Astrid tembló al sentir la mejilla barbuda de Zarek contra la de ella. Su respiración cayendo amablemente contra su piel.
Su ternura inesperada la atravesó.
Ella había visto suficiente de su vida para saber que la gentileza no era algo con lo que él tenía experiencia y aún así la sostenía tan cuidadosamente.
-Eres tan calida -susurró él en su oído. Su respiración caliente le hizo cosquillas en la nuca, y envió escalofríos por todo ella.
Se hizo para atrás y le clavó los ojos como si ella fuera inexplicablemente preciosa para él. Le pasó sus nudillos sobre la mandíbula. Sus ojos eran tan oscuros y atormentados mientras la miraba, como si fuera incapaz de creer que ella estuviera con él.
Con mirada insegura tocó sus labios con la punta de su índice. -Nunca he besado a nadie.
Su confesión la dejó estupefacta. ¿Cómo un hombre tan atractivo nuca había besado a nadie?
El fuego chispeó en sus ojos. -Quiero saborearte, Astrid. Quiero sentirte, ardiente y mojada debajo de mí. Mirarme en tus ojos mientras te follo.
Ella tembló ante su crudeza. Era lo que esperaba del Zarek consciente, pero se rehusaba a aceptarlo de éste.
Ella lo conocía mejor que eso.
Lo que sugería él estaba prohibido. Ella no tenía permitido cruzar la línea física con los acusados.
El único que alguna vez la había tentado a romper esa regla había sido Miles. Pero se había responsabilizado ante esa tentación y sabiamente se había mantenido a distancia.
Con Zarek no era tan fácil. Algo sobre este hombre la tocaba de un modo como nunca antes.
Levantando la mirada a sus atormentados ojos negros, vio su corazón herido…
Él nunca había conocido la bondad.
Nunca había conocido el calor de una caricia.
No lo podía explicar, pero ella quería ser su primera y quería que él fuera su primero. Quería abrazarlo y mostrarle lo que era ser bienvenido por alguien.
Si haces esto puedes perder tu trabajo como juez.
Era todo lo que ella alguna vez había querido ser.
Si no hacía esto, entonces Zarek podría perder la vida. Si extendía la mano hacia él ahora, entonces tal vez le podría enseñar que estaba bien el confiar en alguien.
Tal vez podría tocar el poeta dentro de él y mostrarle un mundo donde estaría en libertad para mostrar a otras personas su lado más gentil. Mostrarle que estaba bien hacerse de amigos.
Finalmente entendió qué había querido decir Acheron.
¿Pero cómo podía salvar a Zarek? Se había vuelto contra la gente que le habían enviado a proteger y los había matado.
Necesitaba probar que nunca haría eso otra vez.
¿Podría probarlo?
Tenía que hacerlo. No había alternativa. Lo último que quería era verlo sufrir más.
Defendería a este hombre costase lo que costase.
-No follaré contigo, Zarek -murmuró ella. -Nunca. Pero haré el amor contigo.
Él se veía perplejo e inseguro. -Nunca le he hecho el amor a alguien.
Ella levantó su mano fría a sus labios y besó sus dedos. -Si quieres aprender, ven conmigo.
Zarek no podía respirar mientras se alejaba de él. Su cabeza daba vueltas con sentimientos extraños, ajenos y emociones. Tenía miedo de lo que ella le ofrecía.
¿Si ella lo tocaba, lo cambiaría?
Él no esperaba bondad de ella o de cualquiera. Como esclavo lastimoso y horripilante, había muerto virgen y como Cazador Oscuro sólo había jodido con mujeres pocas veces. Ni una vez en dos mil años había mirado los ojos de una amante mientras la tomaba. Nunca había permitido que lo sostuvieran o lo tocaran.
Debería seguir a Astrid, todo eso cambiaría.
En su sueño, ella veía y podía verlo…
Él sería doblegado. Por primera vez en su vida, tendría un laso con alguien. Físico. Emocional.
Si bien esto era un sueño, lo cambiaría hacia ella para siempre porque esto era lo que quería en lo más profundo dentro de él, enterrado en un lugar donde no se atrevía a mirar. Sepultado en un corazón que había sido aplastado con crueldad.
-¿Zarek?
Elevó la mirada para verla parada en la puerta de su dormitorio. Su rubio cabello largo desplegado alrededor de sus hombros y ella solo vestía una delgada camisa con botones. Sus piernas largas estaban desnudas, tentándolo.
La luz atrás de ella traslucía la tela delgada, perfilando cada preciosa curva de su cuerpo…
Zarek tragó. Si hacía esto, entonces Astrid sola sería única para él en todo el mundo. Ella sería suya.
Él sería de ella.
Él sería doblegado.
Es sólo un sueño…
Pero ni aun en sus sueños nadie alguna vez lo había doblegado.
Hasta ahora.
Su corazón martillaba, fue hacia ella y la levantó entre sus brazos. No, él no sería doblegado. No por esto y no por ella. Pero ella sería suya en este sueño.
Toda suya.
Astrid tembló ante la apariencia feroz, determinada en la cara de Zarek mientras la llevaba a la cama. El hambre llameaba en sus ojos de obsidiana. Tenía la extraña sensación que Zarek estaría bien después de todo.
Un hombre tan salvaje que nunca había hecho el amor con una mujer.
La parte más cuerda suya le decía que se apartara de él. Que detuviera esto antes de que fuera demasiado tarde.
Pero otra parte suya se rehusaba. Esto le diría a ella del verdadero temple del hombre.
La acostó en la cama y rozó sus labios con las puntas de los dedos como si los estuviera memorizando. Saboreándolos. Luego suavemente separó los labios y los cubrió con los suyos.
Astrid estaba completamente desprevenida para la pasión de su beso. La ferocidad de este. Eran ambos, rudo y tierno. Demandante. Caliente. Dulce. Él gruñó ferozmente mientras su lengua rozaba contra la suya, saboreándola antes de explorar cada centímetro de su boca.
Para un hombre que nunca antes había besado, él era increíble. Tembló mientras él saboreaba su paladar, mientras su lengua lanzaba a través de ella dardos de placer.
Ella enterró sus manos en su pelo suave y gimió mientras la lamía y mordisqueaba hasta que estuvo casi inconsciente de éxtasis. Nunca había conocido algo como esto.
Alguien como Zarek.
Había pasado mucho tiempo desde que ella había besado a un hombre, y nunca ningún hombre había sabido mejor que él. Ella se asustó ahora. No sólo de él, sino de sí misma.
Ningún hombre nunca la tocó. Nunca había violado su juramento para no tocar su cargo.
El toque de Zarek le podía costar todo y aun así no podía encontrar dentro de sí misma la fuerza para apartarlo.
Por una vez en su vida, quería algo para sí misma. Quería tocar lo inalcanzable. Darle a Zarek algo especial. Un raro momento de calma con alguien que quería estar con él.
Nadie más apreciaría esto tanto como él lo haría.
Sólo él entendería…
Zarek se hizo para atrás para desabotonarle la camisa. Pero lo que quería hacer era desgarrarla. Quería perderse dentro de ella, aplastarla contra él mientras la poseía con toda la pasión furiosa que sentía.
Pero aun en su sueño, no la trataría de ese modo.
Por alguna extraña razón quería ser tierno con ella. Quería tener sexo con ella como un hombre, no como un animal salvaje.
No quería penetrarla furiosamente, buscando un momento pasajero de placer. Quería que esta noche durara. Quería pasar toda la noche sosteniéndola.
Por una vez en su vida, quería que alguien lo tratara como si él le importase. Como si ella lo cuidase.
Ni siquiera una vez había permitido a sus fantasías o sueños llevarlo hasta aquí.
Esta noche lo hizo.
Ella ahuecó su cara entre sus manos e inclinó su cabeza hasta que pudo ver en sus ojos pálidos, que lo miraban como si él fuera humano. Ojos que veían algo bueno en él.
-Eres tan guapo, Zarek.
Sus palabras calmas, dulces lo desgarraron. No había nada atractivo en él. Nunca lo había habido.
Él no era nada.
Pero mientras miraba su preciosa cara, allí por un instante sintió como si él fuera algo más.
Seguramente una mujer como esta no lo tocaría si él fuera verdaderamente nada.
Ni aun en sus sueños…
Abrió la camisa a fin de poder mirar su cuerpo. Sus pechos eran de tamaño mediano, los pezones rosados y duros y dilatados, simplemente rogándole que los saboreara. Su estómago estaba redondeado muy ligeramente, su piel pálida y tentadora. Pero lo que atrapó su respiración fue la vista de sus piernas ligeramente separadas. La vista de los rizos trigueños, húmedos entre sus piernas que tenían la promesa del paraíso verdadero. O al menos tan cerca a eso como un hombre como él alguna vez podía esperar llegar.
Astrid contuvo su aliento mientras observaba a Zarek contemplando su cuerpo. Su mirada salvaje era tan ardiente que la sentía como un toque real.
Él se movió de la cama para quitarse los pantalones.
Tragó mientras lo veía erecto y duro por ella. Su piel tostada espolvoreada con vello negro y era la vista más increíblemente masculina que ella alguna vez había contemplado. Él era hermoso. Su guerrero oscuro. A diferencia de él, sabía que esta noche era real. Sabía que no debería estar haciendo esto cuando ambos lo recordarían al despertar.
Su trabajo era permanecer imparcial. Pero no era imparcial con este hombre, o con su dolor.
