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Gallegos en la Argentina: testimonios (página 2)


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Darío Lamazares, representante legal del Instituto Santiago Apóstol, llegó a la Argentina a los catorce años: "Fui un autodidacta –dijo-, me formé en la calle, y como la mayoría de mis compatriotas sufrí la falta de instrucción. Este país nos dio todo, los mismos derechos que sus hijos, y la escuela es una forma de pagar esa deuda" (8).

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Francisco Lores, presidente de la Federación de las Asociaciones Gallegas de la República Argentina, recuerda: "Llegué en 1952 desde O Grove. Trabajé como mecánico, pasé los desarraigos al igual que muchos. Fui mecánico y ahora estoy jubilado, dedicado a esta pasión que es conservar nuestro patrimonio" (9).

No puede regresar Fermín Alvarez, mozo de la confitería La Ideal. "Su rancia estirpe gallega se ablanda un poco cuando confiesa que le gustaría volver a España, después de tantos años sin pisar la tierra que lo vio nacer. "Pero no hay plata: acá se gana muy poquito, apenas las propinas. Y la jubilación, para qué hablar", cuenta. Su hija le está gestionando una jubilación en España para que su vida sea menos empinada" (10).

María Mercedes Arias "se recuerda a sí misma como una campesina de Porto, una aldea de la comarca gallega de Valdeorras donde todavía se ve a lo lejos el río Sil y el Castillo del Conde de Rivadavia, construido en el siglo XV. "Araba el campo con mis dos hijos porque mi marido se había ido a la Guerra Civil que estalló en 1936. Llenábamos un carro con las castañas que había en el bosque, las comíamos asadas y con un vaso de leche. Yo tenía 38 años y como la posguerra era muy dura, nos vinimos a la Argentina", cuenta" (11).

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Entrevistada por Débora Campos, relata la escritora María Rosa Iglesias: "Mi padre nos había prohibido a mi hermano y a mí hablar gallego, actitud que siempre sentí arbitraria y descalificadora. Perder mi idioma fue una mutilación. Cuando más grande quise volver a hablarlo, no me atreví porque me avergonzaba hacerlo mal. (…) Escribo en gallego pero con menor capacidad expresiva que en castellano. La conciencia de estas limitaciones me ha impedido hasta ahora encarar una obra literaria en gallego ya que el lenguaje literario requiere de mayor destreza que el informativo. Tengo la ilusión de poder superar estas trabas en los próximos años. La sordera me dificulta escuchar conversaciones o seguir audiciones de radio donde se hable un lenguaje coloquial o figurado muy propio de la literatura y esto lógicamente, dificulta mi ejercicio del gallego que sólo practico en lecturas. En suma, siento que aún me faltan herramientas para expresar adecuadamente mi pensamiento. Si bien el gallego fue mi primer idioma y conservo sus estructuras básicas, no hay que olvidar de que es un gallego practicado y hablado hasta los 5 años, demasiado elemental como para hacer literatura" (12).

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Manuel Corral Vide llamó Morriña a su restorán, nombre que nos habla sin duda del sentimiento que aúna a chef y comensales: "A través de Morriña (palabra entrañable para nosotros) el nombre de Galicia llega a miles de personas que, sin ser gallegas, se interiorizaron de las características de nuestra cocina, lo peculiar de nuestras tradiciones y nuestra milenaria cultura. En cuanto a los paisanos, me consta que se enorgullecen de tanta difusión" (13).

El publica sus recetas en Galicia en el mundo; en una de las entregas de "Cocina gallega", leemos: "En Buenos Aires, siempre que se podía en casa, nos agasajábamos con una buena paella en la que difícilmente faltaba el conejo (mi abuela los criaba en nuestros primeros años en la Argentina" (14).

José Cameán Parcero recuerda: "Yo también fui gallego de m… y también colorado", porque así es mi color de cabello. Y más de una vez tuve que escuchar a mis compañeros decir que me habían cambiado por un cuero. Pero no me molestaba, quizás porque yo al venir a los cuatro años me sentía uno más. No sabía mi conciencia la diferencia de ser gallego o argentino". Cuenta que su padre "como buen gallego, era músico, tocaba la gaita y le enseñó a él a tocar la caja. Como esto resultó ser de su gusto tocó con Los Celtas de Vigo y con Los Chavales de España. En estos conjuntos tocaba la tumbadora. Estos instrumentos todavía los conserva en su taller de autos antiguos" (15).

Un inmigrante tiene un bar en la Isla Maciel: " "Esto era la calle Florida, entre el frigorífico, las areneras, los astilleros –dice el Gallego-. Y ahora… ya ni comidas damos. Es una pocilga. Me dan ganas de largar todo pero no puedo". Su bar quedó varado en algún cierre mpreciso, ese día último en que la heladera despachó la porción final para uno de crudo y queso. Y pensar que el bar del Gallego hasta tenía un reservado, con manteles y todo. Al Gallego le dan ganas de llorar. La enorme mesa de billar tapada con una tela parece meterle más luto al que ya tiene. Sólo el comensal de siempre va por su vasito de vermú, antes del almuerzo. Pero ya no se dicen nada" (16).

En un bar de Gaona y Concordia, en Buenos Aires, transcurre probablemente el cuento "Hombre de la esquina rosada", de Jorge Luis Borges. En ese bar trabaja un mozo gallego: "Pepe "Galleguito" Castro (62 años, vecino desde hace 34), único mozo del Gaona, acredita: "Se inauguró en 1908". Y otra cosa más. Casualidad de la vida o no, hoy está pintado de rosa, dato que no aparece en el texto pero que sí remite al título del cuento. "Borges sabe que, en aquella época, los almacenes eran de ese color, lo cuenta en Fundación mítica de Buenos Aires", apunta Sorrentino. Ajeno a los análisis literarios, Pepe pone cara de circunstancia al nombrarle a Borges. "Me dolió cuando dijo que no quería morir en la Argentina", apunta el hombre que nació en Santiago de Compostela y por nada del mundo quiso salir en las fotos" (17).

