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Acercamiento a la participación de la mujer en el proceso independentista latinoamericano


  1. Resumen
  2. ¿Qué es la historia?
  3. Bibliografía

Resumen

La mujer, como parte activa del espacio creador de la vida, también ha jugado un papel de vanguardia en el transcurrir de los hechos revolucionarios. El presente trabajo está encaminado a destacar el papel que tuvo la mujer latinoamericana durante el proceso independentista desarrollado en el siglo XIX. Teniendo en cuenta que la mujer fue, por un buen tiempo, no maltratada, más bien "no tratada" como un factor importante dentro del proceso histórico independentista y de la conformación de las repúblicas latinoamericanas, habiendo tenido un lugar importante en él, se hace necesario evidenciar que no se puede dar un cuadro real de una sociedad sin tener en cuenta el papel, status y preocupaciones de las mujeres en todas las áreas importantes de la naciones, y así se trata propone analizar el aporte femenino al proceso de cambios sociales que se gestó desde finales del siglo XVIII y hasta mediados del XIX en América Latina como parte de las gestas independentistas, contribución omitida y/o subvalorada por la historiografía tradicional.

¿Qué es la historia?

La Historia, según el investigador haitiano Patrick Bellegarde-Smith, "es la interpretación multifacética de hechos, de mitologías como materiales para construir las nacionalidades, hechos seleccionados o ignorados, y estos últimos arrojados sin ceremonia alguna, … en el fondo de un océano oscuro y profundo –meros zombis que esperan la resurrección."[1]

Entre estos injustamente ignorados por la historiografía se encontraba hasta hace muy poco la figura de la mujer. A su rescate han venido los estudios de género, desde la sociología y la psicología, los análisis que han propiciado la influencia de los Movimientos Feministas, las actuales investigaciones de historia social y las que han surgido al calor de la llamada Historia de Mentalidades o "historia de la gente sin historia".

A la mujer en Latinoamérica, desde la sociedad colonial le fue impuesta la posición social heredada del conquistador, vista bajo la figura de un hombre, ya fuese padre, hermano o marido. El escenario en que estaba autorizada a actuar era en el ámbito cotidiano, como esposa, hija, hermana. En este sentido, España, heredera del pensamiento occidental y cristiano logró imponer en las sociedades coloniales sus propios criterios basados en una concepción patrimonialista sobre las mujeres donde la familia y la iglesia fueron las instituciones normativas y garantes del orden patriarcal y de la exclusión de la mujer de la vida política.

Así nos ha llegado la imagen del papel social de la mujer: limitado al ámbito familiar. Su primera responsabilidad, la atención del hogar, la crianza de los hijos, la fidelidad matrimonial, haciendo hincapié en una administración doméstica cuidadosa. El matrimonio como institución social fue el mecanismo utilizado no sólo para establecer y mantener, sino también para consolidar la posición social de la familia o del individuo.

Sin embargo, en estudios de la investigadora Asunción Lavrin sobre el papel de la mujer en Hispanoamérica, ésta opina que no fue totalmente pasivo o marginal:

Las fuentes documentales recién descubiertas o reinterpretadas apuntan hacia una participación mayor de la que se ha venido suponiendo de la mujer, en actividades tales como la fundación de escuelas y conventos, la administración de propiedades familiares, la distribución del trabajo en los mercados locales, la administración de pequeñas tiendas …de este modo, estamos obligados a replantearnos la noción que teníamos de la que era considerada una conducta aceptable para las mujeres de los diversos grupos socio-étnicos, en distintos períodos y en diferentes etapas de la vida de la mujer. La caracterización de las mujeres como grupo homogéneo resulta ya inadecuada.[2]

Comprendemos que los papeles sexuales tradicionales no son fáciles de trascender, la posición de las mujeres, al margen de la clase social a la que pertenecieran, siempre fue distinta desde todo punto de vista a la de los hombres. Las diferentes actividades que cumplieron han sido subvaloradas y consideradas permanentemente como marginales, aunque es importante señalar que a lo largo de la historia los hombres y las mujeres han luchado por conseguir derechos y libertades personales. Así, en ocasiones la mujer se atrevió a infringir los parámetros tradicionales fijados por la sociedad de la época. En Hispanoamérica no son pocos los casos de mujeres transgresoras que marcaron un hito en la historia de la mujer hispanoamericana.

