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Con-jugando en pretérito. Algunos aspectos sobre la cultura popular en el municipio de Linares (página 2)


Partes: 1, 2, 3

El rescate de ese conocimiento popular que aún está presente en la memoria y en las acciones de los pobladores, fue posible gracias a la colaboración de quienes tuvieron a bien responder las preguntas de la encuesta y por aquellas personas que recordaron historias añejas que sirvieron de base para estos relatos. De lo contrario, ese valioso material hubiera desaparecido en el éter del olvido, de la misma manera como han desaparecido sus autores. Para este caso, es oportuno recordar lo que, al respecto dice el antropólogo alemán, ya mencionado: " Lo esencial no es reunir muchos datos, sino unos pocos pero bien estudiados" Y mejor si los conocimientos tradicionales salen de los recuerdos de los ancianos mejor enterados.

En definitiva, el propósito final de este libro es rescatar el "patrimonio cultural", entendido como el legado del pasado, nuestro activo en el presente y la herencia que les dejaremos a las futuras generaciones. Y, cuando pensamos en patrimonio lo hacemos en términos de lugares, objetos y tradiciones que deseamos conservar, que valoramos porque vienen de nuestros ancestros.

M.F.S.R.

INTRODUCCIÓN

El fin primordial de este libro consiste en interpretar y relatar algunos eventos y anécdotas con su respectivo valor cultural y formativo. Pero como todo acto social es realizado por una o más personas, en un tiempo y espacio determinados, hay necesidad de ubicarlos dentro de la historiografía pertinente. Veámoslo:

Apuntes sobre Geografía e Historia del Municipio de Linares (3).

Está ubicado al occidente del Departamento de Nariño, a noventa kilómetros de distancia de su Capital, San Juan de Pasto, en la ramificación de la cordillera occidental que, en el Cerro de su nombre, se bifurca conformando las lomas de Sapallurco y el Macal.

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En las faldas de estas montañas, a 1500 metros sobre el nivel del mar, con una temperatura media de 22 grados centígrados y bañado por los ríos Guáitara y Pacual, está este pequeño terruño que toma su nombre de uno de los primeros pobladores: el español Antonio de Linares, quien motivado por la hermosura de la región y por la fertilidad de su suelo decidió radicarse allí y conformar su hogar con una indígena Motilón, en el año de 1540.

La cabecera municipal se erigió en los terrenos donados por don José Braulino Pantoja y su esposa doña Quiteria Castro, propietarios de las haciendas La Hoya y El Guáitara. Dicha donación se hizo mediante escritura pública el 10 de octubre de 1868. Tres años más tarde, en 1871, fue elevado a la categoría de Distrito Municipal, mediante la ordenanza número 120 de ese mismo año.

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Sus límites geográficos son: al Norte con La Llanada, Los Andes y El Tambo; al Sur con Sandoná, Ancuya y Samaniego; al Oriente con El Tambo y Sandoná y al Occidente con Samaniego. Su extensión es de 146 kilómetros cuadrados, de los cuales la mayor parte es montañosa, con algunos sectores planos; debido a estas características geográficas el Municipio tiene tres pisos térmicos: cálido, templado y frío.

La economía de esta localidad está basada en la agricultura, cuyos principales cultivos son: caña de azúcar, café, maiz, fríjol, plátano, yuca; también en la ganadería de bovinos y porcinos; pero, tal como dice la autora de estos apuntes, "la mejor riqueza de los pobladores está fundamentada en sus calidades humanas, en sus valores, en su laboriosidad y en el permanente deseo de superación".

"EL DOCTOR VERBENA"

En la década de los años treinta, en este pequeño poblado de casitas bajas y calles polvorientas, transcurría la vida tranquila y alegre de unas pocas familias que, a pesar de su aislamiento debido a la falta de una carretera que las comunicara con los pueblos vecinos y con la capital, y en medio del atraso generalizado de la época, contaban con un buen hospital de amplias instalaciones, con las dependencias e instrumentos necesarios para su buen funcionamiento.

Por aquel entonces, ejercía como su Director y Médico el Doctor José Ágreda y como auxiliares don Jorge Salgar que se desempeñaba como boticario; don Luis Arcos que hacía los oficios de asistente; la señorita Rosa Tulia Arturo que prestaba los servicios de enfermera y la señorita Laura Acosta, como enfermera auxiliar.

Le correspondió a este equipo humano enfrentar la maligna epidemia de la bartonela, sin los conocimientos especializados necesarios y con la carencia de medicamentos adecuados; en tales circunstancias el médico tuvo que apelar a los remedios caseros porque no había otra manera de aliviar a sus enfermos. De tal forma, tuvo que recurrir a la planta de verbena, una hierba de hojas pequeñas, ásperas y hendidas, que al machacarla produce un zumo de sabor sumamente amargo. A sabiendas de todo eso, el médico daba a sus pacientes la infusión de dicha hierba para que bebieran en grandes cantidades o, en su defecto, les aplicaba cataplasmas de la hoja triturada para combatir las inflamaciones y el dolor de cabeza que les atormentaba.

Era tan grande la escasez de medicinas como la angustia del médico que no vaciló en aplicar a sus enfermos el lìquido de la tal verbena en forma de inyecciones. Sí señores y señoras, hasta ese punto se atrevió; pero… en semejantes circunstancias resulta "difícil juzgar rectamente cuando todo se tuerce y enmaraña en el ámbito inmediato de la acción"(4).

De todos modos, la forma poco ortodoxa de combatir esa grave epidemia no dio los resultados curativos que el médico esperba; sino que, por el contrario, produjo cientos de muertes. Entonces, el pueblo muy dolido e indignado juzgó que su actuación había sido temeraria y lo obligó a salir del hospital.

Ahora, después de tantos años, quienes conocieron a ese típico matasanos lo recuerdan con el sobrenombre de "El Doctor Verbena".

Seguidamente fue nombrado como Director y Médico del Hospital el Doctor Alfonso Castro, quien con el mismo equipo humano y con los medicamentos necesarios y adecuados que le había donado la Campaña Nacional de Salud, pudo erradicar esa temible enfermedad en el año de 1935.

Comentan, quienes conocieron al mencionado Doctor Castro, que por su eficiencia y amabilidad se ganó el aprecio de la gente del pueblo y fue objeto de múltiples atenciones y muchos regalos. Quien me relató esta historia, a manera de anécdota, todavía recuerda que don Samuel Acosta, vecino de la vereda El Tambillo, regaló al médico una botella con licor de naranja, de su propia cosecha y de fabricación casera. El médico, reconociendo el valor afectivo y real del regalo, lo había guardado celosamente para degustarlo con sus amistades; pero, dicen que un mal vecino, amparado en la investidura que le daba el cargo de guarda de rentas, le decomisó la botella de licor y, de contrapeso, lo denunció acusándolo de contrabandista.

Tal tratamiento injusto lo recibió como una afrenta y por eso renunció al cargo de Director y Médico del Hospital, lo que produjo malestar y tristeza entre la gente que le quería y admiraba. Después, cuentan que sucedieron algunas malas administraciones hasta que tuvieron que cerrar el Hospital. Mientras permaneció en ese estado de abandono, se perdieron todos los enseres e instrumentos valiosos y muy necesarios para la comunidad; pero, como suele suceder: nunca se supo quienes los hurtaron. A lo mejor: "algún ladrón honrado se los robó", tal como dice la canción vallenata de Rafael Escalona.

UN DIA DE MERCADO

El Municipio se caracterizó por la producción abundante de alimentos propios del clima y de las características agronómicas del lugar; asimismo, por la riqueza de ganado menor y aves de corral que los pobladores del campo criaban en sus parcelas para el consumo y para surtir de derivados el mercado local.

Los productos alimenticios de clima frío eran comercializados por los tuquerreños que, además, le daban salida a los comestibles de mayor producción. Es necesario recalcar –debido a la carencia de la mencionada carretera- que todo el intercambio comercial se hacía transportándolo en bestias de carga, atravesando el camino estrecho y peligroso de La Oscurana, El Motilón y El Salado.

El intercambio y las transacciones comerciales se hacían el fin de semana, por eso desde el día sábado empezaban las ventas callejeras; pero, el verdadero día de mercado era el domingo, por obvias razones diferente a todos los demás, cuando la gente vestía sus mejores trajes y se acicalaba para asistir a la misa.

Después de la misa, la plaza de mercado atestada de toldos armados con palos y tela, donde los petaquilleros ofrecían sus productos atiborrados sobre unas tarimas de madera, se llenaba con la muchedumbre que llegaba de las veredas para hacer sus diligencias.

En una de estas petaquillas usted podía encontrar los objetos más disímiles: botas pantaneras, navajas, toallas, vajillas, canela, chancletas, caramelos, puntillas, cominos, hilo, agujas, botones, vermífugos, machetes, esencias, camisas, sostenes, vestidos, pantalones, canicas, muñecas de trapo, carritos de madera, calzonarios, camisolas, trampas para atrapar ratones, polvos para la cara, coloretes para los labios, alpargates, ollas de aluminio, pomadas, etcétera, etcétera. Así eran los surtidos que los comerciantes transeúntes llevaban en las petacas de cuero.

