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Las representaciones sociales del rol de hombre y violencia conyugal. Reflexiones necesarias


Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. Consideraciones generales acerca de las representaciones sociales
  3. Género; violencia y masculinidad
  4. Género: ¿Genética o aprendizaje social?
  5. Y los hombres, ¿no sufren malestar en su vida amorosa?
  6. Manifestaciones principales de la violencia en las relaciones de pareja
  7. Ser hombre: ¿ventaja o reto?
  8. Representaciones del rol de hombre a partir del modelo tradicional de masculinidad
  9. Conclusiones
  10. Referencias Bibliográficas

Introducción

El concepto de representación social introducido por E. Durkheim y sacado del olvido por S. Moscovicci en 1961, constituye hoy en día uno de los temas mayores que orienta la investigación. Las representaciones sociales se definen ¨como modalidades de pensamiento práctico, orientadas hacia la comunicación, la comprensión y el dominio del entorno, modalidades que dependen a la vez de procesos cognitivos generales y de procesos funcionales socialmente marcados¨(1). Estos últimos procesos tienen que ver por una parte, por el tratamiento de los estímulos sociales y más generalmente de los hechos de interacción social.

Por su parte la categoría género, intenta explicar que los roles sociales asignados y ejercidos por las mujeres y los hombres no son producto de diferencias biológicas naturales ni de sexo, sino el resultado de construcciones sociales y culturales asumidas históricamente. Los contactos sociales y culturales tienen una enorme importancia en la configuración de mujeres y hombres en tanto género.

La transformaciones ocurridas a finales del siglo XX y principios del siglo XXI han influido en la concepción tradicional con relación a los lugares que ocupan hombres y mujeres en la sociedad, en la cual han suscitado adelantos económicos, científico-técnicos, políticos y sociales y como producto de ello se han provocado rupturas en las subjetividades y modificaciones en las relaciones entre los géneros.

No obstante la subjetividad masculina no ha alcanzado un lugar privilegiado en el discurso científico, siendo escasas las investigaciones y la literatura científica que la abordan, lo que también es causado por las razones históricas y culturales donde el hombre está expuesto a asignaciones que lo han mantenido silenciado, carente de espacios sociales donde pueda analizar los malestares que se derivan del desempeño del rol de hombre.

Las construcciones sociales, entendidas como el conjunto de asignaciones sociales a los miembros de una sociedad constituyen los pilares fundamentales sobre los que se estructuran los roles de género.

A lo largo de la historia a hombres y a mujeres le han sido asignados diferentes roles, estructurándose desde lo social modelos tradicionales de masculinidad y de feminidad. Desde este modelo de masculinidad el hombre se ha visto como el sexo fuerte, como la máquina de vencer dificultades, proveedor y autoritario. Por ello la violencia hacia ellos no queda totalmente reconocida pues el papel de víctima y más en el ámbito privado- familiar entra en contradicción con lo que les es impuesto social y tradicionalmente.

Sin embargo ha quedado demostrado en investigaciones anteriores que la violencia de la mujer hacia el hombre en las relaciones de pareja lejos de ser un mito es una realidad. Esta es expresada generalmente a través de chantajes, amenazas, burlas insidiosas, intimidación, aislamiento y desprecio, lo cual acarrea entre otras consecuencias un notable desequilibrio psicológico.

Ahora bien, a esos hombres víctimas de la violencia conyugal que son estigmatizados como débiles ¿cuán contradictorio les resultará asumir los roles que les son asignados desde el modelo tradicional de masculinidad? ¿Cuán contrastante será el modelo asumido por ellos con el que durante siglos les ha impuesto la sociedad?

La violencia doméstica no tiene género, sexo, edad o clases, es un problema social. Cada vez hay más hombres maltratados, bajo la aparente coraza de ¨ser hombres¨ subyacen significados y sentidos psicológicos sobre la masculinidad que contradicen toda posición de sumisión con respecto a su sexo opuesto, donde además del miedo se añade la vergüenza porque aún se tiene la creencia de que ser hombre y víctima de malos tratos son dos factores que no pueden ir unidos, por lo que el silencio es escogido por muchos.

Al realizar esta investigación bajo la metodología cualitativa y empleando el método etnográfico, pretendemos constatar hasta qué punto se están produciendo transformaciones o modificaciones en la subjetividad masculina de ciertos sectores de la población cubana. ¿hacia dónde van esas transformaciones? ¿cuán saludables o no pudieran ser las vivencias que experimentan los hombres al representarse un modelo que entra en contradicción con su condición de víctimas?

Indagar en estas representaciones pudiera posibilitar, en el contexto concreto donde se desempeñan estas personas, el empleo de acciones interventivas que modifiquen su condición de víctimas, es decir, realizar programas interventivos en los que se tengan en cuenta las necesidades sentidas de estos sujetos, para así garantizar en primer lugar el bienestar de las mismas.

