El pensamiento de la ilustración influyó grandemente en la cultura y la política de Hispanoamérica. Al decir ello se entiende que fue notable su influencia. Puede vérsela hacia el siglo XVIII y en algunos decenios del XIX. Los ideólogos de la emancipación del continente y de su inmediata organización republicana debieron mucho de su formación a la nueva filosofía europea.
Ese origen y las exigencias políticas de la época prendieron en la conciencia de los neoclásicos hispanoamericanos el interés por la libertad y la suerte de sus pueblos. Las ¡deas liberales -de lucha contra la tiranía y la intolerancia- movieron su pluma y levantaron su elocuencia.
En nuestro país se encuentran durante la revolución de la Independencia:
Simón Bolívar usó su pluma para defender y divulgar los principios republicanos, y a veces para expresar sus emociones y vivencias personales. Las creaciones literarias que marcarán pauta pertenecerán a los géneros de la prosa y la poesía de sabor neoclásico de Andrés Bello del cual en este trabajo se describe su bibliografía y uno de sus poemas Silva a la Agricultura A su lado, destaca la escritura genial de ruptura y parodia de Simón Rodríguez.
Neoclasicismo y romanticismo En los inicios de la era republicana figuran cuatro grandes nombres de las letras venezolanas: Andrés Bello, Fermín Toro, Rafael María Baralt y Juan Vicente González. El más destacado poeta, de clara autenticidad romántica, se llama Juan Antonio Pérez Bonalde.
Entre los costumbristas venezolanos están Daniel Mendoza, Francisco de Sales Pérez, Nicanor Bolet Peraza, Francisco Tosta García, Rafael Bolívar Alvarez, Rafael Bolívar Coronado y Miguel Mármol. Dos escritores de carácter señalan la transición hacia nuevas posiciones intelectuales y creadoras: Cecilio Acosta y Arístides Rojas.
Aparte la obra y los hechos ingentes de los pensadores, científicos y hombres públicos del de entonces,… se descubre el doble estímulo de la libertad y de un positivismo material (que acelerase el progreso) en los discursos y páginas literarias de sus figuras más destacadas. El neoclasicismo,… en el campo de la poesía no vino sino tras la independencia hispanoamericana. Nacidos en el Ecuador, Venezuela y Cuba, respectivamente. Todos ellos pusieron en ejercicio un gusto inconfundiblemente neoclásico. Tuvieron predilección por los mismos autores.
Se espera que este trabajo cumpla las expectativas del mismo.
1.- Neoclasicismo Hispanoamericano
El neoclasicismo o estilo neoclásico fue un movimiento cultural, artístico y literario que se desarrolló desde mediados del Siglo_XVIII hasta las primeras décadas del Siglo_XIX, en que después fue sustituido por el Romanticismo. Su origen viene de la reacción ante los "excesos" del barroco en el arte y especialmente el abuso decorativo de su última fase: el rococó.
El neoclasicismo significó una vuelta a los contenidos grecorromanos y se buscaba nuevamente el equilibrio y la armonía entre los diferentes elementos.
En Hispanoamérica, tuvo gran influencia en la cultura y política. Creo gran interés por la libertad y la suerte de sus pueblos; las ideas liberales de lucha contra la tiranía y la intolerancia. Varias de las manifestaciones reconocidas son la poesía neoclásica y la poesía gauchesca que se originó más tarde.
Características y manifestaciones
El neoclasicismo trató de imitar a los
griegos y romanos. Su principal característica es la belleza fría y sin alma. La sátira y la burla identificaban la prosa y el verso; algunos críticos nombraron esa literatura como prerrevolucionaria, por su intención y por haber antecedido a las guerras de la independencia americana. Todo esto se generó cuando comenzaron las críticas contra las autoridades que representaban la corona española.
