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La importancia de la educación en el desarrollo de una cultura democrática en la Argentina (página 2)


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 Para que estas tentaciones puedan ser sorteadas, es necesario  compenetrarse con ciertos valores intrínsecos e instrumentales1  que conforman una tipología cultural.[1] Entre ellos caben destacar:  la confianza en sí mismo, el respeto por el otro, la vocación por el trabajo, la ética profesional, el concepto de riqueza , la idea de competencia,  el principio de equidad y justicia, la importancia de la utilidad y  la educación en función de la formación de mentes creativas, innovadora y autónomas.

Se puede decir que el desarrollo económico de un país sólo llega a su florecimiento cuando existe, en él, un alto componente de equidad social y el Estado es quien, a través de políticos sociales, debe  asegurar esa articulación.

En el plano político, la democracia resulta ser la forma más apropiada para el desarrollo económico de un país. Si bien a lo largo de la historia, esta forma de gobierno ha ido acomodándose a las necesidades de las sociedades, nunca perdió su esencia de considerar al pueblo legítimo soberano de los destinos de su nación.

Si bien con el advenimiento de las democracias modernas ha disminuido la participación directa de los ciudadanos, existen instituciones como el plebiscito, el referéndum, las encuestas y los medios de comunicación masiva  (radiotelevisión) que les permiten intervenir en temas que hacen a "la cosa pública".

Por otra parte no hay que olvidar  la importancia clave que  tiene la educación cívica,  dentro de las sociedades democráticas,   en cuanto a la formación de ciudadanos libres, reflexivos y críticos.

 Educar es conducirse al libre conocimiento de uno mismo y de sus propias capacidades. En una primera etapa, el educando es  guiado por  tutores (padres y docentes) y luego es incentivado por sus propias inquietudes y aspiraciones a posicionarse, cada vez mejor, en la sociedad en la que interactúa.

Un gobierno  que se precie de ser democrático y republicano tiene que respetar sus instituciones, conservar la independencia de sus tres poderes, establecer la periodicidad de los mandatos, asegurar la reiteración de los comicios cada pocos años y garantizar el derecho a la libre expresión y a la propiedad.

Esto implica que para vivir en una democracia y garantizar su continuidad es necesario crear una cultura democrática que se arraigue en la  consciencia de los pueblos,  formando  parte de su imaginario colectivo.

Muchos autores, entre ellos García Hamilton, sostienen que, en los países subdesarrollados,  son las tradiciones y creencias de los pueblos las que impiden el fortalecimiento democrático, ya que existe una suerte de realimentación entre los pensamientos dominantes de una sociedad y la calidad de sus instituciones.

 Las ideas dominantes en la población […] estas creencias pueden influir sobre los niveles de desarrollo. (García Hamilton, 2006, p. 26)

La democracia es un sistema de gobierno y a la vez un proceso gradual que se inicia con la legitimidad del voto popular y se va perfeccionado en vías de alcanzar su plenitud ideal

Los valores democráticos  esenciales, que permiten enriquecer y evolucionar el sistema son: la legitimidad, la tolerancia, la eficacia, el ideal republicano y  la tradición. Sus contenidos  son los que definen la calidad de las instituciones como así también la idoneidad de sus actores políticos.

Las democracias actuales se las pueden definir como una situación en proceso y su nivel de gradación dependerá en menor o mayor medida de la internalización de sus valores.

Por consiguiente una democracia sólida es aquella que ha traspasado el plano político de su definición para convertirse en un estilo de vida basado en el diálogo, el respeto mutuo y en el bienestar común.

La educación, el hábito lector y los desafíos de un nuevo paradigma

La globalización y la revolución tecnológica han sido los principales mentores de un nuevo orden que se instaló en las sociedades modernas y que  Jean Francois Lyotard denominó Posmodernidad. (Lyotard, 2004)

Los fundamentos de la modernidad tradicional fueron desplazados por un nuevo modelo económico que derribó todas las vallas de contención e interacción con los otros lados del triángulo del desarrollo  e hizo que se desbordara en  sus tentaciones. 

