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Fe, razón y logos en la historicidad de la salvación (página 2)


Partes: 1, 2

La segunda pieza: el encadenamiento del mensaje a la realidad histórica

La fe revelada se inserta en la historia. El fundamento de la fe, la misiva central que se concretiza en el amor entre los hombres no admite parangones de antítesis sociales. A pesar de las diferencias entre los hombres, esta misiva somete a las consideraciones taxativas la bondad emitida por la salvación como un acto consciente de los individuos cuya suma entre otras, conllevaría a situaciones de paz y armonía no sólo por el respeto ínsito y explicativo de tales relaciones y que, conscientemente sin caer en inocentes utopías, nos impulsaría a estadios de vida históricos congruentes con el significado escatológico y social de la fe. Quisiéramos entender que esa situación real de conjunción social y de redención fuese una posibilidad opcional. Más la utopía se prolonga – y con ella el dolor de los pueblos – y como no se puede anteponer la mera espiritualidad y la contemplación eclesial del mensaje salvífico al reduccionismo esperanzador sin acción, entonces ¿Cuáles son las opciones que le restan a la humanidad si el mensaje descodificado en su contenido productivo de una nueva tierra todavía no llena las aspiraciones de aquélla? La historia es el lugar concreto; el lugar donde verificamos nuestra biografía individual y social con la de Jesús; a la luz de la materialidad, del trabajo transformador, del esfuerzo de nuestras aspiraciones, ese recorrer por la historia es el producto del conocimiento pleno de la realidad que tengamos del mundo (Jn. 8,32). Más este conocimiento de la realidad histórica se nos niega en su plenitud por la ideologización de los relativismos económicos, sociales o políticos; por el pobre acceso a la educación o por factores de control de los medios de comunicación en manos de oligarquías económicas y políticas. De la misma manera, el conocimiento propio de la salvación en todo su verdad revelada se nos niega de alguna manera en toda su dimensión cognoscitiva por el problema en que se niega el poder de la salvación en el universo de las decisiones temporales o bien por la tibieza conque el magisterio de la Iglesia no logra bajar la plenitud pedagógica de la misiva a pesar de los intentos anunciadores de Roma a través de las Cartas papales que resultan ser fuertes recomendaciones.

También han resultado ser fuertes advertencias; plenas observaciones y críticas de la realidad de la humanidad ya adentrado el Siglo XXI y que la misma Teología de la Liberación había sentenciado desde hace varias décadas. Y no es que la Iglesia espera por su canalización política; no espera que el confesionalismo sea la manera única de concretizar el poder de la salvación para la implementación del Reino. Si eso fuera así entonces estaríamos optando por la fuerza de los relativismos en la ejecución de sus objetivos en tanto disímiles al objetivo mayor de Dios. Las verdades sobre el mundo y sobre Dios son producto de la dialéctica entre el mundo mismo y el encuentro espiritual con Dios a partir de la vivencia versus la realidad histórica en la plenitud de su materialidad. Después del conocimiento que nos otorga ese preguntarnos constante sobre la realidad histórica en la búsqueda de su transformación, existe otro conocimiento que no concluye ni se agota en ello. Ese conocimiento – que es la verdad revelada – es la misma que Jesús nos brinda en su misiva desde el encuentro humanizante y espiritual de su venida; pero es entonces cuando el "conócete a ti mismo" cobra vida y vigencia. Visto como una experiencia de conocimiento individual, el efecto de la salvación puede tener un bajo impacto si esperamos por una sumatoria de todas esas salvaciones espirituales que se concretice en la implantación del Reino. Sería utópico y ciertamente ingenuo esperar por la vía fácil la ejecución del proyecto salvífico.

Entonces la pregunta que surge es si la razón y/o las ciencias puedan darnos esa verdad que la teología le ofrece en su momento para develar la realidad histórica y darnos a conocer el proyecto de Dios en la magnitud social e histórica que esperamos a la par que la Iglesia nos regale el camino fáctico para nuestra salvación individual a partir de aquella "sumatoria" tanto desde la perspectiva catequística como desde el mismo magisterio.

No desconocemos que los relativismos han fallado en sus intentos sustitutivos en procura del bienestar ansiado: ni el "paraíso de los trabajadores", ni las "dictaduras del proletariado" ni las revoluciones culturales ni la riqueza generada por la liberación de la economía ha respondido a la secular visión de hombre nuevo. Y a pesar de que la Iglesia siempre ha estado a la par de los ascensos y las caídas de las intentonas revolucionarias, tampoco su proyección no alcanza las consecuencias relativas a la magnanimidad del Reino anunciado. Desde luego, hay una explicación teológica a la par de todo esto.