Ella quería reconfortarlo de cualquier forma que pudiera.
Nadie merecía la vida que él había tenido que resistir. Las degradaciones y las hostilidades.
Colocó su cuerpo a través del de ella y la recogió entre sus brazos. Su peso era delicioso. Ella cerró los ojos y solo dejó que el poder y la fuerza la inundaran mientras sentía su cuerpo duro, masculino con cada centímetro del suyo.
Zarek luchó por respirar. La sensación de su cuerpo caliente contra el de él era la sensación más increíble que alguna vez había conocido.
Las manos de ella vagaron por su espalda desnuda mientras él miraba esos ojos que lo calentaban.
No había desprecio. Ninguna cólera.
Eran ojos bellos.
La besó suavemente, tomando su labio superior y chupándolo tiernamente mientras saboreaba la miel de su boca.
Durante su vida humana, las mujeres se habían encogido de miedo cuando se les había acercado. Habían gritado y hasta le habían lanzado cosas.
Él había yacido despierto muchas noches tratando de imaginar como sería tocar a una. Tratando de imaginar la sensación de sus brazos alrededor de él.
La realidad de eso era mucho mayor que cualquier cosa que su mente alguna vez hubiera invocado.
Antes de que este sueño acabara, tenía la intención de reclamarla una y otra vez hasta que ambos suplicaran por misericordia.
Astrid gimió mientras Zarek rompía su beso y seguía con sus labios y su lengua el camino desde su garganta hasta su pecho. Ella sentía su dura erección y suave escroto contra su muslo, ardiente e íntimo, y la hizo temblar.
Él ahuecó su pecho suavemente en su mano mientras envolvía su lengua alrededor de su pezón endurecido, chupando y pellizcando delicadamente.
Ella acunó su cabeza en sus manos y lo observó mientras gemía con dicha. La miraba como si su cuerpo fuera ambrosia para él. Se tomó tiempo para saborearla. Cada centímetro de su piel fue lamido y tentada. Saboreada y saciada. Era como si no pudiera obtener lo suficiente de ella.
A ningún hombre le había permitido hacerle esto y ahora estaba aterrorizada de lo que vendría. Si bien sabía lo que era el sexo, la sensación de este era ajena a ella.
Pero claro, también así eran los sentimientos que removía Zarek.
Se suponía que todas las ninfas de la justicia eran virginales y castas.
Ningún hombre alguna vez podía ponerle la mano encima.
A Astrid ya no le importaba. Seguramente su madre entendería su pasión. Después de todo, Themis había tenido muchos niños. El padre de Astrid había sido un hombre mortal de quien su madre se rehusaba a hablar, y nadie alguna vez supo el nombre o rango del padre de los Destinos.
Seguramente su madre le perdonaría esta única trasgresión.
¿Era una noche demasiado pedir?
Y aún mientras pensaba eso, se preguntaba si una noche con él sería suficiente.
La cabeza de Zarek se sumergió en su dulce esencia y sintió a Astrid en sus brazos. Gruñó mientras lamía y mordía cada centímetro de carne deliciosa y escuchaba sus murmullos de placer. Ella era el sustento que necesitaba para vivir.
Tenía que tener más de ella.
Astrid gritó mientras Zarek separaba sus muslos y la tomaba en su boca.
Ella no podía hablar o respirar mientras el placer supremo atormentaba todo su cuerpo. Cada lamida, cada tierna chupada, enviaba una oleada de agudo éxtasis a través de ella.
Tal cosa era inimaginable para ella.
Debería estar avergonzada de lo que estaban haciendo.
Pero no lo estaba. De hecho, quería más de esto.
Más de él.
Su corazón latía a gran velocidad, bajó la mirada para verlo allí entre sus muslos. Él mantenía los ojos cerrados y su cara mostraba que él obtenía tanto placer en saborearla como ella en ser saboreada.
Abrió más las piernas, otorgándole más acceso mientras enterraba la mano en su pelo sedoso. Zarek se rió misteriosamente contra ella, enviando otro estremecimiento de placer a través de ella, luego él frotó su barba incipiente contra su vagina.
Ella gimió profundamente en su garganta.
Él deslizó sus dedos dentro de ella, rodeando el lugar donde ella palpitaba con dolorosa necesidad de él.
Se tomó su tiempo con ella, y en todo momento su cuerpo ardió con pequeños temblores de placer.
¿Quién hubiera pensado que alguien podía sentirse así?
El éxtasis aumentaba y aumentaba hasta que ella no lo pudo aguantar más. Su nombre se derramó de sus labios mientras ella se corría por primera vez.
Todavía él no se aplacaba. Sólo gruñó ante el sonido de su placer y continuó atormentándola hasta que le rogó que se detuviera.
-Por Favor, Zarek. Por favor ten piedad de mí.
Se hizo para atrás para mirarla. Sus ojos abrasaron los de ella en tanto elevaba una esquina de su boca. -¿Piedad, princesa? Apenas he comenzado.
Reptó sobre su cuerpo como una bestia gigante y feroz, lamiendo y mordiendo a su camino mientras su cuerpo se sonrojaba con el de ella.
Ahuecó su cara entre sus manos y luego la besó profundamente. Apasionadamente.
Astrid gimió mientras él colocaba la rodilla entre sus muslos. Los crespos vellos acariciaban su piel, haciéndola temblar con expectación.
La cabeza de Zarek zumbaba con el perfume y el sabor de Astrid. La suavidad de sus extremidades sedosas acariciaba las de él. Nada alguna vez podría sentirse mejor que sus manos deslizándose por su espalda hasta ahuecarlas en su trasero y presionándolo más cerca de ella.
Nada sonaba mejor que su nombre en sus labios mientras se corría por él otra vez.
Por primera vez en dos mil años, se sintió humano.
Sobre todo, se sintió deseado.
Se echó para atrás ligeramente a fin de poder mirarla mientras le separaba más las piernas.
Esto era lo que él quería. A ella, salvaje y mojada debajo de él. Sentir su cremosidad cubriéndolo hasta quedar ciego de éxtasis.
Quería verle la cara mientras la penetraba. Quería ver si se lamentaba en permitirle hacer eso.
Preparándose para lo peor, sostuvo su mirada y se deslizó profundamente en el calor aterciopelado de su cuerpo.
Su cabeza se tambaleó ante el placer que le produjo. Por el placer de ella.
Ella siseó, arqueando la espalda mientras se agarraba firmemente a sus hombros.
Pero no había desprecio, ni arrepentimiento.
Sus ojos estaban encendidos con pasión y con otras emociones tiernas que aún no podía comenzar a comprender.
Sonrió a pesar de sí mismo, deleitándose en el milagro de esta mujer y lo que le había dado a él.
Astrid no podía respirar mientras lo sentía duro y palpitante dentro de ella. Había tratado de imaginar como sería tener a un hombre en su interior incontables veces, pero nada la había preparado para esta realidad. Para la sensación de la dureza de Zarek.
La cabalgó despacio y suavemente como si quisiera que este momento durara, como si estar dentro de ella fuese suficiente para él. Ella envolvió sus piernas alrededor de sus caderas y levantó la mirada para contemplarlo mientras él bajaba la suya hacia ella.
Era tan increíble, sentirlo dentro y encima de ella. Adoraba el placer de su peso. La expresión de su cara al mirarla.
-Hola -dijo ella, sintiéndose repentinamente abochornada de verlo allí mientras estaban tan íntimamente unidos.
Su cara era una mezcla de desconcierto y diversión. -Hola, Princesa.
Ella se estiró y tomó sus mejillas entre sus manos mientras la penetraba dura y profundamente, una y otra vez. Oh, sentirlo a él allí. Él estaba tan profundo en su interior que casi podía jurar sentir la cabeza de su pene frotando el interior de su ombligo.
Zarek cerró sus ojos mientras saboreaba sentirla debajo de él mientras sus manos tocaban su cara.
No era de extrañar que los hombres mataran por las mujeres. Entendía eso ahora. Supo por qué Talon había estado dispuesto a morir por Sunshine.
Astrid tocó partes de él que nunca había sabido que existían. Su corazón. Su alma. Lo llevó a alturas inimaginables.
Aquí en sus brazos, por primera vez, sintió paz.
Había una parte de él tan calma ahora, tan tranquila, y otra parte que estaba en fuego, muriendo por tocarla.
Zarek descendió sobre ella para poder mordisquear la carne blanda de su cuello. Su oreja. Sintió los escalofríos que bajaban recorriéndole el cuerpo.
Raspó su piel con los colmillos, tentado a hundirlos.
¿Cómo sabría ella?
¿Qué otras emociones le haría sentir?
-¿Vas a morderme, Zarek? -preguntó, haciendo vibrar la garganta bajo sus labios.
Él recorrió con la lengua la vena que latía en su cuello. -¿Quieres que lo haga?
-No. Eso me asusta. No quiero ser como las otras mujeres para ti.
-Princesa, nunca podrías serlo. Tú eres única para mí.
-¿Soy tu rosa?
Él se rió al pensar en la lección del principito. -Sí, tú eres mi rosa. Hay sólo una de ti en todos los millones de planetas y estrellas.
Ella le contestó con un abrazo.
Ese abrazo lo traspasó de una forma como nunca antes. Algo dentro de él pareció romperse y explotó, abrumándolo con ternura y calor.
Se enterró profundamente en su interior mientras se corría por ella.
