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Bailando con el diablo – Cazadores Oscuros 6 (página 7)

Enviado por Maira Bordon


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9

-Ser un idiota -ella dijo, su voz quebrada por la risa.

Como ella continuaba riéndose, le clavó los ojos con incredulidad. Nadie se había atrevido a reírse de él antes. Al menos no desde el día en que había muerto.

Luego ella hizo la cosa más inesperada de todas. Se metió entre sus brazos y lo abrazó. Su risa atrajo su cuerpo hacia el suyo, prendiéndolo fuego.

Le recordaba tanto a su sueño…

Ella le pasó los brazos alrededor del cuello y lo mantuvo cerca.

Nadie alguna vez lo había sostenido así. Él no sabía si debía abrazarla o apartarla a empujones.

Al final, se encontró colocando sus brazos torpemente alrededor de ella. Ella se sentía como en su sueño. Igual de maravillosa.

Él odió eso sobre todo.

Ella le dio un fuerte apretón. -Estoy tan contenta que Acheron me enviara contigo.

-¿Por qué?

-Porque me gustas, Zarek, y creo que cualquiera, aparte de mí, ya te habría matado a estas alturas.

Aún más sospechoso de ella que antes, la soltó y dio un paso atrás. -¿Por qué te importa lo que me ocurra? Has estado dentro de mí; dime honestamente que no te asusté.

Ella suspiró. -Honestamente, Sí. Me asustas, pero de la misma manera, he visto bondad en ti, también.

-¿Y el pueblo que te mostré en mis sueños? El que destruí.

Ella frunció su frente. -Estaba quebrado y fragmentado. No me pareció un recuerdo, parecía otra cosa.

-¿Qué?

-No sé. Pienso que allí sucedió más de lo que recuerdas.

Él negó con la cabeza. ¿Cómo ella podía tener fe en él cuando él no la tenía en sí mismo? -¿Realmente eres ciega?

-No. Te veo, Zarek. En una forma que creo nadie lo hizo antes.

-Te lo aseguro, Princesa, si vieras al yo real, estarías corriendo para refugiarte -se mofó él.

-Sólo si supiese que tu estarías esperándome en el refugio.

Él estaba apabullado por lo que ella dijo.

Ella no lo decía de verdad.

Era otro juego. Otra prueba.

Nadie, nunca, lo había querido. Ni su madre, ni su padre. Ni sus dueños. Ni siquiera él querría estar consigo mismo.

¿Entonces cómo podría ella?

Zarek hizo una pausa al sentir un pequeño temblor psíquico recorrerlo. -Thanatos esta viniendo.

Sus ojos se agrandaron del miedo. -¿Estás seguro?

-Sí.

La empujó hacia la maquina de nieve. Amanecería dentro de poco tiempo.

Él estaría atrapado, pero Thanatos…

El Daimon podía caminar a la luz del día.

Zarek envolvió sus brazos alrededor de Astrid. La debería dejar aquí por lo que ella le había hecho, entregarla a Thanatos para que le diera más tiempo para escapar. Pero él tenía esta idea alocada de protegerla.

No, no era una idea. Era un anhelo que él tenia de mantenerla a salvo.

Resignado a su estupidez, echó a andar la maquina de nieve y se dirigió hacia su propiedad.

Astrid aspiró profundamente mientras reanudaban el viaje. Había violado más reglas de las que quería pensar.

Y aun así, al sentir a Zarek rodeándola, supo que valía la pena. Ella tenía que salvarle.

No importa lo que costara.

Ella nunca se había sentido tan decidida. O más segura de sí misma. Él le daba una confianza y una fuerza que nunca había conocido.

Él la necesitaba. A pesar de lo que dijera o pensara. La necesitaba de un modo que era doloroso.

El hombre no tenía a nadie en el mundo. Y por alguna razón que ella no podía entender, quería ser la única persona en quien él confiara. La única persona que lo pudiera domesticar.

Él los condujo por casi una hora antes de que se detuviesen otra vez.

-¿Dónde estamos? -preguntó mientras él se bajaba de la maquina de nieve.

-Mi cabaña.

-¿Es segura?

-Ni un poco. Y parece que todo un infierno se desató aquí.

Zarek se quedó parado en atónita incredulidad mientras miraba alrededor. Aun había sangre sobre la nieve, pero de quién era, no podía decirlo.

La vista lo desgarró al ver la realidad de su casa.

Un Cazador Oscuro había muerto aquí.

Los de su clase no morían a menudo y él sintió un dolor peculiar por el hombre que había muerto esta noche. No era correcto.

No era justo.

Si alguien debía pagar ese precio, entonces debería haber sido él. Él debería haber estado aquí para enfrentar a Thanatos.

El pensamiento de un hombre inocente convertido en una Shade[28]le hizo querer la sangre de Artemisa.

¿Y dónde diablos estaba Acheron? Para alguien que estaba supuestamente dispuesto a poner su trasero en la línea por los Cazadores Oscuros, el Atlante estaba asombrosamente ausente.

Frunciendo los labios, regresó a la maquina de nieve.

-Vamos -dijo él, -tenemos mucho que hacer.

Él se alejó dejándola encontrar su propio camino.

-Necesito tu ayuda, Zarek. Necesito que me digas donde están las cosas así no me meto en cualquier lado

Estaba en la punta de su lengua recordarle el hecho que ella había afirmado que podía cuidarse así misma. Luego sus recuerdos emergieron y recordó lo que era poder ver sólo sombras.

Llevarse objetos por delante porque no los podía ver.

Él no quería tocarla más.

Odiaba el sólo pensamiento de eso, porque cada vez que la sentía, la deseaba más ardientemente.

En contra de su voluntad, se encontró tomando su mano en la suya. -Vamos, Princesa.

Astrid refrenó su sonrisa. Su tono era rudo, pero ella sintió una victoria pequeña dentro de su corazón. Sin mencionar el hecho que él había dejado de usar "Princesa" como un insulto. Ella no creía que él se diera cuenta de que ahora cuando la llamaba así, su voz se suavizaba muy ligeramente.

En algún momento durante sus sueños, el insulto que él había usado para mantenerla a distancia se había transformado en una palabra de afecto.

Zarek la dirigió a su cabaña.

-Párate aquí -le dijo, colocándola a la izquierda al pasar la entrada.

Ella le oyó murmurando a su derecha. Mientras él estaba ocupado, ella pasó su mano contra la pared para llegar hasta él. Lo que encontró allí la asombró.

Frunciendo el ceño, pasó su mano sobre los profundos planos y depresiones de la pared. Era una sensación táctil increíble. Intrincada. Compleja. Pero lo que tocaba era tan grande que realmente no podía entender lo que representaba.

Mientras seguía el diseño con la mano se dio cuenta que cubría la pared entera.

-¿Qué es esto? -preguntó.

-Un paisaje de la playa -él dijo distraídamente.

Ella arqueó una ceja. -¿Un paisaje de la playa esta tallado en tu pared?

-Estaba aburrido ¿Ok? -dijo él bruscamente. -Así que tallo cosas. Algunas veces en el verano me quedo sin madera y tallo las paredes y los estantes.

Algo así como el lobo que había tallado en su casa.

Astrid se tropezó con algo mientras trataba de alcanzar la siguiente pared. Varias cosas se derribaron, desparramándose sobre sus pies.

Zarek maldijo. -Pensé que te dije que te quedaras donde te puse.

-Lo siento -. Ella se inclinó para recoger las cosas para encontrarse que eran animales tallados en madera.

Parecía que había docenas de ellos.

Se asombró por lo intrincado de cada pieza al pasar los dedos sobre ellos, levantándolos del suelo. -¿Hiciste todos estos?

Él no contestó mientras los agarraba rápidamente y los amontonaba otra vez.

-Zarek -dijo ella en tono severo, -háblame.

-¿Para decir qué? Sí, talle las malditas piezas. Usualmente hago tres o cuatro de ellas en una noche. ¿Y qué?

-Entonces debería haber más de ellas. ¿Dónde están las demás?

-No sé -dijo él con un tono menos hostil, -llevé algunas al pueblo y las regalé y el resto las quemé cuando los generadores se apagaron.

-¿No significan nada para ti?

-No. Nada significa una mierda para mí.

-¿Nada?

Zarek hizo una pausa al verla arrodillarse al lado de él. Sus mejillas estaban irritadas, la piel ya no estaba suave y protegida como había estado cuando la despertó en su cabaña. Tenía la mirada fija sobre su hombro, pero él supo que era así porque no estaba realmente segura de dónde él estaba.

Sus labios estaban ligeramente separados, su pelo desordenado.

En su mente podía verla entre sus brazos, sintiendo su piel resbalando contra la de él. Y en ese momento, hizo un descubrimiento sorprendente.

A él sí le importaba algo.

Ella.

Si bien ella le había mentido y engañado, no quería que se hiciera daño. No quería ver su piel delicada dañada por el clima extremo.

Ella debería estar protegida de tal dureza.

Cómo se odiaba por esa debilidad.

-No, Princesa -murmuró él, la mentira atascándose en su garganta. -No me preocupo por nada.

Ella extendió la mano para tocarle la cara. -¿Esa mentira es para tu beneficio o el mío?

-¿Quién dice que es una mentira?

