Esta inserción de María González Rouco excede los marcos de una investigación académica, precisa en la bibliografía y en los testimonios, va mucho más allá porque nos pone sobre el tapete cuestiones y problemáticas que ya traían esos inmigrantes, castigados en sus países de origen por las guerras y el hambre. Por esto, insisto en el tono de presencialidad que observan estas páginas de María González Rouco. De ahí que el término que he acuñado –inserción- implica una visión tan objetiva como de sentido homenaje a esos inmigrantes, entregados por el destino a la "buena de Dios" en las tierras de América. La reactualización de datos y cronologías, la nueva puesta en escena de títulos de obras de ficción a lo largo de un siglo y medio, como el relevamiento de artículos y ensayos, o de instituciones como The Jewish Inmigration Center, nos indican a las claras que este trabajo de María González Rouco significará un más que valioso aporte sobre el cruce de las culturas en general, y sobre la Inmigración, epopeya única e indivisible por su grandeza, en especial. Una investigación que debe ponernos orgullosos por su agudeza crítica y por la generosidad en la entrega, rasgos que ya han caracterizado la trayectoria curricular y periodística de María González Rouco.
Sebastián Jorgi
Introducción
El tema del viaje es un tópico reiterado en la literatura universal. El escritor y periodista Rubén Benítez, autor de la novela de inmigración La pradera de los asfódelos, manifestó cuando lo entrevisté: "Ulises es tal vez literariamente el primer emigrante que sueña con el regreso a su entrañable tierra. Lo detienen los cantos de sirena y la magia de Circe". Al igual que el griego, "el inmigrante europeo también partió y cayó en las mismas redes. El viaje o "nostos" griego, enlaza con la nostalgia, el dolor del regreso" 1.
En las páginas que leí, encontré la evocación de la travesía vista no sólo como material literario, sino también como un momento de la vida propia o de los mayores que se desea reflejar, para dar testimonio y rendir homenaje a tantos seres que buscaron en otra tierra lo que en la suya no encontraban.
1 Benítez, Rubén: La pradera de los asfódelos. Bahía Blanca, Siringa, 1988.
Permiso para embarcar
Marcelo Bazán Lascano señala que la Ley Avellaneda, de 1876, proporciona la definición de inmigrante. Distingue "entre los inmigrantes "sensu stricto", o sea los que venían con pasaje de segunda o tercera clase por cuenta del gobierno u otras entidades, y los que entre el 25 de mayo de 1810 y el presente han arribado a nuestro territorio a su costa, como polizones o en cualquier otra forma clandestina o ilegal. Podría sostenerse, pues, que los segundos son, prima facie, definibles como inmigrantes "lato sensu", aunque hubieran venido en primera clase y aunque lo hubiesen hecho con bienes de fortuna y hasta con títulos nobiliarios" (1).
Se ha señalado la diferencia entre inmigrantes y refugiados: "El inmigrante toma una decisión y asume el riesgo, aunque tenga que poner en peligro su vida. El exiliado no tiene capacidad u oportunidad para decidir. Otra de las diferencias fundamentales es la experiencia vivida antes de la partida. Muchos llegan heridos, con mutilaciones, han sido testigos de la muerte de personas conocidas y familiares. Sufrieron violaciones sexuales, (…). Luego está el trauma del desarraigo, la pérdida del punto de referencia, la destrucción de todos los bienes".
Cuando se trata de un refugiado, por más que se esfuerce por sobreponerse, "El desarraigo golpea la salud hoy y para el resto de la vida. (…) En muchas ocasiones, el desplazado debe adaptarse a países con otro idioma, otra cultura, separado de sus seres queridos. No resulta extraño que sean frecuentes los intentos de suicidio, los conflictos conyugales, el retraimiento social, la sensación de peligro constante, la pérdida de creencias, las conductas agresivas… Un caso donde el desarraigo es especialmente doloroso es el de los ancianos, que desarrollan más cuadros depresivos que el resto. La falta de esperanza sirve para adelantar la muerte" (2).
Tomada la decisión, se emprende la travesía. Primero, por las oficinas que otorgan el permiso de embarque. No viajaba el que quería, sino el que conseguía la autorización imprescindible para embarcar. Giorgio Bortot escribe que a aquellos inmigrantes "se les exigió: 1) ser preferentemente europeo; 2) ser de sana y robusta constitución, exenta de enfermedades y malformaciones que alteren su capacidad laborativa presente o futura; 3) asegurar que no venían a practicar la mendicidad, y la mujer adulta, además, a ejercer la prostitución; 4) declarar su religión;
5) viajar en segunda o tercera clase; 6) residir en zonas determinadas; 7) al llegar, tomar otros recaudos para asegurar la defensa social". Y agrega: "pocos se enteraron de tales restricciones. (…) El que escribe fue traído de niño y debió acatar aquello" (3).
La enfermedad, la senectud, eran muchas veces objeto de discriminaciones que separaban a las madres de sus hijos, a los hermanos entre sí. Syria Poletti lo supo bien y lo narró en su novela Gente conmigo, que fue distinguida en 1961 con el Premio Internacional de Novela convocado por la Editorial Losada. En esa obra alude a las trabas que se imponían a los disminuidos físicos para salir del país. Recuerda Nora Candiani, la protagonista: "Paso tras paso, con su carga de trabajo y el agobio de apuntalar a una familia dispersa, Bertina consiguió arrancar el permiso de embarque. (…) Mi viaje a América se resolvió así en una suerte de contrabando: yo era como un producto deteriorado que debía pasar inadvertido, entremezclado con los productos destinados a la exportación: los emigrantes aptos. Yo era el polizón que logra trepar al barco. Luego, la piedad me admitiría. De todos modos, lo importante era viajar. La vida impone las leyes y la vida enseña las trampas. Sólo que las trampas arañan" (4).
