– Identificar la relación- entre el pecado y los males.
– Reconocer la realidad frente al mundo del mal.
– Explicar el sentido de: las enfermedades, el dolor, la muerte, las catástrofes, el odio, el amor, la paz y el mal.
– Conocer la opinión de la Iglesia y lo que afirma la Biblia sobre el tema.
Dios es infinitamente bueno y todas sus obras son buenas. Sin embargo, nadie escapa a la experiencia del sufrimiento, de los males de la naturaleza –que aparecen como ligados a los límites propios de las criaturas-, y sobre todo a la cuestión del mal moral. ¿De donde viene el mal? "Quaerebam unde malum et non erat exitus" ("Buscaba el origen del mal y no encontraba solución") dice S. Agustín (conf.7, 7.11), y su propia búsqueda dolorosa solo encontrara salida en su conversión al Dios vivo. Porque "el misterio de la iniquidad" (2 TS 2,7) solo se esclarece a la luz del "Misterio de la Piedad" (1 Tm 3,16). La revelación del amor divino en Cristo ha manifestado a la vez la extensión del mal y la sobreabundancia de la Gracia (cf Rm 5,20). Debemos, por tanto, examinar la cuestión del origen del mal fijando la mirada de nuestra fe en el que es su único vencedor (cf Lc 11, 21-22; Jn 16. 11; 1 Jn 3,8).
El cielo es el conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno. En el cielo los buenos viven con Dios eternamente felices. Este es el único sitio donde se puede ser del todo feliz. La felicidad del cielo es difícil que la comprendamos con nuestra mentalidad terrena. Incluso en este mundo la mayor felicidad es el amor. No precisamente el amor lujuria, sino el amor espiritual. Debido al mal presente en el mundo y a la libertad humana convertida casi ya en libertinaje, es que el mundo esta lleno de los males humanos.
El hombre debe de recurrir a la felicidad humana sin esperar del otro nada….
Muchas veces tratamos de comprender el porqué de las desgracias humanas y cual es la intención de Dios sobre ellas. No entendemos el significado del odio y todos los malos sentimientos, debido a que el hombre busca la felicidad.
El siguiente trabajo nos tratara de explicar la existencia de estos sobre el hombre, la definición de tentación y el mal sobre el mundo.
Hay que tomar en cuenta las enseñanzas de Dios a través de la Sagrada Biblia, y la opinión de la Iglesia Católica a través del Catecismo de la Iglesia Católica.
El grito humano de esperanza, que aunque a veces no se refleja en el hombre, es aquel que llama a un mundo de armonía y paz sin sentimiento de culpa, y sin odio y rencor; sin embargo el mundo actual refleja todo lo contrario. Actualmente el mundo refleja una envidia por el prójimo, un mundo en el que reina el placer y la satisfacción personal, un mundo en el que los valores la moral y la ética van de segunda mano.
Esta es la realidad del mundo frente al mal que cada vez prolifera más y sigue haciéndolo, disminuyendo, a la vez que el mal aumenta, los que defienden a la bondad y disminuyendo también los seguidores de Cristo.
*Y líbranos del mal: (Oración del Padre Nuestro –Catecismo Pág. 620- )
La última petición a nuestro Padre está también contenida en la oración de Jesús: "No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno" (Jn 17, 15). Esta petición concierne a cada uno individualmente, pero siempre quien ora es el "nosotros", en comunión con toda la Iglesia y para la salvación de toda la familia humana. La Oración del Señor no cesa de abrirnos a las dimensiones de la Economía de la salvación. Nuestra interdependencia en el drama del pecado y de la muerte se vuelve solidaridad en el Cuerpo de Cristo, en "comunión con los santos" (cf RP 16).
En esta petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El "diablo" ("dia-bolos") es aquél que "se atraviesa" en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo.
"Homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44), "Satanás, el seductor del mundo entero" (Ap 12, 9), es aquel por medio del cual el pecado y la muerte entraron en el mundo y, por cuya definitiva derrota, toda la creación entera será "liberada del pecado y de la muerte" (MR, Plegaria Eucarística IV). "Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios le guarda y el Maligno no llega a tocarle. Sabemos que somos de Dios y que el mundo entero yace en poder del Maligno" (1 Jn 5, 18-19):
El Señor que ha borrado vuestro pecado y perdonado vuestras faltas también os protege y os guarda contra las astucias del diablo que os combate para que el enemigo, que tiene la costumbre de engendrar la falta, no os sorprenda. Quien confía en Dios, no tema al demonio. "Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (Rm 8, 31) (S. Ambrosio, sacr. 5, 30).
