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Justicia social e ideal en América (página 2)


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"Yo deseo —escribía Bolívar— más que otro alguno ver formarse la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riqueza que por su libertad y gloria" (3). Una nación de naciones, dentro de ese sentido de comunidad de perfiles cristianos que en nada se asemeja con el ideal de sociedad contractual que enarbolará el mundo moderno, las grandes naciones occidentales que han tomado el control de la historia.

El Libertador imagina una nación que tenga como base para la solidaridad de sus miembros algo más que el interés concreto y pasajero de la riqueza que liga a los hombres y pueblos sólo en función con las posibilidades que para su logro tengan los unos y los otros.

Bolívar aspiraba como digno heredero y recreador de la vieja idea de solidaridad ibérica, a crear una comunidad, no una sociedad anónima de intereses. Comunidad de hombres y pueblos que se saben unidos por la aspiración a lograr metas comunes, con independencia de sus muy concretas personalidades y no menos concretos intereses. Libertad y gloria, no el dominio extensivo y el enriquecimiento sobre el angostamiento y miseria de otros hombres y pueblos.

Ideal de comunidad que Bolívar hacía extensivo en su pensamiento a todo el mundo. Este ideal podría tener su origen en América entre pueblos de una misma sangre, de una sangre que no temía mezclarse con otras de diverso tipo; de una misma lengua, capaz de asimilar y comprender las expresiones de otras; de una misma religión, capaz de llamar hermanos y tratar como semejantes a otros hombres; de un mismo origen, el que había hecho posible a los pueblos de la América Latina, mezcla de razas y culturas.

"Es una idea grandiosa —escribía el Libertador— pretender formar de todo el nuevo mundo una sola nación, con un solo vínculo que ligue sus partes con el todo. Ya que tienen un origen, una lengua, unas costumbres, una religión". Ya se vislumbra, desde su exilio forzado en Kingston por allá en 1815, la idea de una más amplia confederación de pueblos y naciones, que en vida logró articular y en vida vio desvanecerse. Una confederación de pueblos iguales, incluyente. No una confederación que sirviese de instrumento al más fuerte de sus miembros. Bolívar tan sólo pedía a los pueblos latinoamericanos no llegar a ella sino llenos de fortaleza, la fortaleza suficiente para no ser simple instrumento de los poderosos, sino iguales, semejantes.

Bolívar sabía ya lo que significa la desunión entre los pueblos latinoamericanos, que los debilitaba y convertía en instrumento para el logro de metas ajenas a sus intereses. Atacó con dureza a los cacicazgos ("cuerpos"), al servicio de intereses concretos y mezquinos. Era esta división la que los debilitaba y por lo mismo los convertía en instrumentos de la ambición de riquezas y dominio extensivo de las que entonces ya eran las primeras potencias del mundo moderno.

Su visión se remontaba más allá de lo territorial. Consideraba que sólo partiendo de la unidad de los pueblos latinoamericanos se podría llegar a la gran unión, a la gran comunidad de los pueblos de todo el mundo. En esta unidad la América de origen ibero era mucho lo que podría aportar, el gran sueño de una raza que aspiraba a crecer hasta la universalidad por el camino de la asimilación de sangres, razas, culturas. El principio de la realización de este sueño debería serlo el Congreso de Panamá.

"¡Qué bello sería —escribía en la citada Carta de Jamaica— que el istmo de Panamá fuese para nosotros lo que Corinto para los griegos! ¡Ojalá y que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso de representantes de las repúblicas, reinos e imperios para tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra con las naciones de las otras tres partes del mundo!". Comunidad de pueblos latinoamericanos como punto de partida para la creación de un mundo en el que la voz de estos pueblos, con la autoridad de su historia, fuese eficaz y contase en los destinos de un mundo que debería ser realizado por todos sus hijos sin excepción alguna. Comunidad, no asociación, basada en la unidad de lo que tienen algo o mucho en común. La unidad para el logro o mantenimiento de la libertad y otros valores humanos no menos altos y nobles; no la asociación obligada para simplemente sobrevivir o imponerse.

