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Bailando con el diablo – Cazadores Oscuros 6 (página 2)

Enviado por Maira Bordon


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9

Mike se dirigía hacia la cabina del piloto cuando Zarek se dio vuelta para mirarlo.

-Oye, Mike -lo llamó, su voz sonó a través de la fría quietud.

Mike se detuvo.

-Rumpelstiltskin -dijo antes de lanzar una granada debajo del helicóptero.

Mike dejó escapar una apestosa maldición mientras corría a través de la nieve tan rápido como podía, tratando de alcanzar algún refugio.

Por primera vez en un largo rato, Zarek sonrió al ver al Escudero enojado y el sonido de la nieve crujiendo ruidosamente bajo los apurados pasos de Mike.

El helicóptero explotó en el mismo instante que Zarek alcanzaba su vehículo de nieve. Pasó una larga pierna vestida en cuero sobre el asiento negro y miró hacia atrás para ver cómo los pedazos de metal, del helicóptero Sikorsky de veintitrés millones de dólares, llovían sobre la nieve.

Ahh, fuegos artificiales. Cómo le gustaban. La vista era casi tan bella como la aurora boreal.

Mike todavía estaba maldiciendo y dando saltos, como un niño enojado, mientras miraba su juguete hecho a medida arder en llamas.

Zarek echó a andar el motor y condujo hacia Mike, pero no antes de dejar caer otra granada para reventar el cobertizo, impidiendo de esa forma que el Escudero la usara.

Mientras el vehículo de nieve vibraba bajo él, se bajó la bufanda lo suficiente a fin de que Mike le pudiera entender cuándo le hablara. -El pueblo está a unos seis kilómetros por ese camino -dijo, señalando hacia el sur. Le lanzó a Mike un tubito de vaselina. -Mantén los labios cubiertos para que no sangren.

-Debería haberte matado -Mike gruñó.

-Sí, deberías haberlo hecho -. Zarek se cubrió la cara, y aceleró al máximo el motor. -Ya que estamos, si das con lobos en el bosque, recuerda, realmente son lobos y no Were-Hunters al acecho. Ellos viajan en jaurías así que si escuchas a uno, hay más detrás de él. Mi mejor consejo para eso es escalar un árbol y esperar que se aburran antes de que un oso venga y decida subir tras de ti.

Zarek hizo girar su máquina y se dirigió hacia el nordeste donde su cabaña lo esperaba en el medio de ciento veinte hectáreas de bosque.

Probablemente debería sentirse culpable por lo que le había hecho a Mike, pero no lo hacía. El Escudero sólo había aprendido una valiosa lección. La próxima vez que Artemisa o Dionisio le hicieran una oferta, él la tomaría.

Zarek rotó su muñeca, dando al vehículo de nieve más potencia mientras corcoveaba sobre el escabroso camino nevado. Aún tenía un largo camino a casa y su tiempo se acababa.

El amanecer ya llegaba.

Maldición. Debería haber llevado a su Mach Z. Era lustrosa y más rápida que el MX Z Rev en que estaba ahora, pero mucho menos divertida.

Zarek tenía frío, estaba hambriento, y cansado, y en una forma extraña todo lo que quería hacer era regresar a las cosas que le eran familiares.

Si los otros Escuderos querían cazarlo, entonces que así fuese. Al menos de esta manera él estaba prevenido.

Y como el helicóptero y el cobertizo lo demostraron, él ya estaba preparado de antemano.

Si querían enfrentarlo, entonces les deseaba suerte. Iban a necesitarla y también un montón de refuerzos.

Esperando con ilusión el desafío, hizo volar su máquina sobre el terreno congelado.

Faltaba poco para el amanecer cuando llegó a su aislada cabaña. Más nieve había caído bloqueando su puerta, mientras había estado ausente. Deslizó el vehículo de nieve en un cobertizo pequeño que estaba pegado a su cabaña y la cubrió con una lona impermeable. Mientras enchufaba la calefacción para el motor, se percató que no había suficiente poder en la conexión ni para la MX ni la Mach que estaba estacionada al lado. Gruñó enojado. Maldición. Sin duda el motor del Mach se había quebrado por las temperaturas bajo cero, y si no tenía cuidado el motor de la MX también se quebraría.

Zarek se apresuró a salir y comprobar los generadores antes de que el sol se levantara sobre las colinas, sólo para encontrar a ambos congelados y sin funcionar.

Gruñó otra vez mientras golpeaba uno con el puño.

Bien, eso en cuanto a comodidad. Parecía que hoy iban a ser él y la pequeña estufa a leña. No era la mejor fuente de calor, pero era lo mejor que iba a obtener.

-Genial, simplemente genial -masculló. No era la primera vez que se había visto forzado a tolerar dormir con frío, en el piso de la cabaña. Sin duda no sería la última vez.

Sólo parecía peor esta mañana porque había pasado la última semana en el clima templado de Nueva Orleáns. Había estado tan cálido cuando estuvo allí que ni siquiera había necesitado usar la calefacción.

Hombre, cómo extrañaba ese lugar.

Sabiendo que su tiempo antes de la salida del sol era críticamente pequeño, regresó con paso pesado a su vehículo de nieve y envolvió el motor con su parka, para ayudar a mantener el calor, tanto como pudiera. Luego rescató su bolso del asiento y fue a excavar frente a su puerta a fin de poder entrar en su cabaña.

Se agachó rápidamente mientras atravesaba la puerta y mantuvo la cabeza inclinada. El cielo raso era bajo, tan bajo, que si se paraba derecho, la parte superior de la cabeza lo rozaría, y si no estaba prestando atención, el ventilador de techo, en medio del cuarto, le decapitaría.

Pero el cielo raso bajo era necesario. El calor en el corazón del invierno era una comodidad valiosa y lo último que cualquiera querría era que se dispersara bajo un cielo raso de 3 metros. Un cielo raso más bajo significaba un lugar más caliente.

Sin mencionar que novecientos años atrás cuando había sido desterrado aquí, no había tenido mucho tiempo para construir su refugio. Pasando la noche en una caverna durante la luz del día, había trabajado en la cabaña durante la noche hasta que finalmente había construido Hogar Asqueroso Hogar[9]

Sí, era bueno estar de regreso.

Zarek dejó caer su bolsa de lona al lado de la estufa a leña. Luego se volvió y colocó el antiguo pestillo de madera dentro del hueco sobre la puerta para atrancarla, y así mantener alejada a la fauna silvestre de Alaska que algunas veces se aventuraba demasiado cerca de su cabaña.

Andando a tientas a lo largo de la pared, tallada con sus manos, encontró la linterna que pendía allí y la pequeña caja de fósforos Lucifer que estaba sujeta a ella. Si bien su vista de Cazador Oscuro estaba diseñada para la noche, no podía ver en la oscuridad total. Con la puerta cerrada, su cabaña estaba sellada tan ajustadamente que ninguna luz en absoluto podía penetrar las gruesas paredes de madera.

Una vez encendida la linterna, tembló de frío en tanto se daba vuelta para mirar el interior de su casa. Conocía cada centímetro del lugar íntimamente. Cada estante de libros que revestía las paredes, cada muesca tallada que la decoraba.

Él nunca había tenido muchos muebles. Dos alacenas altas; una para su puñado de ropas y otra para su comida. Había también una mesita para el televisor y los estantes de libros, y eso era todo. Como un ex-esclavo romano, Zarek no estaba acostumbrado a mucho.

Estaba tan frío adentro que podía ver su respiración a través de la bufanda y cuando miró alrededor del estrecho lugar, hizo una mueca a su computadora y el televisor, los cuales tendrían que descongelarse antes de poder usarlos.

Con tal que la humedad no los hubiera alcanzado.

Reacio a preocuparse por eso, se dirigió a la despensa de comida en la parte trasera donde no había más que productos enlatados. Había aprendido hacia mucho tiempo que si los osos y los lobos olían comida, rápidamente le harían una visita no deseada. No tenía ganas de matarlos sólo porque estaban hambrientos y eran estúpidos.

Zarek agarró una lata de carne de cerdo con frijoles y su abrelatas, y se sentó en el piso. Mike se había rehusado a alimentarlo durante el viaje de trece horas de Nueva Orleáns a Fairbanks. Mike había afirmado que no quería arriesgarse a exponer a Zarek a la luz del sol para alimentarlo.

En realidad, el Escudero era un idiota, y el hambre no era algo nuevo para Zarek.

-Ah, grandioso -masculló cuando abrió la lata y encontró los frijoles sólidamente congelados adentro. Consideró en sacar el pica hielo, pero cambió de idea. No estaba tan hambriento para que un helado de carne de cerdo y frijoles le atrajera.

Suspiró con repugnancia, luego abrió la puerta y lanzó la lata tan lejos en el bosque como pudo.

Cerrando de un golpe la puerta antes de que la luz del amanecer se filtrara, Zarek buscó en su bolsa hasta que encontró su teléfono celular, el reproductor de MP3, y la laptop. Colocó el teléfono y el reproductor en sus pantalones a fin de que el calor del cuerpo evitara que se congelaran. Luego dejó a un lado su laptop hasta que pudiera encender la estufa a leña.

Fue a la esquina frente a la estufa y agarró un manojo de figurillas de madera talladas, que había amontonado allí y las colocó adentro de la estufa.

Tan pronto como abrió la pequeña puerta de hierro, hizo una pausa.

