Sus edades iban desde los cuatro a los ocho años, y todos tenían varas en sus manos y estaban riendo y gritando. -Saboréalo, saboréalo, saboréalo.
Un cuarto niño de alrededor de doce años pasó corriendo delante de ella. Sus ojos azules y cabellos negros eran espectaculares, y tenía un parecido notable con el hombre a quien ella había visto a través los ojos de Sasha.
-¿Es ese Zarek?
M'Adoc negó con la cabeza. -Ese es su medio hermano, Marius.
Marius corrió hacia los demás.
-Él no lo hará, Marius -dijo otro niño antes de golpear con su vara lo que fuese que estuviera en la tierra.
Marius tomó la vara de la mano de su hermano y atizó el bulto sobre la tierra. -¿Qué ocurre, esclavo? ¿Eres demasiado bueno para comer desechos?
Astrid se quedó sin aliento al percatarse que había otro niño sobre el terreno. Uno que estaba vestido con ropa hecha jirones al cual estaban tratando de forzar a comer alimento podrido. El niño estaba doblado en posición fetal, cubriéndose su cabeza al punto que apenas se veía humano.
Los que tenían las varas siguieron atizándolo y golpeándolo. Pateándolo cuando no respondía a sus golpes o a sus insultos.
-¿Quiénes son todos estos niños? -preguntó ella.
-Los medio hermanos de Zarek -. M'Adoc los señaló. -Marius, lo conoces. Marcus es el que esta vestido de azul con ojos café. Él tiene nueve años de edad, creo. Lucius es el bebé, quien recién tiene cinco años y está vestido de rojo. El de ocho años es Aesculus.
-¿Dónde esta Zarek?
-Es el que está sobre la tierra con la cabeza cubierta.
Ella se sobresaltó, si bien había sospechado algo así. Para ser honestos, no podía quitar su mirada de él. Todavía no se había movido. No importa cuán duro lo golpeaban, no importa lo que le decían. Él yació allí como una roca inamovible.
-¿Por qué lo torturan?
Los ojos de M'Adoc estaban tristes, dejándola saber que él estaba extrayendo algunas de las emociones de Zarek mientras observaba a los niños. -Porque pueden. Su padre era Gaius Magnus. Él gobernaba a todo el mundo, incluida su familia, con puño severo. Él era tan malo que mató a la madre de ellos porque ella le sonrió a otro hombre.
Astrid estaba horrorizada por las noticias.
-Magnus usaba a sus esclavos para ayudar a entrenar a sus hijos para la crueldad. Zarek tuvo la desgracia de ser uno de sus chivos expiatorios y, a diferencia de los demás, no tuvo la suficiente suerte como para morir.
Ella apenas podía entender lo que M'Adoc le decía. Había visto bastante crueldad en su tiempo, pero nunca algo como esto.
Era inimaginable que tuvieran permiso de tratarlo así, especialmente cuando era de la familia.
-Dijiste que eran los medio hermanos de Zarek. ¿Cómo es que él es un esclavo cuando ellos no lo son? ¿Ellos eran familiares a través de su madre muerta?
-No. Su padre engendró brutalmente a Zarek con una de las esclavas griegas de su tío. Cuando Zarek nació, su madre sobornó a uno de los sirvientes para sacar a Zarek y exponerlo a fin de que muriera. El criado se apiadó del niño, y en lugar de matarlo, se aseguró que el bebé fuera con su padre.
Astrid miró hacia atrás al niño sobre el terreno. -Su padre no lo quiso, tampoco -era una afirmación de los hechos.
No había ninguna duda que nadie en este lugar quería al niño.
-No. Para él Zarek era sucio. Débil. Zarek podía tener su sangre en él, pero también cargaba la sangre de una esclava sin valor. Así que Gadus entregó a Zarek a sus esclavos, quienes volcaron el odio por su padre sobre él.
Cada vez que uno de los esclavos o los sirvientes estaban enojados con el padre de Zarek o sus hermanos, el niño sufría por eso. Creció como el chivo expiatorio de todo el mundo.
Ella observó como Marius agarraba a Zarek por el pelo, y lo levantaba. Su respiración quedó atrapada en la garganta al ver la condición de la bella cara. No tenía más de diez años, estaba lleno de cicatrices tan feas que apenas parecía humano.
-¿Qué ocurre, esclavo? ¿No tienes hambre?
Zarek no contestó. Tiró de la mano de Marius, tratando de escaparse. Pero no pronunció una sola palabra de protesta. Era como si supiese que era lo mejor o estuviese tan acostumbrado al abuso que no se tomó la molestia.
-¡Déjalo ir!
Ella giró al ver a otro niño de la edad de Zarek. Como Zarek, tenía ojos azules y cabellos negros, y tenía un fuerte parecido con sus hermanos.
El recién llegado se precipitó sobre Marius y lo forzó a soltar a Zarek. Retorció la mano del niño mayor detrás de su espalda.
-Ese es Valerius -le informó M'Adoc. -Otro de los hermanos de Zarek.
-¿Cuál es tu problema, Marius? -demandó Valerius. -No deberías atacar a los débiles. Míralo. Apenas puede estar parado.
Marius se contorsionó para liberarse de Valerius, y lo golpeó tirándolo al piso. -No tienes valor, Valerius. No puedo creer que lleves el nombre del abuelo. No haces más que deshonrarlo.
Marius se rió sarcásticamente como si rechazara la presencia del niño.
-Eres débil. Cobarde. El mundo pertenece sólo a aquellos que son lo suficientemente fuertes para tomarlo. No obstante te compadecerías también de los que son débiles para pelear. No puedo creer que vengamos del mismo vientre.
Los otros niños atacaron Valerius mientras Marius regresaba a Zarek.
-Tienes razón, esclavo -dijo él, agarrando a Zarek por el pelo. -No mereces un repollo. El estiércol es todo lo que mereces de comida.
Marius lo tiró hacia…
Astrid se salió del sueño, incapaz de soportar lo que sabía que iba a ocurrir.
Acostumbrada a no sentir nada por otras personas, ahora estaba abrumada por sus emociones. Ella realmente se estremeció de furia y dolor por él.
¿Cómo esto podía haber sucedido?
¿Cómo pudo aguantar Zarek vivir la vida que había recibido?
En este momento, ella odió a sus hermanas por su parte durante la infancia de él.
Pero claro, ni aún los Destinos podían controlar todo. Ella sabía eso. Aún así, no alivió el dolor en su corazón por un niño que debería haber sido mimado.
Un niño que se había convertido en un hombre enojado, amargado.
¿Se podía esperar que él no fuera tan rudo? ¿Cómo alguien podía esperar que fuera de otra manera cuando todo lo que alguna vez le habían mostrado era desprecio?
-Te lo advertí -dijo M'Adoc mientras se unía con ella. -Por esto incluso los Skoti se niegan a visitar sus sueños. Tomando en consideración, que este es uno de sus recuerdos más apacibles.
-No entiendo cómo sobrevivió -murmuró ella, tratando de hacer que tuviera sentido. -¿Por qué no se suicidó?
M'Adoc la miró cuidadosamente. -Sólo Zarek puede contestar a eso.
Él le dio un frasco pequeño.
Astrid clavó los ojos en el líquido rojo oscuro que tenía un gran parecido con la sangre. Idios. Es un suero inusual que era hecho por los Oneroi, que posibilitaba a ellos o alguien más, por un corto período de tiempo, convertirse en uno con el soñador.
Podía ser usado en los sueños para guiar y dirigir, para permitir que una persona que duerme pudiera experimentar la vida de otra persona a fin de poderlo entender mejor.
Sólo tres de los Oneroi lo poseían. M'Adoc, M'Ordant, y D'Alerian. Más a menudo lo usaban con los humanos para dispensar comprensión y compasión.
Un sorbo y ella podría estar en los sueños de Zarek. Tendría total comprensión de él.
Ella sería de él.
Y sentiría todas sus emociones…
Era un enorme paso a dar. En lo más profundo sabía que si lo tomaba, entonces nunca sería la misma.
Y otra vez, podría encontrar que no había ninguna cosa más en Zarek que la furia y el odio. Él muy bien podría ser el animal que los otros lo acusaban ser.
Un sorbo y ella sabría la verdad…
Astrid quitó el tapón y bebió del frasco.
Ella no sabía qué estaba soñando Zarek en este momento, sólo esperaba que él hubiera seguido adelante del sueño del que había sido testigo.
Él había seguido.
Zarek ahora tenía catorce años.
Al principio, Astrid pensó que su ceguera había regresado hasta que se dio cuenta de que veía a través de los ojos de Zarek. O el ojo, más bien. El lado izquierdo de la cara dolía cada vez que trataba de parpadear. Una cicatriz había fundido la costra con su mejilla, haciendo que los músculos faciales dolieran.
Su ojo derecho, todavía funcionando, tenía una extraña neblina parecida a una catarata y le tomó unos minutos antes de que sus recuerdos se convirtieran en los de ella y así poder entender lo que le había sucedido.
Había sido golpeado tan brutalmente dos años antes por un soldado en el mercado, que el revestimiento de la córnea de su ojo derecho había sido gravemente dañado. Su ojo izquierdo había sido cegado varios años antes, por otra paliza, obra de su hermano Valerius.
Zarek no era capaz de ver mucho más que sombras y borrones.
No es que a él le importase. Al menos así, no tenía que ver su propio reflejo.