Astrid se mordió los labios mientras sentía su clímax. Él se estremeció entre sus brazos. Ella sonrió mientras lo acercaba más y besaba su hombro.
Él estaba tan quieto. Tan tranquilo.
¿Quién hubiera pensado que sería capaz de tal cosa? Siempre era tan feroz y violento.
Su mera presencia hacía que el aire a su alrededor restallara y crepitara.
Pero no ahora. Ahora sólo había silencio.
Zarek yacía sobre ella, débil y agotado, su cuerpo todavía unido al suyo. Él no quería moverse.
No podía.
Su contacto era sublime. Pero más que eso, se sintió conectado con ella. Y él nunca había sentido eso antes.
¿Era esto realmente un sueño? Por favor dioses, no. Por favor dejen que esto sea real.
Necesitaba que fuese real, desesperadamente.
Astrid cerró los ojos mientras Zarek acariciaba con la nariz su cuello otra vez. Por alguna razón sentía como si ella acabara de domesticar una bestia salvaje, incontrolable.
Ella movió sus piernas arriba y abajo de las de él, acunándolo con su cuerpo mientras peinaba con su mano su pelo de ébano. Él se hizo para atrás ligeramente para clavar los ojos en ella con asombro.
Estaba tan contenta que hubiese hecho esto esta noche.
Bajó la cabeza para besarla otra vez.
Ella inspiró su perfume, bebió de la ternura de sus labios. -Oh, Zarek -suspiró ella.
Zarek cerró los ojos con fuerza ante el sonido de su nombre en sus labios. Era tan feroz, que el dolor agridulce lo atravesaba.
Mordisqueó la piel delicada en su cuello, dejando sus colmillos rozar su carne. En la vida real, ya la habría mordido.
Nunca habría tomado su cuerpo con el de él.
Habría compartido sus emociones mientras bebía de ella y se preguntó como sabría en su sueño…
Abriendo la boca, sintió la sangre latiendo en las venas contra su lengua.
Ella sería dulce, eso lo sabía.
-¿Zarek?
Su garganta vibrada con sus palabras. -¿Sí?
-Me gustas más cuando eres así de tierno.
Se apartó de ella y frunció el ceño mientras algo cosquilleaba en su estomago.
-¿Pasa algo malo?
Todo. Éste no era su sueño. Éste era un momento surrealista. Sus sueños nunca eran agradables. Ni siquiera una vez tuvo a una amante en ellos.
Nunca nadie le había hablado en la forma que ella lo hacía.
Nadie alguna vez había abierto la puerta y lo había dejado entrar en la cabaña una vez que Acheron lo había desterrado.
Salió de la cama y se puso los pantalones. Tenía que apartarse. Algo estaba mal. Lo sabía profundamente en su interior. Aquí no era donde él debería estar.
No tenía ninguna relación con ella.
Ni siquiera en sus sueños.
Astrid miró como el pánico atravesaba la cara de Zarek mientras se vestía. Ella envolvió la manta a su alrededor y fue hasta él. -No tienes que huir de mí.
-No huyo de ti -gruñó él. -No huyo de nadie.
Astrid estuvo de acuerdo. No, él no lo hacía. Él era más fuerte de lo que cualquier hombre tenía derecho a ser. Había recibido golpes y golpes que nadie debería tener que soportar.
-Quédate conmigo, Zarek.
-¿Por qué? No soy nada para ti.
Ella tocó su brazo. -No tienes que apartar a todo el mundo.
Gruñendo, se encogió de hombros para separarse de su contacto. -No sabes de lo que hablas.
-Lo sé, Zarek, -dijo ella, deseando que hubiese una forma para hacerle ver lo que ella quería mostrarle. -Lo sé. Entiendo que quieras lastimar a otras personas antes de que te lastimen.
–Seguro que sí, princesa. ¿Cuándo lastimaste a alguien? ¿Cuándo alguien te lastimó a ti?
-Muéstrame la bondad dentro de ti, Zarek. Sé que está allí. Sé que en alguna parte debajo de ese dolor hay alguien que sabe cómo amar. Alguien que sabe cómo cuidar y proteger.
La estremeció con una risa fría mientras se abotonaba los pantalones. -Tú no sabes una mierda -hizo un gruñido feroz y se dirigió a la puerta.
Astrid comenzó a seguirlo, luego cambió de opinión.
Ella no sabía qué hacer. Cómo alcanzarlo.
Quería que sus palabras los confortaran, no que lo encolerizaran. Pero Zarek nunca reaccionaba en la forma que esperaba.
Frustrada, se vistió y fue tras él.
Aparentemente, la delicadeza no funcionaba con Zarek.
Así es que optó por una ruta diferente.
Lo pasó rozando en el vestíbulo, y le abrió la puerta principal.
Zarek se detuvo, había luz solar afuera de la puerta y él no se había prendido en llamas.
Tal vez este era un sueño.
Tenía que serlo y todavía…
-¿Qué haces? -preguntó.
-Abriendo la puerta así no te golpea el trasero mientras pasas a través de ella.
-¿Por qué?
-Dijiste que te querías ir. Así es que vete. Fuera. No quiero tenerte aquí cuando es obvio que te soy repulsiva.
Su lógica lo desconcertó. -¿De qué estás hablando?
-¿Qué quieres decir… sobre qué estoy hablando? ¿No es obvio? Me acuesto contigo y no puedes dejarme lo suficientemente rápido. Lo siento si no fui lo suficientemente buena para ti. Al menos hice un intento.
¿No bastante buena para él? ¿Estaba bromeando?
Le clavó los ojos con incredulidad. Dividido entre querer maldecirla por su estupidez y quererla reconfortar.
Su cólera salió victoriosa. -¿Que no vales la pena? ¿Entonces yo qué soy? ¿Sabias que antes de que muriera, estaba por debajo, aún de tener sexo por compasión? Nadie me habría tocado con cualquier parte de su cuerpo. Tenía suerte si usaban una vara para sacarme del medio. Así es que no te pares ahí y actúes como si estuvieses toda dolida y me hables de no tener valor. Nadie nunca ha tenido que pagar a alguien para sacarte de su vista.
Zarek se congeló al darse cuenta de lo que acababa de decirle. Esas eran cosas que él había mantenido profundamente escondidas en su interior por siglos. Cosas de las que nunca había hablado con nadie.
Verdades dolorosas que habían languidecido en su corazón, comiéndolo siglo tras siglo.
Nadie nunca lo había querido cerca.
No hasta Astrid.
Era por lo que no podía quedarse. Ella lo calentaba, y lo aterrorizaba porque sabía que no podía ser real.
Éste era otro tormento cruel que el destino le había infligido.
Cuando se despertara, estaría con ella y no tendría necesidad de él. Él no tenía un sitio con la Astrid real.
Nuca lo tendría.
-Entonces ellos eran ciegos si no podían ver lo que eres, Zarek. Ellos son los perdedores, no tu.
Dioses, cómo quería creerle.
Cómo necesitaba creerle.
-¿Por qué eres tan agradable conmigo?
-Te lo dije, Zarek. Me gustas.
-¿Por qué? Nunca le gusté a nadie.
-Eso no es cierto. Has tenido amigos todo el tiempo, pero nunca les has permitido que te ayudaran.
-Acheron -dijo él, murmurando la palabra. -Jess -frunció sus labios al pensar en Sundown.
-Tienes que aprender a extenderte hacia las personas.
-¿Por qué? ¿Así pueden dispararme en la espalda?
-No, así ellos pueden amarte.
-¿Amor? -se rió ante el pensamiento. -¿Quién diantre necesita eso? He vivido toda mi vida sin eso. No necesito eso y estoy malditamente seguro que no lo quiero de nadie.
Ella se paró firmemente ante él. Inquebrantable. -Puedes mentirte todo lo que quieras, pero yo sé la verdad -sostuvo su mano frente a él. -Tienes que aprender a confiar en alguien, Zarek. Has sido valiente toda tu vida. Ahora muéstrame ese coraje. Toma mi mano. Confía en mí y juro que no te traicionaré.
Se quedó parado allí indeciso, su corazón martillando. Nunca había estado más aterrorizado.
Ni siquiera el día que lo habían matado.
-Confía en mí, Por Favor. Nunca te lastimaré.
Él clavó los ojos en su mano. Era larga y agraciada. Delicada. Una mano diminuta.
La mano de una amante.
Quería correr.
En lugar de eso, se encontró levantando su mano y enlazando sus dedos con los de ella.
Capítulo 9
Las lágrimas caían por las mejillas de Astrid, mientras sentía la fuerza caliente de su mano, al ver sus largos dedos entrelazados con los de ella.
Su mano era grande, masculina y envolvía la suya con poder.
Esas manos habían matado, pero también habían protegido. La habían cuidado y le habían dado placer.
Por ese simple acto, supo que finalmente había hecho contacto con él.
Había alcanzado lo inalcanzable.
Luego el contacto se perdió.
La cara de Zarek se endureció al soltar con fuerza su mano. -No quiero ser cambiado. Ni por ti. Ni por nadie.
Gruñendo con ira, la rozó al pasar y caminó hacia la puerta.
Astrid hizo algo que nunca antes había hecho.
Maldijo.
Maldito él por no quedarse. Maldito por ser tan estúpido.
-Te lo dije, es un culo-duro[18]
Se giró para ver a M'Adoc parado tras ella, mirando fijamente hacia la puerta mientras Zarek se alejaba caminando con paso pesado sobre la nieve.