Más tarde, Bolívar insiste en la idea cuando escribe a Juan Martín de Pueyrredón en 1818 (4): "Una debe ser la patria de todos los americanos, ya que todos hemos tenido una perfecta unidad". Por ello, agrega, "cuando el triunfo de las armas complete la obra de su independencia, o que circunstancias más favorables nos permitan comunicaciones más estrechas, nosotros nos apresuraremos con el más vivo interés, a entablar por nuestra parte el pacto americano que, formando de nuestras repúblicas un cuerpo político, presente la América al mundo con aspecto de majestad y grandeza sin ejemplo en las naciones antiguas. La América así si el cielo nos concede este deseado voto, podrá llamarse la reina de las naciones y la madre de las repúblicas".

Pueblos unidos para hacerse respetar y hacer respetar sus ideas de unidad sin sometimientos o vejaciones. Unidad para adquirir la fortaleza en una sociedad como la moderna hecha para que se impongan los más fuertes; pero una fortaleza para el logro de metas ajenas a esas metas fundadas en el egoísmo. En otro lugar ha escrito. "Divididos seremos más débiles, menos respetados de los enemigos y neutrales. La unión bajo un solo gobierno supremo hará nuestras fuerzas y nos hará formidables".

Acercamiento al origen del pensamiento latinoamericano

En este apartado hemos explorado la obra monumental de Leopoldo Zea: Pensamiento latinoamericano, done el autor se remonta al dilema de iberia sobre su pasado y presente en contraste con lo que se hacía y desarrollaba en occidente durante el Siglo XVI, en un tiempo, "en que se deslindó la modernidad de la cristiandad, el futuro del pasado" (5).

Señala el filósofo mexicano (México, 1912 -2004), que el hombre occidental, sin mayores remordimientos echó por la borda un pasado que le estorbaba para luego convertirlo en instrumento de su futuro. Se quedó con el futuro para retornar luego y modernizar su pasado, creando, inclusive, un cristianismo al servicio de su futuro; el protestantismo, y más concretamente, el calvinismo y el puritanismo. El ibero, por su lado, puesto también a elegir, acabó quedándose con su cristianismo anquilosado, con un catolicismo ajeno a lo que implicaba su nombre. Sin embargo, hubo un momento, un momento de ese pasado perseguido después por los latinoamericanos, en que trató de hacer algo semejante a lo hecho por los occidentales, pero en dirección contraria: cristianizar la modernidad y no modernizar el cristianismo.

Para Zea, la modernidad había puesto el acento en la libertad del individuo y en su felicidad material opuestos al sentido de comunidad cristiano-medieval y a su despego por los bienes en esta tierra.

Los iberos, lejos de ver esta oposición vieron, por el contrario, la posibilidad de su acoplamiento. La libertad del individuo, no estaba reñida con el auténtico espíritu de comunidad cristiano, todo lo contrario, lo completaba.

En cuanto a la felicidad de los hombres en este mundo, la misma no estaba peleada con la felicidad y salvación en el otro. Sin embargo, la pugna no se evitó, la pugna entre los hombres empeñados en modernizar al cristianismo y los hombres empeñados en cristianizar al modernismo. En esa pugna, ya lo sabemos, triunfaron los primeros planteándose el dilema propio de los iberos: ¿modernidad o cristianismo? ¿Lo uno o lo otro? La conciliación, tal y como la buscaba el mundo ibero, era ya imposible. Dentro de una auténtica comunidad cristiana, pensaban los occidentales, era posible esa libertad sin peligros de libertinaje. No pasó lo mismo con el ibero, que se empeñó en prolongar su pasado cristiano en el futuro moderno.

Zea concluye que ese cisma provocó en los pueblos de la América Latina esa filosofía de desgarramientos. Elección entre lo que se había sido y lo que se quería ser. La cristianización del mundo moderno era imposible: había que modernizarse o resignarse a ser el pasado. España, y con España Portugal, se resignó a ser el pasado y en esta resignación arrastró a sus colonias en América.