-Yo, Zarek. Para un hombre que no le importa nada, has hecho un gran esfuerzo para asegurarte que estoy a salvo -ella le sonrió. -Te conozco, Príncipe Encantado. Yo realmente veo que hay dentro tuyo.

-Estas ciega.

Ella negó con la cabeza. -No tan ciega como tu.

Luego ella hizo la cosa más inesperada de todas. Se inclinó hacia delante y capturó sus labios con los de ella.

Algo dentro de él se hizo pedazos ante el contacto, ante la sensación de sus dulces labios húmedos. De su lengua tocando la de él.

Éste no era un sueño.

Esto era real.

Y era maravilloso. Tan buena como había sabido ella antes, era mucho mejor ahora.

La aplastó contra él, asumiendo el control del beso. Quería devorarla. Tomarla ahora mismo en el piso hasta que su erección se consumiera y saciara.

Pero si sus sueños eran un índice, entonces le llevaría más que un sólo acto sexual aliviar el fuego de su ingle.

Él podía amar a esta mujer durante toda la noche y todavía mendigar por más cuando la mañana llegara.

Astrid no podía respirar por la fiereza de su beso. El calor de su cuerpo prendió fuego al de ella.

Él era verdaderamente indomable, su guerrero.

Él deslizó su mano fresca bajo su camisa hasta que pudo tomar su pecho. Ella tembló cuando sus dedos apartaron a un lado el encaje de su sostén a fin de que él pudiera pasar la palma contra su pezón dilatado.

Ella nunca había permitido que alguien la tocara así. Pero en verdad, ella había hecho un montón de cosas con él que nunca antes había hecho.

Toda su vida, había sido recatada y correcta. El tipo de mujer que vivía de acuerdo a las reglas y que nunca trató de romperlas o siquiera torcerlas.

Zarek liberó algo dentro de ella. Algo descabellado y maravilloso.

Algo inesperado.

Él se apartó de sus labios mientras su mano se movía más abajo, sobre su estomago, bajando hacia su cintura.

Tembló mientras le desabotonaba los pantalones, luego deslizó el cierre. En el sueño, aún había cierta protección de que no era real. De que todo era un sueño.

Esta noche la barrera había desaparecido. Una vez que él la tocara en este reino, no habría vuelta atrás.

¿Qué diablos? No había vuelta atrás para ella de cualquier manera. Nunca sería la misma.

-¿Me dejarías joderte en mi piso, Princesa? -preguntó, su voz quebrada y profunda con hambre.

-No, Zarek -suspiró ella. -Pero puedes hacer el amor conmigo donde sea que quieras.

Tomo su mano en la de ella y la deslizó dentro de los pantalones, adentro de sus bragas de algodón.

La respiración de Zarek fue salvaje al abrir ella las piernas, incitándolo. La miró extendida sobre el piso. Su camisa arrugada estaba levantada, mostrando su estómago redondeado mientras su mano descansaba contra su ropa interior rosa claro. Delgados mechones de pelo se asomaban de abajo de la cinturilla mientras él masajeaba su montículo delicadamente.

Ella abrió la cremallera de sus pantalones, liberando su erección. Él no pudo moverse mientras lo tomaba entre sus cálidas manos.

Su cuerpo estaba en llamas, deslizó su mano a través de los rizos húmedos en la unión de sus muslos a fin de poder tocarla íntimamente mientras ella lo acariciaba.

Estaba tan mojada ya, sus labios inferiores hinchados, implorando por más. Sus manos lo masajearon, causándole que se endureciera al extremo del dolor.

Él deslizó sus dedos en su hendidura, deleitándose con el sonido de su quejido de placer.

Él hundió su cabeza en su pecho, para juguetear con su pezón. Lo chupó y probó, tomándose el tiempo para saborearla.

Queriendo más de ella, deslizar sus dedos dentro de ella, sólo para tocar algo que lo dejó estupefacto. Algo que no había estado allí en el sueño.

Se congeló.

Haciéndose para atrás, frunció el ceño al sentir su himen bajo el sondeo de sus dedos. -¿Eres virgen?

-Sí.

Él maldijo y se alejó de ella.

-Eres una virgen -él repitió. -¿Cómo diantre puedes ser virgen?

-Fácil. Nunca me he acostado con un hombre.

-Pero en mis sueños…

-Esos eran sueños, Zarek. Ese no era realmente mi cuerpo.

Su vista se oscureció. Los celos lo mordieron. Su pequeña ninfa había encontrado una maldita escapatoria. -¿A cuántos hombres has jodido en tus sueños?

-¡Eres un bastardo! -dijo ella enojada, levantándose hasta quedar sentada en el piso. -¡Si pudiera encontrar tu cara, entonces te abofetearía!

Enojada, se enderezó la ropa y se alejó de él. Sus mejillas estaban ruborizadas, sus manos temblando, mientras continuaba maldiciendo a los dos entre dientes.

Fue ahí cuando él lo supo.

Ella no estaría así de enojada si fuera culpable de lo que le había dicho.

Ella nunca había estado con otro hombre.

Sólo con él.

Ese conocimiento lo devastó.

Él no podía comenzar a entender porque ella le ofrecería algo que no había ofrecido a nadie más.

No tenía sentido en su mundo.

-¿Por qué quieres estar conmigo?

Ella hizo una pausa al vestirse y miró furiosamente en su dirección. -No tengo idea. Eres malhumorado. Grosero. Aborrecible. Nunca en mi vida vi a alguien más maleducado y… y… irritante. No respetas a nadie, ni siquiera a ti mismo. Todo lo que puedes hacer es provocar, provocar, provocar. Ni siquiera sabes ser feliz.

Astrid abrió la boca para continuar, pero se detuvo al darse cuenta del tono de voz de Zarek cuando le planteó la pregunta.

Había sido amablemente indagatorio. No acusatorio.

Sobre todo, había provenido muy profundamente de dentro de él.

Y así que le contestó desde su corazón.

-¿Quieres saber la verdad, Zarek? Quiero estar contigo porque hay algo en ti que me pone caliente y me estremece. Cuando te siento cerca de mí, quiero extender la mano y tocarte. Deslizarte dentro de mí a fin de poder mantenerte cerca y decirte que todo va a estar bien. Que no voy a dejar que nadie te lastime.

-No soy un niño -dijo él enojado.

Astrid extendió la mano a través de la oscuridad y encontró su mano en el piso delante de ella. La tomó entre las de ella y la sostuvo fuertemente.

-No, no eres un niño. Nunca lo fuiste. Se supone que los niños deben ser protegidos y cuidados. Nunca nadie te abrazó cuando llorabas. Nadie alguna vez te consoló. Nunca te contaron historias o hicieron que te rieras cuando estabas triste.

La tragedia de su vida tuvo mayor alcance para ella en ese momento, penetrando en su corazón, haciéndole querer llorar por toda la injusticia que había recibido.

Las cosas que ella había dado por supuesto cuando niña, le habían sido negadas a él. Amistad, felicidad, familia, regalos. Y sobre todo, amor.

Su vida había sido tan injusta.

Ella arrastró su mano por su brazo musculoso, para enterrarla en su pelo a fin de poder acariciar su cuero cabelludo.

-Has el amor conmigo, Zarek. No puedo quitar tu pasado, pero te puedo abrazar ahora. Quiero compartir mi cuerpo contigo, aún si es sólo por poco tiempo.

La tiró con fuerza contra él y la besó apasionadamente. Ella gimió, arqueando su espalda mientras la colocaba en el piso.

Astrid pateó sus zapatos, luego removió sus pantalones y bragas. Se quitó de encima la camisa y desabrochó su sostén.

Debería estar avergonzada, ya que nunca se había desnudado delante de alguien. Nunca había estado desnuda cuando los demás estaban vestidos.

Pero ella no estaba avergonzada.

Se sentía poderosa con él. Femenina. Sabía que él la deseaba y ella sólo deseaba complacerlo.

Ella yacía recostada contra su piso helado.

Zarek fascinado, no podía moverse al ver a Astrid doblar las rodillas y abrir las piernas en invitación.

Sus pezones estaban arrugados de frío y de deseo. Su pelo estaba suelto, derramado sobre sus hombros, y sus manos descansaban sobre su estómago.

Pero era su centro en donde él clavó los ojos. Ella estaba ya mojada para él, su cuerpo abotagado con necesidad igual que estaba el de él.

-Tengo frío, Zarek -murmuró ella. -¿Me calentarías?

Él debería levantarse y dejarla allí así.

Él no podía.

Nunca nadie le había ofrecido un regalo tan precioso.

Nadie sino Astrid.

Él agarró las mantas de su jergón y la cubrió con ellas. Se quitó sus ropas, luego se unió a ella. Separando sus muslos aún más, se tomó un momento para mirar la parte mas privada de su cuerpo.

Ella era tan bella.

Recorrió con sus dedos su abertura, haciéndola temblar aún más bajo el calor de las pieles. Usando sus pulgares, le separó los labios y entonces bajó la cabeza para tomarla en su boca.

Astrid se quedó sin aliento al sentir la lengua de Zarek recorriéndola. Él lamió y probó, mientras su respiración le calentaba el trasero.

Sus manos calientes tomaron sus caderas, jalándola más cerca a su boca y a la áspera piel de su cara.

Él gimió como si el sabor de ella fuese paradisíaco. Relamiéndose los labios, Astrid se estiró hasta ahuecar su cara en sus manos mientras le daba placer.

