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Tiempo y presciencia (página 2)

Enviado por Jesús Castro


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Existe una entidad editora de temas bíblicos que goza de reconocimiento mundial en cuanto a la exégesis de las sagradas escrituras (nosotros no hemos encontrado otra entidad más apta que ésta en este sentido), llamada Watchtower Bible And Tract Society, una de cuyas recientes revistas, la ATALAYA del 1-1-2012, página 23, lee así: «¿Por qué le pidió Dios a Abrahán que sacrificara a su hijo?… De acuerdo con el libro bíblico de Génesis, Jehová Dios le pidió a Abrahán que ofreciera a su hijo Isaac en sacrificio (Génesis 22:2). A algunos lectores de la Biblia les cuesta entender este relato. Una profesora universitaria llamada Carol comenta: "Cuando de niña oí esta historia, me sentí indignada. ¿Qué clase de Dios pediría una cosa así?". Aunque ese sentimiento es comprensible, conviene tener presentes dos puntos… Primero, veamos lo que Jehová no hizo. No permitió que Abrahán llevara a cabo el sacrificio, aunque éste estaba dispuesto a realizarlo. Y jamás ha vuelto a pedirle a nadie algo semejante. Jehová desea que quienes lo adoran, incluso los niños, disfruten de una vida larga y gratificante… Segundo, la Biblia da a entender que Jehová tenía una razón de peso para pedirle a Abrahán que sacrificara a Isaac. Dios sabía que muchos siglos después iba a permitir que su propio Hijo, Jesús, muriera por nosotros (Mateo 20:28). Así que Jehová quería mostrarnos cuánto le costaría ese sacrificio. La petición que le hizo a Abrahán fue una impactante demostración del sacrificio que Él haría en el futuro. Veamos a qué nos referimos… Jehová le dijo a Abrahán: "Toma, por favor, a tu hijo, a tu hijo único a quien amas tanto, a Isaac, y […] ofrécelo como ofrenda quemada" (Génesis 22:2). Notemos que Jehová sabía cuánto quería Abrahán a Isaac, pues lo llamó "tu hijo único a quien amas tanto". Y lo mismo sentía Él por su Hijo, Jesús. Lo amaba tanto que en dos ocasiones habló desde los cielos y lo llamó "mi Hijo, el amado" (Marcos 1:11; 9:7)… Observemos, además, cómo expresó su petición Jehová. Según cierto biblista, el uso de la partícula que se traduce "por favor" indica que "el SEÑOR se percataba del inmenso valor de lo que estaba pidiendo". Por supuesto, Abrahán debió de sentirse profundamente apenado. De igual modo, Jehová debió de sentir un inmenso dolor al ver sufrir y morir a su amado Hijo, un dolor que apenas podemos imaginar. Es, sin duda, el mayor dolor que Dios ha sufrido o sufrirá… Así pues, quizá no nos guste nada lo que Jehová le pidió a Abrahán, pero hay que recordar que no permitió que aquel fiel patriarca completara el sacrificio. De este modo le evitó la peor pérdida que un padre puede sufrir. Además, aunque Jehová libró de la muerte a Isaac, no lo hizo con su propio Hijo, "sino que lo entregó por todos nosotros" (Romanos 8:32). ¿Y por qué estuvo dispuesto a sufrir semejante pérdida? "Para que nosotros consiguiéramos la vida." (1 Juan 4:9). En vista de esta inmensa muestra del amor que Él nos tiene, ¿no nos sentimos impulsados a demostrarle nuestro amor?… La Biblia no enseña que Dios engendrara literalmente a Jesús mediante una mujer. Más bien, enseña que Dios lo creó como ser espiritual y que luego hizo que naciera en la Tierra de una virgen llamada María. Puesto que Él es el Creador de Jesús, bien puede llamársele su Padre… Para obtener más información sobre por qué fue necesario que Jesús muriera y cómo podemos demostrar nuestra gratitud, véase el capítulo 5 del libro "¿Qué enseña realmente la Biblia?"» (hemos subrayado una frase que indica que Dios, Jehová por nombre, se encuentra muy lejos del prisma estoico en cuanto a la concepción del sufrimiento y la trascendente validez de éste. Ello nos apercibe de una cosa cierta: los estoicos elaboraron su filosofía impregnados de una total ignorancia acerca de de la realidad que los envolvía unos pocos kilómetros más allá de su puntual ubicación terrestre y unos pocos años más allá de su infinitesimal ubicación en la corriente del tiempo. El resultado no podría ser más que erróneo).

Abundando más en este aspecto, la misma entidad exegética, en su libro "Acerquémonos a Jehová",

edición de 2014, capítulo 24, párrafos 16-21, muestra la enorme distancia entre las especulativas y pueriles concepciones estoicas acerca del sufrimiento y la felicidad y las mismas concepciones desde el punto de vista de la sagrada escritura: «Jehová demuestra de múltiples maneras que nos quiere… Nunca olvidemos que la dolorosa muerte que soportó Cristo en el madero de tormento, así como los sufrimientos aún más dolorosos que padeció el Padre (Jehová) al ver morir a su querido Hijo (Cristo), prueban que ambos nos aman. .. Jehová demuestra su amor por cada uno de nosotros al ayudarnos para que nos beneficiemos del sacrificio de Cristo. "Nadie puede venir a mí a menos que el Padre, que me envió, lo atraiga", dijo Jesús (Juan 6:44). En efecto, nos atrae individualmente a su Hijo y a la esperanza de vida eterna. ¿De qué modo? Con la predicación, que oímos a nivel personal, y con su espíritu santo, que nos permite comprender y poner por obra las verdades espirituales pese a nuestras limitaciones e imperfecciones. Por lo tanto, Dios puede aplicarnos a cada uno esta afirmación que hizo sobre Israel: "Con un amor hasta tiempo indefinido te he amado. Por eso te he atraído con bondad amorosa" (Jeremías 31:3)… La oración tal vez sea el privilegio que nos permite experimentar el amor de Jehová del modo más íntimo. La Biblia nos invita a "orarle incesantemente" (1 Tesalonicenses 5:17). Él nos escucha, e incluso recibe el título de "Oidor de la oración" (Salmo 65:2). No ha delegado esta función en nadie, ni siquiera en su Hijo. Pensemos en lo que esto implica: el Creador del universo nos exhorta a acercarnos a él en oración con total franqueza. Ahora bien, ¿es un oyente frío, impasible y desamorado? De ninguna manera… Jehová demuestra empatía. ¿En qué consiste esta cualidad? Un cristiano fiel de edad avanzada la definió así: "Es sentir tu dolor en mi corazón". Pero ¿de verdad afectan a Dios nuestros sufrimientos? Leemos lo siguiente tocante a los padecimientos de Israel, su pueblo: "Durante el tiempo de toda la angustia de ellos le fue angustioso a él" (Isaías 63:9). El Creador no sólo vio su aflicción, sino que se compadeció. Vemos reflejadas sus intensas emociones en estas palabras que dirigió a sus siervos: "El que los toca a ustedes está tocando el globo de mi ojo" (Zacarías 2:8)… Así es, el Altísimo comparte nuestras emociones al grado de sentir como suyo nuestro dolor… Algunas versiones dan a entender en este versículo que quien toca al pueblo de Dios está tocando el ojo de Israel o incluso el suyo propio, no el de Jehová. Este error se debe a que ciertos escribas enmendaron el pasaje por considerarlo irreverente. Fue una intervención desacertada que ocultó la intensidad de la empatía divina».

La facultad de la conciencia moral, vulgarmente llamada "voz de la conciencia", debe ser desarrollada y educada según las sagradas escrituras, pues nos previene de cometer errores peligrosos por acción u omisión. A veces, dicha "voz" nos atormenta (un displacer antagónico a la moral estoica, ya que ésta se ciñe a la idea determinista de que uno no debe perturbarse mentalmente por nada, ya que no se puede cambiar el discurrir de las cosas) con el objetivo de abocarnos al arrepentimiento tras un atropello perpetrado por nuestra parte contra alguien, por ejemplo; y de esta manera se nos induce, en buena hora, espoleados desde el propio interior, a reparar el daño ocasionado (el cual no está previamente determinado desde el punto de vista de una conciencia moral suministrada por designio creativo: ¿para qué dotar al hombre de una conciencia, si todas sus acciones están predeterminadas según una supuesta ley universal inexorable?).

Una consecuencia de la concepción estoica de la ética, como sometimiento a la ley natural, curiosamente coincidente hasta cierto grado con el enfoque trascendente de la vida proporcionado por el Génesis, es que mientras que existen muchas leyes humanas, diferentes en cada país o comunidad, existe una sola ley natural, ya que hay un solo "logos" y un solo orden en el Cosmos. El comportamiento humano debería, pues, adecuarse a esa ley común y no a las leyes concretas de los estados: el ser humano es un ser social, pero primeramente es ciudadano del Cosmos ("cosmopolita"), no ciudadano de un estado concreto. Esto supone afirmar que todos los hombres tienen la misma naturaleza, y que por tanto las diferencias entre ellos (entre amos y esclavos, entre bárbaros y griegos, entre hombres y mujeres) no son naturales, sino creadas convencionalmente. Este rechazo de las diferencias sociales y raciales ya había aparecido en algunos autores sofistas, pero será el estoicismo quien lo defina y extienda, e incluso lo lleve más allá de lo que lo había hecho ningún sofista, afirmando que debemos amar y compadecer a todos los hombres. Éste es uno de los aspectos del estoicismo que conservaría la teología pseudocristiana posterior.

