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Ensayo de integración e hipótesis interpretativas sustentados en casos clínicos (página 2)

Enviado por Fernando Romero


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Evolución de la libido, desarrollo y organización de las emociones y la inteligencia sensorio-motriz e intuitiva, son procesos todos, que parecen ocurrir simultáneamente, quizás en paralelo. Sin embargo, en tanto que se influyen unos con otros, informando de las funciones de integración y síntesis según el creciente desarrollo intrapsíquico: desarrollo yóico y superyóico dependientes de la neutralización de las energías instintivas y el entreveramiento de la experiencia emocional con la intelectual. La coherencia que se puede observar entre éstos y los procesos de "asimilación" y "acomodación", a su vez, se fortalece por medio de la propuesta del concepto de las "reacciones circulares": tendencia a repetir las conductas exitosas en relación con la recuperación de equilibrios (Piaget,1964) Una propuesta de integración de este tipo cristaliza en una dinámica sistémica de organización sistemática y creciente de la experiencia, según un orden que, más o menos, podría ser el siguiente: instintivo–emocional–relacional-vincular, y, lógico, simultáneamente: cenestésico–perceptual-cognitivo; de manera que poco a poco se traslapa con lo interpersonal–social–lógico concreto, y, por último, con lo lógico formal y moral.

Resulta difícil pensar que las estructuras crecientemente cada vez más complejas, simplemente –y sobre todo las iniciales- "aparezcan", como "por generación espontánea" a partir, inclusive, de los reflejos.

Cuando observamos la armoniosa secuencia del desarrollo, tanto como, cuando por traumatismos, ocurren la inarmonía, trastocamientos y consecuencias entre los movimientos varios que integran la conducta "de succión", (Piaget, 1964; Spitz, 1965), como un "esquema de acción innato" y a partir del cual se van organizando estructuras cada vez más complejas hasta devenir "hábitos" que pueden perdurar toda la vida en la base de conductas bastante más complejas y en apariencia, sin relación con las originales o primarias, podemos repensar los conceptos de Hartmann: "Aparatos innatos del yo", coherentes con la existencia de suficiente Yo presente desde el nacimiento como para inaugurar los procesos representacionales; "Esfera libre de conflictos" que otorga base a la posibilidad de desarrollar la inteligencia sensorio-motriz y las formas de memoria episódica y procedimental; "Autonomía relativa primaria del yo" que, entre otros, podría explicar la "indefensión aprendida" o la capacidad de "preservarse" de algunos sujetos, no obstante la presencia de patología severa en la madre, etc. (Hartmann, 1937-1948) El enriquecimiento de la óptica es evidente.

La "autogeneración" de habilidades y capacidades resultan impresionantes. Son verdaderos desarrollos, y son netamente humanos ¿A partir de reflejos y movimientos azarosos? ¿Quién podría cuestionar, con base en qué, que se interpretaran los primeros movimientos "azarosos" como un ejercicio de "conexión" y "prueba" para que vías aferentes y eferentes condujesen la información, de ida y vuelta, de la periferia, incluyendo la que estimula las respuestas de las "neuronas espejo" (Hess & Blairy, 2001), y desde el interior de determinados órganos y aparatos, hacia matrices neuronales específicas, retornando información a manera de respuesta?

Ya no serían, en esencia, azarosos. La velocidad con que se observan estos procesos, será la responsable de que, en diferentes momentos y distintos ámbitos, se haya hablado del "Milagro de la vida". Sanciona, además, un matiz narcisista, por el menosprecio o indiferencia hacia la inteligencia animal. Porque al nivel inicial, inteligencia humana y animal, se parecen mucho. Y el hecho de que no sean lo mismo, nos conduce a la teoría de la evolución, pero también a la idea junguiana del "Inconsciente colectivo" (Jung, 1912-1913) y con esto a las "nuevas formas" y los nuevos conceptos de memoria.

Empieza a resultar costoso el rígido apego ideológico a los lineamientos y premisas del positivismo y el neopositivismo. La flexibilidad siempre ha generado ventajas. En realidad, entre la bioquímica, la medicina, la fisiología y la genética, por un lado, y la psicología, la lingüística, la antropología y la sociología, por el otro, no hay un conflicto legítimo. El hombre lo inventó por comodidad. Para simplificarse el trabajo. La complementariedad interdisciplinaria y la integración de perspectivas, en efecto, muy diferentes, constituye una labor titánica. Tanto más compleja como se siga postergando el esfuerzo de su realización. Eso es lo que ha provocado que continúen como inexplorados e inexplicables, una gran cantidad de fenómenos humanos y diferentes formas de conducta inteligente. La inteligencia emocional-sensorio-perceptual y motriz, que empieza a desarrollarse desde el momento mismo del nacimiento, encuentra resonancia y sustento a través de la teoría del vínculo con la inteligencia emocional-intuitivo-intelectual de la madre. Es lógico pensar que ocurre en la dinámica del, y gracias a la, relación temprana de objeto. Es decir, no se desarrolla en el vacío.

La inteligencia específicamente humana, y por cierto no sólo la intelectual, inicia en germen, desde la gestación y se transmite genéticamente. Al nacer, en efecto, hace falta desarrollarla, y, un exceso de cautela para no "molestar" a freudianos dogmáticos y a experimentalistas recalcitrantes, para no conflictuarse con la metodología validada por la ideología pertinente al sistema dominante, nos ha extraviado.

Los recientes, y ya mencionados, descubrimientos acerca de la capacidad de replicar mentalmente los gestos y movimientos que el neonato percibe durante los breves espacios de tiempo en que se encuentra en estado de vigilia, (Hess & Blairy, 2001), otorgan soporte también a la propuesta que hizo Bion en "Una teoría del pensamiento" (1965), respecto de la "función alfa" estimulada por el "revêrie" o capacidad de ensoñación materna (inteligencia intuitiva que permite a la madre funcionar como un Yo auxiliar y a la vez como un objeto de posible identificación, tanto desde la representación como desde la función), por vía de la cual el neonato procesa información afectiva y sensorial captada por el órgano de la "percepción-consciencia" y la traduce en "elementos alfa" que son la materia prima para poder soñar y ensoñar, pero cuya "producción" y finalidad más importante es organizar e integrar el "Aparato para pensar los pensamientos". Y éste es fundamental para poder "utilizar" contenidos de información que han sido peyorativamente denominadas "preconcepciones innatas", pero que, en realidad, son coherentes con la propuesta freudiana de los "registros neuronales", así como con pensamientos originarios que dan sustento, porque se asocian con las acciones, a los registros en las memorias "episódica" y "procedimental" (Ruiz Vargas, 1994-1996) que se observan en íntima relación con la tendencia a la vida: "gratificación alucinatoria" freudiana. Es decir, al servicio del desarrollo y la supervivencia. O sea, desde las formas nacientes de registros vegetativos y pensamientos-representaciones, coherentes con el "Proceso primario" freudiano (Freud, 1895), están presentes desde el origen, independientemente de que algunos de ellos puedan ser o llegar a ser "pensados" en principio, o de que se conserven siempre inconscientes. Eso es lo que pasa en los estados psicóticos. En ellos se observa que actuar y "pensar", son una y la misma cosa. Su "función alfa" está alterada, degradada o no existe. No hay producción de "elementos alfa" propiamente tales, sino "partículas beta" que son "la cosa en sí misma" (eh ahí el riesgo que Nietzsche no estaba obligado a contemplar) Son contenidos no simbolizados que pueden estar representados en diferentes grados: "representaciones de modelo único": sensaciones y/ o figurabilizaciones de objetos parciales y entonces como "representaciones de modelos múltiples", (Perner, 1988), como objetos, todavía, parciales pero ya integrados: "divalentes (Pichón Riviere, 1980) Para Bion, las "partículas beta" son formas primitivas de representación que no se pueden integrar: "objetos bizarros". No son apropiados para pensar, sólo pueden utilizarse en "evacuaciones" mediante identificaciones proyectivas para indiferenciarse con el objeto y lograr cierto apaciguamiento o destructivos en cuanto que concretos, por lo cual esas formas de identificación proyectiva resultan patológicas, al menos, elementales.