Su corazón martilló al sentir su mandíbula moviéndose bajo sus manos.

En sus sueños su toque había sido increíble, pero en la realidad era mucho más intenso.

Mucho más satisfactorio.

Su cabeza giró mientras su corazón se aceleraba. El éxtasis desenfrenado bailó a través de ella y la dejó pronunciando su nombre al presionarse a sí misma más cerca de sus labios.

Y cuando ella se corrió, gritó, sosteniendo su cabeza contra ella, mientras su cuerpo se desintegraba en mil chispas de placer.

Él continuó lamiéndola y probándola hasta que lloriqueó de placer.

Zarek se hizo para atrás para verla jadeando en el piso. La parte superior estaba cubierta de pieles y mantas, pero la parte inferior estaba al descubierto, resplandeciendo en la suave luz de la linterna, con la combinación de sus jugos con los de él.

Su cara estaba excitada, sus ojos brillantes.

Él nunca había tenido a una mujer en su cabaña antes. Más especialmente, una desnuda.

Él apartó las mantas. Ella se quedó sin aliento al sentirlas raspar sus pechos abotagados, sensibles. Zarek se aparto sólo el tiempo suficiente para quitarse las ropas.

Ella lo alcanzó mientras extendía su cuerpo sobre el de ella y dejaba que su calor lo calentara.

Zarek gruñó al rozar sus pezones duros con su pecho. La punta de su pene presionando contra los vellos húmedos entre sus piernas.

Astrid los cubrió a ambos con las mantas otra vez y lo acunó con su cuerpo.

Dioses, qué bien la sentía bajo él, en esta forma. Cara a cara. Sus piernas envueltas alrededor de su cintura. Sus manos acariciando su espalda desnuda.

Inclinó la cabeza y la besó, explorando su boca con la lengua.

Pero no era su boca lo que quería penetrar…

Arrastró su mano por su brazo hasta que pudo entrelazar sus dedos con los de ella. Sosteniendo sus manos encima de sus cabezas, él hizo más hondo el beso.

Astrid tragó al sentir a Zarek levantar su peso, dejando todo su lujurioso, ondulante cuerpo masculino sobre el de ella.

Presionó la punta de su pene contra su centro. Ella arqueó la espalda, esperando que la llenara.

Él hizo más hondo su beso y, con un empuje se deslizó profundamente en su interior.

Astrid se encogió y lloriqueó ante la punzada de dolor que pasó sobre su placer.

Zarek se salió inmediatamente. -¿Oh, Dios mío, Astrid, te lastimé? Lo siento. No sabía que iba a doler.

Su arrepentimiento fue tan inmediato y sincero que la dejó aún más estupefacta que el dolor.

Las disculpas y Zarek eran dos cosas que iban tan juntas como los puercos espines y los globos.

Obviamente, él no sabía lo que ella sí.

-Está bien -dijo ella, besándolo hasta que se relajó. -Se supone que duele la primera vez.

-No me dolió la primera vez que lo hice. Créeme.

Ella se rió de eso. -Es cosa de mujeres, Príncipe Encantado. Está bien, de verdad.

Ella bajó la mano por su cuerpo y lo encontró todavía duro y latiendo. Él gimió profundamente en su garganta mientras ella lo acariciaba.

Mordiéndose los labios, lo dirigió hacia ella.

Él se tensó, rehusándose a dejar que ella lo atrajese a su nido. -No quiero lastimarte.

La alegría la llenó. -No lo harás, Zarek. Te quiero dentro de mí.

Él vaciló algunos minutos más antes de deslizase lentamente en ella otra vez.

Ambos gimieron.

Astrid arqueó su espalda ante la increíble percepción intensa y dura de él en su interior. Él era tan grande. Tan dominante.

Ella subió y bajó sus manos sobre sus hombros y musculosa espalda.

Lo único que haría esto más perfecto sería poder ver en sus ojos mientras la amaba. Eso era lo único que ella extrañaba de tenerlo en sus sueños. Si bien la sensación de él era más intensa ahora, ella deseaba poder verlo otra vez.

Gimiendo su nombre, él enterró sus labios en su garganta, raspando su piel con sus colmillos mientras la penetraba lentamente, enérgicamente.

El corazón de Zarek latía a gran velocidad mientras saboreaba la calidez, la humedad de ella. Dejó que la suavidad de su cuerpo lo apaciguara.

Su toque era el paraíso. Lo era en el sonido de su nombre en los labios de ella.

Ni siquiera una vez soñó que tomar a una mujer de esta forma, lo podía hacer sentir como ella lo hacia.

Ella ahuecó su cara entre sus manos.

-¿Qué estas haciendo? -murmuró él.

-Quiero verte.

Él colocó su mano encima de la de ella y luego giró su cara a fin de poder besarle la palma abierta.

Astrid se derritió ante la ternura de sus acciones mientras se movía despacio y duro contra ella. Su barba pinchaba sus manos, pero sus labios eran suaves, tiernos.

Era como una pantera domesticada. Una que todavía era salvaje en el corazón pero que podía venir y acariciar con la nariz tu mano siempre que tuvieras cuidado de él y no te movieras demasiado rápido.

Se inclinó hacia delante sobre ella y enterró sus labios contra su cuello. Ella tembló al pasar sus manos sobre su fuerte espalda, hasta sus caderas.

Cómo amaba esa percepción de él allí. La percepción de sus caderas empujando contra las de ella.

Rodeándolo, trajo las manos hacia delante, y las deslizó entre sus cuerpos. Sus vellos raspaban su piel mientras ella rodeaba su mojado pene con las manos a fin de poder sentirlo deslizándose dentro y fuera de ella.

Zarek contuvo la respiración mientras ella lo tocaba cuando él la penetraba. Oh, la dulzura de sus manos sobre él…

La besó mientras ella exploraba en donde se unían, y cuando ella delicadamente apretó sus testículos gruñó al acercase peligrosamente al orgasmo.

-Tranquila, Princesa -susurró, apartándole las manos. -No quiero correrme aún. Quiero sentirte por un poco más de tiempo.

Astrid sonrió por sus palabras roncas. Él le sostenía los brazos por encima de la cabeza y sumergió la suya para pellizcarle suavemente su pecho.

Cómo amaba a este hombre.

Sus defectos, irritabilidad y todo.

-Soy toda tuya, cariño -murmuró ella. -Tómate tu tiempo.

Y él lo hizo. Besó cada centímetro de ella que pudo alcanzar mientras todavía estaba dentro de ella.

El efecto de cada caricia tierna estaba intensificado porque ella era consciente de la rareza del gesto. Éste no era un hombre que se abrazara con cualquiera. Él no se iba voluntariamente con cualquier mujer que le sonriera.

Él era su zorro que sólo dejaba su guarida cuando oía el sonido de sus pasos.

Ella sola lo había domesticado.

Él nunca pertenecería a nadie en la forma que le pertenecía a ella.

Astrid se corrió otra vez pronunciando su nombre.

Zarek aceleró sus embates y se unió a ella en el éxtasis, su cabeza dando vueltas.

Él yació jadeando y débil sobre ella, escuchando el latir de su corazón contra su pecho.

No había ningún lugar que él quisiera estar más que con ella, dejando que el olor de su piel dulce y sudorosa lo arrullara y serenara.

Nunca había estado tan caliente. Tan saciado.

Tan feliz.

Todo lo que quería era yacer aquí desnudo con ella y olvidarse completamente del resto del mundo.

Desgraciadamente, era la única cosa que no podía hacer.

Besándola dulcemente, se echó hacia atrás. -Deberíamos vestirnos. No sé si Thanatos vendrá aquí, pero apuesto que lo hará.

Ella asintió con la cabeza.

Zarek vaciló al ver la sangre en sus muslos, ya que le había roto su himen.

Apretando los dientes, se dio media vuelta, avergonzado del hecho de haberla tomado en el piso como un animal después de todo. Ella no merecía esto.

Ella no lo merecía a él.

¿Qué había hecho?

La había arruinado.

Ella se sentó y tocó su hombro. La sensación de eso lo desgarró, atravesándolo. Era familiar.

Era sublime.

¿Entonces por qué le hacía doler el estómago?

-¿Zarek? ¿Algo está mal?

-No -mintió incapaz de decirle lo que pensaba. Ella nunca debería haber yacido con alguien como él. Estaba tan por debajo de ella que no merecía su bondad.

Él no merecía nada.

Y aún así ella extendió la mano y lo tocó. No tenía sentido para él.

Ella apoyó su mejilla contra su espalda y rodeó su cintura con el brazo. Él apenas podía respirar al sentir como pasaba su mano sobre su pecho en un gesto reconfortante.

-No tengo arrepentimientos, Zarek. Espero que sientas lo mismo.

Él se apoyó contra ella y trató en no dejar que su corazón dolorido ensombreciera lo que habían compartido.

-¿Cómo podría lamentar la mejor noche de mi vida? -se rió él amargamente al recordar todo lo que había ocurrido desde que Jess lo sacudiera hasta despertarlo. -Bien, excepto por el Terminator que va tras nosotros y la diosa que me quiere muerto y…

-Me hago una idea -dijo ella riéndose. Ella acarició con la nariz su cuello, enviando escalofríos sobre él. -Parece no haber esperanza, ¿no?

