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Historia de la República Dominicana 1541-1843

Enviado por Kelvin Beato


Partes: 1, 2

  1. Inhumación de los restos de Colón (1541)
  2. Invasión de Drake (1586)
  3. Las devastaciones de los años 1605 y 1606
  4. Bucaneros y Filibusteros (1625)
  5. Invasión de Penn y Venables (1655)
  6. Batalla de la Limonade (1691)
  7. La colonia en el siglo XVIII (1760)
  8. Expulsión de Jesuitas (1767)
  9. Invasión de Toussaint (1801)
  10. Dessalines y Cristobal (1804)
  11. Muerte de Reynoso de Orbe (1805)
  12. Retirada de las tropas de Ferrand (1805)
  13. Retirada de Dessalines (1805)
  14. La marcha hacia Haití
  15. Batalla de Palo Hincado (1808)
  16. Revolución en Samana (1822)
  17. Fundación de la Trinitaria (1838)

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Inhumación de los restos de Colón (1541)

La vida de los Colones va íntimamente ligada a la historia de la colonia de Santo Domingo. La Española fue la tierra predilecta de Cristóbal, el Gran Almirante. Su hermano Bartolomé, el enérgico Adelantado, dio pruebas de sus innegables dotes de mando gobernándola en las ausencias del Virrey.

Diego Colón, hijo del Descubridor, fue también gobernador durante largos años. Habría de ser Luís, el nieto, quien hiciera de Santo Domingo la tumba definitiva de sus mayores. Bartolomé, muerto en 1531, fue enterrado en el Convento de San Francisco. Los restos de Cristóbal Colón, así como los de su hijo Diego, reposaban en España. En el año 1541, probablemente, regresó de allí con los despojos mortales de ambos, la viuda del último, doña María de Toledo y Rojas, a quien esperaba su hijo Luís, quien luchó inútilmente, como había luchado también su padre Diego, por obtener de los Reyes los derechos que Fernando e Isabel concedieron al Gran Almirante en el contrato o Capitulaciones que con él celebraron antes del descubrimiento de América.

El Emperador Carlos V, había ordenado se entregara a Luís Colón la Capilla Mayor de la Catedral y en élla inhumó los restos de su abuelo Cristóbal, y de su padre, Diego. En el año 1795 y después de que España cediera a Francia toda la isla de Santo Domingo en el Tratado de Basilea, quisieron trasladar los españoles, a La Habana, los restos del Gran Almirante. Al efecto, abrieron una bóveda en la Catedral, encontrando allí los despojos de don Diego Colón que fueron los que se llevaron, tomándolos por los de su padre Cristóbal. En el año 1877, se abrió un nicho cerca de la bóveda abierta en 1795, apareciendo en él los verdaderos restos del Descubridor de América. Se encontraban en una caja de plomo con inscripciones que demostraron claramente la autenticidad de los despojos.

Invasión de Drake (1586)

Pobre y lánguidamente, pero con paz, se deslizaba la vida de la colonia. Sin embargo el 10 de enero de 1586, bajo el gobierno de Cristóbal de Ovalle, se presentó ante el puerto de Santo Domingo la escuadra de dieciocho naves del corsario inglés Sir Francis Drake, a quien la Reina Isabel de Inglaterra, en guerra entonces con Felipe II de España, había ordenado hostilizar las posesiones españolas del Nuevo Mundo. Al día siguiente desembarcó el corsario en Haina. Ovalle, acobardado, abandonó la ciudad en vez de hacer frente al enemigo. Sus habitantes también la abandonaron y algunos, en su huida llegaron hasta La Isabela. Drake se mantuvo en Santo Domingo, saqueándola, durante veinticinco días y embarcó gran parte de sus riquezas en las naves inglesas. Las huestes del corsario se dedicaron, durante la ocupación, a destruir sistemáticamente la ciudad: todos los días, desde que rayaba el alba hasta las nueve en que comenzaba el calor, doscientos marinos trabajaban con afán en la tarea de incendiar los edificios a pesar de lo cual solamente pudieron acabar con la tercera parte de ellos. Dos religiosos dominicos fueron ahorcados por orden de Drake en represalia por la muerte de un muchacho negro, traspasado por las espadas de los españoles cuando se dirigía hacia éstos con bandera blanca en calidad de emisario del invasor, quien amenazó con ejecutar un par de prisioneros más por cada día que pasara sin que se le entregara al culpable.

Para aplacar la furia del inglés, tuvieron los españoles que dar muerte, con sus propias manos y en presencia del corsario, al que había matado al parlamentario de éste. En memoria del sacrificio de los dos religiosos dominicos, la calle "Duarte" de la capital se llamó durante mucho tiempo de "Los Mártires". Drake no reembarcó hasta que Ovalle pagó los veinticinco mil ducados (de cinco chelines y seis peniques cada uno) que fijó como rescate de la ciudad. Para completar tan alta suma tuvieron las damas que despojarse de sus joyas.