Pero, asimismo, la "función alfa", los "elementos alfa" y el "Aparato para pensar los pensamientos", hacen posible la capacidad para soñar, estar consciente o inconsciente (Bion, 1962-1965), como si se pudiera llegar a "saber", para "decidir" si es necesario que determinados contenidos se preserven de una u otra forma. Y, en ese sentido, se puede pensar, todo el proceso como dando lugar a un "sistema" cuya actividad es necesaria y preliminar, cuando aparece la palabra, para la función de la prueba de realidad. Cuando, como dice Freud en el Manuscrito K, Carta 52, que la "Prc (preconciencia) es la tercera retrascripción [reordenamiento], ligada a [las] representaciones-palabra, correpondiente a nuestro yo oficial. Desde esta Prc, las investiduras devienen concientes de acuerdo con ciertas reglas… esta conciencia-pensar secundaria es de efecto posterior {nachträglich} en el orden del tiempo, probablemente anudada a la reanimación alucinatoria de representaciones-palabra,…" (Freud, 1896b)

Procesamiento inteligente y acciones concomitantes, se realimentan y autogeneran dando lugar a nuevas y más complejas estructuras. Y estas son requisito para el desarrollo de nuevas capacidades que se traducirán en conducta propositiva, intencional, y con dirección. Las conductas gradualmente se centran en la realidad exterior; es decir, median entre la hegemonía del "Principio del placer" y el establecimiento del "Principio de realidad" (Freud, 1895-1911-1920), con las lógicas consecuencias tanto para el niño, como para la madre y el medio circundante que estimula algunas e inhibe otras. Todos estos desarrollos y sus consecuencias, por contingentes con la reacción de atención, respuesta afectiva y de cuidado de la madre, conducirán al niño, poco a poco, por los senderos del entorno familiar. Lo llevarán a incursionar dentro del ámbito interpersonal triádico, el medio social inmediato y mediato, y, quizás, simultáneamente en diferente nivel representacional, en el de los intereses y los valores. El niño primero asumirá como propios los intereses y valores de su madre, mimetizado con la cual –según la hipótesis de la información genética que se refiere a la representación de la "pareja conjugada" (Klein, 1925-1927)- se encuentra la representación del padre. Los irá ampliando y ajustando de acuerdo con lo que percibe y las consecuencias de su forma de actuar, hasta conformar los suyos propios. Por lo demás… crecer siempre duele.

Viñeta B. Recientemente (septiembre del 2003), una paciente, "M", de 58 años, enfermera de profesión y madre soltera, viene a consulta porque, viviendo con una hermana mayor (62 años) y otra menor (56 años), se queja de vivir en una intensa y dolorosa dinámica de "violencia familiar". Sus hermanas, solteras y sin hijos, parecen no poder procesar la "envidia", a decir de la paciente, porque ella si tiene un hijo el cual procreó con un industrial alemán. Nunca se casó, a pesar de que él así lo deseaba, pero dudó mucho para divorciarse. Su hijo, médico de profesión, es brillante; ganador de premios por diferentes investigaciones. Parece ser que el nódulo de su sufrimiento, es que su hijo se casó hace escasamente un año (2002) "M" no ha podido elaborar el duelo de su "partida" y la violencia con sus hermanas se ha incrementado porque nunca han sido amigas y ahora que su hijo se fue, se siente, y está, terriblemente sola. Por ahí de la quinta sesión lloró amargamente porque una amiga de ella le dijo que la esposa de su hijo "le pinta el cuerno". Analizamos lo que de realístico podría tener una acusación como esa, con la intención de conducirla hacia la interpretación de que cualquier cosa que pudiera significar la posibilidad, por lo demás, fantaseada de recuperarlo, encontraría acogimiento en ella.

La siguiente sesión llegó "deshecha" y lloró amargamente porque su hijo la había acompañado a una misa y se les hizo un poco tarde. Él tenía que ir a recoger a su esposa al hospital donde trabaja, pues también es médica y su trabajo está retirado del lugar donde andaban. Su hijo le llamó y le pidió que lo esperara, que ya estaba en camino para allá. Su esposa le contestó que estaba muy cansada y que mejor se veían en la casa, que un amigo la llevaría. Inconscientemente, "M" vio aquí la oportunidad para "meter ruido" en la pareja. Y le dijo a su hijo que no toda la gente tenía sus mismos nobles sentimientos y que no debería de ser tan ingenuo. Su hijo, evidentemente, se molestó y la increpó: "Mamá ¿me estás diciendo que "P" me pone el cuerno"? y agregó que lo que iba a provocar era que él se alejara de ella, su madre. "M" no halló en ese momento como tranquilizar a su hijo y se quedó sintiéndose muy culpable, muy angustiada y deprimida. Me cuenta todo esto sintiéndose muy mal, llorando y visiblemente angustiada. Y concluye diciendo que: "No cabe duda que me está pasando como dice el dicho: "Tanto quería el diablo a su hijo, que terminó sacándole los ojos". A partir de ahí pudimos intensificar el trabajo sobre sus celos, su soledad, su tristeza y la "necesidad" obsesiva, de controlarlo todo, incluso omnipotentemente. En el refrán que ella misma utilizó, se denuncia precisamente lo enloquecedor y destructivo que pueden llegar a ser los celos, sin dejar de incluir en ellos que pueden alcanzar un matiz maligno, diabólico.

Crecimiento: elaboración de duelos

"Las palabras se las lleva el viento

y a las personas, el tiempo"

Refrán popular.

La vida es una constante sucesión de vivencias que plantean y demandan la posibilidad de crecer siempre y a cualquier edad: acciones, reacciones y sus consecuencias, quedan registradas en forma de representaciones, como en una suerte de breves guiones o "corto metrajes", a cada uno de los cuales se asocian las emociones correspondientes, lógicas o no, con la posibilidad de la continuidad. En el mejor de los casos, para llevar dichas vivencias -representaciones internas- hasta la condición de simbolizaciones.

Las vivencias siempre son matizadas por el temperamento que cada quién heredó y trae como equipamiento genético, pero dentro de las posibles variabilidades que permite la filogenia y las que induce la ontogenia. Ambas influencias son la base de lo que la experiencia cultural moldeará y modelará para que se conforme una personalidad, tal y como podemos observarla en la edad adulta.

Es decir, las combinaciones de información dan lugar a "sistemas únicos" cuyos contenidos se organizan en creciente grado de complejidad y de la manera que caracteriza a lo humano. Simultáneamente se sistematizan y registran en diferentes formas de memoria, construyendo así un espacio intrasubjetivo. Con lo cultural de "fondo" y lo relacional particular con los recursos y "asegunes" de lo "intrasubjetivo" como "figura", se construye lo que actualmente se maneja como el "espacio intersubjetivo" (Zirlinger, 1996)

Construcciones cada vez más complejas se encargan de hacer posible la recuperación de equilibrios, también cada vez más móviles (Piaget, 1964) Las momentáneas alteraciones e inhibiciones, por inundación emocional, reflejan los avances y retrocesos típicos del desarrollo psicológico. Dinámicas de estabilizaciones y, por el simple paso del tiempo, luego, otra vez la desestabilización, renuevan el impulso a la actividad. Y el ciclo se repite mientras dura la vida, para bien: logros, cambios, pérdidas, elaboraciones, aceptaciones y renuncias necesarias. Para mal, aferramientos y desestabilización. Éxitos y fracasos, con sus respectivos y lógicos matices afectivo-emocionales: gratificaciones y entonces alegrías; logros y entonces satisfacciones; apasionamientos y entonces obsesiones; pérdidas y entonces tristezas, temores e inseguridad; fracasos y entonces vergüenza, desazón, frustración y agresividad; idealización de lo "bueno", lo que yo no soy, lo que yo no tengo y entonces envidia y deseos de venganza o "motivación de logro"; decepciones y entonces resentimiento; rechazo y abandono y entonces odio. Pero contra lo que pudiera parecer, el problema mayor sería no poder sentir. Porque es imposible en realidad conservar la salud sin tener emociones. Si no se puede sentir las emociones, algo que anda mal orilló incluso a la "decisión" inconsciente de no sentir conscientemente. El sujeto requiere "echar mano" de la disociación, la somatización, aislamiento afectivo, represión y negación. Es decir, enferma. Por ejemplo, el último es un mecanismo psicótico, y ya sea que lo que se niegue sea la realidad interna o la realidad externa, es cuestión de tiempo para que ocurra una generalización, un rompimiento con la realidad.