Julio Méndez Iglesias se presenta: "A mí me dicen el otro Julio Iglesias. Porque además de vender flores, toco música gallega, celta, religiosa y folklore de todo el mundo con mi guitarra y mi armónica. Pero ni Dios me dio el don de hacer lo que hace él, ni a él le dio el don de hacer lo que hago yo. (…) También soy poeta, tengo como 500 hermosos poemas para editar. (…) Otro amor que tengo son las palomas. (…) Nací en España, en Santiago de Compostela, por eso firmo mis poemas como El Compostelano. Tengo 63 años. Me casé en 1985 con una argentina y tengo dos hijos, un nene y una nena. Hace 35 que vine a la Argentina, tenía 25 años. A los pocos meses me puse esta florería. Me gusta mi vida, mi trabajo. Lo hago con agrado, a pesar de que es muy ingrato, porque en la calle se sufre mucho, se sufre la intemperie, la gente" (18).

Luis Varela, octavo de catorce hijos, recuerda en De Galicia a Buenos Aires: "En aquella época las familias gallegas eran casi todas así de numerosas, y como nuestros padres sólo nos enseñaban a labrar las tierras y luego, de mayores, no alcanzaban las tierras para todos, era habitual mandar a algunos para el convento, otros para curas, uno se quedaba en la casa con los padres y los demás veníamos para América. Muchas veces yo le reproché a mi padre por tener tantos hijos, porque habiendo nacido en la casa de un gran labrador, nos dejó a todos en la ruina. Y él me contestaba que si tuviera tres o cuatro, yo no hubiera nacido y la mejor riqueza sería no tener que luchar con un truhán como yo" (19).

El gallego Plácido López escribe: "De los cinco hermanos yo era el más chico, y allá en aquellas aldeas cuando se tienen tres años y pico ya hay que salir a llevar los chanchos al campo, cuando uno es más grande debe salir con las ovejas, luego sale con las vacas. El monte quedaba bastante retirado del pueblo; me acuerdo que cuando salía con las ovejas o los chanchos volvía a casa cuando ya era de noche. Pasaba todo el día con un pedazo de pan y otro de panceta, cuando llegaba la cosecha de castañas éstas se asaban y se comían con papas y maíz. Era por eso que en las cosechas no se pasaba hambre" (20).

Leila Guerriero reúne, en su nota "Cuentos de gallegos", diversos testimonios:

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El de Susi Rodríguez: "-los gallegos éramos lo más despreciado de España –dice Susi-. Estaba prohibido hablar en gallego. A las aulas había que entrar saludando "viva España" y "viva Franco", y las maestras te castigaban si no usabas el castellano. (…) –Cuando nos fuimos de mi pueblo, La Guardia, aquello fue un entierro –dice Susi, sentadita y rubia en su casa del barrio de Lanús Oeste junto a Cari, su marido–. Yo tenía 12 años y vine porque me trajeron. Primero vino mi padre, y al año llegamos con mi madre y mi hermano. Ella trajo once baúles con cosas. (…) –Hacía calor y tenía una tristeza enorme. Fuimos a vivir a Fiorito. Yo venía de una casa con pozo de agua pura, un cuarto para cada uno, el baño adentro. En Fiorito teníamos que recoger el agua del tren, el baño era un agujero en el fondo. Papá se compró un taller mecánico, mamá trabajaba en una fábrica, y yo tenía que cuidar a mi hermano de 5 años. No me dejaron estudiar. Hubiera querido estudiar medicina, pero no pude hacer siquiera el colegio secundario" (21).

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Aucario Pérez Cartoy afirma: "-Vine por la desesperación. Mi padre era herrero y mi madre agricultora, y la verdad es que no había comida. Las papas las sacábamos antes de que maduraran, por el hambre". Volvió en 1994: "–Fue la desilusión de mi vida –dice Cari–. Habían pasado 32 años. Quería ver a mi amigo Antonio. Corrí para darle un abrazo y me dice "hola, cómo estás". Así, frío. Le digo "bien, tengo una mujer, dos hijos". Y me dice "tú estás mejor, tú puedes venir aquí, y yo no puedo ir a la Argentina"." (22).

José Campos Barral manifiesta: "-Yo me siento gallego, y luego, si me queda un rato libre, soy español. Pero en el "49, en España, se pasaba mucha miseria. Yo he llevado bofetadas del maestro por hablar gallego. Me decía: "Hable cristiano". Mi padre era republicano, y tenía la libertad condicional. Estaba harto. Primero vino mi hermano mayor, luego mi padre, mi madre, la abuela. Y luego yo. Tenía 16 años. El 24 de marzo de 1949 llegué a Buenos Aires. Lo primero que te decían era "¿a qué viniste acá, gallego?, ¿a matarte el hambre?". Cuando caminaba por este país y veía cómo estaban los tachos de basura llenos de comida pensaba "ay, mi madre, con esto se alimenta toda Galicia"" (23).

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José Manuel Castelao Bragaña, abogado y presidente del Consejo General de la Emigración relata: "Vi la multitud en el puerto y busqué, entre todos esos rostros, el de mi padre. El me había dejado niño y se encontró frente a un hombre. Pasada la primera alegría del encuentro, yo lloraba todos los días. Pero mi padre dijo algo que por entonces tenía sentido: "Les dejo más futuro a mis hijos en la Argentina sin nada que en España con todo". Si me dijeran ahora para siempre España o para siempre Argentina, yo digo para siempre Argentina. Aquí nadie me preguntó dónde había nacido, no pagué un peso por mi título universitario de abogado. En Buenos Aires soy un gallego morriñoso y en Galicia soy un porteño nostálgico. Yo creo que el emigrante gana algo único, y es el espíritu de libertad. Es él solo, todo depende de él. Por eso a los emigrantes no les gusta que los manejen, porque han pagado muy caro el precio de esa libertad. Todo lo que ha hecho lo construyó sobre el dolor y la nada." (24).