El estudio de las representaciones sociales del rol de hombre en sujetos víctimas de la violencia conyugal desde la perspectiva del Enfoque de Género es un tema de marcada novedad.

El tema de las representaciones sociales, está dirigido en estos días fundamentalmente desde y hacia la psicología, analizando principalmente problemas sociales como la drogadicción y el delito, los profesionales o el trabajo comunitario, pero no hacia el ámbito privado- familiar y menos hacia hombres víctimas de violencia conyugal.

El tema referido a la violencia familiar o doméstica, en su expresión particular en la relación de pareja, es de gran actualidad a escala nacional e internacional. Específicamente en nuestro país la investigación del mismo es promovida por la FMC a través del Centro de Estudios de la Mujer, entre otras instituciones como La Casa de Orientación a la mujer y a la familia y la Cátedra Mujer de la Universidad de Las Tunas. En la Plataforma de Beijing, plataforma del gobierno cubano para realizar un conjunto de acciones que dan respuesta gubernamental a los acuerdos de la conferencia de Beijing, auspiciada por las Naciones Unidas sobre el tema de la Mujer, se reflejan las necesidades de los estudios de género, los que están asociados al tema de la violencia. Este tema además es una proyección estratégica de la esfera de trabajo comunitario de la FMC a nivel nacional.

Consideraciones generales acerca de las representaciones sociales

Las representaciones sociales son punto de partida y meta del proceso socializador del que han sido fruto como seres sociales, y del que han tomado la esencia del pensamiento social. De generación en generación se trasmiten ideas, puntos de vistas, concepciones del mundo, que llegan a las personas como a través de un embudo. El cúmulo de conocimientos llega, se transforma y se convierte en una imagen de los alrededores a partir de sus experiencias. Pasa entonces a tomar lugar dentro de los grupos.

Los estudios de las representaciones sociales han sido muy utilizados en los últimos años. Los debates circundan los temas de las imágenes individuales y colectivas tomando como referencia las ideas de los principales precursores de esta perspectiva de conocimiento de la realidad social.

Los estudios acerca de las representaciones sociales se remontan a la antigüedad, a Platón, en sus ideas referentes a la imagen del propio hombre como un reflejo o como un eco.

Cuando Durkheim propuso su concepto de representaciones colectivas, (1898) comenzaba a tejer un conjunto de ideas que hoy son utilizadas. Plantea que esta es la forma en que el grupo piensa en relación con los objetos que lo afectan de naturaleza diferente a las representaciones individuales, las considera hechos sociales de carácter simbólico, producto de la asociación de las mentes de los individuos. Así a punta:

…¨ Los hechos sociales no difieren solo en calidad de los hechos psíquicos; tienen otro sustrato, no evolucionan en el mismo medio ni dependen de las mismas condiciones. Esto no significa que no sean también psíquicos de alguna manera, ya que todos consisten en formas de pensar o actuar. Pero los estados de la consciencia colectiva son de naturaleza distinta que los estados de consciencia individual; son representaciones de otro tipo: tienen sus leyes propias…¨(2)

Fue en 1961 en París, que Serge Moscovicci luego de varios años de estudios, presentó en su Tesis Doctoral titulada ¨El psicoanálisis, su imagen y su público¨, la noción de Representación Social. Él estudió la manera en que la sociedad francesa veía el Psicoanálisis, a través del estudio de la prensa y entrevistas en diferentes grupos sociales. Estos estudios no mediante mecanismos de respuestas individual, sino basados en creencias de origen social compartidas con los grupos donde se expresan las relaciones de interacción e interdependencia entre la estructura social, cultural y los aspectos mentales.

Los autores que abordaban el tema tienen en común el tratar de explicar el comportamiento, al tiempo que coincide en la esencial función otorgada pensamiento social en la estructuración de la realidad social.

Sobre este asunto Moscovicci señala que la propuesta durkheimiana respecto a la suya era más rígida y estática, tal como la propia sociedad en que la desarrolló; donde los cambios se procesaban más lentamente. De tal modo señala: …¨En el sentido clásico, las representaciones colectivas son un mecanismo explicativo, y se refieren a una clase general de ideas o creencias( ciencia, mito, religión, etc.), para nosotros son fenómenos que necesitan ser descritos y explicados. Fenómenos específicos que se relacionan con una manera particular de entender y comunicar- manera que crea la realidad y el sentido común-. Es para enfatizar esta distinción que utilizó el término ¨social¨ en vez de colectiva…¨(3)

Al considerar que las representaciones sociales son explicaciones del sentido común, Moscovicci explicita una distinción entre ambos fenómenos, al tiempo que fundamenta su mayor dinamismo y fluidez en la intensidad y ritmo vertiginoso de los procesos sociales en general y de movilidad social en específico, del desarrollo de la ciencia y de las interacciones comunicativas, típicos de la modernidad y los distingue de los rasgos de la época de Durkheim.