Existe una referencia excepcional de Juan Pablo II justamente cuando en la encíclica Fides et Ratio (Apartado 40) nos hace la observación de que San Agustín buscó afanosamente la verdad en las diferentes escuelas del pensamiento filosófico pero no encontró sino, en el cristianismo la creencia en "lo que se miraba" y se deslizaba con seguridad hacia la fe. Quizás el caso agustiniano sea un ejemplo de la conjunción cognoscitiva y cristológica que buscamos afanosamente entre la experiencia individual y el percatarnos de la realidad histórica que nos envuelve. El mensaje de salvación consiste en la simpleza de su contenido pro quid que es el camino del amor y la justicia, pero también recalcamos que esta simpleza conlleva a la compleja situación del "darnos cuenta de" de una vida separada del amor y la fe y que luego se convierte en un mal social. "La fe requiere – Dice Juan Pablo II – que su objeto sea comprendido con la ayuda de la razón; la razón es el culmen de su búsqueda; admite como necesario lo que la fe le presenta". En otro párrafo nos señala: "La fe privada de la razón ha subrayado el sentimiento y la experiencia corriendo el riesgo de dejar de ser una propuesta universal"

Por tanto y en vista de lo anterior, no debemos obviar la presencia del conocimiento del mundo sobre la realidad histórica, como una explicación lógica que se encadena a la fe hacia la crítica de la sociedad en lo que ésta tiene de desigualdad y por lo que se convierte en digna de abordaje eclesial. El problema desde luego sigue siendo el encadenamiento del conocimiento real de la historia presente y de cómo este conocimiento real del mundo sea asequible a las masas principalmente en aquellas regiones que – como Latinoamérica – sigue siendo un problema de gran envergadura la separación cristiana entre fe vista desde la praxis eclesial y la razón, en lo que de suyo le incumbe todo lo relacionado a una epistemología de la realidad latinoamericana.

Dada esas condiciones, la historia debe ser para la teología, dentro de un contexto propicio para la revelación, el relleno analítico de su cometido científico y epistemológico, pero también ésta debe alimentarse – en conjunción con la teología – de las causas primarias que nos evidencia las situaciones temporales disímiles versus el contenido de la misiva de la salvación y del proyecto de vida que propugna la Iglesia en cuanto portadora de la misión encomendada. La advertencia cristológica en Mateo nos muestra esta relación histórica cuando nos dice: "Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia" (Mt. 28, 20). Proféticamente hablando, la concretización de la misiva se hace realidad palpable cuando Jesús nos advierte lo que El llamó el "Cumplimiento del tiempo de las naciones" a partir del mensaje evangélico proclamado a todas las naciones sin excepción (Mc. 13, 10) pero con un alto contenido de salvación social revelada a Pablo en Efesios (Ef. 4, 13) cuando nos habla de la unidad de todas las naciones bajo una misma palabra de salvación.

La historia la construyen los hombres. Su hominización se hace patente en la transformación de la naturaleza. Este realce nos exige la cuestión acerca del sentido de esa historia; hay diferencias en las tesis acerca del sentido de la historia (Cíclicas, lineales, abruptas, repetitivas, etc.) pero lo que ha imperado desde el siglo XIX es la tendencia ascendente en cuanto al mejoramiento en lo que llamamos "calidad de vida" del individuo en el afán de convivir en armonía a partir de la transformación de la naturaleza y en los resultados de esa capacidad transustancial. Sea de la forma que fuere el sentido de la historia, la salvación que Dios nos propone es una historia renovadora a partir de la propuesta de los hombres que, como ya sabemos no ha podido resolver el problema de la confraternidad ni de la solidaridad, temas esenciales en la tesis cristológica.

Por tanto y en vista de lo anterior, no podemos dejar a un lado la importancia del conocimiento del individuo frente a su realidad histórica en lo que de contradictorio tienen frente al mensaje original y preferencial en el mensaje cristológico. No se trata de asimilar un compendio ni una summa sino el acercarnos a un conocimiento y a la consciencia misma de una explicación lógica sobre la realidad concreta de nuestra historia, ahí donde las contradicciones sociales se hagan presentes y dignas de abordaje. Así, una filosofía o una "exégesis filosófica" que abarque la realidad histórica y que se segregue a verdad revelada; o una teología que desdeñe el origen de las contradicciones sociales, es decir a la verdad revelada, se aleja de la posición primaria que es llegar al objeto último de su tratado.

