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El cuento literario o la concentrada intensidad narrativa

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    El cuento literario o la concentrada intensidad narrativa – Monografias.com

    El cuento literario o la concentrada intensidad narrativa

    Etimológicamente, cuento proviene del vocablo latino computum, cuenta o cálculo, que, por un fenómeno de traslación y deslizamiento semántico, pasó de la enumeración de objetos a la de hechos sucedidos, sucesos o acontecimientos fingidos; como dice E. Ánderson Ímbert, el cómputo se hizo cuento. De una manera muy sencilla y general, el cuento podría definirse como la narración de una acción ficticia, de carácter sencillo y breve extensión, hecha con fines morales o recreativos, de muy variadas tendencias a través de una rica tradición popular y literaria.

    La palabra cuento se ha empleado en la literatura española con distintos significados que resumimos muy por encima, sin demasiadas precisiones. Las antiguas narraciones breves castellanas se denominaban fábulas, enxiemplos, apólogos, proverbios, etc. El término cuento aparece en el Renacimiento junto con la palabra novela, diminutivo del latín nova, en italiano nuova y novella, con el significado de breve noticia, pequeña historia. Novela llegará a designar las narraciones "escritas" cortas y se empezará a emplear cuento para las narraciones cortas de tono popular y carácter "oral", y también para los chistes, anécdotas, refranes, etc. En épocas ya posteriores, la palabra novela se reservará definitivamente para las narraciones literarias extensas. En el Romanticismo, la denominación cuento se emplea para las narraciones, versificadas o en prosa, de carácter popular, legendario o fantásticas, aun cuando para estas últimas también se utilizan los términos leyenda, balada, etc. La situación actual es la siguiente: la narración corta se designa con dos términos diferenciados, cuento popular y cuento literario, y se reserva la denominación novela corta para la narración intermedia en cuanto a extensión entre cuento literario y novela La diferencia entre el cuento popular y el literario es fácil de establecer. Frente a la tradición y transmisión oral, la anonimia, el carácter de bien de todos, la universalidad, las variantes, la simplicidad, esquematización y uniformidad del cuento popular, el cuento literario presenta una marcada voluntad de estilo, o sea, una forma literaria cuidada y específica, esa y no otra -sin ninguna posibilidad de variantes o cambios-, creada por un autor con nombre y apellidos, enmarcado en un "aquí" y "ahora" concretos, que, mediante esa narración tan breve y en apariencia tan frágil, intenta transmitir lo que, con libre imaginación y consciente de su originalidad, ha querido fabular o ficcionar; es decir, las vivencias, los sentimiento y las ideas, la alegría y el dolor -"los gozos y las sombras"del complejo mundo que habita.

    Un narrador es alguien que mira el mundo y a los hombres, y carga con toda la memoria de ellos, para que nada del hombre se pierda. […] una especie de sabueso, que se recorre infierno, tierra y cielo para dar con un rastro de hombre, una historia de hombre, pero quizás es sobre todo alguien que recoge las confidencias de voces y personajes, y las cuenta1.

    Las diferencias entre cuento y novela -el género mayor de la narrativa moderna, el más complejo y el más importanteestriban en que aquel, como se explicará profusamente más adelante, actúa con rapidez, concentración e intensidad para expresar una instantánea de la realidad; al contrario que la novela que lo hace por acumulación y extensión al implicar la creación de un mundo completo. Como se verá en un texto posterior, Juan Bosch decía que la novela es extensa, el cuento intenso y Julio Cortázar opinaba que la novela y el cuento se dejan comparar analógicamente con el cine y la fotografía 2. En el cine aparecen multitud de escenarios, acciones, personajes, con variedad de planos, como en la novela. En cambio, la fotografía eterniza el instante de unos personajes en un escenario y tiempo únicos; y su belleza radica en la intensidad y en el acierto con que se capte ese instante. Pero hay que precisar que el cuento, esa instantánea de la realidad, a diferencia de la fotografía, siempre posee transcurso temporal, aunque resulte apenas perceptible. Y, desde luego, el cuento deberá presentar una marcada densidad significativa y una extremada concentración en su economía de hechos, personajes y palabras que impidan que el lector "se distraiga". La acción de la novela se complica, al contrario, con mayor número de episodios y personajes, con mayor complejidad psicológica y de planos temporales, además de detalladas descripciones de ambientes, objetos y personas.

    Una novela –cuanto más si es extensaadmite cualquier planteamiento, cualquier objetivo que se le ocurra al novelista. Tal es su amplitud, su diversidad, su ?cosmopolitismo literario? podríamos decir. Debido a estas razones, en una novela es imposible esa perfección que puede lograrse en un cuento. Por su pequeñez espacio-temporal, este no sólo admite sino que exige precisión, armonía y exactitud. Lo principal en él es el suceso y adónde nos conduce. Suceso único y hermético, sin ningún intersticio que permita penetrar la menor partícula del mundo real o que no sea del presentado por el cuentista y que, simultáneamente, no permita la menor distracción del lector. Este se halla, de pronto, prisionero en una estrecha celda completamente oscura y tan desmantelada que no puede prestar atención más que a las mágicas palabras que a sus oídos o a su corazón le dicta o le sugiere ese mago invisible que se ha apoderado de él.