Dentro del ámbito intermedio neurótico, hoy día con relativa facilidad escuchamos, sobre todo en niños y jóvenes, que se quejan de aburrimiento. Forma particular de sentimiento, cuya sensación puede llegar a ser bastante desagradable. Tal vez por eso impulsa a la acción instintiva y estimula a la búsqueda de "emociones fuertes", provocando víctimas propiciatorias: "La ociosidad es la madre de todos los vicios", pues los niños descubren pronto, somato psíquicamente, que el incremento de la concentración de adrenalina en el torrente sanguíneo, es incompatible con la sensación de aburrimiento. La adrenalina produce una sensación de emoción intensa por algo que podríamos llamar híperconsciencia y que automáticamente, hace que el aburrimiento desaparezca. Es un antídoto, no importa tanto que sea a través del miedo, "sentir" es garantía de "estar vivo". Y aunque el aburrimiento también se "siente", es decir no es una forma de no sentir, su registro emocional es displacentero mientras que el del miedo es emocionante. Por otro lado, el aburrimiento se asocia con un estado de inquietud que induce una forma de actividad azarosa; impulsa a la acción sin una representación más o menos clara respecto del tipo de objetivos que podrían ayudar a recuperar el equilibrio perdido, y del cual la persona se percata justamente por la sensación de aburrimiento y de inquietud concomitante. Quizás de ahí el hecho de que los "deportes extremos", tengan el auge que actualmente han alcanzado.

Pero en el adulto, es probable que una proclividad al tedio aunada a cierta desvaloración del aspecto tierno de la experiencia afectiva, una especie de dilución de su sentido, haya matizado las relaciones amorosas con una tendencia a lo efímero y utilitarista. Principalmente desde su acepción cualitativa.

Una forma de relacionamiento de este tipo, disociando la ternura del erotismo, se observa según una dinámica de no compromiso; en detrimento lógico, de la perspectiva humana de la salud emocional y la preservación de las relaciones familiares. La familia es una institución, y, parafraseando a Bion (1962), es heredera de la función "continente" materna, en su origen, de los "contenidos" (significantes para Lacan) que trae el niño y que requieren de las relaciones afectivas, para organizarse, y desarrollarse para alcanzar los "sentidos" y "significados" que hacen posible la capacidad simbólica y los procesos de desarrollo social, cultural y moral, piedra angular de la civilización.

La pobreza de "significados", es la materia prima principal de la pérdida del sentido de la vida. Después, la muerte puede ser fantaseada como algo que pudiera resultar una alternativa y no el fin natural de un ciclo. Tal vez por eso es que algunos niños de finales del siglo XX y principios del XXI, nos han impactado por su ingreso en las estadísticas de las agresiones homicidas y los suicidios.

Pero, veamos una secuencia tentativa y no exhaustiva, de la gran acumulación de pérdidas que las personas tenemos que elaborar durante la vida. Los novios "pierden" autonomía e independencia al enamorarse, logros que por lo demás, en el mejor de los casos, acababan de conquistar. Si se consolidan las relaciones, ambos "pierden" a sus familias de origen, al optar por casarse o vivir juntos. El proceso implica "perder" la condición de hijos de familia y de solteros. Los esposos "perdemos" a la pareja, y por períodos prolongados, cada vez, y prácticamente desde que, las esposas se embarazan.

Neonato y madre pierden la simbiosis fisiológica tras la experiencia del nacimiento. Algunas madres que no pueden "digerir" la experiencia desarrollan trastornos del tipo "depresiones posparto". Muchas otras, preocupadas por la incertidumbre de sus realidades íntra e intersubjetivas, se ven mermadas en los recursos con que cuentan de manera natural, para atenuar lo traumático que pudiera resultarles las "pérdidas" a sus bebés y el cambio de condiciones evidentes al nacer. Trastocadas por la necesidad de elaborar, a su vez, sus propias pérdidas, involuntariamente fallan en el esfuerzo de hacerles sentir a sus pequeños recién nacidos, el lado agradable como para poder darles una prometedora bienvenida a la vida. Después de todo, los traían dentro, producto y madre eran uno y sólo uno. Para ellas también constituye una separación.

Cuando aparecen los dientes en el bebé la necesidad de poner en práctica su función, provoca el destete en aras de un incomprensible, en ese momento, "poder hincar el diente" a una forma nueva de incursión en la realidad de lo comestible.

Un nuevo embarazo, puede ser una sustitución que le "ahorre" a la madre la elaboración del duelo por la separación, y, al niño le puede significar la pérdida de la condición de exclusividad cuando, a lo mejor ni siquiera ha terminado de procesar el destete. Para él, es esta una nueva "pérdida" que conlleva la dificultad en un alto grado de probabilidad, de todavía no contar con los elementos que le pudieran permitir pensar en las bondades del amor fraternal, la compañía y el intercambio afectivo familiar. Y, paradójicamente, en lo más profundo de lo inconsciente por su cercanía con lo genético, le "significa" no haber destruido el interior de la madre con sus fantasmáticos ataques sádicos y envidiosos.

El entrenamiento esfinteriano, a su vez, le demanda la renuncia del placer de la descarga sin control, inmediata y liberadora de una presión interna, somática. De manera que la asunción de reglas, responsabilidad cultural, y las fallas en el intento de la madre para que el proceso sea en forma de "negociación", y, entonces, menos impuesta, más o menos acordada.

Las vicisitudes normales de los procesos siempre acarrean consecuencias. Otra vez el niño es tomado por sorpresa, con escasos recursos como para comprender las ventajas de renunciar a un placer instintivo y la conveniencia del ejercicio del autocontrol. La idea de la sensación de satisfacción todavía está íntimamente ligada a las funciones fisiológico-corporales y se va a requerir tiempo para captar, desde lo intelectual, la satisfacción más o menos "abstracta" del autodominio; no así, quizás, desde la esfera narcisista y los "sentimientos del self" (Bleichmar, 2001; Slade, 2000; Chodorow, 1999; Fonagy, 1999) El control esfinteriano puede, en efecto, inducir una sensación de orgullo, y no siempre sin montantes de agresión (Lichtenberg & Shapard, 2000) que escapan momentáneamente a la función de organización.

La terminación de la primera infancia le va significar, tanto a la madre como al pequeño, un irremisible incremento de tareas, algunas, apasionantes pero con la no muy agradable condición de "obligación". La asunción creciente y gradual de responsabilidades, la adopción de reglas y normas, ahora fundamentalmente extra-familiares. Nuevas condiciones para el intercambio con extraños, muchos de los cuales parecen sufrir la vida, lo cual se nota y se padece según sus formas de ser. En general, todo esto le significa al niño, por un lado una primera "pérdida" del placer de la irresponsabilidad y, por el otro, la pérdida de una condición de privilegio de la que gozaba dentro de la dinámica familiar.

Pero además, este período frecuentemente coincide con el muy cercano, a veces posterior, a veces precedente, o incluso simultáneo dada la ideología y la realidad económica que demanda a la mujer en la actividad productiva remunerada cuando sus hijos aún son bebés, con la etapa que conlleva la contradicción del incremento en los significados y la intensidad de las relaciones con alguien a quien el niño ama y admira, pero que, en momentos, siente como un rival pues compite con él respecto de la disminuida atención de la madre: su propio padre.

