- Resumen
- Algunos rasgos biográficos
- Producción literaria (ensayo y crónicas)
- Reseña de Bajo las alas del águila (1942)
- Fuentes consultadas
Resumen
El guatemalteco José Rodríguez Cerna, publicó Bajo las alas del águila (Guatemala : Tipografía Nacional, 1942. 249 p. ; 20 cm.). Entretenida colección de 68 crónicas, de dos a cuatro páginas de extensión cada una, escritas por el autor a partir de reminiscencias de lo que observó y vivió durante su estancia en los Estados Unidos, particularmente en California y en ésta dentro de la ciudad de San Francisco.
Bajo las alas del águila (1942), debe su nombre a que del total de narraciones personales que incluye, 67 de las mismas fueron redactadas en los Estados Unidos -en ciudades como San Francisco y Los Ángeles-, a excepción de una ("Con todos los respetos") que fuera elaborada en Madrid (página 212). Obviamente que el águila es una evidente referencia al águila calva que como ave nacional figura en los emblemas de dicha nación, como por ejemplo "las monedas en que el águila impera, poderosa y rapaz" ("La bofetada que vale un millón"; página 203), donde el calificativo de rapaz se aplica a muchos ciudadanos y capitalistas de dicha nación: usureros, codiciosos o avarientos, que sinónimos hay muchos para describir "sentimientos" alrededor del becerro de oro que es el dinero.
Para fines de exposición, en las páginas que siguen se presenta la temática relacionada con algunos rasgos biográficos de José Rodríguez Cerna (1885-1952), su producción literaria que abarca ensayos, crónicas y cuentos; y, finalmente, la reseña de Bajo las alas del águila (1942).
José Rodríguez Cerna [1]
Algunos rasgos biográficos
El abogado, escritor, periodista y diplomático guatemalteco José Rodríguez Cerna nació en San Luis Jilotepeque (Jalapa), el 18 de septiembre de 1885 y falleció en la capital de Guatemala el 20 de julio de 1952.
Fueron sus padres el general José Natividad Rodríguez y doña Carmen Cerna; su hermano el Licenciado Carlos Rodríguez Cerna también fue calificado de "recio periodista y magnífico poeta". [2]Efectuó estudios en el Colegio de Infantes de Guatemala, de bachillerato en El Salvador y de abogado y notario en Guatemala, en la Universidad de San Carlos, de la que como representante estudiantil asistió al Primer Congreso de Estudiantes Universitarios de Centro América celebrado en Managua en 1903; se graduó el 14 de noviembre de 1905 con la tesis "La profesión de Abogado". [3]Contrajo matrimonio con Elvira Sandoval, procreando 3 hijos y una hija.
Desde su juventud publicó artículos en revistas y periódicos de Guatemala. Fue Director adjunto del diario "La República" en 1908 y Director del mismo en 1909, siendo a la vez Director de la revista "Electra" en este último año; Secretario de la Oficina Internacional Centroamericana y al mismo tiempo director de la revista "Centro América" publicada por dicha Oficina, de 1913 a 1918; [4]redactor del periódico "El Imparcial" en 1922; redactor en el Diario de Centroamérica en 1919 y Director del mismo a partir de 1922 hasta 1930. Co-Fundador de la Asociación de Abogados de Guatemala en octubre de 1922; firman el acta original 108 abogados. [5]
En 1924 la Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala (fundada en octubre de 1923), lo acepta en calidad de miembro, ofreciendo como trabajo de ingreso el sencillo opúsculo escrito en dos páginas, La sin ventura doña Beatriz de la Cueva, el cual leyera en alocución dirigida a los socios. [6]El presidente de la Junta directiva de la Sociedad (que en 1979 cambió su nombre por el de Academia), lo era el licenciado Antonio Batres Jáuregui, con quien tenía fuerte amistad y experiencias conjuntas de trabajo en la redacción del periódico de la conocida como "Convención Nacional" en 1917.