No es nuestro objetivo hacer u análisis puntual sobre semejanzas y diferencias entre ambos conceptos. En sentido general notamos más elementos comunes que diferentes; desde la condición de creación simbólica generada en la interacción social y atribuida a ambos conceptos, ya apreciamos cercanía. Esta se pude tornar más nítida en la siguiente idea de Durkheim:…¨ si es posible afirmar que las representaciones colectivas son, en cierto sentido, externas a las conciencias individuales, lo que queremos decir es que no se derivan de los individuos aislados, sino de los mismos considerados como agregados, y esto es una cuestión bien distinta. Sin lugar a dudas, en la elaboración del resultado común, cada uno contribuye en su medida, pero los sentimientos individuales se transforman en sociales bajo el impulso de fuerzas desarrolladas en la asociación… Este es el sentido en el que la síntesis es exterior a los individuos. No hay duda de que contienen algo de cada uno de estos, pero no se encuentra por entero en ninguno de ellos…¨ (4)

Otras escuelas también nutren la teoría; entre ellas se halla la Psicología evolutiva de Jean Piaget. Así lo relacionado con la noción o esquema social operatorio susceptible de actuar ante objetos reales o simbólicos, los estados de la inteligencia, la representación del mundo en el niño, entre otros, son puntos de vistas de Piaget que de algún modo tienen huellas en la noción de representación.

La obra de Sigmund Freud también brinda aportes al acervo de esta teoría, tal como lo ha hecho para la Psicología Social. Al respecto vale citar ¨ La Psicología de las Masas (1921) donde plantea el carácter social de la psicología individual, como una característica constituyente de la vida humana. Por otro lado W. Doise (1984) expresó: … ¨las representaciones sociales constituyen principios generativos de tomas de postura que están ligadas a inserciones específicas en un conjunto de relaciones sociales y que organizan los procesos simbólicos implicados en las relaciones… (5)

Ciertamente puede resultar confusa esta profusión de nociones, de las cuales sólo hemos dado cuenta de algunas. Pero si se analizan detalladamente notaremos que no son excluyentes ni contradictorias entre sí. Más bien apuntan a cuestiones complementarias, al hacer énfasis en aspectos diferentes, pero presentes todos en el fenómeno representacional.

Como hemos venido demostrando las representaciones sociales son concebidas como producto intersubjetivo, de carácter substancial, resultado de la construcción y creación de los actores sociales interactuantes. Por eso las vías de acceso para su conocimiento se hallan en el campo de la comunicación y la interpretación. Entendidas más fácilmente a través del proceso de socialización.

Los elementos que conforman una representación social son un conjunto heterogéneo: valores, opiniones, actitudes, creencias, imágenes e informaciones pero estos no representan elementos dispares sino que se presentan como una unidad funcional, fuertemente organizada, es decir que los diversos elementos se funden en una estructura integradora. Además es necesario que estos refieran elementos emocionales hacia el objeto de la representación y estén unidos a comportamientos específicos.

Se puede afirmar que los estereotipos y los prejuicios son formaciones psicológicas que se encuentran en estrecha interrelación con las representaciones sociales. Tienen cierta influencia sobre las informaciones que los sujetos tienen sobre un objeto determinado, por tanto, estos deben ser tenido en cuenta a la hora de su estudio.

Las representaciones sociales permiten explorar la intersubjetividad o la subjetividad compartida, que facilita el estudio de los fenómenos psicosociales desde el punto de vista de los sujetos involucrados.

La conducta de cada individuo va a estar mediatizada por la realidad que percibe y va a influir en su comportamiento frente a la sociedad, a su vez el proceso colectivo penetra en el pensamiento individual y lo domina. La sociedad proporciona en forma de representaciones sociales, el patrón a partir del cual las personas reproducen sus representaciones individuales, por tanto las primeras ubican a los sujetos hacia la práctica y constituyen orientaciones para la actuación.

Por último podemos decir que socialmente las interpretación de nuestras conductas y sentimientos estás mediatizadas por los conceptos, patrones tradicionales y posibilidades que la cultura nos ofrece. Toda persona desde que nace es sometida a los valores y normas establecidas socio culturalmente, lo que conduce a percibir el mundo social como dado como natural incluyendo los parámetros que deciden cuales conductas serán catalogadas como normales.

