparezca ante su persona al P. Melchor Fraser, Rector del colegio y después hizo llamar a los demás sacerdotes, que eran solo dos, los P. Francisco javier Kisling y Francisco Javier Pietas.

"Una vez los tres religiosos en la sala capitular del Colegio, Castelblanco procede a dar lectura del Real Decreto de Expulsión de fecha 27 de febrero del mencionado año, en el cual S. M. "ordena el extrañamiento de todos los regulares de la Compañía de Jesús, de sus dominios de España e Indias Islas Filipinas y la ocupación de sus bienes temporales". Los Padres contestaron que obedecían las órdenes de S.M. y solamente pidieron que se le guardasen sus fueros. Se pidió al P. Rector enviasen las correspondientes órdenes a los superiores de las misiones de Chonchi, Cailín y Achao, para que se restituyeran sin demora al Colegio de Castro. Luego se procedió a ocupar judicialmente todos los archivos, papeles, libros, escritorios y aposentos, dejándolos por el momentoy hasta su reconocimiento formal bajo llave y en poder del Comisionado". Luego se le ordenó al Rector que mandara que los jesuitas en Achao, Chonchi y Cailín acataran la disposición entregando las misiones con todos sus haberes a las autoridades civiles y que se vinieran en seguida a Castro: era la madrugada del 8 de diciembre de 1767.

Para que se ejecutara la disposición, el gobernador castreño Manuel Fernández Castelblanco envió a Quinchao al Maestre de Campo Ignacio de Vargas y a su hermano Pedro, ya encomendero en Achao, con una escolta armada. Alcanzaron la isla de Quinchao y se dirigieron a Curaco donde recogieron a los padres Miguel Mayer y José García y dieron las necesarias disposiciones para que fueran condicido a Castro. Luego se juntaron con el teniente corregidor de Quinchao, José Díaz, y con él y con la escolta siguieron para Achao, donde llegaron a lase tres de la madrugada. No obstante la hora, fueron a la vivienda de los jesuitas y entregaron en las manos del rector achaíno, Juan Nepomuceno Erlacher, la orden de entregar la misión a la autoridad civil y de seguirlo inmediatamente a Castro con los otros jesuitas de la misión, Pascual Marquesta y Antonio Friedl, de 83 años y muy enfermo. Todos los bienes de la misión quedaron a cargo del teniente corregidor.

En la tarde del 9 de diciembre, todos los jesuitas de Chiloé se encontraban detenidos en Castro, con grande pena de los más pobres, tanto indios como españoles, y con grande satisfacción de los encomenderos. Por mientras, las autoridades procedían a confiscar las "riquezas" de la Compañía, pudiendo comprobar directamente cuanto fueran modestas las condiciones de vida de los misioneros jesuitas, más parecidas a las de los franciscanos que al clero secular. En Achao, ¡todo el dinero poseído sumaba 13 medios reales y para su mayor lujo los padres podían disponer de dos platos, seis cucharas y dos tenedores de plata! Y la mayor riqueza del Colegio de Castro era su biblioteca, la única del archipiélago, constantemente a disposición de toda la comunidad chilota, la cual quedó en un total abandono hasta que veinte años después el gobernador Francisco Hurtado se resolvió e reunir en la oficina de la Real hacienda de Castro cuanto quedaba para evitar que se completara la destrucción.

Conformemente a las disposiciones del virrey, que evidentemente pensaba de encontrar en Chiloé grandes riquezas en plata y oro, las autoridades juntaron todos "los ornamnetos, vasos sagrados, preseas y adornos [… y toda] la plata labrada de nuestra iglesias en aquel archipiélago [… para] llevarla á Lima, para desde allí trasmitirla á España, segun decian. Mas el Señor no permitió que salieran con su intento; porque al pasar por el escollo de Pygui, en la entrada del canal de Puguñam, que separa el continente de la isla grande de Chiloé, el buque que la llevaba se estrelló contra él y naufragó, sin poder salvar la menor cosa de aquel tesoro; aunque el tal escollo solo dista una milla de la costa".