Dentro de este nuevo modelo, lo social y lo institucional no se van a constituir  desde la voluntad de las personas (política) ni desde la virtud ética, sino desde la economía (Mercado) y desde el interés (consumo)

Las palabras de Pérez Gómez describen con claridad este proceso de desajuste:

La  Lógica del libre mercado llevada a sus últimas consecuencias supone inevitablemente la globalización de la economía de modo que se disuelvan las barreras y trabas continentales, nacionales o regionales al libre intercambio de mercancías, capitales y personas. La globalización de los intercambios económicos regidos por el libre mercado indudablemente arrasa no sólo con las barreras artificiales de las fronteras económicas, sino fundamentalmente con las formas de organización política y social de las diferentes comunidades, y muy en particular con las formas de interacción cultural que no se acomoden a las nuevas exigencias  y a los nuevos vientos que transportan la buena nueva del mercado mundial" (Pérez Gómez, 1999, p.81)

Con el advenimiento de este nuevo modelo económico, el Estado argentino, en la década del noventa,  se consolida con este tipo de economía e  implementa una serie de medidas basadas en la descentralización, la privatización, la flexibilidad y la desregulación, al mismo tiempo que pierde su interés por generar políticas públicas (educación, salud, seguridad, etc.) que beneficien a la comunidad. Las instituciones se ven debilitadas en tanto que la figura del ministro de economía cobra una mayor relevancia al extralimitar sus poderes.

Al comenzar el siglo XXI, Argentina reinicia el proceso de democratización con  un nuevo modelo, aparentemente opuesto al de la década anterior,  basado en la centralización y la regulación; sin embargo la brecha de la desigualdad social, en vez de reducirse, se incrementa cada vez más.

Dentro de  un período que excede poco más de una década,  el país pasa de un ministro de economía plenipotenciario,  a otro, en la actualidad, prácticamente desdibujado. Este hecho es un  claro referente de la falta de continuidad institucional.

 Dos modelos aparentemente opuestos conducen al mismo fracaso: la desigualdad y, lo que es peor, la ausencia de credibilidad en la eficacia social de la democracia.

Uno de los principales obstáculos de la democratización  es la primacía de los intereses personales y partidistas de la dirigencia política por sobre  los  intereses legítimos de la sociedad   que los  eligió.

  Por otra parte, en su transición a la democracia, Argentina  nunca fue acompañada  por una verdadera concientización ciudadana. Y la devaluación o ausencia  de los valores cívicos terminan,  dando lugar a tipos de gobierno autocráticos e irrespetuosos de la forma republicana y federal que explicita la Constitución.

Desde la tercera cara del triángulo, se observa que dentro del entramado simbólico de la sociedad hay una diversidad de culturas en pugna, que tiene como protagonista la industria cultural. Esta nueva cultura, legitimada por el Mercado y las nuevas tecnologías, desplaza a la cultura académica, representada por el libro y se instala como el medio masivo de integración de los diversos sectores sociales, teniendo mayormente una amplia acogida  en los jóvenes y adolescentes.

Todos están interconectados con las mismas aspiraciones simbólicas de identificación  y de pertenencia que les provee la cultura mediática, pero a su vez buena parte de esos grupos juveniles se encuentran en los márgenes opacos de la exclusión por no tener acceso a todo lo que se muestra y suelen atrincherarse en tribus suburbanas donde la droga y la violencia son moneda corriente.

Por otra parte, dentro del imaginario colectivo de toda nación convive una cultura popular enraizada en sus tradiciones, costumbres y lenguas cuya permanencia y respeto, dentro de las sociedades actuales, depende fundamentalmente de la fuerza de su matriz vernácula.

La escuela, como espacio de construcción, debe ser  el recinto más apropiado para procurar que todas estas culturas converjan y se articulen; sin embargo el modelo neoliberal instalado en la década del noventa, carente  de políticas educativas que fortaleciesen la educación pública, terminó por reducir   la oferta educativa, para la clase media, a los establecimientos privados.

 De ese modo la educación se ha ido convirtiendo en otro producto más de consumo, impregnada de una lógica mercantilística,  basada  principalmente en la rentabilidad y  el individualismo (valores que favorecen al proceso económico pero que no hacen a la esencia de la educación).

 Es así como la prestigiosa y querida  escuela pública, que ha enorgullecido durante más de cien años a la sociedad argentina, hoy atraviesa su peor crisis de identidad, reducida, en la mayoría de los casos, a un rol de asistencialismo que da contención a un vasto sector de la sociedad, carente de las necesidades básicas para una vida digna y atravesado por el hambre, la violencia  y la drogadicción.