Había un visón diminuto en el interior con tres recién nacidos. La madre, enojada al ser perturbada, siseó una advertencia para él mientras se miraban a los ojos.

Zarek siseó en respuesta.

Hombre, no creo esto -refunfuñó Zarek coléricamente.

El visón debía haber entrado por el tubo de la estufa y haberse mudado cuando él se había ido. Probablemente habría estado todavía cálida cuando la encontró y la estufa era un lugar extremadamente seguro como cubil.

-Lo mínimo que podrías haber hecho era traer unos cincuenta de tus amigos contigo. Y así yo podría usar un abrigo nuevo.

Ella le mostró sus dientes.

Zarek exasperado, cerró la puerta y devolvió el montón a la esquina. Era un imbécil, pero ni siquiera él los echaría. Siendo inmortal, sobreviviría el frío. La madre y las crías no lo harían.

Recogió su laptop y la colocó dentro de su abrigo cerrado para conservarla caliente y se fue a la esquina lejana donde estaba su jergón. Mientras se acostaba, pensó en irse a dormir bajo tierra en donde estaba más caliente, pero entonces, ¿Para qué molestarse?

Tendría que mover la estufa para alcanzar su sótano escondido y eso sólo contrariaría a la mamá visón otra vez.

En esta época del año la luz del día era corta. Sólo serían unas cuantas horas más hasta la puesta de sol, y él estaba más que acostumbrado a su páramo congelado.

Tan pronto como pudiera, iría al pueblo a comprar suministros y un generador nuevo. Jalando las colchas y las pieles sobre él, exhaló un suspiro largo y cansado.

Zarek cerró los ojos y dejó que su mente vagara sobre los acontecimientos de la semana pasada.

-Gracias, Zarek.

Él rechinó los dientes mientras recordaba la cara de Sunshine Runningwolf. Sus grandes ojos café oscuros eran increíblemente seductores y ella estaba muy lejos del tipo de modelo flaca que la mayoría de los hombres preferían; tenía un cuerpo exuberante, curvilíneo que lo había puesto duro con sólo estar cerca de ella.

Hombre, debería haber tomado un mordisco de su cuello cuando había tenido la oportunidad. Todavía no estaba seguro por qué no había saboreado su sangre. Sin duda lo habría mantenido caliente, aún ahora.

Oh, pues bien. Debía apuntarlo como otro arrepentimiento, total él tenía una lista infinita de ellos.

Sus pensamientos regresaron a ella…

Sunshine había aparecido inesperadamente en su casa de Nueva Orleáns mientras había estado esperando que Nick lo llevara al sitio de aterrizaje para irse.

Su pelo negro estaba trenzado y sus ojos café habían mostrado una amistad que nunca antes había visto cuando alguien lo miraba.

-No puedo quedarme por mucho tiempo. No quiero que Talon se despierte y encuentre que me he ido, pero antes de que te vayas debía agradecerte lo que hiciste por nosotros.

Él todavía no sabía por qué los había ayudado a ella y a Talon. Por qué había desafiado a Dionisio y había peleado contra el dios cuando éste había tratado de destruirlos a ambos.

Por su felicidad, se había consignado a sí mismo a morir.

Pero mientras la miraba ayer, había parecido que, en cierta forma, había valido la pena.

Y mientras dejaba que el sueño lo alcanzara, se preguntaba si todavía pensaría que valió la pena cuando los Escuderos encontraran su cabaña y la quemaran hasta los cimientos con él en su interior..

Resopló ante el pensamiento. ¿Qué diablos? Al menos estaría caliente unos pocos minutos antes de morir.

Zarek no estaba seguro cuánto tiempo había dormido. Cuando se despertó, estaba oscuro otra vez.

Esperaba que no hubiera sido por mucho tiempo ya que su vehículo de nieve corría la posibilidad de congelarse. Si lo hacía, entonces sería una fría y larga caminata al pueblo.

Se dio vuelta y arrugó la cara de dolor. Había estado descansando sobre su laptop. Sin mencionar el teléfono y reproductor de MP3 que estaban mordiendo algo mucho más incómodo.

Temblando en contra del frío glacial, se obligó a sí mismo a levantarse y agarrar otra parka de su armario. Una vez que estuvo vestido para el clima, salió a su garaje provisional. Puso la laptop, el teléfono, y reproductor de MP3 en su mochila y la lanzó sobre sus hombros, luego montó el vehículo y desenvolvió el motor.

Afortunadamente arrancó en el primer intento. ¡Aleluya! Tal vez su suerte estaba cambiando después de todo. Nadie lo había tostado mientras dormía y realmente tenía suficiente combustible para llegar a Fairbanks donde podía obtener alguna comida caliente y deshelarse por unos minutos.

Agradecido por los pequeños favores, se dirigió a través de su tierra, dobló al sur para el largo, accidentado viaje que lo llevaría a la civilización.

No le importaba. Estaba malditamente agradecido que ahora hubiera una civilización a dónde dirigirse.

Zarek llegó a la ciudad poco después de las seis.

Estacionó su vehículo en la casa de Sharon Parker, que estaba a una corta distancia del centro del pueblo. Había conocido a la ex-camarera diez años atrás cuando la había encontrado en el interior de su coche averiado, tarde en la noche, a un costado de una calle secundaria que raramente era usada en el Polo Norte.

Había estado próximo a sesenta grados bajo cero y ella había estado llorando, acurrucada bajo mantas, asustada de que ella y su bebé murieran antes de que le llegara algún tipo de ayuda. Su hija de siete meses estaba enferma de asma y Sharon había estado tratando de llevarla al hospital para tratarla, pero habían rechazado su ingreso ya que ella no tenía seguro social ni dinero para pagar.

Le habían dado indicaciones de cómo llegar a una clínica de caridad y se había perdido mientras trataba de encontrarla.

Zarek los había llevado de regreso al hospital y había pagado por el cuidado del bebé. Mientras esperaban, había averiguado que Sharon había sido desalojada de su departamento y que no podía cubrir los gastos con lo que ella ganaba.

Así es que le había ofrecido a Sharon un negocio. A cambio de una casa, el coche, y el dinero, ella le proveía de alguien amigable para hablar cuando fuera que él viniera a Fairbanks, y una pocas comidas caseras o sobras cocinadas, lo que fuere que ella tuviera en ese momento.

Lo mejor de todo, era que en el verano cuando él estaba completamente encerrado dentro de su cabaña durante las veintitrés horas y medias de luz del día, ella pasaba por la oficina de correos o la tienda y le traía libros y suministros y los dejaba fuera de su puerta.

Había sido el mejor trato que alguna vez había hecho.

Ella nunca le había preguntado nada personal, ni aún cuando él no dejaba su cabaña en los meses de verano. Sin duda estaba demasiado agradecida de tener su apoyo financiero para preocuparse por sus actitudes excéntricas.

A cambio, Zarek nunca había tomado su sangre o le había preguntado a ella algo personal. Eran simplemente empleador y empleada.

-¿Zarek?

Él levantó la vista del bloque caliente que estaba enchufando en su vehículo de nieve, para verla sacar la cabeza por la puerta principal de su casa estilo rancho. Su pelo castaño oscuro estaba más corto que un mes atrás cuando él la había visto por última vez, ahora tenía un corte desmechado que se mecía sobre sus hombros.

Alta, delgada, y sumamente atractiva, estaba vestida con un suéter negro y jeans. Cualquier otro tipo a estas fechas, probablemente ya habría hecho una movida con ella, y una noche, cuatro años atrás, ella había insinuado que si alguna vez quisiese algo más íntimo, ella gustosamente se lo daría, pero Zarek se había rehusado.

A él no le gustaba que las personas se acercaran demasiado, y las mujeres tenían una horrorosa tendencia de mirar al sexo como algo muy significativo.

Él no. El sexo era sexo. Era básico y animal. Algo que el cuerpo necesitaba como necesitaba comida. Pero un tipo no tenía que ofrecer una cita a un bistec antes de comerlo.

¿Entonces por qué las mujeres necesitaban un testamento de afecto antes de abrir sus piernas?

Él no lo entendía.

Y nunca se involucraría con Sharon. El sexo con ella sería una complicación que no necesitaba.

-¿Zarek, eres tú?

Bajó la bufanda de su cara y respondió a gritos. -Sí, soy yo.

-¿Entras?

-Regresaré en un momento. Tengo que ir a comprar unas pocas cosas.

Ella asintió con la cabeza, luego regresó adentro y cerró la puerta.

Zarek caminó calle abajo hacia la tienda. El almacén general de Frank tenía de todo. Lo mejor es que tenía una gran variedad de artículos electrónicos y generadores. Desafortunadamente, no podría usar la tienda por mucho tiempo. Él había sido un cliente regular por acerca de quince años, y aunque Frank era un poco torpe, había empezado a notar el hecho que Zarek no había envejecido en todo este tiempo.

Tarde o temprano, Sharon lo notaría también y tendría que dejar su único contacto con el mundo mortal.

Ese era el gran inconveniente de la inmortalidad. Él no se atrevía a rondar por ahí mucho tiempo más o se enterarían quién y qué era él. Y a diferencia de otros Cazadores Oscuros, cada vez que había pedido a un Escudero que le sirviese y protegiese su identidad, el Concejo se lo había negado.

Parecía que su reputación era tal que nadie quería la obligación de ayudarlo.

Bien. Nunca había necesitado a nadie, de cualquier manera.