También había tiendas más especializadas: unas vendían telas, paños, sedas, etc.; otras rancho, licores y abarrotes. Pero lo más pintoresco estaba en las fondas donde preparaban ricas viandas y apetitosos platos que exhalaban deliciosos olores. Éstas se ubicaban en el costado más plano de la plaza. En otro sector se encontraban las verdulerías y las fruterías, otro estaba dispuesto para los granos, otro para las panelas y otro para los quesos, quesillos y cuajadas; también había uno especial para los vendedores de paja toquilla y, cerca de éste se ubicaban los compradores de sombreros; los mercaderes del café ocupaban la plazoleta, en el costado nororiental.

Pero un día de mercado sin saborear los "chupones" de nieve raspada y deliciosa miel, que vendía don Marco Tulio; o los "helados de paila" de don Segundo; o las empanadas de doña Angélica; o los pasteles de yuca de doña Rosa Otero; o las gelatinas de pata de res de doña Lola; o el pan de maiz de doña Enriqueta; o la carne frita con yucas de doña Aura, no podía llamarse día Domingo.

Todos los eventos, en conjunto, formaban un vistoso espectáculo lleno de algarabía y colorido: había juegos de ruleta, riñas de gallos, juego del cucunubá y otros más; pero, no siempre los parroquianos se reunían en estos lugares de esparcimiento; en muchas ocasiones, tenían su espacio de encuentro y de intercambio comercial en las cantinas y estancos donde escuchaban la música predilecta que el cantinero hacía sonar en la vitrola de cuerda. Al entrar la noche no faltaban los alegatos y escándalos porque un borrachito gritó "viva el partido liberal" y el godito le contestó "abajo"; entonces sobrevenían las riñas que solamente terminaban cuando los dos eran conducidos a los calabozos de la cárcel municipal. Eso era lo típico, por lo demás, la mayoría de los sucesos domingueros transcurrían en paz y armonía; los pobladores por lo general fueron cordiales y preocupados por mantener entre ellos unas buenas relaciones.

NOTA AL MARGEN. Superados los rencores que se habían engendrado durante la violencia bipartidista, solamente quedaban algunos clichés que los repetían los borrachitos y unos tantos versos que los declamaban los niños:

"Los godos no van al cielo

porque Dios es Liberal,

San Pedro los saca a palos

De la Corte Celestial"

"Ya se cayó el arbolito

donde dormía el pavo real,

ahora, a dormir en el suelo,

como cualquier liberal".

EL "PROFESOR" SALCEDO

Todo un personaje folclórico y típico del paisaje dominguero en el pueblo era este señor. Pues sí: cuando ya había transcurrido la media mañana y el sol empezaba a calentar, el "Profesor" Salcedo, como se hacía llamar, extendía una tela de lona en el suelo polvoriento de la plaza de mercado, sobre la que colocaba un baúl rústico que contenía todos lo menjurjes que iba a ofrecer a los curiosos y crédulos parroquianos.

El tumulto iba creciendo así como aumentaba la bulla que hacía nuestro personaje, cuando ofrecía los elíxires, los ungüentos, los vermífugos y las píldoras milagrosas.

Al mediodía, sofocado y sudoroso se quitaba el saco de paño oscuro, el sombrero de fieltro y se limpiaba la frente y el cuello apretujado con la corbata. Porque sí, el hombre vestía elegantemente y ejercía su trabajo dignamente; pues no era lo que se pudiera llamar un "culebrero" .

Recuerdo que cuando hacía alarde de sus conocimientos sobre medicina, se golpeaba con la mano abierta, el costado derecho del estómago y gritaba: "esta maldita presa" que se inflama y duele y no deja dormir ni beber ni comer; que produce agrieras y oscurece "las vistas", se cura tomando en ayunas cuarenta gotas de este remedio, en zumo de frutas frescas.

Luego señalaba al campesino más desmirriado y pálido y, con un grito endiablado, le ordenaba que se acercara donde él estaba ubicado; le levantaba la falda de la camisa y, golpeándole el lugar donde queda el hígado le indagaba si le dolía y si presentaba los síntomas que antes había descrito. El doliente respondía afirmativamente, pero hablando bajito. Entonces, el "Profesor" Salcedo, aprovechando la debilidad del paciente, afirmaba que el hombrecito estaba peor de lo que él suponía y que si quería recuperar la energía debía tomar las gotas milagrosas durante tres meses.

Con esta retahíla de recetas, el amigo paliducho gustoso compraba el remedio y en seguida todas las personas que habían escuchado los prodigios del medicamento, también lo compraban; confiados de que en ese frasquito estaba la cura de sus males.

Mientras su hijo, un muchachuelo de más o menos nueve años, vivaracho y pendenciero, a quien llamaba secretario, distribuía el medicamento y recibía a manos llenas el dinero, el "Profesor" Salcedo bebía a sorbos la tercera copa doble de aguardiente con limón.

Así las cosas, sacaba del baúl un frasco grande que contenía una lombriz solitaria inmensa, nadando en formol. La mostraba a la concurrencia y les decía: esta es la tenia que vive parásita en el intestino de los niños barrigones que no les permite desarrollarse ni fisiológica ni mentalmente. Luego, les hablaba de la necesidad de tomar el único vermífugo que era capaz de matar tan terrible animal: el aceite de quenopodio.

Les cuento, que ese domingo todos los presentes, conmovidos ante tan larga y fea lombriz y ante los estragos que causa en el intestino de los niños, compraron el frasquito de la vendita medicina. Consecuentemente, el "Profesor" Salcedo y su hijo, con los bolsillos repletos, recogieron la lona, la doblaron, la metieron en el baúl rústico y partieron en el último carro que los llevaría hasta su nuevo destino.

EL JUEGO DEL BOLICHE

Éste era un juego verdaderamente popular que entusiasmaba grandemente a los participantes; después de la gallera, creo que era el lugar donde más algarabía se hacía, donde se escuchaba las expresiones de júbilo más originales cuando ganaban y las imprecaciones más subidas de tono cuando perdían.

El escenario para jugarlo consistía en un hueco, en forma de cono invertido, excavado en el piso de tierra, con un diámetro de 2 metros y una profundidad de 0,75 metros que terminaba en una superficie aplanada y adecuada para colocar una cajita redonda junto a otra rectangular; en cada una de éstas debían caber tres de las cinco bolas de metal.

El juego era dirigido por quien tenía el "banco" y animado por la bolichera que también recibía y pagaba las apuestas. Además, se encargaba de lanzar las bolas con mucha pericia para que dieran el mayor número de vueltas concéntricas sobre la superficie del cono, antes de ingresar a las cajas. Tradicionalmente realizaban este oficio Teodomira Otero, María Solarte y Angelita Linares. Ellas alegraban el juego con su forma particular de cantar las apuestas, las pérdidas y las ganancias: ¡gana el pueblo! Gritaban cuando tres de las cinco bolas entraban en la caja redonda. Entonces los apostadores recibían el doble de lo apostado; y "pilar" cantaban alborozadas cuando la plata iba para el "banco" debido a que las tres bolas habían entrado en la caja rectangular.

Quienes tenían el permiso de la Alcaldía para organizar el juego del boliche en las fiestas patronales, mandaban construir el hueco y templar el toldo en la boca-calle que conducía al chorro de agua, al frente de la casa de don Jesús Romo y de la tienda de don Arsecio Benavides.

Los niños no podían participar; no permitían ni siquiera mirar; cuando alguien se entrometía lo sacaban de la oreja, bien sea el policía municipal, el maestro de escuela o cualquier persona mayor que quisiera hacerlo. El juego en sí mismo era muy sano y divertido; pero debido a las apuestas, los participantes enardecidos pronunciaban muchas imprecaciones que escandalizaban a los guardianes de la moral.

NOTA AL MARGEN. Yo tuve la oportunidad de ver el dichoso juego una o dos veces. No sé, a lo mejor lo prohibieron porque obstaculizaban la libre locomoción o, escandalizaban en la vía pública.

LA BANDA DE MÚSICOS

Dos o tres fiestas religiosas se celebraban con mucha pompa cada año y los fiesteros, que emulaban unos con otros, pagaban buenas sumas de dinero a los párrocos para que realizaran los más vistosos eventos litúrgicos y para que arreglaran el templo con las mejores galas; pero eso no era todo, también llevaban al pueblo una buena banda de músicos para alegrar los diferentes festejos: unas veces la Banda Santa Cecilia de Sandoná, otras la Banda de Puerres o de Gualmatán; y para complementar la alegría, contrataban a experimentados polvoreros para que se encargaran de la elaboración de los castillos y las vaca-locas; mejor dicho, para realizar todos los juegos pirotécnicos.

Recuerdan los informantes que era muy emocionante escuchar los primeros acordes que entonaban los músicos en el atrio de la iglesia; que se producía un gran alborozo con los cohetes, voladores y demás artefactos de pólvora. Y que el entusiasmo se desbordaba cuando la banda desfilaba, por las callejas del pueblo, entonando la música popular.