La poesía neoclásica se distinguió principalmente por su lírica de contenido ligero, con temas sobre el amor, mitología, asuntos bíblicos, civiles y progresistas. También por el renacimiento de la fábula, el epigrama y otras composiciones festivas y moralizantes, introducción del paisaje y de personajes locales, incluyendo la flora y la fauna. Auge de la poesía patriota, en forma de odas e himnos heroicos, sobre hechos de las guerras de la independencia.
Además una entrada al léxico poético de voces regionales o populares y la aparición en el Río de la Plata de la poesía gauchesca, que se explicará mas adelante. Hubo también una poesía revolucionaria, aunque de valor estético limitado. Ésta celebraba los triunfos de las armas americanas, enaltecía a los héroes de la guerra, promovía el entusiasmo nacional y atacaba a España, sus hombres y sus actos. Esta poesía se ha recogido en cancioneros, y algunas de las composiciones son anónimas, mientras que otras aparecen firmadas.
En la prosa, los fenómenos fueron los siguientes: el surgimiento del periodismo político, social y económico, como medio de difusión de la nueva ideología y revolución. Una preferencia por los ensayos, proclamas, historias y discursos; el nacimiento de la verdadera novela realista hispanoamericana en México. Un ejemplo de este genero son los himnos nacionales escritos en este estilo. Aunque el periodismo fue la actividad literaria más inmediata y directa, la prosa revolucionaria es riquísima en memorias, autobiografías, cartas, discursos, artículos, ensayos, panfletos y traducciones. En el teatro, sin embargo, no hubo grandes novedades. Se representaban las comedias y tragedias del repertorio clásico español. Hubo, con todo, intentos de teatro popular, que pueden considerarse como los precursores de los teatros realistas locales. El monólogo o unipersonal tuvo bastante auge en esos momentos.
Los temas preferidos por los neoclásicos hispanoamericanos fueron de libertad y progreso inspirados por los generales Simón Bolívar, Sucre y José de San Martín. El máximo representante de la época es José Joaquín Olmedo (1780-1847), ecuatoriano que compuso una famosa oda en elogio a Simón Bolívar La victoria de Junín. También está José María Heredia (1803-1839), cubano y humanista, autor de dos célebres odas: En el teocalli de Cholula y Niágara.
Humanista y creador sublime, Andrés Bello figura como máximo representante de la nueva civilización hispanoamericana. Maestro de Bolívar, polígrafo insigne, gramático y filólogo original, es también un príncipe de la poesía castellana. Poseía una firme vocación creadora
Don Andrés Bello nació en Caracas el 29 de noviembre de 1781y falleció en Santiago de Chile el 15 de octubre de 1865. Humanista, poeta, legislador, filósofo, educador, crítico y filólogo; en suma, autor de una obra poligráfica que constituye la base más sólida de la naciente civilización hispanoamericana. Fue hijo primogénito de Bartolomé Bello y Ana Antonia López.
Andrés Bello vivió su infancia y juventud, hasta los 29 años, en Caracas. Cursó las primeras letras en la "Academia" de Ramón Vanlosten. Desde niño tuvo pasión por la lectura, particularmente de los clásicos del Siglo de Oro español. Frecuenta el Convento de Las Mercedes, donde aprende Latín, con el Padre Cristóbal Quesada. A la muerte de éste (1796), Bello traduce el libro V de la Eneida. Estudió desde 1797 en la Real y Pontificia Universidad de Caracas y se graduó de Bachiller en Artes, el 14 de junio de 1800.
Cuando Alejandro de Humboldt visita a Caracas, Bello lo conoce y lo acompaña en la subida a la cima del monte Ávila.
Estudia Derecho y también Medicina. Imparte clases a particulares, entre otros a Simón Bolívar; y comienza a perfilarse como literato. Sus traducciones de versos del latín, del francés, y sus adaptaciones de poemas clásicos, junto a poesías originales, le han dado prestigio, y un cognomento, el cisne del Anauco. Estudiaba por su propia cuenta francés e inglés.
En 1802, es nombrado Oficial Segundo de la Secretaría de la Capitanía General de Venezuela, en cuyo desempeño mereció honores, como el de Comisario de Guerra, otorgado en 1807.