En la adolescencia, para empezar, se "pierde" la niñez y a los padres de la infancia. Se refrenda la necesidad de renunciar a la irresponsabilidad infantil. Los padres también acusamos recibo de los cambios y la "pérdida" de nuestros niñitos. Y es que ya casi de nuestra misma altura y cuestionándolo todo, es imposible no caer en la cuenta. Para el adolescente, todo se vuelve a acelerar y a complicar. Una sensación de confusión se asocia a la ya conocida de pérdidas y renuncias sucesivas. Un "dejar de ser" corporal, hormonal e ideacional, alteran lo emocional y afectivo. Todo lo cual provoca confusión, principalmente por la pérdida de la identidad infantil. Lo que él siente que, hasta entonces, venía siendo. Confusión y tristeza, miedo, sentimientos de imperfección respecto a sí mismo, su cuerpo y su forma de pensar. En otros momentos, sentimientos de auto exaltación, alegría desbordante, impresiones de que todo es fácil y factible, sensaciones de omnipotencia y omnisapiencia; también se teme, al mismo tiempo que se siente fascinación, por el sexo opuesto.

Se pasa de un brinco, de fantasías de ser poseedor de una belleza extraterrena, como con la intención de atenuar el impacto por la asimetría del cuerpo que es característica, afortunadamente pasajera, del desarrollo y el crecimiento físico; a sensaciones de fealdad monstruosa. En momentos, el siente la necesidad obsesiva de saber, averiguar, y se pregunta recurrentemente, en su interior, "¿en qué o en quién demonios me estoy convirtiendo?" En el varón hasta los cambios de voz parecen burlarse de él poniéndolo en ridículo y haciéndole pasar corajes y vergüenzas. Y, bueno, "no hay mal que dure cien años…" Tendrá que salir tarde o temprano de la "crisis de las adolescencia", y, en el mejor de los casos, no muy lastimado en el amor propio. Y aunque esas no son todas las pérdidas, también hay importantes equilibramientos sistemáticos y adaptaciones dinámicas. La consolidación de la capacidad de abstracción permite ver la vida desde otros ángulos. Aunque las nuevas adquisiciones sean, cada vez más intangibles y abstractas, algunas incluso simbólicas, la mayoría condicionadas al esfuerzo y el trabajo, físico y mental. Las motivaciones, intereses y valores también se ajustan a expectativas más abstractas y trascendentes: promesas y cosas por venir dentro del ámbito de lo social, afectivo-relacional, vocacional y profesional.

Un día los adolescentes, un poco antes, un poco después, se enamoran con intenciones serias y se empiezan a perfilar, en la línea de volver a empezar el ciclo. Y los padres vemos venir la siguiente pérdida. Pero ahora, de manera muy parecida a la de la adolescencia, también "en paquete": los hijos empiezan a separarse ya no sólo en lo relacional y emocional, sino también en lo geográfico; lo concreto y tangible y nosotros entramos en la "crisis de madurez". En esta etapa, eclosionan todas las equivocaciones y los temores, tanto los reprimidos, como los reactivados por regresión. Incluso, en ocasiones, a posibles formas de economía de las escisiones. La pérdida principal, la que se refiere a la juventud, podrá infiltrar la capacidad de renuncia y desviarla por los senderos de los aferramientos al pasado y a las posesiones materiales.

Parafraseando a Arminda Aberastury y a Mauricio Knobel en "La adolescencia normal" (1970) la vida, el vivir, se construye sobre cimientos de la "elaboración de duelos". La "crisis de la madurez" está caracterizada por una sucesión de pérdidas que demandan sendas renuncias sistemáticas. Una estructura sana o enferma, en realidad, se fue construyendo en el camino. Ahora, la necesidad es de desarrollar y refrendar de manera constante y creciente, la capacidad –con el riesgo natural de que sea incapacidad- para aspirar a nuevas metas y objetivos totalmente diferentes, que ya no pasan por el ámbito de lo material, sino que se acercan a ideales y expectativas existencial-espirituales. Y porque el riesgo de extraviarnos siempre está presente, al último, la preocupación tiene que ver con la necesidad de ponderar respecto de las perspectivas a futuro, en concordancia con lo que les estamos heredando a las nuevas generaciones en cuestión de economía y política, condiciones sociales y ecológicas; y, quizás lo más delicado, las estructuras morales producto de los "modelos" que fuimos para ellos y que se imprimió en el "apartado de los valores" de sus sistemas representacionales.

Lo no simbolizado, su relación con la regresión psicosomática coherente con formas de representación no verbal de naturaleza psicótica

Seguramente que la mayoría, al menos, hemos escuchado la expresión: "Ya no siento lo duro, sino lo tupido". Este dicho popular informa que alguien, quien lo expresa, ha venido pasando por continuas –"Una tras otra"- situaciones sufrientes, más o menos e involuntariamente o de manera pasiva. El enemigo a vencer es, de entrada, el desánimo. En el momento en que la persona se abandone a su suerte o a las circunstancias y renuncie a la actividad, entonces todo está perdido. Puede ser que al ponerle palabras a las emociones en que se traducen tales sensaciones, se permita llorar y, después, se sienta menos mal. Y es que la dupla: percatarse-verbalizar, (pensar lo que se está sintiendo -representarlo-simbolizarlo y socializarlo u objetivarlo, a través de la palabra), integra la experiencia desde la función de síntesis del Yo, a través del sentir, pensar y verbalizar. Por medio de funciones corporales y mentales. Sensación-percepción, emoción, organización de la información, intelecto y conducta, a través de los procesos de integración y síntesis, alcanzan un estatus de actividad planeada y propositiva. Y eso, aunque apenas es un primer paso, en un sentido "metabolizante", hace posible una "descarga", más o menos importante de energías. Las cuales, por las funciones del Yo con miramiento por la realidad, tienen la tendencia particular de acumularse cuando no encuentran vía de drenaje factible. De ser así presentan una cualidad de carácter sumativo, en tanto que a lo mejor, no se han podido tramitar, ni se ha alcanzado a procesarlas por desplazamiento. La "integración" de la experiencia, induce reconocer y, poco a poco, comprender y asumir, y al menos, generar ideas respecto de lo que se "puede" o no, hacer.

En ese sentido, esa secuencia representa un primer paso para el procesamiento de la experiencia y potencia el pasaje a la acción. No quiere decir que "percatarse-verbalizar" y "reconocer-asumir" no sean actividad. Lo son, y son actividad mental bien importante. Sin ella, simplemente no avanza el proceso hacia un ámbito creativo, de posibles soluciones ante el conflicto: acciones motrices, transformadoras tanto de lo interno, como de lo externo circundante; actividad "inteligente" con objetivos y no solamente como descarga. Es decir, como se dijo antes: actividad propositiva, con un fin útil, pensado, deseable, conveniente, que aluda a satisfacciones instrumentables y que den lugar a realizaciones; al menos, potenciales, cosas por hacer, con un plan y un orden.

Piaget (1964), observa que en el contexto de las acciones, organizamos la experiencia "refleja" y/ ó azarosa del principio de la vida. La experimentación o acción repetitiva producto de las "reacciones circulares" que transforma gradualmente, tanto al sujeto como a la realidad exterior, conduce a la construcción de las crecientemente cada vez más complejas "estructuras del conocimiento", según la constante dinámica entre "asimilaciones" y "acomodaciones" que cristalizan en mejores formas de adaptación, intrapsíquica e ínterpsíquica y biosocial. Donde no hay acción y movimiento, tampoco hay desarrollo ni evolución. San Juan decía lo mismo hace dos milenios: "En el principio fue el verbo". Y esto significa algo más bonito y también más sano. Porque la acción, la actividad, en tal caso, vital, constructiva y respetuosa de los derechos de los demás, significa emular a Dios.

Para quienes tengan conflicto con lo espiritual, simplemente ignoren esto. Para quienes puedan permitirse pensar que el Superyó es la estructura mental personal e individual que representa el nivel más alto de evolución y civilización, (en tanto que lo moral alude a lo perfectible y deseable, además de necesario), no habrá dificultad, incluso, para pensar que la "calidad", cohesividad, salud e integración que poseamos de esa estructura reflejará, asimismo, la calidad intrapsíquica, de lo que se ha podido consolidar como personalidad. Como sistema. Ontogenética y filogenéticamente hablando. Los vericuetos ínterpsíquicos, interpersonales e interraciales; algo que, en esencia, es bastante más complicado, la humanidad lo ha ido construyendo a lo largo de milenios, como especie.