Zarek entró en la tienda y se tomó un minuto para sacarse los lentes y guantes y desabotonarse el abrigo. Escuchó a Frank conversando con uno de sus empleados en la parte de atrás.

-Ahora presta atención, chico. Es un hombre extraño, pero mejor sé amable con él, ¿me escuchas? Gasta una tonelada de dinero en esta tienda y a mí no me importa qué tan espeluznante se ve, tu sé simpático.

Lo dos salieron de atrás. Frank se paró en seco para clavar los ojos en él.

Zarek le devolvió la mirada. Frank estaba acostumbrado a verle con una barba de chivo o con barba, su pendiente de espadas cruzadas, y la garra de plata que llevaba puesta en su mano izquierda. Tres cosas que Acheron le había ordenado abandonar en Nueva Orleáns.

Sabia cómo se veía sin barba y lo odiaba. Pero al menos no tenía que mirarse en un espejo. Los Dark-Hunters sólo podían reflejarse cuando querían.

Zarek nunca había querido.

El hombre mayor sonrió con una sonrisa que era más costumbre que amistosa y caminó hacia él. Si bien la gente de Fairbanks era en extremo amigable, la mayoría de ellos todavía tendían a dejar un espacio alrededor de Zarek.

Tenía ese efecto en las personas.

-¿Qué puedo ofrecerte hoy? -preguntó Frank.

Zarek recorrió con la mirada al adolescente, quien lo miraba curiosamente.

-Necesito un generador nuevo.

Frank respiró entre dientes y Zarek esperó lo que sabía vendría. -Podría haber un problema.

Frank siempre decía eso. No importaba lo que Zarek necesitara, iba a ser un problema obtenerlo, por lo tanto tendría que pagar más dólares por él.

Frank se rascó los bigotes grises de su cara barbuda. -Sólo tengo uno y se supone que debe ser entregado a los Wallabys mañana.

Síp, correcto.

Zarek estaba demasiado cansado para jugar al regateo con Frank esta noche. En este punto, estaba dispuesto a pagar cualquier cosa por recuperar la electricidad dentro de su casa. -Si me dejas tenerlo, hay seis grandes extras para ti.

Frank frunció el ceño y continuó rascando su barba. -Ahora bien, hay otro problema. Los Wallabys lo estarán esperando ansiosamente.

-Diez grandes, Frank, y otros dos si lo puedes llevar a casa de Sharon dentro de una hora.

Frank resplandeció. -Tony, ya escuchaste al hombre, carga su generador en este momento -. Los ojos del viejo eran claros y casi amigables. -¿Necesitas alguna otra cosa?

Zarek negó con la cabeza y salió.

Se abrió paso hacia lo de Sharon e hizo lo mejor que pudo por ignorar los latigazos del viento.

Golpeó la puerta antes de empujarla con el hombro para abrirla y entrar. Por raro que pareciera, la sala de estar estaba vacía. A esta vez hora de la noche, la hija de Sharon, Trixie usualmente corría de un lado a otro, jugando y gritando como un demonio o haciendo una tarea bajo extrema protesta. Ni siquiera la oía en la parte de atrás.

Por un segundo, pensó que tal vez los Escuderos lo habían encontrado, pero eso era ridículo. Nadie sabía de Sharon. Zarek no se llevaba exactamente bien con el Concejo de Escuderos u otros Cazadores Oscuros.

-¿Oye, Sharon? -llamó. -¿Esta todo bien?

Ella caminó lentamente desde la cocina. -Regresaste.

Un mal presentimiento le sobrevino. Algo no estaba bien. Lo podía sentir. Ella parecía nerviosa.

-Sí. ¿Sucede algo? ¿No interrumpí una cita o algo, no?

Y luego lo oyó. Era el sonido de un hombre respirando, de pisadas fuertes dejando la cocina.

El hombre vino andando por el vestíbulo, con una forma lenta y metódica de caminar, como un depredador tomándose su tiempo para situar el paisaje mientras pacientemente observaba a su presa.

Zarek frunció el ceño ante el hombre que se detenía en el vestíbulo detrás de Sharon. Parado era sólo tres centímetros más bajo que Zarek, tenía el pelo oscuro largo, atado en una cola de caballo y traía puesto un pañuelo al estilo de las novelas del Oeste. Había un aura mortal alrededor del hombre y tan pronto como sus ojos se cruzaron, Zarek supo que había sido traicionado.

Éste era otro Cazador Oscuro.

Y solo había uno de los miles de Cazadores Oscuros que sabían de Sharon y él…

Zarek maldijo su estupidez.

El Cazador Oscuro inclinó su cabeza hacia él. -Z -pronunció arrastrando las palabras pesadamente en un acento sureño que Zarek conocía demasiado bien. -Tú y yo tenemos que hablar.

Zarek no podía respirar mientras clavaba los ojos en Sharon y Sundown a la vez. Sundown era la única persona en quien él alguna vez se había confiado en sus dos mil años de vida.

Y sabía por qué Sundown estaba aquí.

Sólo Sundown conocía a Zarek. Conocía los lugares que frecuentaba y sus hábitos.

¿Quién mejor para seguirle la pista y matarle que su mejor amigo?

-¿Hablar sobre qué? -preguntó bruscamente, entrecerrando los ojos.

Sundown se movió delante de Sharon como para protegerla. Que él pensase por un instante, que Zarek la amenazaría, le dolió más que nada.

-Pienso que sabes por qué estoy aquí, Z.

Sí, lo sabía bien. Sabía exactamente lo que Sundown quería de él. Una muerte agradable, rápida a fin de que Sundown pudiera reportar a Artemisa y Acheron que todo estaba bien otra vez en el mundo, y luego el vaquero regresaría a su casa en Reno.

Pero Zarek había ido dócilmente, una vez, a su ejecución. Esta vez, tenía la intención de luchar por su vida, como fuese.

-Olvídalo, Jess -dijo él, usando el nombre real de Sundown.

Se dio vuelta y corrió hacia la puerta.

Zarek logró regresar al jardín antes de que Sundown lo atrapara y jalara para detenerlo. Él dejó al descubierto sus colmillos, pero Jess no pareció notarlo.

Zarek le dio un duro puñetazo en el estómago. Fue un golpe poderoso que hizo que Jess se tambaleara hacia atrás y puso de rodillas a Zarek. Siempre que un Cazador Oscuro atacaba a otro, el Cazador Oscuro que atacaba sentía el golpe diez veces peor que el que lo recibía. Había una única forma de evitar esto, que Artemisa levantara su prohibición. Solo esperaba que no se la hubiera levantado a Jess.

Zarek luchó por respirar ante el dolor y se forzó a sí mismo a pararse. A diferencia de Jess, el dolor físico era algo a lo que estaba habituado.

Pero antes de poder alejarse vio a Mike y a otros tres Escuderos en las sombras. Caminaban hacia ellos con pasos determinados que decían que estaban armados para el Cazador Oscuro.

-Déjenmelo a mí -ordenó Sundown.

Lo ignoraron y siguieron avanzando.

Dándose vuelta, Zarek se dirigió hacia su vehículo de nieve sólo para encontrar el motor hecho pedazos. Obviamente habían estado ocupados mientras estaba en lo de Frank.

Maldita sea. ¿Cómo pudo ser tan estúpido?

Ellos debían haber destruido sus generadores para obligarlo a ir al pueblo. Le habían hecho salir del bosque como cazadores con un animal salvaje.

Bien. Si querían cazar a un animal, entonces él lo sería.

Estiró su brazo con la mano abierta y usó su telequinesia para derribar a los Escuderos.

Sin querer lastimarse otra vez, Zarek esquivo a Jess y corrió hacia el pueblo.

No alcanzó a llegar muy lejos cuando más Escuderos aparecieron y abrieron fuego sobre él.

Las balas atravesaron su cuerpo, haciendo tiras su piel. Zarek siseó y se tambaleó ante el dolor.

Aún así, continuó corriendo.

No tenía alternativa.

Si se quedaba quieto, entonces lo desmembrarían, y aunque su vida apestaba en serio, no tenía intención de convertirse en una Sombra. Ni les daría la satisfacción de haberlo matado.

Zarek rodeó el costado de un edificio.

Algo duro lo golpeó en su centro.

La agonía explotó a través de él mientras era lanzado patas arriba sobre la tierra. Terminó de espalda en la nieve sin poder respirar.

Una sombra con ojos fríos, despiadados se movía y lo vigilaba.

De por lo menos dos metros diez centímetros, el hombre era dueño de una perfección masculina sobrenatural. Tenía pálidos cabellos rubios y ojos oscuros, y cuando sonrió, reveló el mismo par de colmillos de Zarek.

-¿Qué eres? -preguntó Zarek, sabiendo que el desconocido no era un Daimon o un Apolita, si bien se parecía a uno.

-Soy Thanatos, Cazador Oscuro -dijo en griego clásico, usando el nombre que significaba "muerte" -y estoy aquí para matarte.

Agarró a Zarek de su abrigo y lo tiró contra un edificio lejano como si no fuera nada más que una muñeca de trapo.

Zarek golpeó la dura pared y se deslizó hacia la calle. Su cuerpo estaba tan lastimado que sus extremidades se estremecieron mientras trataba de gatear lejos de la bestia.

Zarek se detuvo. -No moriré de esta forma otra vez -gruñó. No sobre su estómago como un animal asustado esperando su muerte.