Un defecto físico impide la salida de una asturiana hacia América: "Cuando tenían todo arreglado para viajar, y ya no había retorno, el cónsul argentino se puso meticuloso con la visa. Despachaba a cientos de asturianos por hora y se daba el lujo de poner objeciones ridículas. Eran tan ridículas que parecían el cebo de alguna coima. El cónsul detectó un dedo mocho en la mano izquierda de Valentina y decretó que esa lesión la hacía inútil para el trabajo, y por lo tanto inviable para emigrar. Sin dinero, sin tiempo y sin chances, Marcial recurrió a su prima, que era cocinera del gobernador, y éste fue magnánimo y ejecutivo. El cónsul reculó y firmó los papeles a regañadientes, y el buque de carga Entre Ríos los llevó a la otra orilla del mundo" (5).
Nélida Boulgourdjian relata que sus mayores decidieron emigrar hacia la Argentina porque "habían escuchado que era un país joven con muchas oportunidades de trabajo y, sobre todo, con la posibilidad de vivir en libertad. Pero quizá lo que más los alentaba era que habían otros parientes que los habían precedido y que facilitarían sus primeros pasos en la nueva tierra. Sin embargo, la ceguera de Samuel haría difícil el ingreso a la Argentina; las leyes eran estrictas y Samuel no cumplía con uno de los requisitos: no tener defectos físicos. Su ceguera lo hacía inaceptable para las leyes. El joven debió quedarse en Beirut hasta que la perseverancia de su madre una vez instalada en Buenos Aires hizo posible el milagro. Ella logró con la ayuda de profesionales idóneos que Samuel entrara finalmente en la Argentina. Se dijo que su caso sentó jurisprudencia" (6).
Lo mismo sucedía con quienes deseaban salir de la Argentina. El italiano Gemesio desea establecerse con su familia en la península. Durante la revisación médica, el galeno señala: " "¡Esta criatura tiene fiebre! –y le sacó la gorrita, y cuando vio los granos exclamó: -¡Esta niña no puede viajar!". Y quedó Elenita, que sólo tenía tres años, en brazos de la abuela Irene, mientras el Principessa Mafalda se alejaba de la costa, los pañuelos se agitaban en el puerto y Christina, a través de las lágrimas veía empequeñecerse las figuras familiares. Por primera vez miró a su marido con rencor" (7).
En 1891 "se abrió el comité del Barón de Hirsch. Fue una salvación para los judíos y empezó el registro de las familias. Aceptaban solamente familias con hijos varones. Los que no los tenían, se daban maña. Hacían inscribir a un soltero como hijo y la cosa marchaba" (8).
Alejo Peyret recuerda que para fundar la Colonia San José, en Entre Ríos, "Se ha aceptado apresuradamente todo cuanto se ha presentado, con la única condición de ser católico. Se han hecho adelantos de ingentes cantidades a familias desprovistas de todo, y que presentan muy pocas garantías de reembolso. Por decirlo, se ha gastado mucho dinero sin necesidad. (…) Suponiendo igual capacidad para el trabajo un colono protestante debe ser preferido al católico" (9). En "Sesquicentenario de la Primera Colonia Alemana en la República Argentina", escribe Horacio Enz: "Los problemas comenzaban ya en Alemania con la obtención del pasaporte, que exigía por supuesto acreditar buena conducta. Hacía poco más de una década que habían terminado las guerras napoleónicas, con sus secuelas. Las visaciones consulares eran dificultosas. El pasaporte original de mi bisabuelo Simón Matthäus Enz -que conservo- quien devino en el primer Enz en la República Argentína y fue uno de los alemanes que vinieron en el velero "Kumbang Patie", está fechado en 1817 y muestra al dorso varias de dichas visaciones: el Vo Bo del Ministerio de Asuntos Exteriores del Reino de Württenberg; la visación de la legación británica en Stuttgart; los Vo Bo del Jefe de Policía de Heilbronn y del gobierno del Gran Ducado de Hessen, dado en Maguncia; la resolución del Gobierno de Prusia; permiso del Procurador en Crímenes de los Países Bajos; y la exigencia de presentarse a la Dirección de Policía en Amsterdam. Todo esto, que constituía una verdadera peregrinación, terminaría en una odisea inesperada. Pero los sostenían anhelos y grandes esperanzas, y obviamente, una fe inquebrantable" (10).
En El ángel del Capitán, de Chuny Anzorreguy, son políticos los motivos de discriminación a los que debe enfrentarse Miro Kovacic cuando decide exiliarse. Un amigo le sugiere dirigirse al Instituto Croata de Cirilo y Método, donde se entera de que "Un país sudamericano había puesto a disposición del Instituto diez mil visas para los croatas que la necesitaran. No a los largos trámites. No a las profundas investigaciones. No al interminable papelerío". A fines del 47, en Trieste, se completa el viaje iniciado mucho antes: "Subimos al tren Nada, Mía y yo. Nos internábamos en la oscuridad absoluta buscando al sol" (11).
Décadas antes había sucedido algo similar a un personaje de Ana María Shua. Por ser desertor, aguardó durante un año, escondido en la casa de la novia, que algún compatriota falleciera, para poder viajar con sus documentos: "Murió Gedalia Rimetka, medianamente joven, de bigotes. Con su documento fue el abuelo al consulado de América, la verdadera, la del Norte, y le dijeron que no. No lo bastante joven murió Gedalia, no lo bastante joven como para pasar por el abuelo. En Polonia siempre hacía frío, siempre había nieve. Cuando se derretía la nieve, había mucho barro. El barro también era frío. El barro de Tomachevo cruzó el abuelo, que quería cruzar el mar. Y llegó al consulado de esta pobre América. Allí, le habían dicho, no se fijan mucho, no entienden nada, les da lo mismo. Allí también es América, aunque no tanto. Lo que vale es salir de Europa, lo que vale es cruzar el mar. Desde una América ya será posible llegar a la otra. Y no se fijaron, o no les importó, o no entendían nada, y el abuelo pudo ponerse en camino para cruzar el mar" (12).
