El pensamiento envió una sacudida inesperada de cólera a través de él.
Astrid avanzó en línea recta hacia el cuarto, y se dirigió derecho hacia la otomana que él había movido fuera de su lugar más temprano.
Su primer pensamiento fue dejarlo ahí y dejarla caer, pero apenas logró correrlo a tiempo. Ella no tropezó con la otomana, pero sin embargo, sí lo hizo con él, causando que el cuchillo resbalase.
Zarek siseó mientras la hoja sumamente afilada cortaba profundamente su mano.
-¿Zarek?
La ignoró mientras entraba precipitadamente en la cocina para atender la herida palpitante antes de que chorreara sangre por todo el piso pulido de madera y las caras alfombras.
Maldiciendo, dejó caer el cuchillo en el fregadero y abrió la canilla para enjuagarlo.
Ella lo siguió a la cocina. -¿Zarek? ¿Hay algo mal?
-No -gruñó lavando la sangre de su mano. Hizo una mueca al ver la profundidad de la herida. Si fuese humano, necesitaría puntadas.
Astrid se paró a su lado. -Huelo sangre. ¿Estás herido?
Antes de darse cuenta de lo que ella intentaba, le tomó su mano con las de ella. Su toque era como una pluma ligera mientras amablemente tocaba su herida, pero aún así la sensación de su mano en la de él lo derribó. Sintió como si alguien le hubiera dado en el estómago con un martillo pesado.
Estaba tan cerca de él que todo lo que tenía que hacer era inclinarse hacia adelante y podría besarla.
Saborear su cuello.
Su sangre…
Ninguna mujer, nunca, lo había tentado como esta.
Por primera vez en su vida, quería saborear los labios de alguien. Sostener su cara en sus manos y violar su boca con su lengua.
¿Qué se sentiría ser abrazado. ?
¿Qué diablos está mal conmigo?
No era el tipo de hombre al que nadie abrazara, ni él lo quería.
No realmente.
Él sólo quería…
-Esto es profundo -dijo ella quedamente, su voz encantándole aún más.
Miró hacia abajo, pero en lugar de su mano, todo lo que podía ver era el valle profundo entre sus pechos que estaban al descubierto por la V de su suéter. Sólo tenía que mover su mano unos pocos centímetros para hundirla suavemente entre los suaves montículos. Para empujar su suéter a un lado hasta que pudiera ahuecarlos con su mano.
-¿Que sucedió? -preguntó ella.
Zarek parpadeó para disipar la imagen que había causado que su erección doliera y latiera demandando satisfacción.
-Nada.
-¿Esa es la única palabra que sabes? -. Ella hizo una mueca mientras sostenía su mano con las de ella y alcanzaba una botella de peróxido del gabinete sobre el fregadero. Estaba asombrado que conociese cuál envase era, pero bueno, todo en el gabinete parecía estar deliberadamente y cuidadosamente colocado.
Siseó otra vez mientras ella vertía el líquido sobre su corte. El frío del líquido punzaba tanto como el desinfectante.
A pesar de eso, estaba aturdido por sus acciones compasivas, por la gentileza de su mano en la de él.
Ella dio palmaditas sobre la mesada buscando el paño para secar los platos. Una vez que lo encontró, lo envolvió alrededor de su mano. -Mantenla en alto. Llamaré a un doctor…
-No -dijo él severamente, interrumpiéndola. -Ningún doctor.
-Pero estás herido.
-Créeme, no es nada.
Astrid notó la presión en su voz mientras decía eso. Más que nunca, deseaba poder verlo mientras hablaba.
-¿Te cortaste porque me tropecé contigo?
Él no contestó.
Astrid trató de alcanzarlo con sus sentidos y no encontró nada. No podía decir si estaba con ella o si estaba completamente sola.
Sus sentidos nunca le habían fallado antes.
Daba miedo no tener ninguna habilidad para "sentirle".
-¿Zarek?
-¿Qué?
Ella realmente saltó ante el sonido de su profunda voz con acento, tan cerca de su oído. -No contestaste mi pregunta.
-Sí, ¿y qué más da? No es que a ti te importe cómo me lastimé, de cualquier manera.
Su voz se desvaneció como si se estuviera alejando.
-¿Sasha, dónde esta?
-Se esta dirigiendo hacia la sala.
Ella oyó a Sasha gruñendo en el vestíbulo.
-Hacia atrás -dijo Zarek con un gruñido.
-Sabes -dijo él más fuerte. -He escuchado que los perros viven más tiempo cuando son castrados. Y son más amigables, también.
-Oh, bravo, te castramos a ti y veremos si eso te afecta, tú…
-¡Sasha!
-¿Qué? Él es aborrecible. Y no soy un perro.
Ella fue andando por el vestíbulo para palmear la cabeza de Sasha. -Lo sé.
Zarek ignoró al lobo y a la mujer dirigiéndose a la ventana y jalando las cortinas para atrás. Era poco después de la una a.m. y la ventisca era tan feroz como había sido antes.
Demonios. Nunca iba a poder salir de aquí. Sólo esperaba que el clima se apaciguara el tiempo suficiente como para permitirle regresar a su bosque. Sin duda los Escuderos, Jess, y Thanatos estaban esperándolo en su cabaña, pero él tenía muchas más áreas "seguras" que ninguno de ellos conocía. Lugares en donde podía obtener armas y suministros.
Pero tenía que estar en su tierra para alcanzarlos.
-¿Zarek?
Él exhaló irritadamente.
-¿Qué? -dijo bruscamente.
-No uses ese tono conmigo -dijo ella con una nota filosa en su voz que causó que él arqueara una ceja por su audacia. -Me gusta saber dónde están las personas en mi casa. Sé simpático, o te pondré un cencerro.
Él sintió un deseo extraño de reírse. Pero la risa y él eran desconocidos.
-Me gustaría verte intentarlo.
-¿Eres siempre así de gruñón o sólo te levantaste del lado incorrecto de la cama?
-Así soy, cariño, acostúmbrate.
Ella se paró a su lado y él tuvo el presentimiento que lo hacía a propósito, justamente para fastidiarlo. -¿Y si no quiero acostumbrarme a eso?
Él se giró para confrontarla. -No me empujes, princesa.
-Oooo -dijo ella con voz poco impresionada. -Lo próximo será que estarás hablando como el Increíble Hulk. 'No me hagas enojar, no te gustaré cuando me enoje' -. Ella lanzó una mirada arrogante en su dirección. -No me asustas, Señor Zarek. Así que puedes dejar tu actitud en la puerta y ser agradable conmigo mientras estés aquí.
La incredulidad lo atormentó. Nadie en sus dos mil años lo había despachado tan fácilmente y lo enojó que ella se atreviera ahora. Le trajo a la memoria demasiados malos recuerdos de personas que veían a través de él. Personas que no lo apreciaban en lo absoluto.
El primer voto que se había hecho a sí mismo como Cazador Oscuro era que nunca más se preocuparía por tratar de ganar la bondad o el respeto de los demás.
El miedo era una herramienta mucho más poderosa.
La empujó hacia atrás, contra la pared.
Astrid se aterrorizó mientras sentía a Zarek presionándola en tanto la pared detrás bloqueaba su escapada. Ella no tenía ninguna parte adonde ir. No podía respirar. No podía moverse.
Él era tan grande, tan fuerte.
Todo lo que podía sentir era a él. La rodeó con poder y peligro. Con la promesa de reflejos letales. Trataba de hacerle sentir miedo por él, lo sabía.
Estaba funcionando muy bien.
No la tocó, pero bueno, no tenía que hacerlo. Su sola presencia era aterradora.
Oscura. Peligrosa.
Letal.
Le sintió inclinarse para hablarle coléricamente en su oído. -Si quieres algo agradable, cariño, juega con tu jodido perro. Cuando estés lista para jugar con un hombre, entonces llámame.
Antes de que pudiera responder, Sasha atacó.
Zarek tropezó, alejándose de ella con una maldición, mientras el aire alrededor de ella se agitaba cruelmente con los movimientos frenéticos de Sasha.
Encogiéndose instintivamente, Astrid contuvo su aliento mientras oía el sonido de lobo y el hombre peleando. Se esforzó por mirar, pero ella estaba rodeada de oscuridad y de los abrumadores sonidos enojados.
-¡Sasha! -gritó, deseando poder ver qué ocurría entre ellos.
Todo lo que escuchó fue la mezcla de siseos, gruñidos, y maldiciones.
Luego algo sólido golpeó la pared a su lado.
Sasha ladró.
Aterrada de lo que Zarek le había hecho a su compañero, Astrid se arrodilló en el piso y anduvo a tientas hacia donde Sasha yacía, delante de la chimenea.
-¿Sasha? -pasó su mano temblorosa a través de su pelaje, buscando heridas.
No se movía.
Su corazón dejó de latir mientras el terror la invadía. ¡Si cualquier cosa le hubiese ocurrido a Sasha, entonces ella mataría a Zarek por sí misma!
Por favor, por favor que estés bien…
-¿Sasha? -la mantuvo cerca y extendió sus pensamientos a él.
-Lo mataré. Así es que ayúdame, lo haré.
Ella se estremeció con alivio ante la cólera de Sasha. ¡Gracias a Zeus que estaba vivo!