Al iniciarse el siglo XIX, las vicisitudes de la guerra de la independencia afectaron singularmente, la mentalidad y el comportamiento de todos los que se encontraron envueltos en ella. De cualquier manera, estos cambios sucedieron muy al final del período colonial como para alterar abruptamente el carácter de la vida de las mujeres pero prepararon a muchas de ellas para salir del ámbito doméstico y comenzar a abrir espacios de poder socio-político.

Precisamente el déficit en la historiografía latinoamericana en cuanto a la participación de la mujer en la gesta independentista, ha atraído la atención de varios investigadores a lo largo del continente Americano, y así en la actualidad se vislumbra un cambio de importancia en el discurso acerca de la figura femenina en la historia latinoamericana y su participación activa en el proceso social e independentista, esto se debe en gran medida a la labor desarrollada por el Centro de Estudios La Mujer en la Historia de América Latina, CEMHAL y Sara Beatriz Guardia, su directora; hace ya más de 15 años que este centro viene desarrollando diversos eventos que tratan de rescatar y revalorizar la figura de la mujer como protagonista social, cultural y política de la historia latinoamericana. Con motivo del Bicentenario de las Guerras de Independencia de América Latina, el tema central del Simposio Internacional, fue precisamente Las Mujeres en la Independencia de América Latina, donde se presentaron ponencias de investigadores de varias disciplinas científicas y países, aportando no solo una visión multifacética de la mujer, sino que también desde diversas sociedades, pero sobre todo destacando el papel creador y emprendedor de la mujer americana.

En la independencia de América Latina las mujeres participaron de manera decidida, incluso en acciones militares y de liderazgo. Sin embargo, conquistada la independencia en el siglo XIX, los estados nacientes crearon a sus héroes nacionales, que de acuerdo con las características sociales de machismo entronizado de la época, ninguno fue mujer. Hicieron falta varios siglos de silencio injusto para las féminas del continente y varios cambios que irían influyendo en el pensamiento y actitud ante el sexo bello, para que el rescate tocara las puertas de la literatura y la historiografía. Así, a finales del siglo XX la presencia femenina en el proceso emancipatorio y en la construcción de las naciones empezó a tener registro en nuestra historia.

Ese proceso inicial y la sangrienta contienda que le seguiría, estuvieron marcados innegablemente por la presencia femenina, en ocasiones obviadas a conciencia o simplemente olvidadas.

Es el caso de Micaela Bastidas (1745-1781), india acriollada esposa de Túpac Amaru II (José Gabriel Condorcanqui, 1738-1781), con quien contrajo matrimonio en 1760, tuvo 3 hijos y fuese su compañera en la rebelión que encabezó en Perú, siendo ejecutados en Cuzco, el mismo día, 18 de mayo de 1781, junto a dos de sus hijos.

O el de Bartolina Sisa (1753-1782), heroína aymara y esposa de Túpac Katarí (Julián Apaza, 1750-1781), quien movilizó a 40.000 indígenas contra el poder español en Alto Perú. Sisa comandó batallones y demostró dotes de estratega al sitiar las ciudades de Sorata y La Paz. Vencido el movimiento, ella fue cruelmente vejada y torturada antes de ser ahorcada.

Al conquistar los criollos blancos la independencia, indispensable para el desarrollo de sus intereses, las gestas emancipadoras dirigidas por indios fueron minimizadas y olvidadas, "no obstante que sacudieron los cimientos del sistema colonial", según apunta Sara Beatriz Guardia en su ensayo Las mujeres y la recuperación de la historia.[3]

En la Revolución Haitiana, que dio como resultado el único estado surgido de una rebelión de esclavos y la primera colonia en lograr la independencia en América Latina, también destacan desde el principio figuras femeninas, una manbo (sacerdotisa vodú), Cécile Fatiman, cuyo verdadero nombre se ha perdido, ofició con el líder vodú Boukman Dutty una ceremonia en Bois-Caiman que dio inicio a la Revolución Haitiana el 22 de agosto de 1791.

Marie-Jeanne Lamartiniére, brava mujer que había dejado de ser esclava, conocida popularmente como la Juana de Arco haitiana, peleó en las guerras de independencia junto a Jean Jacques Dessalines y Toussaint Louverture, se destacó en el enfrentamiento de las mejores tropas de Napoleón, de forma notable participa en la batalla de La Crete-a-Pierrot, cerca de Petit-Riviére, sitiada por 12 000 franceses dirigidos por Leclerc.