El plan de Dios es a final de cuentas un plan histórico. El plan de Dios se escribe en la historia de un pueblo es verdad, pero trasciende la geografía y la historia descriptiva como meros acontecimientos símbolos (El Éxodo, la Pasión de Jesús, etc.) pero esa es la historicidad de la salvación: la representatividad de los hechos. La elección de un pueblo como el judío es a fin de cuentas una necesidad espacio-temporal para operar el plan. El destino de un ´pueblo que se consagra a sí mismo y se niega a la salvación nos ejemplifica dentro de la historia de cada pueblo el apego por la ley escrita, en lo que tiene de ordenadora, pero esta opción de convivencia tal como lo testificamos no solamente no basta para conjuntar una sociedad sino que degenera en acuerdos superfluos, principios de conflictos y de contradicciones sociales en general (He. 9, 30-33).

El dolor del parto social visto desde la salvación

Las sociedades se conjuntan en torno a un orden establecido para cohesionar su razón de ser, base de su convivencia y de toda la vida social. Las leyes son el objeto primario de estudio y objeto de vivisección científica. Las leyes le dan un sentido a las formaciones sociales y éstas pugnan por el establecimiento de un orden promedio que garantice la estabilidad confederada. ¿Cuándo se rompe este orden establecido? En el punto exacto de la simpleza de la palabra de Dios y de la complejidad de su pedagogía, radica en la "grandeza destructiva" del "parto con dolor" que manifiesta Pablo en su misiva a las Romanos "Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora" (Rom. 8:22).

El conocimiento entero de la civilización dispone a Dios a determinar la historia y darle un sentido distinto a la esa vieja estructura social que hasta el momento de la llegada del Hijo, creía fervorosamente en sus códigos y en su visión de la ley de Dios. El Areópago dará paso a los epíscopos sabedores de la verdad revelada frente a la ratio helénica: de esa conjunción nacerá la esencia del conocimiento del mundo a través de la revelación de la fe.

Hemos heredado toda la racionalidad del pensamiento de occidente desde los días que sacudieron al mundo en 1789. Los acontecimientos símbolos de aquel entonces tuvieron sendas repercusiones en el devenir de los países colonizados por España en América cuyo destino estaría marcado por contradicciones desde su génesis y que coincidirá con la tendencia antieclesial en el afán de darle un vuelco más humano a la historia misma. La inclinación en la balanza que diseñará el entorno de las sociedades será la misma racionalidad positivista y la tendencia libertaria de la Revolución Francesa; la reflexión filosófica ganará el terreno en el quehacer analítico sobre la historia y en el diseño de las sociedades. La fe – por tanto – y la racionalidad a medias y copiada de un contexto ajeno, es un dato de suma importancia para entender la negación de la salvación en cuanto capacidad de la misma fe y de la reflexión filosófica puesta al servicio de los hombres. La pobreza filosófica en el continente y la oclusión a la salvación en el constructo social, nos llevará a la peor de las contradicciones históricas y salvíficas; la ausencia de ambas nos da derecho a concluir que las sociedades latinoamericanas han cerrado sus posibilidades de crítica a la realidad histórica y a la misma realidad de la salvación, adoptando la esencia educativa laica desprovista de la moral eclesial y adoptando por otro lado prácticas temporales distantes del objetivo de Dios y que ponen en precario la fuente inspiradora de la salvación que es la humanidad misma. Tal es el caso del liberalismo económico y de la democracia liberal.

De ese divorcio sistemático, se deriva el desentendimiento filosófico y la asepsia eclesial puntos desde donde la realidad ya no es posible en cuanto la posibilidad liberadora: se hace una distinción entre la auditas fidei y la intellectus fidei. La concretización del reino entendido como la salvación del hombre o de la civilización misma se producirá desde la acción misma dentro de la realidad histórica. El "hombre sabido" del error no solamente espiritual sino consecuente de ello, del error social, del error político, del error económico, saldrá a la luz al contraponer a la elaboración teórica el tejido teológico de la salvación desde su misma perspectiva de la realidad.