Zarek se quitó la camisa rota y la usó para contener la sangre en su brazo derecho, cuello, y en el hombro donde el perro había hecho trizas su piel con sus garras y dientes.
Apenas podía contener su furia. No había sido herido tantas veces en una sola hora desde el día que había muerto.
Gruñendo, clavó los ojos en la carne roja hinchada. Odiaba estar herido.
Era todo lo que podía hacer para no regresar a la sala y asegurarse que ese perro maldito nunca mas atacara a otra cosa viva en su vida.
Quería sangre. Sangre de lobo.
Para el caso, quería sangre humana. Un pellizco rápido para calmar su furia y recordarle lo que él era.
Solo saborearla una vez…
Astrid entró al cuarto de baño y se topó con él.
Él gruñó ante la sensación de su cuerpo cálido estrellándose contra él.
Sin comentarios, lo apartó del fregadero y se arrodilló para sacar un botiquín de primeros auxilios.
-Podrías haber dicho 'Permiso'.
-No te dirijo la palabra -gruñó ella.
-También te quiero, cariño.
Ella se congeló ante su comentario sarcástico y miró encolerizadamente en su dirección. -¿Eres realmente un animal, no?
Zarek apretó los dientes ante sus palabras. Era así como todos lo habían visto en su vida. Estaba demasiado viejo, ahora, como para empezar una nueva vida. -Woof, woof.
Resoplando de furia, comenzó a salir, luego se detuvo. Se volvió hacia él con un gruñido. -Sabes, no tengo idea de dónde vienes y realmente no me importa. Nada te da el derecho para lastimar a otras personas o a Sasha. Sólo me protegía, mientras que tú… no eres más que un matón.
Zarek se quedó inmóvil mientras imágenes crueles, horrorosas atravesaban su memoria. La vista de su pueblo en llamas.
De cuerpos dispersos por todas partes.
Los débiles sonidos de personas gritando.
La furia dentro de su corazón que demandaba sangre…
Se sobresaltó mientras el dolor lo laceraba. Odiaba sus recuerdos tanto como se odiaba a sí mismo.
-Un día alguien debe enseñarte a ser civilizado -. Astrid giró y se volvió hacia la sala.
-Si – dijo él, frunciendo los labios. -Ve a atender a tu perro, princesa. Él te necesita.
Zarek, por otra parte, no necesitaba a nadie.
Nunca lo necesitó.
Con ese pensamiento en mente, fue al cuarto donde se había despertado.
Tormenta o no tormenta, era hora de irse.
Se puso encima su abrigo sobre el pecho desnudo y lo abotonó. También estaba dañado por el disparo y dejaría su herida en la espalda expuesta al clima. Que así fuera.
No era como si él pudiera congelarse hasta morir de cualquier manera. Había algo de ventaja en ser inmortal.
El agujero sólo haría que una linda brisa fresca recorriese su columna vertebral hasta que pudiera encontrar más ropas.
Después de que se hubo vestido, se dirigió hacia la puerta e hizo lo mejor que pudo para no advertir a Astrid, quien estaba de rodillas delante del fuego caliente, serenando y consolando a su mascota como lo había atendido a él.
La vista lo hizo sentir dolor, en cierto modo, como no habría creído posible.
Sí, era la maldita hora de que se fuera de aquí.
-Él se esta yendo.
Astrid se sobresaltó ante el sonido de Sasha en su cabeza. -¿Cómo que se está yendo?
-Está detrás de ti ahora mismo, vestido y dirigiéndose al exterior.
-¿Zarek?
Le contestó el golpe de la puerta cerrándose.
Capítulo 5
Zarek se congeló fuera de la puerta. Literal y figurativamente. El viento pegaba tan rudamente que le quitó la respiración y le envió un agudo temblor por todo su cuerpo.
Estaba tan frío afuera, que apenas podía moverse. La nieve caía rápida y furiosamente, y era tan densa que no podía ver a más de tres centímetros desde su propia nariz. Inclusive sus gafas se habían congelado.
Nadie cuerdo estaría fuera esta noche.
Así que era algo bueno que estuviera demente.
Apretando los dientes, se dirigió hacia el norte. Demonios, iba a ser una larga y miserable caminata a casa. Sólo esperaba poder encontrar algún tipo de refugio antes del amanecer.
En caso de que no, Artemisa y Dionisio iban a ser dos dioses felices en unas cuantas horas y el viejo Acheron tendría un dolor de cabeza menos en su vida.
-¿Zarek?
Él maldijo al escuchar la voz de Astrid sobre el aullido del viento.
No contestes.
No mires.
Pero era compulsivo. Miró hacia atrás antes de poder detenerse y allí la vio saliendo de la cabaña sin ningún abrigo encima.
-¡Zarek! -ella tropezó en la nieve y cayó.
Déjala. Ella debería haberse quedado adentro donde estaba a salvo.
Él no podía.
Sola estaba indefensa y no la dejaría afuera para morir.
Mascullando una apestosa maldición que habría hecho a un marinero encogerse, fue a su lado. La levantó rudamente y la empujó hacia la casa.
-Entra antes de que mueras de frío.
-¿Qué hay de ti?
-¿Qué hay de mí?
-No puedes quedarte aquí afuera, tampoco.
-Créeme, princesa, he dormido en peores condiciones que esta.
-Morirás aquí afuera.
-No me importa.
-Bueno, a mi sí.
Zarek habría quedado mucho menos estupefacto si ella lo hubiera abofeteado. Al menos eso se lo hubiera esperado.
Por un minuto completo no pudo moverse mientras esas palabras sonaban en sus oídos. La idea que a alguien le importara si vivía o moría era tan extraña para él que no estaba seguro de cómo responder.
-Entra -gruñó, empujándola amablemente hacia la puerta.
El lobo le gruñó.
-Cállate, Sasha -resopló ella antes de que él tuviese la posibilidad. -Un sonido más tuyo y tu te quedarás afuera.
El lobo inhaló por la nariz indignado, como si la entendiera, luego se dirigió rápidamente hacia la casa.
Zarek cerró la puerta mientras Astrid temblaba del frío. La nieve que le había caído se derritió, mojándola instantáneamente. Él estaba mojado también, no es que le importara. Estaba acostumbrado a la incomodidad física.
Ella no.
-¿Qué estabas pensando? -le gritó a ella, sentándola en el sofá.
-No te atrevas a usar ese tono de voz conmigo.
Así es que en lugar de eso le gruñó y caminó hacia el cuarto de baño donde pudo agarrar una toalla de la percha. Luego se encaminó a su dormitorio y agarró una manta.
Regresó a ella. -Estás empapada.
-Me he dado cuenta.
Astrid se sorprendió por el calor repentino e inesperado de una manta cubriéndola, especialmente dadas sus palabras furiosas, llenas de enojo que le decían que era una idiota por ir tras él.
Zarek la envolvió apretadamente, luego se arrodilló ante ella. Le sacó las zapatillas revestidas de piel y frotó los congelados dedos del pie hasta que otra vez pudo sentir algo aparte de la quemadura dolorosa del frío.
Ella nunca había experimentado un frío como éste antes y se preguntó cuántas veces Zarek debía haberlo padecido sin nadie allí para calentarle.
-Lo que hiciste, fue una cosa estúpida -dijo severamente.
-¿Entonces por que lo hiciste tu?
Él no contestó. En lugar de eso, dejó caer su pie y se movió alrededor de ella.
No sabía que iba a hacer hasta que sintió una toalla cubriéndole la cabeza. Tensándose, esperó que él fuese rudo.
No lo fue. De hecho, su toque era asombrosamente tierno mientras le secaba el pelo con la toalla.
¿Cuán extraño era esto? ¿Quién hubiera pensado que la cuidaría tan tiernamente?
Era completamente inesperado.
Quizá había más en él de lo que demostraba…
Zarek rechinó los dientes ante la suavidad de pelo húmedo mientras caía contra sus manos. Trató de mantener la toalla entre ella y su piel, pero no funcionó. Las hebras de su pelo continuamente rozaban su piel, haciéndolo arder.
¿Cómo sería besar a una mujer?
¡Cómo sería besarla a ella!
Nunca antes tuvo la inclinación. Cada vez que una mujer había hecho un intento, había movido los labios lejos de ella. Era una intimidad que no tenía deseos de experimentar con cualquiera.
Pero sentía el anhelo ahora. Sintió hambre por probar los labios húmedos y rosados de Astrid.
¿Qué eres? ¿Un demente?
Sí, lo era.
No había lugar en su vida para una mujer, ningún lugar para un amigo o un compañero. Lo había aprendido desde la hora de su nacimiento, sólo tenía un destino.
La soledad.
Aun cuando trató de tener un sitio, no surtió efecto. Él era un extraño. Eso era todo lo que sabía.
Alejó la toalla de su pelo y clavó los ojos en ella, queriendo pasar su mano a través de esas húmedas hebras y peinarlas. Su piel todavía estaba cenicienta y gris del frío. Pero ella no estaba menos preciosa. No menos atractiva.
Antes de poder detenerse, colocó su mano desnuda contra su mejilla helada y dejó que la suavidad de ella lo traspasara.
Dioses, se sentía tan bien tocarla.
Ella no se apartó de su toque o se encogió de miedo. Se sentó allí y lo dejó tocarla como un hombre.