Manuel Fajardo, dueño de la pizzería La Continental, brinda su testimonio: "A los tres días de estar aquí, me empleé en el Ferrocarril del Sur como peón de cocina. El cocinero me puso una bolsa de patatas de 40 kilos y me dijo: "Pélelas". Le pregunté: "Cuántas". Y me contestó: "Pélelas todas". (…) -Lo que más orgullo me da es que les he dado trabajo a más de 700 argentinos –dice Manuel, que vive en una casona de Parque Centenario seis meses al año y los otros seis meses los pasa en España-. El secreto es trabajo, trabajo y más trabajo" (25).

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Jesusa Pérez Iglesias se refiere a la falta de comida: "–Nos estafaron: dos sinvergüenzas se quedaron con el dinero para comprar la casa de nuestra vejez. El ahorro de 48 años de trabajo. Ahora tengo 71, artrosis, dedo martillo, juanetes. Menos suerte y plata para comprarme mi casa, tengo de todo. Yo me vine a los 18, para tratar de mandar dinero. Allá se pasaba hambre. Ibamos al matadero a buscar la sangre de la vaca. La hervíamos, la cortábamos en pedazos, si había aceite se freía y si no se comía hervida" (26).

"Acabo de leer las historias contadas en la nota Cuentos de gallegos –afirma Ana Varela-. Historias casi iguales a la mía y a las de tantos de mis conocidos. Pero hay un punto que quiero aclarar. En Galicia no estaba prohibido hablar gallego. Todos lo hablábamos libremente, pero, con muy buen criterio, en las escuelas de toda España se obligaba a los alumnos a hablar y escribir castellano. Era el lugar adecuado para aprenderlo y practicarlo. Yo aprendí mis primeras palabras en castellano a los 5 años. Aún agradezco a quien me enseñó, sabiendo que al llegar a Buenos Aires iba a necesitarlo" (27).

Escribe a La Nación, María Dolores Bermúdez: "Gracias por habernos hecho tener esos momentos llenos de emoción en la nota que dedicó a nosotros, los tantísimos gallegos que vinimos a hacer la América, allá por la primera parte del siglo pasado. ¡Cómo nos identificamos, cuántas historias similares! Primero, el papá; luego, algún hermano mayor, y finalmente mamá con el resto de la familia: éramos seis con mamá; aquí ya estaba papá con sus dos hijos mayores y, para afianzar nuestro amor por esta querida Argentina, nació el noveno hijo" (28).

"Fermín González, un empresario gastronómico del microcentro, decidió recuperar The Brighton en la dirección original (Sarmiento 645), aunque en lugar de zurcir finos trajes y sombreros abrió un restaurante con la intención de devolverle su brillo tradicional a este rincón porteño. Las tareas de restauración ocuparon nueve meses y tuvieron especial atención en recuperar los detalles de la época. "Fue un amor a primera vista; siento veneración por ese estilo en el trabajo de la madera y lo veo como algo viviente que regresa a la ciudad", señaló González, un ciudadano español que llegó al país a principios de la década del setenta. "El gallego", como él mismo se define, tuvo mucho éxito con un local de venta de sandwiches (los mejores de Buenos Aires, dicen), llamado Café Paulin, a pocos pasos de The Brighton. "El destino me llevó a esperarlo", comentó González, pues, entre 1978 y 2002 funcionó allí otro clásico, Clark s II. "Estoy satisfecho por restaurarlo y ponerlo de nuevo a funcionar; algunas personas me acercaron viejas prendas de The Brighton y me agradecen por haberlo recuperado", explicó el empresario" " (29).

Notas

  • 1. Izquierdo, Francisco: en Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe, Colmegna, 1991.

  • 2. S/F: "Esa magnífica legión de viejos", en Revista Mayores, Año II, N° 11, 1994. Foto: Jorge Navós, en SICE.

  • 3. Ceratto, Virginia: "Gris de ausencia. Volver a empezar en un mundo nuevo", en La Capital, Mar del Plata, 26 de noviembre de 2000.

  • 4. S/F: "Pérez Millán", en Revista Mayores, Año II, N° 11, 1994

  • 5. Spinetto, Horacio: "Los Oficios – Entre el Olvido y el Rescate – El Afilador", en www.dgpatrimonio.buienosaires. gov.ar.

  • 6. Spinetto, Horacio: "Los Oficios – Entre el Olvido y el Rescate – El fotógrafo de plaza", en www.dgpatrimonio.buienosaires. gov.ar.

  • 7. Artola, Daniel: "Salvador de la Calle lleva tres cuartos de siglo residiendo en Saavedra "En 1929 el barrio estaba lleno de quintas" ", en El Barrio Periódico de Noticias, Buenos Aires, Año 6, N° 67, Octubre de 2004.

  • 8. Beltrán, Mónica: "La primera escuela gallega que enseña a chicos argentinos", en Clarín, Buenos Aires, 25 de abril de 1999.

  • 9. Urfeig, Vivian: "Un nuevo museo rescata la historia de inmigrantes gallegos", en Clarín, Buenos Aires, 13 de diciembre de 2005.

  • 10. Commisso, Sandra: "Un marinero que eligió ser mozo y quedarse en tierra", en Clarín, 16 de julio de 1998.