Las devastaciones de los años 1605 y 1606

Queriendo los Reyes de España que la única beneficiaria de las riquezas de la América fuera la metrópoli, habían establecido grandes restricciones al comercio hasta el punto de que a comienzos del siglo XVII solamente podían llegar a la colonia de Santo Domingo tres navíos españoles de seiscientas toneladas que, además, debían recalar, con exclusión de todo otro puerto, en el de la capital. Y como los habitantes de Puerto Plata y Bayajá (en el norte de la isla) y de Yaguana (que estaba donde hoy se asienta Port-au-Prince), comerciaban con extranjeros en contra de aquel monopolio, el Rey Felipe III ordenó al gobernador don Antonio Osorio destruyera las tres poblaciones mencionadas. A pesar de que dicha orden fue recibida con hostilidad en la colonia y provocó levantamientos armados, el gobernador devastó no sólo aquellas tres localidades, sino muchas más, destruyendo en veinte meses (Durante los años 1605 y 1606), toda la obra colonizadora realizada en cien años en territorio que hoy es de Haití y en el norte de la isla. Los bienes de la mitad de los habitantes de La Española quedaron arrasados y se perdieron numerosas vidas. Emigraron los que pudieron y la población de la isla se redujo también a la mitad. A causa de las devastaciones, los aventureros franceses que se refugiaron más tarde en La Tortuga, pudieron poner pie en la colonia sin grandes dificultades, dando origen así a la división de soberanías que hoy existe.

Además, y como consecuencia de las emigraciones que provocaron las devastaciones, se vio despoblada la colonia de la "élite" de su población y obligada a vivir de "sedimento" de las clases más humildes, lo cual habría de influir en la formación de la nacionalidad dominicana. En los levantamientos armados que estallaron con las devastaciones, puede hallarse, sin embargo, el germen de un espíritu "criollo" o "dominicano" con intereses opuestos a la metrópoli, espíritu que aparece por primera vez en la isla. Los habitantes de Monte Cristi y Puerto Plata fundaron Monte Plata y los Bayajá y Yaguana, Bayaguana.

Bucaneros y Filibusteros (1625)

En guerra Felipe IV con Francia e Inglaterra, corsarios de estos dos países se establecieron hacia el año 1625 en la isla de San Cristóbal, situada al sudeste de Puerto Rico. Desalojados de allí por los españoles en el 1630, se refugiaron en la isla de La Tortuga, al norte de La Española. Pronto se les unió mucha gente de mal vivir de Europa. Entre éllos había tres clases: bucaneros o cazadores ("bouc" en francés significa macho cabrío, "boucan"era el lugar en que se ahumaba el bouc y "boucanier" o bucanero era el que lo ahumaba); filibusteros o piratas (La palabra filibustero proviene de la inglesa "flight boater", especie de buque veloz); y "engagés" (comprometidos), que se obligaba a servir durante tres años a quien pagara su pasaje desde Francia a La Tortuga, quedando después en libertad y convirtiéndose en bucaneros o filibusteros. Era jefe de todos estos aventureros un inglés llamado Willis. Para desembarazarse de él, solicitaron los franceses auxilio del Gobernador General de las islas francesas de América, Poincy, quien les envió a su capitán Levasseur. Éste llegó a La Tortuga en 1641 con muy grandes fuerzas y se le reconoció como jefe. Y como el norte de La Española estaba despoblado por causa de las devastaciones, comenzó a fundar pequeños establecimientos en élla, poniendo así la base de la ocupación francesa en la parte occidental de la isla. La vida licenciosa y desenfrenada de los bucaneros y filibusteros de La Tortuga se ha reflejado en la literatura novelesca de casi todos los países del mundo. En esa literatura se les presenta como tipos desalmados y ruines que albergaban los más bajos instintos y que acudían frecuentemente al asesinato para satisfacer sus odios y apetitos. Con vívidos colores se describen sus orgías y bacanales que terminaban ordinariamente con sangre y en las cuales participaban sus mujeres, hetairas de los bajos fondos de las ciudades francesas que pronto aparecieron en la pequeña isla.

Invasión de Penn y Venables (1655)

Mientras los españoles luchaban en el norte contra los bucaneros, tuvieron que hacer frente a un grave peligro en el sur. Oliverio Cromwell, el hombre que decapitó al Rey Carlos I de Estuardo y que llegó a gobernar en Inglaterra con el título de Protector, ordenó al almirante Penn y al general Venables se apoderaran de Santo Domingo que parecía abandonada y sin los suficientes medios de defensa. Con tal fin, desembarcaron con 9000 hombres en Najayo y Haina, en la primavera del año 1655. Era gobernador de la colonia el Conde de Peñalva, don Bernardino de Meneses Bracamonte y Zapata, valeroso y aguerrido militar, que había ampliado las murallas de la ciudad, construyendo varios fuertes y abriendo el "Baluarte del Conde" o "27 de Febrero", hoy "Altar de la Patria" en que reposan los restos de Duarte, Sánchez y Mella. Lejos de huir como había hecho Ovalle cuando la invasión Drake, el Conde de Peñalva salió al encuentro de los ingleses a los que derrotó en toda la línea, obligándoles a reembarcarse en el mes de junio del mismo año, poco tiempo después del desembarco. Cuenta la tradición que una noche, cuando los españoles se preparaban para atacar a los ingleses en la desembocadura del Haina, oyeron las guardias avanzadas de éstos un gran estruendo provocado, según creyeron, por el choque de las armaduras de la caballería española, lanzándose al ataque cuando en realidad era producto de la continua marcha de los cangrejos que abundaban en aquel lugar. Huyeron despavoridos los invasores, aprovechando los españoles su confusión para hacer una gran carnicería en éllos. Para resarcirse de su derrota, Penn y Venables se dirigieron a Jamaica, que pertenecía a España, pero que estaba abandonada. La ocuparon y todavía hoy la conserva Inglaterra. Cromwell, sin embargo, hizo encerrar en la Torre de Londres, a su regreso, a Penn y a Venables por su fracaso en Santo Domingo. En memoria del valeroso gobernador, lleva hoy la calle principal el nombre de "El Conde".