Como un esclavo sin valor siendo golpeado.

Con su cuerpo fortificado por la furia, se forzó a sí mismo a ponerse de pie y se dio media vuelta para enfrentar a Thanatos.

La criatura sonrió. -La columna vertebral. Cómo me gusta. Pero no tanto como me gusta chupar la médula de ella.

Zarek atrapó su brazo mientras lo trataba de alcanzar.

-¿Sabes lo que amo? -Zarek rompió el brazo de la criatura y lo agarró del cuello. -El sonido de un Daimon exhalando su último aliento.

Thanatos se rió. El sonido era diabólico y frío.

-No puedes matarme, Cazador Oscuro. Soy aún más inmortal que tu.

Zarek boqueó mientras el brazo de Thanatos cicatrizaba instantáneamente.

-¿Qué eres? -preguntó Zarek otra vez.

-Te lo dije. Soy La Muerte y nadie puede derrotar o escapar de La Muerte.

Oh, mierda. Estaba jodido ahora.

Pero estaba lejos de estar derrotado. La Muerte podía llevarlo, pero el bastardo iba a tener que trabajar para ello.

-Sabes -dijo Zarek, cayendo en la calma surrealista que le había permitido, cuando era un niño, sobrevivir a las innumerables palizas. -Apuesto que la mayoría de la gente caga sus pantalones cuando dices esa línea. ¿Pero sabes qué, Señor-quiero-ser-espeluznante-y-estoy-fallando-miserablemente? No soy una persona. Soy un Cazador Oscuro y en el gran esquema de las cosas, no significas ni una mierda para mí.

Él concentró todos sus poderes en su mano, luego dio un golpe poderoso directamente al plexo solar de Thanatos. La criatura voló hacia atrás.

-Ahora puedo sentarme aquí y jugar contigo -. Envió otro golpe asombroso a Thanatos. -Pero más bien prefiero sacarnos a ambos de nuestras miserias.

Antes de que pudiera golpear otra vez, una explosión de escopeta lo golpeó directamente en la espalda. Zarek sintió la metralla atravesándolo rasgándole su cuerpo, evitando por poco al corazón.

Las sirenas de la policía sonaron a lo lejos.

Thanatos lo agarró por la garganta y lo levantó hasta que él se vio forzado a estar sobre las puntas del pie. -Mejor aún, ¿por qué no te saco de las tuyas?

Luchando por respirar, Zarek sonrió desagradablemente mientras sentía un hilo de sangre correrle por la esquina de los labios. El sabor metálico de eso impregnó su boca. Estaba herido, pero no atemorizado.

Sonriendo sarcástico al Daimon, golpeó al bastardo con la rodilla en sus joyas.

El Daimon se encogió. Zarek empezó a correr otra vez, lejos del Daimon, los Escuderos y los policías, sólo que no era tan rápido como solía hacerlo.

El dolor hacía que su vista estuviera borrosa y mientras más corría más se lastimaba.

La agonía de su cuerpo era insoportable.

En ninguna de todas las palizas que había recibido cuando niño lo habían herido tanto. No sabía cómo lograba continuar. Sólo una parte de él se rehusaba a caerse y dejarlos tenerle.

No estaba seguro cuando los perdió, o tal vez estaban justo detrás de él. Zarek no podía saberlo debido al zumbido en sus oídos.

Desorientado, desaceleró, tropezando hacia adelante hasta que no pudo ir más lejos.

Cayó en la nieve.

Zarek yació allí esperando a los demás para agarrarlo. Esperando a Thanatos para terminar lo que habían empezado, pero como los segundos hicieron tictac, se percató que se debía haber escapado de ellos.

Aliviado, trató de levantarse.

No podía. Su cuerpo no cooperaba más. Lo único que podía hacer era gatear hacia delante, un metro más, donde divisaba una gran casa tipo cabaña frente a él.

Se veía cálida y acogedora y en el fondo de su mente estaba el pensamiento que si podía llegar a la puerta la persona adentro lo podría ayudar.

Se rió amargamente ante el pensamiento.

Nadie nunca lo había ayudado.

Ni siquiera una vez.

No, éste era su destino. No tenía sentido oponerse a él, y en verdad, estaba cansado de luchar solo en el mundo.

Cerrando los ojos, soltó un largo, trabajoso respiro y esperó lo que era inevitable.

Capítulo 3

Astrid estaba sentada en el borde de la cama mientras comprobaba las heridas de su "invitado". Hacía cuatro días que él yacía inconsciente en su cama, mientras ella velaba por él.

Los apretados músculos bajo sus manos eran firmes y fuertes, pero no los podía ver.

Ella no lo podía ver.

Perdía su vista cuando era enviada a juzgar a alguien. Los ojos podían engañar. Juzgaban las cosas muy diferente de los otros sentidos.

Astrid siempre debía ser imparcial si bien por el momento no se sentía verdaderamente así.

¿Cuántas veces había ido con el corazón abierto sólo para ser engañada?

El peor caso había sido Miles. Un Cazador Oscuro descarriado, había sido encantador y divertido. La había deslumbrado con su vivacidad y su habilidad para hacer de todo un juego. Cada vez que había tratado de empujarlo a sus límites, él había tomado a risa sus pruebas y había demostrado ser bueno para todo.

Él había parecido el hombre perfecto, equilibrado.

Por un tiempo, se había imaginado enamorada de él.

Al final, había tratado de matarla. Había sido completamente amoral y cruel. Frío. Insensible. La única persona que podía amar era a sí mismo, y aunque que no era nada más que escoria, en su mente, él había sido calumniado por el género humano, así que estaba bien que hiciera lo que quisiera con ellos.

Y ese era el problema más grande de Astrid con los Cazadores Oscuros. Ellos eran humanos que usualmente eran reclutados de las cloacas. Azotados por los otros desde el nacimiento hasta la muerte, eran hostiles con el mundo. Artemisa nunca tomó eso en consideración cuándo los convirtió. Todo lo que quería era un soldado bajo las órdenes de Acheron. Una vez que eran creados, Artemisa se lavaba las manos y los dejaba para que otros los monitorearan y mantuvieran.

Al menos hasta que cruzaban cualquier línea que Artemisa hubiese trazado. Entonces la diosa se apuraba para que fueran juzgados y ajusticiados, y aunque no lo pudiera probar, Astrid sospechaba que Artemisa sólo seguía el protocolo para evitar que Acheron se enojara con ella.

Así que Astrid había sido llamada múltiples veces durante los siglos para encontrar alguna razón que les permitiera a los Cazadores Oscuro vivir.

Ella nunca la encontró. Ni siquiera una vez. Cada vez que había juzgado habían sido peligrosos y toscos. Una amenaza que amenazaba a la humanidad más que los Daimons que perseguían.

La justicia del Olimpo no operaba como la justicia humana. No había suposición de inocencia. En el Olimpo, una vez que se era inculpado, el acusado debía probar que era digno de compasión.

Nadie alguna vez la tuvo.

El que más cerca había estado alguna vez a la clemencia de Astrid, había sido Miles, y mira cómo había resultado. La aterrorizaba pensar qué tan cerca había estado de juzgarle inocente y luego dejarlo suelto otra vez en el mundo.

Esa experiencia había colmado la medida para ella. Desde entonces, se había separado de todo el mundo.

No dejaría que la belleza de un hombre o el encanto la hechizaran otra vez. Su trabajo ahora era llegar al corazón de este hombre que estaba en su cama.

Artemisa había dicho que Zarek no tenía corazón en absoluto. Acheron no había dicho nada. Sólo le había echado una mirada penetrante que decía que él dependía de ella para hacer lo correcto.

¿Pero qué era correcto?

-Despiértate, Zarek -murmuró ella. -Sólo te quedan diez días para salvarte.

Zarek se despertó con un dolor que era indescriptible, lo que dado sus antecedentes brutales como chivo expiatorio y esclavo era difícil de creer. Especialmente desde que siendo un ser humano el dolor había sido la única certeza en su vida.

Su cabeza le latía, cambió de posición, esperando sentir nieve fría y tierra debajo de él. En lugar de eso, estaba encendido de tanto calor que sentía.

Estoy muerto, pensó sardónicamente.

Ni siquiera sus sueños, lo habían hecho sentir alguna vez así de caliente.

Aún mientras parpadeaba abriendo los, atisbó un fuego ardiendo en una chimenea y una montaña de mantas sobre él, se percató que estaba muy vivo y acostado en el dormitorio de alguna persona.

Miró alrededor del cuarto, el cual estaba decorado en tonos tierra: rosados pálidos, tostados, marrones, y verde oscuro. Las paredes de la cabaña de troncos eran de calidad superior, lo que denotaba que alguien quería la apariencia de una cabaña rústica, pero que tenía bastante dinero para asegurarse que estuviera adecuadamente resguardada del frío y que fuese acogedora, y no tuviera corrientes de aire.

Su cama era una cara reproducción de hierro de las camas grandes del fin del siglo diecinueve. A su izquierda había una mesa de luz pequeña donde había una jarra y una jofaina pasadas de moda.

Quienquiera que poseía este lugar estaba cargado.

Zarek odiaba a las personas adineradas.

-¿Sasha?

Zarek frunció el ceño ante la voz suave y melódica. La voz de una mujer. Ella estaba en el vestíbulo, en otro cuarto, pero él realmente no podía precisar su posición a través del dolor en su cráneo.