    ¡Y pobre del cuentista que tolere que la más insignificante ventana o mirilla o agujero en la pared distraiga a su prisionero, o que este se fugue de la celda!3

    La diferencia principal, pues, entre narración larga y narración corta radica probablemente en que, en el género breve, el lector u oyente tiene la posibilidad de controlar con la memoria, de forma total o casi total, los elementos narrativos presentados -un cuento se recuerda entero o no se recuerda-, mientras que eso no puede producirse ni por asomo en el caso de la novela, que puede incluir vastas digresiones, elementos accesorios y redundantes, etc. Pero también se da una diferencia en la modalidad de la recepción: es posible -y diríamos que necesario, según se ha indicadoleer un cuento de una tirada; en cambio, leer una novela normalmente requiere, por su extensión, efectuar pausas 4.

    Ahora bien, la diferencia del cuento y la novela no solamente se encuentra en sus dimensiones y en la eliminación de todo lo que se tenga por accesorio, sino también en el carácter de sus argumentos. En este sentido, y en contra de lo que a veces se dice, no es elogioso para un buen cuento afirmar de él que pueda convertirse en una buena novela, simplemente ampliándolo. En este caso, como se ha afirmado, es muy probable que estemos no ante un buen cuento, sino ante una novela frustrada.

    Sin embargo, sí es verdad que el relato contemporáneo admite elementos procedentes de la literatura fantástica, de la ciencia-ficción, de la novela policial, y puede provocar de una manera tan satisfactoria como la novela variados sentimientos de admiración, suspense, miedo, angustia, comicidad, etc. Además los recursos de tratamiento del narrador, de los personajes, del tiempo, los modos de focalización, el uso de técnicas literarias: descripción, diálogo, monólogo, narración pura y simple, epístola, collage de textos ajenos, etc. hacen del género breve una materia narrativa tan elaborada como la novela, siempre que se conjugue con la tan insistida brevedad y siempre que -requisito indispensableexista una historia de tal manera sustentada que el lector pueda captarla y contarla fácilmente en su totalidad sin los vericuetos y complejidades propios de la novela. Sólo queda, pues, como rasgo diferenciador entre ambos géneros, como venimos repitiendo, la menor extensión del cuento frente a la novela, su esencial unidad de impresión y, en definitiva, esa intensidad que le otorga la condensación que a veces acerca el relato al poema 5.

    Se dice a menudo que el cuento es una novela en síntesis y que la novela requiere más aliento en el que la escribe. En realidad los dos géneros son dos cosas distintas; y es más difícil lograr un buen libro de cuentos que una novela buena. Comparar diez páginas de cuento con las doscientas cincuenta de una novela es una ligereza. Una novela de esa dimensión puede escribirse en dos meses; un libro de cuentos que sea bueno y que tenga doscientas cincuenta páginas, no se logra en tan corto tiempo. La diferencia fundamental entre un género y el otro está en la dirección: la novela es extensa; el cuento es intenso. El novelista crea caracteres y a menudo sucede que esos caracteres se le rebelan al autor y actúan conforme a sus propias naturalezas, de manera que con frecuencia una novela no termina como el novelista lo había planeado, sino como los personajes de la obra lo determinan con sus hechos. En el cuento, la situación es diferente; el cuento tiene que ser obra exclusiva del cuentista.

    Él es el padre y el dictador de sus Criaturas; no puede dejarlas libres ni tolerarles rebeliones6.

    Para terminar estas reflexiones sobre las relaciones entre cuento y novela, recordemos las irónicas palabras de William Faulkner:

    Todo novelista quiere escribir poesía, descubre que no puede y a continuación intenta el cuento, y al volver a fracasar, y sólo entonces, se pone a escribir novelas.

    Existen otras narraciones que sin llegar a ser novelas tampoco son cuentos debido a su mayor extensión, a la inclusión de más detalles, más descripciones, más incidentes que diluyen un tanto la unidad e intensidad, la reducción y concentración, al no centrarse tan absorbentemente en un único momento. Y, sin embargo, sí se trata de relatos que desarrollan una historia muy definida, desarrollada mediante un único hilo narrativo, de estructura nada compleja, centrada en muy pocos personajes y, generalmente, en un espacio y tiempo reducidos. Este tipo de narración actúa intensiva y no extensivamente, no se dispersa y mantiene tal unidad de efecto e impresión que golpea la sensibilidad del lector con la fuerza de una sola vibración emocional, aunque más prolongada que en el cuento. Este género narrativo se denomina nouvelle en francés; en inglés, long short story y, entre nosotros, recibe la denominación de "novela corta"7. El profesor Baquero Goyanes afirma que es lástima que para este tipo de narración no haya prevalecido el nombre de cuento largo al estar este género más vinculado al cuento que a la novela extensa. El cuento largo es un relato cuyo tema, cuyo desarrollo, ha exigido más páginas que las normales de un cuento 8.