Los rusos Gurovitz "Habían quemado todos los documentos. En sus papeles figuraban como griegos. Así lo atestiguaban la ropa, gorra y pipa entregadas poco antes" (13).
En una carta enviada al diario Clarín, expresa Erwin Auspitz: " (…) en noviembre de 1938, con casi 10 años, vivía en mi ciudad natal, Viena, con mi familia de origen, judía. Mi padre fue detenido y quedó alojado en la Gestapo, de allí lo llevarían a Dachau. El cónsul argentino en Viena, Juan Giraldes, (…) No sólo extendió las anheladas e imprescindibles visas de tránsito para mis padres, mi hermana, mi abuela materna y para mí, sino que –además- lo hizo sin tener en cuenta una carta anónima que entregó a mi madre y que conservo hasta hoy; allí se denuncia la intención de nuestra familia de permanecer ilegalmente en Buenos Aires. Conseguidas las visas, mi madre logró que la Gestapo liberara a mi padre, previo el compromiso de dejar Austria en un plazo perentorio. Llegamos a estas tierras amadas en febrero de 1939, y aquí crecí, viví mi vida y formé mi familia" (14).
En Dimitri en la tormenta (15) -novela de Perla Suez seleccionada por la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil Argentina (ALIJA) y por la Fundación de Lectura, Fundalectura, Bogotá, Colombia, entre los mejores libros para jóvenes-, relata Tania, una polaca que huye del nazismo: "Con el anillo de brillantes de mi madre compré a uno de los comandantes y escapé. Vagué por cloacas, estuve en una iglesia donde un sacerdote me ayudó. Disfrazada de mendiga, pude llegar a la bahía de Gdansk. Y logré esconderme en el barco carguero en el que llegué". Lajos Fehér, húngaro judío, "consiguió un pasaporte falso a nombre de Alejandro Gross con una expresa mención del obispo de la zona que la religión profesada por el portador era la católica". Logra llegar a Italia, donde "en una desesperada búsqueda de algún medio para salir de Europa, consiguió finalmente una visa para Ecuador y un lugar en el Augustus que salía a la madrugada siguiente con ese destino. El lugar en ese barco le costó una buena parte de su dinero ya que, aún siendo reconocido como católico, no querían embarcar ciudadanos de países de Europa Central, por poner a la misma compañía marítima en actitud sospechosa" (16).
Otro documento falso permitió indirectamente la llegada al país de Pedro Roth, "el mayor cronista gráfico de la plástica argentina", nacido en Budapest en 1938. El vivió en Hungría durante la Segunda Guerra Mundial y llegó a Buenos Aires –explica- "gracias a un negocio algo oscuro del doctor Liber, un primo segundo de Rosalía, mi madre, que le compró un pasaporte falso al cónsul argentino en Montecarlo el año de mi nacimiento. Puede que el funcionario fuese algo informal, pero le salvó la vida y nunca dejaremos de recordarlo. Bueno, Liber llegó e instaló una fábrica de jabón en San Martín. Mi madre, mi abuela Eugenia y yo llegamos en 1954 y nos establecimos en Florida" (17).
Jacques Arndt, nacido en Viena, relata: "ingresé en la Argentina a los 21 años, solito, como polizón, sin hablar una sola palabra de castellano y sin un peso. Me tuve que refugiar escapando de Viena luego de la entrada de los nazis en mi país y en una fuga y travesía casi cinematográfica. Escapando de los nazis logré llegar a Marsella y, con la anuencia de un marinero, me escondí en un barco" (18).
Juan Zorrilla de San Martín se exilia en la Argentina: "La actividad literaria emprendida por Zorrilla de San Martín y los ideales que lo animaban le habían ya impulsado a fundar, en 1878, el diario "El Bien Público" (…) Las duras campañas periodísticas contra los gobiernos que no respondían a sus ideales religiosos y democráticos le atrajeron dolorosas persecuciones. En 1885, luego de sufrir el empastelamiento e incendio de su diario, amenazado hasta en el sagrado del hogar, se vio obligado a asilarse en la Legación del Brasil. Negadas las garantías que pidió la Legación para que Zorrilla de San Martín pudiera embarcarse con destino a Buenos Aires, el Ministro del Imperio lo condujo personalmente hasta una nave de guerra brasileña que lo llevó hasta aguas argentinas, en las cuales, con el fin de eludir el reclamo interpuesto por el gobierno ante la cancillería del Brasil para que el viajero fuera llevado nuevamente a Montevideo, el expatriado se trasladó en una ballenera que lo transportó a Buenos Aires. Pocos días después de este dramático episodio su esposa y sus pequeños hijos se le reunieron en el destierro" (19).
Roberto Ale se refiere a las condiciones de ingreso de los inmigrantes árabes: "Para entrar a la Argentina de esos tiempos no hacía falta pasaporte y era común que una familia traiga a otra y así practicamente aldeas enteras se trasladaron a nuestro país, esparciéndose de norte a sur y de este a oeste de estas ricas llanuras pampeanas. Tenían ventajas y privilegios sobre el mismo nativo, no tenían cargas militares, ni cívicas. Ante cualquier problema que pudiera surgir, tenían un Cónsul de su propio país que los protegía" (20).