Sin embargo, las ideas de amor, benevolencia, compasión, filantropía y misericordia esgrimidas por los estoicos conllevan una asepsia emocional bastante lejana a la manera en que las sagradas escrituras presentan los sentimientos del Dios de Amor, el Todopoderoso, Jehová por nombre. Así, lo que desde el punto de vista superior (desde el enfoque bíblico) representa el amor verdadero y todas las emociones que se vinculan a él… esto mismo, pues, resulta ser despreciable desde el inferior prisma estoico (es decir, desde un enfoque puramente humano, especulativo y extremadamente miope, discorde con los auténticos fundamentos en los que se basa la realidad antrópica, tributaria ésta de la obra creativa que se menciona en el Génesis). A este respecto, el libro "Acerquémonos a Jehová", edición de 2014, páginas 250 a 257 (versión española), publicado por la Sociedad Watchtower, explica:

«En medio de la noche se oye llorar a un recién nacido. La madre se despierta de inmediato, pues desde el parto ya no tiene el sueño tan profundo. Además, ha aprendido a distinguir los diversos tipos de llanto, de modo que por lo general intuye si ha de alimentar al pequeño, abrazarlo o darle otro tipo de atenciones. Pero sin importar la razón de los lloros, acude en su auxilio; lo quiere tanto que no puede pasar por alto sus necesidades… Aunque la compasión de la mujer por el fruto de su vientre figura entre los más entrañables afectos del ser humano, existe un sentimiento infinitamente más fuerte: la tierna compasión de Jehová. Examinar esta amorosa cualidad puede acercarnos más a nuestro Dios; por ello, veamos en qué consiste y cómo la manifiesta… En la Biblia encontramos una estrecha relación entre la misericordia y la entrañable compasión, a la que se alude con varias voces hebreas y griegas. Una de ellas es el verbo hebreo "rajam", que suele traducirse "mostrar misericordia" y "tener piedad". Según cierto diccionario bíblico, "expresa un profundo y tierno sentimiento de compasión, como el que es suscitado a la vista de la debilidad o del sufrimiento de aquéllos que nos son queridos o que necesitan de nuestra ayuda". Este verbo hebreo, que Jehová se aplica a sí mismo, está relacionado con el término para "matriz" y denota "compasión maternal" (Éxodo 33:19; Jeremías 33:26)… La Biblia nos enseña en qué consiste la compasión de Dios comparándola con los sentimientos de una mujer para con su bebé. En Isaías 49:15 leemos: "¿Puede una madre olvidar a su niño de pecho, para no compadecerse [rajam] del hijo de sus entrañas? Aunque ella se olvide, yo nunca te olvidaré" (Nueva Reina-Valera). Esta conmovedora descripción destaca la profundidad de la compasión de Jehová hacia su pueblo. ¿Cómo?… Cuesta creer que a una mujer se le pase alimentar y cuidar a su hijo lactante, quien está indefenso y requiere su cariño y atención día y noche. Pero, lamentablemente, no es raro oír de madres que incumplen sus deberes, sobre todo en estos "tiempos críticos" en los que escasea el "cariño natural" (2 Timoteo 3:1, 3). En cambio, Jehová dice: "Yo nunca te olvidaré". La tierna compasión que siente por sus siervos jamás falla y es infinitamente más fuerte que el más entrañable afecto imaginable: el que suele tener la madre para con su pequeño. No es de extrañar que un comentarista indicara que en Isaías 49:15 hallamos "una de las expresiones del amor de Dios más intensas —quizás la mayor— de todo el Antiguo Testamento"… ¿Es la tierna compasión un síntoma de debilidad? Así lo han creído muchas personas imperfectas. Por ejemplo, Séneca, filósofo contemporáneo de Jesús, enseñó que "la misericordia es un vicio", una debilidad. Este destacado intelectual romano pertenecía a la escuela estoica, que recomendaba mantener una calma en la que no influyeran los sentimientos. En su opinión, el sabio podía socorrer a quien se encontrara en apuros, pero sin tenerle lástima, la cual lo privaría de serenidad. Esta actitud egocéntrica ante la vida no permitía la compasión sincera. Pero Jehová no es en modo alguno así, pues nos asegura en su Palabra que "es muy tierno en cariño, y compasivo" (Santiago 5:11). Como veremos, tal cualidad no es un vicio, sino una virtud esencial que Jehová manifiesta como un padre amoroso. Observemos de qué manera… La compasión de Jehová resulta evidente en el trato que dispensó a su nación. A finales del siglo XVI antes de la EC, millones de israelitas vivían bajo el yugo de los egipcios, que los tiranizaban "amargándoles la vida con dura esclavitud en trabajos de argamasa de barro y ladrillos" (Éxodo 1:11, 14). En medio de sus tribulaciones, imploraron la ayuda del Dios de la tierna compasión. ¿Cómo respondió él?… Jehová se conmovió y dijo: "Indisputablemente he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído el clamor de ellos a causa de los que los obligan a trabajar; porque conozco bien los dolores que sufren" (Éxodo 3:7). No pudo menos que apiadarse al ver sus padecimientos y oír sus clamores. (Él) es un Dios que demuestra empatía (la capacidad de experimentar en sí mismo el sufrimiento ajeno), virtud muy relacionada con la compasión. Pero él no sólo se condolió de su pueblo, sino que se sintió impulsado a auxiliarlo. Es como indica Isaías 63:9: "En su amor y en su compasión él mismo los recompró". "Con mano fuerte" rescató a los israelitas de Egipto (Deuteronomio 4:34). Luego les proporcionó alimento milagroso y los condujo libres a una tierra fértil que pasó a ser suya… Jehová siguió apiadándose de los israelitas, quienes después de asentarse en la Tierra Prometida, le fueron a menudo infieles. Cuando sufrían las consecuencias, recapacitaban y clamaban a Dios. En repetidas ocasiones, él los liberó "porque sentía compasión por su pueblo y por su morada" (2 Crónicas 36:15; Jueces 2:11-16)… Reflexionemos en lo que sucedió en la época de Jefté. Dado que los israelitas se habían entregado al culto de deidades falsas, el Todopoderoso permitió que sufrieran la opresión de los ammonitas durante dieciocho años. Pero como indica la Biblia, finalmente se arrepintieron: "Empezaron a quitar de en medio de sí los dioses extranjeros y a servir a Jehová, de modo que el alma de él se impacientó a causa de la desdicha de Israel" (Jueces 10:616). Habían demostrado verdadero arrepentimiento, y el Dios de la tierna compasión ya no soportaba verlos sufrir, así que concedió fuerzas a Jefté para liberarlos de sus enemigos (Jueces 11:30-33)… ¿Qué nos enseña sobre la compasión el trato que dio Jehová a la nación de Israel? Por un lado, que no es la mera condolencia por las adversidades ajenas. Recordemos el caso de la madre que, al oír llorar a su niño, se enternece y obra en consecuencia. Igualmente, Dios no se muestra sordo a las súplicas de su pueblo, sino que, movido por su tierna compasión, le alivia los sufrimientos. Además, su forma de tratar a los israelitas nos enseña que esta afectuosa cualidad no es ninguna debilidad, ya que lo impulsó a tomar medidas enérgicas y decisivas a favor de ellos. Ahora bien, ¿se conmueve por sus siervos tan solo a nivel colectivo?… La Ley que otorgó el Creador a Israel revela que se apiada de las personas individualmente. Tomemos como muestra su interés por los necesitados. Él sabía que un ciudadano podía verse sumido en la indigencia a causa de algún contratiempo. ¿Cómo debería tratársele? La nación recibió mandatos estrictos: "No debes endurecer tu corazón ni ser como un puño para con tu hermano pobre. Sin falta debes darle —y no debe ser mezquino tu corazón al darle—, porque a causa de esto Jehová tu Dios te bendecirá en todo hecho tuyo" (Deuteronomio 15:7, 10). También se le ordenó que no cosechara completamente los bordes de los campos, ni se volviera a recoger lo que hubiese quedado atrás, pues la rebusca sería para los más desfavorecidos (Levítico 23:22; Rut 2:2-7). Siempre que los israelitas guardaban aquellas disposiciones tan consideradas, se veían libres de la necesidad de mendigar para comer. ¿Verdad que estas medidas reflejan la tierna compasión divina?… En la actualidad, nuestro amoroso Dios demuestra el mismo interés por cada uno de nosotros… Tenemos la certeza de que es consciente de todos nuestros sufrimientos. En efecto, el salmista David escribió: "Los ojos de Jehová están hacia los justos, y sus oídos están hacia su clamor por ayuda. Jehová está cerca de los que están quebrantados de corazón; y salva a los que están aplastados en espíritu" (Salmo 34:15, 18). Según un biblista, estas palabras describen a quienes "se caracterizan por el quebrantamiento de corazón y la contrición de espíritu, es decir, por la humillación que sienten debido al pecado, y por la carencia de vanagloria; se consideran insignificantes y no confían en méritos propios". Quizás crean que el Altísimo está muy lejos de ellos y que son tan poca cosa que no resultan dignos de su atención. Pero no es así. Las palabras de David nos garantizan que nuestro compasivo Hacedor no abandona a quienes "se consideran insignificantes"; sabe que en tales circunstancias lo necesitamos más que nunca, y está cerca de nosotros… Por supuesto, la mayor muestra de esta virtud de Jehová fue la entrega que hizo de su Hijo predilecto para rescatarnos. Aquel amoroso sacrificio de parte del Padre abrió el camino a la salvación. Y no olvidemos que la redención nos beneficia personalmente. Con razón predijo Zacarías, el padre de Juan el Bautista, que aquella dádiva exaltaría "la tierna compasión de nuestro Dios" (Lucas 1:78)».