En julio de 1806, Bello solicita en arrendamiento perpetuo a su nombre y en el de su madre y hermanos, unas tierras en las laderas de la fila de Mariches, al Este de Caracas, para dedicarlas al cultivo de café. Su solicitud es aprobada.
En 1808, con la introducción desde Trinidad de la imprenta de Mateo Gallagher y Jaime Lamb, Bello se convierte en el redactor de la Gaceta de Caracas.
En 1810, ya en pleno inicio del movimiento autonómico, Bello es ascendido por la Junta Suprema a Oficial Primero de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Las pocas obras juveniles de Bello conservadas tienen fecha imprecisa. Compuso algunas poesías: el poema A la Vacuna, la oda Al Anauco; el soneto A una Artista; la égloga Tirsis habitador del Tajo umbrío; el romance A un Samán; la oda A la Nave, y los sonetos A la victoria de Bailén y Mis Deseos.
Escribió también los dramas Venezuela consolada y España restaurada, así como el Resumen de la Historia de Venezuela, la más antigua prosa que poseemos del gran humanista.
Embajador de las letras y del pensamiento emancipador
El 10 de junio de 1810, en la corbeta inglesa "General Wellington", parte de Venezuela hacia Londres acompañando a Simón Bolívar y a Luís López Méndez, en la misión diplomática nombrada por la Junta de Gobierno de Caracas cerca del gobierno inglés. Permanecerá en Londres hasta 1829, pasando por épocas de penuria y estrecheces.
Su amistad con Francisco de Miranda le permite el uso de su biblioteca, en Grafton Street, que fue una auténtica revelación cultural para Bello, pues aprovecha al máximo tan rico acervo humanístico.
En 1813, solicita ser incluido en la amnistía que había acordado España a los patriotas americanos. En 1814, se casa con María Ana Boyland, de la que enviuda en 1821, de este matrimonio tiene tres hijos.
En 1815, solicita un puesto al Gobierno de Cundinamarca, pero la petición no llega a su destino, ya que las tropas de Pablo Morillo interceptan el mensaje.
En 1822, es designado Secretario Interino de la Legación de Chile en Londres a cargo de Antonio José de Irisarri; participa en la fundación de la Sociedad de Americanos, que promovió la publicación de dos grandes revistas: la Biblioteca Americana (1823), y El Repertorio Americano (1826-1827).
En 1824, se casa con Isabel Antonia Dunn, de cuyo matrimonio nacerán 13 hijos. En 1825, se encarga de la Secretaría de la Legación de la Gran Colombia. En 1826, es elegido Miembro de Número de la Academia Nacional, que se había creado en Bogotá. En 1828, se le nombra Cónsul General en París, pero decide trasladarse a Santiago de Chile en 1829.
Sus trabajos en Londres abarcan una considerable lista de asuntos políticos, diplomáticos y hacendísticos americanos a él confiados; investigó frecuentemente en el Museo Británico; completa sus conocimientos lingüísticos, filológicos y de historia literaria; se prepara en experiencias diplomáticas y en estudios de Derecho Internacional; se dedica a la enseñanza privada; dirige publicaciones; llena sus páginas con escritos de carácter enciclopédico; crea sus más grandes poemas originales, entre ellos la silva Alocución a la Poesía, que imprime en 1823 y la silva a La Agricultura de la Zona Tórrida , que ve luz en 1826. Elabora estudios de crítica y de historia literaria y filológica. Realiza traducciones del francés y del inglés, y elabora investigaciones sobre el idioma castellano (ortografía, etimología).
El 14 de febrero de 1829, parte de Londres y llega a Valparaíso el 25 de junio, a bordo del bergantín inglés "Grecian" y permanecerá en Chile hasta su muerte. Reside durante los últimos años de su vida en Santiago de Chile, salvo los años que vivió en Valparaíso y en la hacienda de los Carrera.