    Cuando se trata de un tema tan sugerente como el de las relaciones entre cuento y poesía lírica, nunca se pretende mezclar dos géneros literarios bien distintos o pensar que el cuento sea un tipo especial de lírica. Lo que se intenta es mostrar cómo el cuento literario se acerca al campo de la creación poética por su propia génesis, por el tono y, especialmente, por los efectos que su lectura puede provocar en el lector. La concentración e intensidad, la tensión y unidad de efecto de las que trataremos profusamente más adelante y a las que habría que añadir la iluminación o el deslumbramiento9, son características propias del buen relato moderno que lo relacionan, como tantas veces se ha afirmado, con el poema lírico. Si en el buen poema se encuentra el grado límite de la expresión lírica, en el buen cuento se halla el de la expresión narrativa, incluso se ha llegado a definir el cuento como la lírica de la prosa. Tanto uno como otro exigen al autor una cuidadosa elección de cada palabra, una purificación llevada al límite, y los dos se concibe súbitamente, como un intenso fogonazo, ya que gracias a su brevedad pueden provocar, como también decía Poe, una exaltación del alma imposible de sostenerse por mucho tiempo, porque los momentos de alta excitación son necesariamente fugaces. Las emociones y sentimientos que un cuento despierta algunas veces en el lector pueden ser muy parecidos a los de la lectura de ciertos poemas; en palabras de Baquero Goyanes: un efecto entre deslumbrador y quemante. O, más explícitamente y según Raúl H.Castagnino:

    Un cuento equivale a un poema. Se constituye por un acto de creación semejante, fundado en la palabra, en el arte verbal. Requiere también una motivación, profunda intención poética, tensión unitaria. Reclama, en el acto creador, la misma inmediatez del poema, intensidad y concentración. Extenderlo es diluirlo, es denunciar su andamiaje. Es transferirlo a otra especie: novela corta o novela10.

    Como observó Baquero Goyanes, antes del siglo XIX el cuento se manejaba sin plena consciencia de su importancia como género literario con personalidad propia. Era un género menor del que no se sospechaban las posibilidades de belleza y emoción que podía contener su brevedad. Hubo buenos cuentistas, individualmente considerados, con sello personal, pero fueron muy pocos, casos aislados que sorprendían como fugaces destellos. Lo que no había, desde luego, era una tradición cuentística, cuajada, en ebullición permanente, como la que comienza a existir en el siglo XIX. En palabras de Germán Bleiberg:

    Es a partir de las postrimerías del Romanticismo cuando el cuento se destaca como individualidad literaria perfectamente encuadrada, dibujando, con pinceladas externas, ambientes, caracteres, episodios menos extensos en peripecias que intensos en emoción penetrante y aguda 11.

    Es, pues, en ese momento cuando el cuento se convirtió en narración literaria autónoma, con carácter propio y de extensión breve. Lo cual no deja de ser curioso, pues siendo el más antiguo género narrativo fue el que, de manera definitiva, tomó forma literaria más tardíamente, como señalaba Juan Valera:

    Habiendo sido todo cuento al empezar las literaturas, y empezando el ingenio por componer cuentos, bien puede afirmarse que el cuento fue el último género literario que vino a escribirse12.

    Los grandes autores del siglo XIX, principalmente los que Horacio Quiroga mencionaba en el primer mandamiento de su "Decálogo del perfecto cuentista" (1927) (Cree en un maestro –Poe, Maupassant, Kipling ,Chéjovcomo en Dios mismo) fueron quienes, con empeño artístico, crearon un subgénero narrativo, denominado cuento literario y lo convirtieron en expresión de intensos y personales mundos narrativos sobre temas muy diversos, pero henchido de insospechadas posibilidades de belleza, emoción y grandeza. Lejos de este nuevo cuento quedan los apólogos y fábulas, los relatos tradicionales y los anónimos cuentos maravillosos con su ingenua y, en ocasiones, fantástica frescura infantil.

    Además, los cuentos literarios funcionan independientemente y con plena autonomía, desligados de los bloques narrativos de las viejas colecciones tradicionales o los extensos compendios narrativos medievales y renacentistas engarzados mediante un hilo conductor, como sucede con las tres famosas colecciones del siglo XIV en las que los diversos relatos no funcionan individualmente, sino que están "rígidamente" trenzados por un hilo conductor que en El Conde Lucanor (1335) de don Juan Manuel es la conversación entre el conde y su ayo-consejero Patronio; en El Decamerón (Decamerone, 1350-1365) de Giovanni Boccaccio la situación de aislamiento de los jóvenes florentinos debido a la peste que asola la ciudad y en Los cuentos de Canterbury (The Canterbury Tales, 1386) de Geoffrey Chaucer la peregrinación al famoso monasterio inglés.