Como un amante…
-¿Zarek? -su voz estaba llena de incertidumbre.
-Estas helada -gruñó y la dejó. Tenía que escaparse de ella y de los extraños sentimientos que removía dentro de él. No quería estar a su alrededor.
No quería ser doblegado.
Cada vez que se había permitido estar atado a otro humano, había sido traicionado.
Por todo el mundo.
Aún Jess, quien había parecido seguro porque vivía muy alejado.
Un eco del dolor apuñaló su espalda.
Aparentemente Jess no había vivido lo suficientemente lejos.
Zarek miró fuera de la ventana de la cocina donde la nieve continuaba cayendo. Tarde o temprano, Astrid se dormiría y entonces se iría.
Entonces ella no podría detenerlo.
Astrid comenzó a ir tras de Zarek, pero se detuvo. Quería ver lo que haría. Lo que pretendía.
-¿Sasha, qué esta haciendo?
Se quedó quieta y usó la vista de Sasha. Zarek desabotonaba su abrigo. Su respiración quedó atrapada ante la vista de su pecho desnudo. Cada músculo en su cuerpo ondeaba mientras se quitaba el abrigo y lo colgaba detrás de la silla escalera.
El hombre era simplemente bellísimo. Sus hombros anchos, tostados y desnudos eran tentadores. Deliciosos.
Pero lo que la dejó estupefacta, fue su brazo derecho y su hombro, los cuales eran un desastre total por el ataque de Sasha.
Astrid se quedó sin aliento ante la vista de lo que había hecho su compañero. Zarek por otro lado no parecía tener un mínimo de molestia por las mordidas. Se había ocupado de sus asuntos con la mayor naturalidad.
-¿Tengo que mirar esto? –Sasha lloriqueó en su cabeza. –Me voy a quedar ciego mirando a un hombre desnudo.
-No te vas a quedar ciego y él no está desnudo -Desafortunadamente.
Astrid se quedó desconcertada por ese pensamiento inusual. Ella nunca había mirado fijamente a un hombre antes, pero se encontró embelesada por Zarek.
–Sí lo soy, y sí lo esta. Lo suficientemente desnudo como para hacerme perder mi almuerzo de cualquier manera. -Sasha comenzó a salir de la cocina.
-Sasha, quédate.
-No soy un perro, Astrid, y no me preocupo por ese tono imperativo. Me quedo contigo por mi elección, no por la tuya.
–Lo sé, Sasha. Lo siento. Por Favor, quédate por mí -. Gruñendo en un modo muy parecido al de Zarek, Sasha regresó a la cocina y se sentó para vigilarlo.
Zarek prestó poca atención a Sasha mientras se movía por la cocina buscando algo.
Ella frunció el cejo al verlo sacar una cacerola pequeña. Mientras se movía hacia la heladera, su respiración quedó cortada ante la vista de un estilizado dragón tatuado en la parte baja de su espalda. Y bien por encima de este, estaba la horrible herida en dónde alguien le había disparado.
Ella se encogió con una simpatía inesperada. Por primera vez en mucho tiempo realmente sintió lástima por alguien. Se veía cruel y dolorosa.
Zarek se movió como si apenas lo advirtiera.
Fue a la heladera y sacó la leche y una barra grande de Hershey[12]que ella había comprado por un impulso. Vertió la leche en la cacerola y luego le añadió pedazos de chocolate.
Qué raro. Casi le había arrancado la cabeza e intimidado, luego la había atendido, y ahora le hacía chocolate caliente.
– No es para ti -le dijo Sasha.
-Silencio, Sasha.
-No lo es. ¿Quieres apostar a que trata de envenenarme con el chocolate?
-Entonces, no lo tomes.
Zarek se dio la vuelta y le dirigió una burla siniestra a Sasha. -Aquí, Lassie, ¿quieres salir a buscar a Timmy en el pozo? Vamos, chica, incluso te abriré la puerta y te lanzaré una galleta.
-Vamos psicópata-Hunter, ¿quieres descubrir mis dientes en tus… ?
-¡Sasha!
–No lo puedo evitar. Él me molesta. Bastante.
Zarek miró el agua y los platos con comida que Astrid había colocado en una bandeja pequeña, que estaba aproximadamente a diez centímetros del piso, para Sasha.
Sasha descubrió sus dientes. –No mi comida, hombre. La contaminas y te morderé hasta sacar toda la mierda de ti.
-Sasha, por favor.
Zarek se acercó a los recipientes de acero inoxidable.
–Te lo dije, Astrid, el bastardo va a envenenarme. Va a escupir en mi agua o va a hacer algo peor.
Zarek hizo la cosa más inesperada de todas. Se inclinó, recogió el recipiente casi vació de agua, lo lavó en el fregadero y lo rellenó con agua, luego cuidadosamente lo devolvió a la bandeja.
Astrid no estaba segura cuál de los dos estaba más impresionado por sus acciones. Ella o Sasha.
Sasha se dirigió a su recipiente y lo olfateó suspicazmente.
Zarek regresó al fregadero para lavarse las manos. Una vez que la leche con chocolate estuvo caliente, la vertió en un jarro y se lo llevó a ella.
-Aquí -le dijo él, su voz sonando con su usual nota ruda, hostil. Tomó su mano y la llevó hacia la taza.
-¿Qué es? -le preguntó.
-Arsénico y vómito.
Ella retorció su cara con repugnancia ante el pensamiento. -¿En serio? Y lograste hacerlo muy silenciosamente. ¿Quién lo diría? Gracias. Nunca he tomado vómito antes. Estoy seguro que es extra especial.
Bien, eso pasaba por pensar que Zarek tenía un lado más amable, más suave.
-Bébelo o no -gruñó. -No me importa.
Lo escuchó dejar el cuarto otra vez.
Astrid sostuvo la taza. Si bien ella lo había visto hacerlo a través de los ojos de Sasha y sabía que no había hecho nada para contaminarlo, estaba todavía renuente a saborearlo después de su comentario antipático.
-Te está mirando -le dijo Sasha.
Levantó la cabeza muy lentamente. -¿De que forma?
-Como si te estuviera desafiando a saborearlo.
Astrid contuvo su respiración, debatiendo qué hacer. ¿Era una prueba de él? ¿Se estaba preguntando si ella confiaba en él?
Aspirando profundamente, bebió el chocolate, el cual estaba a temperatura perfecta y muy sabroso.
Zarek estaba asombrado de su valentía. Entonces, ella no había creído en su fanfarronada y había confiado en él. Él nunca hubiera bebido algo que le diera un desconocido y lo sorprendía que ella lo hubiera hecho.
Sintió un gran respeto por ella. La mujer tenía un montón de agallas, le concedería eso.
Pero al final del día, las agallas no contaban para mucho, y todo lo que lograrían hacer sería que fuera asesinada por Thanatos si los encontraba antes de que él tuviese la posibilidad de salir.
Su mirada se puso ruda al recordar al demonio o Daimon o lo que fuere que había sido enviado para matarlo.
Todo este tiempo, los Cazadores Oscuros habían asumido que Acheron era el perro de caza que Artemisa solía usar para rastrear y matar Cazadores Oscuros deshonestos.
Todos los hombres que sabían la verdad ahora estaban vagando por la tierra como Shades[13]Entidades sin espíritu, incorpóreas que podían sentir hambre y sed y nunca tendrían permiso para saciarlo.
Podían sentir y percibir el mundo, pero nadie podría sentirlos o percibirlos.
Él entendía esa existencia. Por que los veintiséis años que había vivido como un humano mortal, había sido uno de ellos.
Sólo entonces, un mundo que no sabía que él existía había sido preferible. Porque cuando las personas se habían percatado que estaba por ahí, habían hecho un esfuerzo extraordinario para aumentar su dolor.
Habían hecho un esfuerzo extraordinario para lastimarlo y humillarlo.
La furia lo inundó mientras su mirada se agudizaba otra vez. Miró alrededor de la cabaña inmaculada donde cada detalle mostraba la riqueza de Astrid. En su existencia humana una mujer como ella habría escupido en su cara por ningún otra razón más que el hecho de que se hubiese atrevido a cruzarse en su camino. Habría estado tan por debajo de ella que habría sido golpeado aún por atreverse a levantar su mirada a su cara.
Mirarla a los ojos habría sido su muerte.
-¿Está este esclavo molestándola, señora?
Se sobresaltó ante el recuerdo que corría por su mente.
A la edad de doce había sido lo suficientemente tonto como para escuchar a sus hermanos al señalarle a una mujer que estaba en el mercado.
-Ella es tu madre, esclavo. ¿No lo sabías? El tío la liberó al año pasado. ¿Por qué no vas con ella, Zarek? Tal vez se apiade de ti y te libere, también.
Demasiado joven y demasiado estúpido, había clavado los ojos en la mujer que le habían señalado. Ella tenía pelo negro como el suyo y perfectos ojos azules. Nunca antes había visto a su madre. Nunca había sabido que ella era tan bella.
Pero en su corazón, siempre había sido más bella que Venus. La había visualizado como una esclava como él que no tenía más alternativa que hacer lo que su amo dijera. Había creado un sueño de cómo había sido apartado de sus brazos después del nacimiento. Cómo había llorado para que se lo devolvieran.
Cómo había sufrido cada día por su hijo perdido.