El "parto con dolor" es decir, la ruptura de la tradicionalidad que le es heredada al hombre y mujer latinoamericanos afincada en sistemas corruptos, centrados en oligarquías y grupos de poder que desfavorecen el crecimiento material de las masas, que cierran los espacios a lo que predica el mundo y que se niega a la prédica de la salvación misma sustentadas por las Bienaventuranzas (Lc. 11, 28; 12, 37/ Ap. 1,3) y que se contraponen a la humanización de la felicidad social, todo ello convergerá en una desmitificación de la realidad actual presentada como "el destino menos humillante para la sociedad" y que se contradice más bien al contraponerse el sufrimiento y la entronización de la pobreza hartamente medida en todas sus variantes científicas. Esta realidad actual está contextualizada y encamisada en una verdad parcial que endiosa el contenido de una legalidad que asfixia y degenera en una falsa prescripción del mandato de los hombres, tal como aconteció en los días de Jesús cuando tuvo que hacerle frente al estatus del corpus tradicional de la nación-estado de Israel. La salvación vista desde su contenido confrontativo pone en evidencia no solamente el adormecimiento ritualístico eclesial y la verdad eclipsada de la institucionalidad temporal sino que pone al tanto a la sociedad presente a forjar un hombre nuevo, una nueva sociedad emparentada más bien con el reino anunciado (He. 1,8, Ef. 2, 13-14). El "darnos cuenta de" nuestra realidad histórica pasada, presente y futura es un primer paso que nos debe no solamente la teología, sino también el conjunto institucional de la iglesia a partir de una pedagogía más combativa. La filosofía está en deuda también porque debe mostrarnos en toda su expresión racional y crítica lo que el Padre Ellacuría llamaba la "desideologización de la realidad" (5). Decimos esto porque la realidad ideologizada en una libertad individual y en una participación política así "vendida o mercadeada" no concuerda con la realidad que vive hora a hora; día a día y año a año el latinoamericano promedio que sufre de marginamiento social, de baja oferta de empleo, de sufrimiento por delincuencia, etc.

Ya el "darnos cuenta" de una realidad vivida en carne propia no implica rigurosidad lógica ni la aplicación de una metodología científica; y aunque la filosofía nos ilumina buena parte del conocimiento de esa realidad histórica, el inmenso pueblo de Dios que no tiene acceso a ese conocimiento académico pasa frente a la experiencia in situ cotidiana y también generacional, de experimentar el flagelo de la pobreza en su amplio sentido a partir de modelos de existencia social que encuentran en la corrupción de los gobernantes la más clara oposición de concretización empírica del camino hacia la mejoría social.

Es entonces cuando concluimos que no es descabellado pensar que la concretización del reino universalmente obsequiada en gratuidad, no ha alcanzado el objetivo primario de Dios por cuanto se han interpuesto en el camino semejantes contradicciones sociales que derivan en lo que de malo tiene la historia y que denominamos con propiedad como "pecado social". Tales contradicciones emanadas a la luz de los relativismos filosóficos y de ideologías trastornan la realidad y la misión última de Dios que es la humanidad misma.

No hemos encontrado en la evolución histórica del continente la realización tan anhelada y postulada en los principios de Libertad Igualdad y Fraternidad; y no es porque pretendamos utópica o inocentemente visualizar a corto plazo un mundo así homogéneo, pero los principios que le dieron vida a esa renovación de la sociedad han sido arrebatados a la misión de la Iglesia y a la intención original de Dios a través del Hijo. No hemos encontrado por tanto, en las formas políticas y sociales desde los postulados ideológicos, el acercamiento de aquellos principios a las expresiones de las sociedades latinoamericanas como para no refutar sus contenidos. De eso se trata la desideologización de la realidad histórica. Ni la promesa del "Paraíso de los trabajadores" propuesta del marxismo ni el "mejoramiento de la calidad de vida" oferta del liberalismo económico nos ha llevado a mejores estadios en nuestra historia.

Vivimos a la sombra de un liberalismo económico que promueve los valores antisalvación como en los días de Corinto, los días de la pérdida de la fe. Más esta pérdida no viene por desencanto a la misiva salvífica sino precisamente por la desfiguración de la atención primordial del proyecto de Dios. Como los primeros fieles de la iglesia primitiva, el latinoamericano ha caído en un quebranto axiológico emanado por la falsedad de la vida social participativa y de mejoramiento vía crecimiento económico, lo cual es una verdad parcial que trataremos más adelante.

Pero la iglesia ha sabido imponer su misiva que le ha sido dada a pesar de los avatares históricos y las contradicciones sociales. La iglesia ha sabido oponerse a pesar de las mismas contradicciones internas que le han caracterizado, a los proyectos de muerte con el criterio de la verdad y la fe. No por casualidad a Pablo le fue encomendada la misión de propagar el evangelio en franca oposición a los poderes de su tiempo; entiéndase al mismo poder político y al saber filosófico prevaleciente en aquellos días. Sintió lo que la misma iglesia experimenta por estos días y a pesar de ello, la oleada de salvación y la entronización de la institución fue un paso decisivo para concretizar la realidad de Dios. Es la misma realidad que experimentamos los cristianos cuando nos toca criticar al poder económico y político de nuestros tiempos. Los grandes poderes a los que se ve enfrentada la misión cristiana rememoran los acontecimientos de cara a las interpretaciones proféticas; a los fundamentalismos ya la falsedad mesiánica de las iglesias escindidas del orto de la fe.