Se desempeñó como Cónsul de Guatemala en San Francisco, California. Posteriormente, estando en España, a partir de 1930 como Cónsul de Guatemala en Madrid, continuó su labor publicando en dicho país dos de sus obras y escribiendo crónicas en el periódico "La Libertad" de Madrid. Al regresar a Guatemala, en 1932 continuó su labor periodística en "El Imparcial", diario del cual fue asiduo colaborador hasta su muerte, y en "El Liberal Progresista", semioficial. Artículos suyos fueron publicados también en algunos periódicos salvadoreños, hondureños y en el "Diario de Costa Rica". Sufrió un derrame cerebral que le provocó parálisis, de la cual adoleció durante los últimos años su vida, que le obligó a conducirse por medio de silla de ruedas. Sin embargo, tal deficiencia física no le impidió seguir escribiendo y a la vez desempeñar un último cargo público: Presidente del Tribunal de lo Contencioso-Administrativo. [7]
Varios de sus artículos y crónicas publicadas en los periódicos, están firmados con los seudónimos: Hernani, Barba Azul, Martín Paz, Casa Roja y Juan Chapín. [8]
De su paso por el diario "La República" como Director en 1909, Rodríguez Cerna le entra a las memorias en una de sus crónicas, "Recuerdo personal" incluida en Interiores (Semblanzas y Paisajes) cuya primera edición data de 1942, donde a la par de contar los avatares acerca de cómo y por qué llegó a hacerse cargo de la dirección, apoyado por el poeta Joaquín Méndez, cantor de Estrada Cabrera, y de paso reconocer que era prácticamente un "mil usos", de paso describe el ambiente cultural y político de la época, donde los periódicos eran por demás anodinos y había que rellenarlos con antologías literarias a falta de información noticiosa, como por ejemplo un inocente concurso acerca de la mujer soñada, en el cual participó el poeta José Santos Chocano, preferido del dictador porque también le cantaba bonitas alabanzas a su emporcamiento, y él se las creía, o bien otra "discusión" respecto a si Juana la loca en verdad lo fue tal. En cierto modo, el país era una cárcel y para escapar la gente se refugiaba en la literatura. A pesar que el diario era pequeño en su extensión, de tan solo cuatro páginas, la tarea de siete oficios lo dejó extenuado:
"Hace mucho tiempo ¿cuánto? Me fue propuesta intempestivamente la dirección del diario "La República", en el cual yo gastaba mis primeros fósforos de colaboración ocasional y gratuita. Porque entonces el que le publicaran a uno algo suponía honra y no remuneración. Y aun había que rogar para la admisión de los primeros ensayos. Mi antecesor y siempre amigo el poeta Pío M. Riépele, era de benévola manga ancha para los nuevos, que no nos contábamos por generaciones, y con tal que no fuesen modernistas, pues en su impermeable clasicismo les tenía jurado más odio que Tertuliano a los paganos o San Agustín a los maniqueos.
[…]
La mencionada dirección no era canonjía, ni mucho menos. Mas mi bigotito negro se erguía por el inesperado honor, el cual no se me hacía por mis dudosos méritos, sino porque la empresa naufragante no encontraba otro palo en qué ahorcarse. Mi ajada vanidad supo después que yo había sido escogido como una especie de pararrayos para evitar su clausura. Se me eligió, no por mi amistad con el imperante, que no la hubo sino en los últimos días de su ocaso y por muy especiales razones de gratitud, sino con el indiscutiblemente más talentoso, culto y hábil de sus ministros: don Joaquín Méndez, de tan fina y alta aristocracia literaria y cuya vejez anacreóntica estoy contemplando con cariño sin menguante.
Sucedía que el suspicaz don Manuel Estrada Cabrera le había puesto proa de persecutorias desconfianzas a don Marcial García Salas, propietario del periódico y muy listo y hábil abogado, el cual, como le acontecía con frecuencia, estaba entonces escondido de los lebreles oficiales. Era matemático: cuando don Marcial no caía preso, andaba huyendo. Parecía cosa de folletín por entregas. Y era más angustiosa la situación, porque en esos días le fue arrebatado el servicio cablegráfico a "La República", que era como privarla de la voz, las manos y los pies, ya que era lo único interesante que traía dentro del obligado y mortal anodinismo de la prensa. Sin la información exterior, de la que tenía la exclusiva, el periódico no valía dos pitos, a pesar de su tradición.