Batalla de la limonade (1691)

Desde que los bucaneros y filibusteros se establecieron en la isla, dejó de reinar la paz. Muchas veces intentaron los españoles arrojarles de élla y algunas lo consiguieron pero los aventureros regresaban siempre, ya que toda la parte occidental de la colonia estaba despoblada.

En el año 1673 establecieron un fuerte núcleo alrededor de Port Margot, cerca de la isla de La Tortuga. Francia, en guerra con España, envió como gobernador de esa región a Bertrand d"Oregon. Su capitán Delisle se apoderó de Puerto Plata y marchó contra Santiago que cayó también en su poder y que hubo de ser rescatada mediante el pago de 25,000 ducados.

Más tarde, en el año 1689, el nuevo gobernador francés De Cussy pretendió apoderarse de todo Santo Domingo. Concentró gran número de tropas y se lanzó sobre Santiago de los Caballeros, que encontró abandonada. Con el pretexto de que sus habitantes habían envenenado los comestibles, saqueó la ciudad durante veinticuatro horas, respetando, sin embargo, las iglesias. Se dispusieron los españoles a vengar esta afrenta reuniendo sus fuerzas bajo la dirección de don Francisco Segura y Sandoval y persiguieron a los franceses hasta la región conocida con el nombre de Sabana Real de la Limonade, dándose allí la batalla que lleva ese nombre y que terminó con la victoria completa de las armas españolas.

Fue cruentísima y tuvo lugar el 21 de enero (de 1691), razón por la cual se celebra la fiesta de la Virgen de la Altagracia en esa fecha. Francia y España firmaron la paz en el año 1697 mediante el Tratado de Ryswick, después del cual Francia reafirmó su ocupación de la parte occidental y el Tratado de Aranjuez, celebrado el 3 de junio de 1777, fijó los límites de las dos zonas mediante una línea de demarcación que comenzaba en la boca del río Dajabón, en el norte, y terminaba en la boca del Pedernales, en el sur. De esta forma, España vino a ceder a Francia el territorio que ésta ocupaba, de hecho, en la parte occidental de la colonia.

La colonia en el siglo XVIII (1760)

Hacia la segunda mitad del siglo XVIII, tenía la parte española de la isla unos 150,000 habitantes de los cuales solamente la quinta parte eran esclavos. Santo Domingo, la capital, era una ciudad muy pequeña y Santiago, todavía menor. Las demás ciudades casi no merecían el nombre de tales: Puerto Plata, a pesar de sus numerosos edificios, no llegó a albergar nunca más de 3000 personas. Cotuí era una villita con menos de doscientas casas de paja y la indolencia se había adueñado de los vecinos de La Vega (La tercera ciudad de la colonia), cuyas calles, por razón de escaso tráfico, estaban alfombradas por una verde y fina grama que les daba curioso aspecto. Dajabón, en la frontera, era sólo un puesto de observación de las avanzadas españolas y Baní constituía el asiento de unos 2000 españoles de origen canario. La vida discurría monótona y tranquilamente. En las ciudades, loas principales diversiones eran los paseos y las visitas. En las haciendas, los hombres cuidaban de las cosechas y del ganado y no tenían casi medios de comunicación con los centros urbanos. La colonia era pobre pero sus habitantes vivían satisfechos. Los esclavos estaban bien tratados, por lo general, y el blanco no sentía antipatía alguna racial contra el negro, fuera esclavo o liberto. Los hombres vestían trajes de colores chillones y las mujeres, en cambio, se cubrían con una austera mantilla y sobre los senos no llevaban más que una camisilla de gasa transparente. No salían a la calle más que para ir a misa. El templo de Nuestra Señora de las Mercedes, obra del arquitecto Rodrigo de Liendo (que lo terminó en 1555), era uno de los más concurridos, siendo famosa su procesión a la que asistían casi todos los habitantes de la ciudad.