Ni se preocupaba más por el desprecio en las miradas de las personas.
Zarek caminó arrastrando los pies a través de una vieja calle, abarrotada en el mercado. Su pierna derecha estaba tiesa, apenas capaz de doblarse de todas las veces que había estado quebrada y no había sido acomodada.
Por eso, era algo más corta que su pierna izquierda. Tenía un modo de andar irritante que no le permitía moverse tan velozmente como la mayoría de la gente. Su brazo derecho estaba casi de la misma forma. Tenía poco o ningún movimiento en él y su brazo derecho estaba virtualmente inútil.
En su mano izquierda, agarraba firmemente tres quadrans. Monedas que no tenían valor para la mayoría de los romanos, pero que eran preciosas para él.
Valerius había estado enojado con Marius y había lanzado el bolso de Marius por la ventana. Marius había obligado a otro esclavo a recogerlas, pero tres quadrans habían quedado sin recoger. La única razón por lo que había sabido acerca de eso era porque lo habían golpeado en la espalda.
Zarek debería haber entregado las monedas, pero si hubiera hecho el intento, Marius lo hubiera golpeado por eso. El mayor de sus hermanos no podía aguantar verlo y Zarek había aprendido hacía mucho tiempo a quedarse tan lejos de Marius como podía.
Por lo que respectaba a Valerius…
Zarek lo odiaba más que a todos. A diferencia de los demás, Valerius trató de ayudarlo pero cada vez que Valerius había tratado de hacer eso, habían sido atrapados y el castigo de Zarek se había incrementado.
Como el resto de su familia, odiaba el corazón blando de Valerius. Era mejor que Valerius lo insultara como hacían los demás. Por que al final, Valerius se veía forzado a lastimarlo más aún para probar a todos que no era débil.
Zarek, siguió el perfume de pan horneado, cojeó hasta la panadería. El perfume era maravilloso. Caliente. Dulce. El pensamiento de degustar un pedazo hacía que sus latidos se aceleraran y su boca se hiciera agua.
Él oyó a las personas maldecirlo mientras se acercaba. Vio sus sombras alejarse a toda prisa de él.
No le importaba. Zarek sabía qué tan repulsivo era. Se lo habían dicho desde la hora de su nacimiento.
Si tuviese alguna vez una opción, se habría dejado a sí mismo también. Pero como era, él estaba clavado en este cuerpo cojo y lleno de cicatrices.
Sólo deseaba ser sordo además de ciego. Entonces así no tendría que oír los insultos.
Zarek se acercó a lo que pensó podría ser un joven, parado con una canasta de pan.
-¡Sal de aquí! -le gruñó el joven.
-Por favor, señor, -dijo Zarek, asegurándose de mantener su borrosa mirada sobre el suelo. -He venido a comprar una rebanada de pan.
-No tenemos nada para ti, miserable.
Algo duro lo golpeó en la cabeza.
Zarek estaba tan acostumbrado al dolor que ni siquiera se sobresaltó. Trató de dar sus monedas al hombre, pero algo golpeó su brazo y soltó las preciosas monedas de su agarre.
Desesperado por un trozo de pan que fuera fresco, Zarek cayó de rodillas para juntar el dinero. Su corazón martillaba. Miró de reojo como mejor pudo, tratando de encontrarlas.
¡Por favor! ¡Tenía que tener sus monedas! Nunca nadie le daría algo más y no había forma de saber cuando Marius y Valerius pelearían otra vez.
Buscó frenéticamente entre la suciedad.
¿Dónde estaba su dinero?
¿Dónde?
Sólo había encontrado una de las monedas cuando alguien lo golpeó en la espalda con lo que parecía ser una escoba.
-¡Vete de aquí! -gritó una mujer. -Ahuyentas a nuestros clientes.
Demasiado acostumbrado a las palizas para advertir los golpes de la escoba, Zarek siguió buscando sus otras dos monedas.
Antes de que las pudiera encontrar, fue pateado duramente en las costillas.
-¿Eres sordo? -preguntó un hombre. -Vete de aquí, pordiosero despreciable, o llamaré a los soldados.
Esa era una amenaza que Zarek tomó en serio. Su último encuentro con un soldado le había costado su ojo derecho. No quería perder la poca vista que le habían dejado.
Su corazón dio bandazos mientras recordaba a su madre y su desprecio.
Pero más que eso, recordaba como había reaccionado su padre una vez que lo habían devuelto a casa después de que los soldados hubieron terminado de golpearlo.
El castigo de su padre había hecho que el de ellos pareciera compasivo.
Si era descubierto en la ciudad otra vez, no había palabras para decir lo que su padre haría. No estaba autorizado para estar fuera de los terrenos de la villa. Y mucho menos el hecho que tenía tres monedas robadas.
Bueno, sólo una ahora.
Agarrando su moneda apretadamente, deambuló lejos del panadero tan rápido como su cuerpo destrozado se lo permitía.
Mientras atravesaba el gentío, sintió algo mojado en su mejilla. Lo apartó sólo para descubrir sangre allí.
Zarek suspiró cansadamente mientras se tocaba la cabeza hasta que encontró la herida por encima de la frente. No era demasiado profunda. Sólo lo suficiente para estar lastimado.
Resignado por su lugar en la vida, pasó la mano sobre eso.
Todo lo que quería era pan tierno. Sólo un pedazo. ¿Era pedir demasiado?
Él miró alrededor, tratando de usar su nariz y vista poco definida para encontrar a otro panadero.
-¿Zarek?
Él se aterrorizó ante el sonido de la voz de Valerius.
Zarek trató de correr a través del gentío, hacia la villa, pero no llegó muy lejos antes de que su hermano lo atrapase.
El agarre fuerte de Valerius lo inmovilizó.
-¿Qué haces aquí? -demandó, sacudiendo el brazo dañado de Zarek rudamente. -¿Tienes idea de qué te ocurriría si uno de los otros te encontrase aquí?
Por supuesto que la tenía.
Pero Zarek estaba demasiado asustado para contestar. Su cuerpo entero se estremecía por el peso de su terror. Todo lo que podía hacer era escudar su cara de los golpes que estaba seguro comenzarían de un momento a otro.
-Zarek, -dijo Valerius con la voz espesa de aversión. -¿Por qué no puedes hacer alguna vez lo que se te dice? Juro que debes disfrutar ser golpeado. ¿Por qué si no harías las cosas que haces?
Valerius lo agarró apenas por su hombro dañado y lo empujó hacia la villa.
Zarek tropezó y cayo.
Su última moneda saltó de su agarre y rodó por calle.
-¡No! -dijo Zarek jadeando, gateando tras ella.
Valerius lo atrapó y tiró de él para pararlo sobre sus pies. -¿Qué está mal contigo?
Zarek observó a un niño poco definido recoger su moneda y escabullirse. Su estómago se cerró con fuerza ante el dolor del hambre; estaba completamente derrotado.
-Solo quería una rebanada de pan, -dijo él, su corazón estaba quebrado, sus labios estremeciéndose.
-Tienes pan en casa.
No. Valerius y sus hermanos tenían pan. Zarek era alimentado con los residuos que ni aún los otros esclavos o los perros comían.
Por una sola vez en su vida, quería comer algo que fuera fresco y sin haber sido saboreado por alguien más.
Algo que nadie hubiera escupido.
-¿Qué es esto?
Zarek se encogió de miedo ante la voz que retumbaba y que siempre lo traspasaba como vidrios haciéndose pedazos. Se echó atrás, tratando de hacerse invisible al comandante que estaba sentado en el caballo, sabiendo que era imposible.
El hombre veía todo.
Valerius se veía tan aterrorizado como Zarek. Como siempre al dirigir la palabra a su padre, el joven tartamudeó. -Yo-yo e-estaba…
-¿Qué hace el esclavo aquí?
Zarek dio un paso hacia atrás mientras los ojos de Valerius se agrandaban y tragaba saliva. Era obvio que Valerius buscaba una mentira.
-No-nos-nosotros íbamos al mer-mercado -dijo Valerius rápidamente.
-¿Tu y el esclavo? -el comandante preguntó incrédulamente. -¿Para Qué? ¿Querías comprar un látigo nuevo con el que golpearlo?
Zarek oró para que Valerius no mintiera. Siempre era peor para él cuando Valerius mentía para protegerlo.
Si sólo se atreviera a decir la verdad, pero él había aprendido hacía mucho tiempo que los esclavos nunca hablaban a sus superiores.
Y él, más que los demás, nunca tuvo permiso para dirigir la palabra a su padre.
-B-B-bien…
Su padre gruñó una maldición y dio una patada a la cara de Valerius. La fuerza del golpe derribó a Valerius, al lado de Zarek, con la nariz vertiendo sangre.
-Estoy harto de la forma que lo proteges -. Su padre desmontó del caballo y saltó hacia Zarek, quien se puso de rodillas y cubrió su cabeza, en espera de la paliza que debía venir.
Su padre le dio una patada en las costillas lastimadas. -Levántate, perro.
Zarek no podía respirar del dolor en su costado y del terror que lo consumía.
Su padre lo pateó otra vez. -Arriba, maldito.
Zarek se forzó a sí mismo a pararse aunque todo lo que quería hacer era correr. Pero había aprendido hacía mucho tiempo a no hacerlo. Correr sólo empeoraba el castigo.
Así es que se paró allí, afirmándose para los golpes.