-¿Cuánto tiempo has estado escuchando a escondidas? -preguntó al Oneroi.
-No por mucho. Sé cuando no entrometerme en un sueño.
Ella entrecerró sus ojos significativamente. -Mejor que sea así.
Haciendo caso omiso de ella y de su amenaza tácita, se movió para mirar a Zarek abriéndose camino a través de la nieve.
-¿Qué vas a hacer ahora? -preguntó.
-Golpearlo con una vara hasta que entre en razones.
-No serías la primera en intentarlo -dijo M'Adoc secamente. -El problema es que es inmune a eso.
Ella dejó un largo suspiro, rendida. Era cierto.
-No sé qué hacer -confesó -me siento tan indefensa, desvalida respecto a él.
Algo así sabio brilló detrás de los brillantes ojos pálidos de M'Adoc. -No deberías haberlo atrapado aquí o a ti misma, en todo caso. Es peligroso permanecer en este reino demasiado tiempo.
-Lo sé, ¿pero que otra cosa podía hacer? Él no permanece quieto y estaba decidido a dejar mi cabaña. Sabes que no puedo permitir eso -. Hizo una pausa y le dirigió al Dream Hunter una mirada suplicante. -Necesito una guía, M'Adoc. Desearía poder hablar con Acheron. Él es el único que sé que me podría contar sobre Zarek.
-No. Zarek puede contarte.
-Pero no lo hará.
Él sostuvo su mirada. -¿Entonces te das por vencida?
-Nunca.
Él le dirigió una rara sonrisa dejándole saber que estaba leyendo sus emociones. -No me imaginé tanto. Me alegra saber que ya no estás desanimada.
-¿Pero cómo lo alcanzo? Estoy abierta a todas las ideas y sugerencias en este punto.
M'Adoc extendió la mano y un pequeño libro, azul oscuro, apareció en su palma. Se lo dio a ella.
Astrid miró la copia de El Principito en sus manos.
-También es el libro favorito de Zarek -dijo M'Adoc.
No era extraño que Zarek hubiera podido citárselo.
M'Adoc dio un paso atrás. -Es un libro de desengaño y supervivencia. Un libro de magia, esperanza y promesa. Insólito que le llegara al corazón, no?
M'Adoc salió del sueño brillando intermitentemente y la dejó hojeando el libro. Ella vio que M'Adoc había marcado ciertos pasajes y párrafos.
Astrid cerró la puerta y se lo llevó al confortable sillón que repentinamente había aparecido en la cabaña.
Ella sonrió. A todos los dioses del sueño les gustaba hablar en acertijos y metáforas. Rara vez decían algo categóricamente, sino que hacían a las personas procesar sus respuestas.
M'Adoc, el jefe de los Oneroi, había dejado sus pistas en este libro.
Si esto podía ayudarla a comprender a Zarek, entonces leería lo que le había marcado.
Tal vez entonces pudiera tener la esperanza de salvarlo.
Jess se zambulló en la pequeña tienda de artículos varios y se sacudió como un perro mojado saliendo de la lluvia. Estaba tan malditamente frío aquí que no lo podía aguantar.
¿Cómo había sobrevivido Zarek en Alaska antes de la calefacción central? Tenía que darle crédito a su amigo. Un hombre tenía que ser duro y peligroso para vivir aquí sin ayuda de amigos o Escuderos.
Personalmente, prefería ser azotado por pistolas y tirado desnudo en un nido de serpientes cascabel.
Había un señor mayor detrás del mostrador que le dirigió una sonrisa conocedora, como si entendiera por qué Jess había maldecido tan pronto como entró. El hombre tenía la cabeza cubierta de gruesas canas y una barba coloreada tipo sal y pimienta. Su viejo suéter verde tenía remiendos, pero tenía buen aspecto y se veía abrigado. -¿Lo puedo ayudar?
Jess bajó la bufanda de su cara y asintió brusca y amigablemente al hombre. Los modales dictaban que tenía que quitarse su Stetson negro mientras estaba adentro, pero maldición si lo hacía y dejaba escapar una onza de calor de su cuerpo.
Necesitaba cada pizca de eso.
-Hola, señor -dijo arrastrando las palabras en forma educada. -Estoy en busca de café negro o cualquier otra cosa que tenga, que esté caliente. Realmente caliente.
El hombre se rió y apuntó hacia una cafetera en la parte trasera. -Usted no debe ser de por aquí.
Jess se dirigió hacia el café. -No, señor, y gracias a Dios por eso.
El viejo se rió otra vez. -Ah, quédese por aquí un tiempo y su sangre se espesará lo suficientemente hasta que ni siquiera lo advierta.
Lo dudaba. Su sangre tendría que estar petrificada para no sentir este frío.
Quería regresar su trasero a Reno antes de convertirse en el primer Cazador Oscuro en la historia que se muriese de frío.
Jess vertió café hasta el tope en un vaso térmico y se dirigió al mostrador. Lo apoyó y buscó a través de los cinco millones de capas de abrigo, de la camisa de franela, suéter, y calzoncillos largos de lana, hasta sacar la billetera de su bolsillo trasero, para pagar. Su mirada cayó a una caja de vidrio, en donde alguien había colocado una figura de madera, tallada a mano, de un cowboy sobre un potro salvaje.
Jess frunció el ceño al reconocer al caballo y luego al hombre.
Era él.
Le había enviado a Zarek, por correo electrónico, una foto del verano pasado, de él montando su último semental. Maldición si esa no era una copia exacta de la foto.
-Oiga -dijo el viejo caballero al advertirlo también. -Usted se parece a mi estatua.
-Sí, señor, advertí eso. ¿Dónde la consiguió?
El hombre miraba de la figura a él para comparar sus parecidos. -La subasta anual de Navidad que tuvimos en noviembre pasado.
Jess frunció el ceño. -¿La subasta de Navidad?
-Cada año el Club Oso Polar se reúne para juntar dinero para los pobres y enfermos. Tenemos una subasta anual, y por los últimos, no sé bien, veinte años o así, Santa ha estado dejando un par de bolsas inmensas con piezas como esta, talladas en madera, que vendemos. Pensamos que es un artista local o algo por el estilo quién no quiere hacer saber donde vive. Todos los meses un giro postal de bastante dinero llega anónimamente a nuestro apartado de correos, también. La mayor parte de nosotros cree que es el mismo tipo.
-¿Santa, como Santa Claus?
El hombre asintió con la cabeza. -Sé que es un nombre estúpido, pero no sabemos como llamarlo. Es simplemente un tipo que viene en invierno y hace buenas acciones. La policía lo ha visto una o dos veces llevando las bolsas a nuestro centro, pero lo dejan solo. Él palea los caminos de acceso de las personas de edad y talla un montón de esas esculturas de hielo que usted probablemente ha visto alrededor del pueblo.
Jess sintió que su mandíbula se aflojaba, luego rápidamente mordió para cerrarla antes de mostrar sus colmillos. Sí. Él había visto esas esculturas.
¿Pero Zarek?
Difícilmente parecía algo que el ex-esclavo haría. Su amigo era brusco en el mejor de los casos y categóricamente irascible en el peor ellos.
Pero claro, Zarek nunca le había dicho lo que hacía aquí para pasar el rato. Nunca le decía mucho de nada, realmente.
Jess pagó por el café, luego regresó a la calle.
Caminó hasta el final de esta, donde una de las esculturas de hielo descansaba en una intersección. Era un alce, de casi dos metros y medio de altura. La luz de luna brillaba sobre la superficie, que estaba tan intrincadamente esculpida, que parecía que el alce estaba listo para soltarse y correr hacia su casa.
¿El trabajo de Zarek?
Es que no parecía bien.
Jess fue a tomar otro sorbo de café sólo para percatarse que ya se había enfriado.
-Odio Alaska -refunfuñó, lanzando el café al suelo y tapando el vaso.
Antes de que pudiera encontrar un cubo de basura, su teléfono celular sonó.
Comprobó la identificación del que llamaba para ver que era Justin Carmichael, uno de los Escuderos de los Ritos de Sangre que estaban aquí para cazar a Zarek. Parece ser que una vez que los Oráculos se enteraron que Artemisa y Dionisio querían muerto a Zarek, inmediatamente habían notificado al Concejo, quien a su vez había enviado a una banda de Escuderos para cazar y matar al Cazador Oscuro sentenciado.
Jess era todo lo que había entre ellos y Zarek.
Nacido y criado en la ciudad de Nueva York, Justin era un joven, de aproximadamente veinticuatro años, con una actitud repugnante que a Jess no le preocupaba mucho.
Respondió la llamada. -Si, Carmichael, ¿qué necesitas?
-Tenemos un problema.
-¿Y cuál es?
-¿Conoces a la mujer que ayudaba a Zarek? ¿Sharon?
-¿Que sucede con ella?
-La acabamos de encontrar. Recibió una paliza bastante mala y su casa ha sido quemada hasta los cimientos. Te apuesto que Zarek decidió vengarse.
La sangre de Jess se enfrió. -Mierda. ¿Hablaste con ella?
-Confía en mí, ella no estaba en condiciones de conversar cuando la encontramos. Está con los doctores ahora mismo y nosotros nos dirigimos a la cabaña de Zarek para ver si podemos encontrar a ese bastardo y hacerle pagar esto antes de que lastime a alguien más.
-¿Qué hay acerca de la hija de Sharon?