Género; violencia y masculinidad

El género como asignación sociocultural, es violento en sí mismo en tanto imposición. Desde el punto de vista educativo se ha favorecido la incorporación de la violencia en el género masculino pues desde pequeños a los niños se les enseña a responder agresivamente y se les entrena en aspectos activos como ganar, vencer, competir, atacar, etc. Mientras que a las niñas se les enseña a ceder, pactar, obedecer, etc., además no hay que olvidar que el aprendizaje social determina que en la infancia se desarrollen los esquemas respecto a masculinidad y feminidad, para que cada individuo alcance su identidad genérica (la vivencia de ser hombre o mujer) y la tipificación genérica: "ostentación de los rasgos tradicionalmente masculinos o femeninos"

Históricamente hombres y mujeres, han ido asumiendo patrones, roles y normas que están matizadas y tienen su base en costumbres y tradiciones, es decir, en elementos trasmitidos por la cultura general de la sociedad o por la propia idiosincrasia del grupo familiar durante años. Son diversos los factores culturales que influyen directamente en las acciones de violencia y agresiones en el hogar y en la sociedad. Tal aspecto nos da la idea de que las formas de manifestación y dominación implícitas en la violencia tienen su causa en los rasgos del sistema patriarcal que se han trasmitido de generación en generación, influenciada por la manera en que cada individuo las asume.

Si analizamos los aspectos que nos ayudan a identificar la violencia conyugal: el condicionamiento histórico – social del hecho, la comunicación social como vía de transmisión y enraizamiento del fenómeno, la interpretación social como base de su surgimiento, la acción social como medio de expresión de los individuos y la normas sociales como indicadores de su naturaleza atómica; nos percatamos que el factor histórico social está latente y tiene un carácter activo. Si realizamos un estudio histórico, podremos ver el desarrollo social como un proceso ininterrumpido, como una secuencia de hechos donde elementos del pasado pueden permanecer o haber influido en el hecho actual que se analiza y a la luz entenderemos la acción violenta de hombres y mujeres, especialmente en las relaciones de pareja.

Género: ¿Genética o aprendizaje social?

El género en el orden técnico-conceptual es considerado por algunos como una red de creencias, actitudes, rasgos, valores y actividades que diferencian a las mujeres y a los hombres como un proceso de construcción social donde se involucran representaciones que desde la cultura, el individuo ha asimilado o no, sobre sí. El género define las características socialmente construidas y expresa los ámbitos del ser y el quehacer masculino y femenino dentro de contextos específicos.¿Qué significado tiene el término género? Lo consideramos una categoría que representa los rasgos de identidad femenina y masculina desde lo social, todo lo contrario al sexo, que hace referencia a las diferencias biológicas entre hombres y mujeres.

En esta categoría, autores como Martha Ramas, investigadora de género plantea que cuenta el elemento detonante para explicar si las conductas humanas en ambos sexos, se deben a la genética o al aprendizaje social, dado a que una misma tarea es realizada tanto por hombres como por mujeres y llega a la conclusión de que la parte biológica no actúa en correspondencia con el tipo de actividad que es realizada por unos y otros en una sociedad determinada. Esta conclusión concuerda con el concepto dado por Hilda Habichan quien expresa que "el género es una construcción sociocultural que asigna tanto a hombres como a mujeres comportamientos prefijados que casi nunca tienen una razón biológica de peso que los justifique". (6)

Uno de los elementos que favorece el surgimiento de la violencia es la existencia de una educación sexista en el seno familiar y de modelos patriarcales que reafirman una marcada diferencia entre los roles de género.

La violencia tiene un carácter cambiante en función de la dinámica del poder y de la distribución de roles y recursos, por ello es que pueden establecerse diferentes tipos de violencia. La violencia intrafamiliar es un ejercicio de poder que vulnera el derecho a la vida, a determinar el uso del cuerpo y a tomar decisiones propias. Jorge Corsi, destacado psicólogo, especialista en el tema, plantea que: "el término violencia familiar o doméstica alude a todas las formas de abuso que tienen lugar en las relaciones entre los miembros de una familia" (7); denominando relación de abuso "a todo aquello que por acción u omisión, ocasiona daño físico y/o psicológico a otro miembro de la familia". (8)

El problema referido a la violencia en el ámbito doméstico es reconocido en nuestro país a partir del año 1995, en el marco de la celebración del 6to Congreso de la FMC, a pesar de haberse identificado siempre nuestra sociedad como machista, no se había oficializado la existencia de las diferentes formas de violencia, es en esta ocasión que particularmente se acepta el fenómeno de la violencia contra las mujeres y lideradas por la FMC se comienzan a desarrollar las primeras investigaciones en las áreas de la psicología y la sociología.

Dentro del espectro de la violencia intrafamiliar, la que se manifiesta con mayor frecuencia, según investigadores es la violencia en la pareja (en cualquiera de sus manifestaciones). Sin embargo su abordaje ha estado tradicionalmente supeditado a opciones valóricas de tipo de género, en la lucha reivindicativa de esta perspectiva, situaciones que de cierta manera ha limitado consciente o inconscientemente la intervención a esta problemática como fenómeno social.