Se nos impone un saber emanado de las fuentes positivistas que excluyen al poder de la salvación, pero también se nos quiere imponer un saber teológico alejado de la esencia salvífica, tan sencilla y tan débil en su mandato expreso de amor. Sencilla porque no admite sofismas ni circunloquios y está destinada para los más pequeños; y es débil porque su esencia salvadora es tan fraterna que sugiere un recelo a los fuertes en poder temporal que no admiten la universalidad de la piedad y la solidaridad y porque no es profunda en cuanto a su contenido científico o filosófico; sencillamente porque no la necesita. Eso pasó con Gramsci y el resto de los marxistas que quisieron ver destruida la universalidad de la salvación y, como el insigne pensador italiano, las corrientes antisalvación se mueven hoy en día con un gran ímpetu que nos viene ofrecida desde la moralidad de un supuesto liberalismo social. " Dios ha elegido lo que es común y despreciado en este mundo, lo que es nada, para reducir a la nada lo que es" (Cor. 1,28) nos dice Pablo, con lo que se aplica que la debilidad del amor fraterno, la solidaridad y el conmoverse frente al sufrimiento social se antepone al proyecto destructivo en que los poderes terrenales (entiéndase, los relativismos político-económicos) se nos muestran como salvadores de la humanidad frente al proyecto salvífico destinado a los más humildes, a los más comunes y despreciados de este mundo.

La debilidad de Pablo (debilidad que se traduce en su grandeza histórica) frente a la sabiduría del mundo, es la misma que experimenta el pueblo de Dios frente a la sabiduría reduccionista del mundo, de cara a la sujeción parlamentaria, a los poderes oligárquicos y a la abrumadora y sempiterna democracia partidista. Nos enfrentamos a una abrumadora aplanadora de la sociedad de consumo y al despilfarro excesivo y egoísta que representa la vergüenza social en un mundo inundado por el dolor que arrastra la violencia y la falta de acceso a los recursos básicos. Las manifestaciones de espíritu y poder de la iglesia amenazada como en Corinto y en Roma, es la garantía a los creyentes que pretenden revolucionar el mundo, pero no desde la perspectiva de los "zelotes latinoamericanos" sino a la espera de que se cumplan los tiempos de las contradicciones inmanejables de las democracias corruptas; de la altos índices de consumo y los problemas ambientales que trae aparejado; de la oclusión a la competitividad de la pequeña empresa y del estallido de los movimientos sociales en toda la región: las contradicciones de los tiempos tienen que coincidir con los tiempos de la "segunda venida" de Jesús en el "cielo nuevo y en la tierra nueva" (Ap. 21, 1-3) de Dios-con ellos.

La iglesia – en el amplio sentido catecúmeno – tiene varios frentes con los cuales tendrá que lidiar en este continente. Desde este punto crucial, esta iglesia no queda exenta de confrontar los mismos problemas en otras regiones del mundo. Se nos acusará de blandos y flojos frente a la capacidad política del poder económico y político. Se nos imputará fatalmente de excesivos en la espiritualidad ineficaz de cara a los argumentos temporales. Dentro de la misma iglesia, habrá quienes nos achaquen de desobedientes frente a los mandatos tradicionales. No tendremos títulos ni prestigio, nuestro aval de denuncia y de rebeldía será la movilización y la capacidad organizativa de los creyentes, la búsqueda de la explicación sencilla tanto teológica como filosófica, en la pesquisa y el develar de la verdad frente a los reduccionismos modernos. Nuestro respaldo será la promoción del crecimiento y del efecto multiplicador de los fieles "sabedores de su propia realidad histórica"

La nueva sociedad salida del "dolor de parto" no es una sociedad prometida a la usanza paradisíaca; no adquiere visos de romanticismo paisajista pero tampoco tendrá dictaduras eternas aunque no descarta aceptar elementos valorativa y cristianamente "buenos" para la humanidad surgidos de las mismas propuestas políticas. No es que la iglesia aceptará los confesionalismos porque se consideran buenos para un reducto oligárquico pero la fe tiene que estar aparejada junto a las contradicciones sociales al final de los días porque " el reino de Dios no es cuestión de palabras, sino de poder" (Cor. 4,20) y el prolegómeno de la síntesis de la historia viene dada por la capacidad "destructiva" de la salvación en lo que de suyo la iglesia tiene de enunciadora y denunciadora frente a los males de la sociedad.