-Estaba en la casa de un vecino cuando ocurrió. A Dios gracias. He puesto a Mike a cuidar de ella en caso de que Zarek regrese otra vez.
Jess no podía respirar y no era por el aire helado. ¿Cómo podía ocurrir esto? A diferencia de los Escuderos, sabía que Zarek no tenía nada que ver con esto.
Solo él sabía en dónde estaba Zarek realmente.
Ash le había confiado la verdad de lo que estaba pasando y le había encargado que se asegurara que nadie interviniera hasta que la prueba de Zarek hubiese terminado.
Bueno, las cosas iban más al sur que una bandada de gansos en otoño.
-No te muevas hasta que llegue allí -dijo al Escudero. -Quiero ir a su cabaña con ustedes.
-¿Por qué? ¿Planeas meterte otra vez, en el medio de nuestro camino, cuando lo eliminemos?
Esas palabras lo pincharon como un rebaño de puercos espines. -Chico, mejor tomas ese tono y lo limpias. No soy un Escudero al que le estas hablando; sucede que soy uno de los hombres a los que tienes que responder. No es de tu maldita incumbencia por qué voy. No te muevas hasta que te diga de hacerlo o voy a mostrarte cómo hice una vez que Wyatt Earp se meara en sus pantalones.
Carmichael vaciló antes de hablar otra vez. Cuando lo hizo, su voz era agradable y calma. -Sí, señor. Estamos en el hotel y lo estamos esperando.
Jess colgó el teléfono y lo regresó a su bolsillo.
Se sentía fatal acerca de Sharon. Ella no debería haber estado en peligro para nada. Ninguno de los Escuderos se habría atrevido a lastimarla.
Y a pesar de lo que los otros pensaban, él sabía que Zarek no lo hubiera hecho aún si hubiera podido.
Zarek justamente no era el tipo que golpeaba a aquellos más débiles que él.
¿Pero, quién más se habría atrevido?
Astrid encontró a Zarek en medio de un pueblo medieval quemado hasta los cimientos.
Había cuerpos, quemados y no quemados, desparramados por todas partes. Hombres y mujeres. De todas las edades. La mayoría de ellos tenían desgarradas las gargantas como si un Daimon o alguna criatura similar se hubiese alimentado de ellos.
Zarek caminó entre ellos, su cara sombría. Sus ojos atormentados.
Tenía sus brazos alrededor de él como para protegerse del horror del cual era testigo.
-¿En dónde estamos? -preguntó ella.
Para su asombro, él contestó -Taberleigh.
-¿Taberleigh?
-Mi pueblo -murmuró él, su voz angustiada y tensa. -Viví aquí por trescientos años. Había una vieja arpía que me vio una vez cuando era una muchachita. Solía dejarme cosas de vez en cuando. Una pierna de carne de cordero, un odre de cerveza. Algunas veces nada más que una nota para darme las gracias por cuidarlos -miró a Astrid, su cara obsesionada. -Se suponía que debía protegerlos.
Antes de que pudiera preguntarle que había sucedido con el pueblo, oyó los gritos amortiguados de una vieja.
Zarek corrió hacia ella.
La mujer yacía en la tierra envuelta en ropas rotas, su cuerpo viejo quebrado. Estaba cubierta en sangre y magulladuras.
Astrid podía decir por la expresión de Zarek que ésta era la mujer sobre la que había hablado.
Zarek cayó de rodillas al lado de ella y limpió la sangre de sus labios mientras ella trataba de respirar.
Los ancianos ojos grises estaban perforados con acusación mientras los enfocaba en él. -¿Cómo pudiste?
La vida se desvaneció de los ojos de la mujer, volviéndolos apagados, cristalizados.
Ella se volvió floja en sus brazos.
Zarek gritó con ferocidad. Soltó a la mujer y se obligó a sí mismo a pararse. Caminó de arriba abajo en un ancho círculo, pasando sus manos coléricamente a través de su pelo.
Jadeando, se veía igual de demente como todo el mundo afirmaba.
Astrid sufría por él. Ella no entendía sobre que trataba esto. Lo que él volvía a vivir.
Ella lo siguió. -¿Zarek, que sucedió aquí?
Con cara angustiada, se dio la vuelta para enfrentarla. Odio y culpabilidad ardían en las profundidades de medianoche de sus ojos.
Él pasó su brazo sobre la escena indicándole los cuerpos alrededor de ellos. -Los maté. A todos ellos -las palabras salieron como si se desgarraran de su garganta. -No sé por qué hice esto. Solo recuerdo la furia, el anhelo de sangre. Ni siquiera recuerdo haberlos matado. Sólo destellos de personas muriéndose mientras se acercaban a mí.
Su cara estaba desolada. Sus ojos llenos con auto aborrecimiento. -Soy un monstruo. ¿Ves ahora por que no puedo tenerte? ¿Por qué no puedo quedarme contigo? ¿Qué pasa si un día te mato también?
Su pecho se encogió ante sus palabras mientras el pánico y el miedo la absorbían.
¿Lo había juzgado mal?
-Todos los hombres son culpables -era la frase favorita de su hermana Atty. –Los únicos hombres honestos son los niños que aún no han aprendido a decir mentiras.
Astrid horrorizada, miró alrededor, los cadáveres…
¿Realmente él podía ser capaz de hacer algo así?
Ella no sabía qué pensar ahora. Quienquiera que fuese responsable de esta matanza merecía morir. Esto más que explicaba por qué Artemisa no lo quería alrededor de las personas.
Astrid hizo una pausa en ese pensamiento.
Espera un momento…
Algo estaba mal.
Mortalmente equivocado.
Astrid miró los cuerpos alrededor de ellos. Cuerpos humanos. Algunos de niños, la mayor parte, de mujeres.
Si Zarek hubiese hecho esto, entonces Acheron lo habría matado instantáneamente. Acheron se rehusaba a tolerar a cualquiera que atacara a los débiles e indefensos. Y especialmente cualquiera que dañara a un niño.
No había manera de que Acheron soportara dejar vivir a un Cazador Oscuro que pudiera destruir y matar a la gente que había sido enviado a proteger. Ella supo eso con cada molécula de su cuerpo.
-¿Estás seguro que tú hiciste esto? -preguntó.
Él se vio consternado por su pregunta. -¿Quién más lo habría hecho? No había nadie más aquí. ¿Ves a alguien aparte de mí con colmillos?
-Tal vez un animal.
-Yo fui el animal, Astrid. No había nadie más capaz de hacer esto.
Ella aún no creía en eso. Debía haber otra explicación. -Dijiste que no recordabas haberlos matado. Tal vez no lo hiciste.
Furia y dolor destellaron en sus ojos. -Recuerdo lo suficiente. Sé que hice esto. Todo el mundo lo sabe. Es por eso que los otros Cazadores Oscuro me temen. Por lo que no me hablan. Por lo que fui desterrado a un lugar donde no hay personas para proteger. Por lo que me despierto todas las noches temiendo que Artemisa me aleje de Fairbanks hacia un área donde aún hay menos personas.
Parte de ella temía que él estuviera diciendo la verdad, pero lo descartó.
En su corazón sabía que el hombre atormentado que podía hablar poéticamente y hacer hermosas figuras de arte con sus manos, a quien podía importarle un animal que lo había herido, nunca, jamás haría esto.
Pero necesitaba probarlo.
El instinto no sería prueba suficiente para ofrecer a su madre o a Artemisa. Demandarían alguna prueba de su inocencia.
Probar que él no era capaz de matar humanos.
-Solo quisiera saber por qué hice esto -gruñó Zarek. -Que fue lo que me volvió tan loco para haberlos matado y ni siquiera poder recordarlo.
La miró con ojos desolados. -Soy un monstruo. Artemisa tiene razón. No tengo un sitio cerca de las personas normales.
Las lágrimas fluyeron a sus ojos ante sus palabras. -No eres un monstruo, Zarek.
Ella se rehusaba a creer eso.
Astrid lo empujó a sus brazos, ofreciéndole consuelo, que no estaba segura que él aceptara.
Al principio se quedó rígido como si estuviese a punto de alejarla, luego se relajó. Ella dejó escapar un suspiro lento, agradeciendo que aceptara su abrazo.
Sus brazos tensos y fuertes la sostuvieron contra su cuerpo delgado que se ondeaba con músculos. Ella nunca había sentido nada como esto. Él era tan duro y tierno al mismo tiempo. Su mejilla estaba presionada contra sus firmes músculos pectorales, sus pechos contra sus acanalados abdominales.
Bajó su mano, recorriéndole la espalda, haciéndolo temblar en sus brazos.
Astrid sonrió ante este poder recién encontrado que tenía sobre él. Debido a que era una ninfa de la justicia, su feminidad había tenido que quedar en segundo plano. No había tiempo para sentirse femenina o sensual.
Pero lo sentía ahora.
Por él. Ella tenía conciencia de su cuerpo por primera vez en su vida. Consciente de cómo su corazón latía al mismo tiempo que el de él. La forma en que su sangre hervía a fuego lento al sentir sus brazos envueltos a su alrededor.
En ese instante, quiso hacer algo por él.
Quería hacerlo sonreír.
A regañadientes, se hizo para atrás y le extendió la mano. -Ven conmigo.
-¿Adónde?
-A algún lugar cálido.
Zarek vaciló. Él sólo confiaba en que las personas lo lastimaran. Y nunca lo habían decepcionado.
Confiar en alguien para que no lo lastimara era completamente distinto.