La verdadera riqueza de la Compañía en Chiloé eran sus haciendas agrícolas, y no por ocupar los mejores terrenos, sino por estar muy bien trabajadas, en el respeto de todas las disposiciones a defensa del indio y cuidando de los niños y de los ancianos para que no les faltara cuanto necesario, y así mismo, había en las estancias abundancia de vacunos y ovejas. Después de la expulsión de los jesuitas, "dichos bienes pasaron a formar parte del ramo de temporalidades cuya administración en la provincia fue desastrosa. Veinte años después, en 1787, aún se discutían las cuentas de los encargados de estos bienes".

El 4 de febrero de 1768 los padres jesuitas zarparon desde Lacuy en la misma fregata San José con que había llegado la orden de su extrañamiento: su destino era el puerto del Callao. Después de casi 160 años, la presencia jesuítica en Chiloé se concluía en la forma más ingrata para quienes con tan poco hicieron tantísimo para este último rincón de la cristiandad.

11. Chiloé, colonia del virreino: los franciscanos en Quinchao (1767-1784)

El virrey limeño, don Manuel Amat y Juniet, escuchó con precupación las palabras del gbernador chilote, José Antonio Garretón, quien refería las voces recogidas entre los encomenderos acerca de la intención de "que los indios constituyan una república sujeta a la autoridad de los misioneros, que gobiernan como hombres grandes o semi-dioses". Las acusaciones eran falsas: sin embargo podían encontrar cierta credibilidad en cuanto en Paraguay los jesuitas habían dado vida a una verdadera "república guaraní". Sin embargo, más que por las palabras referidas por Garretón, el gobierno del virreino y la misma Corte madrileña estaban preocupados por las repetidas incursiones de los ingleses desde los canales de la Tierra del Fuego hasta las Guaytecas. Además de los ingleses, también los franceses mostraban interés hacia el archipiélago, que describían en términos muy alentadores, si bien su interés se disfrazaba de científico. A todos estos elementos se sumaban por un lado las repetidas demandas de muchos encomenderos para abandonar a Chiloé y re-asentarse en Osorno, y por otro la escasa atención prestada por el gobierno dela Capitanía al lejano archipiélago. De allí la decisión de trapasar el gobierno de Chiloé directamente a las dependencia de Lima, lo que se cumplía en 1766, un año antes del extrañamiento de la Compañía. Un trapaso gradual en cuanto inicialmente en Castro se confirma el gobernador Garretón, para finalmente en 1768 nombrar a un nuevo gobernador de plena confianza limeña y de grande valor: don Carlos de Beranger y Renaud (1768-1777).

Cuando don Carlos llegó a Castro, se encontró con una villa que apenas podía llamarse tal. Su población alcanzaba unas cincuenta familias y "sus casas estaban esparcidas en el interior de las manzanas, de modo que caminando por la ciudad no se veía vestigio alguno de su primitiva planta [… siendo tan sólo] un pueblo de chozas, sin ningún orden en el alineamiento de las casas", las cuales "son habitaciones que publican por sí mismas su miseria i desidia, pues no son otra cosa que unas chozas o cabañas". Además la villa sigue siendo concurrida únicamente para la llegada de algún navío y en ocasión de las fiestas religiosas o de encuentros políticos: "su vecindario es numeroso, aunque repartido i disperso; consta principlamente de los encomenderos […] i los vecinos españoles inferiores, pero toda esta multitud solo asiste en la ciudad los días clásicos". El aspecto de Castro era, tal vez, más primitivo de cuanto no lo fuera al final del siglo XVI, antes de ser arrasada por Baltasar de Cordes: "aun no [está] recuperada esta provincia i ciudad del estrago ejecutado por los piratas el año de 1600".

No sólo en los dos siglos transcurridos desde su fundación Chiloé no tuvo ningún desarrollo urbano – y sin ciudad no puede haber ‘civitas’ en la concepción occidental –, sino la misma sociedad había quedado anclada a modelos y comportamientos propios de los tiempos de la conquista. "La constitucion de esta provincia, que es postrada en una suma miseria jeneral, qué jenio puede formar ni producir sino apocados? ¿Qué inclinaciones, sino la de la cavilosidad i desidia con el amor al descanso i a la fogata? A lo que conduce también el desamparo i el temperamento, la ninguna aplicación, la falta de proporcion de escuelas para los estudios los hace poco instruidos, o su falta los deja totalmente ignorantes. La poca educacion los pone distantes de aquel trato político i civil que tanto forma, i es necesario al hombre […]. Semejante estado nunca podrá ser fecundo en pensamientos heróicos ni útiles si no se muda su constitución introduciendo una enseñanza o instruccion que los despierte del letargo en que se hallan endormecidos ".