En 1829, es nombrado Oficial Mayor del Ministerio de Hacienda chileno; y en 1830, se le designa Rector del Colegio de Santiago. El mismo año se inicia la publicación de El Araucano, del cual fue el principal redactor.
En 1831, inicia su actividad como maestro en su propio domicilio y en 1832, publica la primera edición de Los Principios del Derecho de Jentes que luego se transformó en Los Principios de Derecho Internacional. En este mismo año es nombrado miembro de la Junta de Educación y luego el Congreso de Chile lo declara ciudadano legal de ese país.
En 1835, publica los Principios de Ortología y Métrica; en 1937, es elegido Senador de la República, y lo fue hasta su muerte. En 1840, empieza sus trabajos que culminarán en el Código Civil; en 1841, publica Análisis Ideológica de los Tiempos de la Conjugación Castellana y el poema El Incendio de la Compañía.
En 1842, se funda la Universidad de Chile y Andrés Bello es su rector en 1843. En 1848, publica la Cosmografía o Descripción del Universo; en 1850, publica la Historia de la Literatura; en 1851, es designado Miembro Honorario de la Real Academia Española y, en 1861, Miembro Correspondiente.
En 1864, se le elige árbitro para resolver una diferencia internacional entre el Ecuador y los Estados Unidos y, en 1865, es elegido para ser árbitro en la controversia entre Perú y Colombia.
La finalidad primordial del trabajo de Bello se puede sintetizar en el "proyecto civilizador" en pro de los países llegados a la independencia nacional, después de la dura lucha por conseguirla. Se propone a sentar las bases de civilización y cultura, requeridas por las sociedades hispanoamericanas, al advenir a la situación de pueblos emancipados.
La gran pregunta que Bello se formula, es sin duda, cuál debía ser la educación de cada pueblo, para desarrollar la cultura peculiar, equilibrada, sólida, totalizadora, a fin de construir el futuro. Además, su mayor preocupación fue cómo definir "las bases jurídicas del Estado".
Sin embargo, la gran preocupación de Bello fue siempre la educación, su dedicación a los temas de la enseñanza desde la docencia superior hasta la escuela primaria y su interés por divulgar el conocimiento de las ciencias.
Sobre estos firmes pilares (organización del Estado, vida internacional, lenguaje, educación y formación del buen gusto) edifica su obra ingente. Bello fue un gran humanista, un gran educador. Como lo dice su biógrafo Miguel Luis Amunátegui, "puede afirmarse sin inexactitud que pasó la vida enseñando".
3.- Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida
El mundo tropical, la zona tórrida del planeta, ha inspirado a través de la historia no pocas elocuentes palabras, escritas para ensalzarla. Y otras veces para injusto vilipendio. En unas con ribetes de exageración, suelen olvidarse no solo evidentes limitantes, sino también la extraordinaria variedad del paisaje y los lugares, que están lejos de la uniformidad que a veces identifica la región como no más que selvas húmedas, cálidas e impenetrables. Con facilidad nos olvidamos en esta percepción de las gélidas montañas y la vastedad árida de los bordes tropicales. Pero si bien no dejan de ser tan sugestivos como falsos los textos deterministas — que de pronto aquí reproduciremos como contribución documental a los estudios tropicales — más vale el ejemplo de la visualización romántica de lo que para muchos es un paraíso, al que sólo le llegan la alabanza naturalista de un Humboldt o el arrebatado cantar de los poetas. Y nadie, de veras, lo lograría tan bien como don Andrés Bello, en esta obra maestra del romanticismo decimononico.