Él pensó en eso. -Sin esperanza significaba que alguna vez hubo "esperanza". Y esa es otra palabra que no entiendo. La esperanza sólo existe para las personas que pueden elegir.

-¿Y tu no?

Él jugueteó con una hebra de su rubio cabello. -Soy un esclavo, Astrid. Nunca he conocido la esperanza. Sólo hago lo que me dicen.

-Aún así nunca la tuviste.

Eso no era exactamente cierto. Como humano, nunca se había atrevido a abrir la boca para protestar por algo. Había tomado paliza tras paliza, degradación tras degradación, y no había hecho nada.

Fue solamente como Cazador Oscuro que había aprendido a pelear.

-¿Piensas que Sasha está bien?

Su cambio brusco de tema lo asombró. -Lo creo. Jess es un genio con los animales. Incluso los Katagaria.

Ella se rió de eso. -Por qué creo, Zarek, que estás aprendiendo a reconfortar a alguien después de todo. Medio esperaba que dijeras que estabas deseando que yaciera en una zanja en alguna parte.

Él miró hacia abajo, a su mano pequeña sobre su piel, descansando simplemente sobre su corazón. Era cierto. Ella lo había domesticado.

Cambiado.

Y lo asustó más que el monstruo que estaba fuera para matarlos.

Podía tratar con Thanatos, pero con estas emociones

Él estaba indefenso ante ella.

-Si, pues bien, con suerte él estará más allá de toda ayuda.

Ella se rió de eso, luego lo besó suavemente en la espalda. Ella se apartó para vestirse.

Zarek la observaba, su corazón martillaba. ¿Que había en ella que lo hacia querer ser algo más que lo que él era?

Por ella, él realmente quería ser bueno. Amable.

Humano.

Cosas que él nunca había sido.

Forzándose a parase, lanzó sus ropas viejas en el basurero y sacó nuevas de su ropero. Al menos ya no tendría el agujero en la parte trasera de su abrigo. Le tomó un par de minutos ponerle una de sus viejas parkas.

-¿Qué es esto? -preguntó ella mientras él se la acomodaba sobre los hombros.

-Te mantendrá más caliente que tu abrigo.

Ella pasó los brazos por las mangas demasiado largas mientras él recogía guantes, gorros, y bufandas para ellos.

-¿Adónde vamos? ¿No amanecerá pronto?

-Sí, y ya lo verás. En cierto modo.

Una vez que él la vistió apropiadamente y se hubo puesto sus botas aislantes, movió a un lado la estufa a leña a fin de poder alcanzar la puerta trampa que estaba abajo de ésta.

Él ayudó a bajar Astrid por el hueco, luego descendió tras ella y cerró la puerta. Usando su telequinesia, hizo retroceder la estufa a leña.

-¿En dónde estamos?

-En los túneles.

Zarek encendió su linterna. Estaba más oscuro que una tumba aquí abajo y más frío que el infierno. Pero estarían seguros. Por un tiempo, al menos.

Si Thanatos regresaba durante el día, él no sabría de este lugar. Nadie sabía.

-¿Qué son los túneles?

-Abreviando, mi aburrimiento. Después de tuve tallada mi cabaña, empecé a excavar debajo de ella. Calculaba que me daría más espacio para moverme durante el verano, y no es tan caliente aquí abajo en el verano o tan frío en el invierno. Sin mencionar que siempre estuve paranoico de que Acheron viniera a matarme algún día. Quería una ruta de escape de la cual él no supiera.

-Pero la tierra esta sólidamente congelada. ¿Cómo te las arreglaste?

-Soy más fuerte que un humano y tuve novecientos años para trabajar en esto. Estar atrapado y aburrido tiende a las personas a hacer cosas dementes.

-¿Como tratar de cavar un túnel a China?

-Exactamente.

Él la condujo por el corredor estrecho hacia un cuarto pequeño donde tenía armas almacenadas.

-¿Nos quedaremos acá durante el día?

-Puesto que no quiero arder espontáneamente por el sol, pienso que es la cosa más segura de hacer, ¿no crees?

Ella asintió con la cabeza.

Una vez que él tuvo tanta potencia de fuego como podía cargar, la llevó al final del túnel más largo. La puerta trampa encima de ellos conducía al denso bosque que rodeaba la cabaña. Sería un lugar seguro del que salir después del anochecer.

-¿Por qué no te adelantas y duermes un poco? -dijo él.

Sin pensar, se quitó de encima su parka de buey almizclero y le hizo una pequeña cama en el piso.

Astrid comenzó a protestar, luego se contuvo. Los actos bondadosos eran ajenos a Zarek. Ella no iba a quejarse sobre su buen acto.

En lugar de eso, ella se acostó sobre su abrigo.

Pero él no hizo ningún movimiento para unirse a ella. Paseó alrededor del espacio limitado y pareció estar esperando que ella se durmiera.

Curiosa por ver que planeaba, cerró los ojos y fingió somnolencia.

Zarek esperó varios minutos antes de tomar el teléfono celular que Spawn le había dado. Subió las escaleras y abrió la puerta-trampa hacia el bosque a fin que el teléfono tuviera señal.

Se aseguró de no dejar entrar la luz del preamanecer.

Zarek no sabía si esto podía funcionar o no, pero tenía que intentarlo.

Marcó el número de Ash y apretó "llamar".

-Vamos, Acheron -dijo susurrando. -Contesta el maldito teléfono.

Astrid yació en silencio, sabiendo que el teléfono celular nunca sornaría donde Ash estaba. Artemisa no lo permitiría.

Pero vamos, Artemisa no controlaba todo.

Usando sus limitados poderes, Astrid "ayudó" a la señal.

Ash se despertó de golpe en el mismo momento en que su teléfono sonó. Por costumbre, se dio vuelta en la cama para tratar de alcanzar su mochila, solo para recordar dónde estaba él y que no tenía permiso de contestar su teléfono mientras estuviese en el templo de Artemisa.

Pensándolo mejor, su teléfono no debería estar sonando. No era como si hubiera una torre en el Olimpo para llevar la señal.

Lo cuál quería decir que tenía que venir de Astrid…

Pero si Artemisa lo atrapaba hablando con la ninfa, entonces ella se enojaría mucho y reaccionaria violentamente retractándose de su acuerdo. No es que a él le importase lo que le hiciera a él, pero él no quería desatar el temperamento de Artemisa contra Astrid.

Apretando los dientes, sacó su teléfono y dejó que su casilla de voz respondiera mientras él escuchaba el mensaje.

Lo que oyó hizo que su vista se oscureciera.

No era Astrid. Era Zarek.

-Maldición, Acheron, ¿dónde estas? -gruñó Zarek, luego siguieron unos pocos segundos de silencio. -Yo…yo… necesito tu ayuda.

El estómago de Ash se contrajo al escuchar las cuatro palabras que nunca había esperado que Zarek pronunciase.

Debía estar realmente mal para que el ex-esclavo admitiera que necesitaba alguna cosa de alguien. Especialmente de él.

-Mira Acheron, yo sé que soy un hombre muerto y no me importa. No estoy seguro cuánto sabes de mi situación, pero hay alguien conmigo. Su nombre es Astrid y ella dice que es una ninfa de justicia. Esta cosa, Thanatos, está tras de mí y él ya ha matado a un Cazador Oscuro esta noche. Sé que si él coloca sus manos en Astrid, la matará, también. Tienes que protegerla por mí, Acheron… por favor. Necesito que vengas a buscarla y la mantengas segura mientras me enfrento a Thanatos. Si no lo quieres hacer por mí, entonces hazlo por ella. Ella no merece morir porque trató de ayudarme.

Ash se sentó en la cama. Sostenía el teléfono ferozmente apretado en su mano.

Él quería contestarle. Pero no se atrevió. La furia y el dolor emergieron a través de él.

Cómo se atrevía Artemisa a traicionarlo otra vez.

Maldita ella por esto.

Él debería haber sabido que ella no acorralaría a Thanatos como había prometido. ¿Qué era una vida más aniquilada para ella?

Nada. Nada tenía importancia para ella excepto lo que ella quería.

Pero a él le importaba. A él le importaba en un modo que Artemisa nunca comprendería.

-Estoy en mi cabaña con el teléfono de Spawn. Llámame. Necesitamos sacarla fuera de aquí tan pronto como sea posible.

El teléfono quedó muerto.

Ash arrojó hacia atrás las mantas y se puso sus ropas encima de su cuerpo. Furioso, tiró el teléfono en su mochila y abrió las puertas del dormitorio con estruendo.

Artemisa estaba sentada en su trono con su hermano gemelo, Apolo, parado frente a ella.

Ambos saltaron mientras él entraba.

No era extraño que Artemisa le hubiera dicho que él necesitaba descansar.

Ella sabía que era mejor no dejar que él y Apolo estuvieran en el mismo lugar. Se llevaban aun "mejor" que lo que lo hacían Artemisa y Simi.

Apolo cargó contra él.

Ash estiró la mano y devolvió el golpe al dios. -Mantente lejos de mí, niño brillo de sol. No estoy de humor para ti hoy.

Ash se dirigió hacia la puerta sólo para encontrarse a Artemisa bloqueando su camino otra vez. -¿Qué haces?

-Me voy.

-No puedes.

-Salte de mi camino, Artemisa. En el humor que estoy, solo podría lastimarte si continúas parada allí.