Entretanto, él había sido dado a su padre despiadado, que vengativamente lo había mantenido lejos de sus brazos compasivos.
Zarek estaba seguro que lo amaría. Todas las madres amaban a sus niños. Era por eso por lo que las otras esclavas no se ocupaban de él. Estaban guardando todas sus raciones y afectos para ellos.
Pero esta mujer… era la suya.
Y ella lo amaría.
Zarek había corrido hacia ella y la había abrazado, diciéndole quién era y cuánto la amaba.
Pero no había habido ninguna bienvenida cálida. Ningún afecto maternal.
Lo había mirado con un abierto disgusto y horror. Sus labios se habían torcido cruelmente mientras le siseaba a él. -Le pagué a esa puta bastante dinero para verte muerto.
Sus hermanos se habían reído de él.
Zarek había estado demasiado apabullado por su rechazo para moverse o respirar. Había estado desolado al enterarse que su madre había sobornado a otro esclavo para matarlo.
Cuando un soldado se acercó a ellos para preguntarle si estaba siendo molestada, entonces ella había dijo fríamente. –Este esclavo sin valor me tocó. Quiero que lo golpeen por eso.
Incluso después de dos mil años esas palabras resonaban a través de él. Al igual que la apariencia despiadada de su cara mientras cambiaba de dirección y lo dejaba con los soldados, que alegremente habían llevado a cabo su orden.
-No vales nada, esclavo. No eres bueno para nada. Ni siquiera vales las migajas que te mantienen vivo. Si tenemos suerte tal vez mueras, y nos ahorres las raciones del invierno para un esclavo que tenga más valor.
Zarek gruñó como si sus recuerdos lo sujetasen. Incapaz de enfrentar el dolor que causaban, sus poderes explotaron. Cada bombilla en la sala se hizo añicos, el fuego crepitó en la chimenea, esquivando por poco a Sasha, que había estado echado allí. Los cuadros se cayeron de las paredes.
Todo lo que quería era que el dolor se detuviera…
Astrid gritó ante los sonidos extraños que asaltaban a sus oídos. -¿Sasha, qué está ocurriendo?
-El bastardo trató de matarme.
-¿Cómo?
-Disparó una bola de fuego de la chimenea a mis cuartos traseros. Hombre, mi pelaje esta chamuscado. Está teniendo un ataque de algún tipo y usando sus poderes.
-¿Zarek?
La cabaña entera tembló con tal ferocidad que ella medio esperaba que esta estallara.
-¡Zarek!
El silencio era total.
Todo lo que Astrid podía oír era el latido de su corazón.
-¿Qué está ocurriendo? -preguntó a Sasha.
-No sé. El fuego se apagó y no puedo ver nada. Esta completamente oscuro. Él hizo añicos las luces.
-¿Zarek? -intentó otra vez.
Otra vez nadie contestó. Su pánico se triplicó. Podía matarla y ni ella ni Sasha lo verían venir.
Podía hacerle cualquier cosa.
-¿Por qué me salvaste?
Saltó ante el sonido de su voz justo al lado de su oreja mientras se sentaba en el sofá. Estaba tan cerca de ella que podía sentir su respiración caliente en su piel.
-Estabas herido.
-¿Cómo supiste que estaba herido?
-No lo supe hasta después de que te traje adentro. Yo… pensé que estabas borracho.
-Sólo un tonto redomado metería a un hombre extraño en su casa cuando es ciego y vive solo. No me trates como a un idiota.
Ella tragó. Era bastante más listo de lo que ella había creído.
Y bastante más espeluznante.
-¿Por qué estoy aquí? -demandó.
-Te lo dije.
Él apartó de un empujón el sofá con tanta fuerza que patinó hacia adelante varios centímetros. Luego estaba delante de ella, inmovilizándola contra los cojines. Haciéndola temblar por su presencia feroz. -¿Cómo me metiste?
-Te arrastré.
-¿Sola?
-Por supuesto.
-No pareces lo suficientemente fuerte.
Ella boqueó con miedo. ¿Qué iba a hacerle? ¿Qué intentaba hacerle?
-Soy más fuerte de lo que parezco.
-Pruébalo -agarró sus muñecas.
Ella forcejeó con él para varios segundos. -Déjame ir.
-¿Por qué? ¿Te soy repulsivo?
Sasha gruñó. Ruidosamente.
Ella se congeló y miró encolerizadamente hacia donde esperaba que su cara estuviese.
-Zarek -dijo ella dijo. -Me estas lastimando. Déjame ir.
Para su sorpresa, lo hizo. Se movió hacia atrás muy ligeramente pero su presencia enojada era todavía tangible. Opresiva. Aterradora.
-Has algo inteligente, princesa -gruñó él en su oreja. -Quédate lejos de mí.
Lo oyó alejarse.
-Él es culpable –lanzó Sasha. –Astrid. Júzgale.
No podía. Todavía no. Aún cuando Zarek la había asustado. Aún cuando en este momento se veía desequilibrado y aterrador.
Él realmente no la había lastimado. Sólo la había asustado, y eso no era algo por lo que alguien debía morir.
Después de esto, ella podía entender perfectamente cómo pudo haber explotado y matado a todas las personas en el pueblo que le había sido confiado para defender.
¿Explotaría así con ella?
Ya que ella era inmortal, no la podía matar, pero sí la podía lastimar.
Un juez menor podría haber seguido adelante y dar el veredicto basado solamente en las acciones de esta noche. Ella estaba tentada, pero no lo haría. Todavía no.
-¿Estás bien? –preguntó Sasha después de que ella se rehusase a responder su demanda de un veredicto.
-Sí.
Pero ella mentía y tenía el presentimiento que Sasha lo sabía. Zarek la había aterrorizado de una forma que nadie antes había hecho.
Por demasiados siglos, había juzgado a incontables mujeres y hombres. Asesinos, traidores, blasfemadores. Tu nómbralos.
Pero ninguno de ellos la había asustado alguna vez. Ninguno de ellos alguna vez la había hecho querer salir corriendo hacia la protección de sus hermanas.
Zarek lo hacía.
Había algo acerca de él que realmente no estaba sano. Ella era capaz de tratar con personas que trataban de esconder su locura. Hombres que podían jugar a ser héroes galantes mientras por dentro eran fríos y crueles.
Zarek había explotado y aun así no la había lastimado.
Al menos todavía no.
Pero sus métodos intimidantes iban a tener que irse.
Recordó las palabras de Acheron para ella: "Es sólo con el corazón que uno puede ver correctamente…"
¿Qué había dentro del corazón de Zarek?
Exhalando largamente, Astrid extendió sus sentidos y trató de localizar a Zarek.
Como antes, no lo pudo localizarlo para nada. Era como si él estuviera tan acostumbrado a mantenerse oculto que no se registraba en el radar de nadie. Ni aun en el suyo intensificado.
-¿Dónde está? -preguntó a Sasha.
-En su cuarto, pienso.
-¿Dónde estas?
Sasha vino y se sentó a sus pies. –Artemisa tiene razón. Por el bien de la humanidad, él debe ser eliminado. Hay algo seriamente mal con este hombre.
Astrid frotó sus orejas mientras consideraba eso. –No sé. Acheron negoció con Artemisa a fin de que yo pudiera juzgar a Zarek. Él no habría hecho eso sin una razón. Sólo un tonto hace trueques con Artemisa por nada. Y Acheron está muy lejos de ser un tonto. Debe haber algo bueno en Zarek o si no…
–Acheron siempre se sacrifica por sus hombres. Es lo que él hace -se mofó Sasha.
-Tal vez…
Pero ella lo conocía mejor. Acheron siempre haría lo que fuese mejor para todos los involucrados. Él nunca antes había interferido a la hora de juzgar o ejecutar un Cazador Oscuro rebelde, y aún así, le había pedido personalmente que juzgara a éste
Él no había permitido que asesinaran a Zarek novecientos años atrás por destruir su pueblo y a los inocentes humanos.
Si Zarek verdaderamente planteaba un peligro, entonces Acheron nunca hubiera negociado con ellos por una audiencia o para permitirle al Cazador Oscuro vivir. Allí tenía que haber algo más.
Ella tenía que creer en Acheron.
Tenía que hacerlo.
Zarek se sentó solo en su cuarto, observando a la nieve caer afuera, a través de las cortinas abiertas. Estaba sentado en la silla mecedora, pero la mantenía inmóvil. Después de su "sobrecarga", había ido a través de la casa reemplazando bombillas y recogiendo los cuadros quebrados. Ahora todo estaba misteriosamente quieto.
Tenía que salir de allí antes que explotara otra vez. ¿Por qué la tormenta no se detenía?
La luz del vestíbulo se prendió, cegándolo por un momento.
Él miró ceñudamente. ¿Por qué Astrid prendía luces cuando era ciega?
La escuchó pisar suavemente por el vestíbulo hacia la sala. Parte de él quería unírsele, hablar con ella. Pero él nunca había sido dado a la conversación insustancial.
No sabía como conversar. Nunca nadie había estado interesado en cualquier cosa que él tuviera para decir.
Así es que lo mantenía para sí mismo y eso estaba bien para él.
-¿Sasha?
El sonido de su melódica voz lo traspasó como un vaso haciéndose añicos.
-Siéntate aquí mientras hago otro fuego.