La victoria sobre el "príncipe de este mundo" (Jn 14, 30) se adquirió de una vez por todas en la hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su vida. Es el juicio de este mundo, y el príncipe de este mundo ha sido "echado abajo" (Jn 12, 31; Ap 12, 11). "El se lanza en persecución de la Mujer" (cf Ap 12, 13-16), pero no consigue alcanzarla: la nueva Eva, "llena de gracia" del Espíritu Santo es liberada del pecado y de la corrupción de la muerte (Concepción Inmaculada y Asunción de la santísima Madre de Dios, María siempre virgen). "Entonces despechado contra la mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos" (Ap 12, 17). Por eso, el Espíritu y la Iglesia oran: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 17.20), ya que su venida nos librará del Maligno.
Al pedir ser liberados del Maligno, oramos igualmente para ser liberados de todos lo males presentes de los que él es autor o instigador. En esta última petición, la Iglesia presenta al Padre todas las desdichas del mundo. Con la liberación de todos los males que abruman a la humanidad, implora el don precioso de la paz y la gracia de la espera perseverante en el retorno de Cristo. Orando así, anticipa en la humildad de la fe la recapitulación de todos y de todo en Aquel que "tiene las llaves de la muerte y del Hades" (Ap 1, 18), "el Dueño de Todo, Aquel que es, que era y que ha de venir" (Ap 1, 8; cf Ap 1, 4):
Líbranos de todos los males Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.
Desarrollo temático
*¿Qué es una tentación?
– Es aquella falsa propuesta que el diablo nos hace para satisfacer una necesidad o un deseo, que sin embargo tiene como verdadero significado el perder la gracia.
– Es el Impulso o deseo, espontáneo o provocado que lleva a realizar algo malo. Persona o cosa que provoca que se tenga aquellos impulsos o deseos
– Con el sentido general de «poner a prueba», tiene en la Biblia los siguientes significados
a) Poner a prueba a Dios exigiendo de él una intervención extraordinaria Ésta es una actitud reprobable.
b) Dios pone a prueba al hombre para ver si le es fiel; a veces Dios simplemente permite estas pruebas; en todo caso, Dios nunca tiene intenciones malévolas.
c) La acción del espíritu del mal y sus colaboradores humanos en cuanto incitan a otros a la práctica del mal. Jesús, que quiso pasar por la prueba de la tentación, nos invita a orar para superarla.
*¿Qué es el pecado? (CAIC)
1.-El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como "una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna" (S. Agustín, Faust. 22, 27); S. Tomás de A., s. th., 1-2, 71,6).
El pecado es una ofensa a Dios: "Contra ti, contra ti solo he pecado, lo malo a tus ojos cometí" (Sal 51,6). El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de El nuestros corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse "como dioses", pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal (Gn 3, 5). El pecado es así "amor de sí hasta el desprecio de Dios" (S. Agustín, civ. 1, 14, 28). Por esta exaltación orgullosa de sí, el pecado es diametralmente opuesto a la obediencia de Jesús que realiza la salvación (cf Flp 2,6-9).
En la Pasión, la misericordia de Cristo vence al pecado. En ella, es donde éste manifiesta mejor su violencia y su multiplicidad: incredulidad, rechazo y burlas por parte de los jefes y del pueblo, debilidad de Pilato y crueldad de los soldados, traición de Judas tan dura a Jesús, negaciones de Pedro y abandono de los discípulos. Sin embargo, en la hora misma de las tinieblas y del príncipe de este mundo (cf Jn 14, 30), el sacrificio de Cristo se convierte secretamente en la fuente de la que brotará inagotable el perdón de nuestros pecados.
2.-El pecado es la ruptura voluntaria de la comunión con Dios; la Biblia designa de múltiples maneras esta ruptura: rebelión, iniquidad, injusticia, trasgresión, desobediencia, culpa, ofensa, deuda, delito, etc. La Biblia se hace eco de una serie de pecados-tipo, el de la primera pareja humana, el de Caín, el de la generación del diluvio, el de los constructores de la torre de Babel, el de Israel durante su estancia en el Sinaí, el pecado de idolatría cometido por Salomón y sus sucesores. El pecado, al que todos están sometidos y del que sólo Dios puede librarnos, acarrea al hombre desastrosas consecuencias} maldiciones, sujeción a los bajos instintos, enfermedades y sufrimientos de todo tipo, una muerte rodeada de angustias y, en última instancia, la exclusión del reino de Dios. Pero Jesús, que «se hizo pecado» por nosotros, nos ha liberado del pecado y de sus consecuencias.
3.-El pecado es una palabra, pensamiento, acto, deseo u omisión contrarios a la ley de Dios. ¿Lesiona el pecado la naturaleza del hombre? Sí, el pecado es una ofensa a Dios que lesiona la naturaleza del hombre, y además atenta contra la solidaridad humana.
*Diversidad del pecado (CAIC)
La variedad de pecados es grande. La Escritura contiene varias listas. La carta a los Gálatas opone las obras de la carne al fruto del espíritu: "Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagüeces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios".