¡Salve, fecunda zona, que al sol enamorado circunscribes el vago curso, y cuanto ser se anima en cada vario clima, acariciada de su luz, concibes! Tú tejes al verano su guirnalda de granadas espigas; tú la uva das a la hirviente cuba; no de purpúrea fruta, o roja, o gualda, a tus florestas bellas falta matiz alguno; y bebe en ellas aromas mil el viento; y greyes van sin cuento paciendo tu verdura, desde el llano que tiene por lindero el horizonte, hasta el erguido monte, de inaccesible nieve siempre cano. Tú das la caña hermosa, de do la miel se acendra, por quien desdeña el mundo los panales; tú en urnas de coral cuajas la almendra que en la espumante jícara rebosa; bulle carmín viviente en tus nopales, que afrenta fuera al múrice de Tiro; y de tu añil la tinta generosa émula es de la lumbre del zafiro. El vino es tuyo, que la herida agave para los hijos vierte del Anahuac feliz; y la hoja es tuya, que, cuando de süave humo en espiras vagorosas huya, solazará el fastidio al ocio inerte. Tú vistes de jazmines el arbusto sabeo , y el perfume le das, que en los festines la fiebre insana templará a Lico. Para tus hijos la procera palma su vario feudo cría, y el ananás sazona su ambrosía; su blanco pan la yuca ; sus rubias pomas la patata educa; y el algodón despliega al aura leve las rosas de oro y el vellón de nieve. Tendida para ti la fresca parcha en enramadas de verdor lozano, cuelga de sus sarmientos trepadores nectáreos globos y franjadas flores; y para ti el maíz, jefe altanero de la espigada tribu, hincha su grano; y para ti el banano desmaya al peso de su dulce carga; el banano, primero de cuantos concedió bellos presentes Providencia a las gentes del ecuador feliz con mano larga. No ya de humanas artes obligado el premio rinde opimo; no es a la podadera, no al arado deudor de su racimo; escasa industria bástale, cual puede hurtar a sus fatigas mano esclava; crece veloz, y cuando exhausto acaba, adulta prole en torno le sucede. Mas ¡oh! ¡si cual no cede el tuyo, fértil zona, a suelo alguno, y como de natura esmero ha sido, de tu indolente habitador lo fuera! ¡Oh! ¡si al falaz rüido, la dicha al fin supiese verdadera anteponer, que del umbral le llama del labrador sencillo, lejos del necio y vano fasto, el mentido brillo, el ocio pestilente ciudadano! ¿Por qué ilusión funesta aquellos que fortuna hizo señores de tan dichosa tierra y pingüe y varia, el cuidado abandonan y a la fe mercenaria las patrias heredades, y en el ciego tumulto se aprisionan de míseras ciudades, do la ambición proterva sopla la llama de civiles bandos, o al patriotismo la desidia enerva; do el lujo las costumbres atosiga, y combaten los vicios la incauta edad en poderosa liga? No allí con varoniles ejercicios se endurece el mancebo a la fatiga; mas la salud estraga en el abrazo de pérfida hermosura, que pone en almoneda los favores; mas pasatiempo estima prender aleve en casto seno el fuego de ilícitos amores; o embebecido le hallará la aurora en mesa infame de ruinoso juego. En tanto a la lisonja seductora del asiduo amador fácil oído da la consorte; crece en la materna escuela de la disipación y el galanteo la tierna virgen, y al delito espuela es antes el ejemplo que el deseo. ¿Y será que se formen de ese modo los ánimos heroicos denodados que fundan y sustentan los estados? ¿De la algazara del festín beodo, o de los coros de liviana danza, la dura juventud saldrá, modesta, orgullo de la patria, y esperanza? ¿Sabrá con firme pulso de la severa ley regir el freno; brillar en torno aceros homicidas en la dudosa lid verá sereno; o animoso hará frente al genio altivo del engreído mando en la tribuna, aquel que ya en la cuna durmió al arrullo del cantar lascivo, que riza el pelo, y se unge, y se atavía con femenil esmero, y en indolente ociosidad el día, o en criminal lujuria pasa entero? No así trató la triunfadora Roma las artes de la paz y de la guerra; antes fió las riendas del estado a la mano robusta que