Por eso añoraban los mayores su Banda Municipal, decían que fue el acicate en todas las faenas cívicas, en las mingas, en los desfiles y en las procesiones. Estos son algunos nombres que todavía se recuerdan: Gregorio Jaramillo, Alejandro Zambrano, Juan Pérez, Anatolio Santander, José María Orbez, Pedro Mera, Liborio Díaz, Arsecio Benavides, Alejandro Benavides, Enrique Acosta, Pedro Yela, Venancio Solarte, Nemesiano Bravo, Julio Narváez y Eduardo Vallejo.

Con el transcurrir del tiempo, después de muchos años, se volvió a organizar una nueva Banda de Músicos bajo la dirección del maestro Juan Castillo y con la asistencia de los músicos Julio Narváez y Eduardo Vallejo. El comienzo fue ciertamente ensordecedor, puesto que los aprendices producían sonidos desafinados por todo el vecindario; pero de todos modos el Director pacientemente les enseñaba a producir los sonidos de la escala musical, durante las prácticas que realizaban todas las noches en el salón del Concejo Municipal.

Pero eso no bastaba, porque cada embrión de músico realizaba los ejercicios melódicos en sus respectivas casas, con tanto empeño que hasta se les hinchaba los labios de tanto "chupar cobre". De todos modos, la gente del pueblo soportaba con resignación la monotonía de los ensayos; al fin de cuentas, confiaban en que algún día les arrancarían siquiera una melodía a esos sufridos instrumentos.

¡Admirable la labor del maestro Castillo! Porque con mucha paciencia logró que, quienes parecían negados con ese arte, con gran tenacidad, iban a poder interpretar los sonidos de la escala musical. Luego, superada esa primera etapa, vino el estudio del complicado solfeo con el respectivo concepto

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del tiempo, entendido como un patrón de acción fija; lo mismo que el aprendizaje de los silencios y sostenidos, el valor de las notas que como graciosas figuritas les bailaban en las líneas y espacios del pentagrama; también el dominio de las diferentes claves; en fin, aprendieron todo lo que exige la gramática musical.

Después de haber adquirido el conocimiento de los fundamentos musicales, cada intérprete tuvo que esforzarse para conseguir el manejo del ritmo, la cadencia, la armonía y el compás; verdaderamente cuan difícil fue; pero, si se aporta claros propósitos, deseo de superación y férrea voluntad, se obtiene las competencias necesaria para ejercer cualquier actividad.

Y así fue. Llegó el tan anhelado día. La Banda de Músicos del Municipio de Linares presentó su primer concierto ante su público que les aclamó y estimuló para que siguieran perfeccionando y ampliando su repertorio musical. Es decir, la banda debía tener las piezas musicales indicadas para la retreta sabatina; las populares para alegrar el enteje de una casa de campo; las apropiadas para la clausura del año escolar; las adecuadas para la procesión de Viernes Santo; la que los niños querían escuchar en la Navidad y la propia para bailar en los Carnavales.

REPRESENTACIONES TEATRALES

Denominaban drama a toda obra de teatro que tuviera más de dos actos, con algún fondo temático, aunque realmente no fuera dramático. En cambio el sainete, obra jocosa en un acto, de carácter popular y generalmente presentada como intermedio o final de una función que, por su versatilidad, lo representaban las niñas y los niños de las escuelas en las clausuras del año lectivo, en las sabatinas o en cualquier fecha especial. Mi informante, al recordar esas representaciones de los años cuarenta, destaca la gracia y la calidad actoral de la señora Laura Figueroa en el sainete titulado "Doña Perejila".

Además recordó que las primeras obras fueron representadas por compañías teatrales llevadas al lugar por personalidades interesadas en la cultura, tales como: Rogelio Zambrano, Horacio Rosales, Ezequiel Martínez. Ellos, agregó, prepararon y pusieron en escena las obras: Genobeva de Brabante y El Hijo Pródigo. En las que actuaron Fortunato Bravo Ruales, Enriqueta Cabrera, Etelvina Solarte y Laura Figueroa. El drama "Expósito" fue dirigido por la señorita Judith Coral y "San Tarsicio" por el Presbítero Carlos Alberto Vélez.

El proscenio, lugar donde presentaban las obras teatrales, estaba construido con guaduas y tablas bien amarradas entre los pilares del corredor de la Casa Municipal; en la parte anterior colocaban una cortina de tela gruesa; en el fondo colgaban cortinas de tela delgada o, en su defecto, de papel de empaquetadura pintado de acuerdo con la temática de la obra. El apuntador o consueta se encargaba de dar a los actores y actrices mayor seguridad en el desarrollo de la escena. El director era quien coordinaba los ensayos y revisaba las actuaciones y demás aspectos importantes de la obra. El vestuario y el maquillaje lo realizaban los mismos actores.

El público por lo general estimulaba esta clase de eventos comprando las boletas y asistiendo a las funciones teatrales.

LA VACALOCA Y EL CASTILLO

El armazón de la vaca-loca estaba hecho con dos páneles de estera de palma amarrados a juncos de cañabrava que iban colocados en ángulo, algo parecido al techo de una casa; pero además tenía un palo al frente que sobresalía hacia los lados semejando los cuernos y una guasca atrás que sugería la cola del animal.

Este adefesio lograba su gracia con los arreglos pirotécnicos que iluminaban el espacio con lindos colores, al tiempo que lo llenaban con humo y estruendosos sonidos. Pero el atractivo del singular artefacto estaba en la lúdica que le imprimía la persona que se metía debajo del armazón y graciosamente imitaba los movimientos del bicho bravo cuando embiste. Este artificio servía para que algunos espontáneos realizaran caricaturescos lances, aunque también salían chamuscados al fin de la faena. ¡Ah!, había olvidado decirles que los cuernos y la cola de la vaca-loca permanecían encendidos mientras duraba la corrida, gracias a que estaban envueltos con estopa empapada de petroleo; pero el resto de la estructura estaba entretejida de luces, voladores, cohetes y rastrillos de pólvora que salían amenazantes hacia todos los rincones de la plaza donde se habían agolpado los curiosos.

El juego podría parecer riesgoso, pero afortunadamente, tanto los organizadores del evento como quienes lo iban a ver, tomaban las debidas precauciones para divertirse sin ningún temor, pero segregando una buena dosis de adrenalina.

El castillo estaba elaborado con varios fuegos artificiales que se armaban sobre una guadua larga que luego se paraba con su base enterrada en un hueco suficientemente hondo para que se pudiera sostener bien erguida.

En ese madero o poste construían, con diferentes luces de pólvora, figuras y letreros luminosos y chispeantes que iban apareciendo a medida que se quemaba la mecha lenta que las unía.

Al principio se encendían unas pequeñas luces de Bengala que despedían claridad muy viva de diversos colores; luego los aros giratorios con sus impulsores produciendo sonidos similares a los pitos; en seguida se prendían los bombarderos que disparaban bolas luminosas hacia lo alto donde se trasformaban en círculos de estrellitas color rubí o llovizna de finas luces color esmeralda o esferas color azul turquí o paraguas color fucsia; después la mecha quemaba la cabuya y se desenrollaba la lámina brillante con la imagen de Nuestra Señora del Rosario.

En este momento los parroquianos se quedaban atónitos y solamente se escuchaba un sonido hueco de admiración; sonido que iba perdiéndose al tiempo que la estampa de la Virgen se veía más claramente con las luces de las velas romanas que la enmarcaban y gracias a que el humo que había producido la mecha al quemar la cabuya ya se había desvanecido.

Cuando parecía que todo había calmado, nuevamente la mecha prendía una serie de figuras arabescas de diferentes colores e intensidades. Estos diseños podían estar ubicados en un lado, en los dos opuestos, construidos en forma de pirámide, de cubo o de cilindro que también giraba; de tal manera que el arte se podía apreciar desde cualquier ángulo de la plaza.

Pero… esperen un momento, todavía no se vayan que aún no ha terminado el espectáculo, falta que se prendan los cohetes, los tronantes ensordecedores y los busca-pies que, como culebras encendidas, persiguen el tumulto que sale brincando y gritando del lugar.

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CARNAVAL DE NEGROS Y BLANCOS

Según narra la historia, el Carnaval de Negros y Blancos se realiza desde el día en que, por medio de documento real, se reconoció el cinco de enero de cada año como día libre para los negros esclavos. En Pasto se consolidó en 1854 (5) cuando los negros, con su natural alegría, salieron a las calles danzando, gritando y tiznando a los blancos y mestizos para que ese día fueran negros como ellos. Éstos, contagiados de la lúdica rítmica y musical de los negros, sin odiosas discriminaciones, participaron de la animada y popular fiesta.

Ahora, el Carnaval de Negros y Blancos, regocija a niños, jóvenes y viejos, porque una deidad insita a los nariñenses a olvidar tristezas y alimentar el espíritu con emoción, optimismo y, sobre todo, libertad. Entonces, para contribuir a mantener la tradición, cada quien se une al grupo del vecindario, compra una media de aguardiente, un tarro de talco o un tubo de cosmético y sale a jugar y bailar a las calles y a la plaza.