Desde los sofistas a los estoicos y desde éstos hasta el presente, a lo largo de toda la historia del conocimiento, los filósofos han debatido más que nada sobre la naturaleza humana y sobre la motivación del comportamiento del hombre, siendo el determinismo una doctrina especulativa, entre otras doctrinas, que busca primariamente encontrar una respuesta contundente que zanje ese debate. Pero el tema no ha dejado de ser controvertido y en el ambiente académico se respira una sensación de irresolubilidad del problema, y también se está al tanto de las tremendas implicaciones éticas y políticas que ha tenido y tiene.

El determinismo, en su versión más seria y contundente, se fraguó en gran medida a la par que la idea de que todo puede ser explicado por la ciencia; idea que se expandió con gran popularidad al amparo de las teorías de Newton y que poco después no hizo más que crecer con cada descubrimiento científico. Estas dos ideas están regidas por el "principio de causalidad", y el "determinismo" impone una condición causal y universal para todos los fenómenos, sin excepción. Bajo este principio, se afirma que si se conoce el estado inicial de un sistema o parcela de la realidad y también todas las leyes de la naturaleza, siendo tal sistema cerrado, se podrá predecir el estado final de dicho sistema tras un tiempo "t" transcurrido. Este principio, que llegó a ser básico para el desarrollo de la ciencia, es el que expuso Laplace en su "Ensayo filosófico sobre las probabilidades" (año 1814): "Tenemos que reconocer el estado actual del universo como el efecto de su estado antecedente y como causa del estado que le va a seguir. Si concebimos una inteligencia que en un instante determinado abarca todas las relaciones entre todos los entes del universo, una inteligencia lo suficientemente amplia que permitiera someter estos datos al análisis; ésta podría establecer las posiciones respectivas, el movimiento y las propiedades generales de todos estos entes, desde los mayores cuerpos del universo al menor de los átomos; para ella nada sería incierto y el futuro así como el pasado estarían presentes ante sus ojos".

El determinismo de Laplace, también llamado "determinismo mecanicista", era un determinismo metafísico, absoluto; es decir, que afectaba a todas las cosas del Universo. Para muchos autores, este determinismo absoluto implica "fatalismo", pensamiento según el cual, en el mundo y en la vida humana, todo se encuentra predeterminado por el destino o hado. Esta confusión entre determinismo absoluto y fatalismo ha surgido en muchos lugares a lo largo de la historia y ha dado pábulo a que se planteen las principales objeciones contra el determinismo. Sin embargo, la existencia de una ley natural de causa-efecto no conlleva necesariamente intencionalidad en forma de deseo o plan divino, por lo que se deberían separar claramente ambas teorías: la causal (relación causa-efecto sin intencionalidad implícita) y la teleológica (relación causa-efecto con intencionalidad: explícita o implícita).

Además del "determinismo absoluto", existe el denominado "determinismo metodológico", que difiere del absoluto en que enlaza los datos obtenidos, la teoría y las propiedades de los fenómenos sin inferir automáticamente una ley lógica, trascendente y atemporal para todo el universo. Es decir, el "determinismo metodológico" apela sólo a la causalidad práctica o concreta (la manera no infalible en la que nuestra percepción intelectual correlaciona unos eventos con otros). El método científico viene a ser un claro ejemplo de "determinismo experimental" o metodológico. Los científicos trabajan sobre la base de que las inferencias causa-efecto que realizan de acuerdo a las observaciones y experimentos siguen un principio de determinación, sin el cual no serían capaces de desarrollar ninguna teoría explicativa; y menos aún se podría intentar predecir resultados de experimentos futuros ni desarrollar aplicaciones prácticas con posibles beneficios para la sociedad. Así, en todo experimento en el que haya una alteración del proceso que se estudia, del medio o del organismo investigado se está aceptando implícitamente la causalidad: "si añadimos el factor X entonces ocurre Y, por lo que X es causa de Y". Esto no significa, por lo tanto, que los científicos acepten el principio de Determinismo Absoluto. De hecho, al contrario, el Determinismo Absoluto no resulta ser de interés teórico para la mayoría del mundo científico.

El determinismo, en cualquiera de sus modalidades, encontró su más grave estorbo teórico con el advenimiento de las teorías de la mecánica cuántica, especialmente con el principio de indeterminación de Heisenberg, el cual ha sido esgrimido como argumento devastador contra toda modalidad de determinismo, ya que dicho principio ha mostrado que no es posible obtener al mismo tiempo dos medidas conjugadas (por ejemplo, la posición y la velocidad de una partícula subatómica) debido a la incidencia de los procedimientos del método de observación sobre el objeto observado. Pero lo cierto es que, tras un examen cuidadoso, el principio de indeterminación no impide la existencia de un principio metafísico de determinación, pues lo que simplemente hace es negar que pueda llegar a ser conocido el estado inicial de la partícula con absoluta certeza. Es decir, niega la determinación metodológica en la física cuántica.

Por extensión, debido a que los campos que las ciencias estudian se solapan, se podría decir que, como mínimo, existiría en toda ciencia un pequeño error de cálculo sobre el estado estudiado, que en los procesos predictivos es el estado inicial. Si el desarrollo del error desde el estado inicial al estado final fuese nulo, es decir, que el grado de error se mantuviese o cambiase poco, el problema de la predictibilidad estaría solucionado. Pero por desgracia (o por suerte) la gran mayoría de sistemas no funcionan de manera lineal, o como lo explicó mucho mejor Poincaré en "Ciencia y Método" (1908): " Una pequeña causa, que apenas percibimos, determina un gran efecto que no pasa desapercibido, y entonces decimos que el efecto se debe al azar. Si pudiéramos conocer con exactitud las leyes de la naturaleza y la situación del universo en el instante inicial, podríamos predecir exactamente la situación del mismo universo en un instante posterior. Pero, incluso en el caso de que las leyes naturales no tuviesen secretos, sólo podríamos conocer las condiciones iniciales de modo aproximado. Si eso nos permitiese predecir la situación posterior con el mismo grado de aproximación, no haría falta más, diríamos que el fenómeno se predijo y que está regido por las leyes. Pero no siempre sucede así; puede ocurrir que pequeñas diferencias en las condiciones iniciales produzcan diferencias muy grandes en el fenómeno último; un pequeño error en las primeras se convertiría en uno enorme en el último. Se hace imposible predecir y tenemos un fenómeno fortuito".

Esta declaración constituye uno de los principios básicos de la teoría del caos, aunque fue dada más de medio siglo antes de la formulación de dicha teoría como tal. El ejemplo más usado para explicar esta teoría es el de la "mesa de billar", en donde se tiene una mesa de billar "ideal" con un obstáculo convexo circular en el centro. Si se golpean dos bolas de billar desde el mismo punto de origen, pero con ángulos de dirección que difieren en un poco (una milésima de grado, verbigracia), cada vez que las bolas golpean en el obstáculo la dirección de la trayectoria de ambas se hace más y más distinta, llegando, tras un tiempo "t" suficientemente largo, a ser completamente diferentes, como se esquematiza en la figura de la página siguiente. Al final, la posición de una bola no nos ayudaría a predecir la posición de la otra.

Determinados sistemas caóticos, cuando son observados de cierta manera, pueden parecer modelos azarosos aunque en realidad no lo sean. Supongamos que sólo tuviésemos fotografías muy separadas en el tiempo del movimiento en el tablero de billar; entonces la colocación de las bolas en el tablero parecería seguir un modelo azaroso; sin embargo, al aumentar la precisión, por medio de reducir el tiempo entre fotogramas consecutivos, podríamos llegar a observar el movimiento con tal detalle que ya no parecería producto del azar, sino de leyes de causalidad determinista. No obstante, el modelo expuesto es un modelo de caos muy simple, así que cada nuevo obstáculo que añadamos en el tablero, o cada nuevo dato que intervenga en el proceso, hará la trayectoria más impredecible; es decir, hará que la trayectoria parezca más "azarosa".

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Uno de los últimos atisbos en filosofía científica (metaciencia) es la "teoría de sistemas complejos", que viene a producirse como consecuencia de la incapacidad del reduccionismo o simplismo teórico para llevar más allá el progreso de la Ciencia. El "complejismo" es un rapto de madurez frente a la puerilidad del "simplismo", que ya ha tenido su protagonismo durante un largo periodo histórico que pudiéramos denominar "infancia del conocimiento" humano. Esta visión complejista, que emana de la teoría de sistemas complejos, está muy relacionada con el punto de vista de las escuelas filosóficas estructuralistas de mediados del siglo XX; y el "determinismo" ha tenido que enfrentarse a ello, con lo cual ha salido perdiendo en su acervo clásico (el determinismo absoluto) y sólo ha podido continuar prosperando en su versión experimental o metodológica (determinismo metodológico).