Para revertir este proceso de desequilibrio que genera este modelo económico y desestabiliza las instituciones, al mismo tiempo que subordina los valores e identidad de cada país a las exigencias del Mercado global, es necesario generar nuevas políticas públicas que contrarresten las desmesuras sin obstaculizar el crecimiento productivo.

Un gobierno que se precia de ser democrático y republicano, además de  respetar sus instituciones, tiene que generar confianza, credibilidad y estabilidad tanto para el crecimiento económico como para la cohesión social.

 Ciertamente no son los modelos ni las instituciones en sí mismos los causantes de las desestabilizaciones, sino los aciertos o desaciertos de los gobiernos de turno a la hora de implementar políticas para alcanzar  el equilibrio del triángulo del desarrollo. De ahí, que,  por estas y otras razones, se puede afirmar que, en la calidad educativa de un país, está la clave de su progreso y crecimiento continuo.

El fundamento de esta última idea requiere la atención de tres conceptos básicos:   educación, valores y escuela.

La educación es un proceso permanente de cambio, de transformación a lo largo de la vida de cada uno de nosotros, que a su vez está condicionada por el contexto en el que estamos inmersos. A propósito de esto Prieto Castillo nos dice:

"Uno aprende cuando se construye a sí mismo, cuando adquiere competencias que le permiten apropiarse de sus posibilidades y de las que ofrecen la cultura y el mundo en general"  (Prieto Castillo, 1999, p.26)

 Esta definición  permite aventurar más el rol estratégico de la educación en la sociedad, su papel preponderante a la hora de realizar cambios fundamentales, de trabajar en la construcción de un futuro más viable y menos incierto.

Martín Barbero  habla de tres convicciones fundamentales al pensar la educación como un proceso de evolución del ser humano: a) La educación permanente a lo largo de la vida del ser humano, no circunscripta a sus primeras etapas.

 "Estamos pasando de una sociedad con sistema educativo a una sociedad educativa, esto es cuya red educativa lo atraviesa todo: el trabajo, el ocio, la oficina y el hogar, la salud y la vejez"(Martín Barbero, 2001, p. 12)

b) La educación pragmática y  a la vez transmisora de la herencia cultural perfectamente articulable con la anterior.

"…las dos dimensiones que tensionan más fuertemente la educación hoy: la que vincula a ésta con la cultura, la conversación de los jóvenes con la herencia cultural acumulada a lo largo, al menos de veinte siglos: y la otra, la capacitación, la formación de capacidades y destrezas y competencias que permitan a los alumnos su inserción activa en el campo laboral."  (Martín Barbero, 2001, p. 13)

c) La educación ciudadana, formadora de personas con mentes críticas, reflexivas constructoras de espacios democráticos. Esta tercera convicción está vinculada necesariamente para Martín Barbero con la escuela pública.

"La formación de ciudadanos, de personas capaces de pensar con su cabeza y de participar activamente en la construcción de una sociedad justa y democrática.

La tercera convicción concierne a la necesidad de fortalecer la escuela pública."   (Martín Barbero, 2001, p.13)

La educación, desde esta perspectiva, es un lugar de interacción, de intercambio y reciprocidad, que permite la construcción de nuevos espacios para la convivencia democrática, garantizando el respeto y la dignidad de todos los ciudadanos.

Al hablar de respeto y dignidad, hablamos de valores inherentes al hombre y al sistema democrático. La educación es pues trasmisora de valores.

En relación con esto Ortega nos dice:

"Si no es a partir de los valores no hay posibilidad alguna de llevar a cabo un proceso educativo. No existe el hombre biológico desnudo de cultura, de valores desde los cuales exige ser interpretado."   (Ortega, 1997, 17)

Existen valores objetivos,  relacionados con los bienes materiales, valores subjetivos o individuales que tienen que ver con los principios éticos de las personas y su accionar y los valores institucionalizados que se constituyen en sistemas organizados dentro de una sociedad.

Los valores subjetivos siempre están sujetos a los cambios que puedan establecerse en el sistema de valores institucionalizados.

Con la Globalización y, más aún con el globalismo neoliberal, la escala de valores se modifica y el saber oficial institucionalizado es desplazado por la cultura del Mercado. De ahí que nuevos conceptos se transformen en valores para ser alcanzados: la competitividad, la eficacia, la eficiencia, la rentabilidad son algunos de ellos.

Estos valores son buscados no sólo por las empresas sino también por la educación privada.