En estos lugares públicos, la gente, negreada hasta los dientes, aprovecha la oportunidad para mostrar su creatividad y espontaneidad: bailan con quien esté más cerca cuando suena la música interpretada por toda clase de instrumentos; sobre todo cuando escuchan La Guaneña, El Cachirí, el Chambú y El Miranchurito, canciones autóctonas que con ímpetu les invita a beber aguardiente "a pico"e botella" y a gritar con alegría: "¡Viva el Cinco de Enero!, ¡Vivan los Carnavales!, ¡Vivan los Negritos!, ¡Viva Pasto, carajo!".

Tal como se juega en Pasto, guardando las proporciones, también se juega en los demás pueblos de Nariño y, por supuesto, se juega en Linares. Allí, como en cualquiera lugar, algunos personajes del pueblo se disfrazan y buscan en el carnaval su liberación, su identidad; pues es mediante estas creaciones de la fantasía artística popular que el hombre de todos los tiempos ha evadido la triste realidad y ha burlado la angustia.

Hasta mediados del siglo pasado, salían a jugar y bailar en la plaza las comparsas compuestas por hombres y mujeres disfrazados, con sus caras pintadas, o cubiertas por antifaces. Desde las veredas llegaban al poblado unas comparsas compuestas por hombres y mujeres vistiendo atuendos de vistosos colores y sombreros de cartón. Uno de estos grupos de danzantes, al tiempo que bailaban, hábilmente entretejían unas cintas alrededor de una vara que uno de los miembros de la comparsa llevaba en alto. En ese entrecruzarse de parejas iban tejiendo una estera cilíndrica sobre la parte superior de la vara; luego, cuando el círculo se había reducido y las cintas acortado, la comparsa bailaba en sentido contrario para destejer la estera cilíndrica y seguir en esa lúdica durante todo el desfile. Pero, el baile más

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extravagante lo realizaban los matachines que iban vestidos con trajes elaborados con costales y ejecutando movimientos estrambóticos y azotando el piso con unas vejigas llenas de aire y amarradas a un látigo, para abrirse paso entre la multitud que se agolpaba a lado y lado de la calle.

Toda esa algazara ocurría al son de la música de las bandas "cuereras" con el bombo, el tambor, la quena , el rondador y la raspa. En este ambiente festivo, la chiquillada disfruta pintándose con cosméticos de elaboración casera y las comparsas musicales recorrían las calles llenándolas de alegría con sus cantos y bailes. Las personas adultas disfrutaban y gozaban hasta donde las fuerzas les alcanzaba, para luego regresar a casa contentos y optimistas, pero embadurnados de cosmético negro, empolvados con talco y "pringos" hasta el copete.

LA GALLINA Y LOS POLLITOS DE ORO

_LEYENDA EN VERSIÓN LIBRE_

Las leyendas son formas originales creadas por el pueblo para contar pasajes fantasiosos entrelazados con los reales del diario acontecer. Éstas, con el transcurrir del tiempo, llegan a constituir manifestaciones culturales que hacen parte de la tradición. Una de ellas, en Linares, tiene relación con los trapiches, las moliendas, los molenderos, la producción de la panela y todas sus faenas adyacentes.

En este sentido, la tradición cuenta que un grupo de arrieros se dirigía, con sus mulas cargadas con bultos de panelas, hacia uno de los centros comerciales donde podían venderlas y, en tal intento, después de haber cruzado largas y peligrosas travesías, llegaron rendidos a la parte más alta de la cordillera, amarraron las bestias a un árbol y se recostaron a su sombra para descansar.

En ese momento escucharon con asombro y miedo el cacareo estruendoso de una gallina y el "chiu", "chiu", "chiu" agudo de unos polluelos; entonces la curiosidad pudo más que el cansancio y, siguiendo la dirección del infernal ruido, descubrieron que no se trataba de una gallina y unos polluelos naturales y corrientes, sino de una gallina y unos polluelos de oro amarillo y brillante que corrían loma abajo.

Entonces, ante semejante destello de riqueza, los atónitos arrieros, se olvidaron de la recua cargada con bultos de panelas y partieron desaforados en pos de ella; pero en vano fue el esfuerzo porque la maldita gallina y sus polluelos de oro, tan pronto llegaron a terreno plano, se tiraron al río Guáitara y se refundieron entre sus caudalosos rápidos.

Tristes y desconsolados los arrieros tuvieron que volver a subir por esos estrechos quingos, con las manos bacías y la ambición golpeada. Además, para colmo de males, al llegar al lugar donde habían amarrado las bestias comprobaron que las condenadas tampoco estaban. Entonces, sin descanso se dieron a la tarea de buscarlas por toda la comarca y, en su penoso caminar, se encontraron con una alta y empinada roca, sobre la cual la fuerza de la naturaleza ha esculpido un inmenso número 60, – de donde el lugar toma su nombre: "El Sesenta"–.

En vista de que era imposible ascender por esa escarpada roca, tomaron otro rumbo y, luego de caminar sin descanso, arribaron a una de las cuevas del Cerro Linares; allí, en medio de la confusión y el pánico, se les apareció un gigante de piernas y brazos largos, de cabeza rapada, ojos achinados, nariz hocicada, orejas puntiagudas, boca grandota y cuerpo escamoso que, al verles les gritó: _¡Hola!, ustedes, ingenuos, ¿qué andan buscando?. Éstos, paliduchos y "tiritingos", le respondieron: _nuestras mulas cargadas con bultos de panelas. El gigante enfurecido con un alarido les recriminó: _¿cómo pueden ser ustedes los dueños si las dejaron abandonadas, por ir tras una ilusión?.

No supieron qué responder los amedrentados arrieros; entonces el gigante, con toda su fuerza, estiro sus largos brazos, los agarró de las piernas y los tiró hacia dentro. Allí, en ese lugar lleno de neblina espesa, de humedad penetrante y olor repugnante, con voz de trueno les dijo: _¡miren! Y…¡sorpresa! Las panelas ahora eran de oro macizo.

"Y en diciendo esto", el feo y feroz gigante desapareció entre la neblina; entonces los mal tratados arrieros, sacaron la poca fuerza que les quedaba y cargaron las mulas con unas pocas panelas de pesado oro para entregárselas a sus patrones como testimonio de lo que habían visto. "Luego, sin que les sucediera cosa digna de contar", llegaron al trapiche confundidos y orates por el pánico y el agotamiento.

Desde entonces, algunos aventureros de la región y otros advenedizos, han insistido en encontrar el dichoso tesoro, porque, con lo poco que contaron los arrieros, suponen que el montón de panelas de oro está intacto en el mismo punto donde lo dejaron los desdichados.

NOTÍCULA. A mediados del siglo pasado, cuando solamente existían los trapiches de bueyes, los cortadores y acarreadores de caña, los molenderos, fogoneros y demás trabajadores convertían la molienda en una fiesta caliente, dulce y bulliciosa que no cambiaban por nada, así les hubieran obligado a hacerlo (6).

EL VELORIO DE UN ANGELITO

En la época que he venido comentando, más o menos hasta mediados del siglo pasado, la población de este Municipio se vio gravemente afectada porque adolecía de buena salubridad y de una mínima atención médica. Por eso el fallecimiento de los niños se presentaba con demasiada frecuencia.

Ante esta patética realidad la gente tuvo que aferrarse a la creencia de que si se bautizaba cristianamente a sus niños, se les libraba de convertirse en "niños aucas" e irse al limbo. Entonces, ante la muerte de estos angelitos, no debía sentirse aflicción sino regocijo porque habiendo recibido ese sacramento, habían ganado el derecho de entrar al cielo.

De tal modo, reitero, si el niño había sido cristianamente bautizado y llegaba a morir, lo vestían con ajuar blanco de satín y tul, con guantes de algodón y, para complementar el atuendo, le colocaban corona de flores artificiales –que solamente las había en la tienda de Doña Rosa Caicedo- y lo maquillaban y perfumaban. Así, sus hermanitos y amiguitos creían que estaba listo para subir al cielo.

En estas circunstancias, los vecinos colaboraban en todos los quehaceres y aportaban con velas, cintas, flores, coronas y demás implementos necesarios para el arreglo del salón y de la peana donde se iba a colocar el difunto niño.

Lista la parafernalia se hacía el velorio, espacio propicio para narrar cuentos, recitar, cantar y organizar juegos comunitarios. Por ejemplo: aquel juego que iniciaba con la pregunta siguiente: El Barco ha venido y ¿qué ha traído?. Luego el organizador del juego determinaba la letra con la cual debía empezar la palabra que tenía que utilizar cada participante. Y así, decía: con la letra "m". Entonces, cada participante tenía que nombrar palabras que empezaran por dicha letra. Por ejemplo, uno respondía: "maletas"; otro pronunciaba "mecheros"; el siguiente expresaba "mecedoras"; fulanito profería "municiones"; y así sucesivamente hasta que aparecía la descuidada que no sabía que pronunciar y se ganaba una penitencia o se la sentaba en el "banquillo". En el primer caso, tenía que bailar con la escoba, recitar, cantar, hacerle una declaración amorosa a alguien, etcétera. En el segundo caso, se ubicaba una silla en el centro y se le sentaba allí, como penitente. Luego, el organizador preguntaba a uno por uno de los participantes: ¿Por qué fulanita está en el banquillo? Y cada uno daba una razón; así por ejemplo, uno decía: "por vanidosa"; otro: "por chismosa"; éste decía: "por gritona"; aquel respondía: "por mandona"; el de más allá gritaba: "por engreída", etcétera. Como se trataba de un juego, el penitente, por lo general tenía que soportar la crítica. Pero algunos muchas veces salieron lastimados en su amor propio porque la crítica resultaba un tanto mordaz.