Inicialmente Beranger hizo suyas las tesis de los encomenderos y si bien fue muy duro con ellos, acusándoles de ser haraganes, sin embargo defendió a la institución estimándola necesaria para mantener en vida la comunidad castellana en el archipiélago, que sólo en la explotación de la encomienda podía encontrar una motivación para quedarse. También fue muy negativo en sus juicios hacia la nación indígena, quienes "poseen en mucho grado la desidia i falacía".

El Virrey había dado a Beranger dos tares prioritarias: realizar una investigación completa y detallada acerca del archipiélago, de su geografía y de sus recursos, y dar potenciar las defensas militares de Chiloé frente a una eventual invasión inglesa. Dos tareas cumplidas de forma excelente. Realizó un viaje explorativo cuyas observaciones se encuentran en su "Relación jeográfica de la Isla de Chiloé i su archipiélago", destinada al Virrey y escrita en 1773. Cuanto a las defensas, Beranger interpretó su deber de forma muy extensiva y empujó el desarrollo urbano de Castro, planificando el trazado urbano. Además el 20 de agosto de 1768 fundó la ciudad de San Carlos de Chiloé (Ancud), que a los pocos años ya sobrepasaba a Castro en población e importancia y abrió el camino de tierra entre las dos ciudades. En fin, realizó los dos fuertes de San Atonio y Ahui, con lo cual potenció la defensa del archipiélago. La incorporación del archipiélago al Virreino, fue muy positiva, en cuanto las actividadades derivadas de la edificación de ciudades y fuertes le dieron finalmente un empujón al desarrollo de la sociedad productiva isleña, de lo cual se beneficiaron principalmente los artesanos y los obreros, tanto hispánicos cuanto indígenas. En fin, no obstante hubiese apoyado a los encomenderos, Beranger fue más atento a ciùumplir las leyes y para que las mismas fueran acatadas por todos.

Dentro de su obra explorativa, se encuentra una minuta que por primera vez nos proporciona una imagen precisa y fiable de la población chilota: 10.627 españoles y mestizos, 8.732 indios mapuches, 190 indios chonos y guaiguenes.

Fig. 16. Plan trazado por Beranger para la construcción de un fuerte.

GOBERNADORES DE CHILOÉ DURANTE LA DEPENDENCIA DEL VIRREINO (1766-1826)

1768-1777

1777-1786

1786-1788

1788-1791

1791-1797

Carlos de Beranger y Renaud

Antonio Martínez y la Espada

Francisco Hurtado

Francisco Garós

Pedro Cañaveral

1797-1800

1800

1800-1813

1813-1817

1817-1826

Antonio Montes de la Puente

César Balviani

Antonio Alvarez y Jiménez

Ignacio Justiz y Urrutia

Antonio de Quintanilla

Al año siguiente de haber llegado Beranger a Chiloé, en 1769, también lo hicieron los frailes franciscanos encargados de reemplazar a los jesuitas extrañados. Venían desde el Colegio de Chillán y, preumiblemente, tenían suficiente conocimiento del mapudungún que todavía seguía siendo el idioma hablado habitualmente en Chiloé, tanto por los mapuches, cuanto por los castellanos. Estaban encabezados por el padre Andrés Martínez, a quien lo acompañaban Miguel Ascorbi y Domingo Ondarza, destinados a la misión de Quinchao, además de Francisco Arroyo, Narciso Villar y Juan Zeldrón y contaban con la ayuda de los hermanos Iñogo del Río y Esteba Rosales. Dos años más tarde, el orgánico se completa, y también en parte se renueva, con la llegada de otros franciscanos, entre los cuales se anoveraron a Alfonso Reina y Juan Bautista Periano (Achao), Hilario Martínez y Diego Lozano (Quenac), Manuel Cortina (Chaulinec), Juan de la Vega (Lemuy), Francisco Conejo (Chonchi), Agustín Alarte (Tenaún), Julian Real (San Carlos), Francisco Ruiz (Carelmapu). Entre los franciscanos también estaban Pedro González de Agüeros, autor de la celebrada "Descripción historial de la Provincia y archipiélago de Chiloé" y Francisco Menéndez, quien trataría de refundar a la misión en Nahuel Huapí y dejaría en sus "Diarios", unos relatos muy interesantes de sus repetidos viajes.