tostó el sol y encalleció el arado; y bajo el techo humoso campesino los hijos educó, que el conjurado mundo allanaron al valor latino. ¡Oh! ¡los que afortunados poseedores habéis nacido de la tierra hermosa, en que reseña hacer de sus favores, como para ganaros y atraeros, quiso Naturaleza bondadosa! romped el duro encanto que os tiene entre murallas prisioneros. El vulgo de las artes laborioso, el mercader que necesario al lujo al lujo necesita, los que anhelando van tras el señuelo del alto cargo y del honor ruidoso, la grey de aduladores parasita, gustosos pueblen ese infecto caos; el campo es vuestra herencia; en él gozaos. ¿Amáis la libertad? El campo habita, o allá donde el magnate entre armados satélites se mueve, y de la moda, universal señora, va la razón al triunfal carro atada, y a la fortuna la insensata plebe, y el noble al aura popular adora. ¿O la virtud amáis? ¡Ah, que el retiro, la solitaria calma en que, juez de sí misma, pasa el alma a las acciones muestra, es de la vida la mejor maestra! ¿Buscáis durables goces, felicidad, cuanta es al hombre dada y a su terreno asiento, en que vecina está la risa al llanto, y siempre, ¡ah! siempre donde halaga la flor, punza la espina? Id a gozar la suerte campesina; la regalada paz, que ni rencores al labrador, ni envidias acibaran; la cama que mullida le preparan el contento, el trabajo, el aire puro; y el sabor de los fáciles manjares, que dispendiosa gula no le aceda; y el asilo seguro de sus patrios hogares que a la salud y al regocijo hospeda. El aura respirad de la montaña, que vuelve al cuerpo laso el perdido vigor, que a la enojosa vejez retarda el paso, y el rostro a la beldad tiñe de rosa. ¿Es allí menos blanda por ventura de amor la llama, que templó el recato? ¿O menos aficiona la hermosura que de extranjero ornato y afeites impostores no se cura? ¿O el corazón escucha indiferente el lenguaje inocente que los afectos sin disfraz expresa, y a la intención ajusta la promesa? No del espejo al importuno ensayo la risa se compone, el paso, el gesto; ni falta allí carmín al rostro honesto que la modestia y la salud colora, ni la mirada que lanzó al soslayo tímido amor, la senda al alma ignora. ¿Esperaréis que forme más venturosos lazos himeneo, do el interés barata, tirano del deseo, ajena mano y fe por nombre o plata, que do conforme gusto, edad conforme, y elección libre, y mutuo ardor los ata? Allí también deberes hay que llenar: cerrad, cerrad las hondas heridas de la guerra; el fértil suelo, áspero ahora y bravo, al desacostumbrado yugo torne del arte humana, y le tribute esclavo. Del obstrüido estanque y del molino recuerden ya las aguas el camino; el intrincado bosque el hacha rompa, consuma el fuego; abrid en luengas calles la oscuridad de su infructuosa pompa. Abrigo den los valles a la sedienta caña; la manzana y la pera en la fresca montaña el cielo olviden de su madre España; adorne la ladera el cafetal; ampare a la tierna teobroma en la ribera la sombra maternal de su bucare ; aquí el vergel, allá la huerta ría… ¿Es ciego error de ilusa fantasía? Ya dócil a tu voz, agricultura, nodriza de las gentes, la caterva servil armada va de corvas hoces. Mírola ya que invade la espesura de la floresta opaca; oigo las voces, siento el rumor confuso; el hierro suena, los golpes el lejano eco redobla; gime el ceibo anciano, que a numerosa tropa largo tiempo fatiga; batido de cien hachas, se estremece, estalla al fin, y rinde el ancha copa. Huyó la fiera; deja el caro nido, deja la prole implume el ave, y otro bosque no sabido de los humanos va a buscar doliente… ¿Qué miro? Alto torrente de sonorosa llama corre, y sobre las áridas rüinas de la postrada selva se derrama. El raudo incendio a gran distancia brama, y el humo en negro remolino sube, aglomerando nube sobre nube. Ya de lo que antes era verdor hermoso y fresca lozanía, sólo difuntos troncos, sólo cenizas quedan; monumento de la lucha mortal, burla del viento. Mas al