Expulsion de Jesuitas (1767)

En la parte occidental de la isla, 40000 colonos franceses mantenían en la más abyecta esclavitud a medio millón de negros, nacidos en su mayoría en África, y llevados en su mocedad como esclavos, a la colonia. En la zona francesa había abundancia de todo, pero sus habitantes no vivían felices. Se mantenía a los esclavos en condiciones inhumanas, casi desnudos, sin alimentación suficiente, trabajando de sol a sol y sometidos a durísimos castigos por la más pequeña falta. El robo de una lechuga llevaba como penalidad la aplicación del látigo o la imposición de hierro candente con la marca de la flor borbónica de lis que se dibujaba en las negras carnes del infractor. Si un negro se escapaba por primera vez, se le cortaban las orejas; a la segunda escapada, se le cortaban los tendones de los pies y si escapaba por tercera vez, pagaba su contumacia con la vida. Los blancos despreciaban a los hombres de color y hasta los mulatos, que odiaban a los primeros, despreciaban a su vez a los negros. Todos estos odios habían creado hacia el último cuarto de siglo XVIII un sentimiento de zozobra en la colonia francesa. Una tranquilidad, al parecer inconmovible, reinaba mientras tanto en la parte española de la isla. En la capital, Santo Domingo, los acontecimientos más importantes eran las recepciones que ofrecían el gobernador o los miembros de la Real Audiencia. En esta época de paz, el único hecho digno de mención fue la expulsión de los jesuitas, ocurrida en 1767 por orden de Carlos III, medida que se aplicó tanto a España como a las colonias. Como consecuencia, hubo que modificar la instrucción pública en la que los jesuitas habían tomado parte muy activa en Santo Domingo. Ellos eran los que manejaban la Universidad de Santiago de la Paz que había sido restaurada en el año 1747. Después de su expulsión, fue conocida con el nombre de Colegio de San Fernando. Estos religiosos habían construido en 31 años (desde 1714 hasta 1745) un convento e iglesia en la actual calle "Colón" que sirve hoy de las oficinas a la Secretaría de Estado del Tesoro.

Invasiones Haitianas

(Toussaint, Dessalines, Ferrand, La España Boba, La Independencia Efímera, Boyer)

Invasión de Toussaint (1801)

La Revolución Francesa que declaraba iguales a todos los hombres, estalló en el 1789. El Rey Luis XVI fue guillotinado y su primo, Carlos IV de España, entró en guerra con Francia. Los esclavos de la parte francesa de la isla reclamaron entonces a sus amos la libertad y éstos se negaron a concedérsela entablándose entre ellos cruenta lucha. Como los dos países estaban en guerra, Joaquín García, gobernador de la zona española, aprovechó ese momento para marchar sobre la parte occidental de la isla con la ayuda de los monárquicos franceses y de los esclavos insurrectos, entre los cuales el más importante era Toussaint Louverture, quien se pasó pronto al campo francés. En el año 1795, Francia y España firmaron la paz y por el Tratado de Basilea, de ese mismo año, España cedió a Francia toda la isla de Santo Domingo. En la parte occidental, Toussaint se había hecho dueño de la situación y los españoles no tenían a quién entregar el territorio cedido, porque el jefe negro, aunque decía representar a Francia, estaba tratando, por el contrario, de independizarse de ella. Los representantes legales de Francia no se atrevían a recibir la zona española porque carecían de fuerzas y recelaban de Toussaint. Por eso, cuando éste reclamó la entrega, le contestó con una negativa el gobernador García. Toussaint inició entonces la invasión con dos ejércitos, uno de 3,000 hombres, al mando de su sobrino, el General Moise, que cruzó las fronteras por el norte y otro de 4,000, bajo la dirección de su hermano, Paul Louverture, que se lanzó sobre el sur.

Moise venció la resistencia de las tropas de Francisco Reyes y Domingo Pérez; Louverture la de los soldados de Chanlatte y Kerverseau. Los dos ejércitos establecieron contacto en las puertas de Santo Domingo y entraron sin novedad en la ciudad a finales del mes de enero de 1801. Don Joaquín García entregó las llaves de ella a Toussaint y se embarcó para Cuba.

Toussaint y Dominga Núñez (1801) Toussaint hizo reunir a toda la población de Santo Domingo en la hoy Plaza Colón el día siguiente de entrar en posesión de la ciudad. Sobre un gran tablado que levantó en élla, fueron subidos los niños y colocó a las mujeres en grupo, aparte de los hombres. Guardando las salidas se apostó la caballería haitiana. Se cuenta que el general negro tenía la intención de asesinar a todos los blancos de la ciudad y que su cuñada, la esposa de Paul Louverture, había pasado la noche suplicando al Cielo, desistir de tal propósito. El día amaneció claro y un sol brillante iluminaba la escena.

Después de leída la proclama, Toussaint comenzó a pasear frente a los grupos. Vestía casaca azul con mangas vueltas bordadas y sobre los hombros lucía grandes charreteras. Calzaba botines con espuelas y se tocaba con un sombrero adornado con plumaje azul, rojo y blanco, los tres colores de la República Francesa. Cenia sable a la cintura y con su fino bastón tocaba a los desgraciados que tenía delante, preguntándoles en su mal castellano, si eran españoles o franceses. Sus edecanes, que vestían con tanto lujo como él y que le acompañaban a todas partes, vigilaban sus movimientos. Cuando llegó al grupo de las mujeres, comenzó a tocarlas también con su bastón mientras les hacía la misma pregunta.