Igual que los jesuitas, también los franciscanos que llegaron a Chiloé fueron sacerdotes de grande cultura y animados por un notable espíritu de aventura, pues aunque el fin de sus viajes fuera la predicación entre los paganos, sin embargo – y ésto se destaca muy bien en sus escritos – también los empujaba aquella fértil curiosidad propia de todos los exploradores: "nos complacemos en decir que emularon, si no aventajaron el santo celo de los antiguos misioneros, conservando las mismas prácticas por quellos establecidas; como fueron los fiscales, patronos, rezos, cánticos y otras muchas" reconoció muy honestamente el jesuita Francisco Enrich.

Inmediatamente se distribuyeron en las diferentes sedes a las cuales estaban destinados y desde el primer momento se vio que si bien mantuvieron casi todas las instituciones jesuíticas en los pueblos de indios, sin embargo tenían otras ideas a las cuales dieron inmediatamente aplicación. Lo más importante fue el abandono de la lógica misional, en cuanto los indios de Chiloé "eran antiguos cristianos" y no hacía falta tratarlo como si fueran neófitos. Esto comportó un cambiamento sustancial en el trato con el indio: menos paternal, lo cual favoreció mucho la integración entre la comunidad indígena y la hispánica. Aquel trato tan diferente no fue bien entendido por los indígenas, quienes les tuvieron mucho respeto a los franciscanos, pero no les mantuvieron aquel cariño que manifestaron para los jesuitas: éstos últimos eran "chaw", padres, mientras que aquellos eran tan sólo "patiru", sacerdotes. No obstante no fuera comprendida, la supresión de la lógica misional representó para el indio encomendado un enorme adelanto social: justamente porque viniendo a menos el "ser protegido", y por lo tanto la "menor edad jurídica", subentró la "mayor edad" y el "ser individuo" para todos los efectos, aunque no viniera a menos la condición de explotación creada por la institución misma de la encomienda. Más atentos a respetar a las autoridades oficiales, los franciscanos dejaron al "defensor de indios" el rol de proteger a los encomendados, así como le correspondía por su mismo rol. Y cuando la defensa no se cumplía, lo lamentaban, pero no interferían con las autoridades.

Fig. 17. Dibujo de Francisco Menéndez para sus Diarios.

Los franciscanos fueron también los continuadores de los jesuitas por cuanto se refiere a la construción de nuevas iglesias, mantenendo el arquetipo propio de Chiloé, y a la conservación de las existentes; así mismo, dieron mayor empuje a la producción de la santería que entonces alcanzó su pleno desarrollo y su mayor originalidad y plena madurez artística, desarrollando aquel estilo tan peculiar que caracteriza a la santería chilota. En estas tareas se encontarron aventajados por ser muchos de los franciscanos llegados Chiloé buenos carpinteros y escultores. Tuvieron siempre mucho respeto por la obra de los jesuitas y nunca se permitieron de cancelar las iniciales de la Compañía: por ésta razón, ahora resulta difícil entender cuales obras pertenecen a la época jesuítica, y cuales son de autoría franciscana, con incorporación de algunos elementos decorativos preexistentes con el logo de los seguaces de Loyola, como ocurre en la misma Iglesia de Achao. "En Acháu se esmeró el Padre Fr. Alfonso Reyna, de la Provincia de Andalucía, en el adorno y compostura de aquella Iglesia: pues hizo nuevo el Altar mayor, y tal, qual no hay otro mejor en el Archipiélago, y asimismo otros cuatro para el cuerpo de la Iglesia: colocó en ellos Imágenes correspondientes, y proveyó la Sacristía de varios ornamentos, hechos los mas por sus manos. En la Isla de Quenac concluyó la fábrica de la Iglesia que se había empezado nueva, el Padre Fr. Diego Lozano, de la Provincia de Andalucía, y la techó con tablas".