  • 11. Pogoriles, Eduardo: "Volver a las raíces", en Clarín, Buenos Aires, 13 de agosto de 2001.

  • 12. Campos, Débora: "Follas Novas", en Fios invisibles , 8 de febrero de 2006.

  • 13. Corral Vide, Manuel: "Cocina gallega", en Galicia en el mundo, Edición Mercosur. Buenos Aires, 3-9 de septiembre de 2001.

  • 14. Corral Vide, Manuel: "Cocina gallega", en Galicia en el mundo, Edición Mercosur. Buenos Aires, 14-20 de febrero de 2000.

  • 15. S/F: "José Cameán Parcero. Un vecino de Bembibre, Parroquia de Buxán", en El mensajero gallego, N° 2, Abril de 1998.

  • 16. Piotto, Alba: "La Isla Maciel por dentro". Fotos: Rubén Digilio, en Clarín Viva, Buenos Aires, 27 de junio de 2004.

  • 17. Tagtachian, Magdalena: "Entre la Avenida Gaona y Juan B. Justo. Borges dejó su huella en el barrio", en Clarín, Buenos Aires, 11 de diciembre de 2002.

  • 18. S/F: "Click. El otro Julio Iglesias", en Clarín Viva, Buenos Aires, 12 de octubre de 2003.

  • 19. Varela, Luis: De Galicia a Buenos Aires –Así es el cuento-. Buenos Aires, el autor, 1996.

  • 20. López, Plácido: Diario, en El vigor de las colectividades 1914-1930, volumen que integra la colección Nuestro Siglo – Historia de la Argentina, dirigida por Félix Luna. Buenos Aires, Crónica, 1992.

  • 21. Guerriero, Leila (texto) y Lucesole, Martín (fotos): "Cuentos de gallegos", en La Nación Revista, 17 de abril de 2005.

  • 22. ibídem

  • 23. ibídem

  • 24. ibídem

  • 25. ibídem

  • 26. ibídem

  • 27. Varela, Ana: "Gallegos", en La Nación Revista, 30 de abril de 2005.

  • 28. Bermúdez, María Dolores: "Gallegos (II)", en La Nación Revista, Buenos Aires, 8 de mayo de 2005.

  • 29. Varise, Franco: "La ciudad recupera el encanto de Brighton De sastrería inglesa a fino restaurante", en La Nación, 28 de enero de 2007.

Hijos

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En una entrevista realizada por Ana Da Costa en 2000, el escritor Juan Flloy evoca a su padre: "Mi madre fue una francesa que vino en una de las promociones de inmigración del siglo pasado, en una inmigración de labriegos franceses que se afincaron en Pigüé, en la provincia de Buenos Aires. (…) se casó aquí, en la Argentina, con un español nativo de Galicia y formaron un hogar en el cual fuimos cuatro hermanos. Pero mi madre había tenido primero relaciones matrimoniales con un belga que la abandonó con tres hijos, los cuales fueron acogidos por mi padre. Los siete crecimos y fuimos educados aquí, en la ciudad de Córdoba. Papá y mamá se conocieron en Tandil, cerca de la Piedra Movediza, que es una figura que se hizo sumamente popular en casa, porque mi padre tuvo dos hijos en las proximidades de la Piedra Movediza" (1).

En La Coruña murió en 1979, el pintor Luis Seoane, quien, nacido en Buenos Aires en el seno de una familia gallega, vivió muchos años en España. El escribió: "Soy y seré siempre un desarraigado permanente. Lo seré aunque decida volver a mi país. Es el destino del exiliado" (2).

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"Hija de Gaudencio, un uruguayo descendiente de franceses, y Josefa, una española viuda y con siete hijos de su previo matrimonio, Libertad Lamarque fue la cuarta de una seguidilla de hijos que sus padres habían concebido y que no sobrevivieron. (…) Su infancia se desarrolló en un hogar humilde en el que sonaban las coplas y nostálgicas canciones gallegas entonadas por su madre y las palabras de su padre anarquista" (3).

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Dijo Manuel Cao Corral, Director de la Cátedra España de la UCES:

"Soy hijo de padre gallego, nacido en Santiago de Compostela; que ya en el país llegó a fundar la Federación de Sociedades Gallegas de la República Argentina, hoy ubicada en la calle Chacabuco 955 de esta Capital.

Nuestro padre desde pequeños nos inculcó el amor a Galicia. En nuestro hogar se respiraba un permanente aire de galleguidad y recuerdo que festejábamos en los barcos que llegaban de España, las fiestas de la colectividad.

Nos inculcaron el amor y el respeto a nuestros padres y a nuestra galleguidad" (4).

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El médico y escritor Antonio Pérez-Prado expresó: "Yo también soy gallego, nacido en Buenos Aires –en Monserrat- porque Galicia es una nación histórica (las otras dos son Euzkadi y Cataluña, que también tienen idioma propio y son mucho más antiguas que la España consolidada en un Estado)" (5).

Afirma: "todos me dicen "gallego". No sé si tengo las virtudes, pero los defectos los tengo todos. Soy sentimentalón, imaginativo, me gustan mucho las chicas. (…) El barrio estaba lleno de italianos, y como mi madre me había dicho que un gallego valía por cinco italianos, yo nunca me peleaba con uno solo: buscaba cuatro o cinco, y el resultado era que terminaba mormoso. (…) Emigré en el "50, cuando nadie se iba de acá. Dije: "Ahora me toca a mí lo que les tocó a mis padres". Allá fui cronista de boxeo; cuando vino la Guerra de Corea me alisté, porque hacías 14 semanas de entrenamiento, comías como loco y al final te declarabas objetor de conciencia. Hice eso, comí como una chinche preñada y después chau. Fui obrero, y cuando había que parar para comer, yo me compraba un pancho y leía a Shakespeare. (…) Ahora soy médico jubilado, y pobre. Estuve en hospitales y en el Centro Gallego. Nunca hice actividad privada. Yo, si he tenido una impronta… ha sido la de mi madre. Si mi galleguidad tiene un sello, ha sido el de ella. Puedo cantar horas de canciones gallegas. Todas me las cantaba mi mamá, y contaban la misma historia. Que el cura embarazaba a la criada y nacían los niños con cara de cura" (6).