Indignada la señorita Dominga Núñez, no pudo contenerse cuando el bastón cayó sobre élla y, airada, reprochó al insolente su falta de cortesanía. Por un momento, se temió que Toussaint, en respuesta, diera la orden de degüello. Se Encapotó el cielo repentinamente y comenzaron a caer gruesas gotas de lluvia. La multitud esperaba, trémula, la decisión del jefe negro. Pero éste encogiéndose de hombros, se marchó de la plaza, permitiendo a cada cual retirarse a su casa. A los pocos días regresaba Toussaint a la parte francesa de la isla, donde desconociendo la autoridad de Francia, se hizo proclamar gobernador vitalicio de la colonia y jefe de sus ejércitos.

Desembarco de Leclerc (1802) Napoleón no pida sufrir el ultraje que para su dignidad suponía la actitud de Toussaint Louverture y, para castigarlo y al mismo tiempo restaurar la colonia a la autoridad de Francia, organizó una fuerte escuadra que se presentó en la bahía de Samaná en el mes de enero de 1802, bajo el mando del general Leclerc, a quien acompañaba su esposa Paulina Bonaparte, hermana del gran corso. Para someter al Cibao, envió Leclerc al general Ferrand, quien muy pronto hizo triunfar las armas francesas.

Sobre Santo Domingo marchó el general Kerverseau, apoderándose con gran rapidez de la ciudad con la ayuda de los dominicanos que preferían vivir bajo el dominio de Francia al sufrir el yugo haitiano. El resto de las fuerzas francesas se lanzó sobre la parte occidental de la isla donde se habían concentrado las tropas de Toussaint, Cristóbal y Dessalines. La lucha fue larga y dura y el triunfo no se decidía a favor de ninguno de los dos bandos. Al fin ll fin Leclerc público una proclama en la cual prometió la libertad de los esclavos y, en consecuencia, todos los jefes haitianos (entre ellos Toussaint), depusieron las armas, reconociéndoles Leclerc sus grados y sueldos. Y el 3 de mayo de 1802, para celebrar la paz, se dio una gran fiesta en Cap-Francais, en la cual Paulina Bonaparte dispensó a Toussaint el honor de sentarse junto a él como para sellar la nueva amistad. Poco había de durar ésta. Alzados de nuevo los haitianos que no querían sujetarse a la dominación de los franceses, se reanudó la lucha en la parte occidental de la isla y creyendo Leclerc, con razón o sin ella, que era la mano oculta de Toussaint la que movía los hilos de los alzamientos, le atrajo una emboscada haciéndole prisionero. En un navío de la escuadra, "L"Heros", fue embarcado para Francia, juntamente con su mujer.

Toussaint apresado (1802) Fue Toussaint, sin duda alguna, hombre extraordinario y de grandes facultades. Su figura aparece envuelta por la leyenda y es muy poco lo que se sabe de sus primeros años de vida. Hacia el año 1743 vivía en la plantación Breda, como esclavo del señor Bayou de Libertas.

Probablemente nació en ella, aunque afirman que este esclavo que en su juventud no tenía más nombre que el de Guiou, era en realidad hijo de un príncipe de la tribu africana de los "aradas", robado por un negrero desaprensivo y vendido sin escrúpulos en la zona francesa de la isla de Santo Domingo. Era negro puro y desde pequeño, quizás porque el negrero revelara su noble alcurnia, fue tratado con grandes consideraciones por su amo que lo distinguió siempre de los demás esclavos, evitándole los trabajos manuales más penosos. Por eso, de mayor, le hizo su propio cochero. Hasta los cincuenta años, vivió oscuramente en la mencionada plantación y sólo cuando era ya hombre maduro, se despertaron sus ocultas facultades. Era tan grande el ascendiente de que llegó a gozar, que un general francés exclamó: "Cet homme fair ouverture partout"(Este hombre se abre paso en todas partes), y desde entonces agregó Louverture a su nombre Toussaint. Era duro y enérgico, poco dado a sentimentalismos. Ordenó la ejecución de su sobrino, el General Moise, que había asesinado a varios blancos en Santo Domingo y que además, conspirara contra él. Treinta oficiales más del ejército de Moise, cómplices de éste, fueron también a la tumba por orden de Toussaint.

Asesinó a los indefensos soldados dominicanos que había llevado consigo cuando tuvo noticias de la llegada de Leclerc, en represalia por la caída de la plaza de Santo Domingo en poder del general Kerverseau. A pesar de todo, Toussaint fue infinitamente menos cruel que Dessalines y Cristóbal y mil veces más culto que ellos. Los franceses le encerraron en el castillo de Joux, en Francia, entre las agrestes montañas de la frontera suiza.