Su padre lo agarró por el cuello, luego giró hacia Valerius, quien estaba ahora de pie. Agarró a Valerius por sus ropas y le gruñó. -Me disgustas. Tu madre era tan puta que me hace preguntarme qué cobarde te engendró. Sé que no vienes de mí.
Zarek vio un destello de dolor en los ojos de Valerius, pero rápidamente lo camufló. Era una mentira común que su padre pronunciaba siempre que estaba enojado con Valerius. Uno sólo tenía que mirar a ambos para saber que Valerius era tanto su hijo como lo era Zarek.
Su padre lanzó a Valerius lejos de él y arrastró a Zarek por el pelo hacia un puesto.
Zarek quería colocar sus manos encima de la de su padre para que su agarre no lo lastimara tanto, pero no se atrevió.
Su padre no podía soportar que lo tocara.
-¿Eres un vendedor de esclavos? -preguntó su padre.
Un hombre mayor se paró frente a ellos. -Sí, Su Señoría. ¿Le puedo interesar en un esclavo hoy?
-No. Quiero venderle uno.
Zarek abrió la boca al entender lo que ocurría. El pensamiento de partir de su casa lo aterrorizaba. Tan malas como eran las cosas, había oído bastantes historias de otros esclavos para saber que la vida podría empeorársele significativamente.
El viejo vendedor de esclavos miró a Valerius alegremente.
Valerius dio un paso atrás, su cara estaba pálida.
-Es un niño bien parecido, Su Señoría. Puedo obtener una buena tarifa por él.
-No él -gruñó el comandante. -Este.
Él dio un empujón a Zarek hacia el tratante de esclavos que curvó su labio con repugnancia. El hombre se cubrió la nariz. -¿Es esto una broma?
-No.
-Padre…
-Mantén tu lengua, Valerius, o tomaré la oferta que hace por ti.
Valerius dio una mirada compasiva a Zarek, pero sabiamente se quedó en silencio.
El vendedor de esclavos negó con la cabeza. -Este no tiene valor. ¿Para qué lo usa usted?
-Como Chivo Expiatorio.
-Él es demasiado viejo para eso, ahora. Mis clientes quieren niños menores, atractivos. Este miserable no es adecuado para ninguna cosa excepto para rogar.
-Lléveselo y le daré dos denarios.
Zarek quedo boquiabierto ante las palabras de su padre. ¿Él pagaba a un tratante de esclavos por tomarlo? Tal cosa no tenía precedente.
-Lo tomaré por cuatro.
-Tres.
El tratante de esclavos inclinó la cabeza. -Entonces por tres.
Zarek no podía respirar mientras sus palabras resonaban dentro de él. ¿Valía tan poco que su padre se había visto forzado a pagar para liberarse de él? Aún el más barato de los esclavos valía dos mil denarios.
Pero no él.
Él era tan sin valor como todo el mundo había dicho.
No era extraño que todos lo odiaran.
Observó como su padre pagaba al hombre. Sin otra mirada hacia él, su padre agarró a Valerius por el brazo y lo arrastró afuera.
Una versión menor del tratante de esclavos entró en su vista poco definida y exhaló repulsivamente. -¿Qué haremos con él, Padre?
El vendedor de esclavos probó las monedas con sus dientes. -Envíalo adentro a limpiar el pozo ciego para los otros esclavos. Si él muere de alguna enfermedad, ¿a quien le importa? Mejor que él limpie, en vez de algún otro que realmente podríamos vender y obtener una ganancia.
El hombre joven sonrió ante eso.
Usando una vara, aguijoneó a Zarek hacia el establo. -Vamos, rata. Déjame mostrarte tus nuevas obligaciones.
Astrid se despertó del sueño con su corazón martillando. Ella yacía en su cama, rodeada por la oscuridad a la que estaba acostumbrada, mientras el dolor de Zarek la inundaba.
Nunca había sentido tanta desesperación. Tal necesidad.
Tal repugnancia.
Zarek odiaba a todo el mundo, pero sobre todo, se odiaba a sí mismo.
No era extraño que el hombre estuviera demente. ¿Cómo podía haber vivido con tal sufrimiento?
-¿M'Adoc? -murmuró.
-Aquí -se sentó a su lado.
-Déjame algo más del suero para mí y suero de Loto, también.
-¿Estás segura?
-Sí.
Capítulo 7
Zarek se despertó poco después del mediodía. Él muy raras veces dormía durante el día. Era más como una siesta. En el verano hacía demasiado calor en su cabaña para dormir cómodamente y en el invierno hacía demasiado frío.
Pero en su mayor parte era porque sus sueños nunca lo dejaban dormir mucho tiempo. El pasado lo perseguía en demasía como para tener paz, y mientras estaba inconsciente, no podía mantener esos recuerdos alejados.
Pero mientras abría los ojos y oía el viento rugiendo afuera, recordó dónde estaba.
La cabaña de Astrid.
Había corrido las cortinas la noche anterior así que no podía saber si todavía estaba nevando afuera o no. No es que tuviese importancia. Durante la luz del día, estaba atrapado aquí.
Atrapado con Ella.
Salió de la cama y caminó por el vestíbulo, hacia la cocina. Cómo deseaba estar en su casa. Realmente necesitaba una bebida sustanciosa. No era que el vodka realmente espantara los sueños que consumían su mente. Pero la quemazón que producía lo distraía un poco.
-¿Zarek?
Giró ante la voz suave, que descendió por él como una caricia sedosa. Su cuerpo reaccionó instantáneamente a eso.
Todo lo que tenía que hacer era pensar en su nombre y eso lo hacía poner duro, como una piedra, de necesidad.
-¿Qué? -no supo por qué le contestó cuando normalmente no lo habría hecho.
-¿Estás bien?
Él bufó ante eso. Nunca en su vida lo había estado. -¿Tienes algo para beber en este lugar?
-Tengo jugo y té.
-Licor, Princesa. ¿Tienes cualquier cosa en este lugar que muerda un poco?
-Sólo Sasha y tú, por supuesto.
Zarek recorrió con la mirada los cortes crueles en su brazo donde su mascota lo había atacado. Si él fuera cualquier otro Cazador Oscuro esas heridas ya no estarían. Pero con suerte sólo estarían ahí por unos pocos días más.
Así como el agujero en su espalda.
Suspirando, alcanzó la heladera y sacó el jugo de naranja. Abrió la parte superior y casi tenía el envase en sus labios cuando recordó que no era suyo y éste no era su lugar.
Su lado cruel le dijo que continuara y bebiera, ella nunca lo sabría, pero no escuchó esa voz.
Fue al aparador y sacó un vaso, luego lo llenó.
Astrid sólo podía oír débiles signos que le decían que Zarek todavía estaba en la cocina. Estaba tan quieto que tuvo que esforzarse para estar segura.
Caminando hacia delante, ella se dirigió hacia el fregadero. -¿Tienes hambre?
Fuera de costumbre, extendió sus manos y rozó una cadera caliente y desnuda.
Era suave, invitadora.
Llena de vida.
Atontada por la inesperada sensación de su mano sobre su carne desnuda, bajó la mano por su pierna antes de percatarse que Zarek no llevaba ropas puestas.
El hombre estaba completamente desnudo en su cocina.
Su corazón martillaba.
Él se alejó de ella. -No me toques.
Ella tembló ante la cólera en su voz. -¿Dónde están tus ropas?
-No duermo con jeans.
Su mano ardió ante recuerdo de su piel bajo ella. -Bien, deberías ponértelos antes de venir aquí.
-¿Por qué? Estas ciega. No es como si me pudieras ver.
Verdad, pero si Sasha estuviera despierto, habría tenido un ataque por esto.
-No necesito que me recuerdes mis defectos, Príncipe Encantado. Créeme, soy muy consciente del hecho que no puedo verte.
-Bien, entonces, cuentas tus bendiciones.
-¿Por qué?
-Porque no vale la pena mirarme.
Su mandíbula se aflojó ante la sinceridad que oyó en su voz. El hombre que ella había visto a través de los ojos de Sasha bien valía la pena de ser mirado. Él era bellísimo.
Tan bien parecido como ningún otro hombre que alguna vez hubiera visto.
Luego recordó su sueño. En la forma que las otras personas lo habían mirado.
En su mente, él todavía era el desgraciado herido que otras personas habían golpeado y habían maldecido.
Y eso la hacía querer llorar por él.
-En cierta forma lo dudo -su murmullo logró pasar el nudo que tenía en la garganta.
-No lo dudes.
Lo escuchó caminar coléricamente delante de ella, por el vestíbulo. Cerró de un golpe la puerta.
Astrid se quedó parada en la cocina, debatiendo qué hacer.
Él estaba tan perdido.
Ella entendía eso ahora.
No, ella se corrigió a sí misma. Realmente no lo entendía para nada. ¿Cómo podría?
Nadie nunca se había atrevido a tratarla de la forma en que lo habían tratado a él. Su madre y sus hermanas habrían matado a cualquiera que se atreviera a mirarla por debajo de la nariz. Siempre la habían protegido del mundo, aún mientras ella luchaba para escaparse de ellos.
Zarek nunca había conocido un contacto cariñoso.
Nunca conocido el calor de una familia.
Siempre había estado solo en una forma que ella ni siquiera podía comenzar a entender.
Abrumada por las nuevas emociones que sentía, no estaba segura de lo que debía hacer. Pero quería ayudarlo.