-Juraste que te quedarías aquí por dos semanas. Si dejas el Olimpo, morirás. No puedes faltar a tu palabra, sabes eso.

Ash cerró los ojos y maldijo a la única minúscula cosa que había olvidado en su cólera. A diferencia de los dioses olímpicos, su juramento era obligatorio. Una vez que él pronunciaba un juramento, estaba atado a él por más que lo quisiera de otra manera.

-¿Qué esta haciendo él aquí? -gruñó Apolo. -Me dijiste que él ya no vendría aquí nunca más.

-Cállate, Apolo -dijeron él y Artemisa al unísono.

Ash miró a Artemisa mientras ella daba un paso hacia atrás. -¿Por qué me mentiste acerca de Thanatos? Me dijiste que había sido encerrado otra vez.

-No mentí.

-¿No? ¿Entonces por que él anduvo suelto anoche en Alaska, matando a mi Dark Hunter, después que me dijiste que estaba encerrado otra vez?

-¿Mató a Zarek?

Él frunció los labios. -Borra esa expresión de esperanza de tu cara. Zarek está vivo, pero alguien más fue asesinado.

Se le cayó la cara. -¿A quién?

-¿Cómo podría saberlo? Estoy pegado aquí contigo.

Ella puso tiesa por la forma en que él dijo eso. -Les dije a los Oráculos que lo encerraran después de que Dion lo liberara. Asumí que habían hecho eso.

-¿Entonces quién lo dejó salir esta vez?

Ambos miraron a Apolo.

-No lo hice -dijo Apolo bruscamente. -Ni siquiera sé dónde alojas a esa criatura.

-Mejor que no lo hayas hecho -gruñó Ash.

Apolo le sonrió sarcásticamente. -No me asustas, humano. Te maté una vez, lo puedo hacer nuevamente.

Ash sonrió lentamente, fríamente. Eso fue entonces, esto era ahora, y ellos estaban en un dominio enteramente nuevo con un conjunto de reglas completamente nuevas que él daría cualquier cosa por presentárselas al dios. -Por favor has un intento.

Artemisa se paró entre ellos. -Apolo, vete.

-¿Qué hay acerca de él?

-Él no es de tu incumbencia.

Apolo sintió como si ambos lo rechazaran. -No puedo creer que admitas a algo como él en tu templo.

Con su cara ruborizada, Artemisa miró a otro lado, demasiado avergonzada para decirle algo a su hermano.

Era lo que Ash esperaba de ella.

Avergonzada de él y su relación, Artemisa siempre había tratado de mantener a distancia a Ash de los otros olímpicos tanto como podía. Por siglos, los otros dioses supieron que él la visitaba. Las habladurías sobre lo que hacían juntos abundaban y sobre cuánto tiempo él se quedaba con ella, pero Artemisa nunca había confirmado una relación entre ellos. Nunca se había dignado a tocarlo en presencia de cualquier otra persona.

Lo molestaba que después de once mil años todavía fuera su sucio secreto. Después de todo lo que habían hecho, ella difícilmente tratara de mirarlo cuando otros estaban alrededor.

Y aun así ella lo tenía atado a ella y se rehusaba a dejarlo ir.

Su relación era enfermiza y bien que él lo sabía.

Desdichadamente, él no tenía opción en el asunto.

Pero si él alguna vez pudiera librarse de ella, correría tan rápido como pudiera. Ella lo sabía tan bien como él.

Era por eso que ella lo tenía agarrado tan apretadamente.

Apolo se inclinó a modo de burla. –Tsoulus.

Ash se puso rígido ante el antiguo insulto griego. No era la primera vez que él había sido llamado eso. Como un ser humano, él había respondido a eso provocadoramente, con un tipo de enfermo regocijo.

Lo único que realmente le dolió fue saber que once mil años más tarde, era igual de aplicable a él como lo había sido entonces.

Sólo que ahora él no disfrutaba del título.

Ahora lo hería intensamente en el alma.

Artemisa agarró a su hermano por la oreja y lo empujó hacia la puerta. -Vete -gruñó ella al empujarlo afuera y cerrar de un golpe la puerta.

Ella se volvió para enfrentar a Acheron.

Ash no se había movido. El insulto todavía ardía a fuego lento profundamente en su interior.

-Él es un idiota.

Ash no se molestó de contradecirla. Él estaba completamente de acuerdo.

-Simi, toma forma humana.

Simi flotó fuera de su manga para mostrarse al lado de él. -¿Sí, akri?

-Protege a Zarek y Astrid.

-¡No! -protestó Artemisa. -No la puedes dejar ir, podría decirle a Zarek todo lo que ocurrió.

-Entonces déjala. Es hora que él entienda.

-¿Entender qué? ¿Quieres que sepa la verdad acerca de ti?

Ash sintió una ola atravesándolo y supo que sus ojos relampaguearon cambiando de plata a rojo. Artemisa dio un paso atrás, prueba suficiente de ello.

-Es la verdad sobre ti la que impedí que sepa -dijo Ash dijo entre dientes apretados.

-¿Fue eso, Acheron? ¿Fue realmente acerca de mí o borraste sus recuerdos de esa noche porque tenías miedo de lo que él hubiera pensado de ti?

La ola se hizo más profunda.

Ash levantó las manos para silenciar a Artemisa antes de que fuera demasiado tarde y sus poderes asumieron el control de él. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que se había alimentado y él estaba demasiado volátil para controlarse.

Si continuaban peleando, no podría decir que sería capaz de hacer él.

Miró hacia Simi que esperaba al lado de él. -Simi, no hables con Zarek pero asegúrate que Thanatos no mate a ninguno de los dos.

-Dile que no mate a Thanatos, tampoco.

Ash comenzó a discutir, luego se detuvo. Ellos no tenían tiempo, ni él tenía el suficiente control sobre sí mismo. Si Thanatos mataba a Zarek y Astrid, entonces la vida sería bastante más complicada para todo el mundo.

-No mates a Thanatos, Simi. Ahora, vete.

-De acuerdo, akri, los protegeré -. Simi desapareció.

Artemisa estrechó sus ojos verdes en él. -No puedo creer que la enviases sola. Es peor que Zarek y Thanatos combinados.

-No tengo alternativa, Artie. ¿Has pensado en lo que ocurriría si Astrid muere? ¿Cómo piensas que sus hermanas reaccionarán?

-Ella no puede morir a menos que ellas lo decidan.

-Eso no es cierto y lo sabes. Hay algunas cosas sobre las que ni siquiera los Destinos tienen control. Y te aseguro que si tu mascota loca destruye a la hermanita amada, entonces demandarán tu cabeza por eso.

Ash no tuvo que decir nada más que eso. Porque si Artemisa perdía su cabeza, entonces el mundo que todos conocían se volvería algo verdaderamente aterrador.

-Iré a hablar con los Oráculos.

-Bien, has eso, Artie, y mientras estas en ello, mejor piensa en ir tras de Thanatos tu misma y traerlo a casa.

Ella frunció los labios. -Soy una diosa, no un criado. No voy a traer a nadie.

Ash se movió para parase tan cerca de ella que apenas el ancho de una mano los separaba. El aire entre ellos ondeó con sus poderes en pugna, con la ferocidad de sus crudas emociones. -Tarde o temprano, todos tenemos que hacer cosas que están por debajo de nosotros. Recuerda eso, Artemisa.

Él se alejó de ella y le dio la espalda.

-Sólo porque tú te vendes tan barato, Acheron, no significa que yo tenga que hacerlo.

Él se congeló, su espalda todavía hacia ella, mientras sus palabras lo desgarraban. Eran crueles y rudas. Estuvo a punto de maldecirla por eso.

Él no lo hizo y ella fue condenadamente afortunada por su control.

En lugar de eso, él habló serenamente, y escogió cada palabra deliberada, cuidadosamente. -Si yo fuera tú, Artie, rezaría por nunca obtener lo que verdaderamente te mereces. Si Thanatos mata a Astrid, ni siquiera yo seré capaz de salvarte.

Capitulo 12

Zarek hizo a un lado el teléfono y miró a Astrid durmiendo en su abrigo. Él necesitaba descansar también, pero realmente no podía hacerlo. Estaba demasiado herido para dormir.

Después de cerrar la puerta trampa, se movió hacia su improvisada cama.

Los recuerdos volvieron a surgir.

Se vio hecho una furia. Vio caras y llamas. Sintió la furia de su enojo chisporroteando a través de él. Había matado a las mismas personas que se suponía que tenía que proteger.

Había matado…

Una risa malvada hizo eco en su cabeza. Un destello de luz llenó el cuarto.

Y Ash…

Zarek se esforzó por recordar. ¿Por qué no podía recordar lo que sucedió en Nueva Orleáns?

¿Lo que sucedió en su pueblo?

Todo estaba fragmentado y nada tenía sentido. Era como si miles de piezas de un rompecabezas hubieran sido lanzadas al piso y él no pudiera resolver dónde iba cada una.

Caminó por el estrecho espacio, haciendo su mejor esfuerzo por recordar el pasado.

Las horas pasaron lentamente mientras escuchaba cualquier sonido que delatara que Thanatos se acercaba. En algún momento, cerca del mediodía, el excesivo cansancio lo alcanzó y se acostó al lado de Astrid.