Con el tiempo, las relaciones de pareja han sufrido una notable metamorfosis. El ímpetu del feminismo ha revolucionado la identidad y el comportamiento sexual femenino, otorgándole mayor libertad a este último, la mujer ha dejado atrás el papel de sumisa y subordinada que por siglos le ha tocado vivir (o que han hecho que le toque vivir) y ha comenzado a acceder a espacios antes vedados por ella, lo que ha generado un impacto transformador de normas sociales, así como la flexibilización de los papeles de género.

El predominio de las tradiciones y costumbres legadas por el patriarcado trae como consecuencia que la violencia hacia los hombres en la pareja, la cual existe al igual que hacia la mujer, no se visualice tanto debido entre otras causas a los mitos que existen sobre el hombre:

  • El hombre no debe llorar. Desde pequeños se les impone este mito, lo que va condicionando su comportamiento y rigiendo su actuación a ocultar sus emociones.

  • El hombre es fuerte. La mística masculina exige de los hombres una fortaleza exterior, o sea que no pueden cansarse, ni pedir ayuda, de lo contrario se les acusaría de ser débiles, blandos.

  • El hombre está destinado al mundo público. El rol productivo del hombre, demuestra la destinación de este al mundo público. Donde debe de actuar siempre como proveedor, sustentador del hogar, etc.

  • El hombre debe siempre jugar un rol activo en las relaciones sexuales. En este aspecto, se le ha exigido que siempre debe llevar la iniciativa, estar dispuesto, mantener en todo tiempo una posición eréctil, o sea, decir sí todo tiempo.

  • El hombre no debe expresar ni decir sus sentimientos. Los hombres pagan un alto precio por su derecho exclusivo al poder y a la supremacía, y se han visto privados de un derecho humano básico: el derecho de rebelar y expresar sus sentimientos.

Y los hombres, ¿no sufren malestar en su vida amorosa?

Estudios realizados por la Dra. Lourdes reflejan que el 63% de los hombres que asisten a consulta son menores de 30 años, los cuales están en proceso de iniciación o consolidación de la vida amorosa; que al compararse con las féminas, se trata en una menor proporción, lo que se explica por la menor tradición de expresar a otros sus malestares psicológicos, emocionales y menos aún los relacionados con la vida amorosa, a pesar de ello, resulta interesante el significativo aumento de éstos en la solicitud de orientación.

Los motivos que los impulsa a asistir a consulta están vinculados a la falta de comunicación funcional con sus parejas (ya sean incomprensiones, discusiones y violencia), continuas separaciones de las mismas, ambivalencias emocionales, planteamientos de separación por estas, inseguridad emocional, celos, posesividad del vínculo. En casi todos los casos, se relaciona el surgimiento de los problemas de la relación conyugal, al nacimiento del primer hijo, lo que desde la percepción de los hombres, se asocia al origen de congruencias con respecto a la educación de hijo, así como en la toma de nuevas responsabilidades para las cuales ninguno de los miembros de la pareja se sienten preparados. Ello demuestra que los hombres son víctimas del patriarcalismo que les ha tocado vivir, y que este mismo hecho cultural, desde lo tradicional, origina dificultades comunicativas en la pareja, depresión y problemas de autoestima, a pesar de no haberse concientizado muchas de ellas, las cuales se reflejan en los dobles mensajes, las agresiones, devaluaciones y en detrimento de la vida sexual.

Al registrarse detalladamente las agresiones cotidianas de baja intensidad, las mujeres suelen llevarse el primer lugar en diversas medidas. En los desplantes y los sarcasmos, las burlas y los gestos insidiosos, las conductas negativas o la desatención vejadora hay predominio de la agresividad femenina.

Sintetizadamente podríamos decir que la violencia en las relaciones de pareja tiene lugar cuando uno de los miembros de la misma trata de imponer su voluntad de manera abusiva, casi siempre sustentado por su poder o jerarquía. El estudio de la violencia en las relaciones de pareja, ha venido a alcanzar en los últimos años, un fenómeno de gran preocupación por parte de muchos investigadores. La violencia que ocurre en el marco de las relaciones de pareja es la manifestación más aguda de las inequidades y desequilibrios entre hombres y mujeres.

Las Lic. Tamara Sánchez Almira y Nancy H. Arias han realizado estudios donde diferenciando la violencia conyugal por género, de un total de 41 miembros del sexo masculino 35 expresan este fenómeno para un 85,4% y de 41 miembros del sexo femenino 32 la emplearon para un 78%. Lo que nos indica que los hombres usaron en mayor proporción la violencia respecto a las mujeres, aunque como podemos apreciar no es tan notable, llamándonos la atención, pues el sexo femenino, históricamente se ha presentado más como víctima que como victimario, observándose además que ellas también maltrataron a los hombres.