Casi se levantó para ayudarla, pero se forzó a permanecer en su silla. Sus días como criado para los ricos habían terminado. Si ella quería un fuego, entonces ella era tan capaz para hacer uno como lo era él.
Por supuesto que él podía ver para atizar el fuego y sus manos eran ásperas por el arduo trabajo.
Las de ella eran suaves. Delicadas.
Manos frágiles que podían apaciguar…
Antes de darse cuenta, se dirigía hacia la sala.
Encontró a Astrid arrodillada frente al hogar, tratando de empujar nuevos leños sobre la parrilla de hierro. Estaba luchando contra eso y haciendo lo mejor para no quemarse durante el proceso.
Sin decir una palabra, la hizo para atrás.
Ella se quedó sin aliento, alarmada.
-Muévete de mi camino -gruñó él.
-No estaba en tu camino. Tú te metiste en el mío.
Cuando se rehusó a moverse, la alzó y la dejó caer en el sillón verde oscuro.
-¿Qué estas haciendo? -preguntó con expresión sobresaltada.
-Nada -. Regresó al hogar y prendió el fuego. -No puedo creer que con todo el dinero que tienes, no tengas a nadie aquí para ayudarte.
-No necesito a nadie que me ayude.
Él hizo una pausa ante sus palabras. -¿No? ¿Cómo haces para estar por tu cuenta?
-Simplemente lo hago. No puedo soportar a alguien tratándome como si estuviera inválida. Resulta que soy tan capaz como cualquier otro.
-Muy bien por ti, princesa -. Pero él sintió otra oleada de respeto por ella. En el mundo en que había crecido, las mujeres como ella nunca hacían nada por ellas mismas. Habían comprado a personas como él para servir a todos sus antojos.
-¿Por qué me llamas princesa todo el tiempo?
-¿Es lo que eres, no? El querido brillante de tus padres.
Ella frunció el ceño. -¿Cómo sabes eso?
-Lo puedo oler en ti. Eres una de esas personas que nunca han tenido un momento de preocupación en su vida. Todo lo que alguna vez has querido, lo has tenido.
-No todo.
-¿No? ¿Qué es lo que te ha faltado alguna vez?
-Mi vista.
Zarek se quedó callado mientras sus palabras sonaban en sus oídos. -Sí, ser ciego apesta.
-¿Cómo lo sabes?
-Estando ahí, habiéndolo sido.
Capítulo 6
-¿Eras ciego? -preguntó Astrid.
Zarek no contestó. No podía creer que se le escapara. Era algo de lo que nunca había hablado, ni siquiera con Jess.
Sólo Acheron lo sabía y Acheron, agradecidamente, había guardado el secreto.
Reacio a visitar su pasado otra vez esta noche y el dolor que lo esperaba allí, Zarek dejó la sala y regresó a su cuarto donde cerró la puerta y así, en paz, se puso a esperar a que pasara la tormenta.
Al menos estando solo no tenía que preocuparse por traicionarse a sí mismo o lastimar a alguien.
Pero mientras se sentaba en la silla, no eran las imágenes del pasado las que lo perseguían.
Era el perfume de rosas y madera, los pálidos ojos claros de una mujer.
El recuerdo de su mejilla suave y fría bajo sus dedos. Su húmedo y desordenado pelo que enmarcaba unos rasgos que eran femeninos y atractivos.
Una mujer que no se sobresaltaba con él o se acobardaba.
Era asombrosa y sorprendente. Si él fuera otra persona, entonces regresaría a la sala en donde estaba sentada con su lobo y la haría reír. Pero no sabía como hacer reír a las personas. Podía reconocer el humor, más especialmente la ironía, pero no era el tipo de hombre que hacía chistes o producía sonrisas en otras personas. Especialmente no en una mujer.
Eso no lo había molestado antes.
Esta noche sí.
-¿Es culpable?
Astrid escuchó la voz de Artemisa en su cabeza. Todas las noches desde que Zarek había sido traído a la casa, Artemisa la había fastidiado con aquélla pregunta una y otra vez, hasta que se sintió como Juana De Arco siendo atormentada por voces.
-Todavía No, Artemisa. Se acaba de despertar.
-Bien, ¿qué es lo que te lleva tanto tiempo? Mientras él vive, Acheron tiene los nervios de punta y yo positivamente odio cuando él esta inquieto. Júzgalo como mala persona ya.
-¿Por qué quieres tanto que Zarek muera?
El silencio descendió. Al principio pensó que Artemisa la había dejado, así que cuando la respuesta vino, la sorprendió. –A Acheron no le gusta ver sufrir a nadie. Especialmente no a uno de sus Cazadores Oscuros. En tanto Zarek viva, Acheron sufre, y a pesar de lo que Acheron piensa, no me gusta verlo sufrir.
Astrid nunca se había imaginado que Artemisa pudiera decir tal cosa. La diosa no era exactamente conocida por su bondad o compasión, o por pensar en alguien aparte de sí misma.
-¿Amas a Acheron?
La voz de Artemisa era cortante cuando le contestó, –Acheron no es de tu incumbencia, Astrid. Sólo Zarek lo es, y juro que si pierdo más de la lealtad de Acheron por esto, estarás muy apenada por eso.
Astrid se puso rígida ante la amenaza y el tono hostil. Haría falta más que Artemisa para lastimarla, y si la diosa quería una pelea, entonces era mejor que estuviera preparada.
A ella no le podría gustar más su trabajo, pero Astrid lo tomaba en serio y nadie, especialmente Artemisa, iba a intimidarla para dar un veredicto prematuro.
-¿Si juzgo a Zarek antes de tiempo, no piensas que Acheron se enojará y demandará un re-juzgamiento?
Artemisa hizo un ruido grosero.
-Además, le dijiste a Acheron que no interferirías, Artemisa. Le hiciste jurar que él no me contactaría para tratar de influenciar mi veredicto y aún así estas aquí, tratando de hacer eso. ¿Cómo piensas que reaccionará si le cuento de tus acciones?
-Bien -resopló ella. –No te incomodaré otra vez. ¡Pero encárgate ya!
Sola finalmente, Astrid se sentó en la sala, considerando lo próximo que debía hacer, cómo podía empujar a Zarek para ver si explotaba otra vez y se volvía más violento.
Había atacado a su casa, pero no a ella. Sasha lo había atacado, y aunque él había lastimado al lobo, el lobo lo había lastimado mucho más. Había sido una pelea justa entre ellos y Zarek no había tratado de matar a Sasha por atacarlo. Se había sacado al lobo de encima y luego lo había dejado solo.
En lugar de buscar venganza en Sasha, Zarek le había dado agua.
El peor delito de Zarek hasta ahora era su actitud hostil y el hecho de que tenía una presencia verdaderamente atemorizante. Pero hacía cosas amables que eran contrarias a su mal carácter.
Su sentido común le decía que hiciera lo que decía Artemisa, declararlo culpable y marcharse.
Su instinto le decía que esperara.
Siempre que no se encolerizara con ella o Sasha, seguiría adelante.
Pero si alguna vez los atacaba, entonces ella estaría fuera de la puerta y él estaría frito.
-Los hombres inocentes no existen.
Astrid dejó escapar un suspiro de cansancio. Le había dicho eso a su hermana Atty la última vez que había hablado con ella. Parte suya honestamente creía en eso. Ninguna vez, en todos estos siglos, había encontrado a alguien inocente. Cada hombre que alguna vez había juzgado le había mentido.
Todos ellos habían tratado de engañarla.
Algunos habían tratado de sobornarla.
Algunos habían tratado de escaparse.
Algunos habían tratado de golpearla.
Y uno había tratado de matarla.
Ella se preguntaba en cuál categoría caería Zarek.
Inspirando profundamente para fortificarse, Astrid se levantó y fue a su habitación para buscar entre las ropas que Sasha traía puestas cuando estaba en su forma humana.
-¿Qué estas haciendo? -preguntó Sasha mientras se unía a ella.
-Zarek necesita ropas -dijo ella en voz alta sin pensar.
Sasha mordió sus manos, y con su nariz metió sus ropas en la canasta al fondo del armario. –Él puede ponerse las suyas. Estas son mías.
Astrid las sacó. –Vamos, Sasha, sé amable. No tiene ropas aquí y las que lleva puestas están harapientas.
-¿Y?
Ella buscó entre los pantalones y las camisas, deseando poder verlas. –Eras tú el que se quejaba de tener que mirar a un hombre desnudo. Pensé que preferirías ver alguna ropa sobre él.
-También me quejo acerca del hecho que tengo que orinar afuera y comer en recipientes, pero no te veo dejándome usar el cuarto de baño o la vajilla estando él alrededor.
Ella negó con la cabeza. -¿Podrías parar? Te quejas como una vieja -. Recogió un suéter pesado.
-No -protestó Sasha. –No el suéter Borgoña. Ese es mi favorito.
-Sasha, te lo juro. ¡Eres tan caprichoso!
-Y ese es mi suéter. Devuélvelo.
Ella se levantó para llevárselo a Zarek.
Sasha la siguió, quejándose todo el camino.
-Te compraré uno nuevo, -prometió ella.
–No quiero a uno nuevo. Quiero "ese".
-No lo estropeará.
-Sí lo hará. Mira sus ropas. Están arruinadas. Y no quiero que su cuerpo toque algo que yo uso. Lo contaminará.