La teoría complejista considera que las partículas o elementos (moléculas, células, individuos) que pertenecen a un sistema tienen estrecha relación con las demás partículas que participan de ese mismo sistema, y que las propiedades del sistema no son sólo la suma de las propiedades de las partes que lo forman. En este modelo, las partículas individuales no pueden ser entendidas salvo si lo son en su relación con las demás. Las características teóricas que parecen definir a estos sistemas son las propiedades emergentes y la autoorganización (débil a lo sumo, o en sentido limitado, incapaz de producir vida e inteligencia a partir de elementos de más bajo nivel, tal y como señala acertadamente la teoría del "diseño inteligente").

Para entender aceptablemente la teoría de los Sistemas Complejos es necesario comprender primero varias ideas principales, como son las de "realimentación" (o retroalimentación), "sinergia" y "propiedades emergentes". En una ligera aproximación a estos conceptos, podemos decir que la "realimentación" consiste en un mecanismo por el cual una cierta proporción de la salida de un sistema se redirige a la entrada del mismo, con objeto de controlar o influir en su comportamiento; se produce cuando las salidas del sistema, o la influencia de las salidas del sistema en el contexto, vuelven a ingresar al sistema como recursos o información; de ahí que dicho mecanismo contribuya a la impredecibilidad o indeterminismo en el comportamiento de un sistema. Así, la Retroalimentación es la fuerza que ejerce el Efecto sobre el Agente Causante, pudiendo ser lineal o no lineal; ahora bien, en la "retroalimentación lineal" se reconocen, a su vez, dos tipos: la negativa, que reduce la fuerza causante, y la positiva, que la aumenta; por supuesto hay que entender que esta nueva fuerza, ejercida por el efecto, puede sumarse e incluso interaccionar con otras fuerzas, elevando consiguientemente el sistema a un grado mayor de complejidad e impredecibilidad.

La "sinergia" es la acción conjunta de dos o más fuerzas sobre el objeto estudiado, resultando en un efecto difícilmente comprensible con los métodos utilizados para el estudio analítico de una sola de las fuerzas; esto significa que el efecto del conjunto de fuerzas es superior o trascendente a la suma de los efectos producidos por cada una de ellas considerada aisladamente. La "emergencia" (conjunto de propiedades emergentes) hace referencia a aquellas características o procesos de un sistema que no son reducibles a las propiedades o procesos de sus partes constituyentes; así, la mente, por ejemplo, es considerada por muchos investigadores como un fenómeno emergente, ya que surge de la interacción distribuida entre diversos procesos neuronales (incluyendo también algunos corporales y del entorno) sin que pueda reducirse a ninguno de los componentes que participan en el proceso (ninguna de las neuronas por separado es consciente).

Este modelo teórico complejista supone una revolución en la metaciencia en general y en cada ciencia en particular, porque cambia radicalmente la forma de abordar el estudio del mundo o de la realidad. Así, el mundo ya no es concebible como un simple sumatorio de partículas, con propiedades individuales que se suman y dan lugar a una propiedad general, sino que es contemplado como un sistema de interrelaciones que en muchos casos aumentan el grado de complejidad geométricamente (en progresión geométrica) al aumentar el número de partes del sistema aritméticamente (en progresión aritmética). Para tener una idea moderada de la diferencia de aumentos, supongamos que un sistema consta de 100 elementos que se encuentran interrelacionados entre sí y como consecuencia dan un grado 100 de complejidad; añadamos al sistema 3 elementos y obtendremos un aumento aritmético que va de 100 a 100+3= =103, pero el aumento geométrico o en complejidad iría de 100 a 100·3=300; si añadimos otros 3 elementos al sistema se pasaría a un aumento aritmético según la secuencia 100-103-106, en tanto que el aumento geométrico o de complejidad vendría dado por la secuencia 100-300-900; en la gráfica adjunta se muestra aproximadamente la diferencia de aumentos.

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Las propiedades emergentes son tal vez las características más enigmáticas de los sistemas complejos, puesto que suponen el surgimiento de una propiedad nueva, que no existía con anterioridad en el sistema, y que se produce debido a la interacción entre las partes de dicho sistema. Es muy diferente de la sinergia, puesto que ésta sólo implica un salto cuantitativo (como 2+2=5), mientras que la emergencia implica un salto cualitativo (el sistema neuronal da lugar al "pensamiento", aunque se cree que cada neurona aislada no puede pensar). Como es fácil de comprender, el emergentismo es algo tan escurridizo para los métodos de cálculo empleados por los seres humanos que el grado de impredictibilidad que se introduce con ello hace que sea milagrosa la obtención de una mínima cota de control prospectivo o vaticinador con respecto a la evolución pormenorizada del sistema.

Los saltos cualitativos ocasionados por las propiedades emergentes crean lo que podríamos llamar "niveles de organización" del sistema, dando lugar a un modelo jerárquico en el que cada piso superior es un sistema complejo auto-organizativo generado por las propiedades emergentes procedentes de niveles inferiores. Cada nivel parece funcionar de manera autónoma con respecto a los escalones superiores e inferiores, ya que parece seguir inercias propias no relacionadas con los procesos que ocurren en su sustrato o nivel inferior. Pero como ya se ha explicado, las propiedades emergentes dependen de las interacciones que se dan dentro del sistema complejo, por lo que, aunque no sea perceptible a simple vista, un nivel superior se verá afectado por su nivel sustrato. No hay que olvidar que las fuerzas no son nunca unidireccionales, por lo que, si el nivel inferior influye en el superior, las interacciones también pueden ser de carácter descendente (el nivel superior afecta al inferior). Nos encontramos, pues, con un modelo en el que no sólo es muy difícil comprender cómo actúa cada nivel por separado sino que es aún más difícil de entenderlo con respecto a cómo se relacionan los distintos niveles entre sí. La predictibilidad en un tal sistema es, por supuesto, extremadamente volátil.

Si intentamos ver el sistema complejo en su conjunto, con todas estas características, es fácil comprender que nos tenemos que enfrentar a modelos teóricos multifactoriales, no lineales, en los que una pequeña variación elemental (en una partícula o en una fuerza) produciría en otros niveles un resultado completamente distinto al original dentro del mismo nivel, y esto repercutiría en la totalidad de los niveles del sistema. A veces los cambios serían imperceptibles durante un tiempo y luego ocasionarían un efecto explosivo, y otras veces crearían procesos cíclicos o de estabilidad continuada. Es decir, sería imposible predecir con total seguridad cómo va a responder el sistema a la intromisión. El Principio de Indeterminación, la Teoría del Caos y los Modelos de Sistemas Complejos muestran la no predictibilidad humana para los modelos que se venían considerando deterministas, sin anular por ello el principio de "determinación absoluta" (enunciado por Laplace en su hipótesis mecanicista o de determinación absoluta, según se ha expuesto en la página 12). Esto significa que desde el punto de vista del conocimiento humano es imposible afrontar con éxito el reto de la infalibilidad en las predicciones, puesto que la extrema complejidad del mundo nos lo impide; sin embargo, desde la óptica de una hipotética inteligencia sobrehumana (con capacidades mentales que sobrepasen lo actualmente concebido por el hombre) es imprudente negar a priori la posibilidad de que ésta sea capaz de conseguir el determinismo absoluto en su comprensión del cosmos.

De todas formas, el estudio profundo de las sagradas escrituras parece mostrar que sólo el Creador, en el mejor de los casos, es capaz de afinar sin límite la aproximación al determinismo absoluto de índole cognitivo, puesto que Él es el constructor de la realidad universal, dentro de la cual se encuentran sus criaturas inteligentes (angélicas y humanas). Además, dado que es posible que los niveles de organización de los elementos que integran dicha realidad se soporten en una sucesión de subniveles sin límite, sólo el Creador, evidentemente, tendría los recursos necesarios para alcanzar los niveles más bajos, los cuales conformarían la base de toda la supraestructura de la realidad. Por lo tanto, sólo la mente divina sería capaz de profundizar y escudriñar a través de esa ilimitada serie descendente de subniveles, así como de percibir detalladamente las infinitas relaciones complejas entre los elementos de los diferentes niveles, y de esta manera, pues, proveer vaticinios exactos. Esto quiere decir que de existir la posibilidad de que alguien se posicione en la ventajosa situación de obtener una visión absolutamente determinista de la realidad, sólo el Creador calificaría para alcanzar semejante posibilidad.

Con el advenimiento de la visión complejista del universo se ha llegado gradualmente al establecimiento de un nuevo paradigma, el de "máxima complejidad", en el que los científicos han cesado de intentar simplificar su contemplación clásica del mundo para intentar verlo como de verdad es, aunque dicho esfuerzo objetivo por entender la realidad señale hacia un mundo que causa vértigo debido a que se revela extremadamente complejo. Este nuevo paradigma de la ciencia choca frontalmente contra uno de los axiomas más atesorados e importantes del método científico tradicional: el de la "navaja de Ockham", según el cual se ha de utilizar como cierta aquella explicación que, sin contradecir los datos experimentales, sea la más sencilla (reduccionismo o simplismo). Este principio ha sido, en verdad, de gran ayuda para el avance de la ciencia, puesto que ha permitido el desarrollo de aplicaciones prácticas o tecnológicas para la sociedad; el problema surge cuando los modelos simples derivados de él se consideran Verdad absoluta y se convierten en Dogmas, es decir, cuando derivan hacia el "reduccionismo radical".