 

PUEBLO

Familias mapuches (personas)

1735

1766-67

Achao

30 (150)

45 (210)

Curaco

35 (145)

30 (140)

Vuta-Quinchao, Chequián, Matao

50 (325)

45 (210)

Huyar

25 (150)

35 (170)

Palqui

15 (75)

30 (130)

Quenac

10 (60

6 (30)

Alao

30 (200)

12 (50)

Caguach

25 (150)

45 (210)

Meulín

15 (70)

20 (140)

Linlín

40 (20)

70 (325)

Llingua

10 (60)

17 (80)

Apiao

15 (50)

60 (235)

La situación humana y la condición civil de los indios encomendados seguía siendo muy mala, no obstante las ordenazas Conchas hubiesen asegurado algún mejoramiento. "Hacia 1779, los españoles de la Provincia se muestran tan contrarios a cualquier iniciativa en favor de los indios, que el protector José Santiago Garay no puede cumplir su papel por temor a las persecuciones y hostilidad de encomenderos y autoridades"! Fue así que reperidas veces representantes de los cavíes hacían pervenir a Lima, o iban ellos mismo a la capital del Virreino, para presentar sus dolencias para que fueran puestas en conocimiento de la Corona. Ya en 1759 Fernando VI le había pedido al don Manuel de Amat y Junien, gobernador de Chile, que "le informara sobre cuáles eran los motivos por qué no se habia suprimido en el archipiélago el servicio personal, según estaba prescrito, i espusiera su propio dictámen acerca de si convenia o nó prohibir por completo este servicio. [… A ésto] Amat contestó que desde mucho tiempo atras habian empezado a dictarse medidas tendientes a mejorar la condicion de los indíjenas de Chiloé […]; pero que él juzgaba debia eximírseles de todo servicio obligatorio, pues la experiencia habia manifestado que solo de este modo trabajaban los españoles con entusiasmo, i los indíjenas no sufrían vejaciones de ninguna especie".

Fig.18. Mapa de Chiloé: Atlas Marítimo de Bellin, 1764 (Colección del Autor).

No obstante las intenciones declaradas, Amat no suprimió las encomiendas en Chiloé. Quien finalmente cumplió con la disposición de Fernando VI fue el virrei don Agustín de Jáuregui, quien suprimió la institución de la encomienda en Chiloé, cuando todavía permanecían en la Capitanía General de Chile. El mismo Jáuregui informaba el Rey Carlos III escribiéndole que "las encomiendas que tuvo a bien suprimir S.M., incorporándolas a su real corona, permanecían en la provincia de Chiloé con no poco atraso i detrimento de aquellos naturales. Meditado el asunto […] adopté el dictamen de suprimirlas, estableciendo repúblicas [y] arreglando sus tributos". Era el año 1782: después de más de dos siglos de esclavitud, finalmente los mapuches de Chiloé reconquistaban su libertad y dignidad de individuos, una conquista que les exigió un enorme tributo de sangre y de lágrimas. La supresión de la encomienda tuvo un impacto mucho más relevante en el archipiélago de Quinchao y en Lemuy, que en la restante parte de Chiloé, en cuanto es allí donde todavía subsistían las encomiendas de mayor dimensión.

Al momento de suprimirse la encomienda, Achao se había convertido en un caserío bastante poblado, constituido por unas treinta casas desparramadas principalmente por detrás de la iglesia y a lo largo de la playa, de forma desordenada y sin otro trazado que aquello determinado por la explanada al frente de la misma iglesia y por la linea de la playa. Su forma era la de una L, con la explanada en el vértice. A las familias criollas, ya presentes desde antaño, se añadieron también los Ruiz, los Díaz y los Andrade. La villa achaína se acreció así mismo por el aporte de familias indígenas: encomendados por fin que se encontraron libres de escoger su propio destino y que iban al pueblo para dedicarse a las actividades artesanas que con los franciscanos habían tenido un buen empuje. Fue así que en pocos años el pueblo creció notablemente, tanto en población, cuanto en chozas: las más humildes fueron levantadas muy desordenadamente, las unas muy cercana a las otras para aprovechar algún sitiecito que los franciscanos les concedían a los indios por detrás de la iglesia, sin dejar más espacio que una huella estrecha y desalineada que apenas consentía el paso de las personas. Curaco de Vélez, donde no habían terrenos misionales, creció casi únicamente por razones demográficas y gracias al aporte de nuevas familias criollas, como los Cárdenas y los Ojeda y, muy al final del siglo, los Hernández.