 

"El fuego del Sinaí" en la historia

La salvación entra a la historia de la humanidad no solamente desde la perspectiva cristológica sino que ha tenido sus raíces genéticas veterotestamentarias con lo cual la salvación se convierte en una acción propia de Dios y canalizada a los hombres a través del análisis profético. La liberación de los pueblos como en el hebreo puede servirnos de parangón tanto en la esfera de la razón como en la vivencia de la fe. Conjuntadas dialécticamente, la cronología no jugará tanto un papel preponderante como la fe misma en esa salvación esperada. El sufrimiento social que se encarna históricamente reclama un alivio encarnado en tiempos de liberación al decir de los relativismos que nos ha tocado vivir desde los tiempos de la Revolución Francesa pasando por el socialismo prometedor de un "paraíso de igualdad" y un liberalismo capitalista prometedor de un individualismo egoísta y falto de solidaridad. En ambos casos, la sustitución de la liberación por un poder terreno que despoja de la honra al pueblo y empobrece materialmente a la sociedad no puede ser digna de llamarse una opción liberadora. Visto históricamente, la liberación ha tenido señales de los tiempos en el recorrido de la cronología. Como en el Éxodo, el quebrantamiento de los designios de Dios clama por la luz vivificante de un tiempo mejor para los hijos. ¿Qué entendemos por liberación actualmente? ¿Debemos interpretarla a la luz traductora de la concepción marxista en lo que tiene de revolucionaria una tesis de ese talante? ¿O desideologizamos la liberación en su revelación de la verdad y que nos manifiesta a partir de la fe frente a la opresión y la pobreza material y espiritual? En el Éxodo la opresión se vive no solamente en función de relaciones históricas de producción (el esclavismo) pero también detrás de las condiciones de trabajo, propiedad, derechos humanos y la desviación del pueblo hacia designios no indicados por Dios. En el recorrido histórico, los pueblos se vuelcan hacia otras opciones que les son impuestas externamente por falsos profetas y falsas tesis ideológicas.

Estamos claros que se mantienen unas relaciones de producción cuya esencia son los símbolos de poder que milenariamente se han combatido. No existe malignidad en la generación de la riqueza y no somos inocentes al afirmar en la justa distribución de la misma se realiza al traspasar la acumulación de capital a manos de la mayoría cuando sabemos que esto es una utopía no concretable. Ya se ha demostrado históricamente el resultado de esa pretensión igualitaria. Pero desde el marco sociológico, filosófico y teológico, podemos atrevernos a enunciar las posibilidades de crecimiento de justicia y de crecimiento espiritual aparejado con aquélla, cuando las condiciones de la humanidad, del fin de los tiempos así lo indiquen.

La pobreza y la opresión así como el afán mesiánico en un contexto como el latinoamericano, se han dado siempre por las denuncias en la que la fe ha sido utilizada como apéndice de la revolución política a partir de la violencia pero nunca como esencia de salvación. Por lo tanto, estamos adentrándonos a una realidad histórica de mundos por no decir de imperios, en la que las características innegables son testimonios de corrupción asfixiante y no de concreción de una tesis político-filosófica y que prosigue de una manera compleja sus propios intereses, sean de estratos, de clases o estamentos o de alianzas insospechadas entre los poderes en cada país de Latinoamérica. Las realidades presentes se han convertido en serias amenazas a la población y han dejado de tener las características sociales de décadas atrás. A la violencia a la que se halla sometida gran parte de la población además de las contradicciones de las tesis socialistas como el caso de Cuba o de las tesis liberales como en el resto de los países, es que se suman los peligros de muerte de las redes internacionales de criminalidad que pintan de sangre el escenario social. No hemos podido esbozar los argumentos contra ese tipo de gehena latinoamericana y que está cobrando valiosas vidas en todo el continente.