Cuando aún podemos verbalizar que "no sentimos lo duro, sino lo tupido", significa que se sigue luchando por sobrevivir o por no sucumbir. En ese nivel, poder hablarlo, resulta terapéutico en sí mismo. De alguna manera, previene que no se nos "anuden" y acumulen los conflictos, y con ellos, las emociones.

Desde otra perspectiva, la psicoanalítica, significa simbolizar en su aspecto potencialmente traumático, una o más experiencias, mismas que de no poder hacerlo, constituirían representaciones de eventos o vivencias con su componente emocional totalmente consciente: hipercatexiadas (Fenichel, 1957); "representaciones hiperintensas" (Freud, 1895), cuyos afectos no se pueden suprimir, ni sus imágenes reprimir, de tal manera que sin poder ser comprendidas ni evitadas, pululan, "no ligadas", en la consciencia, al margen de la voluntad, la represión y cualquier control dentro de la economía del funcionamiento del juicio crítico. Cuando el Yo, puede, de algún modo, "ligar" las representaciones con sus emociones, incluso parcialmente, aparecen los síntomas: de naturaleza histérica cuando lo que se inviste es la representación de la idea o imagen y se las reprime, de manera que lo que queda sin ligazón y en la consciencia, fuera de la economía de la represión, es el afecto. Por eso las infiltraciones de ideación e impulsos hacia la consciencia quedan regidas por una economía de escisiones verticales (Kohut, 1971) y no de las represiones. Así es como se puede explicar el fenómeno de las personalidades dobles.

Por otro lado, los síntomas de naturaleza obsesiva, surgen cuando, por el contrario, lo que el Yo logra investir con libido, son las ideas y pensamientos "aislando" las conexiones con las emociones y los afectos tiernos respecto de los objetos, afanándose el sujeto, incluso, en "suprimirlos". Esto es así, porque habiendo investido predominantemente las ideas con libido, se "des-entreveró" libido y agresión, y un importante montante de energía agresiva queda libre y móvil, oscilante, del inconsciente al preconsciente. Esto le significa al obsesivo necesidad y preocupación por "controlar" sistemáticamente su agresividad, y para tal finalidad invierte una gran cantidad de energía psíquica, pero cuenta con poca por sobre investir con libido el pensamiento. Sus resultados son endebles por lo mismo. La idea o imagen, inclusive el recurso: la función de pensar, y las fallas que lo llevan a las compulsiones, en ocasiones, rituales, consumen la mayor parte de libido. Es así como, dicha función de pensar, se observa sobre-investida e hipercatexiada en el obsesivo, en detrimento del poder realizar acciones con la libertad y espontaneidad normales.

Pero cuando la experiencia resulta avasalladora de cualquier estrategia o recurso del Yo, por traumática, la continuidad en el sistema de representaciones se altera y se degrada, pues el Yo, en realidad, no consigue "ligar" del todo la energía de las representaciones y, por ende, tampoco entreverarla con sus emociones concomitantes. Significaría que, integrando con las teorías que se derivan del trabajo de Perner, (1988), no se pudiera avanzar hacia la capacidad para simbolizar. Tal capacidad parece seguir una secuencia del siguiente tipo: "representaciones de modelo único", "representaciones de modelos múltiples", "metarrepresentaciones" y, entonces, simbolización. Las ideas con los afectos, y, entonces, las formas de representación que puede desarrollar la persona, a partir de percepciones y emociones que no se pueden conservar coherentes, hacen surgir formas de representación primitivas, acaso primarias (Leslie, 1987) y por regresión, crecientemente cada vez más alejadas de la experiencia susceptible de ser pensada. Ciertas imágenes, aquellas que hubieran resultado traumáticas, asociadas a la emoción o afecto lógicos, se reactivan y repiten una y otra vez en la consciencia, provocando un efecto inundante y avasallador, cada vez mayor. La persona presenta una angustia psicótica, "ominosa" que le resulta muy amenazante, persecutoria, ante la cual se siente impotente, pues no lo puede evitar.

En estados alterados de tal magnitud, la capacidad de relajamiento se ve totalmente imposibilitada. Los ciclos del sueño se alteran, en las imágenes oníricas se repite el evento traumático, pues se presenta en su forma original, sin ningún "disfraz" ("El ominoso retorno de lo igual" –Freud, 1919b-; "La cosa en sí misma" –Bion, 1959-1963-1966) la persona despierta en estado de pánico y desarrolla temor a dormir. Cuando acumula días en ese estado, por la falla del filtro de la función representacional-simbólica (Romero, 2003), ó "trabajo del sueño", (Freud, 1900) el agotamiento lo podrá hacer dormir pero no sueña y, por ende, tampoco descansa. Si su sueño no es profundo, se vuelven a repetir las vivencias traumáticas y termina despertando. Tras inestables períodos de sueño a "duerme-vela", sumamente angustiado, se acrecienta su dificultad y se realimenta su temor a dormir.

Consecuencia: el agotamiento provocado por el esfuerzo para no dormir y "conjurar" el encuentro y re-encuentro con lo traumático, lo llevan a alcanzar despierto, en estado de vigilia, los ritmos del funcionamiento cerebral, propios del soñar durmiendo, provocándole alucinaciones del evento traumático que se intentan evitar no durmiendo. Es lógico que se incrementa la angustia porque la persona piensa que está enloqueciendo y se realimenta el proceso en una dinámica que se auto-perpetúa: angustia, entonces problema para conciliar el sueño; soñar durmiendo, entonces reviviscencia del traumatismo en forma de repetición, tal como ocurrió en la realidad. El individuo se ve inundado por la angustia y ésta lo despierta, no puede "metabolizar" la experiencia traumática; desarrolla miedo a dormir porque "no puede fabricar una pesadilla" (Bion, 1963-1966) evento, que no obstante, es un esfuerzo, quizás el último, por salvaguardar la capacidad representacional. Su esfuerzo por no dormir lo lleva a la alucinación; se angustia más y, menos puede dormir, le da pánico. Un ejemplo de esto, Freud lo encontró en las neurosis -quizá más apropiado decir psicosis– de guerra. Pero, operando poco menos dramáticamente, se les puede seguir la pista develando las "fantasías inconscientes" de pacientes fundamentalmente severos y/ ó psicosomáticos, según las "ocurrencias" que les solicitamos, a propósito de sus trastornos. Siempre pueden decirnos algo acerca de lo que han pensado o imaginado, respecto de su padecimiento, el órgano afectado o el propio interior corporal. Asimismo, se puede investigar a través de contenidos que, con relativa facilidad se convierten en "pesadillas" que fracasan porque terminan despertándolos. Y es que en toda pesadilla hay un componente traumático, ("núcleo actual", según C. y S. Botella, 2001), que es justamente lo que convierte al sueño en un "ominoso retorno de lo igual". Sin embargo, la pesadilla tiene una función muy clara: constituye una defensa contra la amenaza de la pérdida de la capacidad representacional. Bion decía que se alucinaba, precisamente porque no se podía "fabricar" una pesadilla, (Bion, 1963-1966), la cual, es como un último intento por no re-encontrarnos con "la cosa" en sí misma: el evento traumático, sin ambages, tal cual.

Las propuestas kleinianas de "Objetos parciales": "pecho" y "pene", las cuales podemos pensar como "representaciones primarias" según Leslie, (1987) o de "modelos único y múltiples" según Perner (1988-1990) en sus acepciones "buenas" y "malas", ya integradoras, ya persecutorias respectivamente, (Klein, 1927-1929-1935-1946-1952), parecen referirse a, y pretenden, "figurabilizar" (Botella, C. y S. 2001), contenidos que, por tempranos, carecen de una imagen comprensible. Son, todavía muy cercanas a los "registros neuronales" freudianos que son vegetativos. Para los Botella, reactivan y acrecientan una especie de "hoyos en el continuo de las representaciones", (Botella, C. y S., 2001) y constituyen, por lo mismo, montantes de afecto o emoción "hiperintensa" (Freud, 1895) que escapan al procesamiento yóico desde las perspectivas de la función de integración y el establecimiento de la economía de la represión.