Se pueden distinguir los pecados según su objeto, como en todo acto humano, o según las virtudes a las que se oponen, por exceso o por defecto, o según los mandamientos que quebrantan. Se los puede agrupar también según se refieran a Dios, al prójimo o a sí mismo; se los puede dividir en pecados espirituales y carnales, o también en pecados de pensamiento, palabra, acción u omisión. La raíz del pecado está en el corazón del hombre, en su libre voluntad, según la enseñanza del Señor: "De dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre" (Mt 15, 19-20). En el corazón reside también la caridad, principio de las obras buenas y puras, a la que hiere el pecado.
Conviene valorar los pecados según su gravedad. La distinción entre pecado mortal y venial, perceptible ya en la escritura (cf 1 Jn 5, 16-17) se ha impuesto en la tradición de la Iglesia. La experiencia de los hombres la corroboran.
El pecado mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave de la Ley de Dios; aparta al hombre de Dios, que es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior.
El pecado venial deja subsistir la caridad, aunque la ofende y la hiere.
El pecado mortal, que ataca en nosotros el principio vital que es la caridad, necesita una nueva iniciativa de la misericordia de Dios y una conversión del corazón que se realiza ordinariamente en el marco del sacramento de la Reconciliación:
Cuando la voluntad se dirige a una cosa de suyo contraria a la caridad por la que estamos ordenados al fin último, el pecado, por su objeto mismo, tiene causa para ser mortal… sea contra el amor de Dios, como la blasfemia, el perjurio, etc., o contra el amor al prójimo, como el homicidio, el adulterio, etc.… En cambio, cuando la voluntad del pecador se dirige a veces a una cosa que contiene en sí un desorden, pero que sin embargo no es contraria al amor de Dios y del prójimo, como una palabra ociosa, una risa superflua, etc., tales pecados son veniales (S. Tomás de A., s. th. 1-2, 88, 2).
Para que un pecado sea mortal se requieren tres condiciones: "Es pecado mortal lo que tiene como objeto una materia grave y que, además, es cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento" (RP 17).
La materia grave es precisada por los Diez Mandamientos según la respuesta de Jesús al joven rico: "No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes testimonio falso, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre" (Mc 10, 19). La gravedad de los pecados es mayor o menor: un asesinato es más grave que un robo. La cualidad de las personas lesionadas cuenta también: la violencia ejercida contra los padres es más grave que la ejercida contra un extraño.
El pecado mortal requiere plena conciencia y entero consentimiento. Presupone el conocimiento del carácter pecaminoso del acto, de su oposición a la Ley de Dios. Implica también un consentimiento suficientemente deliberado para ser una elección personal. La ignorancia afectada y el endurecimiento del corazón (cf Mc 3, 5-6; Lc 16, 19-31) no disminuyen, sino aumentan, el carácter voluntario del pecado.
La ignorancia involuntaria puede disminuir, si no excusar, la imputabilidad de una falta grave, pero se supone que nadie ignora los principios de la ley moral que están inscritos en la conciencia de todo hombre. Los impulsos de la sensibilidad, las pasiones pueden igualmente reducir el carácter voluntario y libre de la falta, lo mismo que las presiones exteriores o los trastornos patológicos. El pecado más grave es el que se comete por malicia, por elección deliberada del mal.
El pecado mortal es una posibilidad radical de la libertad humana como lo es también el amor. Entraña la pérdida de la caridad y la privación de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia. Si no es rescatado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno; de modo que nuestra libertad tiene poder de hacer elecciones para siempre, sin retorno. Sin embargo, aunque podamos juzgar que un acto es en sí una falta grave, el juicio sobre las personas debemos confiarlo a la justicia y a la misericordia de Dios.
Se comete un pecado venial cuando no se observa en una materia leve la medida prescrita por la ley moral, o cuando se desobedece a la ley moral en materia grave, pero sin pleno conocimiento o sin entero consentimiento.
El pecado venial debilita la caridad; entraña un afecto desordenado a bienes creados; impide el progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y la práctica del bien moral; merece penas temporales. El pecado venial deliberado y que permanece sin arrepentimiento, nos dispone poco a poco a cometer el pecado mortal. No obstante, el pecado venial no nos hace contrarios a la voluntad y la amistad divinas; no rompe la Alianza con Dios. Es humanamente reparable con la gracia de Dios. "No priva de la gracia santificante, de la amistad con Dios, de la caridad, ni por tanto, de la bienaventuranza eterna" (RP 17).
El hombre mientras permanece en la carne, no puede evitar todo pecado, al menos los pecados leves. Pero estos pecados, que llamamos leves, no los consideres poca cosa: si los tienes por tales cuando los pesas, tiembla cuando los cuentas. Muchos objetos pequeños hacen una gran masa; muchas gotas de agua llenan un río. Muchos granos hacen un montón. ¿Cuál es entonces nuestra esperanza? Ante todo, la confesión… (S. Agustín, ep. Jo. 1,6).