Profundamente en su interior, quería confiar en ella.
No, necesitaba confiar en ella.
Una sola vez.
Aspirando profundamente, colocó su mano renuente dentro de la de ella.
Ella lo llevó del pueblo a una playa a la orilla del mar brillante. Zarek parpadeó y entrecerró los ojos contra el brillo poco familiar de la luz.
Levantó su mano para cortar el resplandor del sol que casi había olvidado.
Nunca había ido a la playa. Sólo había visto fotos en revistas y en TV.
Y habían pasado siglos desde que hubiese visto la luz del día. Realmente luz de día.
El sol brillaba sobre su piel, caliente.
Dejó que el calor inundara su cuerpo congelado. Dejó que el sol le acariciara la piel y desvaneciera los siglos de sufrimiento y soledad.
Vestido sólo con pantalones de cuero negro, Zarek caminó encima de la playa arenosa, mirando todo y enfocando la atención en nada en particular.
Esto era incluso mejor que su estadía en Nueva Orleáns. El oleaje atronaba alrededor de ellos mientras golpeaba contra la playa, el viento azotaba en su pelo. La arena estaba caliente y se pegaba a sus pies.
Astrid pasó corriendo hacia el borde del agua.
La observó mientras se sacaba las ropas de su cuerpo hasta quedarse son un bikini azul diminuto.
Ella lo miró traviesamente, lo recorrió con una mirada caliente que lo hizo temblar a pesar del calor. -¿Te gustaría acompañarme?
-Creo que me vería extraño en un bikini.
Ella se rió de él. -¿Eso fue un chiste? ¿Puede ser que hicieras un verdadero chiste?
-Sí, debo estar poseído o algo.
Seducido realmente. Por una ninfa del mar.
Ella se acercó con un paso determinado.
Zarek esperó, incapaz de respirar. De moverse. Era como si viviera o muriera por el balanceo descarado de sus caderas.
Se detuvo ante él y desabotonó sus pantalones. La sensación de sus dedos rozando contra el parche delgado de pelo que corría de su ombligo a su ingle lo estremeció. Se endureció instantáneamente, queriéndola saborear otra vez.
Ella lentamente abrió la cremallera de sus pantalones mientras levantaba su mirada a través de sus pestañas.
Un pequeño milímetro antes de que liberara su erección, pareció que perdía su audacia. Mordiéndose los labios, arrastró sus manos en dirección contraria, arriba, hacia su pecho.
Zarek aún no podía respirar mientras ella extendía sus manos en su pecho desnudo.
-¿Por qué me tocas cuando nadie lo hace? -preguntó.
-Porque me dejas. Me gusta tocarte.
Él cerró los ojos mientras su caricia tierna lo chamuscaba. ¿Cómo algo así de simple se podía sentir tan increíble?
Ella dio un paso hacia sus brazos y él instintivamente la abrazó. Sus pechos rozaron sus abdominales, poniéndolo aun más duro, haciéndolo doler.
-¿Alguna vez hiciste el amor en la playa?
Su respiración quedó atrapada ante sus palabras. -Sólo he hecho el amor contigo, princesa.
Ella se paró en puntas de pie a fin de poder capturarle los labios en un dulce y atormentado beso.
Haciéndose hacia atrás, le sonrió mientras abría la última parte de su cremallera y lo tomaba en su mano. -Entonces, Hombre de Nieve-Zarek[19]está a punto de hacerlo.
Ash estaba sentado solo en el templo de Artemisa, justo afuera de la sala del trono, en la terraza donde podía mirar la bella cascada multicolor. Su pelo rubio dorado estaba recogido en una cola de caballo, estaba sentado sobre el pasamano de mármol con su espalda desnuda contra una columna acanalada.
La fauna silvestre, a salvo de cazadores y de cualquier otro peligro, por la protección de Artemisa, apacentaba en un patio donde la tierra estaba hecha de nubes. El único sonido venía de la caída del agua y el grito ocasional de un pájaro silvestre.
Debería estar tranquilo aquí y a pesar de su compostura serena Ash estaba agitado.
Artemisa y sus asistentes lo habían dejado para ir a Theocropolis donde Zeus sesionaba sobre todos los dioses del Olimpo. Ella se iría por horas.
Ni aun eso lo podía complacer.
Quería saber qué estaba sucediendo con la prueba de Zarek. Algo estaba mal, lo sabía. Lo podía sentir, pero no se atrevía a usar sus poderes para investigar.
Podía soportar la furia de Artemisa, pero nunca la desataría encima de Astrid o Zarek.
Así que acá estaba sentado, sus poderes restringidos, su cólera y su frustración atadas.
-¿Akri, puedo desprenderme de tu brazo por un rato?
La voz de Simi quitó una parte del filo de sus emociones. Cuando ella era parte de él, no podía ver u oír algo a menos que él dijese su nombre y le diera una orden. Ella era incluso inmune a sus pensamientos.
Sólo podía sentir sus emociones. Algo que le permitía saber cuando él estaba en peligro, la única vez que ella podía dejarlo sin su permiso.
-Sí, Simi. Puedes tomar forma humana.
Ella se deslizó y se manifestó a su lado. Su largo cabello rubio estaba trenzado. Sus ojos eran de un gris tempestuoso y sus alas de un azul pálido.
-¿Por qué estás tan triste, akri?
-No estoy triste, Simi.
-Sí lo estas. Te conozco, akri, tienes ese dolor en el corazón como el que siente Simi cuando llora.
-Nunca lloro, Sim.
-Lo sé -se acercó más a él para apoyar su cabeza en su hombro. Uno de sus cuernos negro raspaba contra su mejilla, pero Ash no prestó atención. Ella envolvió sus brazos alrededor de él y lo sostuvo cerca.
Cerrando los ojos, la abrazó fuertemente, ahuecando su pequeña cabeza en una de sus manos. Su abrazo recorrió un largo camino para aliviar su espíritu preocupado. Sólo Simi podía hacer eso. Solo ella lo tocaba sin hacerle demandas físicas.
Ella nunca quería algo más que ser su "bebé".
Aniñada e inocente, era el bálsamo que necesitaba.
-¿Entonces, puedo comerme a la diosa pelirroja ahora?
Él sonrió ante la pregunta que más seguido le hacía. -No, Simi.
Ella levantó su cabeza y le sacó la lengua, luego se sentó sobre el pasamano cerca de sus pies descalzos. -Quiero comerla, akri. Ella es una persona perversa.
-La mayoría de los dioses lo son.
-No, no lo son. Algunos, si, pero yo prefiero a los Atlantes. Ellos eran muy simpáticos. La mayor parte de ellos. ¿Nunca conociste a Archon?
-No.
-Bueno, él podía ser perverso. Era rubio, como tú, alto como tú, bueno, más alto que tú, y atractivo como tú, pero no tan guapo como tú. No creo que alguien sea tan guapo como tú. Ni siquiera los dioses. Definitivamente eres único cuando hablamos de apariencia… Oh -dijo ella al recordar a su gemelo. -¿Realmente no eres único, verdad? Pero eres más lindo que el otro. Él es una mala copia tuya. Él sólo desearía ser tan guapo como tú.
La sonrisa de Ash se amplió.
Ella colocó su dedo contra su barbilla y se detuvo por un minuto como si tratara de deducir sus pensamientos. -¿Ahora donde iba yo con eso? Oh, lo recuerdo ahora. Archon no le gustaba mucho la gente, a diferencia de ti. ¿Sabes, esa cosa que haces cuando realmente te enojas? ¿Esa en donde puedes hacer explotar las cosas y hacer todo fogoso y confuso y desordenado y demás? Él podía hacer eso también, sólo que no con tanta astucia como tu. Tu tienes mucha astucia, akri. Más que la mayoría.
-Pero me salgo del tema. Le gustaba a Archon. Él dijo, 'Simi, eres un demonio de calidad'. ¿Sin embargo, has visto alguna vez un demonio de poca calidad? Eso es lo que yo quisiera saber.
Ash divertido, oía como ella hablaba incansablemente acerca de cómo dioses y diosas le habían rendido culto en su vida. Dioses y diosas que habían muerto hacia muchísimo tiempo. A él le gustaba escuchar su lógica y sus cuentos no lineales.
Era como observar a un niño pequeño tratando de clasificar el mundo y recordar algo. No se podía decir que podría salir de su boca de un minuto a otro. Ella veía las cosas claramente, como un niño.
Si tienes un problema, entonces lo eliminas.
Fin del problema.
Las sutilezas y la política estaban más allá de ella.
Sólo era Simi. Ella no era amoral o cruel, era simplemente un demonio sumamente joven, con poderes que parecían de dioses, que no podía comprender el engaño o la traición.
Cómo le envidiaba a ella eso. Era el por qué la protegía tan cuidadosamente. No quería que aprendiera las duras lecciones que le habían sido impartidas a él.
Merecía tener la infancia que él nunca había tenido. Una que fuese resguardada y protegida. Una en la cual nadie pudiera lastimarla.
Él no sabía que haría sin ella.
Ella no había sido nada más que un infante cuando se la habían dado. Él tenía apenas veintiuno, lo dos habían crecido juntos. Ambos eran los últimos de su especie en la tierra.
Por más de once mil años sólo habían sido ellos dos.
Ella era tan parte de él como cualquier órgano vital.
Sin ella, él moriría.