Otras revolucionarias como Suzanne Sanite Bélair y Henriette Saint-Marc demostraron formidable destreza militar hasta que fueron capturadas y ejecutadas por los franceses. Aunque muchas mujeres sirvieron como soldados, comisarios, intendentes, enfermeras y espías durante la revolución, fue poco lo que mejoró su status después de lograda la independencia.

Gertrudis Bocanegra (1765-1817) urdió una red de insurgentes mexicanos. Capturada por españoles se negó a delatarlos pese a las torturas, y murió fusilada por los realistas, como se denominaban las fuerzas que respondían a la metrópoli europea.

Una heroína venezolana es Luisa Cáceres (1799-1866), esposa del general Juan Bautista Arismendi, a quien quisieron doblegar sometiendo a la joven embarazada a una atroz prisión en 1814-1816, que le hizo perder un hijo y luego con su destierro.

También se destacaron figuras como la boliviana Juana Azurduy, nacida el 8 de marzo de 1780, participante en guerrillas e importantes batallas como las de Ayohuma (1813), Potosí y La Laguna (1816), en la que fue herida y murió su marido, Manuel Padilla, cuando acudía en su rescate. Junto a su compañero había encabezado las guerrillas que enfrentaron a los ejércitos realistas. Coordinó las acciones con el general Juan José Rondeau, siendo ascendida a Coronela. El 3 de marzo de 1816, al frente de 200 hombres, Juana derrotó a los españoles en El Villar, arrebatándoles su bandera. Se batió en cientos de combates al lado de su pueblo indígena y mestizo. Cuenta un historiador boliviano, Mariano Baptista Gumucio, que cuando Bolivar llegó con Sucre a La Paz, lo primero que hizo fue solicitar una entrevista con Juana Azurduy, antes que con cualquier obispo o general. Más tarde, se uniría a las fuerzas del interior en lucha contra el centralismo de la capital. Murió el 25 de mayo de 1862.

Otra heroína, argentina fue Martina Céspedes, de sobresaliente actuación durante las invasiones inglesas en 1807. Con cuatro mujeres pudo apresar a doce ingleses que habían entrado a su posada. Por esta acción, Liniers le dio el grado de sargento mayor.

Las mujeres de la clase acomodada criolla jugaron un papel importante en las luchas por la independencia, entre ellas la ecuatoriana Manuela Cañizares. En su casa se dio el primer grito de independencia. En una época en que muy pocas mujeres sabían leer y escribir, Manuela conocía a Voltaire y Rousseau. Bajo el pretexto de saraos, en su casa se reunían los más destacados criollos de la época para hablar de la Revolución Francesa y de sus postulados de igualdad, libertad y fraternidad.

No podemos dejar de mencionar a Mariquita Sánchez (1786-1868), benefactora argentina, cuyo verdadero nombre era María Sánchez, también conocida como doña Mariquita. Nacida en Buenos Aires, su padre era un rico comerciante español asentado en el virreinato del Río de la Plata, de quien heredó una gran fortuna. Casada en 1805 con el marino y diplomático bonaerense Martín Jacobo Thompson, tuvo la audacia de presidir numerosas reuniones clandestinas de criollos dispuestos a llevar adelante la revolución anticolonial, su hogar fue uno de los lugares de reunión de la elite política, social y cultural de la ciudad, buena parte de la cual participó en la Revolución de mayo de 1810. En su domicilio se cantó en 1813, por vez primera, el "Himno nacional argentino", cuyos autores fueron el músico Blas Parera y el político y escritor Vicente López y Planes.

Junto con Casilda Ygarzábal de Rodríguez Peña y Angela Castelli exigió que los líderes independentistas retiraran las armas que había en el puerto y presionó a Cornelio Saavedra para que se pusiera a la cabeza el movimiento, cancelando así la fase de las vacilaciones políticas. Doña Mariquita formó un club en su casa, uno de cuyos miembros era Bernardino Rivadavia (futuro presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata), origen de la Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires, fundada en la década de 1820. Se ocupó de los más desfavorecidos, fundando hospitales para mujeres y niños, así como asilos para enfermos mentales y niños abandonados. Hacia 1839, durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, se exilió en Montevideo, de donde regresó tras la caída de aquél, producida en 1852. Falleció el 23 de octubre de 1868 después de ejercer de nuevo, durante un año, la presidencia de la Sociedad de Beneficencia.