La oportunidad de trabajar de manera prometedora en el tratamiento de pacientes con trastorno psicosomático me ha permitido aplicar algunas ideas parecidas a las expuestas por estos teóricos. Veamos un ejemplo:

Viñeta C. Se trata de "S", paciente femenina, adolescente de 17 años (1990); presentaba una úlcera sangrante y sólo había sido atendida médicamente por un especialista gastroenterólogo. A mí me correspondió llevar la intervención psicoterapéutica, después de tres años de tratamiento médico infructuoso. "S" y yo trabajamos detalladamente su forma de vínculo con la madre: una adolescente, impulsiva e inmadura, la cual se había "desembarazado" de las obligaciones y responsabilidades del maternaje, dejando a su pequeña hijita bajo el cuidado y atención de su propia madre, abuela de "S", ante dificultades crecientes que la llevaron a romper su relación con el padre de la paciente; sin renunciar, no obstante, al ejercicio de cierta autoridad caprichosa e irracional sobre la paciente desde que ella lo puede recordar. Si discutía o tenía alguna diferencia con su madre, la abuela de "S", se llevaba a la pequeña a su propia casa y descargaba contra ella su coraje, desazón y frustraciones; fundamentalmente, a través de actitudes de rechazo y agresión, obligándola a realizar trabajos de aseo y limpieza.

En esta dinámica, la paciente creció con la escisión materializada: una "madre buena": la abuela, tierna y empática, no obstante sufrida, sumisa y victimizada por el abuelo, que tenía otra familia; y una "madre mala": la madre biológica, "madre niña", caprichosa y violenta. Que no pudo preservar su relación con el padre de "S", e intenta nuevas relaciones con muy pocos recursos para lograr consolidar ninguna, hasta que la paciente, ya en tratamiento, está saliendo de la adolescencia propiamente tal. En el trayecto, la abuela enferma de cáncer cuando la paciente tenía 12 años de edad.

Después de que la abuela muere, poco menos de dos años después, va y viene de casa de la madre, a casa de una tía o a casa de un tío, y, en períodos, viviendo sola en su casa, la que era casa de la abuela, que ésta le dejó en herencia. Aproximadamente a dos años, a la edad de14, y poco después de que la abuela muriera, le es diagnosticada la úlcera, y empieza una serie de tratamientos médicos.

A esta paciente, literalmente, "Le había llovido en su milpita". Ante "curas" efímeras y recurrentes recaídas, el gastroenterólogo por fin recomendó psicoterapia. En su oportunidad, alrededor de la sesión diez, le pedí que se permitiera fantasear su propia úlcera. Me dijo: "Me la imagino como un mupet". ¿Cómo es eso, le dije? : "Si como uno de los muñecos que salen con los mupets… como… algo… simpático pero, son monstruos o animales". Recordé que me había comentado que uno de sus programas favoritos de televisión había sido Plaza Sésamo. A mí siempre me había caído bien el personaje de Lucas, un monstruito peludo que era un cascarrabias y exigía que le dieran galletas. Las destrozaba vorazmente y, obvio, era un muñeco, no tragaba nada, no tenía por donde, y hacía un enorme tiradero de pedazos de galleta. Entonces comenté eso de Lucas: su voracidad, exigencia y demanda irracional y, asimismo, su incapacidad para tragar, para "retener" nada. Sonreía mientras le contaba esto y luego le pregunté que cómo sería su interior, intestinos y estómago. Complementó la fantasía diciendo: "En ocasiones me he imaginado mi estómago con la úlcera como si fuera una caverna, enorme y oscura, con grietas y por esas grietas se va todo lo que entra… la comida y el agua…".

Para el enfoque kleiniano, evidentemente que "Lucas" representaba, presimbólicamente, coherente con la idea de Pichón Riviere, al objeto "divalente" internalizado (Riviere, 1980) Es decir, la representación del objeto recién se logra la capacidad de integración en uno solo, aunque aún parcial, para dar lugar al inicio de la "posición depresiva". Posterior a la representacionalización que sucede a la incorporación, dando lugar al introyecto, con el cual el sujeto después podrá indiferenciarse en tanto que representación del objeto real exterior, pues lo a colocado "dentro suyo" a través de la dinámica de identificaciones proyectivas e introyectivas, dinámica que es característica de la precedente "posición esquizoparanoide". Para esta paciente, concluimos entre los dos, que el objeto figurabilizado como Lucas poseía una acepción "buena" porque era "simpático" ("es un muñequito de peluche"), pero también "mala" porque "es un monstruito" demandante, voraz, exigente e incapaz de retener nada, –no pasa desapercibido para mí, que "Lucas" fue una "figurabilización" que yo propuse, no la propone directamente "S", pero me basé en su asociación de que su úlcera se la imaginaba como un mupet. Utilizando mi propio fantasear pudimos "fabricar" un "guión representacional", algo que "S" no podía o no había intentado. Es decir, su objeto internalizado se sitúa dentro de una dinámica ambivalente inicial. Significará que la paciente, mal que bien, pudo superar la parte más gruesa de la posición esquizoparanoide en su momento y que, acaso, arrastraba aspectos menos integrados del objeto, propios de la posición depresiva, los cuales parecieran haberse reactivado ante la muerte de la abuela y las tristes consecuencias que el evento atrajo: reencontrarse con una madre anempática, soledad, no encontrar un hogar y/ ó una familia sustituta, ir y venir de una casa a otra, etc.

Afortunadamente el abuelo-"padre" nunca dejó de visitarla, (no era casado con la abuela y tenía otra familia con la cual vivía desde que la paciente lo recuerda), ni de apoyarla en sus necesidades básicas y económicas, que eran más o menos satisfechas, aunque con ciertas limitaciones. "Lucas", entonces, le interpreté, representaba tres personajes en su fantasía: a la madre mala (monstruito peludo, caprichoso y demandante), a la abuela (muñeca de peluche, simpática y tierna) y a ella misma (representación de su propio self-úlcera, por lo demás, también, voraz y pasivo-dependiente; incapaz de retener nada, etc.), en sus identificaciones con la madre biológica y con la abuela, con todos los matices emocionales con que las había investido en su representacionar. Por lo cual se sentía bastante confundida. Albergaba fantasías oral-pasivo-receptivas y dependientes.

El manejo pasivo del impulso agresivo, la llevaba a retraerlo hacia sí misma, ante la pérdida del objeto "continente" (Bion, 1962-1965) y como resultado de la potenciación de aspectos regresivos a posición esquizoparanoide, una representación "mala" de la abuela, se tornó también en un objeto persecutorio pues su final fue dramático: murió de cáncer en el estómago.

Eso le significó a "S" un traumatismo que ya no pudo procesar. Tales contenidos reflejaban, necesariamente, cierto grado de degradación, por tristeza, culpa y angustia (alteración en la capacidad para elaborar el duelo), del tipo de representaciones que la paciente ya era capaz de desarrollar: representaciones de objeto integrado incluso objeto persona, preservando, como es lógico, algunos aspectos de objeto parcial, de naturaleza ambivalente propios del inicio de la posición depresiva. De ser así, como defensa ante la fantasía de debilitamiento de la representación del objeto "bueno", incluso, dilución por la muerte de la abuela, objeto "bueno", fortalecimiento y reactivación, entonces, del objeto "malo" con la reedición de ansiedades persecutorias propias de la posición esquizoparanoide, ante las cuales la paciente encontró el recurso de la regresión psicosomática. Pero, además, desde la realidad de la muerte de la abuela, la posibilidad de acercarse a su propia madre, parece haber devenido en un re-encuentro, en lo real –"ominoso retorno de lo igual"- (Freud, 1914), con el fantasmático objeto malo internalizado: la representación, probablemente reprimida hasta entonces, "archivada", del objeto materno "malo", a nivel de objeto parcial, y por ende, entonces, dentro de la dinámica esquizoparanoide, ámbito de las representaciones primitivas, escindidas por excelencia, incluso, del tipo pecho-madre en su acepción de "malos", equiparando comida con veneno ó comida con ácido, según la conceptualización de la "ecuación comida-madre" (Freud, A. 1965-1971), en tanto que en su propia personalidad preserva ciertos rasgos del carácter de su madre biológica tal cual: impulsiva-agresiva (sólo que ella manejaba la agresión contra su propio Self), impredecible, anempática, incapaz de dar afecto, inmadura, demandante e intolerante.