Ella caminó por el vestíbulo sólo para descubrir que había cerrado la puerta. -¿Zarek?
Él se rehusó a contestarle otra vez.
Suspirando, presionó su cabeza contra la puerta y se preguntó si habría alguna forma con la que ella pudiera alcanzarlo alguna vez.
Alguna forma de salvar a un hombre que no quería ser salvado.
Thanatos estaba furioso con la orden de Artemisa.
-Retírate, mi trasero -no tenía intención de retirarse. Por novecientos años había esperado esta directiva.
Esperando la oportunidad para igualar los tantos con Zarek de Moesia.
Nadie, y más especialmente no Artemisa, se interpondría en su camino ahora.
Tendría a Zarek o moriría haciendo el intento.
Thanatos sonrió por eso. Artemisa no tenía tanto poder como ella pensaba. Al fin, sería su voluntad la que ganaría el día.
No la de ella.
Ella no era nada para él. Nada menos que un medio para conseguir un fin que él reclamaba.
La venganza finalmente sería suya.
Thanatos golpeó a la puerta de la remota cabaña. Al otro lado de la puerta, pudo oír voces bajas llenas de pánico. Apolitas, apresurándose a esconder a sus mujeres y sus niños.
Apolitas que vivían con el miedo de cualquiera que viniera buscándolos.
-Soy la luz de la lira -dijo Thanatos, diciendo palabras que solo los Apolitas o Daimon conocerían. Palabras que eran usadas cuando un Daimon o Apolita buscaba a otro de los suyos para refugiarse. La frase era una referencia a su parentesco con Apolo, el dios del sol, quien los había maldecido y abandonado.
-¿Cómo es que puedes caminar bajo la luz del día? -era la voz de una mujer. Una llena de miedo.
-Soy el Dayslayer[15]Abre la puerta.
-¿Cómo sabemos eso? -esta vez fue un hombre el que habló.
Thanatos gruñó por lo bajo.
¿Por qué quería ayudar a estas personas?
Eran despreciables.
Pero claro, él lo sabía. Una vez, hacía mucho, había sido uno de ellos. También había estado escondiéndose, asustado de los Escuderos y los Cazadores Oscuros. Asustado de la lastimosa humanidad que venía por ellos a la luz del día…
Cómo los odiaba a todos ellos.
-Voy a abrir esta puerta -les advirtió Thanatos. -La única razón por la que golpeé era a fin de que ustedes la destrabaran y se salieran del camino de la luz del día antes de que entrase. Ahora destrábenla o la patearé hasta tirarla.
Oyó el chasquido del cerrojo.
Haciendo una respiración profunda, tranquilizadora, empujó la puerta lentamente.
Tan pronto como entró y cerró la puerta, una pala llegó a su cabeza.
Thanatos la agarró y la sacudió con fuerza, arrancando a una mujer de las sombras.
-¡No dejaré que lastime a mis niños!
Él tomó la pala y la miró con resentimiento. -Confía en mí, si quisiera lastimarlos, no me podrías detener. Nadie podría. Pero no estoy aquí para eso. Estoy aquí para matar al Cazador Oscuro que cazó a tus parientes.
El alivio inundó su bella cara mientras lo miraba como si él fuese un ángel.
-Entonces realmente es el Dayslayer -la voz era masculina.
Thanatos volteó su cabeza para ver un Daimon masculino dejando las sombras. El Daimon no aparentaba ser mayor de veinte años. Como todos los de su raza, el Daimon era un modelo de excelencia en perfección física. Bello en su juventud y su compostura física, su largo cabello rubio estaba trenzado a su espalda. Su mejilla derecha estaba marcada con tres lágrimas rojas como la sangre que habían sido tatuadas allí.
Thanatos supo cual era su raza instantáneamente.
El Daimon era uno de los raros guerreros Spathi que Thanatos había venido buscando.
-¿Son lágrimas por sus niños?
El Daimon hizo una brusca inclinación de cabeza. -Cada uno fue muerto por un Dark Hunter. Y yo a mi vez maté al Hunter.
Thanatos sintió dolor por el hombre. Los Apolitas no tenían una oportunidad real y aun así eran castigados porque ellos escogían la vida sobre la muerte. Se preguntó lo que la humanidad y los Cazadores Oscuros harían si les dijeran que tenían una de dos elecciones: morir dolorosamente en medio de su joven vida, o tomar almas humanas y vivir.
Como un mero Apolita, Thanatos había estado preparado para morir.
Como su esposa…
Zarek le había quitado incluso esa opción a su familia.
Demente, él había venido a su pueblo, arrasando a todos los que estaban allí. El hombre apenas había podido esconder a la mujer y a los niños antes de que Zarek los hubiera destruido a todos ellos.
Nadie que se hubiese cruzado en el camino de Zarek había permanecido vivo.
Nadie.
Zarek había matado a Apolitas y Daimons indiscriminadamente. Y por ese delito su único castigo había sido el exilio.
¡Desterrado!
La furia se extendió en él. Cómo demonios Zarek continuó viviendo con comodidad durante todos estos siglos mientras el recuerdo de esa noche supuraría eternamente en el corazón de Thanatos.
Pero se forzó a dejar ese odio a un lado. No era el momento de dejar que su cólera lo dirigiese. Era el momento de ser tan frío y calculador como su enemigo.
-¿Qué edad tienes, Daimon? -preguntó Thanatos al Spathi.
-Noventa y cuatro.
Thanatos arqueó una ceja. -Lo has hecho bien.
-Sí, lo he hecho. Me cansé de ocultarme.
Él conocía el sentimiento. No había nada peor que verse forzado a vivir en la oscuridad. Vivir la vida confinado.
-No tengas miedo. Ningún Cazador Oscuro irá tras de ti. Estoy aquí para asegurarme de eso.
El hombre sonrió. -Pensamos que eras un mito.
-Todos los buenos mitos tienen sus raíces en la realidad y la verdad. ¿No te enseñó tu madre eso?
Los ojos del Spathi se pusieron oscuros, embrujados. -Tenía solo tres años cuando ella cumplió veintisiete. No tuvo tiempo de enseñarme nada de nada.
Thanatos colocó una mano reconfortante sobre el hombro del hombre.
-Retomaremos este planeta, hermano. Pierde cuidado, nuestro día ha llegado otra vez. Convocaré a los demás de tu especie y uniremos a nuestros ejércitos. La humanidad no tendrá a nadie que los pueda proteger.
-¿Qué hay de los Cazadores Oscuros? -preguntó la mujer.
Thanatos sonrió. -Están circunscriptos a la noche. Yo no lo estoy. Los puedo asechar cuando quiera -se rió. -Soy inmune a sus heridas. Soy La Muerte para todos ellos y ahora estoy en casa otra vez, con mi gente. Juntos, regiremos esta tierra y todo lo que habita en ella.
Zarek se despertó con el olor del paraíso. Habría pensado que estaba soñando, pero sus sueños nunca eran tan agradables.
Quedándose en la cama, tuvo miedo de moverse. Asustado de que el aroma delicioso resultara ser una invención de su imaginación.
Su estómago rugió.
Él oyó el ladrido del lobo.
-Silencio, Sasha. Despertarás a nuestro invitado.
Zarek abrió sus ojos. Invitado. Nunca nadie más que Astrid lo había llamado así.
Sus pensamientos se dirigieron a la semana que había pasado en Nueva Orleáns.
-¿Estoy quedándome contigo y Kyrian o con Nick?
-Pensamos que era mejor que tuvieras tu propio lugar.
Las palabras de Acheron habían pateado algo dentro de él que no sabía que todavía tenía.
Nunca nadie lo había querido cerca.
Él pensó que había aprendido a que no le importara.
Y aún así las palabras simples de Astrid tocaron la misma parte extraña que Acheron había tocado.
Saliendo de la cama, se vistió y fue a buscarla.
Zarek se paró en la entrada, observando como hacía panqueques en el horno a microondas. Ella era asombrosamente autosuficiente a pesar de su ceguera.
El lobo lo miró y gruñó.
Astrid levantó la cabeza como tratando de ver si podía oírlo. -¿Zarek? ¿Estás en la habitación?
-En la puerta -. No supo por qué le respondió. No sabía por qué él estaba todavía aquí.
Concedido, la tormenta era todavía feroz, pero había viajado a través de muchas tormentas durante los siglos cuando había vivido aquí sin las comodidades modernas. Hubo una época, no hacía mucho tiempo, que él había tenido que buscar comida en lo más recio del invierno. Derretir nieve a fin de tener algo que beber.
-He hecho panqueques. No sé si a ti te gustan, pero tengo jarabe de arce y arándanos o fresas frescas si lo prefieres.
Él fue a la mesada y alcanzó un plato.
-Siéntate, te lo traeré.
-No, Princesa -dijo él agudamente. Habiendo sido forzado a servir a otros, se rehusaba a tener a alguien sirviéndolo a él. -Puedo arreglarme solo.
Ella levantó las manos en señal de rendición. -Muy Bien, Príncipe Encantado. Si hay algo que respeto, son aquellos que pueden cuidarse solos.
-¿Por qué sigues llamándome así? ¿Estás burlándote de mí?
Ella se encogió de hombros. -Tu me llamas "Princesa", yo te llamo "Príncipe Encantado". Imagino que es justo.