"El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón nunca, antes bien será reo de pecado eterno" (Mc 3, 29; cf Mt 12, 32; Lc 12,10). No hay límites a la misericordia de Dios, pero quien se niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo (cf DeV 46). Semejante endurecimiento puede conducir a la condenación final y a la perdición eterna.
*El pecado original (CAIC)
El hombre, tentado por el diablo, dejo morir en su corazón la confianza hacia su creador (cf Gn 3, 1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (cf Rm 5, 19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad.
En este pecado, el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de Dios, y por ello despreció a Dios: hizo elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su estado de criatura y, por tanto, contra su propio bien. El hombre, creado en un estado de santidad, estaba destinado a ser plenamente "divinizado" por Dios en la gloria. Por la seducción del diablo quiso "ser como Dios" (cf Gn 3, 5), pero "sin Dios, antes que Dios y no según Dios" (S. Máximo Confesor, ambig.).
La Escritura muestra las consecuencias dramáticas de esta primera desobediencia. Adán y Eva pierden inmediatamente la gracia de la santidad original (cf Rm 3, 23). Tienen miedo de Dios (cf Gn 3, 9-10) de quien han concebido una falsa imagen, la de un Dios celoso de sus prerrogativas (cf GN 3, 5).
La armonía en la que se encontraban, establecida gracias a la justicia original, queda destruida; el dominio de las facultades espirituales del alma sobre el cuerpo se quiebra (cf Gn 3, 7); la unión entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones (cf Gn 3, 11-13); sus relaciones estarán marcadas por el deseo y el dominio (cf Gn 3, 16). La armonía con la creación se rompe; la creación visible se hace para el hombre extraña y hostil (cf Gn 3, 17.19). A causa del hombre, la creación es sometida "a la servidumbre de la corrupción" (Rm 8,21). Por fin, la consecuencia explícitamente anunciada para el caso de desobediencia (cf Gn 2, 17), se realizara: el hombre "volverá al polvo del que fue formado" (Gn 3, 19). La muerte hace su entrada en la historia de la humanidad (cf Rm 5, 12).
Desde este primer pecado, una verdadera invasión de pecado inunda el mundo: el fratricidio cometido por Caín en Abel (cf GN 4, 3-15); la corrupción universal, a raíz del pecado (cf Gn 6, 5.12; Rm 1, 18-32); en la historia de Israel, el pecado se manifiesta frecuentemente, sobre todo como una infidelidad al Dios de la Alianza y como trasgresión de la Ley de Moisés; e incluso tras la Redención de Cristo, entre los cristianos, el pecado se manifiesta de múltiples maneras (cf 1Co 1-6; Ap 2-3). La Escritura y la Tradición de la Iglesia no cesan de recordar la presencia y la universalidad del pecado en la historia del hombre:
Lo que la Revelación Divina nos enseña coincide con la misma experiencia. Pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males que no pueden proceder de su Creador, que es bueno. Negándose con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompió además el orden debido con respecto a su fin último y, al mismo tiempo, toda su ordenación en relación consigo mismo, con todos los hombres y con todas las cosas creadas (GS 13,1).
Todos los hombres están implicados en el pecado de Adán. S. Pablo lo afirma: "Por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores" (Rm 5, 19): "Como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron…" (Rm 5, 12). A la universalidad del pecado y de la muerte, el apóstol opone la universalidad de la salvación de Cristo: "Como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo (la de Cristo) procura a todos una justificación que da la vida" (Rm 5, 18).
Siguiendo a S. Pablo, la Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa miseria que oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles sin su conexión con el pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transmitido un pecado con que todos nacemos afectados y que es "muerte del alma" (Cc. De Trento: DS 1512). Por esta certeza de fe, la Iglesia concede el Bautismo para la remisión de los pecados incluso a los niños que no han cometido pecado personal (Cc. De Trento: DS 1514).
¿Cómo el pecado de Adán vino a ser el pecado de todos sus descendientes? Todo el género humano es en Adán "sicut unun corpus unius hominis" ("Como el cuerpo único de un único hombre", S. Tomás de A., mal. 4,1). Por esta "unidad del género humano", todos los hombres están implicados en la justicia de Cristo. Sin embargo, la transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente. Pero sabemos por la Revelación que Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza humana, que transmitirán en un estado caído (cf Cc. De Trento: DS 1511-1512). Es un pecado que será transmitido por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza privada de la santidad y de la justicia originales. Por eso, el pecado original es llamado "pecado" de manera análoga: es un pecado "contraído", "no cometido", un estado y no un acto.
Aunque propio de cada uno (cf Cc. De Trento: DS 1513), el pecado original no tiene, en ningún descendiente de adán, un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada "concupiscencia").
El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual.