    Quizás uno de los rasgos más característicos de estas últimas colecciones aludidas sea la despreocupación por la originalidad, ya que sus autores no eran creadores de historias en el sentido moderno, sino que se limitaban a dar nueva forma a narraciones recogidas en repertorios anteriores o bien a relatos de raigambre folklórica. Pero de ninguna manera se debe olvidar en muchos casos el acierto en el libre tratamiento de la materia narrativa, en el saber situar cada peripecia en el preciso instante que le corresponde, en la decidida voluntad de estilo y, especialmente, en el placer del puro contar. Los propósitos eran moralizantes, con una marcada intencionalidad didáctica teñida de entretenimiento, respondiendo así al viejo precepto latino del prodesse delectare, "enseñar deleitando", pero sin desdeñar la intención satírica, desenfadada e incluso procaz.

    La ampliación, el enriquecimiento y, sobre todo, la originalidad temática y el sello personal artístico, la diferencia entre el cuento concebido dentro de una colección y la posibilidad y pleno sentido del cuento autónomo distancian el relato moderno de aquellas viejas y entrañables historias a las que acabamos de referirnos. Además, el cuento literario se sacudirá enérgicamente la servidumbre de los referidos propósitos didáctico-moralizantes, satíricos o de pura diversión desenfadada, para dar paso a la omnímoda libertad creadora del autor moderno.

    El cuento literario es un texto en prosa, narrativo y de ficción, alejado de todo propósito didáctico o moralizante, tan breve que puede ser leído de un sentada en el decurso de no muchos minutos, centrado en un único tema, sin ninguna dispersión ni elementos accesorios, autónomo semántica y formalmente, y elaborado con la intención muy específica por parte del autor de conseguir, con concentrada intensidad, un efecto o impresión momentánea, impactante, indivisa y satisfactoria en el destinatario que es el lector.

    La limitación del cuento literario a un extensión corta, la necesidad de que provoque, con esa forma breve, esa señalada impresión indivisa sobre el lector, explican y exigen la primera característica esencial de este género narrativo: la síntesis o concentración, porque un buen cuento es el resultado de un minucioso trabajo de reducción, eliminación y depuración llevados al límite, hasta dejar la narración despojada de todo aquello que no sea rigurosamente necesario; proceso de síntesis, pues, desde el tema claramente delimitado y el núcleo argumental bien definido, para que sea fácilmente recordado y susceptible de ser "contado". Los cuentos –dice José María Merinono toleran elementos accesorios. Todos los materiales del cuento tienen una función principal: de ahí la difícil concisión a que obligan, que no está sólo en el empleo de las palabras, sino, sobre todo, en la previa selección de los motivos. El cuentista trabaja en profundidad, verticalmente, sin digresiones ni amplificaciones, en lucha constante contra el tiempo y el espacio para ofrecernos, en una depuración estricta, aquellos elementos que sean realmente significativos. Lo importante es el argumento, el trozo de vida que va a desfilar ante nosotros sin dilaciones ni preámbulos 13.

    Nos referimos, pues, a relatos de una gran economía lingüística, eliminada toda retórica o excesiva abundancia verbal; desnudos de descripciones prolijas, de diálogos extensos, de repeticiones innecesarias, de toda clase de "rellenos", exordios, circunloquios, digresiones, ideas intermedias, personajes secundarios, etc., de tal manera que quede lo absolutamente necesario e insustituible y se cumpla así la afirmación de uno de los más importantes autores de cuentos del siglo XX y máximo exponente del "minimalismo" norteamericano, Raymond Carver: Todo tiene que ser importante y necesario en un relato, cada palabra, incluso cada signo de puntuación. Y, por otra parte, la concentración exige la fijación en un conflicto preciso y determinado y la detención temporal en un solo momento, porque lo que se pretende es atrapar al lector desde el comienzo y llevarlo irremisiblemente al meollo narrativo, sin escapatoria posible.

    Relacionado con lo anteriormente dicho, existe otra característica insoslayable del buen cuento, la tensión, que consiste en la imposibilidad de sustraerse a la atmósfera narrativa creada, sin que se le conceda al lector un momento de tregua o reposo. El buen cuento capta, desde la primera línea, la atención del lector y la mantiene sin decaimiento hasta el final, porque consigue construir un pequeño mundo en el que el lector se sumerge de tal modo que se olvida de todo cuanto le rodea. Baquero Goyanes afirmaba que en la creación de un cuento sólo hay tensión y no tregua. Ahí radica precisamente el secreto de su poder de atracción sobre el lector14; y Julio Cortázar, que definía el cuento como un relato en el que lo que interesa es una cierta tensión, una cierta capacidad de atrapar al lector y llevarlo de una manera que podemos calificar casi de fatal hacia una desembocadura, hacia un final, y que también decía que el cuento es una máquina literaria de crear interés, explicaba magistralmente esta característica a la que estamos refiriéndonos:

    Quizá el rasgo diferencial más penetrante del cuento sea la tensión interna de la trama narrativa. De una manera que ninguna técnica podrá enseñar a proveer, el gran cuento breve condensa la obsesión de la alimaña, es una presencia alucinante que se instala desde las primeras frases para fascinar al lector, hacerle perder contacto con la desvaída realidad que le rodea, arrasarlo a una sumersión más intensa y avasalladora. De un cuento así se sale como de un acto de amor, agotado y fuera del mundo circundante, al que se vuelve poco a poco con una mirada de sorpresa, de lento reconocimiento, muchas veces de alivio y tantas de resignación 15.