Concediéndole una mayor cantidad de respeto, alcanzó el tocino que había en un platito sobre la cocina. -¿Cómo fríes esto cuando no puedes ver?
-Horno de microondas. Sólo marco el tiempo para fritos.
El lobo se acercó y comenzó a oler su pierna. Lo contempló como si estuviera ofendido y comenzó a ladrarle.
-Cállate, Benji – gruñó. -No quiero escuchar sobre mi higiene de alguien que lame sus propias pelotas.
-¡Zarek! -Astrid se quedó boquiabierta. -No puedo creer hayas dicho eso.
Él apretó sus dientes. Bien, ya no hablaría más. El silencio era lo más conveniente de cualquier manera.
El lobo lloriqueó y ladró.
-Shh -lo serenó ella. -Si él no quiere tomar un baño, entonces no es asunto nuestro.
Su apetito se había ido, Zarek colocó su plato en la mesa y regresó a su cuarto donde no los podría ofender más.
Astrid anduvo a tientas hacia la mesa, esperando encontrar a Zarek allí. Todo lo que encontró fue su plato con comida sin tocar.
-¿Que sucedió? –preguntó a Sasha.
– Si él tuviese sentimientos, entonces diría que lo heriste. Como no los tiene, él se regresó al cuarto para encontrar un arma y así poder matarnos.
-¡Sasha! Dime qué sucedió ahora mismo.
-Ok, bajó el plato y salió.
-¿Cómo parecía estar?
-Nada. No exteriorizó ningún tipo de emoción.
Eso no la ayudó para nada.
Ella fue tras de Zarek.
-Vete -gruñó él después que ella golpeara la puerta y la empujara para abrirla.
Astrid se paró en la entrada, deseando poder verlo. -¿Qué quieres, Zarek?
-Yo… -su voz se apagó.
-¿Tu qué?
Zarek no podía decir la verdad. Él quería tener calor. Una sola vez en su vida, quería calidez. No sólo física sino calidez mental.
-Quiero irme.
Ella suspiró ante sus palabras. -Morirás si sales allí.
-¿Y qué si lo hago?
-¿Tu vida verdaderamente no tiene valor o importancia para ti?
-No, no la tiene.
-¿Entonces por que no te has suicidado?
Él bufó. -¿Por qué debería? El único disfrute que tengo en mi vida es saber que disgusto mucho a todo el mundo a mí alrededor. Si estuviera muerto, entonces los haría felices a todos ellos. Dios prohíba que alguna vez haga eso.
Para su sorpresa, ella se rió. -Desearía poder ver tu cara para saber si estás bromeando o no.
-Confía en mí, no lo estoy.
-Entonces lo siento por ti. Desearía que tuvieras algo que te hiciera feliz.
Zarek apartó la vista de ella. Feliz. Él ni siquiera podía entender esa palabra. Era tan extraña como bondad. Compasión.
Amor.
Esa era una palabra que nunca entró en su vocabulario. Él no podía imaginar qué debían sentir los otros.
Por amor, Talon casi había muerto a fin de que Sunshine pudiera vivir. Por amor, Sunshine había canjeado su alma para liberar a Talon.
Todo lo que él conocía era odio, cólera. Era lo único que lo mantenía caliente. Lo único que lo mantenía viviendo.
Siempre que odiara, tendría una razón para vivir.
-¿Por qué quieres vivir aquí sola en esta cabaña?
Ella se encogió de hombros. -Me gusta tener mi lugar. Mi familia me visita a menudo, por lo que raramente estoy sola.
-¿Por qué?
-Porque odio ser mimada. Mi madre y mis hermanas actúan como si estuviera desvalida. Quieren hacer todo por mí.
Astrid esperó que le dijera algo más.
No lo hizo.
-¿Te gustaría tomar un baño? -preguntó después de una corta espera.
-¿Te molesto?
Ella negó con la cabeza. -Para nada. Depende enteramente de ti.
Zarek nunca había tenido que preocuparse por cosas como bañarse. Cuando era un esclavo, a nadie le importaba si estaba limpio o no, y en verdad se había quedado sucio a fin de que nadie quisiera acercarse más de lo que era necesario.
Como Dark Hunter, había estado completamente solo incluso antes de su exilio en Alaska. Y una vez aquí había sido tan difícil hacer algo tan simple como bañarse, que casi lo había abandonado.
Sólo había sido después de que Fairbanks se hubiera establecido, que decidió comprar una tina grande, que usaba sólo cuando iba al pueblo.
Su corta estadía en Nueva Orleáns había sido una atesorada delicia de hacer correr agua caliente y fría y duchas que podían durar una hora entera antes de que el agua se volviera fría.
Si Astrid le hubiera ordenado tomar un baño, entonces no lo habría considerado. Como ella se lo había ofrecido como una opción, se dirigió hacia el cuarto de baño.
-Las toallas están en el armario del vestíbulo.
Zarek se detuvo ante el armario fuera del cuarto de baño y abrió la puerta. Como todo en la casa, estaba adecuadamente ordenado. Todas las toallas estaban dobladas pulcramente. Demonios, eran de colores que hacían juego con el resto de la casa.
Agarró una grande de color verde y bien mullida y fue a tomar un baño.
Astrid oyó correr el agua. Tomo una respiración profunda y fortificante.
Extraño, hasta que Sasha lo había mencionado, no se había percatado que Zarek no se había bañado. Él no había olido ni nada y se lavaba las manos tan seguido que asumió que el resto de él también estaba limpio.
Regresó a la cocina para encontrar a Sasha comiendo los panqueques de Zarek.
-¿Qué haces?
-Él no los quiso. Se enfriaban.
-¡Sasha!
-¿Qué? No esta bien desaprovechar la comida.
Sacudió la cabeza al lobo mientras se disponía a hacer otra cantidad para Zarek. Tal vez él estuviera más sociable cuando dejara la ducha.
No lo estuvo. Si algo estuvo fue mucho más malhumorado mientras engullía los panqueques.
-Él es asqueroso -le dijo Sasha. –Come como un animal. Agradece que estas ciega.
-Sasha, déjalo tranquilo.
-Dejarlo, mi culo. Él usa el tenedor como una pala y juro que se metió un panqueque entero en su boca de una vez.
Astrid habría estado disgustada si no hubiese estado en sus sueños. Nadie nunca le había enseñado las formas o los modales más básicos. Había sido relegado a una esquina en el piso, como el animal que Sasha lo llamaba.
En su vida humana, la comida había sido escasa. Y en los talones de ese pensamiento venía otro descubrimiento sorprendente. La comida cuando era un Cazador Oscuro había sido escasa, también.
A diferencia de los otros de su tipo, Zarek no tenía a un Escudero para plantar y hacer crecer la comida durante el día. Para atender a los animales y hacer sus comidas. Por siglos, había vivido en el rudo ambiente de Alaska donde, en invierno, las fuentes de comida estaban seriamente limitadas.
Ella se sintió repentinamente descompuesta ante el pensamiento. Sin duda se habría muerto de hambre si hubiera sido un humano.
Los Cazadores Oscuros no podían morir de desnutrición. Pero podían padecerlo igual que un ser humano.
Hizo otro plato de panqueques para él.
-¿Qué es esto? -preguntó mientras ella colocaba otra tanda cerca de él.
-En caso de que aún tengas hambre.
No dijo nada, pero lo escuchó deslizar el plato a través de la mesa un instante antes de oírlo abrir de golpe la tapa del jarabe.
-No soporto verlo hacer sopa de panqueque con el jarabe, otra vez –dijo Sasha. –Estaré en la sala si me necesitas.
Astrid lo ignoró mientras escuchaba a Zarek comer. Cómo deseaba poder verlo.
-No, no lo deseas –dijo Sasha.
Tenía el presentimiento que Sasha estaba sobre-reaccionando. Conocía al lobo bastante bien como para saber que Zarek podía tener modales impecables y Sasha aun se quejaría.
Después de que Zarek terminó de comer, se levantó de la mesa y enjuagó el plato.
No, él no era un cerdo. Era un hombre solitario, herido, que no sabía cómo hacer frente a un mundo que le había dado la espalda.
Vio en él lo que Acheron veía y su respeto por el Atlante creció inmensamente al darse cuenta de que podía ver lo que nadie más podía.
Ahora sólo tenía que encontrar la forma de salvar a Zarek de una diosa que no quería saber nada más de él.
Si no lo hacía, Artemisa ordenaría que lo mataran.
Lo escuchó cortar una toalla de papel del estante.
-Oí en las noticias que continuará la tormenta. No tienen idea cuándo terminará. Dijeron que era la peor tormenta de nieve en siglos.
Zarek dejó escapar una respiración bastante cansada. -Tengo que irme esta noche.
-No puedes.
-No tengo alternativa.
-Todos tenemos otra alternativa.
-No, no todos la tenemos, princesa. Sólo las personas con dinero e influencia tienen opciones. Para el resto de nosotros, las necesidades básicas ordenan lo que tenemos que hacer para sobrevivir -. Cruzó el piso. -Tengo que irme.
Astrid se aterrorizó. Ya que era un Cazador Oscuro realmente podía salir. A diferencia de los humanos que había juzgado, la vida de Zarek no estaría en peligro si dejaba la cabaña esta noche. Sería frío y cruel, pero él estaba acostumbrado a eso.
¿Qué iba a hacer?
Si lo seguía, entonces se daría cuenta rápidamente que ella también era inmortal.