Juan Carlos Coria señala, acerca de la inmigración africana: "las entrevistas mantenidas con africanos de distintos orígenes, permiten comprobar que, salvo casos muy excepcionales, ingresaron a la Argentina sin ningún inconveniente ni traba, salvo los ingresados como polizontes en buques de banderas europeas, que por regirse con las leyes de los respectivos países tenían la obligación de devolverlos al lugar de donde habían subido a los barcos. Por ser la Argentina de fronteras abiertas y por ello, un país de recepción casi indiscriminado, esos inmigrantes, lograron ubicarse, muchas veces precariamente, pero subsistieron, trabajando muy duro, obteniendo documentación, no siendo escasos los casos de negros africanos que se nacionalizaron. Superando la etapa de la población negra esclava y su descendencia, los nuevos negros africanos, que se fueron radicando, pueden datarse desde principios del siglo XX con continuos ingresos anuales hasta la década de 1930, en que disminuyen hasta casi desaparecer. Esa inmigración se reanuda con posterioridad a la terminación de la Segunda Guerra" (21).
Una vez logrado el permiso de embarque, el inmigrante debe dirigirse al puerto, soportar varios días en el mar y, finalmente, arribar a Buenos Aires, donde algunos se establecerán, y desde donde otros seguirán viaje hacia el interior, a las colonias en las que quizás encuentren a algún ser querido. De este largo periplo dan cuenta muchas de las páginas que leímos.
Notas
- 1 Bazán Lazcano, Marcelo: "Carta de Lectores", en La Nación, Buenos Aires, 19 de diciembre de 1999.
- 2 ABC: "El desarraigo golpea la salud hoy y para el resto de la vida", en La Prensa, Buenos Aires, 9 de mayo de 1999.
- 3 Bortot, Giorgio: "Correo de lectores", en La Nación Revista, Buenos Aires, 23 de febrero de 2003.
- 4 Poletti, Syria: Gente conmigo. Buenos Aires, Losada, 1962.
- 5 Fernández Díaz, Jorge: Mamá. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
- 6 Boulgourdjian-Toufeksian, Nélida: "Samuel Boulgourdjian", en Testimonios Genocidio Armenio www.marash.com.ar.
- 7 Ayala; Nora: Mis dos abuelas. 100 años de historias. Buenos Aires, Vinciguerra, 1997.
- 8 Chajchir, Mauricio: "Viaje al país de la esperanza: Relato de un viajero del Pampa", en La Opinión, 8 de agosto de 1976, reproducido en Asociación de Genealogía Judía de Argentina, Toldot # 8. Noviembre 1998.
- 9 Peyret, Alejo: en Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe, Colmegna, 1992.
- 10 Enz, Horacio: "Sesquicentenario de la Primera Colonia Alemana en la República Argentina". Rosario, 1976.
- 11 Anzorreguy, Chuny: El ángel del capitán. Biografía del capitán croata Miro Kovacic. Buenos Aires, Corregidor, 1996.
- 12 Shua, Ana María: El Libro de los Recuerdos. Buenos Aires, Sudamericana, 1994.
- 13 Goldberg, Mauricio: Donde sopla la nostalgia. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1985.
- 14 Auspitz, Erwin: "Aquel cónsul argentino en Viena", en Clarín, Buenos Aires, 26 de julio de 2005.
- 15 Suez, Perla: Dimitri en la tormenta. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1997. (Primera Sudamericana)
- 16 Weisz; José Martín: …mientras los violines tocaban csárdás. Un viaje a Hungría. Buenos Aires, Editorial Milá, 2002.
- 17 Aubele, Luis: "A boca de jarro. Pedro Roth "Soy un testigo privilegiado" ", en La Nación, Buenos Aires, 23 de febrero de 2003.
- 18 Petti, Alicia: "Jacques Arndt Evocaciones de un joven de 92", en La Nación, Buenos Aires, 9 de julio de 2006.
- 19 Montero Bustamante, Raúl: "Juan Zorrilla de San Martín", en Zorrilla de San Martín, Juan: Tabaré. Estudio preliminar y notas por Iber H. Verdugo. Buenos Aires, Editorial Kapelusz, 1965. 233 pp. (Biblioteca Grandes Obras de la Literatura Universal)
- 20 Ale, Roberto Mustafá: "Argentina Siglo XIX y principios del XX. La Inmigración , los árabes y aspectos de su historia, cultura y civilización", en www.revistaarabe.com.ar, Santa Fe, Marzo de 2004.
- 21 Coria, Juan Carlos: Pasado y presente de los Negros en Buenos Aires. Buenos Aires, octubre de 1997, Educar, Argentina.
La partida
"Dejar la tierra propia, la de la pertenencia, puede ser una decisión personal o también una elección forzada, a veces violenta. Aunque existe el derecho de fuga, de descubrimiento, de encuentro, como dice el filósofo italiano Sandro Mezzadra, los migrantes suelen verse obligados a emprender un camino de ida en busca de un destino que no siempre es mejor que el abandonado" (1).
Los italianos que se embarcan en Génova en 1884, hacia el Río de la Plata, son descriptos por Edmondo D"Amicis en su obra En el océano. Acerca del escritor, dijo Griselda Gambaro: "El autor de Corazón recoge, sin embargo, sus mejores frutos en la crónica. En este fresco están todos los que vinieron a América, en su mayoría obreros y campesinos, cada uno con su sueño particular. Y el sueño – y el destrozo del sueño- empieza en el Galileo, como si el barco navegara en un mar de tierra y sus pasajeros, en los múltiples tipos y pasiones, representaran a la humanidad entera" (2).
En Sobre héroes y tumbas, Ernesto Sábato evoca la partida desde la tierra de origen: "Addio patre e matre,,/ addio sorelli e fratelli" Palabras que algún inmigrante-poeta habrá dicho al lado del viejo, en aquel momento en que el barco se alejaba de las costas del Regio o de Paola, y en que aquellos hombres y mujeres, con la vista puesta sobre las montañas de lo que en un tiempo fue la Magna Grecia, miraban más que con los ojos del cuerpo (débiles, precarios y finalmente incapaces) con los ojos de su alma, esos ojos que siguen viendo aquellas montañas y aquellos castaños a través de los mares y los años: fijos e insensatos, indominables por la miseria y las vicisitudes, por la distancia y la vejez" (3).