vulgo bravío de las tupidas plantas montaraces, sucede ya el fructífero plantío en muestra ufana de ordenadas haces. Ya ramo a ramo alcanza, y a los rollizos tallos hurta el día; ya la primera flor desvuelve el seno, bello a la vista, alegre a la esperanza; a la esperanza, que riendo enjuga. del fatigado agricultor la frente, y allá a lo lejos el opimo fruto, y la cosecha apañadora pinta, que lleva de los campos el tributo, colmado el cesto, y con la falda en cinta, y bajo el peso de los largos bienes con que al colono acude, hace crujir los vastos almacenes. ¡Buen Dios! no en vano sude, mas a merced y a compasión te mueva la gente agricultora del ecuador, que del desmayo triste con renovado aliento vuelve ahora, y tras tanta zozobra, ansia, tumulto, tantos años de fiera devastación y militar insulto, aún más que tu clemencia antigua implora. Su rústica piedad, pero sincera, halle a tus ojos gracia; no el risueño porvenir que las penas le aligera, cual de dorado sueño visión falaz, desvanecido llore; intempestiva lluvia no maltrate el delicado embrión; el diente impío de insecto roedor no lo devore; sañudo vendaval no lo arrebate, ni agote al árbol el materno jugo la calorosa sed de largo estío. Y pues al fin te plugo, árbitro de la suerte soberano, que, suelto el cuello de extranjero yugo, erguiese al cielo el hombre americano, bendecida de ti se arraigue y medre su libertad; en el más hondo encierra de los abismos la malvada guerra, y el miedo de la espada asoladora al suspicaz cultivador no arredre del arte bienhechora, que las familias nutre y los estados; la azorada inquietud deje las almas, deje la triste herrumbre los arados. Asaz de nuestros padres malhadados expiamos la bárbara conquista. ¿Cuántas doquier la vista no asombran erizadas soledades, do cultos campos fueron, do ciudades? De muertes, proscripciones, suplicios, orfandades, ¿quién contará la pavorosa suma? Saciadas duermen ya de sangre ibera las sombras de Atahualpa y Moctezuma. ¡Ah! desde el alto asiento, en que escabel te son alados coros que velan en pasmado acatamiento la faz ante la lumbre de tu frente, (si merece por dicha una mirada tuya la sin ventura humana gente), el ángel nos envía, el ángel de la paz, que al crudo ibero haga olvidar la antigua tiranía, y acatar reverente el que a los hombres sagrado diste, imprescriptible fuero; que alargar le haga al injuriado hermano, (¡ensangrentó la asaz!) la diestra inerme; y si la innata mansedumbre duerme, la despierte en el pecho americano. El corazón lozano que una feliz oscuridad desdeña, que en el azar sangriento del combate alborozado late, y codicioso de poder o fama, nobles peligros ama; baldón estime sólo y vituperio el prez que de la patria no reciba, la libertad más dulce que el imperio, y más hermosa que el laurel la oliva. Ciudadano el soldado, deponga de la guerra la librea; el ramo de victoria colgado al ara de la patria sea, y sola adorne al mérito la gloria. De su trïunfo entonces, Patria mía, verá la paz el suspirado día; la paz, a cuya vista el mundo llena alma, serenidad y regocijo; vuelve alentado el hombre a la faena, alza el ancla la nave, a las amigas auras encomendándose animosa, enjámbrase el taller, hierve el cortijo, y no basta la hoz a las espigas. ¡Oh jóvenes naciones, que ceñida alzáis sobre el atónito occidente de tempranos laureles la cabeza! honrad el campo, honrad la simple vida del labrador, y su frugal llaneza. Así tendrán en vos perpetuamente la libertad morada, y freno la ambición, y la ley templo. Las gentes a la senda de la inmortalidad, ardua y fragosa, se animarán, citando vuestro ejemplo. Lo emulará celosa vuestra posteridad; y nuevos nombres añadiendo la fama a los que ahora aclama, «hijos son éstos, hijos, (pregonará a los hombres) de los que vencedores superaron de los Andes la cima; de los que en Boyacá, los que en la arena de Maipo, y en Junín, y en la campaña gloriosa de Apurima, postrar supieron al león de España».