La puerta del templo se abrió. Simi siseó, dejando al descubierto sus colmillos, haciéndole saber que Artemisa había regresado temprano.
Ash volvió su cabeza para confirmar. Como lo esperaba, la diosa caminaba a grandes pasos hacia él.
Él dejó escapar una respiración cansada.
Artemisa se paró abruptamente al ver a Simi sentada a sus pies -¿Qué esta haciendo fuera de tu brazo?
-Háblame a mí, Artie.
-Hazla que se vaya.
Simi lanzó resoplidos. -No tengo que hacer nada de lo que me digas, vieja vaca. Y tú eres vieja. De verdad, realmente vieja. Y una vaca, también.
-Simi -dijo Ash, acentuando su nombre. -Por favor regresa a mí.
Simi le dirigió una mirada malvada a Artemisa, luego se convirtió en una sombra oscura, amorfa. Ella se movió sobre él y se extendió a sí misma sobre su pecho para convertirse en un dragón enorme en su torso con espirales fogosas que lo envolvían alrededor y bajaban también por sus brazos.
Ash se rió misteriosamente ante la vista. Era la forma de Simi de abrazarlo y pinchar a Artemisa al mismo tiempo. Artemisa odiaba cuando Simi cubría mucho de su cuerpo.
Artemisa dejó escapar un sonido altamente indignado. -Hazla que se mueva.
Él cruzó los brazos sobre su pecho. -¿Por qué regresaste tan temprano?
Ella instantáneamente se puso nerviosa.
Su mal presentimiento se triplicó. -¿Qué sucedió?
Artemisa caminó hacia la columna a sus pies, envolvió el brazo en ella y se apoyó contra mármol. Jugó con el borde dorado de su peplo mientras mordisqueaba su labio.
Ash se sentó derecho, su estómago se anudó. Si ella estaba tan evasiva algo había salido contrario a sus pensamientos. -Dime, Artemisa.
Ella se veía exasperada y enojada. -¿Por qué debería decirte? Solamente te enojaras conmigo y prácticamente ya lo estás de cualquier modo. Te digo, luego vas a querer irte y no puedes irte y luego me gritarás.
El nudo en su estomago se tenso. -Tienes tres segundos para hablar o yo me olvido de tu miedo a que alguno de los miembros de tu familia descubra que estoy viviendo en tu templo. Usaré mis poderes y averiguaré lo que ha pasado a mi modo.
-¡No! -chilló ella, empezando a mirarle. -No puedes hacer eso.
Un tic empezó a latir en su mandíbula.
Ella se movió hacia atrás, poniendo la columna entre ellos. Aspiró profundamente como si tomara fuerza, luego habló con la voz de un niño pequeño, asustado. -Thanatos está suelto.
-¡Que! -rugió él, bajando sus piernas al piso y quedándose parado.
-¡Viste! Estas gritando.
-Oh, créeme -dijo entre sus dientes apretados, -esto no es gritar. Aún no me he acercado a eso aún -. Ash se apartó del pasamano y se paseó coléricamente alrededor del balcón largo. Le tomó toda su fuerza no atacarla. -Me prometiste que le ordenarías regresar.
-Lo intenté, pero se escapó.
-¿Cómo?
-No sé. No estaba allí y ahora él se rehúsa a dejar de perseguirlo.
Ash la miró ferozmente.
Thanatos estaba suelto y el único que podía detenerlo estaba bajo arresto domiciliario en el templo de Artemisa.
Maldición con ella por sus trucos y sus promesas. No había forma de que él pudiera salir de allí. A diferencia de los del olimpo, una vez que él daba su palabra, estaba atada a esta.
Romper su juramento lo mataría. Literalmente.
La cólera rodaba por su cuerpo. Si lo hubiese escuchado la primera vez, entonces no estarían reviviendo esta pesadilla. -Me juraste hace novecientos años, cuando maté al último que no re-crearías a Thanatos. ¿Cuántas personas ha asesinado? ¿Cuántos Cazadores Oscuros? ¿Aún los puedes recordar?
Ella se tensó y devolvió su mirada. -Te lo dije, necesitamos a alguien que acorrale a tu gente. Tú no lo harás. Ni siquiera controlas a tu demonio. Fue la única razón por lo que hice otro. Necesito alguien que los pueda ejecutar cuando se portan mal. Tú, sólo das disculpas por ellos. 'No entiendes, Artemisa. Waa, waa, waa". Entiendo todo muy bien. Tienes preferencia por cualquiera menos por mí así es que creé a alguien que escucha cuando hablo -lo miró encolerizadamente. -Alguien que realmente me obedece.
Ash contó hasta diez tres veces mientras apretaba y aflojaba sus puños. Ella tenía una forma de hacerlo querer azotarla y lastimarla que se acercaba peligrosamente a contravenir todo su control.
-No me hagas que empiece con eso, Artie. Me parece que 'obedecer' no es una palabra que debe estar en la misma frase que tu ejecutor.
Vuelto loco por su confinamiento y su sed de venganza, el último Thanatos se había desatado a través de Inglaterra con tal fuerza que Ash había tenido que inventar historias de una "plaga", para evitar que la humanidad y los Cazadores Oscuros, supieran la verdad de lo qué realmente había destruido el cuarenta por ciento de la población del país.
Ash pasó sus manos sobre su cara al pensar en lo que había desatado Artemisa sobre del mundo otra vez. Él debería haber sabido cuando le pidió que lo llamara, que era demasiado tarde para hacer eso.
Pero como un tonto, había contado con ella para hacer lo que había prometido.
Debería haber tenido mejor criterio.
-Maldita seas, Artemisa. Thanatos tiene los poderes para congregar a Daimons y hacerlos obedecer sus órdenes. Los puede llamar desde cientos de kilómetros de distancia. A diferencia de mis Hunters, él camina a la luz del día y es imposible de matar. La única vulnerabilidad que tiene les es desconocida.
Ella se mofó de él. -Bien, eso es tu culpa. Deberías haberles contado sobre él.
-¿Decirles qué, Artemisa? ¿Compórtense o la diosa perra desatará a su asesino demente sobre ustedes?
-¡No soy una perra!
Él se movió para pararse ante ella, presionándola hacia atrás contra la columna. -¿Tienes alguna idea de lo qué has creado?
-No es nada más que un sirviente. Puedo ordenarle que regrese.
Él le miró sus manos temblorosas y las gotas de sudor en su frente.
-¿Entonces por que estás temblando? -preguntó. -Dime cómo se soltó.
Ella tragó. Pero sabiamente le dio la información que él buscaba. -Dion lo hizo. Se jactaba en el vestíbulo acerca de eso justo antes de que viniera a decirte.
-¿Dionisio?
Ella inclinó la cabeza asintiendo.
Ash se maldijo a sí mismo esta vez. No debería haber removido la memoria del dios de su pelea en Nueva Orleáns. Debería haber dejado al idiota saber exactamente con lo que se estaba enfrentando. Dejar a Dionisio tan asustado de él para que el dios olímpico nunca más se atreviera a confrontarlo ni a él ni a cualquiera de sus hombres.
Pero no, había tratado de proteger a Artemisa. Ella no quería que su familia conociera quién y qué era él.
Para ellos él sólo era su mascota. Una curiosidad humana, fácil de descartar y dejar de lado.
Si sólo supieran…
Había cambiado los recuerdos de todos sobre esa noche así que sólo recordaban que había ocurrido una pelea y quién la había ganado.
Ni siquiera Artemisa recordaba todo.
Artemisa le había prometido que Dionisio no iría tras de Zarek para desquitarse. Pero claro, Artemisa había pensado en matar a Zarek ella misma.
¿Cuándo aprendería él?
Nunca se podía confiar en ella.
Ash se apartó. -No tienes idea lo qué le hace a alguien estar encerrado en prisión. Colocarlos en un hueco donde pasan al olvido.
-¿Y tu sí?
Ash se cayó mientras suprimía los recuerdos que lo inundaban. Recuerdos dolorosos, amargos que lo obsesionaban cuando se atrevía a pensar en el pasado.
-Mejor reza para que nunca tengas que aprender lo que se siente. La locura, la sed. La cólera. Has creado a un monstruo, Artemisa, y soy el único que lo puede matar.
-¿Entonces estamos en un pequeño problema, no? No puedes irte.
Él entrecerró sus ojos.
Ella dio un paso atrás otra vez. -Te lo dije, contactaré a los Oráculos y haré que lo traigan a casa otra vez.
-Mejor que sea así, Artemisa. Porque si no lo pones bajo control, el mundo va a convertirse en la misma cosa que te hace despertar gritando en la noche.
Zarek yacía en la playa, aún dentro de Astrid, mientras las olas pasaban por encima de sus cuerpos. Este sueño era tan real e intenso que nunca querría despertarse.
¿Cómo sería tenerla realmente?
Pero todavía pensando en eso, supo la verdad. Una mujer como Astrid no tendría ningún deseo o necesidad de un hombre como él.
Era sólo en sus sueños que él podía ser deseado. Necesitado.
Humano.
Se movió a un lado a fin de poder mirar el agua correr sobre su cuerpo desnudo. Su pelo estaba mojado, pegado a la piel. Parecía una ninfa del mar que había nadado hasta la tierra para deleitarse en los cálidos rayos de sol y seducirlo con sus curvas y su piel sedosa.
Lo contemplaba con una sonrisa dulce, que hacía que su corazón martillara mientras recorría con su mano sus brazos y su pecho.