En este punto se plantea el nudo en la península ibérica: sus esfuerzos por conciliar un mundo que no tenía por qué escindirse. Afirma Zea que esta actitud se repitió en las colonias de América.

¿Qué sugiere esto? Que en la coyuntura histórica, los hispanoamericanos se rebelaron también contra su pasado y, con ello, contra las responsabilidades que implicaba. De un plumazo intentaron borrarlo. Lo negaron, tratando de empezar una nueva historia, como si nada hubiese sido hecho antes. También crearon su utopía, inspirada en el ideal de los grandes países sajones: Inglaterra y Estados Unidos, o bien Francia, en lo que ésta representaba dentro del avance de la civilización. Sus constituciones políticas, su filosofía, literatura y cultura en general, fueron los modelos conforme a los cuales los hispanoamericanos pretendieron hacer su nueva historia. La nueva civilización que se quería fundar era la absoluta negación de la España colonial.

En épocas de crisis, de grandes decepciones, suele surgir ese afán por empezar todo de nuevo. Pensemos en la Revolución Bolivariana actual, como ejemplo. Empezar como Adán, a nombrar lo innombrado. Hacer una historia nueva desde sus inicios, donde cada individuo puede empezar a realizar su historia según le plazca. Utopías que son verdaderas o utopías en las que todo está por crearse. En ambas el hombre puede escapar a su pasado, esto es, a sus compromisos, a su tener que responder de los compromisos de un pasado que él no ha hecho. En una utopía todo está hecho, en otra todo está por hacerse, pero ninguna de ellas representa un compromiso. Y no representando compromisos tampoco plantea problemas.

Siglos después, con todas estas ilusiones, los hispanoamericanos se toparon bruscamente con la realidad. Pese todos los esfuerzos realizados, como la costosa guerra independentista, pongamos por caso, el pasado siguió presente en las diversas formas de vida que en vano lucharon por arrancárselo. Con un presente, que no se realizaba, y un pasado, que no acababa de ser tal, la historia, nuestra historia, no existía. Hispanoamérica, por decisión propia, se convertía en un pueblo sin historia. A lo más que llegaba, como pensaba Hegel, era a ser un país del porvenir, del futuro. Nada importante para la Filosofía o la Historia.

Pero más allá de este fatalismo que arrastramos hasta hoy, en pleno siglo XXI, debemos considerar que el pensamiento en Latinoamérica se ha caracterizado por es su preocupación por captar la llamada esencia de lo americano, tanto en su expresión histórica y cultural, como en su expresión ontológica.

Esto no quiere decir que no exista un pensamiento más preocupado por los grandes temas de la filosofía universal. Desde luego existe y, en nuestros días, son muchas las figuras que se destacan en el mismo en América. Sin embargo, lo importante para comprender mejor la historia de nuestra cultura es este pensar que ha hecho de América el centro de sus preocupaciones.

Este filosofar, a diferencia de la llamada filosofía universal, tiene como punto de partida la pregunta por lo concreto, por lo peculiar, por lo original en América. Sus grandes temas los forman preguntas sobre la posibilidad de una cultura americana; preguntas sobre la posibilidad de una filosofía americana; o preguntas sobre la esencia del hombre americano.

Nuestra América

Los grandes pensadores del siglo XIX, muy a diferencia de hoy, fueron venezolanos. A la cabeza de todos ellos se ubica el Libertador. Con una filosofía social cristiana que pretendía dignificar a los explotados, la mayoría producto de la conquista y el mestizaje. Bolívar era un criollo, mantuano, hijo de españoles, nacido en estas tierras. Por ello, consciente de ese hecho concreto, la realidad americana desgarradora y del desarraigo, se propuso alcanzar una utopía posible (aún no realizada). Se propuso implantar la justicia social como modelo político.

En la Carta de Jamaica citada, el Libertador nos ofreció datos sobre el territorio y población del continente, donde 16 millones de nativos se resistían oprimidos por el imperio español. Hoy somos un poco más de 450 millones de personas y de ellas 206 millones viven en condiciones de pobreza sin percibir ningún tipo de ingresos. La situación al parecer no ha cambiado mucho.