Muerte de Toussaint (1803) Mientras Toussaint agonizaba en su prisión en Francia, casi sin alimentos y entre el frio de los Alpes, una catástrofe sin precedentes se cernía sobre el ejército de Leclerc. Los héroes de las grandes gestas napoleónicas, los soldados invencibles de las batallas de Italia y Egipto, estaban sucumbiendo por miles en las selvas de Santo Domingo. La fiebre amarilla hizo presa en las filas francesas y los nativos, al observar el continuo debilitamiento de aquellos extranjeros que no se podían aclimatar, reagruparon sus fuerzas contra ellos, llevando su audacia hasta el extremo de atacar a Leclerc en La Tortuga, donde estableció su hogar, con su esposa Paulina y su hijo. Con los refuerzos posteriores recibidos de Francia, fueron 34,500 los soldados enviados por Napoleón a Santo Domingo, pero Leclerc sólo podía contar con 8,500, porque las fiebres y las balas habían dado muerte a 18,000 y otros 8,000 más estaban muriendo en los hospitales.

Leclerc pereció finalmente, víctima también de la fiebre y la rebelión contra Francia comenzó a extenderse con inaudita rapidez bajo la dirección de Dessalines. Rochambeau, a quien Leclerc dio el mando en su lecho de muerte, recibió nuevos refuerzos de Napoleón con la orden terminante de conquistar la colonia "costara lo que costase". La lucha se prolongó durante el año 1803 con alternativas favorables para los sublevados. Pero Rochambeau tuvo que renunciar a la lucha porque Napoleón, en guerra una vez más con Inglaterra, no podía enviarle nuevos refuerzos. Y así, el 21 de noviembre de 1803, se perdieron de vista en el horizonte los buques que evacuaban las últimas tropas francesas. Poco antes había muerto Toussaint en su prisión de los Alpes. El general Ferrand, sin embargo, que gobernaba en el Cibao, no se resignó a que la orgullosa águila napoleónica sufriera tan triste humillación y desobedeciendo las órdenes de embarque recibidas, se dirigió a Santo Domingo a marchas forzadas, embarcó a su timorato compatriota Kerverseau para Puerto Rico y se proclamó gobernador de la zona española.

Dessalines y Cristobal (1804)

Evacuadas las tropas francesas de la parte occidental de la isla, Dessalines declaró el primero de enero de 1804 la independencia del nuevo Estado al que llamó Haití, se proclamó su emperador y se lanzó un año después contra Ferrand con dos ejércitos, confiando el que cruzó la frontera del norte a Cristóbal y marchando él mismo al frente del que avanzó por el sur. Dessalines había nacido en el África Occidental y cuando estalló la Revolución, servía en calidad de esclavo a un liberto llamado Dessalines, de quien tomó el nombre. A los encargados de presentar el proyecto de constitución de Haití, había dicho, según afirma el historiador haitiano Dorsainvil: "Para redactar el acta de nuestra independencia hace falta la piel de un blanco como pergamino, su cráneo como tintero, su sangre como tinta y una bayoneta por pluma". Murió asesinado por sus compañeros de armas, a los cuarenta y ocho años de edad, en el mes de octubre del año 1806, después de la invasión de la zona española de Santo Domingo.

Cristóbal había nacido en una pequeña isla de las Antillas menores, de padre esclavo, quien le facilitó la fuga en un barco que le depositó en Cap-Francais. A los doce años, marchó como voluntario a la América del Norte y luchó por la libertad de los Estados Unidos, participando en el sitio de Savannah. De regreso a Cap-Francais, instaló un hotel y más tarde, al estallar la revolución, ingresó en el ejército. Desde entonces, no abandonó la carrera de las armas, en la que se mostró tan cruel como Dessalines. Tras la muerte de éste, se hizo con el poder y proclamándose emperador también, reinó en la parte norte de Haití hasta el año 1820, en que, acosado por sus enemigos, se suicidó con una bala de oro que reservaba para tal fin. Coexistiendo con el imperio, había en ese tiempo una república en la parte meridional del oeste de la isla.

Muerte de Reynoso de Orbe (1805)

Los habitantes de Dajabón, Monte Cristi, Guayubín y demás poblaciones de la frontera, se retiraron juntamente con los destacamentos que las defendían ante el ejército de Cristóbal, por lo cual éste pudo llegar fácilmente a la vista de Santiago el 24 de febrero de 1805. El coronel Serapio Reynoso de Orbe, gobernador del Cibao, reagrupó sus escasas fuerzas delante de la ciudad para cerrar el paso a las numerosas tropas enemigas. No obtuvo éxito. Aunque fue grande la matanza que causó en el ejército invasor, la fuerza del número se impuso una vez más y Cristóbal entró en Santiago el día siguiente, 25 de febrero, después de haber muerto en la lucha el heroico coronel. Todas las casas de la ciudad fueron saqueadas por los invasores. Siete miembros del Cabildo amanecieron desnudos, colgando, con la soga al cuello, de los balcones de la Casa Consistorial. Otras personas de nota de la hidalga ciudad fueron asesinadas también. El pánico cundió por todas partes y muchos cuitados se refugiaron en la Iglesia Mayor, creyendo encontrar en el templo un asilo contra la furia del invasor. Se equivocaron, porque fueron perseguidos hasta el santo lugar, donde se les dio muerte sin distinción de sexo, edad o color. El padre José Vázquez, cura de la iglesia, murió abrasado vivo con el coro, alimentándose las llamas con los escaños y otros objetos de madera.