En contra de su voluntad, se encontró acunándola entre sus brazos e inspirando el dulce, fragante perfume de su pelo.

Se acurrucó contra ella, cerró los ojos y oró por un sueño amable…

Zarek tropezó al ser empujado con fuerza hacia adelante y atado al poste de flagelación en el antiguo patio romano. Su peplo andrajoso, raído, estaba desgarrado, dejando su cuerpo desnudo ante las tres personas reunidas allí para castigarlo.

Él tenía once años de edad.

Sus hermanos Marius y Marcus estaban parados delante de él con miradas aburridas en sus caras mientras su padre desenrollaba el látigo de cuero.

Zarek estaba ya tenso, sabiendo muy bien el dolor que iba a recibir.

-No me importa cuántos latigazos le dé, Padre -dijo Marius. -No me disculpo por insultar a Maximillius y tengo la intención de volver a hacerlo la próxima vez que lo vea.

Su padre dejó de moverse. -¿Qué ocurre si te digo que este lastimoso esclavo es tu hermano? ¿Te importaría entonces?

Los dos niños estallaron en risas. -¿Este miserable? No hay sangre romana en él.

Su padre avanzó. Enterró su mano en el pelo de Zarek y levantó su cabeza a fin de que sus hermanos pudieran ver su cara llena de cicatrices. -¿Estás seguro que no están emparentados?

Dejaron de reírse.

Zarek se mantuvo completamente quieto, incapaz de respirar. Él siempre había sabido sobre su linaje. Le era recordado todos los días cuándo los otros esclavos escupían su comida o le lanzaban cosas o lo golpeaban porque no se atrevían a dirigir su cólera y odio al resto de la familia.

-¿Qué está diciendo, Padre? -preguntó Marius.

Su padre empujó la cabeza de Zarek contra el poste, luego lo soltó. -Lo engendré con la puta favorita de tu tío. ¿Por qué piensan que lo enviaron cuando era un niño?

Marius frunció los labios. -Él no es hermano mío. Prefiero reclamar a Valerius que a esta postilla.

Marius se acercó a Zarek. Se inclinó, tratando de encontrar la mirada de Zarek.

Sin otro recurso, Zarek cerró los ojos. Él había aprendido hacía mucho tiempo que mirar de frente a sus hermanos significaba una paliza aún más ruda.

-¿Qué dices, esclavo? ¿Tienes algo de sangre romana en ti?

Zarek negó con la cabeza.

-¿Eres mi hermano?

Otra vez él negó con la cabeza.

-¿Entonces, estás llamando a mi noble padre mentiroso?

Zarek se congeló al percatarse que había sido engañado por ellos otra vez. Aterrorizándose, trató de apartarse del poste. Quería escaparse de lo que vendría por esto.

-¿Lo haces? -demandó Marius.

Él negó con la cabeza.

Pero era demasiado tarde. El látigo cortó el aire con un siseo aterrorizador y mordió su espalda, cortando la carne desnuda.

Zarek se despertó temblando. Se esforzaba por respirar mientras luchaba por sentarse y miraba alrededor salvajemente, medio esperando que uno de sus hermanos estuviera allí.

-¿Zarek?

Él sintió el calor de una suave mano en su espalda.

-¿Estás bien?

No pudo hablar mientras los viejos recuerdos llameaban dentro de él. Desde el momento en que Marius y Marcus supieron la verdad hasta el día que su padre había sobornado a un traficante de esclavos para llevarlo, sus hermanos habían hecho un esfuerzo extraordinario para hacerle pagar a Zarek el hecho de que estuvieran emparentados.

Él nunca había conocido un solo día de paz.

Mendigo, campesino, o noble, todos eran mejor que él.

Y él no fue sino un patético chivo expiatorio para todos ellos.

Astrid se sentó y envolvió sus brazos alrededor de su cintura. -Estas tiritando. ¿Tienes frío?

Todavía no contestaba. Sabía que debería apartarla, pero en ese mismísimo momento quería su consuelo. Él deseaba que alguien le dijera que no era una persona sin valor.

Alguien que le dijera que no se avergonzaba de él.

Cerrando los ojos, la acercó y colocó la cabeza en su hombro.

Astrid estaba estupefacta por sus inusuales acciones. Ella acarició su pelo y lo meció suavemente en sus brazos. Simplemente sosteniéndolo.

-¿Me dirás qué esta mal? -preguntó ella quedamente.

-¿Por qué? No cambiaria nada.

-Porque me importa, Zarek. Quiero hacer lo mejor. Si me dejaras.

Su tono fue tan bajo que ella tuvo que esforzarse para oír lo que él dijo. -Hay algunos dolores que nada puede aliviarlos.

Ella colocó su mano sobre su mejilla. -¿Como cuales?

Él vaciló por varios latidos antes de hablar otra vez. -¿Sabes cómo morí?

-No.

-Sobre manos y rodillas, como un animal sobre la tierra, rogando por misericordia.

Ella se sobresaltó ante sus palabras. Estaba tan dolorida por él que apenas podía respirar por la tensión de su pecho.

-¿Por qué?

Él se tensó y tragó. Al principio ella pensó que se apartaría, pero no se movió. Se quedó allí, dejándola abrazarlo.

-¿Tu viste cómo mi padre se deshizo de mí? ¿Cómo le pagó al traficante de esclavos para que me llevara?

-Sí.

-Viví con el traficante por cinco años.

Los brazos de Zarek se apretaron alrededor de ella como si apenas pudiera soportar admitir eso ante ella. -No puedes imaginar cómo me trataron. Lo que me vi forzado a limpiar.

-Todos los días cuándo me despertaba, maldecía por encontrarme todavía vivo. Todas las noches rezaba para morir mientras dormía. Nunca tuve un solo sueño de escapar de esa vida. La idea de escapar no se te ocurre cuando has nacido esclavo. El pensamiento de que no merecía lo que me hicieron nunca se introdujo en mi mente. Era lo que yo era. Todo lo que conocía. Y no tenía esperanza de que alguien me comprara para sacarme de allí. Cada vez que un cliente entraba y me veía, oía sus bruscas inspiraciones de aire. Veía las confusas sombras de sus horrorizados gestos de desprecio.

Los ojos de Astrid se llenaron de lágrimas. Él era un hombre tan bien parecido que cualquier mujer mataría por tenerle, y aún así su apariencia había sido brutalmente arruinada. Sin otra razón más que la crueldad.

Nadie debería ser baldado y degradado como él lo había sido.

Nadie.

Ella presionó sus labios en su frente, peinando su pelo con los dedos hacia atrás mientras él continuaba confiándole lo qué ella estaba segura nunca había confiado a otro ser viviente.

No había emoción en su voz. La única pista del dolor que él sentía era la tensión de su cuerpo. El hecho de que él aún tenía que dejarla ir.

-Un día una bella señora entró -murmuró él. -Tenía a un soldado romano como escolta. Ella se quedó parada en la entrada vistiendo un peplo azul oscuro. Su pelo era tan negro como el cielo de medianoche, su piel era tersa e inmaculada. No la podía ver muy claramente, pero oía a los otros esclavos murmurando acerca de ella y sólo hacían eso cuando la mujer era verdaderamente excepcional.

Una apuñalada de celos traspasó a Astrid.

¿La había amado Zarek?

-¿Quién era ella? -preguntó.

-Solo otra mujer de la nobleza, queriendo un esclavo.

La respiración de Zarek caía contra su cuello mientras él jugueteaba con una hebra de su pelo entre sus dedos callosos. La ternura de ese gesto no le pasó desapercibida a ella.

-Ella se acercó a la celda donde estaba limpiando los orinales -dijo él. -Yo no me atreví a mirarla y luego la oí decir, 'quiero éste'. Asumí que ella se refería a uno de los otros hombres. Pero cuando vinieron por mí, me quedé sin habla.

Astrid sonrió tristemente. -Ella reconocía algo bueno cuando lo veía.

-No -dijo él agudamente. -Ella quería que un criado le advirtiera a ella y a su amante cuando su marido volvía a casa inesperadamente. Quería a un esclavo que fuese leal a ella. Uno que le debiera todo. Era la criatura más miserable de allí y ella nunca dejó de recordármelo. Una palabra de ella y me habrían devuelto directamente a mi infierno.

Él se apartó de ella.

Ella extendió la mano para encontrarlo sentado al lado de ella. -¿Lo hizo?

-No. Ella me conservó a pesar de que su marido se ponía lívido en mi presencia. Él no podía soportar verme. Era tan repugnante. Lisiado. Medio ciego. Tenía cicatrices tan feas que los niños solían llorar cuando me veían. Las mujeres se quedaban sin aliento y desviaban sus ojos, luego se apartaban de mi camino, asustadas de que en mi condición las pudiera rozar.

Astrid se estremeció ante lo que él describía. -¿Cuánto tiempo la serviste?

-Seis años. Fui completamente leal a ella. Habría hecho cualquier cosa que ella me pidiera.

-¿Ella era amable contigo?

-No. No realmente. Ella no era más que amable. No quería tener que mirarme más que cualquier otro lo querría. Así es que me mantenía oculto en una celda pequeña, y sólo me sacaba siempre que su amante llegaba a visitarla. Permanecía en la entrada y escuchaba si los guardias saludaban a su Señor. Cuando él regresaba y ellos estaban juntos, corría a su cuarto y golpeaba en la puerta para advertirlos.