    Según el dominicano Juan Bosch:

    El cuento debe comenzar interesando al lector. Una vez cogido en ese interés el lector está en manos del cuentista y éste no debe soltarlo más. A partir del principio, el cuentista debe ser implacable con el sujeto de su obra; lo conducirá sin piedad hacia el destino que previamente le ha trazado; no le permitirá el menor desvío 16.

    Y el uruguayo Horacio Quiroga confiesa:

    Luché porque el cuento tuviera una sola línea, trazada por una mano sin temblor desde el principio al fin. Ningún obstáculo, ningún adorno o digresión debía acudir a aflojar la tensión de su hilo. El cuento era, para el fin que le es intrínseco, una flecha que, cuidadosamente apuntada, parte del arco para ir a dar directamente en el blanco. Cuantas mariposas trataran de posarse sobre ella para adornar su vuelo, no conseguirían sino entorpecerlo 17.

    Para el norteamericano E. Allan Poe, un buen cuento es una obra de ficción que trata de un solo incidente -del tipo que sea, material o espiritual-, que puede leerse sin interrupción, en una única sesión de lectura. Ha de ser original y llamativo, ha de excitar o impresionar al lector, dejando en él, cuando acaba el relato, un sentimiento de plena satisfacción. Porque la verdadera originalidad literaria se mide por ese efecto o impresión que la obra logra crear en el lector, más que por lo novedoso de la trama o por la expresión de ideas originales. Lo único que tiene que conseguir el autor es la unidad de efecto -el célebre efecto únicoy para ello deberá moverse en una sola dirección desde la primera línea hasta el final y subordinar todos los aspectos del relato a la consecución de dicho efecto para producir en el lector la más plena satisfacción:

    Un hábil artista literario ha construido un relato. Si es prudente, no habrá elaborado su pensamiento para ubicar los incidentes, sino que, después de concebir cierto efecto único y singular, inventará los incidentes, combinándolos de la manera que mejor le ayude a lograr el efecto preconcebido. Si su primera frase no tiende ya a la producción de dicho efecto, quiere decir que ha fracasado en el primer paso. No deberá haber una sola palabra en toda la composición cuya tendencia, directa o indirecta, no se aplique al designo preestablecido. Y con estos medios, con este cuidado y habilidad, se logra por fin una pintura que deja en la mente del contemplador un sentimiento de plena satisfacción 18.

    En la estructura narrativa del cuento es muy importante el comienzo y el final de la breve historia. Las primeras palabras ya deben determinar el ritmo y la tensión del texto. No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la misma importancia que las tres últimas (Horacio Quiroga) y como dice Juan Bosch:

    Saber comenzar un cuento es tan importante como saber terminarlo. El cuentista serio estudia y practica sin descanso la entrada del cuento. Es en la primera frase donde está el hechizo de un buen cuento; ella determina el ritmo y la tensión de la pieza. Un cuento que comienza bien, casi siempre termina bien. El autor queda comprometido consigo mismo a mantener el nivel de su creación a la altura en que la inició. Hay una sola manera de empezar un cuento con acierto: despertando de golpe el interés del lector. […] Comenzar bien un cuento y llevarlo hacia su final sin una digresión, sin una debilidad, sin un desvío; he ahí en pocas palabras el núcleo de la técnica del cuento 19.

    En cuanto al final del cuento, Alba Omil y Raúl A. Piérola dicen que el final debe cerrar herméticamente la estructura narrativa sin dejar resquicio para nuevas aperturas, para ninguna explicación posterior, so pena de destruirla20 y Julio Ramón Ribeyro, en el décimo mandamiento de su "Decálogo para escribir un cuento", afirma que el cuento debe conducir necesaria, inexorablemente, a un solo desenlace, por sorpresivo que sea. Si el lector no acepta el desenlace, es que el cuento ha fallado.

    Carlos Mastrángelo corrobora contundentemente las anteriores opiniones:

    ?Hubiera deseado seguir leyendo?. Esta expresión de un lector, al finalizar una novela suele ser un elogio –y a veces grandepara el novelista. Pero esta misma expresión, al concluir un cuento es generalmente todo lo contrario para el cuentista. No tiene razón de ser. Significa que la narración carece de esa clausura hermética tan cara de la forma que nos ocupa. El momento culminante de un cuento coincide con su propia muerte, es decir, su terminación. Su punto final ha de ser precisamente eso: su punto final 21.