La doctrina de la Iglesia sobre la transmisión del pecado original fue precisada sobre todo en el siglo V, en particular bajo el impulso de la reflexión de S. Agustín contra el pelagianismo, y en el siglo XVI, en oposición a la Reforma protestante: Pelagio sostenía que el hombre podía, por la fuerza natural de su voluntad libre, sin la ayuda necesaria de la gracia de Dios, llevar una vida moralmente buena: así reducía la influencia de la falta de Adán a la de un mal ejemplo. Los primeros reformadores protestantes, por el contrario, enseñaban que el hombre estaba radicalmente pervertido y su libertad anulada por el pecado de los orígenes; identificaban el pecado heredado por cada hombre con la tendencia al mal ("concupiscentia"), que sería insuperable. La Iglesia se pronunció especialmente sobre el sentido del dato revelado respecto al pecado original en el II Concilio de Orange en el año 529 (cf DS 371-372) y en el Concilio de Trento, en el año 1546 (cf DS 1510-1516).
Adán y Eva en el Paraíso
*La proliferación del pecado (CAIC)
El pecado crea una facilidad para el pecado, engendra el vicio por la repetición de actos. De ahí resultan inclinaciones desviadas que oscurecen la conciencia y corrompen la valoración concreta del bien y del mal. Así el pecado tiende a reproducirse y a reforzarse, pero no puede destruir el sentido moral hasta su raíz.
Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o también pueden ser referidos a los pecados capitales que la experiencia cristiana ha distinguido siguiendo a S. Juan Casiano y a S. Gregorio Magno (mor. 31, 45). Son llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios. Son la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza.
La tradición catequética recuerda también que existen "pecados que claman al cielo". Claman al cielo: la sangre de Abel (cf Gn 4, 10); el pecado de los sodomitas (cf Gn 18, 20; 19, 13); el clamor del pueblo oprimido en Egipto (cf Ex 3, 7-10); el lamento del extranjero, de la viuda y el huérfano (cf EX 22, 20-22); la injusticia para con el asalariado (cf DT 24, 14-15; Jc 5, 4).
El pecado es un acto personal. Pero nosotros tenemos una responsabilidad en los pecados cometidos por otros cuando cooperamos a ellos:
– Participando directa y voluntariamente;
– Ordenándolos, aconsejándolos, alabándolos o aprobándolos;
– No revelándolos o no impidiéndolos cuando se tiene obligación de hacerlo;
– Protegiendo a los que hacen el mal.
Así el pecado convierte a los hombres en cómplices unos de otros, hace reinar en ellos la concupiscencia, la violencia y la injusticia. Los pecados provocan situaciones sociales e institucionales contrarias a la voluntad divina. Las "estructuras del pecado" son expresión y efecto de los pecados personales. Inducen a sus víctimas a cometer a su vez el mal. En un sentido analógico constituyen un "pecado social" (cf RP 16).
*Que es el dolor
El dolor físico es aquel que nos permite percatarnos si algo anda mal, o algo nos hace daño, en cambio el dolor espiritual es aquel sentimiento por el cual nos causa un malestar en el alma y en el espíritu acompañado por la conciencia que nos advierte que algo anda mal con el alma y con nosotros mismos.
El dolor físico tan solo se manifiesta en lo material y el dolor espiritual nos permite valorar lo material y lo espiritual, como el amor y otros sentimientos. Es una realidad natural, consecuencia inevitable de la limitación de toda criatura. Históricamente sin embargo, en lo que tiene de duro y mortificante para el hombre, es al mismo tiempo efecto del pecado e instrumento querido por Dios para expiar y redimir los pecados y para que individuo y comunidad se conviertan en frutos maduros para la salvación.
La Biblia habla del hambre y de la sed como máximos indicadores de una situación de sufrimiento y de infelicidad. De ahí que el sagrado deber de ayudar al hermano se signifique básicamente con el gesto de dar pan y agua. De ahí también que el hambre y la sed simbolicen muy apropiadamente la absoluta necesidad que el hombre tiene de Dios. Por lo demás, sólo Dios puede y quiere saciar esa hambre y apagar esa sed.
La Biblia constata tanto los efectos nocivos de la tristeza como las múltiples causas de la misma. Pero, sobre todo resalta la relación tristeza-pecado. Una relación que puede ser negativa en cuanto la tristeza se manifiesta como signo y efecto del pecado o positiva en cuanto la tristeza por el pecado conduce a la conversión. En todo caso, más allá de la tristeza, en la perspectiva bíblica está siempre la esperanza y la alegría. Por eso Jesucristo, que quiso compartir las tristezas humanas, anuncia para los suyos una definitiva victoria sobre la tristeza.