Es necesario comprender que la Ciencia forma parte de la actividad social en un momento histórico en particular, y que por tanto existe una retroalimentación entre las ideas sociopolíticas y las científicas dentro de una época. Los sistemas sociales intentan buscar explicaciones ideológicas que los sustenten y que sean fácilmente comprensibles para la población, y por eso las ideas científicas o filosóficas no suelen colisionar abiertamente contra las formas de pensar que permanecen o han surgido en la estructura social que les es contemporánea (y si lo hacen, caen en descrédito general y sólo consiguen medrar cuando cambia el paradigma social y éste se torna favorable). Por ejemplo, la teoría darwiniana de la evolución prosperó cuando se generó un paradigma social capaz de sustentarla, a saber, una sociedad de tipo consumista y competitiva, un modelo social hasta entonces desconocido, en donde el concepto de "selección natural", de carácter despiadado y marcadamente competitivo, encontraba eco o reflejo en la dinámica de la nueva sociedad vigente, la cual por desgracia pervive hasta ahora.

En cuanto a la teoría evolucionista, todo hace pensar en que se mantendrá en ristre mientras dure el vigente sistema de cosas social, con su mentalidad competitiva dominante. En consecuencia, por mucho que las teorías creacionistas o del diseño inteligente logren desmentir dicho paradigma dominante, no se logrará su declinación hasta que la filosofía de vida actual pase al olvido. Según las sagradas escrituras, el comienzo del fin del presente paradigma social, y consecuentemente el de la teoría evolucionista albergada en él, sucederá en un lapso profético denominado "la gran tribulación": la agonía del presente mundo de la humanidad. La expresión "gran tribulación" sólo aparece en 3 libros de la Biblia: los evangelios de Mateo y Marcos y el Apocalipsis.

En el evangelio de Mateo, capítulo 24, versículos 21 y 22, se registran estas palabras proféticas pronunciadas por Jesucristo: "Porque entonces habrá gran tribulación como la cual no ha sucedido una desde el principio del mundo hasta ahora, no, ni volverá a suceder. De hecho, a menos que se acortaran aquellos días, ninguna carne se salvaría; mas por causa de los escogidos aquellos días serán acortados ". La inmensa mayoría de los exegetas concuerdan en que dichas palabras se refieren al fin del mundo que conocemos actualmente, si bien difieren notablemente en cuanto a las características de dicho final. Ahora bien, dado que el capítulo 7 del Apocalipsis (una revelación dada por Jesucristo resucitado a su apóstol Juan, concerniente al mismo final), versículos 13 a 17, habla de individuos humanos que "salen" o sobreviven a esa "gran tribulación" por protección divina (coincidiendo así con otros pasajes de la sagrada escritura que se refieren aparentemente a la misma clase de supervivencia), es pertinente pensar que dichos supervivientes compondrán una sociedad humana futura basada en la guía y normas divinas, con lo cual, como se ha señalado antes, el paradigma materialista-evolucionista habrá quedado obsoleto… incluso más que obsoleto: pasará a yacer en la memoria histórica como uno de tantos desaciertos trágicos y persistentes que llevó a la mayoría de la gente de la época postrera a su perdición completa.

La ciencia humana del futuro, al igual que la actual, va a ser incapaz por sí misma de descubrir la realidad en su totalidad. Únicamente servirá para proveer teorías y modelos que se ajusten más o menos a esa realidad, y sus predicciones siempre serán inestables en mayor o menor grado. Sin embargo, muchas serán las derivaciones tecnológicas que aportará para el beneficio de sí mista y de la humanidad. La Navaja de Ockham ha sido un instrumento muy útil, puesto que ha ayudado a crear cuerpos de conocimiento compactos y fáciles de entender. Pero ha llegado el momento en que el método reduccionista no puede sostenerse pretendiendo ser más importante que la realidad, puesto que obligaría a perpetuar en nuestra mente la trasnochada idea de que la realidad debe adaptarse a nuestro pensamiento y no a la inversa. En esta dirección, la tecnología tiene que desligarse necesariamente de la ciencia, puesto que la técnica es eminentemente reduccionista en sus planteamientos y no podría ser de otra forma. Sin embargo, la técnica es bastante útil para hacer avanzar a la ciencia, vale decir a la teoría de la máxima complejidad; pero es el método reduccionista de la técnica el que difiere del método complejista de la nueva ciencia, y, por tanto, la discrepancia entre ambas áreas del conocimiento (el científico y el tecnológico) lo es sólo en el plano metodológico. Esto hace que el determinismo sea más amigo de la técnica que de la ciencia: es más fácil y eficaz hacer predicciones acerca del estado futuro de un ingenio humano (un objeto artificial) que sobre un fenómeno natural (como, por ejemplo, el clima).

Desde los comienzos del conocimiento racional institucionalizado, con el advenimiento de la filosofía, siempre han surgido teorías influyentes que han visto al ser humano como parte de la naturaleza circundante, sin mayores valores trascendentes que los puramente materiales. Y estas visiones se hicieron mucho más prominentes con el surgimiento de las teorías evolucionistas, en especial a partir de "El Origen de las Especies" de Darwin, hace ya más de 150 años. Pero el concepto evolucionario de lo que es "natural" traspasó con prontitud el dominio puramente biológico y se extendió en todas direcciones, haciendo oscilar también los criterios morales como si fueran hojas que lleva el viento, bien a favor o bien en contra de lo que se consideraba bueno o malo.

Hubo pensadores que adoptaron el criterio de que lo "natural" es lo bueno y lo deseable, aquello que es y que ha de ser, lo inevitable; independientemente de lo que pueda creer el hombre en un determinado momento y en un determinado lugar. Por consiguiente, el ser humano haría bien en armonizar su vida con las directrices naturales y no forcejear con ellas para alterarlas o contrarrestarlas. Pero, ¿cuáles son esas directrices naturales? ¿Son las que postula el evolucionismo? ¿Es la lucha feroz por la supremacía vital, con su competitividad ilimitada y su "selección natural" o elemento modelador, la criteriología de base que hay que adoptar para sintonizar con la "naturaleza"? Al parecer, eso es lo que creyeron Hitler y sus apoyadores, quienes estaban fanáticamente dispuestos a practicar un darwinismo sociopolítico y militar que no sentía ningún remordimiento al eliminar y masacrar colectivos enteros de humanos supuestamente inferiores a la raza "aria". La bondad y la misericordia eran conceptos ficticios e irreales para esos fanáticos hitlerianos, y no encajaban para nada en el ideario de su nacionalsocialismo.

Pero también hubo otros pensadores que vieron lo natural como primitivesco e inútil, lo retrógrado, de donde el ser humano escapó evolutivamente. Para ellos, la evolución humana trajo consigo nuevos elementos y nuevas perspectivas. La ética y la moral deberían ser incluidas entre esas novedades evolucionarias. En este sentido, existe una investigación matemática acerca del altruismo que parece mostrar que la mejor opción evolucionaria en una población consiste en decantarse hacia la cooperación altruista, so pena de acarrear una extinción poblacional; sin embargo, los resultados de estas investigaciones no aportan solidez teórica a los defensores del "evolucionismo altruista" puesto que una cosa es la aportación matemática y otra muy distinta la marcha que adquieren los acontecimientos reales (por ejemplo, si matemáticamente se llega a la conclusión de que mediante la contribución desinteresada de 5 euros por cada ciudadano de un país en crisis económica es posible salir de dicha crisis, eso no significa que la inmensa mayoría de los ciudadanos del país tome la decisión altruista y unánime de efectuar la contribución sugerida, ni de que en el caso hipotético de que la respuesta ciudadana fuera masiva y positiva se iba a dar a la vez una gestión abnegada del gobierno en lugar de un desfalco egoísta por éste sobre el suculento capital recaudado).

Actualmente, lo natural se ve a la vez con todas esas connotaciones, tanto altruistas como egoístas, y mucho depende del contexto particular al que se refiera el estudio o investigación. Pero tal vez una de las teorías más fuertes, en especial desde los avances genéticos, ha sido la de la inevitabilidad de lo natural; es decir, somos lo que la naturaleza nos hace ser. Por lo tanto, el criterio natural, incierto y aparentemente azaroso, no se decanta por el altruismo o el egoismo de una forma reglada y sistemática sino que evoluciona de forma insospechada o caótica hacia estadios no determinados de antemano. Y aquí parece imponerse la dinámica del indeterminismo en cuanto a propósito, diseño y previsión (vaticinios inciertos). Así, si creemos hallar altruismo en una población de hormigas, en el sentido de que el individuo sacrifica su libertad en el interés de la colectividad, dicho altruismo se convierte en egoísmo cuando compiten dos colonias de hormigas por los recursos de un mismo territorio y lo hacen con una ferocidad despiadada, hasta que una de ambas colonias es exterminada por la oponente. Por otra parte, en otras ocasiones, las colonias cooperan o se adaptan a una vida en común. Esto ha llevado a algunos naturalistas a hablar de "altruismo relativo" (en contraposición al "altruismo absoluto", que es un concepto considerado obsoleto en la ciencia materialista actual).