Escuchó un suave quejido canino.

-Oh, deja eso –la mujer regañó con un tierno tono. -Realmente no quería lastimar tus sentimientos, ¿Lo hice?

El ceño fruncido de Zarek se hizo más profundo mientras trataba de poner sentido a lo que había ocurrido. Jess y los demás le estaban cazando y recordaba haberse derrumbado delante de una casa.

Alguien de la casa debía haberlo encontrado y arrastrado adentro, aunque no podía imaginar por qué alguien se había tomado la molestia.

No es que tuviese importancia. Jess y Thanatos estarían tras él, y no necesitarían llevar a un científico espacial para saber en dónde estaba, especialmente con toda la sangre que había estado perdiendo mientras corría. Sin duda, había una huella dirigida directo a la puerta de esta cabaña.

Lo que significaba que debía salir de aquí lo antes posible. Jess no haría nada para lastimar a aquellos que lo hubieran ayudado, pero no se podía decir lo que Thanatos era capaz de hacer.

En su mente pasaron las imágenes de un pueblo ardiendo. La horrible vista de personas yaciendo muertas…

Zarek se sobresaltó ante el recuerdo, preguntándose por que lo perseguía ahora.

Decidió, que era un recordatorio de lo que él era capaz, y un recordatorio del porque tenia que escaparse de aquí. No quería lastimar a nadie que hubiera sido amable con él.

No otra vez.

Obligándose a olvidar el dolor de su cuerpo, se sentó lentamente.

El perro, instantáneamente, entró corriendo en su cuarto.

Sólo que no era un perro, se percató mientras se detenía ante la cama y le gruñía. Era un gran lobo blanco americano. Uno que parecía odiarle.

-Aléjate, Scooby -él chasqueó. -Me he hecho botas de lobos más grandes y malos que tu.

El lobo dejó al descubierto sus dientes como si entendiera sus palabras y le desafiara a que lo probara.

-¿Sasha?

Zarek se congeló cuando una mujer apareció en la puerta.

Maldición…

Ella era increíble. Su largo cabello rubio era del color de la miel, y caía en ondas suaves alrededor de sus delgados hombros. Su piel era pálida, con mejillas sonrosadas y labios que obviamente habían sido protegidos muy cuidadosamente, del clima rudo de Alaska. Medía cerca de un metro ochenta y vestía un suéter blanco tejido a mano y jeans.

Sus ojos eran de un azul muy pálido. Tan claros que a primera vista, eran casi incoloros. Y mientras entraba en el cuarto, con sus manos extendidas, avanzando lenta y metódicamente, tratando de localizar al lobo, él se dio cuenta de que estaba completamente ciega.

El lobo le ladró dos veces a él, luego se volvió y fue con su dueña.

-Ahí estas -murmuró ella, arrodillándose para acariciarlo. -No deberías ladrar, Sasha. Despertarás a nuestro invitado.

-Estoy despierto y estoy seguro que es por eso que está ladrando.

Ella volteó su cabeza hacia él como si tratara de verle. -Lo siento. No tenemos mucha compañía y Sasha tiende a ser un poco antisocial con desconocidos.

-Créeme, conozco el sentimiento.

Ella caminó hacia la cama, otra vez con su mano extendida. -¿Cómo te sientes? -preguntó, palmeando su hombro mientras lo localizaba.

Zarek se encogió ante la sensación de su mano caliente en su carne. Era tierna. Ardiente. E hizo que una parte ajena a él doliese. Pero lo peor de todo, hizo que su ingle se endureciera. Fuertemente.

Nunca había podido aguantar a alguien tocándolo.

-Preferiría que no hicieras eso.

-¿Hacer qué? -preguntó.

-Tocarme.

Ella se echó para atrás lentamente y parpadeó metódicamente como si fuera más un hábito que un reflejo. -Veo al tacto -dijo ella suavemente. -Si no te toco, entonces estoy completamente ciega.

-Bien, todos tenemos problemas -. Se corrió al otro lado de la cama y se levantó. Estaba desnudo excepto por sus pantalones de cuero y unos pocos vendajes. Ella debía haberlo desvestido y curado sus heridas. Ese pensamiento lo hizo sentir un poco extraño. Nunca nadie se había tomado la molestia de cuidarlo cuando estaba herido.

¿Por qué lo haría ella?

Aún Acheron y Nick lo habían dejado por su cuenta después de que hubiera sido herido en Nueva Orleáns. Lo mejor que le ofrecieron fue llevarlo hasta su casa así él podía sanar en soledad.

Por supuesto, le podrían haber ofrecido más si hubiese sido un poco menos hostil con ellos, pero ser hostil era lo que mejor hacia.

Zarek encontró sus ropas dobladas en una silla mecedora al lado de la ventana. A pesar de las dolorosas protestas de sus músculos, empezó a ponérselas encima. Sus poderes de Cazador Oscuro le habían permitido cicatrizar la mayoría de las heridas mientras dormía, pero no estaba en tan buen forma como debería haberlo estado si un Dream Hunter lo hubiera ayudado. A menudo iban con los Cazadores Oscuros heridos para sanarlos durante su sueño, pero no con Zarek.

Los asustaba tanto como asustaba a todos los demás.

Entonces, había aprendido a tomar sus golpes y ocuparse del dolor. Lo cuál estaba bien para él. No le gustaban las personas, inmortales o de otro tipo, cerca suyo.

La vida era mejor estando solo.

Hizo una mueca cuando divisó el hueco en la parte de atrás de su camisa donde la explosión de la escopeta lo había golpeado.

Sip, la vida era definitivamente mejor estando solo. A diferencia de su "amigo" no podía pegarse un tiro en la espalda, aún si lo quisiera.

-¿Estás levantado? – preguntó la mujer desconocida, con voz asombrada. -¿Vistiéndote?

-No -dijo irritado. -Estoy meando tu alfombra. ¿Qué piensas que estoy haciendo?

-Soy ciega. Por lo que sé, realmente puedes estar meando mi alfombra, que sea dicho de paso es muy bonita, así que tengo la esperanza de que estés bromeando.

Sintió una extraña punzada de diversión en su contestación. Era rápida y lista. A él le gustaba eso.

Pero no tenía tiempo que perder. -Mira, señorita, no sé cómo me trajiste aquí dentro, pero lo aprecio. Sin embargo, tengo que emprender la marcha. Créeme, estarás muy arrepentida si no lo hiciera.

Ella se obligó a alejarse de la cama ante sus palabras hostiles y fue en ese momento que él se percató que lo había expresado con un gruñido.

-Hay una ventisca muy fuerte afuera -dijo ella, con voz menos amigable que antes. -Nadie va a ser capaz de salir a cualquier lado por un tiempo.

Zarek no podía creerlo hasta que apartó las cortinas de la ventana. La nieve caía tan rápida y gruesa que parecía una densa pared blanca.

Maldijo por lo bajo. Entonces más fuerte preguntó, -¿por cuánto tiempo ha estado así?

-Las últimas horas.

Apretó los dientes en tanto se percataba que estaba atascado allí.

Con ella.

Esto no era realmente bueno, pero al menos evitaría que los demás estuvieran rastreándolo. Con suerte la nieve escondería sus huellas y sabía, de hecho, que Jess odiaba el frío.

Por lo que respectaba a Thanatos, bien, dado su nombre, su lenguaje, y su aspecto general, Zarek daba por hecho que también era un mediterráneo antiguo, y eso le decía a Zarek que todavía tenía una ventaja sobre los dos. Había aprendido hacía siglos, cómo moverse rápidamente sobre la nieve y qué peligros evitar.

¿Quién podría haber sabido que novecientos años en Alaska, realmente le convendrían algún día?

-¿Cómo puedes estar parado y moviéndote?

Su pregunta lo sobresaltó. -¿Perdón?

-Estabas gravemente herido cuando te traje hace unos días. ¿Cómo puedes estar moviéndote ahora?

-¿Unos días? -preguntó, estupefacto por sus palabras. Pasó las manos sobre su cara y sintió su barba gruesa. Mierda. Habían sido días. -¿Cuántos?

-Casi cinco.

Su corazón se aceleró. ¿Había estado aquí por cuatro días y no lo habían encontrado? ¿Cómo era eso posible?

Frunció el ceño. Algo acerca de esto no parecía estar bien.

-Pensé que sentí una herida de bala en tu espalda.

Ignorando el hueco abierto en la camisa, Zarek se puso encima su camiseta negra. Estaba seguro que había sido Jess quien le había disparado. Las escopetas eran el arma preferida del vaquero. Su único consuelo era pensar que Jess estaría tan dolorido como él. A menos que Artemisa hubiera levantado su prohibición. Entonces el bastardo no sentiría nada más que satisfacción.

-No era una herida de bala -mintió. -Sólo me caí.

-Sin intención de ofenderte, pero tendrías que haber caído del Monte Everest para tener esas heridas.

-Sí, puede ser que la próxima vez recuerde llevar el equipo para escalar conmigo.

Ella lo miró con ceño. -¿Estás burlándote de mí?

-No -contestó honestamente. -Sólo que no quiero pensar en lo que sucedió.

Astrid inclinó la cabeza asintiendo, mientras trataba de percibir más acerca de este hombre enojado, que parecía no poder hablar sin gruñirla. Despiértate, él esta muy lejos de ser agradable.

Había estado cerca de la muerte cuando Sasha lo había encontrado. Nadie debería ser golpeado y disparado en semejante forma, para luego ser dejado morir como él lo había sido.