*Que es la muerte
La muerte es el comienzo de una nueva vida y a la vez el fin de otra: la humana Esta nos permite valorar mejor la vida y la importancia de esta. La Biblia habla de dos clases de muerte la física-biológica y la espiritual.
a) La muerte física es el acabamiento del hombre en cuanto ser terreno. Se trata de un destino que afecta a todos los hombres; sólo Dios conoce el momento, mientras que el hombre lo ignora por completo. La muerte física tal como hoy acontece, entre angustias e incertidumbres, es consecuencia del pecado del hombre. Dios puede liberarnos de esta muerte, tanto manteniéndola de momento alejada de nosotros como sobre todo venciéndola mediante un proceso de resurrección e inmortalidad. Esta victoria sobre la muerte alcanza su punto culminante en Jesucristo, que la anticipa ya en su vida mortal a través de sus milagros, la verifica en su propio cuerpo resucitado y la comparte con la nueva humanidad redimida por él.
b) La muerte espiritual es la situación de lejanía de Dios en cuanto Dios es vida y fuente de vida. Durante la existencia terrena del hombre, esta muerte espiritual se materializa en el hecho del pecado, que, si no se elimina oportunamente, acarrea la ruptura definitiva de la comunión con Dios o «segunda muerte». Esta muerte-lejanía de Dios, temporal o definitiva, causada por el pecado, había sido intuida por los profetas; los autores del NT se refieren expresamente a ella. También, y sobre todo, de esta muerte " lo mismo que de la muerte físico-biológica " nos libera Cristo.
*Curación de un ciego de nacimiento (Juan 9, 1-12).
Al pasar, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién ha pecado para que esté ciego: él o sus padres?» Jesús respondió: «Esta cosa no es por haber pecado él o sus padres, sino para que unas obras de Dios se hagan en él, y en forma clarísima. Mientras es de día tenemos que hacer la obra del que me ha enviado; porque vendrá la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.»
* "Para que se manifiesten en él las obras de Dios".
La pregunta que le hacen los discípulos supone que ellos también participaban de la opinión general que los judíos tenían sobre las desgracias que sucedían en una persona. Esas desgracias se consideraban como castigo por los pecados propios que esa persona había cometido, o como castigo por los pecados de sus padres que recaía sobre sus hijos.
El Señor, en su respuesta, niega esa opinión. Conocemos que tanto el pecado de nuestros primeros padres, como los pecados personales de cada uno, son causa de las muchas desgracias que aquejan la humanidad; pero de ninguna manera quiere eso indicar que cualquier enfermedad, sufrimiento, desgracia personal, sea fruto de los pecados que esa persona haya podido cometer, y menos todavía que tenga como causa los pecados de sus padres.
Si algo nos enseña Cristo con su doctrina y con su ejemplo, y sobre todo con su Pasión y Muerte, es que el dolor y el sufrimiento no suponen un castigo que Dios inflige a la persona por sus pecados, ni supone que Dios ha abandonado y no se preocupa ya de esa persona.
Dios Padre permitió el tremendo sufrimiento de su hijo, a quien amaba infinitamente, porque a través de ese sufrimiento iba a manifestar al mundo su amor a los hombres y les iba a traer la saltación y redención de sus pecados. Dios permite el sufrimiento en cualquier hijo suyo con el fin de purificarlo más y más de sus apegos terrenales, para incrementar en él la fé y la confianza verdadera, y para que pueda unir sus sufrimientos a los sufrimientos de Cristo en su Pasión, y así ser corredentor de los hombres. Como nos dice la palabra de Dios, todo lo que el Señor permite que suceda a los que le amen, es para su bien.
En el caso concreto del ciego de nacimiento, el Señor pone otra motivación especial. A través del milagro que Cristo va a realizar con él, devolviéndole la vista, se pondrá de manifiesto la bondad y misericordia de Dios, y así Cristo hará que su Padre sea glorificado. Sentido trascendental en todos los milagros del Señor.
* "¿Quién pecó: este o sus padres?"
Los Israelitas estaban convencidos de que dondequiera que hubiera sufrimiento era porque allí había algún pecado. Ellos todavía no habían escuchado aquella formidable noticia de Jesús: "Mi Padre al árbol que más quiere lo poda, para que produzca más frutos", y no se imaginaban que el mal no es tanto un castigo, cuanto un medio para hacerse más personalidad y ganar más premio para el Reino de Dios.
¿Será por culpa de sus padres?. Los judíos sabían muy bien de memoria aquella terrible amenaza repetida tantas veces en la Sagrada Biblia: "Yo Dios, fuerte y celoso, castigo la maldad de los padres, también en sus hijos, hasta la tercera y cuarta generación" (Ex. 20, Ex. 34). Hay algo que siempre debemos tener presente: que ninguna persona obra jamás solamente para sí misma. Que cuando una persona hace una obra buena eleva el mundo; pero cuando peca, pone en movimiento una serie de malas consecuencias que durarán por mucho tiempo.
¿Para qué estaba enfermo este hombre?. Jesús no se detuvo a explicar la relación entre el pecado y el sufrimiento, sino que les explicó muy claro para qué estaba enfermo este hombre: para que se diera la posibilidad de poner de manifiesto lo que puede hacer Dios en favor a favor de los que lo aman.