Lo cierto es que manteniendo una visión estrictamente materialista de la Naturaleza, con exclusión de un Diseñador Inteligente que la haya creado, el concepto de "altruismo" permanece nebuloso y provoca un alud de incertidumbres y paradojas; pero, además, la sola admisión de la acción creativa de un Sumo Hacedor parece insuficiente para poder salir de todas las paradojas; pues se necesita conocer, evidentemente por revelación divina, cuáles son los designios del Todopoderoso para la humanidad y la biosfera y también cuán grande ha llegado a ser la divergencia entre el propósito divino al crear y la situación actual degenerada de una Tierra desconectada de dicho propósito. El Génesis revela precisamente cómo se produjo esa desconexión, la gravedad de la misma, su alcance y un atisbo de solución al problema. Así, mucho del altruismo que los investigadores materialistas asignan a las manifestaciones evolutivas son, en realidad, reliquias dispersas de un pasado biosférico esplendoroso producido por el diseño creativo del Todopoderoso, en donde la cooperación era la norma y no la excepción. Dicho altruismo natural debe, pues, interpretarse como rúbrica, firma o sello distintivo que el Artífice Supremo ha dejado impreso en su obra creativa; y el ser humano no es una excepción, pues el texto sagrado dice: "Y Dios procedió a crear al hombre a Su imagen, a la imagen de Dios lo creó; macho y hembra los creó" (Génesis, capítulo 1, versículo 27).

Tomando como referencia la Wikipedia, tenemos que señalar que el "determinismo", pese a los reveses teóricos que ha tenido que soportar en tiempos recientes, sigue manteniendo el tipo como doctrina filosófica porque determinados ámbitos del saber le otorgan cierta viabilidad. Como antaño, sigue sosteniendo la enseñanza de que todo acontecimiento físico, incluyendo el pensamiento y las acciones humanas, están básicamente determinados por la irrompible cadena "causa-consecuencia", y, por tanto, el estado actual de un sistema "determina" en algún sentido el futuro del mismo. Como quiera que su versión monolítica y radical se ha hecho insostenible en el seno de la ciencia contemporánea, han brotado diferentes formulaciones deterministas que se diferencian en los detalles de sus afirmaciones y a las que podemos agrupar en dos grandes categorías, a saber:

1. Determinismo fuerte, que pregona la no existencia de sucesos genuinamente aleatorios o azarosos, por lo que, en general, según este tipo de determinismo, el futuro es potencialmente predecible a partir del presente. Por su parte, el pasado también podría ser plenamente cognoscible si supiéramos perfectamente todo acerca de una situación puntual de la cadena de causalidad.

2. Determinismo débil, que sostiene que es la probabilidad lo que está determinado por los hechos presentes, o que existe una fuerte correlación entre el estado presente y los estados futuros, aun admitiendo la influencia de sucesos esencialmente aleatorios e impredecibles.

Es necesario resaltar, para evitar confusiones, que existe una diferencia importante entre la determinación y la predictibilidad de los hechos. La "determinación" implica exclusivamente la ausencia de azar en la cadena causa-efecto que da lugar a un suceso concreto. La "predictibilidad" es un acto potencial, derivado de la determinación certera de los sucesos, pero exige que se conozcan completamente las condiciones iniciales (o cualesquier condiciones que se escojan arbitrariamente como iniciales) de la cadena de causalidad.

Si, como parece desprenderse del estudio de la sagrada escritura, asumimos que Dios tiene la capacidad de predecir sucesos del futuro con tanta aproximación como desee, hasta llegar a alcanzar el mismísimo límite de aproximación si así lo estima conveniente, entonces el "determinismo" de todos los sucesos de la realidad estaría asequible al Todopoderoso y a nadie más. Cualquier otro viviente, por excelso que sea, no puede alcanzar ese estado cognitivo, debiéndose contentar a lo sumo con una visión indeterminista del cosmos, infinitamente alejada del supuesto determinismo cognitivo divino.

No obstante, concluir que desde la óptica de Dios está todo determinado no deja de presentar paradojas. Por ejemplo, surgen cuestiones tales como: ¿Estaba Dios determinado, desde el pasado más remoto, a hacerse Creador? ¿Están determinadas todas las acciones divinas, ya pasadas, ya presentes o ya futuras; o más bien lo que está determinado es el derrotero de vida de sus criaturas?

Como podemos apreciar, la disyuntiva "determinismo o indeterminismo" está lejos de ser resuelta por los seres humanos, lo cual no implica que algún día del futuro pueda ser zanjada tal vez. Quizás sea un problema de conceptos y terminología insuficientemente desarrollados, demasiado pueriles al presente como para poder abordar el asunto con la exactitud y el rigor que se requieren.

Predestinación o no predestinación.

¿Se encuentra "escrito" ya, de algún modo y en alguna parte, nuestro destino individual y colectivo? Esta pregunta se podría plantear también, de una manera más global, así: ¿Estará la realidad determinada, con fuerte determinismo, para todo aquél que posea la herramienta apropiada capaz de leer minuciosamente todos los elementos de la realidad y así poder alcanzar una visión infalible del futuro? ¿O será sólo el Creador el que posee esa hipotética herramienta, y nadie más? ¿Y si sucediera que no hubiera nada escrito de antemano, sino que simplemente el Todopoderoso puede aproximarse tanto como desee a hacer previsiones futuristas certeras? Por otra parte: ¿Se podría encontrar alguna clase de equivalencia, o no, entre el determinismo fuerte y la prospectiva (conjunto de análisis y estudios encaminados a explorar y predecir el futuro, en un determinado aspecto de la realidad)?

El ser humano tiene la capacidad mental de elucubrar acerca del futuro con más o menos acierto, y cuando usa buenas herramientas de estudio, su habilidad de predicción aumenta. Además sus aciertos suelen ser mayores cuando la predicción es a corto plazo y peores cuando es a largo plazo. Evidentemente, cuantas más herramientas técnicas y científicas tenga a su disposición, más exactas serán sus predicciones, como se ejemplifica en el caso del pronóstico meteorológico. Actualmente, de mucha ayuda le son las simulaciones por ordenador. Y, en todo esto, parece haber una progresión hacia una mayor exactitud en la previsión, de acuerdo con el avance de la técnica, si bien dicho progreso puede ser muy pequeño en algunos casos. Pues bien, si esto es así en el ámbito humano, ¿cómo será en el seno del Creador, cuyo nivel de conocimiento supera infinitamente al del hombre? ¿De qué recursos dispondrá el Sumo Hacedor y cuán elevados serán?

Es interesante lo que se ha investigado en Ciencias Sociales. Dado que las ciencias sociales estudian tanto la conducta individual como colectiva (esto es, la conducta de sistemas formados por diversos individuos), existen formas teóricas de determinismo que sostienen que el comportamiento global del sistema es determinista aunque sin afirmar nada sobre el determinismo de los individuos (ausencia o indefinición de determinismo individual); y también hay formas más radicales, pero menos mayoritarias, que sostienen el determinismo incluso a nivel de individuo. Algunos autores, como Marvin Harris que no son estrictamente deterministas, han planteado la posibilidad de un determinismo probabilista, por el cual no serían los hechos en sí mismos los que están determinados sino la probabilidad de que un sistema social evolucione en un sentido u otro. Esto último parece corroborar la idea de que es mucho más fácil prever el comportamiento de la masa que el de un solo individuo o unos pocos, aislados de la misma.

Existen varias teorías que postulan alguna forma de determinismo para la evolución de los sistemas sociales. En general, estas teorías proponen alguna forma de determinismo débil, justificando que el determinismo al que se refieren no es tanto al hecho de que el comportamiento de los individuos pudiera ser determinista en sí mismo, sino más bien a que la propia estructura y las restricciones impuestas a los sistemas son los que producen el determinismo, aun cuando los individuos realmente puedan estar dotados de libre albedrío. En esta línea de pensamiento se encontraría el denominado "determinismo económico", que afirma que la evolución de las sociedades está gobernada o restringida por factores económicos; el filósofo Karl Marx sugirió que las estructuras sociales están fuertemente condicionadas por factores económicos y el modo de producción, a su vez, determinado por la tecnología (las fuerzas productivas); esto ha llevado a que algunos enfoques tecnocráticos actuales asuman tácitamente el determinismo económico, a saber, que un mismo conjunto de medidas económicas aplicadas a gran escala producirán resultados idénticos (o muy parecidos) en sociedades diferentes y en tiempos diferentes, con independencia de otros factores extraeconómicos de tipo político, social y cultural.

Debido al fortísimo impacto que la ciencia y la tecnología ha tenido, y tiene, en la sociedad humana, muchos autores opinan que las fuerzas técnicas determinan los cambios sociales y culturales. Esta posición, de "determinismo tecnológico", es similar a la mantenida por Jared Diamond, Marvin Harris o Karl Marx, para los cuales los factores materiales, entre ellos la tecnología y los recursos disponibles, condicionan fuertemente otros desarrollos sociales, aunque ninguno de los tres autores es un determinista propiamente dicho. Esta corriente, que se perfila mayoritariamente en torno a la denominada "Escuela de Toronto", estudia los medios de comunicación que prestan especial atención a su naturaleza tecnológica y a cómo ésta influye y determina los usos sociales que se hacen de ella e incluso las formas sociales que surgen de ellos.

Durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, se desarrolló un tipo de determinismo denominado "determinismo geográfico"; y es que para muchos teóricos el medio físico tenía gran poder para determinar a las sociedades humanas como colectivo y al hombre como individuo, así como el nivel de desarrollo socioeconómico y cultural; por lo que los seres humanos deberían adaptarse a las condiciones impuestas por el medio. Esta "escuela geográfica", o "forma de hacer geografía", se considera impulsada por el geógrafo alemán Friedrich Ratzel. La geógrafa estadounidense Ellen Churchill Semple llevó estas ideas hasta extremos radicales en su obra "Influences of Geographic Environment on the Basis of Ratzel"s System of Anthropo-geography". Una variante de este tipo de determinismo es el "determinismo climático", que establece que la cultura y la historia resultan muy condicionadas por las características climáticas de la zona donde se vive. Un ejemplo de este tipo de determinismo es el que plantea Ellsworth Huntington en sus obras "Clima y Civilización" y "The Pulse of Asia", en donde se afirma que los orígenes de la civilización están determinados por el clima; si el clima no es favorable, no se producirá un elevado nivel de desarrollo humano (civilización). Otra forma de determinismo geográfico débil es la postura de Jared Diamond, quien sugiere que la presencia de ciertos animales domesticables o ciertos recursos naturales en ciertas regiones ha tenido un impacto decisivo en la expansión de las civilizaciones antiguas y modernas.