Un importante incremento poblacional lo vivió también la isla de Quenac, donde desde algunas generaciones residían los Ruiz y los Leiva, y en la segunda mitad del siglo XVIII se instalaron numerosas otras familias hispánicas – los Soto, los Mayorga, los Villegas, los Cárdenas, los Vargas, los Cárcamo, los Barrientos y los Delgado – mientras que la población indígena, por razones que todavía no aparecen claras, pareció desaparecer: "Quenac, de quince millas de giro, cuyos habitantes son casi todos españoles" y, al mismo tiempo, fue aquella donde sobrevivían mayores tradiciones indígenas, sobre todo aquellas relacionadas con la brujería. "… lo del machitún […] está muy caído, y sólo reina como en confuso en Quenac y Chaulinec".

El crecimiento rápido y desordenado que tuvo Achao en las últimas décadas fue también concausa de un grave acontecimiento que amenazó con su destrucción total. En 1784 se produjo incendio que se originó unas seis casas más arriba de la iglesia y que destruyó unas 20 casas de las 30 que habían en el pueblo, sin que se lograra impedir su rápida propagación, pues entre las construcciones había tan poco espacio que las llamas pasaban rápidamente de una choza a otra. El fuego amenazó la misma iglesia, la cual se salvó sólamente en cuanto se desarmó la habitación que le estaba inmediata, evitando así que el fuego la alcanzara, y así pudo aprovecharse un cambiamento de dirección del viento, que se volvió a sur. Un desastre terrible, aquello, favorecido por estar la mayoría de las habitaciones deshabitadas, y que, sin embargo, se convirtió en una oportunidad de reconstrucción de Achao y de su conversión de ‘pueblo de chozas’ en un pequeño pero hermoso centro urbano.

12. Achao en la postrimería de la colonia (1784-1826)

Acabado el incendio, salvada la iglesia y limpiado el terreno de los escombros, los franciscanos se empeñaron enseguida en la reconstrucción del pueblo. Juan Bautista Periano, que desde su llegada a Chiloé (1771) había sido destinado a la comunidad de Achao, fue el artífice del renacimiento del pueblo, realizando finalmente su proyecto de remodelación urbana, conforme a las Leyes de Indias, al cual se había dedicado desde que se había instalado en la villa. Si antes la posibilidad de remodelar se encontraba impedida por la presencia de tantas chozas desparramadas sin orden alguno, ahora que el incendio había acabado con aquellas, Juan Bautista Periano se dispuso a la obra y entre los dos riachuelos que a oriente y a occidente delimitaban a la villa, trazó los solares con las calles que se cruzaban a 90 grados, teniendo en la plaza su comienzo y dejando alrededor de la iglesia una área sin edificar a salvaguardia de la misma: aquel trazado que es al origen de la planimetría actual de Achao y que con su geometría regular caracterizó al pueblo. La plaza, que hasta entonces no había sido nada más que una explanada que llegaba hasta la playa, ahora fue delimitada de una forma precisa, asumiendo una forma rectangular. Mientras en su centro se hallaba una grande cruz, herencia jesuítica, tal vez a tres de sus extremos tenían su cabezera seis calles alineadas con los costados de la plaza misma: parece haber constituido una excepción la extremidad sur-este, donde no había ninguna bocacalle por ser todos aquellos terrenos destinados a la Iglesia y a los sacerdotes que allí tenían sus huertas y campos .

Fig. 19. Ejercitación de la caballería en la plaza del pueblo de Achao, después de la remodelación actuada por el fraile Juan Bautista Periano en 1784 (dibujo original de propiedad del Autor).