Todo esto puede estar relacionado con el protagonismo de la mujer en los últimos años en que ha ido adquiriendo más autoridad y jerarquía dentro del hogar. La mujer de se ha liberado paulatinamente de ataduras económicas, sociales, y por tanto, conyugales, aunque no totalmente, han disminuido las dependencias que la colocaban en un papel más pasivo y tolerante, para ubicarla actualmente en una posición más defensiva, lo que no debe implicar necesariamente el uso de la violencia.

Manifestaciones principales de la violencia en las relaciones de pareja

El abuso psicológico o violencia emocional es la que predomina en las relaciones conyugales. Esta forma de violencia es más difícil de detectar porque no deja huellas visibles y es también la más difícil de superar porque reduce la autoestima y la seguridad de la víctima.

La psicóloga Pula Silvia F. en su artículo Violencia intrafamiliar publicado en el sitio Psicología Online estima las siguientes expresiones de violencia psicológica:

1. Intimidación: Asustar con miradas, gestos o gritos, arrojar objetos o destrozar la propiedad.

2. Amenazas: De herir, matar, suicidarse, llevarse a los niños.

3. Abuso económico: Control abusivo de finanzas, recompensas o castigos monetarios, impedirle trabajar aunque sea necesario para el sostén de la familia.

4. Aislamiento: Control abusivo de la vida del otro, mediante vigilancia de sus actos y movimientos, escuche de sus conversaciones, impedimento de cultivar amistades, etc,

5. Desprecio: Tratar al otro como inferior, tomar las decisiones importantes sin consultar al otro.

Esto es una muestra de cómo a pesar de manifestarse sutilmente este tipo de violencia suele afectar tanto y en muchas ocasiones más que cualquier otro tipo de violencia. En investigaciones realizadas se han encontrado que este tipo de violencia es el más utilizado por ambos sexos empleado en un 78,9% hacia la mujer y en 81,6% hacia el hombre.

Los hombres, en sus relaciones, han asumido determinados principios, estimulados por la cultura patriarcal que reina en la sociedad, la cual le confiere cierta superioridad al varón con respecto a la hembra, transmitido por los diferentes grupos sociales. A los varones se les asigna el rol social dominante que los hace sentirse más comprometidos para vencer, imponer su criterio, dominar y tener libertades, en cambio a las mujeres se les inculca la obediencia, delicadeza, sumisión, etc. Esto unido a que la mujer cuenta con menos fortaleza física que el hombre pues poseen menos recursos y posibilidades de abuso físico, contribuye a que acudan más a la violencia psicológica.

Ser hombre: ¿ventaja o reto?

Las exigencias sociales a que está sometido el hombre debido a las asignaciones de la cultura patriarcal afectan su bienestar y desarrollo y reduce su promedio de vida. Según un estudio, citado en el libro "La crisis en el varón y cómo superarla", el varón norteamericano blanco tiene un promedio de vida de 68,9 años, mientras que el de la mujer es de 76,7, casi 8 años más, y en cuanto al promedio de vida de los hombres, la posición actual de los EE.UU. alcanza el vigésimo cuarto lugar en el mundo y el noveno lugar para las mujeres. Antes del parto aproximadamente mueren un 12% más de fetos varones, y durante la primera semana de vida, la tasa de mortalidad de los niños es un 32% mayor que la de las niñas.

Por otro lado, el varón tiene mayor susceptibilidad al trauma y a la enfermedad a lo largo de la vida. Varias investigaciones han arrojado estadísticas que indican que las enfermedades cardíacas atacan a doble número de hombres que de mujeres; que las muertes provocadas por el cáncer son de tres hombres por cada dos mujeres; que cuatro veces más de hombres que de mujeres mueren de enfermedades respiratorias, y dos veces más de cirrosis hepática. Además, los hombres son tres veces más vulnerables a la muerte por accidente, suicidio y asesinato.

Haber perdido el control sobre su propia vida puede ser causa de enfermedad. La lucha ardua del hombre por recuperar todo el control, constituye un efecto corrosivo sobre la salud, pues no puede algunas veces lograr su objetivo. La pérdida de trabajo puede ser tan nociva que el hombre puede llegar a suicidarse, al ser privado del medio que le ayuda a ser proveedor del hogar. Algunos valores más enraizados en nuestra cultura contribuyen a enfermarlos; y el impacto que representa la jubilación y la declinación física pueden ser más devastadores para la autoestima del hombre que para la de una mujer.