    Generalmente, de los inolvidables relatos breves se dice que son "redondos" Ana María Matute decía que redondos y jugosos como una naranja, y hondos y profundos como una navajacuando un final sorprendente y contundente corona la breve historia narrada como un resplandor cegador que deja al lector sin resuello, anonadado o como un escalofrío o un vértigo que nace de la sorpresa y de la tensión. El escritor gallego Rafael Dieste, en uno de los "aforismos" en los que concentra su teoría sobre el cuento, afirma: O remate é unha imaxen que fai estoupalo conto nas verbas derradeiras, dempóis de inzalo poderosamente22. Es esta indudablemente una de las que, con las anteriormente citadas, resplandecen en ese número de cuentos que todo buen lector atesora en su memoria. Tal es el caso de "El corazón delator" de Poe, "La pata de mono" de Jacobs, "El Horla" de Maupassant, "El suceso en el puente sobre el río Owl" de Bierce, "La Nochebuena de Encarnación Mendoza" de Bosch, "Continuidad de los parques" de Cortázar o "La tercera expedición" (Crónicas marcianas) de Bradbury… Son cuentos que atrapan poderosamente al lector, que le dejan sin resuello y de los que sale, tras el golpe final, confuso y anonadado, como si despertara de un sueño milagroso.

    Y, sin embargo, es conveniente hacer dos precisiones:

    Esta estructura, tan meticulosamente cerrada que no permite una palabra de más, no se contradice con la apertura en cuanto a la significación, no tiene nada que ver con el poder expansivo del cuento; por el contrario, ambas están en estrecha relación. Como decía María Luisa Rosenblat, el cuento es una forma cerrada que recoge un infinito, porque un cuento es bueno cuando el lector puede seguir imaginando más y más cosas en él, cuando, escurridizo, siempre se escabulle y no permite ser constreñido a una única lectura totalizadora.

    La segunda precisión es que el final cerrado hermética y sorprendentemente, que parece ser el objetivo supremo de la narración corta y que en verdad corona muchos de los mejores relatos, como los arriba citados, no es una condición imprescindible para que haya un buen cuento. Existen finales que dejan el cuento inconcluso, ambiguo o indefinido, como una suave línea recta que se interrumpe sin aviso, alejada del efecto final inesperado o espectacular, pero que se llena de las posibilidades sugerentes de lo que, a propósito, se deja abierto. El final queda en estos casos sustituido por muchas puertas abiertas a la fantasía y sugestión del lector, convertido así en recreador, al tener que completar el texto no acabado.

    El final sorprendente no es una condición imprescindible en el buen cuento. Hay grandes cuentistas, como Antón Chejov, que apenas lo usaron. "A la deriva", de Horacio Quiroga, no lo tiene, y es una pieza magistral. Un final sorprendente impuesto a la fuerza destruye otras buenas condiciones en un cuento. Ahora bien, el cuento debe tener su final natural como debe tener su principio 23.

    A los ejemplos aducidos por Juan Bosch, podemos añadir el relato titulado "La siesta del martes" de Gabriel García Márquez. Se trata de un cuento de situación, de ambiente, de atmósfera más que de acción; en el que, aparentemente, apenas sucede nada y que, desde luego, es uno de los ejemplos más evidentes de final abierto o inconcluso. Y, sin embargo, este cuento tan aparentemente simple y fragmentado ha sido unánimemente valorado como uno de los mejores de su autor, y es que, gracias a un artificio literario apenas perceptible, el nobel colombiano ha conseguido que esa mujer y esa niña, ese pueblo, ese sacerdote y esa siesta; en fin, todo ese "pequeño" mundo evocado, permanezcan y vivan eternamente en la memoria del buen lector, a pesar o tal vez precisamente por ese final abierto que seguramente tenía que ser "su final natural".

    Pero se puede dar un paso más. Existen incluso cuentos que, además de no tener final específico, parecen comenzar en cualquier punto, es decir, se presentan abiertos en ambos extremos. Es frecuente en la narrativa breve actual romper el patrón clásico que, según la vieja preceptiva aristotélica, diferenciaba claramente principio, medio y fin en la historia contada. En palabras de Horacio Quiroga:

    No es indispensable que el tema a contar constituya una historia con principio, medio y fin. Una situación trunca, un incidente, un simple momento sentimental, moral o espiritual, poseen elementos de sobra para realizar con ellos un cuento24.