Fue tal el horror que padeció Santiago de los Caballeros bajo la ocupación de las huestes de Cristóbal, que aquellos que lo sobrevivieron huyendo después a los montes, se negaron a regresar a sus hogares y muchos emigraron de la isla para no volver jamás. Desde Santiago a la capital no encontró Cristóbal resistencia alguna. Y así, el siente de marzo se presentó ante las puertas de la ciudad de Santo Domingo, a la que dos días antes había puesto sitio el ejército de Dessalines que llegó a ella por el sur. Cristóbal estableció su campamento en la Villa de San Carlos y se apoderó de toda la ribera izquierda del Ozama, fijando las líneas del frente en Pajarito, hoy barrio de Villa Duarte.

Retirada de las tropas de Ferrand (1805)

Mientras Cristóbal marchaba en el norte sobre Santo Domingo, Dessalines avanzaba con mayor rapidez aún en el sur. Al igual que aquel, encontró desiertos y abandonados los pueblos de la frontera, porque sus habitantes se habían retirado hacia la capital de la colonia. Sin contratiempo alguno, llegó a las Matas de Farfán que cayó en su poder el 24 de febrero y poco más tarde entraba en San Juan de la Maguana. En las afueras de esta ciudad, había concentrado el comandante Viet todas las fuerzas que pudo reunir. Eligió, para presentar batalla al invasor, un lugar a orillas del Yaque que le pareció estratégicamente bien situado y que recibió el nombre de "tumba de los indígenas". Era sólo un puñado de hombres con valor que trataban de oponerse al aguerrido ejército del general negro y que estaban dispuestos a vender caras sus vidas. La batalla se dio el 28 de febrero y los soldados del comandante Viet hicieron un verdadero derroche de heroísmo, pero no pudieron impedir que la victoria fuese para el invasor. El propio Viet pereció en la contienda sin entregar ni rendir su noble espada, como Reynoso de Orbe. Ganada esta batalla, solamente necesitó Dessalines siete días para salvar la distancia que le separaba de la Capital. Encontró a Neiba abandonada por su guarnición y Azua cayó en su poder sin disparar un tiro. Baní estaba desierta también: sus habitantes, protegidos por el coronel Aussenac, se retiraron a Santo Domingo, a la que puso sitio Dessalines el día 5 de marzo. Dos días después, como hemos visto, se le unía Cristóbal. Los dos jefes pudieron avanzar tan rápidamente porque el general Ferrand, gobernador de Santo Domingo, había concentrado sus fuerzas en la Capital, instruyendo a las guarniciones de las ciudades del interior para que se replegaran con orden ante los ejércitos enemigos, contentándose meramente con hostilizarlos y sin presentar batalla alguna de carácter decisivo por no permitir tal cosa la superioridad numérica del invasor.

Heroismo de Aussenac (1805) Santo Domingo de Guzmán contaba con sólo seis mil habitantes en el momento en que Dessalines y Cristóbal la pusieron sitio. La población de la ciudad había decrecido mucho en los últimos años como consecuencia de la cesión a Francia de la parte occidental de la isla, hecho que ocurrió en el año 1795. La humillante invasión de Toussaint, en 1801, había contribuido también a que muchos de sus habitantes se embarcaran hacia otras colonias españolas. Ferrand sólo disponía de una fuerza armada de 2,000 hombres y con tan exigua tropa se propuso resistir a los haitianos, que en número de diez mil, por lo menos, sitiaban la ciudad. El previsor general francés, había fortalecido las defensas montando piezas de artillería en los baluartes de la muralla, cuyos fosos ahondó para que el enemigo encontrara mayores dificultades en salvarlos. Ferrand no esperó siquiera el ataque del sitiador; antes al contrario, envió a su encuentro al coronel Vassimont. En la refriega perdió éste quince de sus soldados que cayeron para no levantarse más y como le hirieran a sesenta y cinco más, no tenía medios para evacuarlos. Fue entonces cuando salió en su auxilio el padre Sebastián José de Vives, cura del Cibao, que había asistido a los sacrílegos horrores cometidos pro el invasor y quien reuniendo los hombres de su parroquia, se abrió paso hasta llegar donde se encontraba Vassimont, permitiendo con esta valerosa operación que éste pudiera retirarse con relativa tranquilidad. Quince días después efectuaba Ferrand otra salida.

Dio el mando de una columna al coronel Aussenac y le ordenó desalojara al sitiador de los reductos que ocupaba en San Gerónimo. La escaramuza fue larga y reñida. El triunfo parecía corresponder a los sitiadores y los hombres de Aussenac comenzaban a replegarse hacia la ciudad, cuando el valiente coronel clavó su espada en el suelo y se arrodilló a su lado dando a entender a sus soldados que prefería morir ante ella a deshonrarla en vergonzosa fuga. Envalentonados por este gesto de leyenda épica, atacaron los sitiados, desalojando a los invasores de todas sus posiciones.