El panorama académico se muestra desconcertado en lo que toca a los planteamientos deterministas, puesto que no ofrecen un consenso definitorio ni un marco teórico unificado de cara a establecer criterios que permitan la solución de los problemas suscitados. Veamos. Hay determinismos de todas clases, a veces contradictorios entre sí. Hobbes niega la libertad en virtud de la convivencia social, aduciendo que la sociedad es la que impone las reglas o leyes necesarias para equilibrar los intereses y deseos individuales, pues en caso de faltar dicha reglamentación el hombre desembocaría en un caos generalizado que atentaría contra todos y cada uno de los individuos, pues como afirma este autor: "Homo homini lupus" (El hombre es un lobo para el hombre). Está también el "determinismo de clase", que señala que el nivel social en el que mueren los individuos está ligado, o correlacionado probabilísticamente, con el nivel social en el que nacen las personas; de manera que, en términos sociales, existe inamovilidad; y esto se considera un antónimo del sueño americano, porque parece que la sociedad no mide el valor de las personas en función de sus ideas, pensamientos o logros personales, sino por su nivel social, siendo entonces imposible escalar en la sociedad a menos que se esté destinado para ello.

Nuevamente, dentro de las formas de determinismo, en relación con los individuos, existen posturas que van desde el determinismo probabilista hasta el determinismo fuerte que niega cualquier papel del azar. Desde el punto de vista humano, el determinismo individualista fuerte sostiene que no existe el libre albedrío sino que nuestra vida está regida o fuertemente determinada por circunstancias que escapan a nuestro control de modo que nadie es responsable, en última instancia, de lo que hace o deja de hacer.

Hay, por otra parte, un tipo de determinismo que podemos denominar "determinismo biológico" y que englobaría un conjunto de teorías que defienden la posibilidad de dar respuestas últimas al comportamiento de los seres vivos a partir de su estructura genética. Por lo tanto, la conducta, tanto de los animales como del hombre, obedece a formas que han sido necesarias para la supervivencia de sus genes, y las cuales se extienden a complejos sistemas sociales adaptados a su más favorable proceso evolutivo.

Dentro del determinismo biológico cabe destacar el llamado "determinismo genético", que afirma, en su versión más fuerte, que nosotros no somos libres porque estamos condicionados o determinados por nuestros genes. Pero en las versiones más débiles el determinismo genético sostiene que nuestra personalidad y en gran medida nuestro éxito y acciones en la vida están sujetas ante todo a nuestros genes, que serían el factor explicativo principal; no obstante, se admiten otros factores probabilísticos que pudieran estar sujetos al azar.

Y contra el determinismo biológico se levanta el "determinismo ambiental o educacional", también llamado "determinismo conductista", el cual afirma que no son los genes los que nos condicionan, sino la educación que recibimos a lo largo de nuestra vida, siendo ésta la causante de nuestro comportamiento. Para el determinismo conductista tampoco somos libres, porque nuestras conductas fueron condicionadas educacionalmente. El psicólogo B. F. Skinner defendía esta postura, al igual que J. B. Watson.

El galimatías académico suscitado en torno a la noción de determinismo no acaba aquí, sino que se extiende a muchos más campos cognitivos. Así, también está el denominado "determinismo psíquico", concepto acuñado por el psicoanálisis. El determinismo psíquico es una idea que afirma que todo fenómeno psíquico tiene una causa y, por lo mismo, también la libre elección o decisión humana, en donde la causa debe entenderse como la fuerza motivacional más potente, o bien la situación psicológica interna determinada por todos los condicionamientos procedentes de la herencia, la biología, la educación, el temperamento y el carácter de la persona que decide o de su inconsciente.

Se habla también del "determinismo lingüístico" para referirse al hecho de que la forma concreta de la lengua que hablamos y los conceptos presentes en la misma imponen o condicionan fuertemente el tipo de razonamientos, concepciones e ideas sobre cómo es el mundo. La hipótesis de Sapir-Whorf, muy popular a mediados del siglo XX, es una forma de determinismo lingüístico. Pero, en general, la mayor parte de los determinismos lingüísticos han sido muy criticados y discutidos tanto por lingüistas como por especialistas en ciencia cognitiva.

En física, el determinismo sobre las leyes naturales fue dominante durante siglos, siendo algunos de sus principales defensores Pierre Simon Laplace y Albert Einstein. Laplace, quien contribuyó enormemente al desarrollo de la física y la teoría de probabilidades, afirmó: " Podemos mirar el estado presente del universo como el efecto del pasado y la causa de su futuro. Se podría concentrar un intelecto que en cualquier momento dado sabría todas las fuerzas que animan la naturaleza y las posiciones de los seres que la componen. Si este intelecto fuera lo suficientemente vasto para someter los datos al análisis, podría condensarse en una simple fórmula de movimiento de los grandes cuerpos del universo y del átomo más ligero; para tal intelecto nada podría ser incierto y el futuro, así como el pasado, estaría frente sus ojos".

La mecánica clásica y la relatividad son teorías que postulan leyes de evolución temporal, es decir, ecuaciones de movimiento, de tipo determinista. Ha habido autores como Karl Popper o Ilya Prigogine que han intentado rebatir este determinismo en la física clásica basándose en argumentos tales como la existencia de sistemas con bifurcaciones, la flecha del tiempo, el caos, etc. Sin embargo, según López Corredoira, todo lo que han conseguido estos autores es básicamente confundir de manera inapropiada el determinismo con la predictibilidad. El determinismo es inseparable de la mecánica clásica y de la teoría de la relatividad, pero no así la predictibilidad, pues, a pesar del hecho determinista en el modo en que las mecánicas clásica y relativista tratan la evolución temporal de los sistemas físicos, en la práctica existen muchas dificultades para lograr un conocimiento completo del estado físico de un sistema clásico o relativista.

Muchos especialistas consideran a la mecánica cuántica como un marco a favor de la aleatoriedad y como una teoría no determinista, al basarse en probabilidades y al aparentar no estar regida por principios comunes con la mecánica tradicional. Pero cuando se examina esto más de cerca, se nota que el fenómeno al que normalmente nos referimos como azaroso es meramente una cuestión de falta de conocimiento. Si conociéramos la ubicación, la velocidad y otras características, contempladas por la física clásica, de todas las partículas en el universo con certeza absoluta, entonces seríamos capaces de predecir casi todos los procesos que se dan en el mundo cotidiano. Podríamos incluso predecir los números ganadores de la lotería. Así, pues, se utiliza la probabilidad porque cualquier medición exacta tiene el efecto de alterar el resultado; pero esto no implica que dentro de la mecánica cuántica, esos procesos "aleatorios" sean también producto de causas desconocidas. Varios generadores aleatorios (generadores cuánticos de cifras, por ejemplo) se basan en esta supuesta "impredictibilidad" para crear "azar puro"; pero de hecho lo que sucede es que desconocemos los factores implicados, y si podemos alterarlos o no; y así creamos la ilusión de algo aleatorio, tal como cuando tiramos un par de dados o jugamos a la ruleta. Esto da pie a la doctrina del "determinismo fuerte", no muy bien visto en ciencias naturales, en general; pues la mayoría de los investigadores se ha decantado hacia un "determinismo débil". Este determinismo fuerte se ha hecho sinónimo de "determinismo cosmológico", al afirmar que el universo se rige por unas leyes físicas inquebrantables (incluso nosotros también); por tanto, todo lo que acontece sucede así porque nunca podría haber sucedido de otra manera.

La verdad es que si el Creador puede vaticinar el futuro con tanta exactitud como desee, cabría pensar que toda la realidad está sujeta a un determinismo fuerte. Todo está férreamente determinado en el universo, al menos en nuestro universo; pero sólo Dios tiene la capacidad de acceder a las claves cognitivas que Le permiten examinar dicho determinismo con precisión total. Y de aquí a pensar que en el cosmos todo está ya escrito de antemano hay un paso, por lo que fácilmente podríamos concluir que el Todopoderoso puede "leer" el futuro con absoluta claridad. Hasta hay quien piensa que Dios vive fuera del tiempo, en un presente perpetuo, de tal manera que para Él no existe ni pasado ni futuro sino únicamente presente.

En el estado actual de nuestros conocimientos no parece probable que podamos entender bien el hecho de que Dios pueda predecir el futuro con tanta exactitud como desee, posiblemente porque nuestra conceptualización científica y técnica está todavía en un periodo muy primitivo, a pesar de todos los adelantos ocurridos en los últimos dos o tres siglos. Es reciente el descubrimiento de que existen infinitos órdenes de infinitud, y no obstante hay muchas paradojas que resolver aún en este campo; la misma noción de "tiempo" está en estado de esclarecimiento, y los investigadores no son capaces de ponerse de acuerdo en cómo abordar el estudio eficaz de ésta; la teoría de sistemas de máxima complejidad está en desarrollo y se presume que le falta un largo recorrido para alcanzar su madurez; y así sucesivamente, siendo muchos los campos del saber que deberán desarrollarse suficientemente para conseguir abordar la cuestión de la predictibilidad desde una óptica necesariamente multidisciplinar y remuneradora.