Desde esa perspectiva, mimetizada en su propio interior, en su estómago: se reactivó la representación de sí misma indiferenciada con la abuela y la madre, forma primitiva de una representación simbiótica self objetos en la "caverna con grietas", las grietas representaban que eran provocadas por la acción de "comida-ácido", que desde lo relacional le significaba el tipo de intercambio afectivo que caracteriza la relación con su madre biológica, como en una suerte de "madre-comida-ácido" coherente con un "self-caverna con grietas-estómago" ó, más aún, un "self-madre-comida-ácido-intestino-caverna, con grietas-abuela-cáncer"; en donde, indiferenciada la paciente misma de sus objetos parciales, el intercambio con ellos le significaba: la "comida" es "ácido", y el devenir, traerá el cáncer a partir de la úlcera.

La discusión de esta "narrativa-construcción" nos llevó a pensar que "las grietas-úlcera" jugaban también un papel defensivo al servicio de no ser envenenada por la "comida-veneno". Si no se retenía nada, estaría fuera de peligro.

Entre bromas y "plática vincular" trabajamos en este talante y terminología. La paciente pudo, poco a poco, evolucionar. Logró ir pudiendo prescindir del "recurso" psicosomático y fortaleció así su "voluntad" para respetar la dieta prescrita por el médico. Como si "fabricarse" la úlcera, hubiese sido, en la fantasía inconsciente, una cuestión paradójica de vida o muerte y un proceso de identificación con el objeto perdido, la abuela-madre "buena". Ante la imposibilidad de elaborar el duelo, idealizó el objeto perdido. Luego, por reactivación de modelos tempranos de relación y comunicación según la dinámica de la identificación introyectiva, se indiferenció con la abuela muerta y "conjuró" la sensación de angustia persecutoria de tipo hipocondríaco, a través de la regresión psicosomática. Lo cual significó un "compromiso" con la muerte y una fantasía-promesa de posible re-encuentro.

Resalta la paradoja implícita, pues una úlcera sangrante, mata a una persona en cuestión de horas. Sin embargo, finalmente morir también podía significar, en tanto que re-encontrarse con la abuela, re-unirse con el objeto "bueno" perdido, una especie de "suicidio" inconsciente, con un disfraz fantasmático como de "acto pro-vida".

Viñeta D. Otro paciente, "Z", con un trastorno severo, estaba desarrollando una rigidez corporal terrible y una dificultad para poder comunicarse libre y fluidamente, a partir de la angustia que le provocaban reiterados fracasos en el intento de estudiar la carrera de ingeniero civil. Sin embargo, el problema empezó desde antes, cuando cursaba la preparatoria, solo que alcanzó su mayor grado de gravedad cuando cursaba, simultáneamente, materias de primero, segundo, tercero, cuarto, quinto y sexto semestres de la carrera de ingeniería civil, cuando, en realidad debía estar ya en octavo.

El problema empezó, en cuarto de preparatoria, recuerda que estaba teniendo problemas de ansiedad que le impedían conciliar el sueño y concentrarse en sus estudios. Intentó acercarse a su padre, pero éste, intolerante, lo agredió y rechazó argumentándole que "cada quién debería de ser capaz de solucionar sus propios problemas". Que si él no podía sería porque "era un pendejo". Esto le dolió tanto a "Z", que empieza a observar una reacción corporal de rigidización creciente, de la cual se entera cuando, en breve, empezó a ser objeto de burlas por parte de sus compañeros de la prepa, quienes le pusieron por apodo "el zombi", mismo que trascendió, de manera que en la facultad, no se percató exactamente cómo o cuándo fue, pero le decían igual.

Fue el primogénito de una familia de dos hombres y dos mujeres; su madre, maestra normalista con la licenciatura en Psicología por la Normal Superior, hizo carrera política sindical afiliada al partido, en ese tiempo, todavía en el poder y siempre se hizo cargo de sus hermanos y su madre viuda. "Z", por lo mismo la catalogaba: "Candil de la calle oscuridad de su casa". Pues les delegaba al paciente y a la abuela, la atención y responsabilidad de sus tres hermanos menores, incluyendo las dos más pequeñas desde que nacieron, la tercera cuando él tenía 12 años y la última cuando contaba 15. Su padre, campesino de origen oriundo de una población de un Estado aledaño a la ciudad de México, motivado por su esposa, terminó sus estudios de primaria, la cual había truncado cuando sus padres murieron siendo apenas un niño y habiendo quedado al cuidado de un tío que lo ponía a trabajar y le impidió seguir estudiando. Continuó con la secundaria y la carrera de maestro normalista, la cual no terminó porque "compró un título", acto que nunca pudo procesar desde su precario y rígido Superyó.

Por lo demás, su padre siempre se vio opacado por el crecimiento y habilidades de su madre y, probablemente, por eso nunca corrió riesgos. Nunca aceptó ningún tipo de promociones hacia puestos de jerarquía dentro del magisterio. Por su parte, "Z" fue responsabilizado del cuidado de, y sobre-exigido desde niño, por, el desempeño y la atención integral de sus hermanos, en lo académico. Esto le provocó, muchas veces, ser reprendido ferozmente por ese padre, seguramente enojado consigo mismo por sus propios temores y mediocridad, al grado de haberlo corrido de la casa en varias ocasiones.

"Z" busca ayuda terapéutica a la edad de 26 años, por sí mismo, con consentimiento y apoyo económico y moral de su madre, cuando el problema para conciliar el sueño se torna grave y se conjuga con una sensación de "sentir" una especie de división "como un muro" en el interior de su cabeza que le impedía la intercomunicación entre ambos hemisferios cerebrales, además de fuertes cefaleas y, con ello, dificultad para concentrarse. Pero, fundamentalmente, le preocupaba poder expresarse cuando le preguntaban los maestros y no bloquearse en los exámenes, pues se quedaba "en blanco", no podía contestar: "sentía confusión".

Desde dos años antes, había intentado tratamiento en dos ocasiones, pero en el primero, el terapeuta se enfrascaba en discusiones con él y terminaba regañándolo muy al estilo de su propio padre. El segundo lo hacía sentir que lo que pasaba era que no actuaba con propiedad y se daba a la tarea de decirle cómo hacer las cosas y él se sintió que quería dirigirle la vida: "no me escuchaba, ni profundizaba en lo que pudieran ser las causas de mis sensaciones". Finalmente llega conmigo. Me ubicó a través del directorio telefónico y viene a verme porque "le quedaba cerca".

Procedí a solicitarle una valoración psiquiátrica y le anuncié que seguramente, le prescribirían algún medicamento para que pudiera dormir mejor. Comentó que le daba miedo y que lo hacía sentir como si estuviera loco. Le dije que no era mi intención, que me preocupaba que no pudiera dormir bien. Eso lo tranquilizó.

Su tratamiento se centró en el análisis de la relación de tipo simbiótico con su madre y del resentimiento exacerbado, al nivel de odio, respecto de la figura paterna. Juntos hicimos cuentas del tiempo que llevaba acumulando fracasos en su intento de hacer la carrera de ingeniería y lo costoso, emocionalmente hablando, de esa realidad. Le pedí que averiguara cuánto tiempo otorgaba la Universidad para terminar la carrera, al sospechar que ya no alcanzaba a encuadrar dentro de esos límites. Y, en efecto, así era. Le sugerí que descansara un tiempo y que se avocara a trabajar y al análisis; empezaba a desempeñarse como maestro de primaria, plaza que su madre le había conseguido, y estaba teniendo muchas dificultades, inclusive para llenar las formas, "sabanas", que no podían llevar un solo error –se equivocaba reiteradamente y tenía que re-empezar, múltiples veces, constituyéndole una enorme pérdida de tiempo- al inicio eran los programas de planeación de sus clases y al final, eran las sabanas de calificaciones, lo cual también le provocaba angustia, depresión y realimentaban su confusión.