De ese modo, entre chanzas, charlas, chismes y juegos, transcurría la noche del velorio del angelito. Y de esta manera, sencillamente, el pueblo creaba esos espacios de encuentro que eran propicios para desplegar aquellas habilidades y destrezas que enriquecieron el entorno cultural.

EL VELORIO DE UN ADULTO

Cuando en el pueblo se escuchaban esos sonidos lastimeros que emiten las campanas de la iglesia; es decir cuando doblan las campanas, era porque alguna persona adulta había muerto. Y, en pocos minutos ya se sabía el nombre del difunto porque había unos duendecillos encargados de difundir la información.

Entonces, ya ubicado el occiso, todos los deudos, los vecinos y los amigos, se vestían de luto para asistir al velorio. Éste se hacía en el salón más grande de la casa que para la ocasión se había adornado con cortinas blancas anudadas con lazos de cinta negra; sobre la peana, cubierta con manteles blancos, se colocaba el féretro y, a los lados ubicaban grandes cirios sobre candelabros de bronce. Las coronas de flores y los ramos que rodeaban al difunto, le daban al lugar ese característico olor a muerte. Y, allí, en ese escenario fúnebre y sobrecogedor se rezaba rosarios y responsos y, de cuando en cuando, uno que otro traguito "pa" pasar la mala noche".

El entierro, si era de primera clase, se hacía con mucha pompa, con conmovedores cantos de réquiem, con responsos cargados de indulgencias, con harta agua bendita y con cantidades de sahumerios de incienso. En el templo, adornado con todos los trebejos, el sacerdote celebraba la liturgia, mientras el cantor le sacaba tristes melodías al viejo armonio de fuelle. Luego, en medio de ruidosos sollozos y llantos, el cura consolaba a los dolientes con su consabido sermón sobre la resurrección y la posesión de la gloria eterna.

Todo concluía con la procesión hasta el cementerio donde la viuda con sus hijitos huérfanos lloraban sin consuelo hasta llegar al paroxismo en el momento de sellar la fosa con la lápida. Así eran las expresiones de dolor, eran las manifestaciones del amor que sentían las personas por sus muertos. Si aún en nuestro tiempo no somos capaces de entender que la muerte de los seres es tan natural como el nacimiento; con mayor razón en la época que les estoy describiendo.

Era común, en ese entonces, cuando en el pueblo se adolecía del fluido eléctrico, que se tejieran rumores sobre visiones de sombras fantasmales que iban acompañadas de tenebrosos aullidos de perros y graznidos de buhos; se hacía muchos cuentos referentes a los vuelos de aves agoreras que, según los entendidos, presagiaban la condenación de los impíos. Por eso los dolientes atendían con buenos presentes a las tejedoras de rumores para que no fueran a condenar a sus difuntos.

UNA ESTAMPA DE LA SEMANA SANTA

Las creencias religiosas, basadas en la tradición y en las enseñanzas de la iglesia, fueron arraigando en el pueblo unas tantas prácticas rituales que en la conmemoración de la Semana Santa se manifestaban con mayor devoción; por eso los penitentes que necesitaban saldar sus cuentas, hacían fila desde el Viernes de Dolores para que el cura les exculpara de los pecados y les librara de la condenación eterna.

El sábado por la mañana los campesinos llevaban al pueblo las palmas que habían sacado de la montaña y que la gente compraba para escenificar, en la procesión del Domingo de Ramos, la llegada triunfante del Nazareno a las puertas de Jerusalem, en medio de gritos de alabanza y del batir de las palmas. Después de la procesión, el sacerdote bendecía los ramos que se guardaban para que ardieran en el patio de sus casas, en demanda de la misericordia del Señor, en aquellos días de la tempestad y el trueno, como también en las horas de calamidad y desdicha, cuando los visitaba la enfermedad o el hambre.

Las celebraciones litúrgicas del "lunes de las tinieblas", según cuentan, se reducían a unas lecturas sobre la Pasión y Muerte del Señor que el sacerdote hacía frente al sagrario. Para el caso, el altar se cubría con telones de color morado que servían de fondo a la pirámide hecha con candelabros y cirios que el sacristán prendía en tanto el sacerdote iba leyendo los pasajes bíblicos alusivos.

En seguida de estas ceremonias la gente empezaba a agruparse para rezar el vía crucis en cada una de las estaciones que renueva el Drama Sacrosanto de Jerusalem. Después de la lectura, se arrodillaban para repetir en coro algunas jaculatorias; luego se levantaban y continuaban con la siguiente estación hasta cumplir las catorce. Estos grupos de creyentes, en cumplimiento de las tradiciones cristianas, heredadas de sus mayores, hacían posible esta demostración de fe, con mucho recogimiento y respeto.

La procesión nocturna del Martes Santo era muy concurrida y bien alumbrada con las velas que llevaban los feligreses y con las lámparas petromax que ubicaban en cada una de las andas de las diferentes imágenes que sacaban los cofrades cargadas en hombros. El anda del Señor de las Siete Caídas era la más adornada y la más pesada porque estaba construida con unas estructuras especiales para que la imagen cayera en cada una de las estaciones. El manejo de los mecanismos debía hacerlo una persona con mucha pericia para que los movimientos tuvieran la más convincente naturalidad y conmovieran a los piadosos creyentes.

El Jueves Santo, en ceremonia especial, el sacerdote, ante un templo atestado de fieles sudorosos, descubría el monumento alegórico a la Sagrada Eucaristía. Quien hizo este relato recuerda que en una ocasión "se había confeccionado un hermoso cáliz dorado con rayos de plata tras de una blanca hostia. Todo en medio de ramos de perfumadas flores y de grandes cirios encendidos; en otra oportunidad se había elaborado un bonito cordero yacente entre racimos de uvas y espigas de trigo; arreglado sobre hermosos manteles finamente bordados". Según sus conocimientos en la simbología sacra, "estos eran unos maravillosos emblemas cargados de gran significado".

En este mismo día también se conmemoraba el lavatorio de los pies y, para el caso, llevaban a la mesa a doce muchachos vestidos con mantos y túnicas, tal como era la usanza en la época de Jesús Cristo. Estos actores se sentían bien gratificados con los grandes y deliciosos panes aliñados y con la copa de buen vino Grajales que les servían para que comieran y bebieran mientras el cura, en una demostración de humildad extrema, les lavaba y besaba sus pies.

Terminadas estas ceremonias silenciaban las campanas tratando simbolizar el dolor y la tristeza de quienes, por siglos, han visto en Cristo el verdadero Redentor del mundo. Luego, para invitar a los fieles a los demás actos litúrgicos, se utilizaba las matracas de madera que, en las manos inquietas de los monaguillos, hacían bulla por todas las calles del pueblo.

El Viernes Santo se celebraba la ceremonia más larga de cuantas tenían cabida en la Semana Mayor: el sermón de las siete palabras que alcanzaba a durar hasta tres horas. En este momento "el orador sagrado", un cura de vastos conocimientos bíblicos, ilustraba sobre el significado de lo acaecido en el Monte Calvario; dándole la interpretación de entonces y trasladando los comentarios a los acontecimientos del momento y del lugar. En este elemento discursivo estaba la clave para conmover y convencer a la feligresía.

En la noche del mismo día, después de un corto descanso, el pueblo se volvía a reunir en el templo para escuchar el sermón del descendimiento y para ver cómo los piadosos cofrades bajaban la imagen del Señor Crucificado al Santo Sepulcro, un anda con muchos adornos y bellamente arreglada; que la llevaban los cargueros, vestidos con su túnica de penitente, con paños y cíngulos blancos, y portando la alcayata como galardón a su fatiga (7) . Èstos, en muestra de su entrañable devoción, lo cargaban durante la procesión que recorría unas ocho o diez cuadras. Además, también eran llevadas en hombros, las imágenes de la Madre Dolorosa y la de San Juan; la primera acompañada por las señoras y la segunda por los jóvenes; los señores iban tras del Santo Sepulcro.

Lo típico y llamativo de la procesión estaba en las personas que se encargaban de caracterizar los diferentes pasos bíblicos: Es así como don Joaquín Vallejo, muy bien disfrazado de Jesucristo y cargando una pesada cruz de madera, para darle mayor realismo, iba seguido por los "judíos". Èstos, también caracterizados, con largos turbantes y con sus caras cubiertas, azotaban las espaldas del supuesto Jesús con vejigas de cerdo infladas y amarradas a un palo, al tiempo que gritaban ¡crucifícale!, ¡crucifícale!. El señor Vallejo, comenta mi informante, se había impuesto voluntariamente esta actividad como penitencia, lo mismo que habían hecho otros años don Hermógenes Yela o don Gonzalo Portillo.