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Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz, "parte para Galicia en breve a dejar él también su huella escultórica. "Voy a hacer un monumento a la memoria en Combarro, el pueblo donde nació mi padre, en un parque al que le van a poner mi nombre", comentó" (7).

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El escritor y traductor Rodolfo Alonso dice que nunca olvidará el "legítimo entusiasmo" con que su padre gallego les relataba "anécdotas para él imborrables de su infancia. Anécdotas que no eran sólo de hombres y de hechos, como las inefables ocurrencias de Novás, el cantero de su pueblo, cachaciento y mordaz, sino también el reiterado recuerdo de ese ruiseñor cantando en lo alto de un pino o la nutria cazada a escondidas, de noche, sobre el lomo del río" (8).

La investigadora y escritora Gladys Onega habla sobre los distintos idiomas que escuchó en su infancia: "A mí lo que más me atrajo, y me metí en un trabajo muy arduo y gratificante, fue el de la escritura adulta que tiene que crear un narrador niño pero con una escritura adulta. Esta fue una gran tensión que se produjo en mí con el lenguaje; y además tratar de encontrar las voces que me rodeaban en aquel momento, ya que tenía la de mi padre que hablaba en gallego con sus parientes, pero no en mi casa porque mi madre era criolla, y también la de todos los italianos que en ese tiempo hablaban realmente el italiano. Para mí era maravilloso tener todos estos sonidos. Eran todas palabras misteriosas. Los chicos que iban al colegio en el 35 y provenían del campo hablaban en italiano, y en la escuela era donde verdaderamente se nacionalizaban. Ese fue el gran factor unificador de la escuela pública" (9).

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En "El misterio del cuarto amarillo", escribe el poeta e investigador Carlos Penelas:

"En mi infancia escuchaba hablar de todo. Se tomaba la sopa y se discutía sobre el peronismo, la demagogia, la corrupción. O del dictador Franco, nacido en Ferrol. Siempre había un tema de conversación en la sobremesa o en las caminatas con mi padre. El honor, el individualismo, lo grotesco de la existencia, la perversidad de las instituciones, el maquillaje de las mujeres, la rutina del matrimonio, las escenografías eclesiásticas, la barbarie y el libertinaje, la banalidad…

Mis hermanos participaban con sus monólogos y sus puntos de vista. Cada uno de ellos aportaba un dato, una secuencia, un lenguaje diferente. Aparecía la ópera, la pintura, el cine, las revistas de humor, las historietas, la fisonomía de la ciudad. Todo era un aporte para intentar cultivar la inteligencia y las manifestaciones artísticas. Se hablaba de despojos, del engaño sistemático del Estado, de las fachadas familiares, de la improvisación, del mal gusto de una época en crisis. De la frivolidad y la imbecilidad humana. Temas que vengo repitiendo desde distintas ópticas en cada uno de mis columnas" (10).

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En una entrevista, manifestó el escritor Horacio Vázquez-Rial: "Yo vengo de una familia absolutamente definida históricamente, como una familia gallega con por lo menos ocho generaciones de permanencia registrada en Galicia. Es decir donde no entraron ni siquiera asturianos en la historia. Ni nadie de Zamora ni de ningún país limítrofe ni de León. Por lo tanto no hay cruce en el sentido étnico del mestizaje. Yo soy tan mestizo como cualquier habitante de grandes ciudades en el orden cultural. El mestizaje de Buenos Aires, el mestizaje de Barcelona, ahora el mestizaje de Madrid es el mío pero es el mío en la medida en que es mestizaje de gran ciudad. Lo mismo sería en Madrid, lo mismo sería en Nueva York. Es decir está uno en medio de una serie de corrientes, de lenguas, de libros, de periódicos, no es muy distinto el funcionamiento de un intelectual en una gran ciudad o en otra. Yo no creo que mi producción hubiera sido muy diferente en Londres de lo que es en Barcelona, salvo por lo que hace al oído, al idioma en mi oído. Yo acepto esto porque además me da igual, realmente me da igual" (11).

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Cuando la entrevisté, afirmó la investigadora, escritora y docente María Rosa Lojo: "Mis padres me legaron el amor por su tierra, pero yo también aprendí a amarla a través de sus grandes escritores. Soy la primera generación argentina nacida de una pareja de exiliados durante la guerra civil; en casa se hablaba de España como del "paraíso perdido", al que mis padres siempre quisieron regresar" (12).

En "Mínima autobiografía de la exiliada hija", María Rosa Lojo se refiere a su vida como hija de un gallego y una madrileña exiliados en la Argentina. Sobre su padre, exiliado gallego, escribe: "Dejaba negocios equivocados y proyectos irrealizables. Dejaba también (aunque de eso me enteré después de su muerte: era un hombre pudoroso) una cierta reputación juvenil de "mala cabeza", y de playboy coruñés, que fascinaba a las muchachitas y escandalizaba a sus madres. Dejaba una España que para sus ojos había retrocedido siglos en el tiempo, donde no cabía la dimensión de su deseo. El futuro estaba afuera. Había resuelto que en las nuevas tierras haría otra cosa, y sería, casi, otra persona" (8).