Con su renacimiento, muchas cosas cambiaron en Achao. El aspecto más "urbano" fue acompañado por una vida que empezaba también a asumir elementos de "civitas" y de socialidad. Fue entonces que en Achao empezaron a establecerse de forma continuativa algunas familias, sobre todo criollas, que tenían campos en las vecindades, las mismas que ya anteriormente tenían su casa en el pueblo, pero para ocuparla únicamente en ocasión de las festividades. En fin, Achao empezó a ser pueblo no sólamente en cuanto tenía su plaza y algunas calles "tiradas a cordel" y con unas veinte o treinta casas – casi todas muy modestas, pero ya algo más que chozas, aunque todas tuvieran el techo de paja o canutillo – bien alineadas, sino en cuanto empezó a tener vida de pueblo, es decir socialidad y actividades artesanales.

La lógica franciscana apareció desde el comienzo muy atenta a homologar a Chiloé a las costumbres de la Capitanía poniendo fin – ¡después de dos siglos! – a la Conquista. Para ellos el desarrollo urbano era una necesidad absoluta para que hubiese progreso social y no cabe duda que uno de los elementos que tenía que caracterizar a la "urbanidad" era el comercio. Este se hallaba impedido por la grande escasez de dinero, cuyo uso era ocasional y limitado a Castro (y Ancud, cuando se volvió capital del Archipiélago) y erano muy pocas las personas que disponían de reales de plata o de monedas de cobre. A fines del siglo XVIII, cuando la presencia franciscana introdujo en la villa de Achao los elementos fundamentales de la vida urbana, por cuanto en medida reducida, aparece natural pensar que fue entonces que se estableció en la villa algun pequeño comercio establecido y ya no ocasional como antaño. Este todavía se basaba en el trueque, pues el dinero era muy escaso en Achao y no abundaba ni siquiera en Ancud, la nueva capital del archipiélago, o en Castro: sin embargo con los franciscanos el uso del dinero "regular", es decir la plata y el cobre en uso en la capitanía o en el virreino, alcanzó también lugares como Achao o Chonchi, aunque lo hiciera en forma muy limitada, y ya no quedó restringido a Castro y Ancud. Paradojalmente, fueron los "pobres" franciscanos a introducir el dinero en los usos del pueblo chilote en su deseo de favorecer el progreso de los más humildes, en lugar de los "adinerados" jesuitas que se mostraron siempre muy desinteresados al tema.

A fines del siglo XVIII Achao es un pueblo español, ya no indio y ni siquiera mestizo, pues en 1787-88 su población, que sobrepasaba de las mil personas (incluyendo las áreas rurales que gravitaban alrededor de la villa), era muy mayoritariamente criolla y tan sólo unas docientas personas eran identificadas como indígenas. La iglesia, como antaño, sigue siendo el centro del pueblo: sin embargo ya no es su razón fundamental de existencia, pues las instituciones civiles se colocan al lado de la eclesial. La misma función de la iglesia aparece algo transformada: para los jesuitas, los indios son objeto de una actividad misionera de confirmación de su fe y son los "chaw-patiru" que van en su búsqueda: la misión circular. Para los franciscanos los indios son cristianos tal como los españoles y les tratan de la misma forma: se acaban las misiones y se difunden las iglesias en el archipiélago con la presencia de "patiru" de hecho seclares y son los indígenas que concurren a la iglesia. De esta manera crece la "centralidad" de la iglesia en cuanto edificio de culto y la importancia del pueblo en cuanto allí se halla la iglesia.

Con una extraña contradicción, mientras los franciscanos dieron un empuje extraordinario al desarrollo urbano de los pueblos chilotes – y de Achao en particular – al mismo tiempo desestimaron a la educación, que con la salida de los jesuitas decayó grandemente; y no solamente la educación escolar, sino cualquiera forma cultural y la misma biblioteca del Colegio de Castro, la única del archipiélago, quedó en estado de abandono durante muchos años, como ya relatamos anteriormente, deteriorándose irremediablemente. La escuelita de Achao quedó cerrada, y lo mismo ocurrió en los demás pueblos menores, y tan sólo quedaron escuelas en Castro, Chacao y San Carlos, ésta última sólamente para niños españoles, y ya no se hacía en "lengua de Chile", sino en castellano. "A fines del siglo los españoles están menos cultivados que antes y solo la décima parte está instruida en las primeras letras. Lo que saben leer y escribir no se lo deben a los franciscanos, sino a la educación y esmero de los expatriados jesuitas".