Otra mujer que se hizo popular en la lucha por la independencia fue la colombiana Polonia Salavatierra y Ríos; conocida bajo el nombre de Policarpa, y que actuó como enlace de los revolucionarios en el período de la Reconquista española. Era una costurera de Bogotá, oriunda del Valle del Cauca; trasladaba los mensajes anticoloniales camuflados en naranjas. Descubierta su actividad de espionaje y contraespionaje, fue fusilada el 10 de noviembre de 1817, poco antes de la llegada del Ejército Libertador comandado por Bolívar.

En Chile se destacaron Paula Jaraquemada, la chillaneja Cornelia Olivares y, sobre todo, Francisca Javiera Carrera (1781-1862) quien participó en el proceso de emancipación nacional en contra de la monarquía española. Nació en Santiago el 10 de marzo de 1781. Con sus hermanos, José Miguel (presidente de la Junta Chilena de 1811 a 1814), Juan José y Luis sufrió las vicisitudes y los ataques realistas desde 1810 hasta 1821. Fue infatigable, consecuente y voluntariosa compañera de los ideales libertarios, tanto en los días de triunfo como en los de derrota transitoria. Tuvo gran influencia sobre las acciones de todos ellos, así como en el círculo social de la época. En los momentos en que los criollos más moderados se aferraban a la fórmula de gobernar en nombre de Fernando VII, Javiera simbolizó el repudio a la corona española en un baile de gala realizado el 18 de septiembre de 1812, Doña Javiera Carrera llevaba en la cabeza una guirnalda de perlas y diamantes de la cual pendía una corona vuelta al revés en señal de vencimiento. La tonada "La Panchita", cantada por el pueblo, fue una expresión de la simpatía de que gozaba Javiera por liderar las medidas más radicales de esa fase de la independencia. Sufrió la lejanía de su patria en Argentina y Uruguay, regresando a Chile después de 10 años de destierro. Luego, se radicó en la hacienda de San Miguel, en San Francisco del Monte. El 15 de junio de 1828, pudo dar una digna y honrosa sepultura a los restos de sus hermanos, que habían sido fusilados en Mendoza (Argentina) el 8 de abril de 1818 (Juan y Luis) y el 4 de septiembre de 1821 (José Miguel). Falleció el 18 de agosto de 1862.

Josefa Camejo, venezolana nacida el 18 de mayo de 1791, artífice de la incorporación de la provincia de Coro a la independencia. Estudiaba en Caracas cuando estalló la revolución de 1810, a la cual se sumó de inmediato, arengaba a los jóvenes caraqueños encabezados por José Félix Ribas. En 1811, capitaneó en Barinas a un grupo de mujeres deseosas de luchar contra los realistas. En Mérida contrajo matrimonio con el prócer Juan Nepomuceno Briceño Méndez, junto al que combatió en la Campaña de Los Llanos; en 1814, se refugió en Bogotá, donde nació su primer hijo. Allí permaneció hasta 1819, cuando regresó a Barinas. El 3 de mayo de 1821, Josefa Camejo logró levantar la provincia de Coro en favor de la independencia. Durante el período de la Reconquista española organizaba bailes para facilitar los contactos clandestinos de los patriotas. Un día hizo decidir al comandante de Paraguaná, Segundo Primera, en favor de la independencia, sacando su pistola al grito de ¡Viva la Revolución! Su pasión por la libertad la llevó a estar presente en casi todo el territorio de Venezuela, lo que la convierte en una heroína de carácter nacional. Murió hacia 1862.

También Luisa Cáceres de Arismendi (1799-1866), heroína venezolana de la etapa independentista. Nació en Caracas el 25 de septiembre de 1799. En julio de 1814, Luisa Cáceres participó en la denominada "emigración a oriente". Se radicó en Margarita, donde contrajo matrimonio con el coronel patriota Juan Bautista Arismendi. En septiembre de 1815, con 16 años, para obligar al jefe patriota a presentarse ante las autoridades españolas, los realistas encerraron a Luisa Cáceres en un calabozo del castillo de Santa Rosa, donde dio a luz una niña, que nació muerta por los maltratos sufridos (26 de enero de 1816). La respuesta de Arismendi fue la siguiente: "Díganle al jefe español que sin patria no quiero esposa". Después de soportar varios presidios en Venezuela, fue enviada a la ciudad española de Cádiz, de donde logró escapar en marzo de 1818. Se trasladó a Filadelfia (Estados Unidos) y de allí a Margarita, el 26 de julio. Concluida la guerra de independencia, pasó a vivir en Caracas con su familia. Falleció el 2 de junio de 1866.