Por un segundo consideró en llamar a sus hermanas, pero se contuvo. Si hacía eso, nunca la dejarían olvidarlo. Necesitaba manejar esto ella sola.
¿Pero como mantenerlo aquí cuando estaba tan determinado a irse?
Giró hacia la puerta y tumbó algo en la mesada. Recogiéndolo, sintió una botella pequeña de especias que le recordaron el suero que M'Adoc le había dado.
Una dosis bastante grande de Loto mantendría a Zarek inconsciente por unos pocos días…
Pero entonces él estaría atrapado en sus pesadillas sin ninguna forma de poder despertarse.
Tal cosa podría volverlo demente.
O ella podía dirigir sus sueños como un Skoti lo haría.
¿Se atrevería a intentarlo?
Antes de poder reconsiderarlo, fue a su habitación para sacar la botella que había escondido en la mesa de luz.
Ahora solo tenía que encontrar la manera de darle el suero a Zarek.
Capítulo 8
Zarek necesitaba salir, a pesar de la tormenta. Levantó la capucha del abrigo y comenzó a caminar por el vestíbulo.
Astrid lo encontró a medio camino de la puerta. Hizo una pausa al verla esperándolo allí. El deseo lo recorrió, poniéndolo duro y dolorido. Su cara rentara a Acheron y Artemisa, él sabía la verdad. Dos mil años más tarde, todavía era un esclavo. Uno poseído por una diosa griega que lo quería muerto.
Podía negar su destino todo lo que quisiera, pero al final, sabía cuál era su sitio en este mundo.
Las mujeres como Astrid no eran para hombres como él. Estaban destinadas a los hombres decentes y civilizados. Hombres que conocían el significado de palabras simples como "bondad", "calidez", "compasión", "amistad".
Amor.
Él comenzó a pasarla.
-Toma -dijo ella, tendiéndole una taza de té caliente.
El aroma era dulce, agradable, pero no lo calentaba ni la mitad de la vista del sonrojo leve en sus mejillas. -¿Qué es?
-Diría arsénico y vomito, pero confías en mí tan poco, de cualquier manera, que no me atrevo. Es té caliente de romero con un poco de miel. Quiero que lo bebas antes de irte. Te ayudará a mantenerte caliente en tu viaje.
De alguna forma divertido por que ella repitiera su rudeza, Zarek al principio quiso tirarlo. Pero realmente no podía hacerlo. Era un regalo muy considerado y los regalos considerados era una experiencia extremadamente rara para él.
Odiaba admitir qué tan profundamente ese simple acto lo había afectado.
Se endureció aún más con el pensamiento.
Agradeciéndoselo, lo tomó, clavando los ojos en ella todo el tiempo sobre el borde de la taza. Dioses, cómo la iba a extrañar, pero eso tenía todavía menos sentido que cualquier otra cosa.
Mientras bebía el té, sus ojos bebían la imagen de ella.
Sus jeans apretados, sus piernas torneadas, de las que un hombre no podía evitar soñar tenerlas alrededor de su cintura.
Sus hombros.
Pero era su trasero lo que quería más. Imploraba ser ahuecado por sus manos mientras él apretaba su suavidad con su ingle a fin de que pudiera sentir cuánto ardía por ella.
En contra de su voluntad, la imaginó desnuda en sus brazos. Sus labios en los de él, sus pechos en sus manos, mientras se perdía dentro de su cuerpo caliente y mojado.
Tengo que salir de aquí.
Zarek tragó lo que quedaba del té, luego le devolvió la taza vacía.
Ella se alejó un paso, agarrando firmemente la taza con sus manos, su cara aun más triste que antes. -Desearía que te quedaras, Zarek.
Él saboreó el sonido de esas raras palabras. Aún si ella no las dijera de verdad, todavía lo hacían doler.
-Seguro que sí, princesa.
-Lo deseo -la sinceridad en su cara ardió a través de él.
Pero era cólera lo que más sentía por su comentario. -No me mientas. No puedo soportar las mentiras.
Él la empujó para pasarla, resuelto a llegar a la puerta, pero mientras la alcanzaba, su cabeza comenzó a nublarse.
Su vista se oscureció.
Zarek hizo una pausa al tratar de enfocar su mirada. Sus piernas se sentían pesadas de repente. De plomo. Era una lucha poder respirar.
¿Qué era esto?
Trató de alcanzar la puerta sólo para encontrar sus rodillas doblándose. Luego todo se volvió negro.
Astrid se encogió ante el sonido de Zarek golpeando el piso. Cómo deseó haber podido sostenerlo antes de que cayera. Pero sin su vista, no había nada que pudiera hacer.
Yendo a él, lo revisó para asegurarse que estuviera bien.
Afortunadamente, no parecía estar mucho peor, por su engaño.
-¿Sasha? – llamó, necesitando su ayuda para levantar a Zarek del piso.
-¿Que sucedió? -Sasha preguntó mientras se paraba a su lado.
-Lo drogué
Sintió que Sasha cambiaba a su forma humana.
Ella sabía por experiencia, que su compañero estaría desnudo ahora, siempre lo estaba cuando cambiaba de forma.
Sólo lo había visto destellar pocas veces. Como un Katagari Lykos, su condición natural y preferida era la del lobo, pero sus habilidades mágicas inherentes le permitían tomar forma humana de vez en cuando, si lo necesitaba o quería. Sus poderes y fuerza eran más débiles en su forma humana que en su forma de lobo, por lo cual prefería su cuerpo animal.
No obstante, había ciertas cosas que prefería hacer como humano.
Cosas como formar una pareja y comer.
Como un humano, Sasha tenía largo cabello rubio, tan pálido que era prácticamente tan blanco como el pelaje de su lobo. Sus ojos de un intenso azul brillante eran penetrantes en ambas encarnaciones. Y su cara…
Cautivante y cincelada. Los planos de su cara eran perfectos y duros. Masculinos.
Era una lástima que ella nunca se hubiera sentido sexualmente atraída por él, porque tenía un cuerpo tan en forma y musculoso como Zarek.
Pero Sasha con toda su belleza y su encanto era sólo un amigo para ella. Uno que a menudo actuaba como un hermano mayor sobre protector.
-¿Qué estabas pensando? -preguntó en un grave tono de barítono que llevaba el peso hechicero de su poder. Se decía que los Katagaria podían seducir a cualquier mujer viva simplemente con pronunciar su nombre.
Sus proezas sexuales y resistencia eran temas de leyenda, incluso entre los dioses.
Y aún así todo lo que ella podía hacer era apreciar el seductor atractivo de Sasha. Ni siquiera una vez había sucumbido a eso.
-No puede dejar esta cabaña hasta que la prueba haya terminado, sabes eso.
Sasha dejó escapar un siseo irritado. -¿Que usaste para drogarlo?
-Suero de loto.
-¿Astrid, tienes idea de lo peligroso que es? Ha matado incontables mortales. Un sorbo y pueden volverse locos. O peor, volverse tan adictos a eso que se rehúsan a despertarse de sus sueños.
-Zarek no es mortal.
Sasha suspiró. -No, no lo es.
Ella se sentó sobre sus talones. -Llévalo a su cama, Sasha.
El aire alrededor de él crepitó con ira.- ¿En donde está mi por favor?
Ella giró a la derecha y esperó estar mirándolo ferozmente. -¿Por qué estás siendo tan imposible últimamente?
-¿Por qué estás siendo tan mandona? Pienso que este hombre te esta afectando y no me agrada -hizo una pausa antes de hablar otra vez. -Nunca olvides, Astrid, que estoy aquí por mi propia elección. La única cosa que me mantiene a tu lado es que no quiero verte lastimada.
Ella extendió la mano y colocó su mano en su brazo. -Lo sé, Sasha. Gracias.
Él cubrió su mano con la de él y dio un apretón ligero. -No lo dejes dentro de ti, ninfa. Hay tanto en él que es tan oscuro que podría exterminar completamente toda la bondad que tienes.
Ella pensó en eso por un minuto. No se había considerado buena desde hacía mucho tiempo. El entumecimiento la había regido por demasiados siglos. -Hay personas que dirían lo mismo de ti.
-No me conocen.
-Y no conocemos a Zarek.
-Conozco los de su tipo mejor que tu, ninfa. He pasado mi vida peleando con hombres como él. Los mismos que ven al mundo como un enemigo y que odian a todo el mundo alrededor de ellos.
Sasha la soltó y resopló mientras levantaba a Zarek del piso. -Protege a tu corazón, Astrid. No quiero verte herida otra vez.
Astrid estaba sentada sobre el piso mientras él llevaba a Zarek a su cama, y pensó en la advertencia de Sasha. Tenía razón. Había sido tan seducida por Miles que, aún ciega, había fallado en ver lo que realmente él era.
Pero bueno, Miles había sido un hombre arrogante. Vanidoso.
Zarek no era ninguna de las dos cosas.
Miles había fingido preocuparse por otros mientras sólo se preocupaba por nadie más que sí mismo.
Zarek no se preocupaba por nadie, mucho menos de él.
Pero había una sola manera de saberlo con seguridad.
Levantándose, llenó un vaso de jugo para Sasha.
-¿Qué vas a hacer con él ahora? -Sasha preguntó minutos más tarde cuando se reunió con ella.
-Lo dejaré dormir un poco -ella dijo evasivamente.