    Cualquier hecho, suceso o momento puede convertirse en un buen cuento gracias al talento, la sensibilidad y el dominio del lenguaje y de las técnicas narrativas del escritor, incluso una trama elemental puede resultar efectiva si el tratamiento es el adecuado. Nunca debe olvidarse la afirmación incontestable de Cortázar de que en literatura no hay temas buenos ni malos, hay solamente un buen o mal tratamiento del tema. En definitiva, lo que estas consideraciones sugieren es que el cuento literario evoluciona en formas nuevas y cambiantes que muestran una rica pluralidad. Por una parte, encontramos, en la historia del género, esos títulos geniales y sobrecogedores a los que antes nos hemos referido; y, por otra, hay relatos breves, en apariencia más distendidos y menos efectistas, como pequeños trozos de vida corriente y mediocre, insignificantes crónicas de ambiciones frustradas, en situaciones amables o risueñas, levemente irónicas, o tristes y patéticas. Narraciones a primera vista sencillas que no alborotan nuestro interior como descargas eléctricas y de los que no salimos agotados como afirmaba Cortázar, pero sí con una pequeña sonrisa o una leve tristeza apenas esbozadas, y, en definitiva, con una sensación agridulce de humanidad compartida que va mucho más allá de la mínima anécdota reseñada, que nos perturba levemente y sí nos hace salir momentáneamente de nuestro pequeña vida cotidiana. Y esto es lo que sucede con muchos de los admirables relatos de Anton Chéjov, de Katherine Mansfield o de Raymond Carver, de quien recordamos la siguiente reflexión:

    Tanto en la poesía como en la narración breve, es posible hablar de lugares comunes y de cosas usadas comúnmente con un lenguaje claro, y dotar a esos objetos -una silla, la cortina de una ventana, un tenedor, una piedra, un pendiente de mujercon los atributos de lo inmenso, con un poder renovado. Es posible escribir un diálogo aparentemente inocuo que, sin embargo, provoque un escalofrío en la espina dorsal del lector, como bien lo demuestran las delicias debidas a Nabokov. Esa es de entre los escritores, la clase que más me interesa. Odio, por el contrario, la escritura sucia o coyuntural que se disfraza con los hábitos de la experimentación o con la supuesta zafiedad que se atribuye a un supuesto realismo25.

    Como tampoco se deben olvidar las acertadas palabras de Borges:

    Si una persona lee un cuento, lo lee de un modo distinto de su modo de leer cuando busca un artículo en una enciclopedia o cuando lee una novela, o cuando lee un poema. Los textos pueden no ser distintos pero cambian según el lector, según la expectativa. Quien lee un cuento sabe o espera leer algo que lo distraiga de su vida cotidiana, que lo haga entrar en un mundo, no diré fantástico —muy ambiciosa es la palabra— pero sí ligeramente distinto del mundo de las experiencias comunes26.

    Con todas las salvedades o precisiones que se quiera, la brevedad es la característica más importante del cuento, la verdaderamente esencial, porque es ella, en definitiva, la que determina, explica y procede de todas las demás. La situación narrativa única, es decir, la limitación en el relato a un solo hecho, el número restringido de personajes y situaciones, la concentración e intensidad (sólo lo breve puede ser intenso), la tensión, la unidad de impresión, el mismo efecto de deslumbramiento propio de todo buen cuento, el uso de las palabras justas, sin excesos retóricos y con una sintaxis directa, etc., guardan relación directa con la brevedad y ella es, en definitiva, la que diferencia el cuento literario de las otras formas narrativas más extensas. Como decía el escritor mexicano Edmundo Valadés, el cuento escapa a prefiguraciones teóricas: si acaso, se sabe que su única inmutable característica es la brevedad 27.

    Pero, ¿cuáles son los límites de la brevedad del cuento? Dejando aparte la afición desmedida de los anglosajones a cuantificar y calcular la extensión de la novela o el cuento "regular" o canónico (short story) por el número de palabras28 o el tiempo consumido en su lectura, parece más acertado aludir –sin mayor concrecióna un texto cuya lectura se realice sin interrupción y en muy poco tiempo; es decir, que pueda leerse de una sentada (James Cooper Lawrence), en una sesión (Edgar Allan Poe) o de un tirón (Ánderson Ímbert). A este respecto, Luis Barrera Linares afirma:

    El tiempo de lectura ideal de un cuento es aquel que, siendo siempre breve, nos permite captar el efecto que se haya propuesto su autor […] Si la finalidad del cuento está realmente dirigida a producir un efecto de intensidad, cuestión en la que coinciden casi todos los autores, entonces un cuento no debería extenderse demasiado, puesto que dejaría espacio para el desvío de tal objetivo en el receptor29.

    Al hilo de la brevedad de la que estamos hablando, permítasenos unas reflexiónes sobre un subgénero narrativo mínimo, muy de actualidad y muy extendido en el mundo hispánico.

    Desde mediados del siglo XX, y siguiendo una dirección proveniente del Modernismo, las Vanguardias y la sociedad post-moderna -que, literariamente, se caracteriza por la voluntad transgresora de códigos discursivos, los juegos de transferencias genéricas, la irrupción de lo fragmentario, etc.han ido apareciendo textos de una manifiesta brevedad que, para nosotros, con evidente indiscriminación, se refugian todos ellos bajo las alas protectoras y, tal vez, excesivamente generosas, de lo que se ha denominado cuento. Son textos tan breves que todo su cuerpo se extiende desde una sola línea hasta una página o página y media impresa (de composición tipográfica normal), máxima extensión concedida por la mayoría de los estudiosos y entusiastas de esta clase de textos.