Agata, la protagonista de Oscuramente fuerte es la vida, recuerda, muchos años después, el día en que debió dejar su tierra, para reunirse con su marido: "Hasta último momento, yo seguía formulándome preguntas que no encontraban respuesta. Teníamos lo que habíamos querido siempre: la casa, el terreno, la posibilidad de trabajar. Habíamos defendido esas cosas, las habíamos mantenido durante esos años difíciles. Ahora, cuando aparentemente todo tendía a normalizarse, ¿por qué debíamos dejarlas? Me costaba imaginar un futuro que no estuviese ligado a esas paredes, esos árboles, esas montañas y esos ríos. Había algo en mí que se resistía, que no entendía. Sentía como si una voluntad ajena me hubiese tomado por sorpresa y me estuviese arrastrando a una aventura para la cual no estaba preparada. (…) Llevaba en la mano una bolsita de tela y la llené de tierra. Me acordé de mi abuelo abonando esa tierra, de mi padre punteando, sembrando hortalizas. (…) Entré en la casa, abrí una valija y guardé la bolsita con la tierra. Recorrí las habitaciones como había recorrido el terreno. Con el brazo extendido rocé las paredes, las puertas, las ventanas. Me senté en un rincón y me quedé ahí, sin moverme, hasta que fue la hora de despertar a Elsa y Guido" (4).
También alude a ese momento la calabresa Adelina C. Cela, en el poema "Madre Patria", imaginando el sentimiento de su tierra: "Tú clamabas por mí/ como una madre divina,/ con lágrimas derramadas/ en nostálgica partida" (5).
Roberto Cossa, en El Sur y después, incluye una canción que refleja el sentimiento de quienes tientan suerte en otra tierra: "Allá murió la infancia: / una caricia, una canción, / una plaza, una fragancia. / Los brazos viajaron, el corazón quedó./ Pero una estrella nos llama del sur./ Y un barco de esperanzas cruza el mar./ América, la tierra del sueño azul. / Es un vaso de vino, es un trozo de pan" (6).
En "Casi gringo", Luis Landriscina evoca la partida de sus padres y dos de sus hermanos: "en un buque se embarcó/ con lágrimas mi familia/ porque allí dejaba todo,/ con sus penas y alegrías,/ a la patria, a sus amigos,/ a sus padres, a la villa,/ a los sueños de la infancia/ que eran carne de ilusión" (7).
Un periodista, en la calle principal de Ottobiano, imagina a su abuelo: "un chico de doce años yéndose para siempre con su madre –escribe Miguel Frías. No sé lo que piensa en esa mañana de 1913 y ya no se lo puedo preguntar; tal vez, en el reencuentro con su padre, trabajador en las cosechas argentinas; tal vez, en la leña y las moras que debió robar para sobrevivir al invierno; tal vez, en la cocina del barco donde trabajará para cruzar el Atlántico" (8).
En El Cardedal, un pueblo de España, un anciano relata a Telma Luzzani la partida del abuelo de la periodista: "Un día de 1912, cincuenta y siete hombres se fueron para América. Yo tenía cinco años y todo el pueblo los siguió hasta la ladera entre lágrimas y buenos deseos. Entre ellos estaban mi padre y tu abuelo. Ese día comenzó la agonía del pueblo" (9).
Algún gallego tendría en su mente los versos de Rosalía de Castro, la poeta que escribió: "¡Van a deixala patria!…/ Forzoso, mais supremo sacrificio./ A miseria está negra en torno deles,/ ¡ai!, i adiante está o abismo!…" (10).
María Rosa Lojo evoca la partida de su padre: "Antonio Lojo Ventoso, mi padre, era uno de esos exiliados. Para él ya había pasado lo peor: el riesgo de fusilamiento, la cárcel, la "redención de penas por el trabajo". Sin embargo se despidió de los castañares centenarios y los caminos de piedra. Cedió a un hermano sus derechos sobre las fincas que le tocaban –magras por cierto, como miembro de una familia numerosa- hizo las valijas y cruzó el océano. Dejaba irremediablemente truncos los estudios que había iniciado cuando el mundo era otro, el sueño de convertirse en oficial de la Marina de la República. Dejaba negocios equivocados y proyectos irrealizables. Dejaba también (aunque de eso me enteré después de su muerte: era un hombre pudoroso) una cierta reputación juvenil de "mala cabeza", y de play- boy coruñés, que fascinaba a las muchachitas y escandalizaba a sus madres. Dejaba una España que para sus ojos había retrocedido siglos en el tiempo, donde no cabía la dimensión de su deseo. El futuro estaba afuera. Había resuelto que en las nuevas tierras haría otra cosa, y sería, casi, otra persona" (11).
Quienes partían perdían, asimismo, otros afectos muy caros. Recuerda Luis Varela, en De Galicia a Buenos Aires: "Dejaba yo en España algo que inconscientemente llevaba conmigo a bordo. Aquel caballo brioso no podía despegarlo en sueños de mi cerebro. También quedaba en Galicia un perro que se llamaba Sereno, que yo había criado de cachorro y con tanta pasión que me acompañaba en mis salidas de caza. No era un pointer de pura raza, pero sí un incansable rastreador y si ni él ni yo éramos excelentes cazadores, vaya si me había dado satisfacción por los montes de la campiña gallega. Aquellos fieles amigos yo los cuidaba como si fueran mis hijos. El negocio para mi casa hubiera sido que nos fuéramos los tres juntos. ¿quién los iba a cuidar ahora? Y en la incómoda posición de la litera, soñaba más que dormía, siempre en puro sobresalto, creyendo que a mis amigos les estaba pasando algo malo" (12).