Si Sasha sabía lo que tenía en mente, entonces tendría un ataque y ella no estaba de humor para tratar con un irritado hombre lobo.
Le tendió el vaso, el cuál él tomó sin comentario. Lo escuchó abrir la heladera y luego se movió para esperar al lado de la encimera mientras buscaba algo de comida.
Mientras Sasha había estado atendiendo a Zarek, ella había colocado un poco de suero de Loto dentro de la bebida de Sasha.
Tomó un poco más de tiempo que el suero operara en él. Por su metabolismo, los Were-Hunters eran más difíciles de drogar que los humanos.
-Astrid, ¿dime que no lo hiciste? -dijo Sasha poco tiempo después que la droga comenzara a hacer efecto. Ella oyó el débil restallido eléctrico que presagiaba un cambio en su forma.
Astrid anduvo a tientas hacia él. Era un lobo otra vez y dormía como un tronco.
Sola ahora, atravesó su casa asegurándose que las luces y la estufa estuvieran apagadas y que la calefacción estuviera a un nivel confortable.
Fue a su habitación y sacó el suero Idios. Sosteniéndolo en la mano, fue al cuarto de Zarek.
Tomó un sorbo, luego se acurrucó para dormir a su lado, y así aprender más acerca de este hombre y sobre qué secretos escondía su corazón…
Zarek estaba en Nueva Orleáns. La música distante se filtraba a través del aire fresco de la noche mientras él se detenía cerca del Viejo Convento de las Ursulinas, en el French Quarter.
Un grupo de turistas estaban reunidos alrededor de un guía de excursión que estaba vestido como Lestat de Anne Rice, mientras un segundo "vampiro", vestido en una larga capa negra y colmillos falsos daba un paso hacia atrás, vigilándolo.
Los turistas oían atentamente como el guía relataba un asesinato famoso en la ciudad. Dos cuerpos habían sido encontrados en los escalones del convento, completamente drenados de sangre. Las antiguas leyendas decían que el convento, se creía, alojaba a los vampiros que salían en la noche para cazar en la ciudad.
Zarek bufó ante el absurdo.
El guía, quién alegaba ser un vampiro de trescientos años de edad llamado Andre, miro hacia él.
-Miren -dijo Andre dijo a su grupo y apuntó hacia Zarek. -Hay un auténtico vampiro, allí mismo.
El grupo se dio vuelta como si fuera uno para mirar a Zarek que los miraba con maldad.
Antes de pensarlo mejor, Zarek dejó al descubierto sus colmillos y siseó.
Los turistas gritaron y corrieron.
También los guías del tour.
Si Zarek riera, entonces se hubiese reído de la visión de ellos desplazándose por la calle tan pronto como podían correr. Pero como era, sólo podía apreciar el caos total que había causado con una contorsión cínica de sus labios.
-No puedo creer que hayas hecho eso.
Miró sobre su hombro para ver a Acheron parado en las sombras como un espectro oscuro, vestido todo de negro y luciendo su pelo largo de color púrpura.
Zarek se encogió de hombros. -Cuando dejen de correr y reflexionen sobre eso, pensarán que era parte del show.
-El guía del tour, no.
-Pensará que era una travesura. Los humanos siempre se dan razones convincentes.
Acheron suspiró pesadamente. -Juro, Z que esperaba que utilizaras este tiempo aquí para demostrar a Artemisa que puedes entremezclarte con personas otra vez.
Él miró a Acheron jocosamente. -Seguro que sí. ¿Por qué no me cubres en mierda y me dices que es barro mientras lo haces?
Él comenzó a caminar, alejándose.
-No te alejes de mí, Z.
Él no se detuvo.
Acheron usó sus poderes para inmovilizarlo contra la pared de piedra. Zarek tenía que dar crédito al Dark Hunter. Al menos Acheron tenía mejor criterio que tocarlo. Ni una vez en dos mil años Acheron le había colocado una mano encima. Era como si el Atlante entendiera cuánta angustia mental ese contacto le causaba.
En una forma extraña, sentía como si Acheron lo respetara.
Acheron encontró su mirada y la sostuvo. -El pasado está muerto, Z. El mañana se convertirá en cualquier decisión que tomes aquí, esta semana. Me ha llevado quinientos años de negociaciones con Artemisa darte esta oportunidad para probarle que puedes comportarte. Por el bien de tu cordura y tu vida, no falles.
Acheron lo soltó y se dirigió tras los turistas.
Zarek no se movió hasta que estuvo solo otra vez. Dejó que las palabras de Acheron lo inundaran mientras se quedaba parado silenciosamente contemplando las cosas.
No quería dejar esta ciudad. Desde el momento en que había visto el gentío reunido en Jackson Square, había estado encantado con Nueva Orleáns.
Sobre todo, él había estado alegre.
No, él no arruinaría esto. Cumpliría con el deber y protegería a los humanos que vivían aquí.
No importa lo que fuera, haría lo que se necesitara para que Artemisa lo dejara quedarse.
Nunca mataría a otro humano…
Zarek había comenzado a caminar por la calle cuando un grupo de cuatro hombres atraparon su vista. Por su altura extrema, el cabello rubio, y la buena apariencia, era seguro que eran Daimons.
Murmuraban entre ellos, pero aún así los podía oír claramente.
-Bossman dijo que ella vive arriba del Club Runningwolf en un loft.
Uno de los Daimons se rió. -Un Cazador Oscuro con una novia. No pensé que tal cosa existiera.
-Oh, sí. La escena será un infierno. Imagina cómo se sentirá cuándo encuentre su cuerpo desnudo, sin sangre, yaciendo en la cama esperándolo a él.
Zarek comenzó a atacarlos en ese mismísimo momento, pero se detuvo mientras un grupo de humanos tropezaban saliendo del bar, a la calle. Atentos a su blanco, los Daimons ni siquiera los miraron.
Los turistas se quedaron en la calle, riéndose y bromeando, sin sospechar que de no ser por un compromiso previo, los Daimons se estarían dirigiendo directamente a ellos.
La vida era una cosa muy frágil.
Apretando los dientes, Zarek supo que tendría que esperar hasta que pudiera esquinar a los Daimons en un callejón donde no serían vistos.
Se hizo para atrás en las sombras donde todavía los podía observar y oír, y seguir hacia el loft de Sunshine.
La cabeza de Astrid dolía mientras seguía a Zarek a través de sus sueños y dejaba que su cólera y dolor se filtraran en ella. Estaba con él en el callejón donde había peleado con los Daimons y luego había sido atacado por los policías.
Y ella estuvo con él en el tejado cuando llamó a Talon para advertirle que cuidara a Sunshine. Sintió la furia de Zarek. Su deseo por ayudar a la gente que sólo podía despreciarlo y recriminarlo.
Juzgándolo erróneamente.
No sabía cómo llegar a ellos.
Así es que los atacaba en lugar de eso. Los atacaba con palabras antes que lo atacaran a él.
Al final, fue demasiado para que ella lo manejara. Tuvo que separarse de él o podría volverse demente por la cruda intensidad de sus emociones.
Era un esfuerzo separarse de él. El suero los ataba muy fuerte queriéndolos mantener unidos, pero como una ninfa, ella era más fuerte.
Convocando a todos sus poderes, rasgó el hilo con él hasta que no fue parte de Zarek y sus recuerdos.
Ahora sólo era una observadora del sueño, así es que podía observar, pero no sentir sus emociones.
Pero podía sentir las de ella y ella sufría por este hombre en un modo que nunca había pensado posible. La crudeza de sus emociones recobradas, la abrumaron. Su pasado y sus cicatrices la atravesaron, haciendo explotar el capullo insensible que la había encajonado por tanto tiempo.
Por primera vez en siglos, sintió la agonía de otra persona. Más que eso, quería serenarlo. Sostener a este hombre que no podía escaparse de lo que era.
Mientras observaba, el sueño de Zarek se oscureció. Lo vio luchar a través de una ventisca feroz. Estaba vestido sólo con un par de pantalones de cuero negros, sin camisa ni zapatos. Sus brazos envueltos a su alrededor, se estremecía del frío y caminaba con pesadez, maldiciendo al aullador viento mientras tropezaba y caía en la profunda nieve helada.
Cada vez que caía, se obligaba a levantarse y continuaba. Su fuerza la asombró.
Los vientos azotaban sus hombros anchos, morenos, alejando su pelo negro de sus bien afeitadas mejillas. Entrecerraba los ojos al tratar de ver a través de la tormenta.
Pero no había nada alrededor. Nada más que el paisaje blanco e inhóspito.
Entumecido por el frío que lo asediaba, Astrid lo siguió.
-No moriré -gruñó Zarek, ganando velocidad mientras caminaba. Contempló el oscuro cielo sin estrellas. -¿Me escuchas, Artemisa? ¿Acheron? No les daré a ninguno de los dos la satisfacción.
Comenzó a correr, andando con paso pesado a través de la nieve que trituraba, como un niño corriendo tras un juguete. Sus pies estaban rojos del frío, su piel desnuda moteada.
Astrid luchó por continuar.
Hasta que él cayó.
Zarek yació muy quieto en la nieve, boca abajo con un brazo por encima de su cabeza y otro adelante de él, jadeando por su carrera. Ella clavó los ojos en el tatuaje en la base de su columna vertebral, que se movía con sus respiraciones.