Un nuevo paradigma lleva a la institución educativa a un proceso de transformación donde se busca el liderazgo directivo, el marketing interno, la eficiencia administrativa, la eficacia pedagógica y, al ser una organización privada, también se persigue la rentabilidad.

Los valores subjetivos o individuales están más cerca de los valores objetivos o materiales para satisfacer el deseo de posesión y de consumo

Es así como el nuevo paradigma neoliberal lleva a la institución educativa a un proceso de transformación donde el poder adquisitivo puede terminar comprando el modelo de educación que se desea.

De este modo se polariza la estructura social y nos encontramos con dos tipos de escuelas en cada extremo:

a)  La escuela elitista: Establecimiento de doble turno que tiene como objetivo principal la construcción de un sujeto cuyo perfil de egresado se adecue a las necesidades del Mercado.

b) La escuela asistencialista: Escuela contenedora de una clase condenada a ser excluida por el sistema neoliberal y atravesada por el hambre, la violencia y la droga.

   Una de las claves para que esta brecha de desigualdad social se reduzca es revalorizar la importancia de la lectura en la formación de los educandos hasta convertirla en una Política de Estado.

Si bien  se han puesto en marcha muchos programas de fomento lector, no sólo nacionales como el Plan Nacional de Lectura (PNL), sino también provinciales, municipales y hasta de diferentes ONGs,  no se han logrado resultados significativos.

  La concientización del hábito lector debe ser resultado de una práctica conjunta entre la familia y el Estado y el espacio más  propicio para su desarrollo es la escuela.

La escuela como espacio de construcción social

La escuela  se la puede definir como un espacio de producción de sentidos desde donde se construye lo social.

El sentido es una interpretación de la realidad  desde un lugar determinado.  Está constituido por dos dimensiones una personal y otra social, ambas determinadas por situaciones personales y contextuales concretas. De modo que la producción de sentidos depende, en gran medida, de la interpretación que se haga de esa realidad tanto en forma individual como grupal.

Tomando en cuenta esta apreciación, podemos decir que la producción de sentidos será realmente enriquecedora si está enmarcada dentro del proceso educativo. Es en la escuela donde se deben desarrollar las destrezas cognitivas y los códigos de convivencia para poder interpretar la realidad y generar los cambios necesarios para mejorar el imaginario colectivo. 

Dentro del marco jurídico, la escuela se la define como una organización, inserta en la institución educativa, cuya finalidad principal es enseñar el saber socialmente válido para que el alumno desarrolle hábitos, actitudes y capacidades que le permitan desenvolverse como personas con autonomía propia.

La escuela, como toda organización, debe ser flexible, dinámica, procurando que los cambios que, en ella se produzcan, se logren en una dirección transversal, fruto de consensos legítimos extraídos de sus propias bases.

Desde esta perspectiva, según Shuvarstein,  la organización es vista como una dimensión simbólica con un doble sentido: por una parte es objetiva, estructurada, porque existe independiente de las personas, pero las determina y por otra, es subjetiva, estructurante, ya que es incorporada e institucionalizada por los sujetos, quienes la actualizan a través de sus prácticas. (Shuvarsetein, 1991)

La escuela como organización es, pues, una estructura determinada y determinante que puede presionar, a través de sus bases (constructora de nuevos espacios de acción) sobre la estructura institucional y lograr así los cambios deseados.

Esta orientación educativa motivada por este nuevo imaginario social que a todos nos atraviesa, se relaciona no sólo con el saber sino con el saber hacer, pensar, juzgar y valorar, que propicia la construcción de un sujeto con mayor autoestima en lo personal y en lo social.

Desde esta interrelación entre escuela, sociedad y  Estado se deben  procurar políticas educativas que apunten a los principios democráticos y ciudadanos.

Todo reto en educación siempre resulta ser un desafío,  pero  más aún en estos tiempos donde la llamada generación mediática y digital propone una escala de valores más pragmática  y flexible a  los lineamientos del Mercado.

Un vasto sector de la sociedad está concientizado que la excelencia educativa, en la actualidad,   pasa básicamente por el adiestramiento (más que conocimiento) en las nuevas tecnologías digitales y por un buen dominio del inglés, dejando de lado los objetivos básicos e inalterables de la escuela, en un contexto democrático y republicano, que son la competencia lectora,  la correcta escritura de su propia lengua, el hábil manejo del  cálculo, la formación cívica y el fomento de una cultura deportiva.