-Oh, Dios mío, Sasha. No seas niño. Tienes cuatrocientos años de edad y estás actuando como un cachorro. No es como si tuviera piojos o algo.
-¡Sí los tiene!
Ella miró encolerizadamente hacia su pierna donde lo podía sentir. Él agarró el suéter con sus dientes y se lo sacó de las manos.
-¡Sasha! -ella chasqueó en voz alta, corriendo tras él. -Dame ese suéter o juro que te veré castrado.
El lobo corrió a través de la casa.
Astrid fue tras él tan rápido como podía. Confiaba en su memoria respecto de donde estaban las cosas.
Alguien había movido la mesa de café. Siseó cuando su pierna se golpeó con la esquina de esta y perdió el equilibrio. Extendió la mano para refrenarse, pero solo sintió el mantel deslizarse. Se inclinó bajo su peso.
La parte superior de vidrio cayó de costado, echando a volar las cosas.
Algo golpeó su cabeza y se hizo pedazos.
Astrid se congeló, asustada de moverse.
No sabía qué había roto, pero el sonido había sido inconfundible.
¿Dónde estaba el vidrio?
Su corazón martillaba, maldijo su ceguera. No se atrevía a moverse por miedo de cortarse.
-¿Sasha? -preguntó.
Él no contestó.
-No te muevas -. La voz dominante, profunda de Zarek tembló por su columna vertebral.
La siguiente cosa que supo fue que dos brazos fuertes la levantaban del piso con una facilidad que era verdaderamente aterradora. La acunó contra un cuerpo que era roca dura y carne fibrosa. Uno que se ondeaba con cada movimiento que él hacia mientras la guiaba fuera de la sala.
Ella le puso los brazos alrededor de sus anchos, masculinos hombros, que se endurecieron en reacción a su contacto. Su respiración cayó contra su cara, haciendo que su cuerpo entero se derritiese.
-¿Zarek? -preguntó tentativamente.
-¿Hay alguien más en esta casa que te pueda cargar, del cual necesito saber su existencia?
Ignoró su comentario sarcástico mientras la llevaba a la cocina y la colocaba sobre una silla.
Ella perdió su calor instantáneamente. Le produjo un dolor extraño en el pecho que ni esperaba ni entendía.
-Gracias -dijo ella quedamente.
Él no respondió. En lugar de eso, lo oyó salir del cuarto.
Unos minutos más tarde, regresó y echó algo en el basurero.
-No sé que le hiciste a Scooby – dijo con tono casi normal, -pero ésta en una esquina echado sobre un suéter y no deja de gruñirme.
Ella ahogó el deseo de reírse ante esa imagen. -Está siendo malo.
-Sí, pues bien, de donde vengo, le pegamos a las cosas que son malas.
Astrid frunció el ceño ante las palabras y la emoción subyacente que dejaba traslucir. -Algunas veces entender es más importante que castigar.
-Y algunas veces no lo es.
-Tal vez -murmuró ella.
Zarek dejó salir el agua en el fregadero. Sonó como si se estuviera lavando las manos otra vez.
Extraño, parecía hacer eso bastante seguido.
-Recogí todo los vidrios que pude encontrar – dijo por sobre el sonido del agua corriendo, -pero el florero de cristal sobre tu mesa se hizo añicos. Deberías usar zapatos allí por unos días.
Astrid estaba extrañamente tocada por sus acciones y su advertencia. Se levantó de la silla y cruzó el piso para parase al lado de él. Si bien no lo podía ver, lo podía sentir. Sentir su calor, su fuerza.
Sentir la cruda sensualidad del hombre.
Un temblor la atravesó y bajó por su cuerpo, seduciéndola con deseo y necesidad.
Una parte extraña suya ardía por alcanzar y tocar la piel suave y tostada que la llamaba con la promesa de un calor primitivo. Aún ahora recordaba como se veía su piel. La forma en que la luz jugaba en ella.
Ella quería atraer sus labios hacia los de ella y ver que sabor tenían. Ver si él podía ser tierno.
¿O sería rudo y violento?
Astrid debería escandalizarse por sus pensamientos. Como juez, se suponía que no podía tener este tipo de curiosidad, pero como mujer, no podía evitarlo.
Había pasado bastante tiempo desde que ella hubiera sentido deseo por un hombre. En lo más profundo había todavía una parte suya que quería encontrar la bondad en la que Acheron creía.
Eso no era algo que ella tampoco había querido hacer por siglos.
La bondad de Zarek no tenía sentido. -¿Cómo supiste que te necesitaba?
-Oí el vidrio romperse y me imaginé que estabas atrapada.
Ella sonrió. -Eso fue muy dulce de parte tuya.
Presentía que él la estaba mirando. Su carne se calentó considerablemente ante el pensamiento. Sus pechos se endurecieron.
-No soy dulce, princesa. Confía en mí.
No, él no era dulce. Era duro. Espinoso y extrañamente fascinante. Como una bestia salvaje que necesitaba ser domesticada.
Si alguien alguna vez pudiera domesticar algo como él.
-Trataba de darte algunas ropas -dijo ella suavemente, tratando de recobrar el control de su cuerpo, el cuál parecía no querer responder al sentido común. -Hay más suéteres en el fondo de mi armario si quisieras tomarlos prestado.
Él se mofó mientras cerraba el agua y arrancaba una toalla de papel para secarse las manos. -Tus ropas no me quedarán, princesa.
Ella se rió. -No son mías. Pertenecen a un amigo.
Zarek no podía respirar con ella tan cerca de él. Todo lo que tenía que hacer era reclinarse hacia abajo muy ligeramente y podría besar los labios ligeramente separados.
Estirarse, y la tocaría.
Lo que verdaderamente lo asustó era cuánto él quería tocarla. Cuánto quería presionar su cuerpo contra el de ella y sentir sus curvas suaves contra las duras líneas masculinas de él.
No podía recordar en toda la vida haber deseado algo así.
Cerrando los ojos, se torturó con una imagen de lo dos desnudos. De él poniéndola sobre la encimera delante de él a fin de poder follarla hasta hacerle estallara de deseo. De deslizarse adentro y afuera de su calor hasta estar demasiado cansado para mantenerse de pie.
Demasiado sensible como para moverse.
Quería sentir el calor de su piel deslizándose contra la de él. Su respiración en su carne.
Sobre todo, quería su perfume en su piel. Para saber lo cómo se sentiría tener una mujer que no mostrara miedo o desprecio por él.
En todos estos siglos, nunca había tenido sexo con una mujer a la que no hubiera tenido que pagar. La mayoría de las veces ni siquiera había tenido eso.
Había estado solo por tanto tiempo…
-¿Dónde esta ese amigo tuyo? -preguntó con voz extrañamente grave mientras pensaba en ella con otro hombre. Le dolía de un modo que no debería.
Sasha entró en el cuarto para clavar los ojos en ellos y ladrar.
-Mi amigo está muerto -dijo Astrid sin titubear.
Zarek arqueó una ceja. -¿Cómo murió?
-Mmm, él tenía parvo.
-¿No es una enfermedad que le da a los perros?
-Sí. Fue trágico.
-¡Oye! –le dijo Sasha a Astrid. -Estoy resentido por eso.
-Compórtate o te daré parvo.
Zarek se alejó de ella. -¿Lo extrañas?
Ella miró en la dirección del ladrido de Sasha. -No, no realmente. Era una molestia.
–Te mostraré lo que es una molestia, ninfa. Sólo espera.
Astrid refrenó una sonrisa. -Entonces, ¿estas interesado en las ropas? -le preguntó a Zarek.
-Seguro.
Ella lo condujo a su cuarto.
-Eres tan malvada -Sasha gruñó. –Sólo espera. Haré que te arrepientas de esto. ¿Sabes de ese confort al que estas aficionada? Está frito. Y yo no volvería a usar mis zapatillas si fuera tú.
Ella lo ignoró.
Zarek no habló mientras lo llevaba a su habitación, la cual estaba decorada con suaves tonos de rosa. Era todo femenino y suave. Pero era el perfume en el aire lo que lo hizo arder.
Rosas y madera ahumada.
Olía como ella.
Ese perfume lo puso tan duro y rígido, que lo hizo doler. Su pene se estiró contra la áspera cremallera, rogándole que hiciera algo aparte de mirarla.
Contra su voluntad, su mirada permaneció fija en la cama. Podía imaginarla yaciendo dormida allí. Sus labios separados, su cuerpo relajado y desnudo…
El cobertor rosa pálido envuelto alrededor de sus piernas desnudas.
-Aquí tienes.
Tuvo que arrastrar su mirada de la cama al armario.
Ella se hizo para atrás para darle acceso a las ropas de hombre, que estaban dobladas pulcramente, en una canasta de lavandería. -Puedes tomar lo que quieras.
Ahora había un doble sentido en esa declaración, si es que él alguna vez oyó uno. El único problema era que lo que más quería, definitivamente no estaba en el canasto.
Zarek le agradeció, luego sacó un suéter negro de cuello vuelto gris que no debería ser muy pequeño para él. -Me cambiaré en mi habitación -dijo, preguntándose para qué se tomaba la molestia. A ella no le importaría si él dejaba la habitación o no. No era como si ella pudiera verlo o algo.