Eso explicaba bastante acerca de su muerte. -¿Es así cómo moriste? ¿Te atrapó su señor advirtiéndoles?

-No. Ese día, fui a la puerta para advertirla, pero cuando logré llegar oí que lloraba de dolor, diciéndole a su amante que dejara de lastimarla. Me apresuré a entrar y lo encontré golpeándola. Traté de alejarlo de ella. Pero se volvió contra mí. Él finalmente oyó a su marido afuera y se fue. Ella me dijo a mí que saliera también y lo hice.

Zarek se quedó callado mientras el recuerdo de ese día lo desgarraba nuevamente. Él todavía podía ver la pequeña celda que era su cuarto. Oler el hedor de la celda y el de su cuerpo herido. Sentir el dolor en su cara y cuello en donde Arkus lo había golpeado repetidamente mientras él trataba de alejar al soldado lejos de Carlia.

El soldado le había propinado una paliza tan fuerte que él había esperado que lo matara. Había estado tan lastimado y arruinado después que apenas podía moverse, apenas respirar, mientras cojeaba de regreso al hueco dónde Carlia lo mantenía.

Zarek había estado sentado sobre el piso, clavando los ojos en la pared, esperando con ilusión que su cuerpo dejara de doler.

Luego la puerta se había abierto.

Él había visto la imagen poco definida del marido de Carlia, Theodosius, mirándolo con una cruda furia deformándole la cara.

Al principio Zarek había asumido inocentemente que el senador se había enterado de la infidelidad de su esposa y su parte en advertirla cuando él volvía a casa.

No había sido así.

-¡Cómo te atreves! -Theodosius lo había levantado tomándolo del pelo y lo había arrojado de la celda. El hombre lo había golpeado y pateado a través del patio de la casa durante todo el camino hacia el cuarto de Carlia.

Zarek se había desparramado en su dormitorio, justamente a unos metros de ella. Él yació en el piso, golpeado y ensangrentado, estremeciéndose, sin idea de por que él había sido atacado esta vez.

Indefenso, esperó que ella dijera algo.

Su cara amoratada estaba cenicienta, estaba parada allí como una reina andrajosa, apretando firmemente a su cuerpo devastado su túnica ensangrentada y desgarrada.

-¿Este el que te violó? -preguntó Theodosius a su esposa.

La boca de Zarek se quedó seca ante la pregunta. No, él no debía haber oído correctamente.

Ella lloró incontrolablemente mientras su sierva trataba de confortarla. -Sí. Él me hizo esto.

Zarek se atrevió a levantar la mirada hacia Carlia, incapaz de creer su mentira. Después de todo lo que él había hecho por ella…

Después de la paliza que él había recibido de su amante por protegerla. ¿Cómo le podía hacer esto a él?

-Mi señora…

Theodosius cruelmente lo pateó en la cabeza, cortando el resto de sus palabras. -Silencio, perro sin valor -. Él se volvió contra su esposa.

-Te dije que debías haberlo dejado en el pozo negro. ¿Vez lo qué sucede cuándo sientes lástima por criaturas como esta?

Luego Theodosius había llamado a sus guardias.

Zarek había sido inmediatamente sacado del cuarto, y llevado a las autoridades. Había tratado de protestar su inocencia, pero la justicia romana seguía un principio básico: Culpable hasta probar lo contrario.

Su palabra como esclavo no era nada comparada con la de Carlia.

En el transcurso de una semana, los jueces romanos consiguieron, mediante torturar, una completa confesión de él.

Él habría dicho cualquier cosa para detener la dolorosa tortura.

Él nunca había conocido más dolor que él vivido en esa semana. Ni siquiera la crueldad de su padre podía igualarse a los instrumentos del gobierno romano.

Y así es que él había sido condenado. Él, un virgen que nunca había tocado la carne de una mujer de ninguna forma, iba a ser ejecutado por violar a su dueña.

-Me arrastraron desde mi celda y me llevaron atravesando la ciudad, donde todo el mundo estaba congregado para escupirme -murmuró él inexpresivamente al oído de Astrid. -Me abuchearon y lanzaron comida podrida, llamándome cada nombre que puedas imaginar. Los soldados me desataron del carro y me arrastraron al centro de la multitud. Trataron de pararme, pero mis piernas estaban quebradas. Finalmente, me dejaron allí sobre mis manos y rodillas a fin de que la multitud pudiera apedrearme. Sabes, todavía puedo sentir las rocas lloviendo sobre mi cuerpo. Oírlos diciéndome que muriera.

Astrid luchaba por respirar cuando terminó su historia.

-Estoy tan apenada, Zarek -murmuró ella, sufriendo por él.

-No seas condescendiente -gruñó él.

Ella se apoyó en él y presionó sus labios contra su mejilla. -Créeme, no lo soy. Nunca sobreprotegería a alguien con tu fuerza.

Él trató de apartarse de ella, pero lo sujetó con fuerza. -No soy fuerte.

-Sí lo eres. No sé cómo has soportado el dolor de tu vida. Siempre me he sentido sola, pero no en tu forma.

Él se relajó un poco mientras ella se apoyaba contra su lado. Deseaba poder verlo ahora. Ver las emociones en sus oscuros ojos.

-Sabes, no estoy realmente loco.

Ella sonrió. -Sé que no lo estas.

Él dejó escapar un largo, cansado suspiro. -¿Por qué no te fuiste con Jess cuando tuviste la oportunidad? Podrías estar a salvo ahora.

-Si te dejo antes de que el juicio se haya terminado, entonces los Destinos te matarán.

-¿Y qué?

-No quiero que mueras, Zarek.

-Continúas diciendo eso y todavía no sé por qué.

Porque te amo. Las palabras se atascaron en su garganta. Ella quería desesperadamente tener el valor de decirlo en voz alta, pero sabía que él no lo aceptaría.

No su Príncipe Encantado.

Él gruñiría y la apartaría a la fuerza porque en su mente tal cosa no existía.

Él no lo entendería.

Ella no sabía si alguna vez él lo haría.

Astrid quería abrazarlo. Consolarlo.

Pero sobre todo, quería amarlo. De un modo que la hacia sufrir y volar al mismo tiempo.

¿Zarek alguna vez permitiría a ella o a cualquiera, amarlo?

-¿Qué puedo decirte para que me creas? -respondió ella. -Te reirías si dijese que me preocupo por ti. Te enojarías si dijese que te amo. Así que dime por qué no quiero que mueras.

Ella sintió los músculos de su mandíbula moviéndose debajo de su mano. -Desearía poder sacarte de aquí, Princesa. No es necesario que estés conmigo.

-No, Zarek, no es necesario. Pero quiero estar contigo.

Zarek se sobresaltó al escuchar las palabras más bellas que había oído alguna vez en su vida.

Ella lo asombraba. No había paredes entre ellos ahora. Ningún secreto. Ella lo conocía de una forma como nadie en toda su vida.

Y ella no lo rechazaba.

No la entendía. -Ni siquiera yo quiero estar conmigo la mayoría de las veces. ¿Por qué tu sí?

Ella le dio un empellón. -Juro que eres como un niño de tres años. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué es el cielo azul? ¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué mi perro tiene pelo? Algunas cosas sólo son, Zarek. No tienen que tener sentido. Acéptalo.

-¿Y si no puedo?

-Entonces tienes peores problemas que Thanatos queriendo matarte.

Él pensó sobre eso por un memento. ¿Podría aceptar lo que le ofrecía?

¿Se atrevería?

Él no sabía como ser un amigo. No sabía como reírse de placer o ser simpático.

Para un hombre que tenía dos mil años de edad, realmente sabía muy poco acerca de la vida.

-Dime, Princesa. Honestamente. ¿Cómo vas a juzgarme?

Ella no dudó en responder. -Voy a absolverte si puedo.

Él se rió amargamente. -Fui condenado por algo que no hice y absuelto por lo que sí hice. Hay algo incorrecto en eso.

-Zarek…

-¿Y aceptarán tu fallo ahora? -preguntó él, interrumpiéndola. -No eres exactamente imparcial, no?

-Yo… -. Astrid hizo una pausa al considerarlo. -Lo aceptarán. Sólo tenemos que encontrar la manera de probarles que no es peligroso que estés con otras personas.

-No suenas muy segura acerca de eso, Princesa.

Ella no lo estaba. Ni siquiera una vez en toda eternidad ella había contravenido el juramento de imparcialidad.

Con Zarek, sí.

-Acuéstate, Zarek -dijo ella, tirando de su hombro. -Ambos necesitamos descansar.

Zarek hizo como le dijo. Para su desazón y deleite, ella colocó su cabeza en su pecho y se acurrucó cerca.

Él nunca había sostenido a una mujer de esta forma y se encontró pasando su mano a través de su largo cabello rubio. Esparciéndolo sobre su pecho. Él inclinó su cabeza a fin de poder mirarla.

Ella tenía cerrados los ojos y ociosamente trazaba círculos en su pecho, alrededor de su pezón, el cual estaba duro y erecto debajo de su camisa negra de jersey.

Sentía una cercanía a ella que era indescriptible. Cómo desearía poder quedarse así por siempre.

Pero los sueños y las esperanzas eran tan ajenos a él como el amor y la bondad.

A diferencia de ella, él no veía un futuro.

Sólo veía su muerte claramente en su mente.