Dentro del torbellino de sufrimiento, el eje central de nuestra crítica teológica y sociológica es la promoción de la fe en un marco de vida que necesita promover la institucionalidad eclesial pero también la inserción de la comunidad científica social aunada a aquella. Los tiempos se han cumplido (Mc. 1, 14). No negamos que los efectos que promueven el crecimiento económico, la inversión financiera, la facilidad que nos otorga la tecnología, el empleo, el comercio y la dinámica de las sociedades sean signos claros de una mejora en la calidad de la vida del latinoamericano promedio. Pero hay un problema estructural a vencer en lo que de pecaminoso nos subyuga y nos amenaza: la promoción de los valores anticristianos y la ponderación de la materialidad consumista como valor central de desarrollo. Más allá de ello, la corrupción política – que no es esencia de la tesis ni socialista ni liberal – que trae aparejada la criminalidad y la violencia, se traslapa con aquellas propuestas y matiza nuevas opciones que consolidan oligarquías y grupos de poder que no tienen que ver para nada con los ideales de los movimientos políticos y económicos. Ni Marx pensó en una burocracia partidista ni los pensadores liberales promocionaron la corrupción política.

Por todo lo anterior, hoy más que nunca la necesidad de justicia o lo que es lo mismo, de fe, se vuelve un imperativo primario (Sal. 72-71). La Buena Nueva necesita de su concretización histórica porque el final de los tiempos puede durar una eternidad no cronometrada pero sí vivida en toda su magnitud y con sus signos de crisis y muerte. Celebramos pues la anunciación del reino dentro de las potencialidades de los hombres, en el uso de racionalidad y en la intensificación de la gratuidad de la fe a partir de la comunidad eclesial. Fuera de ello no debemos dar paso a sofismas ni diletantismos tan imperantes en nuestra época. La liberación de los oprimidos no es cuestión de ideologías o doctrinas surgidas por entero de la razón (Sal. 146-145) ni cosa parecida. Debe ser obra de los hombres en acción histórica liberadora surgidos a la luz de la Buena Nueva crítica sin especificidad ni nomenclatura política, aunque éstas pueden (y deben) hacer uso de la anunciación de la fe para su concretización y sin caer en los problemas actuales del poder corrupto.

Clamamos por una iglesia más intensa en su pedagogía y organización popular en el afán que los mismísimos Papas Pío XI, Juan XXIII y Juan Pablo II a través de sus Cartas abiertas al mundo han iluminado y esperado en la eternidad por su socialización y conocimiento para todos.(ver encíclicas). La iglesia no debe temer su persecución y no debe caer en el acomodamiento del poder económico o político. Pero debe dar un salto que la misma salvación le exige en el amor por su pueblo elegido. (Cualquier pueblo en condiciones de opresión y desesperanza). La catequesis deberá pasar por una revisión más intensa y proponer una nueva koinonía, una misma diakonía y la revisión del mismo ecumenismo. La espiritualización ha dado lugar a un escape, a un respiradero existencial que se arropa con la expansión de nuevas sectas o mesianismos venidos a más que han sabido propender la fe hacia el negocio. La iglesia – como dice Jon Sobrino – debe actuar sin un institucionalismo o sin caer en secularismo y una mundanización.

Clamamos así mismo por una filosofía que interprete el verdadero sentido histórico que la razón pueda poner al servicio de la fe, de la verdad revelada para la liberación de los hombres no sólo en nuestro continente, sino ahí donde universalmente se le requiera como premisa de redención. Los signos de los tiempos nos exigen un nuevo planteamiento en la era de la mundialización; de la nueva diáspora que se abre a la moralidad que afanosamente buscó Platón en el Estado. El Estado es la nueva estructuración innegable de los tiempos modernos y debemos buscar en la conjunción entre éste y la iglesia, el recinto – locus o el topos – al que estará destinada la salvación misma. Ya no es problema de potencias (dinámis) ni de incognoscibilidad de Dios, sino por el contrario, de cognoscibilidad terrena a partir del misterio mismo para verificar el bien platónico. Más allá de ello, no hemos podido resolver el problema eclesial y filosófico (o teológico) sobre la salvación al enunciar el reino como una posibilidad etérea de conducta permanente y ver la parusía como la expectativa literal o el fin de la historia como un sucesión cronológica donde la verificación del tiempo ha creado la ansiedad en la espera que no llega.

El fermento de la masa

Liberación temporal como hipótesis del reino: cuatro momentos, cuatro lugares. El anuncio de la salvación, la transfiguración que desilusiona a las masas; la destrucción de la figura humanizada del salvador y la instauración de su reino. La vuelta a los tiempos nos exige que la iglesia debe preparar su camino con la intensidad de la primera venida para hacerla realidad en la historia sin desilusionar la meta de la salvación. Este anuncio segundo que se enmarca en la crisis de los tiempos tiene como eje central, el mismo foco de atención cristológico, esto es, la perspectiva o la "opción preferencial por los pobres."