Los estudiosos de las santas escrituras pueden acortar sus incertidumbres recurriendo a la revelación bíblica, ya que según ella "la palabra de Dios (la revelación escrita) es una lámpara para el pie y una luz para la vereda por la que se transita" (Salmo 119: 105). Por lo tanto, si consideramos que aquí (en este contexto particular) la "vereda" es la difícil cuestión de cómo entender la capacidad predictiva divina y el "pie" es cada una de las conclusiones que nos llevan finalmente a la elaboración de una teoría al respecto, bien haremos en indagar profundamente en la sagrada escritura para evitar deslizarnos por senderos erróneos.

Desgraciadamente, muchos teólogos han desacertado en este asunto. Algunos se han sumergido en un punto de vista radical, en un determinismo religioso, afirmando que si Dios lo sabe todo será porque él mismo ha determinado todas las cosas según su criterio, por lo que Dios es la causa de las acciones humanas. El calvinismo mantiene que el ser humano carece de libre albedrío, y que está predestinado. En contraste, otras corrientes del protestantismo en general se oponen al determinismo diciendo que si Dios es omnipotente también puede hacer al ser humano libre aunque sepa lo que éste va a hacer. Es decir, Dios y el hombre serían conjuntamente los autores de los actos humanos. Pues bien, en cualquiera de estos casos se debilita la creencia en la libertad humana tal como se expresa en la Biblia, con su consiguiente responsabilidad moral; y con ello se desacreditan automáticamente muchos pasajes de la sagrada escritura que imputan fuerte responsabilidad al ser humano por su comportamiento.

La "predestinación" es, por tanto, un tipo de determinismo teológico, una doctrina religiosa, bajo la cual se discute la relación entre el principio de las cosas y el destino de las cosas. Su naturaleza religiosa lo distingue de otras ideas con respecto al determinismo o el libre albedrío (la cuestión del libre albedrío implica una discusión previa en cuanto a la existencia o no de determinismo en las leyes naturales y consecuentemente en la conducta humana, puesto que la admisión del determinismo supondría automáticamente la conculcación, en mayor o menor medida, del libre albedrío, dependiendo de si tal determinismo tiene carácter fuerte o débil).

La doctrina de la predestinación concierne a la concepción teológica de la toma de decisiones por parte de Dios en cuanto a crear y gobernar la creación y la evolución de la misma determinando lo que será del destino de grupos e individuos. El término procede del latín "praedestinatio" y en la teología de la cristiandad se aplica a la idea de que Dios conoce desde la eternidad el destino del universo y de cada persona. Agustín, en la Iglesia católica, y Calvino, en el protestantismo, son autores especialmente vinculados a esta doctrina, aunque entre ellos se dan diferencias notables de puntos de vista.

Juan Calvino creía en la predestinación y completó su creencia con la convicción de que Dios, desde el principio de la Creación, ya había predeterminado quién se salvaría y quién se condenaría. Aunque pudiera parecer que una doctrina como ésta, en la que, independientemente de lo que uno haga, Dios ya ha predeterminado si la persona se salvará o no, quizás no sea el mejor estímulo para alentar un comportamiento moral, en la práctica tuvo una curiosa influencia positiva. Esto se explica así: puesto que al obrar y vivir en el temor de Dios uno lo interpretaría como síntoma de que es uno de los pocos elegidos, todos deserían descubrir en sí mismos los signos de la gracia divina y obrarían convenientemente. La doctrina de Calvino vendría a ser, pues, una especie de profecía que se obliga a sí misma.

Toda concepción de un cosmos ordenado o racional tiene implicaciones deterministas, como consecuencia lógica de la idea de la previsibilidad. Pero la predestinación se refiere generalmente a un tipo específicamente religioso de determinismo, especialmente encontrado en varios sistemas teológicos donde la omnisciencia es atribuida a Dios con matices erróneos. Además, la discusión de la predestinación implica generalmente la consideración de si Dios es omnisciente, o eterno o atemporal (fuera del flujo del tiempo). En ratificación de estas ideas, los teólogos deducen que Dios puede ver el pasado, el presente y el futuro, pues de otra manera no podría preconocer el futuro. Ahora bien, si Dios en algún sentido sabe tempranamente lo que sucederá, entonces los acontecimientos en el universo se predeterminan efectivamente del punto de vista de Dios. Esto en sí mismo no es predestinación (aunque implique el determinismo). La predestinación acarrea la noción de que Dios ha determinado el porvenir, esto es, lo que será el destino de las criaturas, y no que simplemente esté enterado de ello.

El Judaísmo ha aceptado la posibilidad de que Dios sea atemporal, mientras que otras formas del judaísmo no. Los Judíos pueden utilizar la omnisciencia o la "preordenación", ésta última como un corolario de la omnisciencia, pero rechazan normalmente la idea de la predestinación como una noción completamente extraña e insostenible. El Islam tiene tradicionalmente fuertes puntos de vista concordantes con la predestinación, semejantes a algunos que se encuentran en la cristiandad. En el Islam, Alá sabe y ordena cualquier cosa que pasa. Los musulmanes creen que Dios es literalmente atemporal, eterno y omnisciente al mismo tiempo.

Pero parece que la doctrina de la preordenación provoca disensiones y malos entendidos entre teólogos, que discrepan en el contenido doctrinal (para un colectivo de pensadores judíos la preordenación equivale a omnisciencia, pero para un buen número de teóricos de la predestinación la preordenación es un concepto más abarcador que la predestinación). La mayoría de los teólogos asumen que "preordenación" significa el ordenamiento de Dios sobre lo creado, o sus decretos, o la determinación o designación por Él de cualquier cosa que vaya a suceder en el universo, hasta la misma eternidad de los tiempos. Debemos subrayar aquí la expresión "cualquier cosa", porque ésa es la peculiaridad que distingue la preordenación de la predestinación. Así, la Preordenación es un concepto teológico que incluye todo y que abarca todo; y nos da a entender que no hay nada en todo el universo que esté exento de esta marca preordenadora del Dios Eterno. Una piedra o un animal, un hombre o un ángel, el pertenecer a este mundo o a otro, el estar en el pasado o en el futuro… , todo ello está preordenado, en sujeción absoluta al decreto eterno de Dios.

Cuando, por otra parte, hablamos de la Predestinación, venimos a considerar una porción, y solamente una porción, del abarcador concepto de la Preordenación. Por consiguiente, cuando los teólogos hablan de Preordenación suelen referirse a todas las cosas creadas, pero cuando hablan de Predestinación se refieren solamente a una parte del total creado, una parte muy pequeña de ese total. Predestinación es, según esto, la parte de la preordenación que trata de las acciones de las criaturas moralmente libres, sean ángeles u hombres. En consecuencia, la doctrina de la Predestinación enseña que Dios ha preordenado específicamente las acciones de las criaturas moralmente libres.

Por ejemplo, cuando una persona deja caer un bolígrafo al suelo, se están cumpliendo al unísono la teoría de la Preordenación y la de la Predestinación. Si enfocamos la atención en la caída del bolígrafo, como simple hecho físico, estamos ante el prisma de la Preordenación; y ello no es más que una parte de la totalidad de cosas que han sido decretadas eternamente por Dios. Pero debido a que el bolígrafo es un ser inanimado y no una criatura moralmente libre, su caída física no pertenece al reino de la Predestinación propiamente dicho, sino más bien a la Preordenación. El bolígrafo no quiere caer, no escoge caer. Su caída es el resultado de un acto deliberado ajeno a él, causado por alguien que ha actuado. En consecuencia, la caída del bolígrafo no pertenece a la predestinación, sino que es parte de preordenación, meramente. Sin embargo, cuando consideramos la acción deliberada de dejar caer el bolígrafo, entonces tenemos un instante de predestinación; es la actuación de un agente moralmente libre, que decide provocar la caída del bolígrafo. Y siendo un agente moralmente libre, éste entra en el dominio de la predestinación. En definitiva, cuando hablamos de la caída del bolígrafo estamos hablando de preordenamiento; pero cuando hablamos de que una persona hace caer el bolígrafo, entonces hablamos de predestinación.

Pues bien, la doctrina de la predestinación propone que hasta la actuación de un agente moralmente libre está preordenada, o prefijada de antemano. Pero este punto de vista resulta chocante a la luz de la sagrada escritura, puesto que en ella se expone que Dios pide cuentas y responsabilidades a sus criaturas inteligentes por la manera en que éstas usan su libre albedrío; y esto sería ilógico si el Creador las hubiera predestinado, es decir, si a fin de cuentas el libre albedrío fuera un concepto realmente ficticio. La entidad exegética y sociedad bíblica conocida como Watchtower Bible And Tract, en su revista "la atalaya" de fecha 5-2-1995, páginas 3 a 7, bajo el tema "¿Tiene Dios fijado ya nuestro destino?", comenta, en parte, lo siguiente: «El tema de la predestinación ha inquietado a mucha gente a través de la historia. Fue parte importante de la controversia que dio origen a la Reforma, y, aun dentro de la Iglesia Católica, fue objeto de apasionadas discusiones durante siglos. Aunque hoy ya no se debate tanto, persiste el problema.

Partes: 1, 2, 3
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