Simón Rodríguez advirtió poco antes de morir, que la revolución no había tocado a su fin. Gran parte de su obra, educativa, moralizante, la dedicó a reflexionar sobre lo americano, nuestra gente, las sociedades, la educación, y el sistema político adecuado para estas repúblicas.

En la historia de la filosofía política venezolana existe un modelo teórico primigenio, al cual se ha bautizado como modelo robinsoniano, por haber emergido de la mente y de la praxis de aquel compatriota que cambió su nombre original de Simón Rodríguez por el de Samuel Robinson.

El modelo Robinsoniano fue construido en un poco más de medio siglo, desde la época de las mocedades del egregio maestro de Simón Bolívar y de muchos niños de toda américa, cuando escribe en 1794 sus reflexiones sobre los defectos que vician la escuela de primeras letras de Caracas y los medios para lograr su transformación en "un nuevo establecimiento", hasta su propia ancianidad, cuando en 1851 publica sus "Consejos de Amigo, dados al colegio de Lacatunga".

El modelo se fundamenta en un sistema de ideas que puede ser perfectamente enmarcado dentro de una profunda disyuntiva existencial, en la cual se deslinda claramente una dicotomía en movimiento arrollador: o inventamos o erramos.

Como todo sistema ideológico, el modelo está integrado por un conjunto de elementos conceptuales fuertemente interconectados entre sí, los cuales constituyen la estructura sistémica del modelo.

El estudio del modelo desde su génesis hasta su desarrollo, demuestra que tal estructura permanece inalterable y obedece a la misma disyuntiva de inventar nuevas instituciones para las nacientes repúblicas latinoamericanas, o de errar el camino, cayendo en el simplismo de copiar modelos de otros tiempos, otras

actitudes y otros hombres. Es decir, si no inventamos, caemos fatalmente en el error.

En "Sociedades Americanas" (1842); Simón Rodríguez se encarga de delinear la disyuntiva: "¿Dónde iremos a buscar modelos? La América Española es original. Originales han de ser sus instituciones y su gobierno. Y originales los medios de fundar unos y otro. O inventamos o erramos".

Es en este modelo donde se inserta la raíz más profunda del actual proceso impulsado por Hugo Chávez Frías y su Revolución Bolivariana.

Ezequiel Zamora (El General del Pueblo Soberano) lanzó sus tremendas consignas federales: "Tierra de hombres libres". "Elección popular". "Horror a la oligarquía", impulsó una gesta que perseguía instaurar la justicia social tan soñada por Bolívar y Rodríguez.

Es el modelo que completa la trilogía ideológica, conocida hoy como El Arbol de las Tres Raíces, compendio ideológico-político que ahora resurge de las entrañas de la historia patria para retomar el rumbo perdido. Está conformada por una síntesis filosófica orientadora, aquella que estremeció a la oligarquía conservadora.

La inspiración del General Zamora viene de las mismas raíces: Robinsoniana y Bolivariana. Su discurso lleva el mismo sello de la gran disyuntiva existencial. Inventó los mecanismos de la insurrección campesina de 1846, para errar y volver a inventar la forma de conducir la revolución de 1858.

En 1846 invita a sus contemporáneos a "…seguir adelante con una imperiosa necesidad para quitarnos el yugo de la oprobiosa oligarquía y para que, opóngase quien se opusiere, y cueste lo que costare, lleguemos por fin a conseguir las grandes conquistas que fueron el lema de la independencia."

Concibió Zamora el Estado Federal de Barinas, lanzando el 21 de mayo de 1859 una proclama incendiaria:

"La provincia de Barinas haciendo uso de su soberanía radical se ha separado del gobierno central y ha constituido su Estado Federal para gobernarse así mismo por sus leyes propias, mientras se reúne la convención de la Provincia Unidas de Venezuela… El estado Barinas no puede dejar de ser reconocido como miembro de la Sociedad de las Naciones, pues se gobierna por leyes positivas emanadas de él mismo y ha establecido las autoridades que dirigen a sus miembros y los representan…"

Por cuanto aún no se ha concretado la aspiración de nuestro ideario, a lo largo del siglo XIX y XX, se levantaron las voces sonoras de José Martí, Eugenio María de Hostos, Pedro Henríquez Ureña con su Utopía de América, José Ingenieros y su Hombre Mediocre, Ernesto Che Guevara con su Nuevo Hombre, Fidel Castro y su revolución cubana, Jorge Lagarrigue con su buena intención de reconciliar "Positivismo y catolicismo", y ahora, la revolución bolivariana.