La vida agitada que vive el hombre en la sociedad le exige más esfuerzo de lo que puede aguantar el cuerpo. El empeño excesivo de los hombres de tener una imagen fuerte genera un malestar y los mantiene constantemente estresados. La cultura es un factor que condiciona el comportamiento de cada hombre. Las presiones sociales van en aumento y afectan el estado de salud de todos. Asumir lo que le ha sido asignado es un gran desafío para cada hombre, la herencia cultural le impone asumir siempre, estar dispuesto y nunca decir que no.

Los estereotipos que encierra la mística masculina le exigen al hombre ocultar sus temores bajo un porte fanfarrón y sus sentimientos tras una máscara amenazante. A los hombres se les prohíbe severamente que confiesen sus dudas o pidan ayuda. Desde pequeños se les enseña que no pueden llorar ni quejarse, sino aguantar y ser valientes, resistentes e intrépidos en todo momento.

Para la sociedad los desahogos sentimentales son exclusivamente para las mujeres y si el hombre cede a sus emociones se convierte en blando, débil, en una mujer. Poco a poco las tradiciones de ocultar su dolor y poner sardina a todos sus sentimientos lo hacen perder la capacidad de sentir, ser seres humanos, afectuosos y vulnerables.

En verdad, ¿sabemos el costo de ser hombre?

Las estoicas imposiciones de la mística masculina causan también dolor psíquico. Preparados emocionalmente para combatir contra el mundo, a los hombres se les ha enseñado a negar su dolor y a excluir también otros sentimientos más positivos de tal forma que se les hace incapaces de expresar afecto, ternura o cordialidad, aprenden a actuar de forma mecánica y desechan toda acción espontánea y sentida; contribuyendo esto en algunas ocasiones a que pierdan el sentido de la vida, se sientan aburridos o inquietos.

El hábito del autocontrol y la disciplina les ha ido absorbiendo sus energías y acallando sus emociones, se les ha privado de ser, de su autenticidad tras una máscara de machismo y una total desnudez de sentimiento y pasión y cargando con el sacrificio de la masculinidad: ser fuerte por fuera, estéril por dentro. Como se ha apreciado los hombres sufren y experimentan restricciones emocionales y se ven sumergidos en un diluvio de acusaciones. Tras una aparente coraza de tabúes y prejuicios impuestos por la sociedad se esconde un ser humano con tantas o más debilidades que su sexo opuesto.

¿Entonces por qué no asegurar que ellos también son víctimas de todo lo que la cultura les ha asignado durante siglos?

La violencia contra los hombres no queda totalmente reconocida. Realmente esta víctima masculina es un hombre con temor, un hombre aprisionado, estigmatizado como débil. En la ley, un hombre víctima enfrenta dos obstáculos; primeramente debe demostrar que es una víctima y después debe asegurarse de brindarles protección a sus hijos para evitar que se conviertan en nuevas víctimas. Sistemáticamente muchos hombres asumen las agresiones femeninas para no dañar el lazo afectivo con sus hijos y no ser afectados económicamente como consecuencia de la separación. La reacción de varios hombres es guardar silencio, muchas veces impulsado por el temor al ridículo o a la separación de sus hijos.

En estos momentos la medicina moderna está enterada de que ciertas condiciones puedan hacer a las personas un ser violento, pero la sociedad espera que tales personas busquen ayuda o tratamiento médico. Se espera que los hombres tomen la responsabilidad de la violencia y el abuso pero sin aceptar ninguna explicación o excusas.Sin embargo, cuando es la mujer la violenta, la sociedad proporciona una lista de excusas, por ejemplo: Que tiene depresión, estrés, PMT post-natales, irritación por su obesidad, desórdenes de la personalidad, le llegó la menopausia, es por el síndrome pre-menstrual y está en sus días, traumas de la niñez, la provocación, la autodefensa, etc., sin embargo, a los hombres también les afectan muchos de estos problemas. Los hombres víctimas de la violencia femenina no tienen una protección verdadera de la ley lo que provoca que a muchos de ellos no les quede otra salida que tolerar el abuso de la violencia o marcharse de la casa. La sociedad debe brindarles la misma seguridad y protección a ellos y a sus hijos de la misma forma que lo hace con las víctimas femeninas. Así cómo las mujeres violentas deben responder legalmente por sus acciones.

Si los hombres procuran señalar los incidentes del abuso y la violencia, la gente responde con la discriminación, la incredulidad o la broma, y lo tachan de ser una desviación del rol masculino. Los comentarios son tales como, por ejemplo:"Usted debe haberle hecho algo malo para merecer esto¨ (…) "! Mire la talla de usted! Ella es quizás justa defendiéndose"

El hombre también sufre y siente.

La violencia hacia ellos por parte de las mujeres constituye una realidad a la que muchos son ciegos o no quieren ver, aceptar que existe tal violencia es un gran reto que se debe asumir y que demuestra que en la violencia todos somos víctimas.