Méndez, con quien consulté el caso, pues no era asunto de meterme tontamente en la boca del lobo, me dijo: "Lo buscan a usted porque saben que su amistad conmigo es salvaguardia para ellos. Acepte y no tenga cuidado". Y así me encontré al frente de un diario de cuatro páginas, sin cablegramas ni redactores que me ayudasen. […]
[…] este estilista, como me llaman burlándose de mí, lo hacía todo en calidad de agobiado sieteoficios: algunos editoriales, la sección social, el manejo de tijeras y la corrección de pruebas.
Las tales tijeras suplían tal cual los cablegramas, que pasaron forcivoluntariamente al Diario de Centro América. Para los rellenos acudí, en busca de algún descanso, a impensado y fácil procedimiento: llenar la primera página con tres folletines […] Pero las suscripciones bajaron, y en uno de sus entreactos de libertad, don Marcial me llamó al orden, con lo cual "La República" dejó de ser mera antología y se varió un poco más; entre otras cosas, con cierto famoso y pueril concurso sobre la mujer soñada, que cayó como piedra en soñoliento charco, encendió críticas, enfureció vanidades y estuvo a punto de ocasionar un duelo entre don Pedro Milla, mi sucesor, y Chocano. Este último distribuyó violencias con motivo de esa inocentada, se ganó odios y arremolinó tempestades.
Ese paréntesis demuestra que el alma nacional buscaba respiraderos y escapes para manifestarse de alguna manera por cualquier resquicio. También comenzó a llamar la atención y concluyó por aburrir, una eterna discusión que sostuve con Milla sobre si estuvo o no loca doña Juana, la viuda de don Felipe el Hermoso. El sostenía que sí y yo la tesis contraria, que todavía me parece la verdadera. […]
En el fondo, estuve a punto de dejar los huesos en aquella pesadísima tarea, posible generadora de neurastenia y desequilibrios posteriores y que sostenían mis no muy ingentes hombros de Atlante. Fatigaban y aburrían además las calles de horribles hoyos y piedras, los soldados y policías malévolos, mugrientos y pedigüeños, la falta de estímulos del exterior (salvo las tiples de opereta u ópera) y la insalvable reja de los días prisioneros. Quizá ese pesado ambiente contribuía a que hubiese tanto ingenuo entusiasmo por la literatura.
Uno se escapaba de uno mismo como podía, cortando orgiásticas rosas, que luego se putrescían en las sienes y las manos. La guerra europea trajo los primeros grandes vientos emocionales de sensacionalismo, [9]bien aprovechado por el instinto periodístico de Virgilio Rodríguez Beteta. [10]
Se desconocían o desdeñaban modernismos literarios que en otras partes hasta habían fenecido ya, y pesados escritores españoles era casi únicos modelos, no tanto por artistas como por castizos. Un "que" galicado era digno de excomunión mayor y garrote vil. Había fieros mastines del idioma, considerándolo como fin en sí mismos y no como medio; y cerrábamos puertas (no todos…) a las luces nuevas que devoraban ya en incendio leguas de viejos pensares, preparando terrenos para gozosas cosechas.