Para revertir esa suerte de retroalimentación entre una tradición que no tiene un concepto claro de las normas que hacen posible una democracia plena y una dirigencia política, que al ser concebida desde ese espacio cultural, está sujeta  a todo tipo de desviaciones  es necesario "volver a las fuentes", reflotar los valores postergados que han sido los postulados legítimos de la educación.

Una democracia madura es aquella donde sus ciudadanos concientes de sus deberes y derechos no van a permitir que, en busca de la perpetuación en el poder,  los gobernantes  modifiquen la Constitución alterando, así, su espíritu republicano y federal.

Tampoco van a aceptar  que los decretos de un  poder ejecutivo reemplacen el debate de las leyes en el Congreso y  que se desvirtúe la esencia republicana con la creación de poderes pleniponteciarios o con  la falta de independencia del poder judicial.

Formar nuevas generaciones de ciudadanos conocedores de las reglas de juego de una convivencia democrática es sin duda la clave para el desarrollo integral de nuestro país.

Y tanto la familia como la escuela resultan ser las instituciones básicas para llevar a cabo dichos objetivos.

La llamada generación mediática y digital plantea hoy nuevos  retos a la educación que resultan, a la vez, un interesante desafío para el educador.

"Cualquier creación del ser humano puede ser utilizada como recurso de mediación"       (Prieto Castillo, 1999, 79)

Una alternativa mediadora que permita superar los desafíos del contexto puede ser el hábil manejo, por parte de los docentes, de dos facultades constitutivas del hombre y movilizadoras de cambios:

Ambas facultades forman parte de nuestra esencia humana  y pueden ser miradas desde una perspectiva intrapersonal (capacidad para construir una percepción precisas respecto de uno mismo) o desde una perspectiva interpersonal (capacidad para construir puentes de comunicación con el otro). Saber utilizarlas  nos permite no ser atrapados por las redes del consumo y del individualismo que determinan este nuevo orden.  Por lo tanto es responsabilidad de los docentes ejercitar en sus alumnos estas dos facultades,  a fin de que se conviertan en sujetos autónomos, capaces de actuar sin ser avasallados por los medios y la tecnología.

Sembrar y fomentar el hábito lector es procurar que la sociedad civil y, en especial los más jóvenes, sean conscientes de la importancia de los valores en la continuidad del  proceso democrático.

Conclusión

  Educar para el civismo sigue siendo una asignatura pendiente para los argentinos, por lo tanto es imprescindible que la escuela recupere su rol institucional y su compromiso con la sociedad de formar ciudadanos competentes.

  Por otra parte y, desde una mirada prospectiva, la educación es la carta que garantiza la viabilidad del desarrollo integral de una nación, a través de la actuación madura y reflexiva de sus actores.

 Sembrar y fomentar el hábito lector es un buen punto de partida para asegurar la continuidad del proceso democrático ya que la lectura  es la llave del conocimiento en esta sociedad de la información y está al alcance de todos los estamentos sociales.

Bibliografía

Altamirano, Carlos y  Sarlo, Beatriz (1993)  Literatura/Sociedad, Bs. As., Hachatte,

Barbero, Martín ( 2001), La educación desde la comunicación, Norma, Bs.As.

García Hamilton (2006), José, Por qué crecen los países, Bs. As. Editorial Sudamericana.

Grondona, Mariano (2000), Hacia una teoría del desarrollo. Las condiciones culturales del desarrollo económico, Bs. As. Planeta.

Lyotard, Jean (2004), La condición posmoderna, Barcelona, Angela Editorial.

Ortega, Pedro (1997), Valores y Educación, Madrid, Ariel.

Pérez Gómez (1994), La cultura escolar en la sociedad neoliberal,  Madrid, Morata.

Prieto Castillo, Daniel, La educación y la comunicación, Edición Ciccus, Bs.As. 1999

Shuvarstein, Psicología social de las organizaciones, Bs.As., Paidós, 1991

 

 

 

Autora:

Prof. Susana B. González

Prof. Titular de la cátedra Expresión Oral y Escrita I

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina

Establecimiento educativo: Instituto Universitario de Ciencias Sociales y Criminalística de Bs. As.

1 El valor intrínseco es aquel que se adquiere al margen de los benéficos que pueda reportar, mientras que el valor instrumental se lo aprecia como un medio eficaz para lograr un valor intrínseco.

[1] La tipología cultural del desarrollo económico está compuesta por un sistema de valores favorables a la economía y otro resistente, que pueden presentarse en veinte temas.

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