Este es un caso repetido millones de veces cada día. Las personas que sufren, presentan a Dios una formidable oportunidad de manifestar su poder, su gloria y su compasión. Cuando las y tragedias y problemas caen sobre una persona que no tien fé, esa persona puede desintegrarse. Pero cuando caen sobre alguien que cree firmemente, ponen de manifiesto los heroísmos y la nobleza que se encuentran en un corazón que ama el Señor.
*La historia del Santo Job
1.-El poema de Job encabeza los libros de sabiduría de la Biblia. Es mucho más que una "historia", pues ahí se ponderan los grandes interrogantes de la condición humana. Las desventuras de Job, que, después de colmado por la existencia, se ve reducido a la más extrema miseria, no son más que un pretexto para llevarnos a reflexionar sobre lo insatisfactoria que es la vida del hombre en la tierra. El sufrimiento y la muerte no serían tan escandalosos si no hubiera el escándalo de la ausencia de Dios: él huye de nuestra mirada, y también se niega a hacer la justicia en nuestro mundo.
No por casualidad Job es presentado como un hombre del país de Us, que no pertenece al pueblo de Dios. Job no conoce a Moisés ni a los profetas, así que puede hablar a nombre de la humanidad entera, y no solamente de los creyentes.
Job no necesita más que de contemplar la creación para creer en Dios y su providencia, pero no ha visto a Dios, el que tampoco le ha hablado. Y por más que se reconozca a sí mismo como la obra de Dios, sus percances le dan para pensar. Se da cuenta de que solamente una explicación con su Creador le permitiría ubicarse en el lugar que le corresponde y, por más que busque esta apertura, no la encuentra.
Las denuncias de Job son una manera de clamar a Dios con toda la fuerza de una esperanza insatisfecha y, al final, Dios tendrá que manifestarse.
El punto de partida del libro de Job es un relato popular que encontramos en las primeras páginas y en las últimas (1,1-2,13 y 42,10-17): la historia del santo hombre Job. Yavé lo había puesto a prueba, quitándole todo, y a pesar de eso se había mantenido fiel. Al final, Dios le devolvía todos los bienes con creces.
Esta moraleja podía parecer demasiado simple. Entonces un autor del que no conocemos el nombre volvió sobre el tema en los diálogos que ocupan los capítulos 3 al 41. Allí otro Job muy diferente al primero denuncia la condición humana, y sus tres amigos le oponen las respuestas de la sabiduría tradicional.
2.- Job es un "hombre cabal, recto, que temía a Dios y se apartaba del mal" (1,1). Piadoso, rico y cabeza de una numerosa familia de cierto prestigio. Un día "en que los Hijos de Dios venían a presentarse ante Yahvé" (1,6), Dios pregunta a Satán qué opina de la rectitud de Job. Satán afirma que Job maldecirá a Dios si perdiese su riqueza, por lo que ambos acuerdan ponerle a prueba. Satán procede a despojar a Job de sus posesiones e incluso de sus hijos, y más tarde llena su cuerpo de llagas dolorosas en grado extremo. Con todo, Job se niega a maldecir a Dios. Tres de sus amigos, al tener noticia de sus pesares, llegan para confortarle, pero quedan aturdidos "y ninguno de ellos dijo una palabra, porque veían que el dolor era muy grande" (2,13).
3.- La segunda sección, tras el primer castigo de Job (capítulo 3), consta de tres ciclos de discursos. Durante cada uno de ellos, sus tres amigos hablan por turno y Job les responde tres veces. El núcleo de los discursos de los tres amigos es que las desgracias y el sufrimiento de Job deben de ser el resultado de su iniquidad, motivo por el que los merece. Job, que proclama su inocencia con resolución, primero se irrita y acto seguido monta en cólera contra sus amigos por sus opiniones quizá injustificadas y frívolas. Con todo, sigue buscando una explicación para sus sufrimientos: "¡Oh! ¿Quién hará que se me escuche? Esta es mi última palabra: ¡respóndeme, Sadday!" (31,35).
4.-La tercera sección consta de los discursos de Elihú. Su ira va dirigida contra Job "porque pretendía tener razón frente a Dios" (32,2) y "contra sus tres amigos, porque no habían hallado nada que replicar y de esa forma habían dejado mal a Dios" (32,3) Elihú sostiene que Job "a su pecado la rebeldía añade" (34,37) por cuestionar el juicio de Dios. Para fundamentar su alegación, dice que: "¡es Sadday!, no podemos alcanzarle. Grande en fuerza y equidad" (37,23).
5,- En la cuarta sección, Dios habla desde el seno de la tempestad. Parece ignorar por completo el deseo que tiene Job de una explicación o justificación de sus sufrimientos. En cambio, humilla a Job y le desafía para que explique cómo fue creado el universo y cómo se encuentra ordenado. Al parecer, el "error" de Job es su presunción de que los caminos y la omnipotencia de Dios son aprehensibles por el ser humano. Con preguntas acaso irrelevantes (40,8), Dios refuta a Job y presenta su respuesta más directa a una pregunta que éste formulara en el pasado: "¿Qué es Sadday para que le sirvamos, qué podemos ganar con aplacarle?" (21,15). Reconociendo al fin que sus palabras han estado guiadas por la ignorancia y que lo máximo que podrá acercarse a Dios es a través de una visión de éste, Job se arrepiente (42,1-6).