María, la gallega que deja su tierra en Como si no hubiera que cruzar el mar, novela juvenil de Cecilia Pisos, pregunta en una carta por su mascota. "¿Cómo están todos allí? ¿Madre? ¿Padre? ¿Joel y Fernando? ¿Y Blanquita? ¿Y mi gallinita pinta? ¿Ya se la han comido?" (13).
Un mural pintado por Carlos Salatino y Beatriz Sevilla, en un restaurante de Buenos Aires, evoca el barco que trajo a emigrantes asturianos. A esa obra se refiere el realizador: "El mural que usted vio en FAME tiene una relación indirecta con el tema de la inmigración. Los fundadores de esa empresa son inmigrantes españoles y el nombre que eligieron para denominar su primer establecimiento gastronómico en gallego significa "hambre", un hambre que España, caída en una profunda decadencia, carente de recursos, atrasada industrialmente, debilitada por guerras internas y perdidas sus últimas colonias, conoció en una escala aún mayor que la que aqueja a nuestro país hoy. Los fundadores de FAME llegaron con la oleada de inmigrantes españoles que buscaron aquí lo que sus países les negaban. Cuando nos tocó realizar el mural, tuvimos en cuenta estos factores pero no fuimos en absoluto literales. El puerto pudo ser cualquier puerto, obviamente también el de Buenos Aires, el barco se llama Virgen de Covadonga porque los fundadores de FAME son, como buenos asturianos, devotos de esa Virgen. Tal vez ellos al mirar el mural hayan recordado el barco que los trajo a esta tierra, aunque se llamara de otro modo y, ciertamente, si ellos no hubieran llegado, como tantos otros, a este país, FAME -que hoy ya es una cadena de cuatro grandes establecimientos- no existiría, y el mural tampoco" (14).
Pierre Cottereau, que no era inmigrante pero nunca volviò a Francia, escribe acerca de su valija: "Sobre la proa del barco/ la abracè con fuerza/ sin embargo no sabìa/ de nuestro ùltimo destino" (15).
Nora Ayala recrea el momento en que su abuela deja Alemania, en 1891: "El puerto de Bremen se iba empequeñeciendo en la lejanìa mientras Christina, con los ojos llenos de làgrimas, abrazaba fuertemente contra su pecho la estatuita del Bremer-Staedt-Musikanten que su padre Peter con Lina, Ana y Johan, agitando los pañuelos" (16).
De Rusia parte Jacobo Fijman, a los cuatro años de edad, en 1898. Mucho tiempo después, escribiría: "¡Ah! Yo soy uno de esos caminantes/ Que aún no han encontrado su camino;/ Pero he gustado un luminoso vino/ en huertos generosos y fragantes" (17).
En El árbol de la gitana, de Alicia Dujovne Ortiz, los Dujovne "Se vistieron de negro riguroso, él con un hongo redondito en la cabeza, ella con un pañuelo y, de inmediato, se encontraron extraños. Parecían vestidos con ropa ajena. La crispación del hombro o la cadera hacía chingar la falda o la chaqueta. Se las habían puesto miles de veces, pero lo que ahora las hacía diferentes era la actitud de los cuerpos con el adiós adentro: nadie se para del mismo modo cuando parte para siempre. Al marcharse perdían su familia y su país pero también su nombre. Nadie más los llamaría Dujovne con el matiz exacto de la e, esa e tan ambigua, de origen tártaro, que se desliza entre la e y la y, mientras la lengua, casi pegada al paladar, deja pasar el aire. Lo sabían tan bien, que ya apartaban de sus rostros, como espantándose una mosca, la tentativa de explicar cómo se pronunciaba el apellido, admitiendo de entrada que Dujovnie se volviera Dujovne, con una e castellana sosa y desabrida como matse sin té" (18).
Un judío se despide de su mujer y su hija, en el cuento "Papá", de Susana Goldemberg: "Miró a mamá. Se abrazaron fuerte, fuerte. A mí me pareció que mamá era más pequeña y más débil de lo que yo creía. Enseguida papá me alzó en sus brazos. Con torpes manos recorrió mi cara: los rulos sobre la frente, las cejas, el dibujo de mi nariz, la línea de los labios. Y pellizcó mi mentón, como siempre lo hacía cuando me daba el beso de las buenas noches. Cuando por fin me dejó en el suelo, tenía mojado mi pelo con sus lágrimas. Tomó su atadito y se lo echó a la espalda. Rodeó con el otro brazo los hombros de mamá y salieron al camino. Yo los seguí" (19).
En Tel-Aviv, el 8 de octubre de 1940, una inmigrante inicia la escritura del diario que recogerá sus impresiones durante la travesía en el "Arabia-Maru", que arribó a Buenos Aires en diciembre de ese mismo año. Ella escribe: "A Iojanan y a mí por supuesto, nos dolía el estómago, como antes de cada situación conflictiva. Nos despedimos de la abuela y el abuelo. El taxi estaba afuera preparado, arreglamos las maletas y nos sentamos" (20).
A los ciento seis años, en Rosario, Agop Eujanián evoca "la madrugada en que a cambio de monedas de oro el enemigo les franqueó la salida. Atrás quedaba el solar paterno con sus curtiembre, ovejas y árboles. En ese grupo huían tres jóvenes, Agop y su hermano Toros, de 18 y 20 años, y el primo de ambos, Serbando, de 17. Los tres eran de Tarsus, un sitio bíblico que alude a San Pablo, situado al pie del monte Ararat, donde según el Antiguo Testamento se posó el Arca de Noé. Toda una herencia de fe y de epifanías que dejaron atrás para poder vivir. Dos años después y cuando habían juntado algunos recursos comenzaron el viaje del exilio en barcos colmados de seres doloridos que buscaban puertos, sin más certeza que eludir la muerte" (21).