Astrid yacía en silencio, mirándolo, también. Zarek se encontraba tan perdido, como si el hacer el amor lo hubiera dejado confundido.
Ella se preguntaba que necesitaría para domesticar a este hombre, sólo un poco. Lo suficiente para que las otras personas pudieran ver lo que ella veía.
Al menos ahora él la dejaba tocarlo sin maldecir o sin apartarse de ella.
Era un principio.
Arrastró su mano más abajo, sobre los duros planos de su pecho, sobre las perfectas definiciones de su abdomen. El hambre ardió en sus ojos mientras movía su mano más abajo.
Astrid se lamió los labios, preguntándose si se permitiría ser incluso más atrevida. Todavía no estaba segura cómo reaccionaría él a cualquier cosa.
Jugó con el vello que descendía mas allá de su ombligo, pasando sus dedos a través de este. Él ya empezaba a endurecerse…
Zarek contuvo su aliento mientras la observaba. Su mano se sentía maravillosa en su cuerpo mientras hacía círculos alrededor de su ombligo y arrastraba una uña hacia abajo del vello espolvoreado en su estómago.
Ya la deseaba ardientemente otra vez.
Luego ella movió su mano más abajo.
Gimió mientras ella ahuecaba sus testículos en su palma. Su mano caliente lo encerró, apretándolo exquisitamente.
Su ingle se sacudió con fuerza, y toda la sangre se apresuró hacia la región, endureciéndolo y ansiándola dolorosamente.
Ella recorrió con un dedo su longitud hasta la punta, dónde jugueteó con él.
-Pienso que te agrada cuando hago esto.
Él le contestó con un beso.
Astrid gimió ante la pasión que él exteriorizó. Palpitó en su mano mientras su lengua bailaba con la de ella, excitándola al nivel más alto de necesidad.
Se apartó a regañadientes, desesperada para darle lo que era desconocido para él.
La bondad.
La aceptación.
El amor.
La palabra quedó atrapada en su mente. Sabía que no lo amaba. Apenas lo conocía, y aún así…
La hacía sentir otra vez. Tocaba emociones que había temido que estuvieran perdidas por siempre. Le debía mucho por eso.
Besando sus labios suavemente, se deslizó por su cuerpo hacia abajo.
Zarek frunció el ceño ante sus acciones. No sabía lo que ella planeaba hasta que se extendió a sí misma sobre su estómago. Su espalda desnuda estaba al descubierto para él mientras continuaba acariciándolo con la mano.
Él pasó su mano a través de su largo cabello rubio, mojado, arrastrándolo sobre su espalda desnuda mientras su aliento cosquilleaba su cadera. Su piel era tan suave, tan tierna. No había una mancha en ningún lado.
Ella se movió más abajo.
Zarek se quedó sin aliento cuando tomó la punta de su pene, lentamente en su caliente boca.
Estaba congelado por el placer. Sentir sus labios y su lengua acariciándolo era diferente a cualquier cosa que hubiera experimentado antes. Ninguna mujer salvo Astrid, alguna vez lo había tocado allí. Nunca lo había permitido.
Pero dudaba que pudiera negarle a ella cualquier cosa después de esto. Ella lo había reclamado como nunca nadie.
Astrid gimió ante el sabor salado de él. Cuando sus hermanas le habían contado sobre esto, siempre lo había considerado obsceno y sucio. En ese momento y en los siglos siguientes, nunca pudo imaginarse haciendo algo como esto con un hombre.
Pero lo hacía para Zarek; no había nada obsceno en los sentimientos dentro de ella. Nada obsceno acerca de la forma que él sabía.
Le estaba dando un raro momento de placer, y extraño como parecía, ella lo disfrutaba también.
Él agarró sus hombros y gimió en respuesta a cada lametazo, mordisco, y mamada que ella le daba. Su respuesta caliente la excitó. Ella realmente quería complacerlo. Darle todas las cosas que se merecía.
Zarek arqueó su espalda, dejándola salirse con la suya con él. Lo asombró que le diera permiso de hacer esto. Nunca antes había confiado en un amante con su cuerpo. Él siempre había estado en completo control.
Las mujeres no lo tocaban. En toda la vida.
Ellas no lo acariciaban o besaban.
Él las inclinaba, hacía lo suyo, y se iba.
Pero con Astrid era diferente. Sentía como si se compartiese a sí mismo con ella. Como si ella se compartiera a sí misma con él.
Era mutuo y maravilloso.
Astrid abrió los ojos al sentir que los dedos de Zarek se deslizan por su entrepierna. Abriendo sus piernas para a él, le dio acceso mientras continuaba dándole placer con su boca.
Zarek se giró a un lado entre tanto sus dedos acariciaban y exploraban.
Ella tembló ante la calidez de su contacto mientras el fresco oleaje se apresuraba alrededor de ellos. El calor del sol en su piel era nada comparado con el calor que su toque proveía.
La hizo arder.
Con los codos le separó más las piernas.
Astrid gimió mientras su boca la cubría.
Su cabeza se inundó de placer mientras él movía su lengua sobre el centro de su cuerpo donde ella más deseaba ardientemente su toque. Su lengua la rozaba, traspasándola. Seduciéndola.
Sus manos agarraron sus caderas, presionándole su pelvis más cerca de él a fin de poder torturarla con más malvados placeres.
Zarek se estremeció ante la sensación de saborearla mientras ella lo saboreaba. Lo que estaban compartiendo era mucho más que sexo.
Ella tenía razón, estaban haciendo el amor a cada uno.
Y eso lo sacudió enteramente, hasta su alma perdida.
Se tomaron el tiempo con cada uno, acariciando, asegurándose que ambos estaban saciados. Se corrieron juntos en una explosión pura de emoción.
Astrid se echó atrás mientras Zarek continuaba tomándola.
Estaba tan absorto en ella, que Zarek no estaba poniendo atención al agua. No hasta que una ola pasó sobre ellos.
Él farfulló mientras tragaba una gran cantidad de agua.
La ola se retiró, dejándolos a ambos sofocados y sin aliento.
Astrid se rió, un sonido dulce y vibrante. -Eso fue interesante.
Él la besó mientras se subía a su cuerpo, de tal manera que podía sonreírle desde arriba.
-Más bien exasperante, en mi opinión.
Ella levantó la mano para tocar sus mejillas. -Mi Príncipe Encantado tiene hoyuelos.
Él dejó de sonreír instantáneamente y apartó la mirada.
Le volteó la cabeza hacia ella. -No dejes de sonreír, Zarek. Me gusta ese lado tuyo.
Sus ojos llamearon coléricamente. -¿Eso significa que a ti no te gusta el otro lado de mí?
Ella hizo un sonido altamente indignado. -Eres tan hosco -recorrió con su mano su espalda hasta que pudo agarrar su trasero desnudo en sus manos.
-¿Después de hoy, no te has percatado que más bien estoy afectada por todos tus lados? A pesar de que algunos son más espinosos que otros -recorrió con su mano la mejilla cubierta de barba para enfatizar su punto de vista.
Él se relajó un grado. -No debería estar contigo.
-Y yo no debería estar contigo. Aún así aquí estamos y estoy muy feliz por eso -meneó su trasero contra él, haciéndolo gemir en respuesta.
La miraba como si no pudiera creer que ella fuese real, y en su mente ella no lo era. Era sólo un sueño.
Astrid se preguntaba cómo reaccionaría él cuando se despertara. ¿Algo de esto ayudaría o él se distanciaría aún más de ella?
Deseaba poder despojarlo de sus malos recuerdos. Darle una infancia feliz llena de amor y ternura.
Una vida de alegría y amistad.
Él colocó su cabeza entre sus pechos y se quedó allí tranquilo como si estuviera contento por sentir nada más que a ella debajo de él, mientras el sol los calentaba a ambos.
-Cuéntame un recuerdo feliz, Zarek. Una cosa en tu vida que haya sido buena.
Él vaciló por tanto tiempo que pensó que no contestaría. Cuando habló, su voz era tan suave que la hizo doler. -Tú.
Las lágrimas se acumularon en sus ojos. Lo abrazó con su cuerpo, acunándolo, esperando que de algún modo ella pudiese serenar su espíritu preocupado e inquieto.
Astrid supo ahí que ella lucharía por este hombre, y desde el fondo de su mente surgió una idea atemorizante.
Estaba enamoraba de él.
Por un momento, no pudo respirar mientras ese conocimiento colgaba en sus pensamientos como un espectro atemorizante.
Pero allí no se podía negar lo que sentía por él, lo lejos que iría para verlo seguro y feliz.
La respiración él jugaba con su pezón mientras su corazón caía pesadamente contra su estómago.
Nadie la había tocado de la forma que él lo hacía y no era simplemente sexo. La hacía sentir suave y femenina. Deseable.
No la mimaba y aún así él hacía tantas cosas afectuosas para cuidarla.
Cerrando los ojos, dejó que su peso y el agua la empaparan. Dejando que su piel resbalosa y fría la apaciguaran.
¿Qué iba a hacer? Zarek no era el tipo de hombre que dejara a cualquiera amarle.
Especialmente no a una mujer que había sido enviada para sentenciarlo.
Si él alguna vez sabía lo que ella era, la odiaría.
Ese conocimiento la atravesó, robándole la felicidad del día.
Pero eventualmente, tendría que decirle.
Jess dejó al Ford Bronco negro y sacó de abajo del asiento su escopeta.
Por si acaso.
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