    En cuanto a su denominación genérica o subgenérica, no se ha llegado en español al consenso de un único término. A los sustantivos relatos, historias, narraciones, ficciones y, sobre todo, cuentos, se les suelen anteponer los prefijos mini o micro; y, según preferencias de antólogos, estudiosos, etc., se les añaden los adjetivos ultracortos; mínimos, minúsculos, diminutos, rápidos, instantáneos; microcósmicos; súbitos, el complemento en miniatura o bien se les aplican los diminutivos cuentitos, cuentículos o cuentines.

    Aparte de su corta extensión, uno de los principales rasgos de este tipo de textos -hasta el punto de ser considerado esenciales su naturaleza proteica y transgenérica, es decir, el carácter de hibridación, mestizaje o ambigüedad genérica, pues admiten tal variedad temática y de formas y estilos que se sitúan en una especie de "tierra de nadie" entre la narración y la lírica, entre el cuento propiamente dicho y la historia, entre la anécdota y el microensayo; y, en según qué casos, próximos al poema en prosa, la estampa lírica o a la costumbrista, el diálogo dramático, la ocurrencia o el chiste, la noticia periodística, la frase ingeniosa o lapidaria, el aforismo, la sentencia, la paradoja, el epigrama o la alegoría. Es decir, se ha llegado a crear una especie de "cajón de sastre" en el que, en mezcla confusa y heterogénea, cabe cualquier modalidad, sin distinguir entre formas textuales diversas; y, sólo porque prevalece como rasgo más evidente la extremada brevedad, reciben el nombre de minicuentos o microrrelatos, las denominaciones más frecuentes entre las arriba apuntadas.

    Estamos, pues, ante un ejemplo más de una de las características de la postmodernidad, la que tiende a borrar de un plumazo los géneros y mezclar las variadas formas de escritura en una literatura híbrida, trasgresora de los cánones de género -a veces, es verdad, demasiado rígidos y estrechosestablecidos por la tradición; cosa que, por otra parte, aunque parezca muy moderno, no lo es tanto, porque los libros de "varia lección" y las misceláneas tienen casi cinco siglos y el afán de difuminar y hasta borrar las fronteras genéricas es de inconfundible origen romántico.

    Pues bien, nos parece necesario -"sin ninguna acritud"poner un poco de claridad en esta situación comúnmente aceptada, pero que juzgamos confusa, y deslindar las fronteras entre los verdaderos cuentos y los tan diversos parientes próximos o advenedizos.

    Para que un texto pueda denominarse cuento, han de darse unas características distintivas ineludibles. La primera es que, en él, haya narración, es decir, la forma elocutiva que coloquialmente denominamos "contar"; ello supone la enumeración libremente secuenciada de hechos que alguien ha realizado -o que a alguien le han sucedidoen un ámbito determinado, durante un tiempo y en un espacio (algo que alguien hace o a él le ocurre en un tiempo y en un lugar). Dicho de otra manera, el cuento es el desarrollo verbal de una historia argumentada -es decir, con inferencias de causa y efecto-, cuya trama, aunque muy comprimida, esté constituida por una acción, peripecia o incidente, porque no hay cuento ni verdadera narración si no hay suceso, y así, por ejemplo, un retrato estático de una persona o una descripción de un paisaje no es un cuento, como categóricamente se formula en el primer mandamiento del "Decálogo para escribir un cuento" de Julio Ramón Ribeyro: El cuento debe contar una historia. No hay cuento sin historia. El cuento se ha hecho para que el lector pueda a su vez contarlo. Dicha historia ha de tener un protagonista o personaje principal no necesariamente humano ni individual e, incluso, a veces, no explícito o ni siquiera nombrado, pero siempre en relación con un medio determinado y con otros personajes, actantes o elementos activos, ya explícitos, ya implícitos en la propia textualidad. La historia, desde luego, puede estar contada en primera, tercera e, incluso, segunda persona. En los cuentos muy breves, todo ha de estar concentrado en un solo episodio narrativo, un solo ambiente, breve lapso de tiempo explícito, muy pocos personajes y, frecuentemente, la epifanía de un final sorprendente.

    Pero este carácter narrativo, esencial en todo cuento, ha de ser precisado, puesto que también es propio de otros muchos textos o manifestaciones discursivas, como algunas anécdotas, noticias, crónicas, etc. Es necesario introducir otra categoría que, aplicada al cuento, reduzca y ajuste más el concepto de narración. Este nuevo ingrediente es la ficción: lo que se narra ha de ser invención del autor, concebida por él, original suya. Recordemos las palabras de Juan Rulfo:

    Uno de los principios de la creación literaria es la invención, la imaginación. Somos mentirosos; todo escritor que crea es un mentiroso, la literatura es mentira; pero de esa mentira sale una recreación de la realidad; recrear la realidad es, pues, uno de los principios fundamentales de la creación 30.

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