A los inmigrantes "de alguna manera, los acompañaba la esperanza, aún teñida del dolor de dejar atrás pasado, historia, familia, amigos, afectos y recuerdos -escribe Silvia Fesquet. El dolor no era poco pero el equipaje*** que cargaban –liviano, muy liviano- estaba amarrado con sueños, ilusiones y mucha esperanza: la de encontrar amparo o un destino mejor, la de volver y devolverse a esa tierra que, por razones distintas, ahora los expulsaba" (22).
En su "Homenaje al inmigrante", canta Betina Villaverde: "Sí, y fueron valientes, mares de por medio/ sus raices quedaron/ mas, no vacilaron, fijo en sus mentes un/ mapa brillaba, Argentina./ Abriéndose en abanico, ancha y hermosa/ Argentina los cobijó/ idiomas extraños, se entremezclaban, un fin/ lo mismo pedian, trabajo./ Santa palabra, paz, trabajo, hogar,/ sus norte marcaban/ su equipaje, la fe, la voluntad como arma/ la fortuna, sus manos" (23).
Notas
- 1 Pavón, Héctor: "Migraciones: las fatigas de un nuevo horizonte", en XV Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno. Salamanca 2005, España. 14 y 15 de octubre. Buenos Aires, Clarín, 2005.
- 2 Gambaro, Griselda: "L"América: el sueño en italiano", en Clarín, Buenos Aires, 20 de julio de 2002. 1998.
- 4 Dal Masetto, Antonio: Oscuramente fuerte es la vida. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
- 5 Cela, Adelina: "Madre Patria", en La Capital, Mar del Plata, 5 de septiembre de 1999.
- 6 Cossa, Roberto: El Sur y después, en Teatro 3. Buenos Aires, Ediciones de la Flor.
- 7 Landriscina, Luis: "Casi gringo", en www.elfrasero.com.ar.
- 8 Frías, Miguel: "Noticias del mundo", en Clarín, Buenos Aires, 3 de septiembre de 2000.
- 9 Luzzani, Telma: "El Mirador", en Clarín, 17 de octubre de 1999.
- 10 Castro, Rosalía de: Obra Poética. Barcelona, Biblioteca Bruguera, 1972.
- 11 Lojo, María Rosa: "Mínima autobiografía de una "exiliada hija" ", en Sitio Al Margen Revista Digital.
- 12 Varela, Luis: De Galicia a Buenos Aires –Así es el cuento-. Buenos Aires, el autor, 1996.
- 13 Pisos, Cecilia: Como si no hubiera que cruzar el mar. Ilustraciones Eugenia Nobati. Buenos Aires, Alfaguara., 2004. 216 pp. (Serie azul).
- 14 González Rouco, María: Entrevista vía e-mail realizada en febrero de 2003.
- 15 Cottereau, Pierre M. M.: Sueños y sombras. Villa General Belgrano, Còrdoba, Ediciòn del autor, 1997.
- 16 Ayala, Nora: op. cit.
- 17 Fijman, Jacobo: "Caminante" (poema inédito) en Clarín, Buenos Aires,
- 14 de diciembre de 2002.
- 18 Dujovne Ortiz, Alicia: El árbol de la gitana. Buenos Aires, Alfaguara, 1997. 293 pp.
- 19 Goldemberg, Susana: "Papá", en Cuentos de la bobe. Santa Fe, Librería y Editorial Colmegna, 1976. Prólogo de César Tiempo. Foto de tapa: Pedro Luis Raota.
- 20 Weiss, Mónica: Muestra en Hotel de Inmigrantes, 2001.
- 21 Carafa, Silvia: "Agop, el abuelo de 106 años que fue testigo del Genocidio Armenio", en La Capital, Rosario, 3 de abril de 2006.
- 22 Fesquet, Silvia: "La tierra de uno", en Clarín Viva, Buenos Aires 8 de julio de 2001.
- 23 Villaverde, Betina: poema enviado por e-mail a MGR en 2004.
Un viaje penoso
En su poema "Barco, barcos", dice Amalia Ottonello: "esta nave tan grande/ viene de Europa./ Llegan hacinados/ con sueños de progreso,/ inmigrantes –asustados-" (1).
En sus memorias, Lucio V. Mansilla describe las condiciones en las que los inmigrantes realizaban el viaje hacia América: "El italiano no había comenzado aún su éxodo de inmigrante. De España, en general del Ferrol, de La Coruña, de Vigo sobre todo, sí llegaban muchos barcos de vela, rebosando de trabajadores, aprensados como sardinas (…) En cierto sentido eran como cargamento de esclavos" (2).
En su libro Los armenios en Buenos Aires, Nélida Boulgourdjián- Toufeksian expresa: "Las condiciones en que viajaban los inmigrantes no se correspondían con las descripciones de los folletos de propaganda distribuidos por el gobierno argentino. En 1907 se tomaron medidas para mejorar la travesía, disponiendo que cada pasajero tenía derecho a una superficie mínima de 1.30 metros cuadrados, a una cama de 1,80 metros de largo, a utilizar cocinas y baños a bordo así como al control médico" (3).
Cuenta un inmigrante asturiano que "Las camas consistían en unos cajones parecidos a la mitad de un ataúd que sirve de último reposo hombre y muchas veces al verme acostado venía a mi memoria el más triste de los recuerdos humanos ¡la muerte! El colchón no era otra cosa que un saco lleno de yerba seca, y por almohada teníamos unos pedazos de corcho unidos entre sí por unas cintas y cubiertos de lona, a los cuales llamaban salvavidas, además a cada persona le dieron una manta o cobertor para cubrirse" (4).