Juana Ramírez, venezolana, mujer de pueblo, de la región de Guárico, región de Los Llanos, peleó al lado de Manuel Carlos Piar, ganándose por su coraje el apodo de "Juana la Avanzadora".

Una de las mujeres más conocidas de esta época por haber sido compañera sentimental de Bolívar fue la ecuatoriana Manuelita Sáenz (Manuela Saénz de Thorne, 1797-1856). Sin embargo, ella ya estaba en plena lucha por la independencia antes de conocer a Bolívar. Hija "ilegítima" de español y criolla, nacida en Quito, se casó muy joven con el médico inglés James de Thorne, de quien se separó, para unirse a las huestes que combatían a los españoles. Fue condecorada por San Martín como "caballeresa del Sol", junto a otras 112 mujeres, y ascendida al grado de coronela. Peleó al lado del mariscal Sucre en la batalla de Ayacucho. En junio de 1822 había conocido a Bolívar, quien quedó impresionado por su personalidad, su cultura y capacidad para manejar armas y montar a caballo. Vestida de capitana ascendió montañas y vadeó ríos con el Ejército Patriota, batiéndose junto a los suyos en la batalla de Pichincha, tras la cual los ejércitos colombianos ingresaron a Perú. Cuando en 1828, en el palacio de San Carlos de Bogotá, se cometió un atentado contra su amado, enfrentó con su espada a Florentino González y demás asesinos, mientras Bolívar lograba eludir el cerco. La "Libertadora del Libertador", nombre con el que ha pasado a la historia, destruyó sable en mano los panfletos contra Bolívar distribuidos por los reaccionarios en las calles de Bogotá.

Por haber defendido al hombre que liberó medio continente fue víctima de vejaciones, prisión y exilio en Jamaica, a donde fue desterrada tras la muerte de Bolívar en 1830, y más tarde a Perú. Casi treinta años habría de vivir en el pequeño y melancólico puerto peruano de Paita, en donde vestida de negro veía pasar los barcos y los recuerdos, vendiendo dulces y tabaco. Esta notable mujer, a quien Pablo Neruda llamó un día "la loca estrella", murió el 23 de junio de 1856, durante una epidemia de difteria, de cierto injusto e ingrato final para una mujer que de la mano del Libertador de América había participado y visto liberar casi medio continente.

Junto a estas líderes, lucharon anónimamente decenas de miles de mestizas, indígenas y negras, cuya labor no por menos manifiesta fue menos eficaz y de quienes se hace indispensable hablar y la historia tendrá que seguir ahondando en sus actuaciones. Es un deber a su ofrenda desinteresada. La colaboración de las campesinas e indígenas con los guerrilleros patriotas, proporcionándoles albergue e información sobre los movimientos de las tropas realistas, fueron acciones efectivas en favor de la lucha por la independencia.

Pero en toda la guerra participaron muchas mujeres más, integradas a los ejércitos, en la retaguardia, en la logística (las soldaderas) y como combatientes. El fallecido historiador venezolano Vinicio Romero recordó en una ocasión que en la batalla de Carabobo (1821) muy probablemente murieron decenas de mujeres, en uno y otro bando.

En México hubo importante participación de mujeres entre las tropas, así como en el ejército colombiano (de las hoy Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela) y en la subregión andina fueron incorporadas comunidades indígenas, mujeres incluidas, al quehacer de la guerra. Miles de indígenas acompañaron por ejemplo al general argentino Juan Álvarez de Arenales (1770-1831), lugarteniente de José de San Martín (1778-1850) durante su campaña por la sierra peruana en 1819-1820.

La reposición gratuita de la fuerza de trabajo para mantener las cosechas durante la guerra y proporcionar los hombres para los ejércitos libertarios constituyeron importantes tareas, omitidas por aquellos historiadores que ven la historia solamente a través de los hombres-héroes, y que felizmente ya somos los menos, pues la imagen de la mujer está siendo más valorada en su papel de vanguardia en los procesos revolucionarios, como sujeto activo y creador del devenir histórico. Y es que la labor de la mujer no solamente se redujo a la actividad reproductora, sino que durante las guerras de la Independencia -cuando la mayoría de los hombres peleaba en los frentes de batalla— fue la encargada de las actividades productivas, especialmente en el campo y en la artesanía.