Andrés Bello (1781-1865) publicó por primera vez este poema en el Repertorio Americano, Londres, I, p. 7-18, 1826.
Revisando lo investigado se puede concluir que casi todos los críticos neoclásicos intentaron formular una teoría explicativa de la función de la literatura, la naturaleza del proceso creador y los procedimientos de componer una obra literaria.
No eran autoritarios, sino racionalistas. Se entendería mal lo de "racionalista" si se creyese que se concibe como obra de la inteligencia, con exclusión del sentimiento y de la imaginación.
Ni siquiera los críticos más rígidos y de carácter formalista se olvidaban de decir que los poetas necesitan "inspiración" o "imaginación".
Del mismo modo se subraya en la reacción del lector en elemento racional: la participación del juicio. La norma la daba el gusto educado, el gusto de quienes poseían experiencia y conocimientos, el gusto del lector ideal, instruido y culto.
El concepto esencial de la teoría neoclásica era la "imitación de la naturaleza". El término "imitación de la naturaleza" podía albergarse desde casi todas las variantes del arte: desde el naturalismo estricto a la más abstracta idealización, con todos los grados intermedios.
Pero buscaba sobre todo el principio de la universalidad, que presenta dos facetas claras: por un lado podía significar y así ocurrió en los mejores escritos de aquel tiempo, un apelar a lo universal que hiciese comprensibles, en cualquier tiempo y lugar, las máximas creaciones.
Lo que nadie puede negar es que las reglas ejercieron una influencia paralizadora aún sobre los más grandes escritores. Sin embargo, a la lírica la trataban con independencia según sus formas: odas, elegía, sátira…
La preferencia social de la época por el estilo elevado y el hecho de que Aristóteles tratase de la tragedia y la épica, y Horacio de la dramática, concentraron el interés de los tratadistas en estas dos formas y contribuyeron a establecer una minuciosa jerarquía de los géneros: pero las razones exactas de ellas distaban de estar claras. Las bases reales de la clasificación eran variadísimas, a menudo muy confusas.
Desde un principio hubo quienes combatieron la teoría de los géneros en su conjunto, pero todo se reducía a argumentar a favor de un nuevo género o a afirmar la libertad e independencia frente a las reglas. Había escritores que concebían la poesía como puro deleite, pero lo más críticos veían en la utilidad moral el fin primordial.
En líneas generales, el problema de arte y moral era insoluble y el siglo XVIII estuvo todo él ocupado en deslindar las diferencias entre lo bueno, lo útil, lo verdadero y lo bello. Tan sólo desde ese momento podían volver a formularse las relaciones entre arte y moralidad.
. Bien o mal, la crítica entendía la literatura como parte de la política (en el sentido más amplio), y al poeta, quiérase o no, como modelador y confortador de almas.
En el estudio de la literatura se atendía, cada vez más, al marco y ambiente en que se desenvuelve.
Empezó a discutirse la influencia de la estabilidad social, la paz y la guerra, la libertad y el despotismo, sobre la creación literaria.Poco a poco fue tomando cuerpola idea de que el carácter nacional ejerce funcion determinante en la literatura.
La historia de la literatura solía reducirse en los límites de lo nacional, pues el patriotismo fue una de sus principales razones de ser; pero rápidamente creció el conocimiento de la actividad literaria de las otras naciones.
Así pues, vemos que hacía mediados del siglo XVIII, la extrema tensión a que estaba sometido el credo neoclásico le hace desgarrarse con la mayor violencia e ímpetu.
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Autor:
Alcalá Bermúdez, Angel Daniel