En el proyecto histórico de Dios que media entre el anuncio del Hijo y la traducción de la palabra en la extensión de la iglesia, existe una estructura causa-efecto que puede considerarse una simplicidad ingenua pero no menos verdadera en la necesidad temporal:

  1. Realce de la iglesia en la propulsión de una nueva Ciudad de Dios junto a las expresiones temporales en política, ciencias, artes, etc. (Condición evangélica y/o ecuménica). Un nuevo empuje del kerigma surgido desde la misma realidad latinoamericana y tomado en cuenta por Roma dentro de sus consideraciones mundiales en la diversidad de sus expresiones de anunciación.
  2. Lo anterior debe llevarnos a un conocimiento real de la historia a partir de una filosofía latinoamericana y una teología propia (¿Teología de la Liberación?) que transfiera el anuncio de Roma con la legitimidad y sin los distintivos de exclusividad intelectual y proscripción que le confirió la crítica sectorial. Al mismo tiempo, la nueva filosofía y teología debe enmarcarse en la fe y capacidad de salvación temporal sin caer en los visos ideológicos que trastoca la realidad o en un reduccionismo temporal que limite la fe. Se trata de desideologizar no solamente la realidad – como diría el Padre Ellacuría – sino también a la misma Teología de la Liberación para que se acerque más a esa realidad aceptando otras consideraciones que por su misma mística desechó o etiquetó como "opresivas" o de "conservadoras" en el pasado.
  3. Desde luego que esperamos que a partir de esta renovación, una nueva edad comience en la sociedad y en la iglesia misma dentro del contexto latinoamericano que impulse la organización, no solamente de comunidades de base, sino dentro del marco de un nuevo kerigma; un nuevo anuncio, esta vez eclesial, en el amplio sentido de la palabra y de raíz (homilética, profética, evangélica y de martirilogio) que reinen en todo el continente filtradas en todos las estructuras eclesiales y no eclesiales, y en donde se pueda armonizar un nuevo individuo que junto a una iglesia renovada haga frente a los poderes opresivos y que propulsan la injusticia social. Al menos dentro de ese paisaje sociológico, pero también eclesiológico queremos acercarnos lo más posible a la unanimidad de la fe y a la justicia social que tanta falta nos hace.
  4. Esperamos por la utopía en el fin de los tiempos; por una koinonia en que reine la pax o la unanimitas; por un verdadero sentido de la katholikén, por la universalidad de la salvación. En esa unidad que debe ser una oleada de aire fresco, revitalizador, el objetivo de la salvación tiene que venirse obligada a partir de la mancomunidad de las iglesias alrededor del mundo y en donde Latinoamérica sea el caldo de cultivo por ser en masa, la población que prosigue el camino de la fe a pesar de su condición de pobreza material. Este punto es quizás el más pretensioso por su utopía pero tiene una lógica procesal en la que convergen todas las pruebas históricas del reino anunciado, todo el ofrecimiento de la iglesia desde la primera llegada de Jesús, los fundamentos morales de algunos relativismos como el socialismo en su tesis original y la dignidad de consciencia alrededor del mundo.

REFERENCIAS

  1. Ellacuría, I. Filosofía de la realidad histórica. UCA EDITORES. Ed. San Salvador. El Salvador. 1990.
  2. Ellacuría, I. Esquema de interpretación de la iglesia en Centroamérica. En Revista Latinoamericana de Teología. No. 31 En.-Ab. 1994. UCA EDITORES. Ed. San Salvador. El Salvador. 1994
  3. Ellacuría, I. Filosofía ¿Para Qué? (cuadernillo que no presenta referencias editoriales, pero que seguramente ha sido un tiraje de UCA EDITORES)
  4. Juan Pablo II. Encíclica Fides et Ratio. Roma. 1998
  5. Martínez D. F/ García B. La teología de la liberación es latinoamericana. Ediciones Paulinas. Ed. Caracas. Venezuela. 1989.
  6. Sacristán, M. Antonio Gramsci. Antología. Siglo Veintiuno Editores. Ed. Bogotá. Col. 1977. 275, 430-434. pp
  7. Sobrino, J. Resurrección de la verdadera iglesia. UCA EDITORES. Ed. San Salvador. El Salvador.1989.
  8. Zubiri, X. Inteligencia sentiente. Inteligencia y Realidad. Madrid: Alianza Editorial – Sociedad de Estudios y Publicaciones. 1980. 288 pp.

 

 

 

Autor:

Héctor A. Martínez

hector.martinez[arroba]hugger.hn

Partes: 1, 2
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