En casa él andaba medio desnudo la mayoría de las veces.
Pero eso no era civilizado, ¿no?
¿Desde cuándo eres civilizado?
Desde esta noche, parecía.
Sasha le ladró mientras salía del cuarto, luego el lobo entró corriendo al cuarto para ladrar a Astrid.
-Silencio, Sasha -dijo ella, -o te haré dormir en el garaje.
Ignorándolos, Zarek se encaminó a su cuarto para ponerse las nuevas ropas.
Cerró la puerta y dejó a un lado la ropa mientras se quedaba parado sintiéndose muy raro. Era simplemente ropa lo que ella le ofrecía. Y refugio.
Una cama.
Comida.
Miró alrededor del elegante cuarto, costosamente provisto. Se sentía perdido aquí. Inseguro de sí mismo. Nunca en su vida había experimentado algo como esto.
Se sentía humano en este lugar.
Sobre todo, se sentía bienvenido. Algo que él nunca sintió con Sharon.
Como todos los demás que él había conocido durante los siglos, Sharon hacía lo que él le pagaba para hacer. Nada más, nada menos. Siempre sintió como si se estuviera entrometiendo cada vez que se acercaba a ella.
Sharon era formal y distante, especialmente después de que había ignorado el avance que ella le hizo. Siempre sintió que había una parte de ella que estaba asustada de él. Uno parte suya que lo vigilaba, especialmente cuando su hija estaba alrededor, como si ella esperara que se saliera de control con ellas o algo por el estilo.
Siempre se había sentido insultado por eso, pero bueno, él estaba tan acostumbrado a los insultos que se había desentendido del asunto.
Pero no se sentía así con Astrid.
Ella lo trataba como si fuera normal. Haciéndole olvidar fácilmente que no lo era.
Zarek se vistió rápidamente y regresó a la sala donde Astrid estaba sentada, lateralmente sobre el sofá, leyendo un libro en Braille. Sasha estaba descansando en el sofá a sus pies. El lobo levantó la cabeza y clavó los ojos en él con lo que parecía ser odio en sus ojos gris lobuno.
Zarek, había rescatado el cuchillo de la cocina, y agarró otro pedazo de madera.
-¿Cómo terminaste con un lobo como mascota? -preguntó, sentándose en la silla próxima al fuego a fin de que pudiera lanzar las virutas de madera en la chimenea.
No sabía por qué le habló. Normalmente, no se habría tomado la molestia, pero se sentía extrañamente curioso acerca de su vida.
Astrid se estiró para acariciar al lobo a sus pies. -No estoy realmente segura. Muy parecido a ti, lo encontré herido, lo traje y lo cuidé hasta que sanó. Ha estado conmigo desde entonces.
-Estoy sorprendido que te dejara domesticarlo.
Ella sonrió ante eso. -Yo, también. No fue fácil hacerlo que confiara en mí.
Zarek pensó en eso por un minuto. -"Debes tener mucha paciencia. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo".
La boca de Astrid se abrió sorprendida mientras Zarek continuaba citando uno de sus pasajes favoritos. Ella no podía haber estado más estupefacta si él le hubiera lanzado algo. -¿Conoces a El Principito?
-Lo he leído una o dos veces.
Más que eso para poder citarlo tan infaliblemente. Astrid se reclinó otra vez para tocar a Sasha a fin de poder mirar a Zarek.
Estaba sentado en diagonal a ella mientras tallaba. La luz del fuego jugaba en sus ojos de medianoche. El suéter negro abrazaba su cuerpo, y aunque una barba negra cubría su cara, estaba otra vez atónita de lo bien parecido que era.
Había algo casi relajante en él mientras trabajaba. Una gracia poética que guerreaba con la torsión cínica de su boca. Un aura mortífera que lo envolvía más apretado que sus jeans negros.
-Amo a ese libro -dijo ella quedamente. -Siempre ha sido uno de mis favoritos.
Él no habló. Estaba sentado allí con su pedazo de madera sostenido cuidadosamente en su mano en tanto sus largos dedos se movían con gracia sobre él. Ésta era la primera vez que el aire alrededor de él no parecía tan oscuro. Tan peligroso.
No lo llamaría tranquilo exactamente, pero no era tan siniestro como había sido antes.
-¿Lo leíste cuando eras niño? -le preguntó.
-No -dijo él quedamente.
Ella levantó la cabeza, observándolo mientras trabajaba.
Hizo una pausa, luego se giró para mirarla con ceño.
Astrid soltó a Sasha y se recostó.
Zarek no se movió mientras los observaba a ella y su perro. Había algo muy extraño aquí: Cada instinto que tenía, se lo decía. Clavó los ojos en Sasha.
Si él no lo conociera mejor…
¿Pero por qué un were-wolf estaría en Alaska con una mujer ciega? Los campos magnéticos serían muy duros tanto para un Arcadio como para un Katagari, los cuales tendrían momentos difíciles tratando de mantener una forma consistente mientras los electrones en el aire destruían su magia.
No, no era probable.
Y aún así…
Corrió la mirada de ellos hacia el reloj pequeño sobre la repisa de la chimenea. Era casi las cuatro en la mañana. Para él todavía era temprano, pero no muchos humanos tenían su horario. -¿Siempre te quedas levantada hasta tan tarde, princesa?
-Algunas veces.
-¿No tienes un trabajo para el que necesitas levantarte?
-No. Tengo dinero de la familia. ¿Qué hay acerca de ti, Príncipe Azul?
La mano de Zarek se aflojó ante sus palabras. Dinero familiar. Ella estaba aún más forrada de lo que había sospechado. -Debe ser agradable no tener que trabajar para vivir.
Astrid oyó la amargura en su voz. -¿No te gustan las personas que tienen dinero, no?
-No tengo prejuicios contra nadie, princesa. Odio a todo el mundo por igual.
Ella había oído eso acerca de él. Oído de Artemisa que él era grosero, rudo, no refinado, y que era el idiota más insoportable que Artemisa alguna vez hubiera conocido.
Viniendo de la Reina de los Insoportables, era bastante que decir.
-No contestaste mi pregunta, Zarek. ¿Qué haces para ganarte la vida?
-Esto y aquello.
-¿Esto y aquello, huh? ¿Eres un vagabundo entonces?
-¿Si te dijera que sí, me harías ir?
Aunque su tono era parejo y sin emoción, ella sentía que él esperaba su respuesta. Que había una parte de él que quería que ella lo arrojara afuera.
Una parte de él que lo esperaba.
-No, Zarek. Te lo dije, eres bienvenido aquí.
Zarek dejó de tallar y clavó los ojos en el fuego, sus palabras lo hicieron temblar inesperadamente. Pero no eran las llamas lo que él veía, era su cara. Su voz dulce resonaba profundamente en su corazón, el cual él pensaba que había muerto hacía mucho tiempo.
Nadie alguna vez le había dado la bienvenida a ningún lugar.
-Podría matarte y nadie lo sabría.
-¿Me vas a matar, Zarek?
Zarek se sobresaltó mientras los recuerdos lo desgarraban. Se vio a sí mismo caminando entre los cuerpos en su pueblo devastado. La vista de ellos con sus gargantas sangrando, sus casas ardiendo…
Se suponía que los tenía que proteger.
En lugar de eso, los había matado a todos.
Y aun no sabía por qué. No recordó nada excepto la furia que lo había poseído. La necesidad que había sentido por sangre y expiación.
-Espero que no, princesa -él murmuró.
Levantándose, regresó a su cuarto y cerró la puerta.
Sólo esperaba que ella hiciera lo mismo.
Horas más tarde, Astrid escuchó la respiración pesada de Zarek cuando se quedó dormido. La casa estaba quieta ahora, a salvo de su furia. El aire había perdido su aura diabólica y todo estaba calmo, tranquilo, excepto para el hombre, quien parecía estar en la angustia de una pesadilla.
Ella estaba exhausta, pero no tenía ganas de dormir. Tenía muchas preguntas en su cabeza.
Cómo deseaba poder hablar con Acheron acerca de Zarek y preguntarle acerca del hombre que él creía que valía la pena salvar. Pero Artemisa había estado de acuerdo con esta prueba sólo si Acheron permanecía completamente fuera de ella y no hacía nada para influenciar el veredicto. Si Astrid trataba de hablar con Acheron, entonces Artemisa terminaría la prueba y mataría a Zarek inmediatamente.
Debía haber otra manera para enterarse de algo de su invitado.
Ella miró a Sasha que estaba durmiendo como un lobo sobre su cama. Los dos se conocían desde hacía siglos. Era apenas un cachorro cuando su patria había firmado pelear con la diosa egipcia Bast contra Artemisa.
Una vez que la guerra entre las diosas terminó, Artemisa había demandado que se juzgara a todos los que habían peleado contra ella. Lera, la media hermana de Astrid, había sido enviada y había declarado a todos culpables, excepto a Sasha, quien había sido demasiado joven para ser responsabilizado por seguir el liderazgo de los otros.
Su propia manada se había vuelto contra él instantáneamente, pensando que los había traicionado por la absolución, si bien sólo tenía catorce años. En el mundo Katagaria, los instintos animales y las reglas eran supremas. La manada era un todo unificado y cualquiera que amenazaba a la manada era sacrificado, aún si era uno de ellos.