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El músico, escritor e investigador Manuel Castro es hijo de gallegos. "Soy un coleccionista de gaitas", dice Castro y cuenta orgulloso que tiene siete de esos instrumentos. "La primera gaita me la compré en un viaje que hice a Londres. Aprendí a tocar con parientes y gaiteros escoceses. La cultura celta me fascina" (13).

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Gabriel Deus – hijo de un gaitero inmigrante, y gaitero él mismo de la Agrupación Folklórica Baixo Miño- se refiere a "los grandes maestros gaiteros inmigrantes, (…) en sus dedos, al ejecutar la gaita, demuestran en cada nota el sentimiento de un inmigrante" (14).

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María Nieves, bailarina de tango, "proviene de una familia humilde –ella reafirma- "más que pobre"-. Fue criada en el barrio de Saavedra. Sus padres eran de Lugo, España y aquí tuvieron cinco hijos. A los 8 ó 9 años María comenzó a ir a las milongas con su hermana mayor y de tanto ir a ver bailar tango, un día la invitaron a la pista y bailó. De chica la humildad familiar no la marcó. Asegura que eran muy felices y que eso es imborrable. (…) A veces me dicen, "sos demasiado humilde, sos una tonta". Así me hizo mi mamá, eso me legó. Me enseñó a andar derecha por la vida y no hacerle daño a nadie". Esa misma mamá –"la gallega"- cuando era niña le cantaba tangos y valsecitos en vez de una canción de cuna" (15).

Victor Hugo Ghitta evoca el baile en el carnaval de la colectividad gallega. Recuerda "las largas mesas familiares del Centro Lucense, en una Buenos Aires cuyos esplendores y apego por las fiestas populares irían menguando con los años, en bulliciosas noches de carnaval en las que nos peleábamos por una falda con fervor e inocencia mientras nuestros padres batían palmas y meneaban caderas al ritmo del pasodoble o la muñeira, después de haberse atragantado con las sardinas españolas y las morcillas vascas y las batatas asadas al carbón y los jamones tan perfumados como las señoras que atiborraban la pista, atraídas por una estridencia de trompetas y por las toreras de luces y las fabulosas charreteras y los zapatos y los pantalones blancos de los Gavilanes de España, que era el conjunto musical que animaba las tertulias y las verbenas" (16).

En una conferencia dictada en 1994, afirma la escritora Aurora Alonso de Rocha que un recuerdo de 1978 le da "a la tarea de investigar, una cuota mayor de entusiasmo". Se refiere a su viaje a Galicia: "de pronto, estuvimos en la mítica tierra. A terra, la de los cuentos mil veces recreados. (…) ¿Cómo pudieron irse? –preguntó mi hija de quince años. ¿Cómo, de un lugar mágico? Era el lugar del encantamiento, recibido en los relatos y los silencios dolidos, el lugar donde el mar era la mar y había puertos de tierra" (17).

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María Aurora Barbeito, Presidente del Instituto Argentino de Cultura Gallega, comenta acerca de sus orígenes:

"Te cuento que soy hija de padre gallego (Pontevedra, As Neves) y de madre asturiana (Oviedo, Cerredo). Estuve educada en ambiente gallego-asturiano, lo que me valiò que en la escuela me llamaran la gallega; elegì este ambiente porque me siento màs cómoda y creo que soy una gallega nacida en la quinta provincia, Buenos Aires.

En una oportunidad, estando en la peluquerìa Manolo y Pepe, en Talcahuano y Marcelo T. de Alvear -asturianos-, comenzamos a hablar del Puerto Pallares y comenté algunos detalles de cómo se colocaban las cadenas para llegar arriba cuando había mucha nieve. El señor me preguntò: ¿cuànto hace que vino?. No podìa creer que yo no conocìa ese lugar, porque todavía no había viajado a España.

En el año 1999 realicè mi viaje tan soñado; parè unos dìas en Madrid, y luego tomé el òmnibus hacia Pontevedra y me iba dando cuenta de que yo esos lugares ya los conocía, aunque no había estado físicamente allí. La descripción del pueblo, las fuentes, las carreteras, ya las conocìa, asì como los vecinos y las casas donde habían nacido mis padres. En ambos lugares la descripción fue exacta. ¿Cómo me hicieron amar a Galicia y Asturias? Las Fiestas Patronales, La Fiesta de la Virgen de las Nieves, la procesión de San Roque, la Vìrgen del Carmen, la empanada gallega,los feisulos… Bueno,todo lo tengo en mi memoria con el mismo amor que mis padres me lo contaron".

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Los Goris, inmigrantes gallegos, regresaron a su tierra. "De chica –afirma la hija, Esther-, escuché tanto a mis padres añorar su tierra gallega, que, a fuerza de ser tan nombrada, Galicia se convirtió para mí en una región mítica. (…) Recién al disfrutar de cerca de esa belleza incomparable entendí por qué a mi padre lo ponía triste la inmensa llanura de la Argentina. (…) Ahora hace unos meses que mis padres volvieron a radicarse en Galicia. Sólo falta que vuelva yo, para estar los tres juntos, en ese suelo soñado" (18).

"El origen de los negocios de Alfredo Coto –escribe Alfredo Sainz- está ligado a la carne, que aún continúa siendo una de sus principales fuentes de ingresos, ya que cuenta con tres frigoríficos propios que abastecen a sus supermercados y también exportan parte de su producción. Joaquín Coto, el papá de Alfredo, era un inmigrante gallego que tenía una pequeña carnicería en un mercado municipal que funcionaba en Retiro y desde chico Coto acompañaba a su padre en sus recorridas por el Mercado de Liniers. Con su esposa, Gloria, en 1970 fundó la primera carnicería, aunque desde antes estaban en el negocio de la compra de hacienda y el reparto de carne en pequeños comercios" (19).