¿Qué habían estado pensando los Escuderos?

Ella estaba asombrada que este Cazador Oscuro descarriado pudiera estar parado del todo aún después de cuatro días de descanso.

Semejante tratamiento era inhumano e impropio de esos que habían declarado bajo juramento proteger al género humano. Si un humano hubiera encontrado a Zarek, entonces su cubierta se habría arruinado por la imprudencia de ellos, y los humanos se habrían enterado de su inmortalidad.

Era algo que tenía la intención de informarle a Acheron.

Pero eso vendría más tarde. Por ahora, Zarek estaba levantado y en movimiento. Su vida inmortal o su muerte estaban completamente en sus manos y tenía la intención de probarlo con creces para ver simplemente qué tipo de hombre era.

¿Tenía algo de compasión dentro de él o estaba tan vacío como ella lo estaba?

Su trabajo era ser el epítome de las cosas que conducían a Zarek hacia el enojo. Lo empujaría a su nivel de tolerancia y aún más allá para ver que hacía él.

Si podía controlarse con ella, entonces lo evaluaría inofensivo y cuerdo.

Si la zamarreaba con intención de lastimarla de alguna forma, entonces lo juzgaría culpable y moriría.

Que comiencen las pruebas…

Rápidamente examinó en su mente, lo poco que sabía de él. A Zarek no le gustaba hablar con las personas. No le gustaban los ricos.

Sobre todo, aborrecía ser tocado o que le dieran órdenes.

Así es que resolvió presionar su primer botón con conversación despreocupada.

-¿De qué color es tu pelo? -preguntó. La pregunta aparentemente innocua trajo a su memoria, la forma en que lo había sentido bajo sus manos mientras le limpiaba la sangre.

Su pelo había sido suave, liso. Se había deslizado sensualmente por sus dedos, acariciándolos. De la percepción de eso, supo que no era demasiado corto o demasiado largo, probablemente caía sobre sus hombros cuando lo peinaba.

-¿Perdón? -sonó asombrado por su pregunta y por una vez no gruñó las palabras.

Tenía una bella voz. Rica y profunda. Resonaba con su acento griego, y cada vez que hablaba, enviaba un escalofrío extraño a través de ella. Nunca había oído a un hombre tener una voz tan innatamente masculina.

-Tu pelo -repitió ella. -Me preguntaba qué color es.

-¿Por qué te importa? -preguntó belicosamente.

Ella se encogió de hombros. -Sólo curiosidad. Paso mucho tiempo sola y aunque realmente no recuerdo los colores, trato de describirlos de cualquier manera. Mi hermana, Cloie, una vez me dio un libro que decía que cada color tenía una textura y una sensación. El rojo, por ejemplo, decía que era caliente y agitado.

Zarek la miró ceñudamente. Ésta era una conversación extraña, pero bueno, él había pasado bastante tiempo solo para entender la necesidad de hablar cualquier cosa, con cualquiera que estuviese el suficiente tiempo como para tomarse la molestia. -Es negro.

-Lo pensé.

-¿Lo hiciste? -preguntó antes de poderse detener.

Ella inclinó la cabeza asintiendo mientras rodeaba la cama y se acercaba a él. Se paró tan cerca que sus cuerpos casi se tocaban. Sintió un extraño impulso por tocarla. Por ver si su piel era tan suave como parecía.

Dioses, ella era bella.

Su cuerpo era ágil y alto, sus pechos llenarían perfectamente sus manos. Había pasado un largo tiempo desde la última vez que había tenido sexo con una mujer. Una eternidad desde que hubiera estado así de cerca de una sin saborear su sangre.

Juraba que podía saborear la de ella ahora. Sentir su corazón latiendo contra sus labios mientras bebía y al mismo tiempo sentir que sus emociones y sentimientos se vertían en él, llenándolo con algo más que entumecimiento y dolor.

Si bien beber sangre humana estaba prohibido, era lo único que alguna vez le había dado placer. Lo único que enterraba el dolor dentro de él y le permitía experimentar esperanzas, sueños.

Lo único que le permitía sentirse humano.

Y él quería sentirse humano.

Quería sentirla a ella.

-Tu pelo es fresco y sedoso -dijo ella suavemente, -como terciopelo de medianoche.

Sus palabras hicieron que su erección se tensara de necesidad y deseo.

Fresco y sedoso.

Le hizo pensar en sus piernas deslizándose contra él. En la piel delicada, femenina que cubría sus caderas y muslos. La forma en que se sentirían contra sus piernas mientras penetraba en ella.

Su respiración se entrecortó, imaginó cómo sería deslizar esos descoloridos jeans apretados, por sus largas piernas y extenderlas completamente. Correr su mano a través de sus cortos, crespos pelos hasta tocarla íntimamente, acariciándola hasta que sus dulces jugos recubrieran sus dedos mientras ella murmuraba en su oído y se frotaba contra él.

Cómo sería acostarla en la cama, yacer detrás de ella y hundirse profundamente en su interior caliente y mojado hasta que ambos llegaran al clímax.

Sentir su boca en su cuerpo.

Sus manos tanteándolo.

Ella extendió la mano para tocarle.

Incapaz de moverse por la fuerza de su fantasía, Zarek se quedó perfectamente quieto mientras ella colocaba su mano en su hombro. El olor de mujer, humo, y rosas lo invadió y sintió una necesidad desesperada de bajar la cabeza y enterrar su cara en su piel cremosa, y sólo inspirar su dulce perfume. Hundir los colmillos en su suave, tierno cuello y probar la fuerza vital dentro de ella.

Inconscientemente, abrió sus labios, descubriendo sus colmillos.

Su necesidad por ella era casi apabullante.

Pero ni de cerca tan exigente como el deseo de tocar su cuerpo.

-Eres más alto de lo que pensé que serías -. Ella siguió la curva de sus bíceps. Escalofríos lo recorrieron mientras se endurecía aún más.

La deseaba. Mal.

Muérdela.

Su lobo gruñó.

Zarek lo ignoró mientras continuaba mirándola.

Sus asuntos con mujeres habían sido siempre breves y apresurados. Nunca había permitido a una mujer mirarlo a la cara o tocarlo mientras tenían relaciones sexuales.

Siempre había tomado a sus mujeres en todas las formas posibles desde atrás, furioso y rápido como un animal. Nunca había querido pasar un tiempo con ellas aparte del que necesitaba para saciar su cuerpo.

Pero él fácilmente podía verse tomando a esta desconocida en sus brazos y penetrarla, cara a cara. Sintiendo su respiración en su piel mientras la montaba despacio y duro, durante toda la noche, bebiendo de ella…

No habló mientras ella rozaba con la mano su brazo y no podía imaginar por qué no la apartaba de un empujón lejos de él.

Por alguna razón, ella lo mantenía inmóvil con su toque.

Su pesada erección ardía de cruel necesidad. Si no lo supiese mejor, juraría que ella lo animaba a propósito.

Pero había una inocencia en su toque que le decía que ella sólo quería "verle". No había nada sexual en esto.

Al menos no de su lado.

Zarek se alejó y puso un metro de distancia entre ellos.

Él tenía que hacerlo.

Un minuto más y la tendría desnuda en esa cama y a su merced…

No es que él tuviese compasión por alguien.

Ella dejó caer su mano y se quedó quieta como si esperara que la tocara.

No lo hizo. Un toque y sería el animal que todos pensaban que era.

-¿Cuál es tu nombre? -formuló la pregunta antes de poder detenerse.

Ella le ofreció una sonrisa amistosa que sacudió su erección. -Astrid. ¿Y el tuyo?

-Zarek.

Su sonrisa se amplió. –Eres griego. Pensé eso por tu acento.

Su lobo giró en torno a sus pies y se sentó al lado de ella para escudriñarlo. Relampagueando sus dientes amenazadoramente.

Realmente comenzaba a odiar a ese animal.

-¿Quieres algo, Zarek?

Sí, gatea desnuda a esa cama y deja que te viole hasta el amanecer.

Tragó ante el pensamiento y su erección se tensó aún más al sonido de su nombre en sus labios.

No podía haber estado más duro si ella le hubiera estado acariciando con su mano.

Su boca…

¿Qué estaba mal con él? ¿Estaba corriendo por su vida y lo único que podía pensar era en sexo?

Estaba siendo un idiota total.

-No, gracias -dijo. -Estoy bien.

Su estómago retumbó, traicionándolo.

-Suenas hambriento.

Muerto de hambre, para ser honestos, pero en este mismísimo momento deseaba ardientemente el sabor de ella mucho más que el de la comida.

– Sí. Supongo que lo estoy.

-Vamos -le dijo ella, extendiendo la mano. -Puedo ser ciega, pero puedo cocinar. Prometo que a menos que Sasha haya movido las cosas en la cocina, no he envenenado mi estofado.

Zarek no tomó su mano.

Ella tragó como si estuviera nerviosa o abochornada, luego dejó caer la mano y salió del cuarto.

Sasha le gruñó otra vez.

Zarek gruñó en respuesta y golpeó con el pie al perro molesto, quien lo miraba como si no quisiese nada más que arrancarle su pierna.

Percibió el gesto de censura en la cara de Astrid mientras ella se detenía en la puerta y se devolvía hacia ellos. -¿Estás siendo malo con Sasha?