Dándose vuelta sobre su espalda, contempló el cielo negro mientras los copos de nieve caían sobre su cuerpo y los pantalones de cuero. Su pelo negro mojado estaba pegado a su cabeza. Él continuó respirando pesadamente mientras sus dientes castañeaban del frío.
Aún así no se movió.
-Solo quiero estar caliente -murmuró. -Una sola vez déjame sentir calor. ¿Hay alguna estrella capaz de compartir su fuego conmigo?
Ella frunció el ceño ante la extraña pregunta, pero claro, en los sueños, las frases y acontecimientos extraños eran bastante comunes.
Zarek se dio vuelta otra vez y se levantó, luego continuó a través de la ventisca.
La condujo hacia una cabaña pequeña, aislada en la mitad del bosque. Sólo tenía una ventana, pero la luz del interior era un faro brillante en la desolación fría de la tormenta ártica.
Se veía tan acogedora.
Astrid oyó risa y conversaciones viniendo del interior.
Zarek tropezó hacia la única ventana. Respirando pesadamente, extendió su mano contra el vidrio escarchado, mientras miraba adentro como un niño pequeño y hambriento parado fuera de un restaurante de lujo donde sabía que nunca sería bienvenido.
Ella se ubicó detrás de él a fin de poder ver adentro, también.
La cabaña estaba llena de Cazadores Oscuros. Celebraban algo mientras un fuego resplandeciente atronaba en la chimenea. Había abundante comida y bebida mientras reían, bebían, y hablaban entre ellos como hermanos y hermanas. Una familia.
Astrid no reconoció a ninguno de ellos, excepto a Acheron. Pero era obvio que Zarek los conocía a todos.
Apretando el puño, se apartó de la ventana y se encaminó a la puerta principal de la cabaña.
Zarek golpeó ferozmente. -Déjenme entrar -demandó.
Un hombre rubio alto abrió la puerta. Vestía una chaqueta negra de motociclista de cuero, con símbolos célticos rojos en ella y un par de pantalones de cuero negros. Sus ojos café oscuros eran desdeñosos y sostenían una mirada sumamente desagradable en su cara hermosa. -Nadie te quiere aquí, Zarek.
El rubio trató de cerrar la puerta.
Zarek afirmó una mano contra el marco de la puerta y la otra contra la puerta a fin de poder evitar que el hombre lo dejara fuera. -Maldición Celta. Déjame entrar.
El celta dio un paso atrás mientras Acheron se ofrecía a bloquear a Zarek.
-¿Qué quieres, Z?
La cara de Zarek estaba angustiada mientras encontraba la mirada de Acheron. -Quiero entrar -él vaciló y cuando dijo las siguientes palabras, sus ojos estaban brillantes de humillación y necesidad. -Por favor, Acheron. Por favor déjame entrar.
No había emociones en la cara de Acheron. Ninguna.
-No eres bienvenido aquí, Z. Nunca serás bienvenido entre nosotros.
Cerró la puerta.
Zarek golpeó contra la madera y maldijo. -¡Maldito seas, Acheron! ¡Malditos todos ustedes! -luego pateó la puerta y probó la manija otra vez. -¡Por qué no me mataste, bastardo! ¿Por qué?
Esta vez cuando Zarek habló, la cólera se había ido de su voz. Era vacía y necesitada, dolorosa, y la afectó aún más que cuando había pedido morir.
-Déjame entrar, Ash, juro que me comportaré, lo juro. Por favor no me dejes aquí solo. No quiero tener frío nunca más. ¡Por favor!
Lagrimas caían por la cara de Astrid mientras miraba a Zarek golpeando contra la puerta, demandando que le abrieran.
Nadie vino.
La risa continuó adentro como si él no existiera.
En ese momento, Astrid entendió completamente la desconsolada soledad que sentía. La soledad y el abandono.
-¡Váyanse a la mierda! -rugió Zarek. -No necesito a ninguno de ustedes. No necesito nada.
Finalmente, Zarek lanzó su espalda contra la puerta y luego se deslizó para arrodillarse en medio del frío y de los remolinos del viento. Su pelo y pestañas estaban blancos y congelados de la nieve, su piel expuesta estaba roja.
Cerró los ojos como si el sonido de su alegría fuera más que lo que podía soportar. -No necesito nada o a nadie, – murmuró.
Y luego todo en el sueño cambió. La cabaña cambió de forma hasta que se convirtió en su casa temporal en Alaska.
No había más Cazadores Oscuros en su sueño. Ninguna tormenta. Era una noche perfecta, tranquila.
-Astrid -susurró su nombre como un suave ruego. -Desearía poder estar contigo.
Ella no pudo moverse mientras le oía decir esas delicadas palabras.
Nunca había dicho su nombre antes y el sonido de él en sus labios era como una canción melódica.
Contempló el cielo oscuro donde un millón de estrellas brillaban intermitentemente a través de las nubes. –Yo me pregunto -dijo quedamente, citando otra vez El Principito, –si las estrellas están encendidas para que cada cual pueda un día encontrar la suya.
Zarek tragó y enrolló sus musculosos brazos alrededor de las piernas mientras continuaba observando el cielo. -He encontrado mi Estrella. Ella es belleza y gracia. Elegancia y bondad. Mi risa en invierno. Valiente y fuerte. Atrevida y tentadora. A diferencia de cualquier otro en el universo…, y no la puedo tocar. No me atrevo ni siquiera a intentarlo.
Astrid no podía respirar mientras él hablaba tan poéticamente. Ella nunca realmente había pensado el hecho de que su nombre quería decir "estrella" en griego.
Pero Zarek sí.
Seguramente ningún asesino podía tener tal belleza dentro de él.
-Astrid o Afrodita -dijo él suavemente, -ella es mi Circe[16]Sólo que en lugar de convertir a un hombre en animal ella ha humanizado al animal.
Luego la cólera cayó sobre él y dio una patada a la nieve frente a él. Se rió amargamente. -Soy un estúpido idiota, queriendo una estrella que no puedo tener.
Él miró hacia arriba tristemente. -Pero claro, todas las estrellas están más allá del alcance humano y yo no soy ni siquiera humano.
Zarek enterró la cabeza en sus brazos y lloró.
Astrid no lo podía soportar más. Se salió de este sueño, pero sin ayuda de M'Adoc, no podía despertarse de un sueño.
Todo lo que podía hacer era observar a Zarek. Ver su angustia y su pena que la atravesaban como la glicerina al cristal.
Era tan fuerte en la vida. Una fragua de hierro que podía resistir cualquier golpe. Uno que la emprendía a golpes contra otras personas para mantenerlos a distancia de él.
Solo en sus sueños vio qué había dentro de él. La vulnerabilidad.
Sólo aquí verdaderamente entendió al hombre que no se atrevía a mostrarse a nadie.
El corazón tierno que estaba herido por el desprecio.
Astrid quería aliviar su sufrimiento. Quería tomarle la mano y mostrarle un mundo del que no estaba excluido. Mostrarle lo que era alcanzar a alguien y no ser golpeado a cambio.
Ni siquiera uno en todos los siglos que ella había juzgado, había hecho sentir a Astrid de esta manera. Zarek tocaba una parte de ella que ni siquiera sabía que existía.
Sobre todo, tocaba su corazón. Un corazón que había temido que ya no funcionara.
Pero latía por él.
Ella no podía quedarse parada aquí, mirándolo mientras sufría en soledad.
Antes de pensarlo mejor, se envió a sí misma adentro de su vacía cabaña y abrió la puerta
El corazón de Zarek dejó de latir mientras levantaba la cabeza y veía la cara del cielo. No, ella no era el cielo.
Ella era mejor. Mucho mejor.
Nunca en este sueño nadie había abierto la puerta una vez que él se había quedado fuera.
Pero Astrid la abrió.
Ella se paró en la entrada, su cara tierna. Sus ojos azul claro ya no estaban ciegos. Eran cálidos y acogedores. -Ven adentro, Zarek. Déjame calentarte.
Antes de poder detenerse a sí mismo, se levantó y tomó su mano extendida. Era algo que él nunca habría hecho en la vida real. Sólo en un sueño se atrevería a tocarla.
Su piel era tan calida que lo quemó.
Ella lo empujó a sus brazos y lo mantuvo cerca. Zarek se estremeció ante la novedad de un abrazo, a la sensación de sus pechos contra su pecho. Su respiración en su piel congelada.
Entonces así es como se sentía un abrazo. Caliente. Reconfortante. Asombroso. Milagroso.
Su contacto humano había sido tan limitado en su vida que todo lo que podía hacer era cerrar los ojos y sentir la calidez de su cuerpo rodeándolo.
La suavidad de ella.
Inspiró su perfume calido, dulce y disfrutó las nuevas emociones que se derramaban a través de él.
¿Era esto aceptación?
¿Era esto el nirvana[17]
Él no sabía con seguridad. Pero por una vez, no quería despertarse de este sueño.
Repentinamente una manta caliente estaba envuelta alrededor de sus hombros. Sus brazos todavía lo mantenían apretado.
Zarek ahuecó su cara en la mano y presionó su mejilla contra la de ella. Oh, la sensación de su carne tocando la de él…
Ella era tan suave.
Nunca había imaginado a alguien siendo así de suave. Tan tierna y atractiva.
El calor de su mejilla contra la de él quitó el picor quemante del frío. Avanzó a rastras a través de su cuerpo hasta que se desheló completamente. Incluso su corazón, que había estado cubierto de hielo por siglos.
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