Graciela González, hija de un gallego emigrante, relata que en los años en que llegó a la Argentina su padre, "Los sueños eran pocos, pero duraban toda la vida: comprar una casita, educar a los hijos y, quién sabe, volver a la patria algún día. Papá nunca lo hizo". La entrevistada recuerda que en una valija, que las hijas pequeñas no podían abrir, el hombre guardaba "cartas, cuadros, que todos los emigrantes traían porque no sabían si podrían volver a ver a sus familiares. Había de todo. Era su historia" (20).

Beatriz Pérez Leiro, marplatense que en 1999 viajó a España, dijo: "Desde pequeña escuchaba a mi madre hablar de un extraño camino, que siempre se llamó "francés", senda única y concreta hacia un sepulcro milagroso. Su voz se apagó y puse su sueño en mi mente y en mi corazón" (21).

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El periodista Ramón Suárez "O Muxo" tiene presente a su padre cuando hace el balance de su Camino de Santiago:

" 'Mi Camino', fue todo espiritualidad, sentí desde el mismo inicio que brotaban en mi los mejores sentimientos, que no reconocía: al automovilista prepotente que a diario conduce por Buenos Aires, al intolerante hincha de Racing de Avellaneda y del Celta de Vigo, al que pocas veces tiene tiempo para tomar un café con un amigo, al que nunca quiere ceder. Se me llenó el espíritu; con la alegría y alborozo de la juventud; con la persistente y observadora marcha del japonés Ken; con la calma y sapiencia del belga Jak, que cuando le pregunté como estaba me contestó: "de los pies mal, del cuerpo regular, pero lo importante, la cabeza muy bien"; con la fidelidad y amistad a sus dueños, de las perras Sasha y Queen; con el conocimiento que el irlandés Gerald tiene de nuestro gaitero Carlos Nuñez; con la alegría de los andaluces; con lo que hablé de nuestra historia y cultura con los jóvenes gallegos; con el Burgalés hijo de un gallego que no estaba muy de acuerdo en que usemos un idioma distinto del castellano, y que entendió y aceptó mi larga disertación sobre el tema; con el compañerismo de todos; con el cariño y respeto que todos mostraron por Galicia y su gente; CON EL RECUERDO DE MI PADRE QUE NO PUDO VOLVER A LA TIERRA" (22).

Antonio D"Argenio testimonia la nostalgia de su madre: "Cuando era yo un chiquillo de ocho o nueve años, mi madre, que había llegado a nuestro país en 1920 desde su Lugo natal, en Santiago de Compostela, escuchaba todas las tardes por la desaparecida Radio Prieto, una audición llamada "Por los caminos de España". En esos momentos yo no entendía cómo el rostro de mi madre se cubría de lágrimas cada vez que sintonizaba aquel programa y escuchaba, por ejemplo, el sonido de una gaita" (23).

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Ruben Servia, Coordinador de Fillos de Galicia en la Argentina, recuerda el viaje a la tierra de sus mayores: "en 10 minutos llegamos a A Coruña… Noia… Lousame… baje del auto… y lo que camine desde ese auto hasta los brazos de mi tía… no puedo explicarte, no podré expresarte, que me pasaba, era como caminar volando… liviano… sin nada adentro… ahogado… alegría… La abrace, llore como hacia mucho no lo había hecho recordé a mi papa a mis abuelos estaban ahí, en medio de nosotros dos…" (24).

José Luis Noya escribe: "En las aldeas de Berdía y Vilar do Rey, en Galicia, nacieron mis viejos que, como muchos gallegos, vinieron a radicarse a nuestro país. Este año tuve la suerte de conocerlas y fue una experiencia única. El momento del encuentro familiar es difícil de describir. Comprobé que esa familia, desconocida para mí, tenía gestos similares a la que se encuentra del otro lado del Atlántico" (25).

Daniel Míguez recuerda: "Viví en la casa de San Lázaro donde nació mi padre, enfrente de la iglesia donde él, como monaguillo, enloquecía con travesuras al cura y dormí en la cama de mi abuela, Gloria, que murió sin conocer a sus nietos argentinos. También caminé a orillas del río donde lavaba la ropa y soñaba mi abuela Concepción, que me crió en Buenos Aires, y besé al viejito de 97 años que fue el hermano que ella más quiso. Y toqué las herramientas de zapatero que mi abuelo Manuel dejó en un taller en la casa de Labacolla en 1912, para venirse a la Patagonia, a los 16 años, con aires de anarquista. Fue mucho más que cumplir un deseo profundo. Fue como saldar una deuda metafísica" (26).

Fabián Tarrío recuerda a su padre, hijo de inmigrantes gallegos: "Mi viejo sabía vivir y hacer de cada momento con los demás, un tiempo grato. Lo que me viene a la cabeza es el espíritu que tenía de buena vida. Divertido, atrevido; era de disfrazarse para los carnavales o para fin de año, y viajar disfrazado en un colectivo a los corsos de la Boca. A nosotros nos daba un poco de vergüenza, pero hoy reconozco que lo hacía porque tenía un espíritu muy lindo" (27).