Representaciones del rol de hombre a partir del modelo tradicional de masculinidad

La expresión "rol genérico" fue creada por el notable estudioso de los géneros Morey en 1955 y fue definido como ¨el conjunto de prescripciones sociales determinados para una conducta o tarea dada, así como las expectativas acerca de cuales son los comportamientos apropiados para una persona según las normas sociales establecidas para su sexo¨(9).

Dentro del rol de género están concebidas determinadas particularidades personológicas atribuidas y aceptadas para los sexos, así como el modo de ejercer la sexualidad. Estos elementos han llegado a constituirse como ¨naturales¨ pues han actuado como organizadores de la vida cotidiana habiendo pasado por el prisma de lo sociocultural, por ello el individuo trata de moldear su comportamiento a lo exigido culturalmente para su sexo.

En el rol genérico se acentúan los papeles femeninos y masculinos, según un libreto inspirado en los estereotipos sexuales. En su determinación intervienen causas biológicas y sociales, que actúan antes y después del nacimiento.

Intercalados entre las creencias y los estereotipos están los roles. Se trata de la expectativa que tienen los demás de cada cual en función del rol que representa; toda persona cumple un conjunto de roles que juntos, reunidos forman su estatus. El rol o papel a desempeñar en cada una de las situaciones para las que están definidos siempre está en interacción entre la persona y el factor social.

Una persona puede estar de acuerdo con todos los roles que representa o sólo con algunos de ellos, aunque el resto los lleve a cabo bien simplemente porque son asignados (conformismo) o porque no tienen otra alternativa.

Lo masculino y lo femenino no son hechos naturales o biológicos solamente sino construcciones culturales, es uno de los modos esenciales en que la realidad social se organiza, se construye simbólicamente y se vive.

La organización social genérica es el resultado de establecer el sexo como marca para asignar a cada quien actividades, relaciones y poderes específicos, lo cual se expresa socialmente en un orden de género binario: masculino- femenino, dos modos de vida, dos tipos de sujetos, dos modos de ser y de existir, atributos eróticos, económicos, sociales, culturales, psicológicos y políticos diferentes

La masculinidad comporta el conjunto de atributos, valores, papeles (entendidos como funciones) y comportamientos que son definitorios del ser varón en un contexto histórico-social determinado. Todo su contenido y formas de acción no están plasmados en ningún documento oficial, pero sí instituidos a nivel de lo Imaginario Social y desde ahí penetra en la estructura individual, a través de la transmisión y reproducción en los diferentes espacios sociales en donde transcurre la vida del individuo. Por tanto, la masculinidad, la manera de concebir y vivir el ser varón, es emergente de una estructura ideológica desde donde se emite, se moldea, se legitiman todos los pensamientos, sentimientos y conductas relativas al ser hombre.

La ideología patriarcal ha sido el paradigma esencial del que han emergido las asignaciones tradicionales al género masculino. Es válido entonces realizar en este momento algunas precisiones en relación a este término. Etimológicamente patriarcado significa "gobierno de padres". Alude a la hegemonía masculina en las sociedades antiguas y modernas, a un orden social y por ende a una ideología (enraizada en la cultura occidental) en la que los hombres se reconocen como dueños y dirigentes del mundo , a partir de la interpretación de la diferencia sexual como diferencia jerárquica, por tanto en manos de los hombres se concentra el poder político, económico, religioso, científico, el control de las mujeres, hijos y bienes familiares, dando lugar a relaciones de desigualdad e inequidad entre hombres y mujeres, en las que los primeros aparecen como seres superiores y supremos.

Actualmente contamos con suficientes aportes de investigadores del género masculino que nos permiten sintetizar aquellas peculiaridades que han delineado la construcción de la subjetividad masculina de manera más o menos general como asignaciones legitimadas al ser hombre. La MSc Yarlenis Mestre nos ofrece algunas de estas asignaciones:

  • Dominio del ámbito público: La ruptura con el mundo de la mujer-"el privado-familiar", es una de los pilares fundamentales sobre los que se construye la subjetividad masculina, por tanto el "afuera", el ámbito público es el espacio principal para el que son socializados. Esto se va acuñando a través de la educación con frases como: "los hombres son de la calle, las hembras de la casa".

  • Omnipotencia: Sustenta que la valentía a toda prueba y la fortaleza son cualidades que los hombres se ven obligados a exhibir. Ello también se relaciona con la fortaleza física, la cual es puesta a prueba a través de los trabajos físicos y la destreza en cuestiones cotidianas.

  • Protector y Sostén del Hogar: Desde el modelo de masculinidad tradicional, sobre el varón recae la responsabilidad de ser el proveedor económico. Cabe citar un planteamiento de una investigadora del género en tal sentido:"…el acopio de dinero suele ser vivido por el varón como una meta inclaudicable…"

  • Partes: 1, 2
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