Para Valentín Bianchi "transcurrieron muchas noches de insomnio, acostado en la estrecha cucheta del camarote, mientras pensaba en su nuevo destino y en cuál sería la suerte que le depararía. Las incomodidades del barco carguero en el que viajaba también le producían desazón. Tenía que sobreponerse a las penurias del viaje y a sus interminables noches, cuando, con frecuencia, solía sentir a las ratas correteando por sobre su cama" (5).
quien, a los dieciséis años, "se embarcó como polizón siendo descubierto a los pocos días quedando a cargo del panadero del barco que le enseñó su oficio y le dio al llegar a Buenos Aires una recomendación para la empresa Molinos Río de la Plata" (6).
"El primer recuerdo que me aparece es el viaje", dice la protagonista de Diario de ilusiones y naufragios, novela de María Angélica Scotti que mereció el premio Emecé 1995/6. "En verdad, es más lo que me contaron que lo que vi con mis propios ojos –continúa. No sólo porque era muy pequeña sino también porque hice la travesía encerrada en un camarote muy especial: viajé oculta bajo las faldas de mamita", porque "apenas zarpamos de Barcelona, mamita notó que yo tenía el cuerpo y las mejillas repletos de manchuelas coloradas. Ella ya había oído decir que a los enfermos los obligaban a bajar en el primer puerto, y por eso resolvió esconderme" (7).
Remey Nuez Fontanals llegó desde Barcelona a la Argentina en 1947, a los veinte años. Recuerda el terrible viaje que debió soportar: "Viajamos en la bodega del barco Cabo de Nueva Esperanza. Los hombres por un lado y las mujeres por otro, en un lugar como un pozo, en el que para respirar, había sólo un tubo de lona que subía a la cubierta. Veintitrés días así… durmiendo en literas, en catres, como los judíos en los campos de concentración…" (8).
En la bodega pasa su luna de miel el turco Víctor: "Fue un mes de viaje. Una inolvidable luna de miel junto con… su suegra. Sí, Luna dormía con su suegra en un camarote y Víctor en la bodega, con los demás hombres" (9).
Francisco Lores Mascato, Presidente de la Federación de Aso- ciaciones Gallegas, y su esposa, "En 1952 hicieron 10.000 kilómetros juntos, desde O Grove a Buenos Aires, pero no cruzaron palabra. Quizás fue el mareo o la diferencia de edad: cuando se bajaron del vapor Entre Ríos, en el puerto de Buenos Aires, él tenía 19 y ella 8. Siete años después, un par de gaitas en San Telmo cambiaron las cosas. Boas noites, bonita, le dijo Paco, y María del Carmen aceptó bailar un pasodoble en la Federación de Entidades Gallegas. Cuatro décadas después, Lorena, la hija de ambos, canta antiguas canciones celtas en el mismo salón" (10).
Cuando mira una foto, Elsa Carballeda imagina el viaje de su abuela "con sus tres primeros hijos en la bodega del barco (tres meses viajando en condiciones precarias y los sueños intactos)" (11).
Sin una madre que lo proteja, solo, viaja a los diez años, el padre del poeta González Carbalho. De su profunda pena dará testimonio el hijo en su lírica (12).
A los trece emigra, desde los Bajos Pirineos, Bernardo Lalanne; él relata en sus memorias: "En el año 1873 me vine a este hermoso país, la Argentina, con otros parientes del mismo pueblo, viajando bajo el cuidado de ellos hasta Buenos Aires" (13).
A pesar de la tristeza, "La música y las danzas abundaban en el barco –escribe Scotti. Algunos tocaban el acordeón, otros la flauta, y por encima de la baraúnda, el violín diáfano de Padrazo" (14).
Hacía música el galleguito de González Carbalho: "la armónica en los labios/ hice todo el viaje" (15).
Cuando embarcó en Génova, Valentín Bianchi "portaba la vieja valija de la familia y su inseparable mandolina en la espalda" (16).
En el océano, "cuando vino con otros/ encerrado en la panza de un buque", aprendió el italiano del tango "La Violeta", de Nicolás Olivari, la "canzoneta de pago lejano" que cantaba en la taberna (17).
Hacer juntos semejante travesía crea lazos. Lo afirma Sergio Pujol: "Uno baila con los de su clase social, sus paisanos, los de su provincia, los de su misma edad, con los inmigrantes que llegaron con uno en el barco" (18).
Johann Bodemann, quien emigró de Valais en 1857, recuerda: "Todo cambiaba cuando mejoraba el tiempo: se bailaba, se cantaba, se jugaba. El tiempo pasaba pronto. Con nosotros viajaban jóvenes alegres, quienes cantaban muy bien, más que todo al anochecer, cuando la luna hermosa alumbraba el mar tranquilo, y la brisa agradable soplaba del océano. Hemos visto una gran variedad de animales marinos. A veces bailábamos farándulas dando vueltas por todo el barco. Hemos pasado así muchas noches sobre el puente, hasta las doce o la una de la mañana, tan era eso hermoso" (19).
También se escuchaban narraciones. Ana Padovani dice: "mi abuelo me contaba que cuando vino en barco a la Argentina, los pasajeros de inmigrantes de tercera clase" (20).
Algunos viajeros traían libros. El padre de Rodolfo Alonso trajo de España un Juan Moreira, un Quijote, un Martín Fierro y un Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno, "toda una significativa selección" (21); mi abuela, la Imitación de Cristo, de Kempis.
Muchos traían el manual que les ayudaría a manejarse en América: "los gobiernos preparaban manuales escritos por "doctores en viajes" y no necesariamente basados en experiencias. Eran redactados para orientar a los futuros colonos y contenían precisas instrucciones acerca de lo que sería el viaje, la llegada y la posterior vida en un país extraño. Cómo sacar un boleto, cómo conseguir empleo, cómo cuidarse de los estafadores. Aconsejaban no quedarse en Buenos Aires, ya que más lejos de los centros urbanos, tendrían mayores probabilidades de hacer fortuna. Y otras curiosidades, como por ejemplo, consejos acerca de los hábitos de nuestro país y de otros, como Italia" (22).
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