6.- En la última sección Dios refuta los argumentos de los tres amigos de Job (Elihú no aparece) porque "no habéis hablado con verdad de mí, como mi siervo Job" (42,7). Otorga a Job el doble de las riquezas y posesiones que tuviera en otro tiempo, le bendice con siete hijos y tres hermosas hijas y prolonga sus días. El epílogo, al igual que el prólogo, está compuesto en prosa, y allí es donde se refleja con mayor claridad el probable origen popular de los discursos poéticos.
1.- Es cierto que algunas veces Dios permite el mal, pero siempre para sacar bienes de los mismos males. Por ejemplo, para que el pecador reconozca su falta y se arrepienta; para que el justo expíe sus faltas en este mundo, gane así mayor gloria en el cielo y dé buen ejemplo al prójimo con su paciencia; para que los hombres vivan más despegados de las cosas de la tierra, porque esta vida es tiempo de prueba y no de premio, etc., etc.
Si Dios impidiera al hombre hacer el mal, violentaría su libertad. Dios tiene sus razones para permitir el mal. A nosotros nos basta saber que Dios tiene Providencia, aunque desconozcamos sus caminos.
Dios deja actuar las leyes de la naturaleza y la libertad de los hombres, y no los mueve como el jugador de ajedrez las fichas.
Sin embargo, ha de ser un consuelo para nosotros saber que en igualdad de circunstancias, en el cielo gozan más, los que más han sufrido en este mundo con cristiana resignación.
No nos engañemos con el aparente triunfo de algunos malos. En primer lugar, porque el triunfo del malo se limita a esta vida, donde la experiencia enseña que no se da triunfo completo y libre del mal. Pero sobre todo, porque el que peca es un fracasado para la eternidad, que es donde el fracaso es completo e irremediable. El único que triunfa es quien se salva.
2.- No fue Dios quien hizo la muerte y la maldad en el mundo, debido a la desobediencia del hombre, la muerte entro al mundo, y esta seguirá eternamente
Por su pecado, Adán, en cuanto al ser el primer hombre, perdió la santidad y la justicia originales no solo para él, sino para toda la humanidad. Como consecuencia del pecado original, la naturaleza humana quedó espiritualmente debilitada y sometida al sufrimiento y al pecado.
3.- El pecado es una acción contraria a la ley natural y por lo tanto contraria a la voluntad de Dios. Es una ofensa a Dios, por la que el hombre pierde la gracia y la amistad, conjuntamente con la relación a Dos por cualquier método. El pecado lesiona la naturaleza humana y atenta contra la solidaridad humana. La raíz de todo pecado radica en el corazón humano, teniendo como una causa posible la tentación, siendo esta una propuesta aparentemente agradable e inocente, que sin embargo lleva como real objetivo la separación del hombre y Dios.
4.-El pasaje de la Biblia que nos relata la curación de un ciego, nos da a entender que cada uno es responsable de sus pecados y que Dios no manda sufrimientos y males a la tierra por los malos actos que una persona haga personalmente.
5.-La historia del Santo Job nos da el ejemplo de un hombre que sufrio muchas desgracias, culpándolo los demás, como si fuera castigo de Dios. Dios no castiga, el hombre pues no es nadie para juzgar la voluntad de Dios, ya que nuestra mentalidad humana no puede comprender el porque de las cosas, los misterios de Dios y su voluntad. Esto es lo que se trata de rescatar con el libro de Job.
- "La Biblia Latinoamericana" VIII edición. 26ENE1989. Coeditan: Ediciones Paulinas y Editorial Verbo Divino.
- "Catecismo de la Iglesia Católica" Tercera edición revisada. 24ENE1993. Asociación de Editores del Catecismo, Coeditares litúrgicos Et Alii-Librería Editrice Vaticana.
- "Catecismo de la Iglesia Católica" 3a edición 1993. Catecismo Menor Diócesis de Abancay. Editores e Impresores San Francisco SA.
- "Meditaciones (I, II) Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo" Autor Fernando Basabe, S.J. Impreso por E. Oswaldo Paucar C. Lima 1998.
- "El Evangelio Explicado" 3a edición. P. Eliécer Sálesman. Impreso en los talleres de JMC Editores – Bogotá Colombia.
- "Para Salvarte" Compendio de las verdades fundamentales de la Religión Católica y normas para vivirlas. Autor Jorge Loring, S.I. Editorial Apostolado. Perú Lima 1987.
- "Diccionario Santillana del Español" Tercera edición Diciembre de 1996. Editorial Santillana.
Autor:
Pedro Urbina