-No. Solo le devuelvo el saludo -. Las orejas del lobo estaban erguidas hacia atrás como lanzándolo de la habitación. -Parece que no le gusto mucho a Rin Tin Tin[10]

Ella se encogió de hombros. -A él no le gusta mucho nadie. Algunas veces ni siquiera yo.

Astrid cambió de dirección y se dirigió hacia el vestíbulo con Zarek detrás de ella. Había algo muy siniestro acerca de este hombre. Mortífero. Y no era solamente la fuerza que ella había sentido en su brazo cuando lo tocó.

Exudaba una oscuridad antinatural que parecía alertar a todo el mundo, aún a los ciegos, de mantenerse alejados. Ese era más que nada a lo que Sasha reaccionaba. Era sumamente desconcertante.

Aún atemorizante.

Tal vez Artemisa estaba en lo correcto. Tal vez debería juzgarlo culpable y regresar a casa…

Pero no la había atacado. Al menos, no todavía.

Astrid lo dejó ante la barra del desayunador en donde tenía tres banquetas. Sus hermanas las habían colocado allí más temprano cuando habían venido a visitarla y advertirla sobre su última asignación.

Todas sus hermanas, las tres, habían estado sumamente descontentas con su decisión de juzgar a Zarek para su madre, pero al final, no habían tenido más elección que dejarla hacer su trabajo.

Para la eterna consternación de ellas, había algunas cosas que ni aún los Destinos podían controlar.

El libre albedrío era una de esas.

-¿Te gusta el estofado de carne? -preguntó a Zarek.

-No soy muy exigente. Estoy simplemente agradecido por tener algo caliente que no tenga que cocinarlo yo mismo.

Ella notó la amargura en su voz. -¿Lo haces mucho?

Él no contestó.

Astrid anduvo a tientas hacia la cocina.

Como se acercaba mucho a la olla, Zarek repentinamente estuvo allí, agarrando su mano y haciéndola para atrás. Se había movido tan rápido y silenciosamente que ella se quedó sin aliento, sobresaltada.

Su velocidad y su fuerza la hicieron detenerse. Este hombre realmente la podía lastimar si así lo quisiera, y dado lo que ella tenía planeado para él, era algo a tener en cuenta.

-Déjame hacer eso -dijo él agudamente.

Ella tragó ante la cólera injustificada de su tono. -No estoy imposibilitada. Hago esto todo el tiempo.

Él la soltó. -Estupendo, quema tu mano entonces, no me importa -se alejó de ella.

-¿Sasha? -llamó.

Su lobo fue a su lado y se apoyó contra su pierna para hacerle saber donde estaba. Arrodillándose, tomó su cabeza entre sus manos y cerró los ojos.

Extendiéndose con su mente, se conectaba con Sasha para utilizar su visión como propia. Vio a Zarek regresando a la barra y tuvo que esforzarse para no quedarse sin aliento.

Asustada que su aspecto pudiera influir en su opinión acerca de su carácter, antes de tener la posibilidad de interactuar con él, no había usado antes, a Sasha para verle.

Ahora ella supo qué tan correcta había estado.

Zarek era increíblemente guapo. Su largo pelo negro y lacio, colgaba un poco más abajo de sus hombros anchos. El cuello negro de tortuga que traía puesto se pegaba a un cuerpo que ondeaba con precisión los tonificados músculos. Su cara era delgada y adecuadamente esculpida. Los planos de ella, aún cubierta por la barba, eran un estudio de perfectas proporciones masculinas. Si bien él no era bonito, era misteriosamente guapo. Casi de apariencia siniestra, excepto por sus largas pestañas negras y sus labios firmes que le suavizaban la cara.

Y cuando tomó asiento, tuvo una vista espectacular de un trasero bien formado cubierto por cuero.

¡El hombre era un dios!

Pero lo que la golpeó más cuando se sentó en la banqueta y clavó los ojos en la barra, fue la tristeza profunda que había en sus ojos de medianoche. La sombra obsesionada que revoloteaba allí.

Se veía cansado. Perdido.

Sobre todo, se veía terriblemente solo.

Él los recorrió con la mirada y frunció el ceño.

Astrid palmeó la cabeza de Sasha y le dio un abrazo como si nada en particular hubiese ocurrido. Esperaba que Zarek no tuviese idea sobre qué había estado haciendo.

Sus hermanas le habían advertido que este Cazador Oscuro en particular tenía poderes extremos como telequinesia y audición refinada, pero ninguna de ellas sabía si podía sentir sus poderes limitados.

Ella estaba agradecida que no fuese telepático. Eso le habría hecho el trabajo infinitamente más complicado.

Ella se puso de pie y fue al gabinete para sacar un tazón para Zarek, y muy cuidadosamente, sirvió el estofado. Luego se lo llevó a la barra, no lejos de donde Zarek había estado.

Él extendió la mano y tomó el tazón de ella. -¿Vives sola?

-Solo Sasha y yo -se preguntó por qué le había preguntado eso.

Su hermana Cloie le había advertido que Zarek podía ponerse violento con poca provocación. Que era conocido por atacar a Acheron y a cualquier otro que se le acercara.

El rumor de los Dark-Hunters decía que su exilio en Alaska se había debido a que había destruido un pueblo del cual había sido responsable. Nadie sabía por qué. Sólo que una noche había perdido la razón y había asesinado a toda la gente de allí, luego había echado abajo las casas.

Sus hermanas se habían rehusado a explicar en detalle lo que había sucedido esa noche por miedo de predisponer su punto de vista.

Por el delito cometido por Zarek, Artemisa lo había desterrado a la congelada tierra salvaje.

¿Podía Zarek estar curioso acerca de su forma de vida o había allí una razón más siniestra para su pregunta?

-¿Te gustaría algo para beber? -le preguntó.

-Seguro.

-¿Qué prefieres?

-No me importa.

Ella negó con la cabeza ante sus palabras. -¿No eres muy exigente, no?

Ella lo oyó aclararse la voz. -No.

-No me gusta la forma en que te mira.

Ella arqueó una ceja ante las enojadas palabras de Sasha en su cabeza. –A ti no te gusta la forma en que mira cualquier hombre.

El lobo se mofó. -Cálmate, él no ha apartado su vista de ti, Astrid. Te está mirando en este momento. Su cabeza esta inclinada hacia abajo, pero hay lujuria en sus ojos cuando clava la mirada en ti. Como si ya te pudiera sentir bajo él. No confío en él o en su mirada. Su mirada es demasiado intensa. ¿Lo puedo morder?

Por alguna razón, al saber que Zarek la estaba mirando sintió elevarse la temperatura y se estremeció. -No, Sasha. Sé simpático.

-No quiero ser simpático, Astrid. Cada instinto que tengo me dice que lo muerda. Si tienes algún respeto por mis habilidades animales, déjame ponerlo en el suelo ahora y así nos ahorrarnos diez días más en este frío lugar.

Ella negó con la cabeza. -Recién lo encontramos, Sasha. ¿Que habría ocurrido si Lera te hubiera estimado culpable en su primer encuentro contigo hace tantos siglos?

-¿Así que crees en la bondad otra vez?

Astrid hizo una pausa. No, ella no lo hacía. Probablemente Zarek merecía morir, especialmente si la mitad de lo que le habían sido dicho era verdad.

Y aún así la alusión de Acheron la perseguía.

-Le debo a Acheron más que diez minutos de mi tiempo.

Sasha se mofó.

Vertió té caliente en una taza y se lo llevó a Zarek. -Es té de romero, ¿esta bien?

-Lo que sea.

Cuando lo tomó de su mano, sintió el calor de sus dedos rozando los de ella.

Una increíble ráfaga la traspasó. Ella sintió su sorpresa. Su necesidad ardiente. Su hambre no saciada.

Eso realmente la asustó. Éste era un hombre capaz de cualquier cosa. Uno con poderes como los dioses.

Podía hacerle cualquier cosa que quisiera…

Necesitaba distraerlo.

Y a ella también.

-Entonces, ¿qué te ocurrió realmente? -preguntó, preguntándose si violaría el Código de Silencio, contándole que era buscado por los demás.

-Nada.

-Bueno, espero nunca atravesarme con NADA si es capaz de hacer un agujero en mi espalda.

Lo escuchó levantar su té, pero no habló.

-Deberías ser más cuidadoso -le dijo.

-Créeme, no soy el que necesita ser cuidadoso -su voz fue siniestra cuando dijo esas palabras, reforzando su letalidad.

-¿Estás amenazándome? -preguntó.

Otra vez no dijo nada. El hombre era una pared total de silencio.

Así es que ella lo presionó otra vez. -¿Tienes a alguien al que necesitemos llamar y dejarlos saber que estás bien?

-No -dijo con tono vacío.

Ella asintió mientras pensaba en eso. A Zarek nunca le habían concedido un Escudero.

No podía imaginar ser desterrado en la forma que Zarek lo había sido. En el tiempo de su encarcelación, esta área del mundo había estado muy escasamente poblada.

El clima áspero. Inhospitalario. Desolado. Frió y sombrío.

Ella sólo había estado viviendo aquí unos cuantos días y le había costado acostumbrarse. Pero al menos tenía a su madre, hermanas, y a Sasha para ayudarla a adaptarse.

A Zarek se le había negado tener a alguien.

Mientras a otros Cazadores Oscuros les era permitido tener compañeros y sirvientes, Zarek se había visto forzado a resistir su existencia en la soledad.