Aún si Thanatos no lo mataba, no tenía sentido desear querer estar con Astrid.

Ella era una diosa.

Él era un esclavo.

Él no tenía lugar en su mundo más del que tenía en el reino de los mortales.

Solo. Él siempre estaba solo. Y se quedaría de ese modo.

No tenía importancia si sobrevivía a Thanatos. Él viviría sólo para verla segura.

Suspirando, cerró los ojos y se forzó a sí mismo a dormir otra vez.

Astrid escuchó a Zarek cuando se durmió. Su mano enterrada en su pelo, y aún inconsciente, se aferraba a ella como si estuviese asustado de dejarla ir.

Ella deseó poder entrar en su cabeza otra vez. Deseó un momento en donde pudiera mirarse en sus ojos negros como la medianoche y ver la belleza de su oscuro guerrero.

Pero no era su cara o su cuerpo lo que la hacía arder.

Era el hombre que estaba dentro de su corazón maltratado y herido. El que podía crear poesía y arte. El que escondía su vulnerabilidad detrás de respuestas punzantes y mordaces.

Y ella lo amaba. Aún cuando era malhumorado y molesto. Aun cuando él estaba enojado.

Pero por otra parte, ella entendía esa parte de él.

¿Cómo podía alguien soportar tanto dolor y no quedar marcado por eso?

¿Y qué sería de él ahora?

Aún si ella lograba que se aceptara su fallo, dudaba que Artemisa lo dejara salir de Alaska alguna vez.

Él estaría atrapado aquí por siempre.

Ella tembló al pensar en su aislamiento.

¿Y qué pasaba con ella?

¿Cómo podía regresar a su vida sin él? A ella realmente le gustaba estar con él. Él era divertido de un muy agudo modo.

-¿Astrid?

Ella levantó la cabeza, asombrada del sonido de su nombre en sus labios. Era la primera vez que lo pronunciaba fuera de sus sueños. Ella no se había percatado que él estaba despierto.

-¿Sí?

-Haz el amor conmigo.

Ella cerró los ojos y saboreó esas palabras tanto como había saboreado su nombre.

Traviesamente, ella arqueó una ceja. -¿Por qué?

-Porque necesito estar dentro de ti ahora mismo. Quiero sentirme unido a ti.

Su garganta se contrajo ante sus palabras. ¿Cómo podía negarle alguna vez una petición tan simple?

Astrid se enderezó en sus rodillas, y montó a horcajadas sus caderas. Él ahuecó su cara entre sus manos y la jaló hacia abajo para un beso abrasador.

Ella nunca había imaginado que un hombre podía ser así. Tan duro y a la vez tan tierno.

Astrid mordisqueó sus labios y barbilla con los dientes. -Deberías estar descansando.

-No quiero descansar. Rara vez duermo, de cualquier manera.

Ella sabía que era cierto. El único momento en que él había dormido más que un par de horas de un tirón fue cuando lo había drogado. A juzgar por lo que había visto en sus sueños y lo que había dicho M'Adoc, entendía perfectamente por qué.

Y en su corazón ella quería consolarlo.

Se quitó la camisa sobre su cabeza.

Zarek tragó ante la vista de su piel y pechos desnudos. Él se hinchó debajo de ella. Sólo habían pasado unas pocas horas desde que habían tenido sexo.

No, ella no había tenido sexo.

Eso era por lo que él necesitaba sentirla ahora. Él deseaba desesperadamente sus manos en su carne. Su cuerpo desnudo contra el de él.

Porque ellos no habían tenido sólo sexo. Lo que compartieron era mucho más que eso. Era básico, primitivo y sublime.

¿Qué le había hecho ella?

Pero entonces lo supo.

Ella había hecho lo imposible. Ella se había deslizado dentro de su muerto corazón.

Sólo Astrid lo hacía arder. Lo hacía desear.

Lo hacía humano.

En sus brazos, había descubierto su humanidad. Inclusive, su alma perdida.

Ella significaba algo para él y él al menos podía pretender que significaba algo para ella.

Él estiró la mano para abrir lentamente la cremallera de sus pantalones a fin de poder deslizar su mano en sus rosadas bragas de algodón y hundir sus dedos en su húmedo calor. Todavía lo asombraba que ella lo dejara tocarla de esta forma.

Concedido, las mujeres habían sido mucho más receptivas con él como un Cazador Oscuro que cuando era un humano, pero no lo habían cambiado. Él las había evitado, sabiendo que la única razón por lo que se sentían atraídas era porque Acheron había reparado su cuerpo. Así es que él le había gruñido a aquellas que se le habían ofrecido y sólo había tomado a un puñado de ellas cuando se había cansado de sacudirse con fuerza a sí mismo.

Pero al final, no habían significado nada para él. Él ni siquiera podía recordar algunas de sus caras.

Astrid gimió mientras él la acariciaba.

-Zarek -murmuró, su respiración cayendo suavemente sobre su mejilla. -Amo la sensación de tus manos en mi cuerpo.

-¿Aún si soy un esclavo y tu una diosa?

-No soy ninguna diosa como tú tampoco eres un esclavo.

Él comenzó a contradecirla, luego se detuvo. No quería que nada echara a perder este momento. Este podría ser el último momento que él tuviera con ella.

Thanatos podía atravesar la puerta en cualquier momento para matarlo, y si él tenia que morir, entonces quería un momento de felicidad.

Y ella lo hacía feliz. De un modo que nunca hubiera creído posible.

Cuando estaba con ella, parecía que algo dentro de él quería volar. Reír.

Él estaba completamente caliente.

-Sabes -murmuró ella, -creo que estaba equivocada más temprano. Creo que me has convertido en una ninfo.

Zarek sonrió y separó su mano de ella a fin de poder abrir su cremallera y liberarla de sus pantalones. Los bajó de un empujón por sus piernas hasta las rodillas, pero no quería moverla a ella para quitarlos completamente.

Él la levantó y luego la colocó sobre él.

Gimieron al unísono.

Era tan erótico verla desnuda sobre él mientras él estaba todavía en su mayor parte vestido. Él levantó sus caderas del piso, empujándose profundamente en su interior mientras pasaba sus manos sobre sus pechos desnudos.

Astrid jadeó al sentir la dureza de Zarek dentro de ella. Ella había empujado su camisa hacia arriba por lo que su estómago musculoso estaba desnudo, pero él estaba casi completamente vestido. Sus pantalones de cuero rozaban contra sus muslos con cada movimiento que él hacía.

Sus manos la dejaron.

Unos pocos segundos más tarde, ella sintió su parka suave de piel contra su piel desnuda mientras él la envolvía a su alrededor.

-No quiero que tengas frío -explicó él quedamente.

Ella le sonrió, emocionada por su consideración. -¿Cómo podría tener frío contigo dentro de mí?

Él se levantó y la envolvió en sus brazos. Sus labios poseyeron los suyos con una pasión ardiente que la dejó débil y sin aliento.

Astrid gritó al correrse entre sus brazos.

Zarek esperó hasta que el último pequeño temblor de su orgasmo se escurriera de su cuerpo, antes de sentarse derecho, aún dentro de ella y la recostó contra el piso.

Besándola otra vez, aceleró sus embates, buscando su propia paz.

Y cuando la encontró, no cerró los ojos. Bajó la mirada hacia la mujer que se le había entregado.

Ella yacía bajo él, respirando trabajosamente, sus ojos ciegos, su toque encantado.

Él supo entonces que no había nada que él no hiciera por ella. Si ella se lo pidiera, él atravesaría caminando los fuegos del infierno sólo para hacerla sonreír.

Él maldijo ante el pensamiento.

-¿Zarek?

Él apretó los dientes al apartarse de ella. -¿Qué?

Ella tomó su barbilla en su mano y le volteó la cara hacia la de ella, luego lo besó ferozmente. -No te atrevas a alejarte de mí.

No podía respirar al sentirla con cada fibra de su ser. Su desnudo trasero estaba húmedo contra su ingle, su piel fría en contra de la de él.

Pero era el calor de sus labios y su respiración lo que lo calentaban.

El fuego de su intrépida voluntad. Ardía a través de él, arrancado siglos de soledad y dolor.

-"Tu sabes… mi flor" -susurró él. -"Yo soy responsable por ella" -la besó tiernamente. -"Ella ni siquiera tiene cuatro espinas para protegerse a sí misma de cualquier daño".

Astrid escuchó como él citaba a El Principito. -¿Por qué te amas tanto ese libro? -le preguntó.

-Porque quiero oír las campanas cuando contemplo el cielo. Quiero reírme, pero no sé cómo.

Sus labios se estremecieron de tristeza. Esa era la lección del libro. Era para recordar a las personas que era bueno interesarse y que una vez que dejabas entrar a alguien en tu corazón, no estabas nunca realmente solo. Inclusive la cosa más sencilla, como contemplar el cielo, podría traer consuelo, aún cuando el que amabas estuviera lejos. -¿Y si te enseño a reír?

-Estaría domesticado.

-¿Lo estarías? ¿O serías la oveja que tiene un bozal sin correa y que come la rosa cuando se supone que no debe hacerlo? En cierta forma pienso que aún domesticado, estarías fuera de control.

Astrid sintió la cosa más notable en ese momento. Los labios de Zarek se fruncieron bajo su mano.

-¿Estás sonriendo?

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