Dos años después, analizó la probabilidad de regresar a la universidad porque se sentía muy insatisfecho con la idea de "ser solo un maestro como sus papás", comentario que hacía con desprecio y coraje.

Se estaba sintiendo mejor, más seguro, podía darse el "chance" de reconocer y hablar de sus corajes. También estaba pudiendo dormir, más o menos normalmente. Se le ocurrió que, a lo mejor, podía estudiar psicología. Le interpreté que estaba contento y agradecido conmigo y con la psicología porque se estaba sintiendo mejor. Finalmente, se decidió e hizo exámenes de admisión para la carrera de arquitectura en el Politécnico y en la UAM. En ambas escuelas fue aceptado. Optó por la UAM. Pasó con relativa facilidad los tres primeros trimestres y, a partir del cuarto, empezó a tener problemas.

Fundamentalmente, los maestros se quejan de su diseño. Le dicen, hasta la fecha, que "es rígido", "cuadrado" y "que diseña como ingeniero": parte masculina de conflicto, paterna, de su personalidad, seguramente matizada por la forma de "identificación con el agresor" (Ferenczi, 1926-1931; Freud, A. 1936) De ahí en adelante, reprueba en uno o dos intentos en cada trimestre, específicamente, la materia principal del sistema modular: la que se refiere al diseño. Paradójicamente, la parte materna de su personalidad. A la altura del quinto trimestre, desarrolló hipertensión arterial y el médico le sugirió que debía guardar una dieta específica, porque existe el riesgo, aunque no sea inmediato, de una posible embolia.

"Z", aún no logra integrar (posición esquizoparanoide) en su sistema de representaciones, la representación del "objeto-paterno malo" con la del "bueno", y, específicamente en lo que se refiere a la representación de la figura del padre, por lo que predomina en él una economía de la escisión: la madre es el "objeto bueno" e idealizado, entonces, en ocasiones, también envidiado. De tal manera, que su crecimiento y progreso le significa, en cierta línea, dañar al padre, porque fantasea, desde la acepción de odio hacia él, que obtener un título universitario, implicaría vengarse, agredirlo. Como decirle: "mira tu pendejo [expresiones que el padre le ha hecho a él], pinche maestrito… fraudulento ¿quién es más pendejo de los dos?". Pensarlo le provoca culpa.

Como suele suceder, "En el pecado lleva la penitencia" y se bloquea e inhibe en su creatividad resultándole imposible el relajamiento lógico que se requiere para poder ser creativo. En suma, se reactiva su "saboteador interno" (Fairbairn, 1951): dupla resultante de la segunda escisión sobre las representaciones del self "malo" y el objeto "malo" (paterno y materno) unidos por una doble ligadura de libido, la cual es reprimida y "enviada al inconsciente". En función de esto, el neonato deberá volver a escindir para atenuar una sensación de maldad interior, dando lugar a una dupla "Menos peor" (por decirlo de alguna manera) que Fairbairn llamó "Self libidinal" y otra, la acepción "mala" propiamente tal, a la que este autor denominó "Self antilibidinal" o "Saboteador interno". Así, además de "purgar", retraza la posibilidad de realizar su fantasía, porque como es lógico, también ama a sus padres. Anhelará que lo valoren. Conseguir su amor, reconocimiento y aceptación, algún día.

Por otro lado, también arrastra pendientes, por fijación en etapa simbiótica y trastrocamiento lógico en los procesos de separación-individuación, respecto al tipo de vínculo que establecen su madre y él. Ella, aunque ausente, y que no pudo ser optima en la "simbiosis normal", (Mahler, 1968-1972), tiene las atenuantes de ser idealizable: productiva y exitosa, (Kohut, (1977-1980), por lo demás, ella solventa la parte más importante de la economía de la familia, y con cierta holgura. Esto confirma la falla en el rol paterno: no separa y, además no es "idealizable.

Afortunadamente, ha podido avanzar aunque con muchas dificultades en la posibilidad de relacionamiento con la mujer. A la edad de 35 años logró por fin establecer una relación con una de sus ex-alumnas de la preparatoria. Es la primera relación real en su vida, porque en tres ocasiones anteriores, ensoñó relaciones, pero, de hecho, sólo eran fantasía. Se podía poner celoso y hasta reclamarles, en su momento, a cada una de esas chicas, provocando que se burlaran de él.

Con su novia actual, la única en realidad, parece evolucionar positivamente la relación. Y hay que reconocer que fue ella la que se interesó por relacionarse con él y lo anduvo, literalmente, persiguiendo y, en el grupo terapéutico, todos presionando e instigándolo, para que "se dejara alcanzar". "Z", coquetea con la posibilidad de ahorrarse el esfuerzo y el dolor lógicos del trabajo yóico de representacionalización e integración, recurriendo al recurso defensivo, pero delicado, de la regresión psicosomática: hipertensión arterial con riesgo potencial de embolia.

Si lo pensamos desde la "labor" del instinto de muerte, le "ahorraría" muchos riesgos y penas fantasmáticos: destruir a su padre, fusionarse con la madre y enloquecer; llegar a comprometerse con su novia, la cual como subrogado materno, es prohibida. Pero además, ella "también piensa" y como representante del sexo femenino, "es impredecible" y, al mismo tiempo, "abandonadora", en su fantasía inconsciente. El "compromiso" con la enfermedad, la locura y la muerte ("el zombi"), es historia vieja pero vigente en él, desde la preparatoria.

El año que finalizó (2003), completó ya nueve años en tratamiento, y por cuestiones económicas, trabaja en grupo desde hace 4 años, a razón de una sesión por semana. Eventualmente, se resiste cuando está pasando por alguna situación crítica. Entonces falta, con relativa facilidad, por períodos más o menos prolongados y de manera intermitente. Porque cuando algo le cuesta trabajo de analizar en grupo, "cantinflea", como si su capacidad para simbolizar se degradara o la ansiedad lo bloqueara. El grupo desespera y la toma contra él. Sin embargo, solicita alguna sesión en individual, y después termina enfrentando la cuestión en trabajo grupal.

En la UAM, acaba de acumular sus ya típicos dos intentos reprobados del 8º trimestre, según la mecánica hasta hoy todavía observada, en el próximo intento lo pasará seguramente, de manera que sólo le faltarían 4 trimestres más para terminar la carrera.

En las dos viñetas anteriores aludimos al problema del recurso de la regresión psicosomática, como una defensa contra la angustia que provoca la incapacidad y la limitación o la conjugación de incapacidad y limitación por bloqueo, confusión y reactivación de experiencias tempranas traumáticas y que incide en la posibilidad para continuar el proceso de representación, hasta llevarlo al nivel de simbolización.

La causa probable es la exacerbación del odio y/ ó un empobrecimiento en el desarrollo de la capacidad representacional. Tal vez por debilidad yoica, la cual se acrecienta por reactivación de la escisión, condicionando la cohesividad y consolidación de las estructuras que suponen las posiciones esquizoparanoide y depresiva, estructuras que, en estos dos pacientes, habían dejado aspectos de fijación por no integrados y que impidieron la culminación de su estructuración, lo cual los hace proclives a la regresión en un grado superior al del término medio.

En el primer caso, "S", se observa una reacción defensiva directamente en la línea psicosomática en una estructura neurótica; en el segundo también se observa una reacción defensiva a través de regresión psicosomática, pero como una posibilidad estratégica de defensa contra la angustia de naturaleza psicótica, pues se trata de una estructura de ese tipo.

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Partes: 1, 2, 3
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