Completamente solo.

No podía imaginar cómo debía haber sufrido durante los siglos, luchando a través de los días, sabiendo que nunca tendría un alivio temporal de cualquier tipo.

No era extraño que estuviera demente.

Aún así, no era una excusa para su comportamiento. Como le había dicho a ella más temprano, todo el mundo tenía sus problemas.

Zarek terminó la comida y luego llevó los platos al fregadero. Sin pensar, los lavó y los enjuagó, luego los colocó al costado.

-No tenías que hacer eso. Los habría limpiado.

Se secó las manos en el paño para secar platos que ella tenía en la mesada.

-Hábito.

-Debes vivir solo, también.

-Sí.

Zarek la vio acercarse. Se movió a su lado otra vez, invadiendo su espacio personal. Estaba desgarrado entre querer seguir parado al lado de ella y querer maldecir su cercanía.

Optó por apartarse. -Mira, ¿puedes mantenerte lejos de mí?

-¿Te molesta que me acerque?

Más de lo que ella podía imaginar. Cuando estaba junto a él, era fácil olvidar lo que era. Era fácil fingir que era un ser humano que podía ser normal.

Pero ese no era él.

Nunca lo había sido.

-Sí, me molesta -dijo en tono bajo, amenazador. -No me gusta que las personas se me acerquen.

-¿Por qué?

-Eso no es de tu maldita incumbencia, señora -contestó bruscamente. -Simplemente no me gusta que la gente me toque y no me gusta que ellos se me acerquen. Así que retrocede y déjame tranquilo antes de que te lastime.

El lobo le gruñó otra vez, más ferozmente esta vez.

-Y tú, Kibbles[11]-le gruñó al lobo, -ten una mejor canción para mí. Un gruñido más y juro que voy a castrarte con una cuchara.

-Sasha, ven aquí.

Él observó como el lobo iba instantáneamente a su lado.

-Siento que nos encuentres tan molestos -dijo ella. -Pero ya que vamos a estar atrapados por un tiempo, podrías hacer un intento y ser algo más sociable. Al menos ser mínimamente cortés.

Tal vez ella tuviera razón. Pero lo malo era que no sabía como ser sociable, mucho menos cortés. Nadie, nunca, había querido conversar tanto con él en su vida humana o de Cazador Oscuro.

Aún cuando se había suscripto en el sitio Web Cazador Oscuro.com para chatear, diez años atrás, el otro, un antiguo Cazador Oscuro se había lanzado y lo había atacado.

Él estaba exiliado. Las reglas de su exilio requerían que ninguno de ellos le hablara.

Había sido suprimido del correo de los anuncios, las salas de chat, aún de las conexiones privadas.

Sólo había sido por accidente que había tropezado con Jess, quien había estado en una de las salas de juego esperando a que llegara su adversario Myst. Demasiado joven para ser un Cazador Oscuro, no sabía que no estaba permitido hablar con Zarek, Jess lo había saludado como un amigo.

La novedad de eso había hecho a Zarek vulnerable y así es que se encontró hablándole al vaquero. Antes de darse cuenta, en cierta forma se habían hecho amigos.

¿Y qué había obtenido de eso?

Nada menos que un agujero de bala en la espalda.

Olvídalo. No necesitaba hablar. No necesitaba nada. Y lo último que quería era ser sociable con una mujer humana que llamaría a la policía si alguna vez se enteraba quién y qué era él.

-Mira princesa, ésta no es una visita social. Tan pronto como el clima lo permita, me iré de aquí. Así es que solamente déjame solo las siguientes horas y pretende que no estoy aquí.

Astrid resolvió echarse atrás un poco y dejarlo acostumbrase a ella un poco más.

Él no lo sabía, pero iba a estar atrapado aquí bastante más que unas pocas horas. Esta tormenta no iba a menguar hasta que ella lo quisiera.

Por ahora, le daría tiempo para reflexionar y reagruparse.

Todavía había otras pruebas que él tenía que pasar. Pruebas en las que ella no aflojaría.

Pero habría tiempo para eso más tarde. Ahora mismo él aún estaba herido y traicionado.

-Bien -dijo ella, -estaré en mi dormitorio si me necesitas.

Dejó a Sasha en la cocina para vigilarlo.

-No quiero vigilarlo –protestó Sasha.

-Sasha, obedece.

-¿Qué ocurre si hace algo repugnante?

-¡Sasha!

El lobo gruñó. -Bien. ¿Pero puedo morder una parte pequeña de él? ¿Sólo para que tenga un saludable respeto por mí?

-No.

-¿Por qué?

Ella hizo una pausa mientras entraba a su cuarto. -Porque algo me dice que si lo atacas, entonces serás tú el que respetará saludablemente sus poderes.

-Sí, claro.

-¡Sasha! Por favor.

-Bien, lo vigilo. Pero si él hace cualquier cosa asquerosa, me voy de aquí.

Ella suspiró ante su incorregible compañero y se acostó en la cama para tratar de descansar antes de que empezara la siguiente batalla de voluntades con Zarek.

Astrid inspiró profundamente y cerró los ojos. Se conectó otra vez con Sasha a fin de poder ver a Zarek. Estaba de pie ante la ventana de adelante, mirando hacia afuera, la nieve.

Ella vio la rasgadura en la parte de atrás de la camisa. Vio el cansancio en su cara. Se veía desanimado y al mismo tiempo determinado.

Sus rasgos parecían no tener edad. Una sabiduría que en cierta forma se veía contradictoria con su apariencia siniestra.

¿Quién eres, Zarek?. Se preguntó silenciosamente.

La pregunta fue morbosamente seguida por otra. En los siguientes días, ella conocería exactamente quién y qué era él. Y si Artemisa tenía razón y él era realmente amoral y letal, entonces no dudaría en dejar a Sasha matarle.

Capítulo 4

-Despiértate, Astrid. Tu criminal sicótico esta jugando con cuchillos.

Astrid se despertó inmediatamente al escuchar la voz de Sasha en su cabeza.

-¿Qué? -preguntó ella en voz alta antes de darse cuenta. Se sentó en su cama.

Una imagen mental de Sasha brilló intermitentemente en su mente. Vio a Zarek en su cocina, registrando el cajón en donde tenía todos los cuchillos.

Zarek sacó un cuchillo grande de carnicero, luego probó el borde con su pulgar. Ella frunció el ceño ante la acción.

¿Qué estaba haciendo?

Dejó a un lado el cuchillo y regresó a los demás en el cajón.

Sasha gruñó.

-Cállate, Scooby -gruño Zarek. Le echó a Sasha una mirada feroz y cruel, que contenía más veneno que una serpiente de cascabel. -¿Te he dicho alguna vez cuánto me gusta el estofado de perro? Tienes suficiente carne para que me dure una semana.

Sasha avanzó.

-¡Alto! Ella irrumpió mentalmente en su compañero.

-Vamos, Astrid. Déjame morderlo. Una sola vez.

-No, Sasha. Retírate.

Lo hizo, pero de mala gana. Dio un paso atrás, sus ojos nunca dejando a Zarek, quien sacó un pequeño cuchillo de pelar. Zarek pasó el dedo por el borde otra vez, mirando a Sasha. Podía ver el brillo en los ojos de medianoche de Zarek, que decían que él realmente consideraba usar el cuchillo en su compañero.

Finalmente, devolvió el cuchillo de carnicero al cajón, luego llevó el cuchillo de pelar a la sala.

El ceño fruncido de Astrid se hizo más hondo mientras Zarek iba hasta la pila de leña al lado de la chimenea y extraía un pedazo grande de madera. La llevó al sofá y se sentó.

Ignorando a Sasha, quien lo había seguido a cada paso y finalmente había terminado sentándose cerca de sus pies, Zarek comenzó a tallar la madera.

Astrid estaba atravesada por sus acciones inesperadas.

Se sentó allí por incontables minutos, en silencio total, trabajando en el trozo. Pero lo que la asombró aún más que su conducta paciente y silenciosa, era ver como el lobo que estaba tallando tomaba forma real. Iba de un pedazo de madera a un parecido notable de Sasha en muy poco tiempo.

Inclusive Sasha había levantado su cabeza para observar.

Las manos de Zarek movían el cuchillo sobre la madera con una gracia experta. Se detenía sólo a veces, cuando levantaba la mirada para comparar la pieza con Sasha.

El hombre era un artista sumamente talentoso y su talento parecía completamente contrario a lo que sabía de él.

Astrid intrigada, se encontró levantándose y regresando a la sala de estar. Sus movimientos rompieron su conexión mental con Sasha. Caminar siempre lo hacía. Ella sólo podía usar su vista siempre y cuando estuviera perfectamente quieta.

Zarek levantó la mirada en tanto sentía el aire detrás de él agitarse.

Hizo una pausa mientras contemplaba a Astrid y ella se quedó sin respiración. No acostumbrado a tener personas en una casa con él, no estaba seguro si debía saludarla o debía guardar silencio.

Optó por sólo mirarla.

Ella era tan femenina y bella. Tenia el tipo de Sharon, sólo que había una sensación de vulnerabilidad en ella de la que Sharon carecía. Sharon poseía una boca inteligente que podía rivalizar con la suya y sus años como madre soltera habían dejado un filo muy duro en ella. Pero no en Astrid. Ella tenía ese tipo de tierna suavidad que causaría a algunas personas tomaran ventaja de ella o la victimizaran.

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