En esa misma ocasión, en el año de 1938, el Párroco Arquímedes Rosero había comisionado a las señoritas Fredesvinda Figueroa para que interpretara el papel de Ester, llevando sobre una bandeja algo que se pareciera a una cabeza y representara la de Olofernes; a Marina Narváez para que representara la Verónica, portando un lienzo pintado con el Divino Rostro; a Olga Dolores Solarte para que representara a la Samaritana, cargando un jarrón sobre sus hombros; y a Laura Acosta en el rol de Cleopatra, llevando en sus manos la réplica de un áspid venenoso.

CHISME: Me contaron que estas señoritas, muy recataditas iban en la procesión representando el debido "paso"; pero a causa de los gritos de "afrijólale", en vez de crucifícale, habían soltado tremenda carcajada, irrespetando el recogimiento de los asistentes y causando tremenda ira en el sacerdote.

LA CONSTRUCCIÓN DEL TEMPLO

El terreno para la construcción del templo fue regalado por el señor Obispo de la Diócesis de Pasto, Antonio María Pueyo del Val, en la Visita Episcopal que realizara en el año de 1918 (3); los planos fueron hechos por el señor Pedro Hecker y, con estos elementos fundamentales, en el año de 1926, el Párroco Higinio Díaz Molina, un cura exigente con la feligresía; pero, para bien de la población, conocedor de algunos rudimentos de la ingeniería, se propuso continuar con la construcción exhortando a los maestros de obra y demás pobladores para que trabajaran en los distintos frentes.

Entonces, sin pérdida de tiempo, se presentaron ante su pastor, decenas de hombres con sus palas, picas y barretones; y obviamente con toda su fuerza y voluntad para allanar el montículo pedregoso donde se habría de ejecutar el plano.

Para el efecto, con sus herramientas rudimentarias, los trabajadores cavaron las zanjas para hacer los cimientos, cargaron piedras para rellenarlos, transportaron toneladas de cal y arena, acarrearon montones de ladrillos para construir los muros y pilastras y, luego llevaron toda la madera necesaria para construir el techo, además de los materiales necesarios para hacer el cielo raso y demás obras suplementarias.

En 1934 llegó al pueblo un cura muy culto y bonachón que se ganó el aprecio de la gente del pueblo: Servio Tulio Dorado. Con su buen tiento logró que la feligresía hiciera toda clase de eventos para reunir el dinero necesario para el acabado de las obras fundamentales.

En el año de 1938 se encargó de la Parroquia el Padre Arquímedes Rosero, un sacerdote entusiasta que, con la colaboración de los señores y señoras líderes cívicos del pueblo, continuó con las obras de embellecimiento de la iglesia.

El Padre Carlos Alberto Vélez, en 1950, llevó al señor Tomás Muñoz, como maestro de obra, para que se encargara de la construcción de la torre, la cúpula, el púlpito y el comulgatorio. Las demás obras de embellecimiento como las pilastras, cornisas y molduras, así como el amueblamiento, se hicieron lentamente y con mucho cuidado; por eso su culminación fue tan demorada.

EL RADIO TELEFUNKEN

Era un radio receptor de tubos que funcionaba conectado a una pila seca grande y con dos antenas: una iba a tierra y otra al aire extendida entre los pilares del pasillo de la casa.

Aunque el radio-receptor de fabricación alemana era un buen aparato, la sintonía de las emisoras, sobre todo durante el día, no era lo suficentemente nítida, había mucho ruido, mucha estática; por lo cual la mayoría de las veces los radio-escuchas se enteraban a medias de las noticias; entonces, aprovechaban para complementarlas con toda clase de elucubraciones. Luego, al calor de los tragos de aguardiente, sus discusiones se tornaban en alegatos que solamente la música ecuatoriana, cargada de melancolía, les hacía cambiar por la tristeza y el llanto.

Por aquel entonces, en el Municipio tan sólo había ese radio receptor, de tal manera que, cuando la transmisión de algún programa era de interés popular, el dueño lo mandaba instalar sobre una mesa, cerca de la puerta que daba hacia la calle. De ese modo, los parroquianos podían enterarse sobre lo que acontecía más allá del río Guáitara.

Tal es el caso, en Semana Santa, cuando los curiosos escuchaban con respeto el sermón de las siete palabras, el del descendimiento y otros tantos que los oradores místicos pronunciaban con vehemencia, produciendo en los feligreses un repentino recogimiento espiritual y un espontáneo arrepentimiento.

El radio receptor prestó una invaluable ayuda en los días largos de los terremotos y temblores de La Chorrera, cerca de Túquerres; porque, comentan los entrevistados que, todos los pobladores salieron de sus casas, por temor a que se cayeran, y fueron a guarecerse en unos toldos construidos en la plaza.

Entonces, para difundir entre la gente las noticias y comentarios, el dichoso radio-receptor lo instalaron en el balcón de la casa de don Virgilio Rodríguez, ubicada en la esquina nororiental de la plaza. Alrededor del lugar se agolparon los pobladores para enterarse sobre los boletines informativos y sosegarse un poco con la música clásica que también difundían.

Recuerdan, quienes sufrieron tales sustos, que los terremotos de ese año ( 1.936) se repitieron durante varios meses. Mi informante agregó que "en todas las prácticas comunitarias, el pueblo mostró su temple y su calidad humana, además de que actuó con gran sentido de colaboración y mucho respeto".

" CARICATURA UNO"

_¿Cómo te parece?. Me sale con el cuento de que a su sobrina la bautizaron con el nombre de "Emérita" porque el día que nació estaba consagrado a esa santa, según el "santuario" del almanaque Bristol. Y, como colegirás, él se refería al santoral y no al santuario como dijo.

_ A mí, una vez, me hablaba de los conocimientos "humanitarios" de don Sóstenes. Pero él se refería a los conocimientos humanísticos.

_Sí, de ese modo utilizaba los vocablos; pero en su "cháchara" no se escuchaba mal porque lo hacía con mucha gracia.

_Yo, una vez le escuché decir que doña Pérsides salió airosa de un pleito "por modus propio". Y lo que él quería decir era "motus proprio". También le escuché, que el año "electivo" no era lo suficientemente amplio como para que los niños aprendieran lo necesario. Y, obviamente, se refería al año lectivo.

_Sí, de esa forma se daba aires de persona ilustrada, basando su mentada sabiduría en dichos y refranes populares, tales como: "Más vale maña que fuerza". "Pa" lo que hay que ver, con un ojo basta". "No digas de esa agua no he de beber". "Pagan a veces justos por pecadores". "A Dios rogando y con el mazo dando", etc.; recitaba versos de canciones como éste: "Vale más un buen amigo, sea un borracho, sea un perdido, que la más bella mujer"; y de repente utilizaba frases tomadas de los discursos de Gaitán, de quien era su admirador. Todos nos divertíamos cuando las decía, en el instante más indicado.

_Pero ahí no acaba el cuento.

_¡Ah! ¿Sigue más?

_Sí. Porque el pisco era único también por su apariencia personal, con su original corte de cabello que bien le iba con su estrambótica personalidad, y aunque lo tenía tan largo que le llegaba hasta la nuca, no se le veía afeminado, sino gracioso, aunque extravagante.

_ Además, si observas bien, la moda del corte de cabello es la que menos dura y la que más rápidamente se propaga entre los jóvenes. Pero, este "mechudo", siempre se mantuvo a la moda con su corte de pelo que nadie le imitó.

_Cualquiera hubiera creído que se trataba de un hippy; pero no. Para ese entonces no habían aparecido. ¿No es cierto?

_ Su hermano le llamaba "el maestro de la aguja riera", porque su trabajo consistía en hacer alpargatas de suela de cabuya con capellada y talonera de pabilo.

_ Pero también era "el maestro de las tijeras" porque peluqueaba a los parroquianos, los días sábados. .

_Te acordarás que en la peluquería nos enterábamos del diario acontecer porque él conocía todos los chismes del pueblo.

_Creo que muchos recordamos a ese tipo flacuchento, con su característico pantalón blanco de bota angosta, su camisa guayabera, y sus graciosas quimbas. Como dirían ahora: tenía su "swim" y su "look" muy propios.

COLETILLA: Este mozo no era músico, pero cargaba los instrumentos, los atriles y las partituras, sin los cuales no podía haber retreta alguna.

No era deportista, pero hacía de utilero, de naranjero, de masajista. Era el todero indispensable a quien los deportistas estimaban.

Era un "sollado". Era un "camajàn".

CONSTRUCCIÓN DE LA CARRETERA Y LA PLANTA HIDROELÉCTRICA

En muchas oportunidades me he referido a las múltiples dificultades que padecieron los habitantes de este Municipio por falta de una carretera que les permitiera transportarse a los pueblos cercanos y , ante todo, a la Capital donde podían encontrar todos los productos, implementos y servicios necesarios para mejorar el nivel de vida.

Entre todas las necesidades sentidas por la población, la más nombrada, en las innumerables peticiones enviadas a las entidades gubernamentales del orden Nacional y Departamental, era "el desembotellamiento" para sacar los productos que allí cultivaban; al mismo tiempo, supongo, debió hablarse de los insumos necesarios para mejorar la producción y ampliar el mercado.