En 1784 la Corona había creado la Intendencia de Chiloé, siendo Francisco Hurtado el primer gobernador-intendente. Este "estimó que su título y las órdenes e instrucciones recibidas directamente de España, colocaban al archipiélago como una provincia ultramarina, no sujeta ni al virreinato ni al reino de Chile y que no tenía otra dependencia directa para su cometido que la del rey". Sin embargo, esta interpretación no fue aceptada por el virrey, quien dispuso que la separación de Hurtado de su cargo y su conducción al Perú y pidió a la Corona que se considerara Chiloé como una gobernación militar sujeta al gobierno de Lima, limitándose las atribuciones de los gobernadores del archipiélago: sugerencias que en 1789 fueron aceptadas por la Corte madrileña.

A fines del siglo XVIII el gobernador Antonio Montes de la Puente (1797-1800) reformó la estructura administrativa del archipiélago creando once partidos (comunas), cada uno regido por un "alcalde ordinario español". Achao fue cabecera del partido de Quinchao, que comprendía la totalidad de la isla y también Linlín; Quenac fue cabecera de otro partido que comprendía también las islas de Meulín, Caguach, Apiao, Alao y Chaulinec. Así en Achao se daba una estructura política administrativa bivalente: por un lado había un alcalde elegido a cada año por la comunidad criolla, al cual le correspondía la administración de la justicia y de las incumbencias administrativas ordinarias: el mantenimiento de los caminos, asegurar la seguridad en el pueblo, coordinar a las iniciativas vecinales para las mejoras urbanas y otros fines; por otro lado, también la nación indígena elegía a su propio alcalde, el cual tenía escaso poder, no pudiendo intervenir en asuntos de justicia, al cual correspondía administraba a la comunidad india y recoger el tributo para las cajas reales. Parece que la comunidad achaina eligiera un regidor para representarla en el Cabildo castreño, pero el asunto no es claro y en efectos quedan muchas dudas acerca del sistema administrativo de Chiloé al final de la época colonial.

Con el comienzo del siglo XIX, España y la Europa entera son conmovidas por la Revolución francesa y por las conquistas napoleónicas que colocan a José Napoleón en el trono madrileño (1808-1813). Estos acontecimientos no modificaron la vida en el archipiélago, y ménos aun en Achao: tan sólo tocaron el rol del gobernador-intendente en San Carlos, quien se encontró frente a un usurpador de la Corona hispánica. No sabemos si hubo o no algún reconocimiento de cuanto se había producido en Madrid. Cierto revuelo causó la noticia de la existencia de algunas monedas de plata acuñadas en Chiloé en nombre de José Napoleón rey de España, las cuales, sin embargo, resultaron ser la obra fantasiosa de un falsario santiaguino con unos buenos conocimientos de numismática. Seguramente mucha más conmoción la creó la proclamación de la independencia de Chile, donde Chiloé manifestó su fidelidad a la Corona española.

Fig. 20. La supuesta moneda chilota de dos reales acuñada en nombre de José Napoleón.

En 1816 aparece un documento en el cual "Achao solícita el título de villa, representando que es cabeza de partido y cienta con más de 7.000 almas dispersas": no es claro que cosa se entendiera con aquella demanda, pues Achao había conseguido la presencia de un alcalde en cuanto cabecera de partido ya con la reforma administrativa de Antonio Montes alrededor de 1799 y en 1807 había sido confrimado el título de villa.

En 1824 los realistas en Mocopulli derrotaron a los chilenos y dos años más tarde, fueron los chilenos quienes derrotaron a los realistas en Pudeto; el 19 de enero de 1826 Antonio Quintanilla y Ramón Freire suscrivieron el tratado de Tantauco que incorpora Chiloé a la naciente República.

VECINOS EN EL ARCHIPIELAGO DE QUINCHAO

 

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Alberto Trivero Rivera

Mondovì, 2003

Partes: 1, 2, 3, 4
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