Todos imbuidos en el pensamiento bolivariano.

Conclusión

Para graficar el concepto de justicia social, suele decirse que, mientras la justicia debe ser ciega, la justicia social debe quitarse la venda para poder ver la realidad y compensar las desigualdades que en ella se producen.

En el mismo sentido se ha dicho que mientras la llamada justicia "conmutativa" es la que corresponde entre iguales, la justicia "social" es la que corresponde entre desiguales.

La solidaridad que haga posible la soñada nación bolivariana deberá ser distinta de la que ha hecho posible a las naciones modernas apoyadas en sus concretos intereses, apoyada en algo más que en puro afán de dominio en extensiones de tierras, riqueza y hombres como instrumento de otros hombres. La libertad y la gloria son valores que lejos de separar unen a los hombres y a los pueblos que tratan de conseguirlos, son metas comunes por alcanzar en una acción igualmente común.

Esto es, una comunidad de naciones unidas por algo más que el egoísmo de las sociedades modernas que, a lo más que aspiran es al equilibrio relativo de sus respectivos intereses, basado únicamente en el temor a perder más de lo que se podría ganar sin ese equilibrio; y, por lo mismo, una forma de equilibrio, de falsa solidaridad, que puede ser roto cuando se está seguro de lograr mayores ventajas con un mínimo de peligro.

Debemos cerrar estas líneas citando a Bolívar: «Mi esperanza sobre América —escribía desde 1813— es cada día más fuerte… América no es un problema, ni un hecho siquiera; es un Decreto Soberano de la Providencia… Este mundo no se puede ligar a nada… Los dos grandes océanos la rodean y el corazón de los americanos, es absolutamente independiente… La Europa, la España misma, no es ciega para ver esto como nosotros lo sentimos…»

Bibliografía

Referencias bibliográficas

  • ZEA, Leopoldo. El pensamiento latinoamericano. Edición a cargo de Liliana Jiménez Ramírez, con la colaboración de Martha Patricia Reveles Arenas y Carlos Alberto Martínez López, Diciembre 2003. La edición digital se basa en la tercera edición del libro (Barcelona: Ariel, 1976)

  • FERNÁNDEZ RETAMAR, Roberto: Política de Nuestra América, Fondo de Cultura Alba, 2006.

  • ORTEGA DÍAZ, Pedro, Bolívar, Rodríguez, Zamora, Ediciones Centauro, 1994, pp. 307.

Referencias electrónicas

  • Patriotismo y deserción durante la Guerra de Independencia en Cataluña, publicado en Revista Portuguesa de História, tomo XXIII (1988), pp. 271-300

  • Jacobinos y Contrarrevolucionarios en las Islas Británicas, 1789-1815.

  • (5) El jacobinismo europeo. Trabajo incluido en el libro Revolución y democracia. (I. Castells y Ll. Roura, eds., Madrid, Ediciones del Orto, 1995), pp. 191-233

  • La población española, Barcelona, Ariel, edición de 1986, p. 127

  • (1) http://es.wikipedia.org/wiki/Ilustraci%C3%B3n

  • (2) http://www.sispain.org/spanish/history/bourbons.html

  • (3) Carta de Jamaica, versión electrónica.

  • (4) Carta para el Excmo. Sr. Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, don Juan Martín de Pueyrredón, con fecha 12 de junio de 1818

  • (5) ZEA, Leopoldo: obra citada.

  • Informe de la Cepal, 1997

  • La soledad de América Latina. Discurso de aceptación del Premio Nobel 1982 – Gabriel García Márquez.

 

 

 

 

 

Autor:

Glidden García Medina

Partes: 1, 2
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