Después de todo, aquellos tristes días estaban compuestos de horas simpáticas y alegres." [11]
Y si un "que" galicado o afrancesado era motivo para lograr la excomunión que ordenaban algunos puristas del idioma castellano, no lo fue así para todos, caso del poeta Joaquín Méndez, adulador de Estrada Cabrera y su representante en la embajada de Guatemala en Estados Unidos de 1911 a 1920, y quien antes de aprender el español siendo niño, ya sabía francés, pensaba en francés y vivió en París varios años. Rodríguez Cerna lo recuerda con cariño en una elegía escrita después de la muerte del cantor al dictador de los 22 años; fue Méndez quien en 1905 describió maravillas de Estrada Cabrera como las siguientes:
"Es cultísimo. Con esa cultura que para el observador, parte del centro á la periferia." "El frac y la corbata blanca acentuados por la banda presidencial, sirven de base á aquella cabeza á la vez altiva y modesta, que guarda un perfecto equilibrio entre la conciencia de lo que se vale y lo que se debe en miramiento a los demás." "Verdadero intelectual tiene una lógica sana, clarísima, inflexible. Spencer y Stuart Mill le hubiera colocado á la cabeza de sus alumnos más aventajados. Cuando se debate un asunto de gobierno y diversas opiniones se encuentran y chocan, él escucha las ideas de todos, y de pronto expresa la suya, la más práctica de todas. Y piensa con tal profundidad como fácil es su lenguaje. Estudia, medita, sondea, pesa el pro y la contra de todo, y cuando se decide por un extremo, indudablemente lo tiene perfectamente conocido" [12]
Sin embargo, Rodríguez Cerna recuerda a Joaquín Méndez como amigo durante 30 años, quien le prestó dinero cuando lo necesitó, lo libró de la cárcel gracias a sus influencias con el gobernante y le enseñó a conocer a los autores griegos, franceses y alemanes, y cuándo éste falleció a la edad de 80 el cronista pasa revista a lo que pudo hacer por las letras guatemaltecas, donde impulsó el modernismo junto con Domingo Estrada y Rubén Darío:
"Él y sus sincrónicos hermanos suprimieron golas, desentumecieron rigideces, quitaron vendas, destrozaron acordeones que jadeaban asmas retóricas. Dulces vinos de Francia se fueron cantando por el asombro de las venas. Tuvo entre los dedos un tacto distinto y en el espíritu otra sensibilidad. Trajo mensajes, encontró rutas, dio a las letras -con Rubén y Estrada- un sentido de finura y delicadeza, con trinares matinales hacia el alba naciente.
Francia le dio la agilidad, el tacto, la armonía y la hondura clara: vale decir las alas. A ella le debió el don del vuelo. Y sé que en él había pulsación arterial francesa; y es que en las rodillas maternales supo el francés antes que el español, y en París encontró el primer camino de sus iniciaciones.
[…]
En los tiempos en que nuestra política se hizo curialesca, untuosa y cruel, supo darle el acento de distinción de que carecía, ennobleciéndola a ratos, embelleciéndola siempre. Y en lo eterno e invisible, la fraternidad de Petronio.
[…]
Darse plenamente, vivir en selección íntima y externa, fue secreto de euforia que mantuvo savias en su tronco senecto. Soy ejemplo de ello, a través de amistad fortificada por más de treinta años. Y siempre me agradeció el haberme servido en tantas múltiples formas. Me inició en los sagrados secretos griegos, haciendo que acerca a ellos los trémulos labios, y en los antiguos y modernos de las literaturas francesa y alemana. Una vez me libró de ir a la cárcel deshaciendo rápidamente la intriga de un ministro de Relaciones Exteriores sádico e imbécil. Otra me dio diez veces más de lo que le solicitara en ocasión de penuria, y jamás quiso saber de qué le hablaba cuando quise reintegrarle. Y me hizo la merced de dejarme el manuscrito de sus Memorias, que me empeñaré en publicar." [13]
Cosa curiosa: en varias de sus crónicas de prensa, Rodríguez Cerna ofreció algunas lisonjas a Manuel Estrada Cabrera, exaltándolo como gobernante distinguido y preclaro, así como por las obras materiales, muy escasas por cierto, que se le pueden reconocer, agregando que en lo referente a educación todo estaba muy bien; las famosas "Fiestas de Minerva o Minervalias" que se realizaban desde 1899 por iniciativa de Rafael Spínola, [14]como que lo tenían obnubilado. De igual forma, en 1915 formó parte del "Club de Intelectuales" que dirigió un Manifiesto público al mandatario a través del cual le dicen que:
"[…] en esta hora solemne se oirá nuestra voz vibrante que proclama muy alto el nombre ilustre del eminente jurisconsulto y expertísimo estadista , señor licenciado don Manuel Estrada Cabrera, Benemérito de la Patria, como el ciudadano que por sus indiscutibles méritos, brillantes antecedentes e infatigable labor, es el llamado a continuar impulsando a Guatemala, con el beneplácito de todos, por el sendero del progreso y del engrandecimiento, y en quien reconocemos mayores aptitudes para salvar con habilidad e inteligencia los escollos y tropiezos […] os proclamamos nuestro candidato para ejercer la Presidencia de la República durante el próximo período constitucional" [15]
Cabe anotar que entre los firmantes del desafortunado "Manifiesto" aparecen: Antonio Batres Jáuregui, Salvador Falla, Máximo Soto Hall, Alberto Mencos, Virgilio Rodríguez Beteta y Adrián Recinos, en su calidad de miembros de la junta directiva del "Club de Intelectuales", a los que se agregan los nombres, entre otros, de: Arturo Ubico (padre de Jorge Ubico), José María Reina Andrade, Enrique Arís, Félix Calderón Ávila, José Santos Chocano, Rubén Darío, Flavio Herrera, José María Orellana, José y su hermano Carlos Rodríguez Cerna, Magdalena Spínola, Jaime Sabartés, Adrián Vidaurre, Miguel Larreinaga, Carlos Wyld Ospina y Pedro Zamora Castellanos.