Casi lo habían matado. Pero afortunadamente, Astrid lo había encontrado y lo había cuidado hasta sanarlo, y aunque él verdaderamente odiaba a los dioses olímpicos, era usualmente tolerante, sino cariñoso con ella.
Él podía irse en cualquier momento, pero no tenía ningún lugar donde ir. Los Arcadios Were-Hunters lo querían muerto porque él una vez había estado con los Cazadores Katagaria que se habían vuelto en contra de los dioses olímpicos, y los Cazadores lo querían muerto porque pensaban que los había traicionado.
Su vida era precaria en el mejor de los casos, incluso ahora.
En aquel entonces, había sido una fiera y había estado aterrorizado de ser hecho pedazos por su gente.
Así siglos atrás, los dos habían formado una alianza que los beneficiaba a ambos. Ella evitaba que los demás lo mataran mientras era un cachorro y él la ayudaba cada vez que ella estaba sin ver.
Con el paso del tiempo, se habían hecho amigos y ahora Sasha permanecía con total lealtad hacia ella.
Sus poderes mágicos Katagari eran por lejos más fuertes que los de ella y él a menudo los usaba a su pedido.
Consideró eso ahora. Los Katagaria podían viajar a través del tiempo…
Pero sólo con limitaciones. No, ella necesitaba algo que garantizara que ella estaría aquí antes de que Zarek se despertase.
En momentos como este, deseaba ser una diosa plena y no una ninfa. Los dioses tenían poderes que podían…
Ella sonrió ante el golpe de una idea.
-M'Adoc -dijo ella suavemente, convocando a uno de los Oneroi. Eran los dioses de los sueños que mantenían dominio sobre Phantosis, el reino de sombra entre el consciente y el subconsciente.
El aire alrededor de ella titiló con energía invisible, poderosa, que ella podía sentir mientras el Oneroi aparecía.
Midiendo cerca de 2 metros diez, M'Adoc la dejaba como una enana, algo que sabía por experiencia. Si bien ella no lo podía ver ahora mismo, sabía exactamente que aspecto tenía. Su pelo negro sería tan oscuro que apenas reflejaría la luz y sus ojos eran de un azul tan pálido que se verían casi incoloros y parecerían que resplandecían.
Como todos los de su tipo, él era tan bien parecido que para aquellos que podían ver, era difícil hasta poder mirarlo.
-Primita -dijo él con voz cargada de electricidad y seducción y falta de emoción ya que las emociones estaban prohibidas para los Oneroi. -Ha pasado tiempo. Al menos trescientos o cuatrocientos años.
Ella inclinó la cabeza asintiendo. -He estado ocupada.
Él se estiró para tocar su brazo a fin de que ella supiera dónde estaba parado. -¿Qué necesitas?
-¿Sabes algo acerca del Cazador Oscuro Zarek? -. Los Oneroi eran a menudo los que curaban a los Cazadores Oscuros, tanto físicamente como mentalmente. Ya que los Cazadores Oscuros eran creados de personas que habían sido abusadas o violadas, un Dream Hunter era a menudo asignado para los recién creados Cazadores Oscuros para ayudarlos a cicatrizar mentalmente a fin de que pudieran funcionar en el mundo sin lastimar a otros.
Una vez que el Cazador Oscuro estaba sano mentalmente, el Dream Hunter lo llevaba a través del tiempo y lo ayudaba a cicatrizar físicamente dondequiera que estuviesen heridos. Ese era el motivo por lo que los Cazadores Oscuros sentían una necesidad sobrenatural de dormir cuando estaban heridos.
Sólo en los sueños era donde los Oneroi eran efectivos.
-Sé de él.
Ella esperó una explicación, pero cuándo no se la dio, preguntó, -¿Qué sabes?
-Que esta más allá de la ayuda que alguno de los nuestros pueda darle.
Ella nunca había escuchado una cosa así antes. -¿Nunca?
-Algunas veces un Skotos ha ido a él mientras dormía, pero sólo van a fin de poder tomar una parte de su furia para ellos. Es tan intensa que ninguno de ellos la puede aguantar por mucho tiempo antes de tener que partir.
Astrid quedó aturdida. Los Skoti eran apenas más que demonios. Eran los hermanos y las hermanas de los Oneroi, cazaban emociones humanas y las usaban a fin de poder sentir emociones otra vez. Si se los dejaba sin control, el Skoti era sumamente peligroso y podía matar a la persona que "trataban".
En lugar de apaciguar a Zarek, una visita de uno de ellos sólo incrementaría su locura.
-¿Por qué es él así? ¿Qué prendió su furia?
-¿Qué importancia tiene? -M'Adoc preguntó. -Me informaron que ha sido marcado para morir.
-Prometí a Acheron que lo juzgaría primero. Sólo morirá si digo eso.
-Entonces deberías ahorrarte el trabajo y ordenar su muerte.
¿Por qué todo el mundo quería que Zarek muriera? Ella no podía entender tal animosidad hacia él. No importa que el hombre actuara en la forma que lo hacía.
¿A alguien alguna vez le había caído bien?
Ni siquiera una vez en toda la eternidad M'Adoc había hablado tan severamente acerca de alguien. -No es como tú.
Ella le oyó inspirar profundamente mientras tensaba la mano en su hombro. -Un perro rabioso no puede ser salvado, Astrid. Es mejor para todos, incluido el perro, que sea eliminado.
-¿Shadedom[14]sería preferible para vivir? ¿Estas tu demente?
-En el caso de Zarek, lo sería.
Ella estaba consternada. -Si eso fuese cierto, entonces Acheron no sería compasivo con él y no me habría pedido que lo juzgara.
-Acheron no lo mata porque sería muy parecido a suicidarse.
Ella pensó en eso por un minuto. -¿Que quieres decir? No veo nada parecido entre ellos.
Ella tenía la impresión que M'Adoc indagaba su mente con la de él.
-Tienen mucho en común, Acheron y Zarek. Cosas que la mayoría de la gente no puede ver o puede entender. Pienso que Acheron siente que si Zarek no puede salvarse, entonces tampoco puede él.
-¿Salvarse de qué?
-De él mismo. Ambos hombres tienen tendencia a escoger su dolor. Ellos no lo escogen sabiamente.
Astrid sintió algo extraño al oír esas palabras. Una puñalada diminuta en su estómago. Algo que no había sentido en mucho tiempo. Ella realmente sufría por ambos hombres.
Sobre todo, sufría por Zarek.
-¿Cómo escogen su dolor?
M'Adoc se rehusó a explicarse. Pero bueno, lo hacía a menudo. Tratar con los dioses del sueño era sólo un nivel menos frustrante que tratar con un Oráculo.
-M'Adoc, muéstrame por qué Zarek ha sido abandonado por todo el mundo.
-No creo que quieras…
-Muéstrame -ella insistió. Ella tenía que saber, y en lo más profundo sospechaba que no tenía mucho que ver con su trabajo como quería pensar. Su necesidad de saber se sentía más personal que profesional.
Su voz era completamente sin emoción. -Va contra las reglas.
-Cualquiera sea la repercusión, la soportaré. Ahora muéstrame. Por favor.
M'Adoc la hizo sentarse sobre la cama.
Astrid se recostó y le dio permiso al Dream Hunter que la sedujera para dormir. Había varios sueros que ellos podían usar para adormecer a alguien o podían usar la niebla de Wink, que era un dios menor del sueño.
El Oneroi así como también los otros dioses del sueño, por mucho tiempo habían usado a Wink y su niebla para controlar a los humanos.
No importa qué método escogían, los efectos de estos eran casi inmediatos para quienquiera que servían.
Astrid no estaba segura de que método usó M'Adoc con ella, pero antes de cerrar sus ojos se encontró flotando hacia el reino de Morfeo.
Aquí ella tenía vista aún mientras estuviera juzgando. Era el por qué siempre le había gustado soñar durante sus asignaciones.
M'Adoc apareció a su lado. Su belleza masculina era incluso más notable en este reino. -¿Estás segura de esto?
Ella inclinó la cabeza, asintiendo.
M'Adoc la dirigió a través de una serie de puertas en el hall de Phantosis. Aquí unos kallitechnis, o maestros del sueño, podían moverse a través de los sueños de cualquiera. Podían entrar en el pasado, en el futuro, o peregrinar a reinos más allá del entendimiento humano.
M'Adoc alcanzó una puerta e hizo una pausa. -Él sueña con su pasado.
-Quiero verlo.
Él vaciló como si debatiera consigo mismo. Finalmente, abrió la puerta.
Astrid entró primero. Ella y M'Adoc dieron un paso hacia atrás de la escena, lejos de cualquiera que pudiera verlos o sentirlos.
No era que realmente lo necesitaran, pero ella quería asegurarse de no interferir en el sueño de Zarek.
Las personas que estaban soñando sólo podían ver al Oneroi o al Skoti en sus sueños cuando los dioses del sueño se los permitían. Ella no estaba segura si ella, como una ninfa, era invisible para Zarek o no.
Ella miró alrededor en el sueño.
Lo que más la golpeó fue lo vívido que todo era. La mayoría de la gente soñaba con detalles imprecisos. Pero éste era claro como el cristal y tan real como el mundo que había dejado atrás.
Ella vio a tres niñitos congregados en un antiguo atrio romano.
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