La investigadora chilena Patricia Peña en su ponencia "Participación y presencia femenina en el proceso independentista chileno"[4] en la que aborda la construcción de lo femenino y funcionamiento social en Chile colonial, presentada en el IV Simposio Internacional Las Mujeres en la Independencia de América Latina, expone en sus consideraciones finales que los movimientos que condujeron al fin del dominio español en América afectaron e involucraron a gran parte de la población de aquellos territorios donde se centró la lucha. Para hombres y mujeres resultó muy difícil sustraerse a los acontecimientos, de tal modo que en Chile, al igual que en el resto de América española, estas últimas no constituyeron una excepción, a pesar de lo que en contrario podría sugerirnos su escasa y selectiva presencia en la historiografía dedicada a la época en cuestión.

Las mujeres fueron convocadas por las autoridades de turno, patriotas o realistas, a involucrarse en el logro o conservación de la que definieron como común felicidad. Fueron llamadas, en su calidad de esposas, madres, hermanas o hijas, de hombres amantes de la patria o del rey – es decir, en su calidad de seres moralmente superiores- y autorizadas a rebasar, mientras las circunstancias lo requirieran, el ámbito privado; se las instó a prolongar en el espacio público el rol que tradicionalmente se les había señalado. A partir de 1810, por consiguiente, se produjo una redefinición del "deber ser y hacer" femenino; las mujeres adicionaron nuevos defectos a reprimir y nuevas cualidades a cultivar; nuevas tareas a las ya tradicionales. Las labores que se les asignaron, y por las cuales fueron reconocidas, se circunscribieron a lo que se consideraba correcto que hicieran de acuerdo a su género, pero también a su estatus. Por lo tanto, no todas fueron exhortadas a desempeñar las mismas funciones en procura del bien común.

Un sector importante de mujeres escuchó el llamado que se le hizo y durante los años de crisis que representaron los de lucha por el logro y consolidación de la Independencia, mostró cierto nivel de compromiso en la vida pública, involucrándose en los acontecimientos, muchas veces, más allá de lo que socialmente se creía que aconsejaba la debilidad de su sexo. En consecuencia, las hubo que contribuyeron al financiamiento de la causa del rey y de la patria; las hubo que curaron heridos, confeccionaron vestuario para la tropa, proveyeron de vendaje a los hospitales, brindaron hospedaje al perseguido, alimentos a las guerrillas, prestaron sus hogares para las reuniones, transmitieron información, espiaron, etc. ¿Por qué lo hicieron? Por lealtad familiar y, probablemente, por convicción. Pero, lo cierto es que cuando es posible acceder al conocimiento de una explicación de su parte, invariablemente ésta se sustenta en su rol de género.

No se puede dar un cuadro real de una sociedad sin tener en cuenta el papel, status y preocupaciones de las mujeres en todas las áreas importantes de la nación, Latinoamérica no escapa a esto. En este trabajo se ha tratado de analizar el aporte femenino al proceso de cambios sociales que se gestó desde finales del siglo XVIII y hasta mediados del XIX en América Latina como parte de las gestas independentistas, contribución omitida y/o subvalorada por la historiografía tradicional. Las mujeres no solo hemos acompañado a nuestros hombres durante estos procesos, sino que hemos sido protagonistas activas de ellas, sirviendo como ejemplo para las actuales generaciones, herederas de la valentía y la consagración que por tradición fluye en las venas de nuestra estirpe de luchadoras.

Bibliografía

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Publicaciones periódicas:

Revista Bohemia Nº 10, La Habana, 8 de marzo de 1974.

 

 

 

Autor:

Lic. Leandra Domínguez Muñoz.

Profesora de Historia de Cuba, Universidad de Oriente. Santiago de Cuba.

 

[1] Patrick Bellegarde-Smith: Hait? la ciudadela vulnerada, p. 22.

[2] Nelly Estela Gonzalez: El siglo XIX. Una aproximaci?n a la imagen de la mujer hispanoamericana. El caso de la mujer correntina. p. 3.

[3] Sara Beatriz Guardia: Las mujeres y la recuperaci?n de la historia.

[4] Patricia Pe?a: Participaci?n y presencia femenina en el proceso independentista chileno.