En ese mismo año de 1915, existió lo que se llamó la "Convención Nacional" que tenía como órgano de difusión un periódico cuyo director lo era Antonio Batres Jáuregui, actuando en calidad de redactores: José Rodríguez Cerna, Máximo Soto Hall, Félix Calderón Ávila y Miguel Larreinaga, en cuyas páginas se reclamaba la reelección de Estrada Cabrera.
No es de extrañar que Rodríguez Cerna perteneciera a más de un club político de adhesión a la reelección de Estrada Cabrera. La investigadora Catherine Rendón estima que en dicho año existían más de 500 organizaciones de tal índole en todo el país, así como por lo menos 200 publicaciones (revisas, periódicos, pasquines) de igual talante, y todo mundo era forzado a inscribirse en el club liberal de su respectiva localidad, so pena de ser encarcelado y perder el trabajo por no hacerlo. Muchos intelectuales cedieron su pluma para exaltar la figura del Benemérito solicitándole que por favor aceptara la reelección, entre los cuales Enrique Gómez Carrillo y el decano de la Facultad de Derecho, Carlos Salazar, quien fue repudiado por los estudiantes. [16]
Si solamente José Rodríguez Cerna hubiera cantado prosas poéticas al dictador, bueno hubiera estado que se le endilgara servilismo, pero ocurrió que intelectuales de mayor talla también se vieron obligados a hacerlo. Varios de los nombres referidos en el "Manifiesto" comentado aparecen en otras listas, como por ejemplo la que proporciona el historiador Ernesto Chinchilla Aguilar:
"La intelectualidad de Guatemala sucumbió ante el atractivo de las fiestas a la diosa sabiduría y era frecuente la participación en ellas de renombrados escritores como J. Joaquín Palma, Alberto Mencos, Máximo Soto Hall, Manuel Valle, Joaquín Méndez, Francisco Castañeda, José Flamenco, José Rodríguez Cerna, Pío M. Riépele, Salvador Falla, Valero Pujol, Natalia Gorriz V. de Morales, Virgilio Rodríguez Beteta y en general lo más granado de la sociedad de entonces. El Presidente hacía gala de su mecenazgo de las letras así como de la educación; y en su tiempo vivieron en Guatemala ilustres escritores americanos como Rubén Darío, Porfirio Jacob, José Santos Chocano, y otros." [17]
Claro está, a Rodríguez Cerna el ofrecer ditirambos al dictador y apoyar su reelección, le atrajo lógicas enemistades después que éste fue derribado del poder en abril de 1920. Esto dio lugar a que muchos de los directos colaboradores del "amigo de la juventud estudiosa" tuviesen que salir al auto exilio, entre los cuales el cronista, quien se trasladó a México con la llegada al poder del Partido Unionista y el nuevo Presidente, Carlos Herrera. Sin embargo, éste también es depuesto por un triunvirato militar dirigido por el General don José María Orellana. La caída de Herrera se veía venir desde meses antes; después de largos 22 años de prisión, el pueblo se animó a exigir; pero, las heridas de los terremotos de 1917-1918 aún no habían cicatrizado, el hambre y la miseria persistían y las fuentes de trabajo eran escasas. Sobre "los escombros de este desastre, cuya imagen más viviente es el terremoto, don Carlos Herrera, el ciudadano suave y bondadoso, pero sin la experiencia dolorosa del gobierno de una democracia, entró a regir los destinos de la nación, que, en medio de su desastre, pedía pan, derechos, libertades y reivindicaciones." [18]Para el 5 de diciembre de 1921 tales heridas y exigencias habían aumentado. Ocurre el cuartelazo y José Rodríguez Cerna regresa de México, siendo nombrado Secretario de la Presidencia ¡y también diputado! Pero, en la mente de sus detractores seguía pesando el recuerdo por los cumplidos que escribió a favor de Estrada Cabrera.