Un sombrerero es hijo de españoles: "En Gaona al 1200, se encuentra la tradicional sombrerería "Winter", que funciona allí desde hace 63 años bajo la batuta de don José "Pepe" Ferro, porteño de casi "90 pirulines", hijo de padre gallego, de Lugo, y de madre leonesa. Eduardo, su hijo se da una vuelta todos los días para ayudar en todo lo que haga falta. "Aquí de los 40 hasta el 60, había un trabajo bárbaro, los sábados la gente hacía cola en la puerta del local, es que los muchachos tenían que ir a bailar al vecino Club Buenos Aires (y sin sombrero era una vergüenza). También tenía una importante clientela de la colectividad israelita. Pero hoy la actividad está muerta, a lo sumo se vende alguna que otra gorra". En las vitrinas los elegantes orión lucen junto a los chambergos de fieltro "de primera calidad", negros, marrones y grises, "los negros siempre con forro, los de otro color no". Junto a ellos vemos la horma, con la que se tomaban las medidas de la cabeza del cliente y así poder hacerle su sombrero. "En verano se usaba panamá, y también ranchos", recuerda don José, y agrega: "Muchas veces los muchachos que iban al hipódromo, a las carreras, y acertaban una fija, revoleaban su sombrero por el aire". Esto situación de euforia, le venía muy bien al negocio, porque los apostadores volvían a comprar nuevos sombreros. Ferro conoció el oficio siendo joven, desde los 18 años hasta los 23 trabajó en la fábrica de sombreros "Dominoni", que quedaba en Monroe 1683/ 87, entre Montañeses y Arribeños, con salida también por Blanco Encalada. "Recuerdo una casa que continúa, como yo en esta lucha tan despareja, "Maidana", en Rivadavia al 1900. En fin, cosas de la vida, -murmura mientras acaricia a su perro Colita-. Pasa todo tan rápido…" (28).

Horacio Spinetto se refiere a un paragüero inmigrante: "En Independencia y Colombres funciona desde hace más de cuarenta años la paragüería "Víctor", propiedad de don Elías Fernández Pato, un español que llegó a los 18 años desde su tierra gallega y se dedicó a vender y arreglar paraguas por las calles porteñas. En 1957 abrió su local, al que puso el nombre de su hijo recién nacido" (29).

"Felicitaciones por la nota Cuentos de gallegos –escribe Marta Eijo a La Nación-. Las historias de los entrevistados bien pueden coincidir con la de mis padres. Algunos participantes en ella han dejado sus huellas de esfuerzo e idoneidad en el Centro Gallego de Buenos Aires, mutualidad de la que soy socia y que, sorteando as dificultades de la economía pendular en estos últimos años, sigue cobijando a esos inmigrantes, a sus hijos y nietos mediante la prestación médica y el acceso al Instituto Argentino de Cultura Gallega" (30).

En el Museo de la Inmigración, sito en el ex Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires, se relata en un panel la historia del matrimonio Mosquera López-Alvarez Marante, emigrados desde Orense.

En otro panel, en ese mismo museo, se relata la historia del pontevedrés Martínez Padín.

En agosto de 2006, recibí este mail de Antonio Britti Valcárcel:

"Estimada María, pasear por sus textos tan placenteramente, no sólo agiganta la morriña que acompañó siempre a mis mayores, sino también, evoca el dulce, maravilloso e inolvidable recuerdo, de su sencillez, su don de gente, ese inconfundible y contagioso amor por la música y la alegría de su espíritu, dones heredados, que me acompañarán toda mi vida.

María, su obra, refresca almas y devuelve lozanía a los recuerdos. Que Dios la bendiga por lograr algo tan maravilloso y tan simple como la vida misma. Vaya a través de su hermosa obra, el más cariñoso recuerdo a mi querida madre, Angelita Valcárcel de Britti, y mis abuelos.

Cuánto me alegra que tamaña obra suya, haya sido publicada en ese sitio WEB. Es un hermoso acontecimiento. La felicito de corazón. Cuánto me alegro por usted y por el homenaje que representa a todos nuestros queridos recuerdos, pero también me alegro por todos aquellos gallegos y demás españoles, los cuales podrán acceder a tan provechosa y amena lectura".

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En su blog "Poeta viajero", escribe Roberto César Hermida: "Mi familia, ambas ramas, vinieron a la Argentina en 1930, por la rama paterna mis abuelos solos, dejaron a sus tres hijos en España, estas cosas que hacian los emigrantes y que hoy nos resultan inexplicables. Mi padre pudo reencontrarse con los suyos recién en 1939, al término de la guerra civil, y le permitieron salir de la península,con lo puesto, via portugal, y por reencuentro familiar. Viajó con su hermana de 13 años, él tenía 15. Su hermano mayor recién vino a la Argenina diez años después. Mi madre emigró con sus padres y su hermana mayor, llegó a la Argentina con solo tres meses de edad. Quiso la casualidad que las dos ramas de la familia terminaran viviendo en el mismo Barrio de Buenos Aires, Villa Devoto, donde se conocieron mis padres y se casaron en 1950; tuvieron tres hijos mi hermano Daniel(1953), yo (1955)y Alejandra(1958). La rama paterna es natural de Barros y de O Casar de Cangues,ambas en Irixo, Ourense y la rama materna de Rodeiro, Riobó, Pontevedra. La rama paterna de mi madre eran de Betanzos en Coruña. Como veran tengo raíces en tres de las cuatro provincias Gallegas. Fui el primer hombre de la familia en regresar en los últimos setenta años, viajé en octubre del 2000. Solo mi abuela paterna en 1953 y mi madre en 1979 y 1998 y la hermana de mi papá, habían podido viajar antes" (31).

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Cuando fue a visitar la aldea donde nació su madre, en Pontevedra, escribió el periodista Roberto Neira: "Un vecino se acercó a nosotros, intercambiamos saludos, y al darnos a conocer, en poco menos de una hora, toda la aldea había sido alertada de nuestra presencia. Una comitiva se organizó inmediatamente, casa por casa , algunos vecinos y hasta amigas de mi madre que todavía estaban con vida y que la recordaban como si nunca se hubiera ido, nos abrazaban con lágrimas en los ojos. ¿Patético, nostálgico…?. Quizás… Pero cuánta emoción nos embargaba" (32).

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Silvia Ramos, la autora de la obra teatral Para Angustias … Consuelo, es hija de gallegos, ambos de Lugo. Ella escribe:

Partes: 1, 2, 3
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