Muerte de Juan Baron (1805) El 28 de marzo, a los 21 días de sitio, apareció ante el puerto de Santo Domingo, la escuadra del almirante francés Missiessy, a quien Napoleón había ordenado hostigar las posesiones de Inglaterra en el Nuevo Mundo.

De los buques franceses se desembarcaron pronto alimentos y medicinas de que tan necesitada estaba la ciudad, cuya guarnición se vio reforzada, además, con unidades escogidas de la escuadra que acababa de llegar. El general Ferrand aprovechó la oportunidad para tratar de hacer levantar el sitio a Dessalines, ordenando salieran a atacarle las tropas de línea de la plaza con los refuerzos que había traído Missiessy. Se presentó entonces el coronel Juan Barón para suplicar al general permitiera que fueran los milicianos dominicanos y no las tropas francesas, las que salieran de la plaza para atacar al sitiador. Ferrand accedió a que los dominicanos participaran en la lucha, pero al lado de los franceses, aunque concedió el mando de las fuerzas al propio Barón. La salida se efectuó el mismo día en que había llegado la escuadra francesa. Todos los fuertes de la muralla abrieron fuego contra las trincheras haitianas y después de una hora de incesante preparación de artillería, destrozados ya los primeros reductos haitianos, salieron al campo de combate las tropas de Juan Barón. Tres horas duraba la terrible lucha, en la cual se desangraban los soldados de ambas partes, cuando al caer la noche sufrió una herida, mortal de necesidad, el bravo coronel, quien cedió el mando al capitán Moscoso.

Éste dirigió con éxito la retirada de los soldados dominicanos y franceses.

Juan Barón murió a las ocho de la noche de aquel mismo día. Al siguiente fue inhumado después de serle otorgadas las honras que merecía en el centro de la hoy Plaza Colón.

 

Retirada de Dessalines (1805)

La aparición de la escuadra de Missiessy en el puerto de Santo Domingo destruyó la moral de las tropas de Dessalines y levantó la de los dominicanos y franceses. La salida de Juan Barón acabó por arruinar las esperanzas que tenían los sitiadores de apoderarse de la ciudad, ya que les demostró que los sitiados poseían pertrechos no sólo para resistir, sino también para lanzarse a la ofensiva y atacar con fuerza. Temiendo Dessalines los nuevos ataques de los asediados, comenzó a levantar el sitio al día siguiente de la salida de Juan Barón y ese mismo día quedaba liberada la ciudad de Santo Domingo, después de veintidós de sitio.

Dessalines emprendió entonces la retirada. Deseoso de aniquilar definitivamente a su enemigo, Ferrand envió dos columnas en persecución de los sitiadores, pero careciendo de fuerzas suficientes y siendo peligroso avanzar demasiado en el interior del país, regresaron el mismo día sin haber podido establecer contacto con los que se retiraban. Dos fragatas de la escuadra de Missiessy cañonearon a las tropas invasoras cerca de Santo Domingo, cuando iniciaron su marcha hacia Haití, pero ésta fue la única muestra de hostilidad que recibieron a todo lo largo de la ruta de retirada.

La crueldad de que hicieron gala las tropas de Dessalines en los pueblos inermes de la parte española de la isla, marcó profundas huellas en el ánimo de los habitantes de ella. Desde entonces vivieron con el temor de que se repitiera la invasión y ese temor al oeste habría de influir en la formación de la conciencia del pueblo dominicano que siempre creyó necesitar de protección exterior contra un posible ataque del vecino Estado.

La marcha hacia Haiti

Dessalines y Cristóbal iban al mando de las tropas haitianas que se retiraron por la región del Cibao. Petión, una figura magnífica de la revolución anti- esclavista haitiana, "mulato que hubiera pasado por blanco en cualquier parte del mundo", era el jefe de las que marcharon por el sur.

Mientras los dos primeros cometían toda clase de tropelías, el segundo refrenaba a sus tropas replegándose con orden y sin violencias. La diferencia de caracteres entre éste y aquéllos se refleja en la retirada de Santo Domingo, como más tarde había de reflejarse en el propio Haití, ya que Dessalines y Cristóbal se proclamaron emperadores, en tanto que Petión se contentó con ocupar la presidencia de una república tan liberal como lo permitían las circunstancias. Incendios y crímenes marcaron el paso de las fuerzas de invasión por el Cibao. La Vega, Moca, Cotuí, San Francisco de Macorís, Puerto Plata, Monte Cristi y San José de las Matas, fueron saqueadas e incendiadas. Increíble carnicería sufrieron los fieles de Moca, en la iglesia, cuando estaban oyendo la misa que se daba en acción de gracias por lo que se creía era el restablecimiento de la paz. El acontecimiento más dramático de todos constituyó, quizás, la marcha de los prisioneros que llevaron Cristóbal y Dessalines en su repliegue.

Novecientas personas notables de La Vega formaron el núcleo de esos prisioneros que poco a poco fue engrosando. A pie, delante de las tropas, hostigados por la caballería haitiana, llegaron estos desgraciados a Cabo Haitiano, después de largos días de camino a través de montes y llanuras.

Partes: 1, 2
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