Aunque las razones para la construcción de la vía carreteable hubieran sido de orden mercantilista u otras, tal vez electoreras; lo que cuenta es el inigualable beneficio que esta obra proporcionó a toda la población. Ciertamente, por esa carretera entró el progreso. Yo pienso que la historia del lugar se dividió en dos: antes y después de la carretera; sin demeritar otras obras importantes como la construcción de la hidroeléctrica, el acueducto y el alcantarillado. Es decir aquellas obras que cubrieron las necesidades básicas de la población.

Recuerdan mis informantes que organizaron cantidades de mingas, donde el pueblo trabajaba a "pico y pala"; pero afortunadamente, de cada jornada, hacían una fiesta; pues, esos primeros kilómetros los construyeron a "punta" de empanadas, aguardiente, música y baile.

Ya, con el primer trazo de la carretera elaborado por el ilustre Ingeniero don José Braulino Pantoja, en el año de 1926, don Manuel Benavides Campo y don Temístocles Solarte, en la administración del señor Gobernador Gómez Jurado, mediante la Ordenanza No. 96, consiguieron la apropiación de $29.000,00 para dicha construcción. Años más tarde, los Diputados Rafael Benavides y Alejandro Figueroa lograron otras partidas para el mismo fin. Lo cierto es que hecha la rectificación del trazo por el Ingeniero José Mario Velasco Guerrero, tuvo que empalmarse la vía que iba desde Ancuya con los tres kilómetros que habían construido en la dirección opuesta.

Según recuerda don Telmo Ruales, Alcalde Municipal de la época, gracias a sus oficios y a los prestados por don Luis Antonio Romo, Alejandro Acosta, Mesías Vallejo, Samuel Córdoba y Bolívar Bravo, consiguieron que el señor Gobernador, el Doctor Aurelio Caviedes Arteaga, diera la partida final, el día 29 de octubre de 1951, para la construcción de la carretera que uniría las poblaciones de Ancuya y Linares.

Entonces, siguiendo dicho trazado, las cuadrillas de trabajadores, los volqueteros y el tractor de oruga avanzaron relativamente rápido hasta la vereda de El Balcón, unos diez kilómetros más o menos. Hasta este punto, mucha gente organizó el paseo para constatar lo que decían sobre los progresos de la construcción y, en algunos casos, para ver por primera vez un carro o para maravillarse con el trepidar de las máquinas, los famosos buldózer Caterpillar de oruga que, manejados por unos valientes operarios de la Zona de Carreteras, tumbaban las rocas y descuajaban la montaña.

Luego, debido a lo escarpado de la cordillera, la realización del resto de la obra fue algo lenta porque siempre que avanzaban en la construcción de la banca por un lado, por otro se les venía la montaña encima y tenían que devolverse a reconstruirla. En La Cuchilla, un pico rocoso, tuvieron que hacer un corte de muchos metros de profundidad, pues rodearlo resultaba muy peligroso y casi imposible.

Por tales inconvenientes los pobladores se volvieron escépticos debido a que durante el invierno tuvieron que suspender las obras. Y con sobrada razón puesto que, habiendo llegado hasta San Francisco, a cinco kilómetros del pueblo, pasó lo que en todo el resto no había acontecido: se precipitó un tremendo talud de tierra y sepultó a once trabajadores de la carretera. Obviamente, la población se conmovió por esta desgracia que enlutó la obra. Aún queda en la memoria de quienes vivimos para contarlo.

Después de haber superado todos los inconvenientes, se terminó la construcción de la carretera, con las especificaciones necesarias. Luego se hizo la inauguración el día 18 de agosto de 1952, según mi informante, fue un gran acontecimiento que llenó de alegría a los pobladores, sus autoridades y a todos los invitados que arribaron en las lindas berlinas negras de la Gobernación.

Seguidamente, llegaron los primeros carros: uno conducido por don Félix Córdoba y otro por don Jorge Zambrano Erazo. En ellos llevaron las mercancías necesarias para el comercio local y sacaron los productos de la región; pero además, debido a la inexistencia de buses para pasajeros, tenían que trasportarlos en las dos bancas de la caseta y hasta en la carrocería.

A manera de anécdota recuerdo que, debido a la curiosidad que despertaban los carros, algunos parroquianos se sometían a viajar amontonados en las carrocería de los camiones desde el pueblo hasta la vereda de La Arboleda, por diez centavos y por quince hasta San Francisco.

Tal experiencia, a muchos pasajeros les producía malestar estomacal, pero no importaba porque de esa manera pudieron vencer el miedo para luego viajar trechos más largos. Por otro lado, mi informante comentó que su primer viaje a la Capital lo hizo en un camión nuevo de don Jorge Salgar, conducido por un señor de Sandoná que, para recorrer los 91 kilómetros, demoró catorce horas. También dijo que llegó molido por el cansancio, pero feliz por tan grata aventura. Afortunadamente, a pocos meses de inaugurada la carretera, don Bolívar Bravo puso al servicio de los pasajeros un bus escalera que, para la época, era lo más confortable.

LA PLANTA HIDROELÉCTRICA

Lo cierto es que en la visita oficial que hiciera el señor Gobernador, Aurelio Caviedes Arteaga, a Linares el día 29 de octubre de 1951, se comprometió con la construcción de la carretera y también con la planta hidroeléctrica; más aún, esperaba que las dos obras se inauguraran en la misma fecha.

Para dar cumplimiento a lo prometido, rápidamente se nombró el ingeniero (NOMBRE) y comenzó las obras en la hondonada de la quebrada de la Laguna, cerca de la población; lo que permitió que muchos curiosos pudieran mirar en detalle la construcción e instalaciones.

La celeridad con que hicieron las obras, también se debió a los buenos oficios de la señora (CAROLA), esposa del señor Gobernador del Departamento, a quien el pueblo, en muestra de gratitud, le dio el título de "Reina de la Luz".

Entonces, con estas buenas intervenciones, aunque la planta hidroeléctrica no se pudo inaugurar el mismo día que se inauguró la carretera, sí se pudo hacer el día 5 de marzo de 1953. Por eso, además de los mencionados, vale destacarse los nombres de quienes estuvieron al frente de tales realizaciones:

El Doctor Aurelio Caviedes Arteaga, Gobernador del Departamento de Nariño; El Secretario de Obras Públicas, Ingeniero Eduardo Buchely de la Espriella; los Concejales del Municipio: Jorge Díaz, Nectario Rosero, Jorge Pantoja y Rafael Benavides; don Samuel Córdoba era el Alcalde en los inicios de la obra y don Telmo Ruales durante la culminación; don Zacarías Solarte, Tesorero Municipal, le correspondió administrar las partidas correspondientes durante la ejecución de las obras.

Hechas las instalaciones del fluido a las residencias, el "modus vivendi" de los habitantes cambió radicalmente: Por un lado, la luz de los reflectores ahuyentó los fantasmas que habitaban entre las sombras de la noche; por otro, los radio-receptores permitieron ampliar la gama de información a quienes por muchos años no la habían tenido; también se mejoró el ámbito cultural a través de los programas de música folclórica y clásica que se transmitían por medio de los equipos de amplificación de la casa cural; además, con el fluido eléctrico, se abrieron nuevos negocios y se mejoraron los que había; en fin, la corriente eléctrica llevó consigo una corriente de cambios positivos para los pobladores

EMBELESO _ UN CUENTO _

Desde la cuchila, después de haber pasado el compartidero, se divisaba hacia abajo un hermoso bosque fresco y multicolor. Cuando uno se adentraba por sus caminos acolchonados con hojas secas, empezaba a escuchar el alegre parloteo de los tordos, los apacibles gorjeos de las torcazas, los dulces trinos de los curillos, achioteros, gorriones y calandrias. En conjunto todo armonizaba en perfecta sinfonía, donde la percusión la hacía un pájaro carpintero que inquieto picoteaba un yarumo seco, intentando extraerle las termitas que son su alimento.

Racimos de plátanos maduros se veían por todos lados, naranjos agobiados con el peso de sus frutas, guayabas maduras esparcidas por el suelo y cafetales en flor cubrían con sus follajes los linderos del camino e impedían ver las chocitas y sus moradores que solamente se anunciaban con el ladrido de los perros y el humo que brotaba por entre la techumbre.

Para llegar a la Escuela había que atravesar dos quebradas de cristalinas y rumorosas aguas. Saulo ya había cruzado la segunda cuando, a sus espaldas, escuchó esa voz que le era familiar.

-¿Va a visitar a la Señorita?, le preguntó Lidia.

-Sí, le llevo estos vestidos que mi mamá confeccionó para ella, le respondió.

-Venga y lo acompaño, le dijo ésta, y siguió caminando delante de él; lo dejó en la entrada y se regresó. El aire quedó impregnado con ese olor a maritones que le era característico; pero él lo percibía como un aroma sensual.

De regreso al pueblo, por la tarde, Saulo entró a la choza demandando un vaso de chicha; se sentó en la raíz de guadua que le servía de banco y desde allí le miraba en sus rítmicos movimientos: de aquí para allá, de allá para acá; aquí, en el corredor, servía la deliciosa chicha; allá, en la cocina, hacía el oficio con su mamá.

-Hasta la vuelta, misia Trini.

-Hasta pronto, niño Saulo.

Lidia se quitó el delantal y salió tras él.

-Venga y lo acompaño hasta la quebrada, le dijo.

Lo dejó más allá de la segunda y se regresó. El aire quedó impregnado con su olor característico, que él lo percibía como si fuera un aroma sensual.

Habían transcurrido seis años y allí no encontró la choza, sino una casa de teja con amplios corredores; ya no había la raíz de guadua que servía de banco; ya no vendían la deliciosa chicha, sino cerveza y aguardiente; y ya no salía el humo por entre la techumbre de la cocina. Escrutó de reojo, se sentó ante una mesa y con un grito y un golpe sobre las tablas pidió una copa de aguardiente con limón.

_¡Niño! exclamó Lidia y lo estrechó entre sus brazos.

_Vengo a visitarte. Y, no me llames niño.

_Te traje esta "coqueta", espero te guste.

_ Sí, está muy linda, sí me gusta. Y, ya es un joven muy apuesto.

Ella se sentó junto a él y, mirándole las expresiones, le escuchaba todas las palabras de su conversación. Él, al tiempo que le hablaba, le acariciaba voluptuosamente. Ella, con una mirada complaciente, le dijo: _Aquí no. Y se retiró.

Cuando volvió, ya se había quitado el delantal y mirándose, en el espejo de la "coqueta", su carita curtida por el sol, se hacía unos retoques a su sencillo maquillaje.

No le habló, solamente le sonrió y se dirigió hacia el camino. Èl siguió tras ella y a pocos pasos le alcanzó y caminaron juntos por el sendero que tantas veces habían recorrido entre brincos, caídas y carreras. Era un día claro y caluroso, aunque una leve brisa vesperal les acariciaba sus rostros expectantes.

Llegaron. El viejo trapiche había perdido su gracia y su hechizo; pero ahí estaba aún el pequeño desván con atados de cortezas arrimados a la tapia y montones de bagazo sobre el piso; ahí permanecía el horno con su boca de fuego y su rostro endrino; ahí todavía perduraban las chumaceras, las piedras circulares atadas a unos piñones desdentados; ahí persistía la pértiga desvencijada; y ahí subsistía la huella por donde circulaba la yunta al aguijado del molendero.

En ese escenario ruinoso y lleno de fantasmas la pareja se amaba y sentía el calor intenso del horno al rojo vivo; se amaba y sentía el vapor viscoso de las pailas dando punto; se amaba y sentía el bullicio alegre y contagioso de la peonada; y, finalmente, se amaba y sentía el cansado mugir de un par de bueyes.

En esa danza del presente con melodías del pasado, se entrelazaban sudorosos y jadeantes de frenesí, dándole vida a esos actores que ellos mismos habían imaginado, escribiendo la obra que ellos anhelaban representar y protagonizando las escenas que ellos siempre quisieron vivenciar.

Luego…, con esos ojos vivaces y fulgurantes y con su cabellera negra y revuelta, se incorporó, lo tomó de la mano y le dijo: _Venga y lo acompaño hasta la quebrada. Lo dejó más allá de la segunda y se regresó.

El aire quedó impregnado con ese olor a maritones que le era característico y en el alma de Saulo la sensación de hastío que producen las separaciones por causa de esos viajes que, al parecer, conducen más bien a un destino que a un lugar.

No había salido aún del embeleso cuando arribó a la cuchilla; y desde allí, antes del compartidero, divisó la arboleda y, en medio de la quietud bochornosa de la tarde, escuchó el silbido lastimero de un pájaro chamón.

ELABORACIÓN DE SOMBREROS DE PAJA TOQUILLA

En Linares, muchas mujeres se dedicaban a la elaboración del sombrero de paja, también conocido con los nombres de panameño y aguadeño. Algunas señoras lo hacían como un trabajo adicional a los quehaceres domésticos. Aunque las muchachas sí se dedicaban a tejer la jornada completa.

La materia prima para tejer los sombreros la extraen de los cogollos procesados de la palma de iraca. Con ella, esas manos ágiles y encallecidas de las sombrereras, entretejen paciente y hábilmente las fibras blancas y finas de la paja toquilla.

Para su elaboración es menester una rueca de tres patas con una clavija en la parte superior que entra en el hueco de la horma de madera. Con estos elementos, la sombrerera, primero teje la plantilla según la talla del sombrero y la coloca sobre la horma redondeada, para darle la forma con su respectiva hendidura en la parte superior. Luego teje la copa del sombrero y, cuando ha alcanzado la medida, teje el ala, también de acuerdo con las reglas estipuladas por los compradores. Finalmente teje el orillo o remate y queda listo el lindo sobrero de paja, para que los compradores le hagan el debido acabado y lo exporten a otras naciones donde es reconocido por su frescura, durabilidad y levedad.

Al respecto, una vez, me contó Monsieur Jaulin, mi profesor y amigo, que en sus años mozos iba a Linares a comprar sombreros de paja, motivado por la calidad y hermosura del tejido y por su perfecto acabado. Pues sí, él pregonaba que las sombrereras de la Arboleda los hacían con un tejido único, al que llamó "Grain d"Sable", y que lo exportaba a su natal Argelia, donde era conocido, cabalmente como el "Chapeau Grain d"Sable".

Y fue en la vereda de la Arboleda donde la señora Isabel Morales de Córdoba tejió el sobrero de paja que, doblado dentro de un sobre de carta, le entregó al señor Gobernador del Departamento, el día de la inauguración de la carretera. Dicen, quienes allí estuvieron, que el Doctor Caviedes no podía creer que hubiera manos tan hábiles como para elaborar un sombrero de paja tan fino y bellamente acabado.

NOTA AL MARGEN. Como reconocimiento de gratitud a las artesanas del sombrero de paja, Patrocinio Ortiz, escribió la bella canción: "La Sombrerera". Estos son algunos versos:

(…)

La sombrerera chaparraluna/ que se viste de seda/ y sus soliloquios son con la luna./ La sombrerera, manos de oro/ que trabaja soñando/ y cada obra es un tesoro./ La sombrerera, labios de guinda,/ no hay ninguna como ella/ en el Tolima, que sea más linda.

JUEGO DE AGUINALDOS

Era un día Domingo, la tarde estaba calurosa y en las calles había más movimiento y más bulla que de ordinario; la gente se asomaba a las puertas y ventanas, y los muchachos se arremolinaban en las esquinas de las cuadras del centro; era para ver la comparsa que había salido de la casa de don Jorge Díaz, disfrazados de granos de café, caminando lentamente porque estaban cubiertos desde la cabeza hasta las rodillas y solamente tenían un hueco pequeño a la altura de los ojos para medio ver por dónde podían caminar. Cada grano estaba artísticamente pintado con los colores correspondientes al estado de madurez: unos color cereza, otros amarillos, aquellos verdes y otros tantos pintados de sol y de fuego; los habían confeccionado con la armazón de cañabrava verde y cubierto con papel grueso de empaquetar.

De la casa de don Jorge Zambrano salió el otro grupo, conformado con igual número de individuos y disfrazados de botellas, también hechas con los mismos materiales y muy bien decoradas, portando las marcas de los diferentes vinos.

Cuando las dos comparsas llegaron a la plaza, empezó a sonar la música popular y bullanguera; la gente iba acomodándose como bien pudiera para ver el juego de los aguinaldos; alguien mandó silenciar la música para que cada uno de los delegatarios divulgara el nombre de quien iba a ejercer la misión de "gallo" en su respectivo equipo; don Mesías Vallejo, en representación de los granos de café gritó: el "gallo" es el joven Daniel Otero; y don Félix Córdoba, en representación de las botellas de vino, gritó: el "gallo" es el joven Fortunato Bravo.

Luego, los dos delegatarios, señores respetables y respetados en el pueblo, sortearon la suerte de quien debía descubrir al contrincante para gritarle, como se hace en un culto, las palabras rituales: "!mis aguinaldos¡". Tiraron la moneda y resultó que el "gallo" de la comparsa de las botellas de vino debía ser descubierto por el "gallo" de la comparsa de los granos de café. Hecho esto, los dos delegatarios ordenaron que se iniciara el juego.

Los granos de café, con el ánimo de observar los movimientos, las formas de caminar, el modelo de los zapatos, la contextura de las piernas, en fin, cualquier detalle que les pudiera servir, algún indicio que pudieran recordar para descubrir el "gallo" opositor. Entonces, se orillaron formando un círculo alrededor de las botellas de vino y, con mucho sigilo, intercomunicaban sus sospechas y descartaban a quienes creían haber identificado.

Las botellas de vino, por su parte, se movían incesantemente para confundir a sus contrincantes; se intercomunicaban en línea, es decir que todos no se acercaban al "gallo", sino uno, y de forma alterna. De esa manera tenían muy despistados a los granos de café; y, ante esta estrategia, los granos de café empezaron a cerrar el círculo alrededor de los más sospechosos en procura de lograr el mayor número de indicios; luego daban el informe a su "gallo" para que acrecentara los elementos de juicio y, en definitiva, para que se decidiera a gritarle.

Entre los curiosos se cuchicheaban muchas cábalas, hasta se hacían apuestas; pero con mucho cuidado porque podían echar a perder el juego. En esto los delegatarios eran muy exigentes y, para darle credibilidad al juego, se hacían asesorar por otras personas que oficiaban de vigilantes.

Partes: 1, 2, 3
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