Una muestra de la malquerencia se observó cuando el poeta Rafael Arévalo Martínez (1884-1975) propuso a la Academia Guatemalteca de la Lengua (fundada en 1888), correspondiente de la española, siendo presidente de la misma el poeta italiano Pío Mássimo Riépele Pretto (1872-1948), que el cronista fuese aceptado como nuevo miembro. No se tiene certeza acerca de la fecha en que lo hizo, aunque es de suponer que fue poco después de la reapertura de sus actividades en 1930, toda vez que llevaba años sin funcionar. En su alocución, Arévalo expresó: "Me da vergüenza ser académico mientras que no lo sea también Rodríguez Cerna. Él lo merece más que todos los que estamos aquí." Hubo oposición por parte de algunos, incluyendo el Secretario de la misma que lo consideraba su enemigo, y por los artículos que escribiera favorables al ex dictador lo reputaba carente de facultades como para ser socio de una institución donde todos eran amigos. Arévalo defendió su propuesta, diciendo que la Academia no era un círculo de amistades sino una sociedad cuyo principal fin era estudiar la lengua española en forma permanente, a efecto de lograr su depuración. Al llegar a las votaciones, pues había otro candidato competidor, ganó la elección José Rodríguez Cerna, lo cual dio lugar a que el Secretario anunciara que dimitía en ese mismo momento, pues no podría sentarse a la par de quien él consideraba no calificado para pertenecer a tan selecto grupo. Esto hizo que se repitiera la votación y resultó ganador, el otro aspirante. En suma, se "valoró" la posición política que en su momento asumió Rodríguez Cerna y no sus cualidades. [19]
Y hablando de dictadores, cabe recordar que la impresión de la primera edición de Un pueblo en marcha : Guatemala (Geografía física, comercial y económica, leyes, historia y literatura) (1931), efectuada en España, fue financiada parcialmente por el gobierno del dictador de los 14 años, Jorge Ubico, quien precisamente en febrero de 1931 inició su primer mandato (los otros dos, por reelección, fueron viciados). En dicha obra, incluye una "Reseña histórica" del país, y cuando llega al año en cuestión describe:
"Reyna Andrade convocó a elecciones, y el sufragio favoreció con sus votos al general Jorge Ubico, candidato de la coalición liberal-progresista, quien tomó posesión el 16 de febrero próximo pasado. El general Ubico inicia sus labores con enérgico programa de progreso, justicia y rígida honradez administrativa. Su período termina en 1937." [20]
Observe el amable lector que Rodríguez Cerna se apresura a valorar el recién instalado régimen de Ubico como enérgico, de progreso, amén de justo y honrado. Según el colofón, Un pueblo en marcha se publica en agosto de 1931, de tal suerte que el gobernante apenas tenía 6 meses de actuar como Presidente, como para valorar adecuadamente su obra. Seguramente el autor tenía en mente los antecedentes de la "fiera del trópico" como titula Rafael Arévalo Martínez uno de sus cuentos, donde la fiera es precisamente Ubico, mote que le venía desde 1908 cuando se desempeñaba como Gobernador del departamento de Retalhuleu, donde cobró fama de enérgico por sus actuaciones, de impartir "justicia" a su modo y en forma inmediata, al extremo que en tal circunscripción geográfica se decía que no existían ladrones pues a quienes capturaba los sometía a la ley fuga; de probidad y eficiencia administrativa, ni hablar: dejó una buena estela en dicho lugar, la que se acrecentó cuando le correspondió atender y combatir la fiebre amarilla en el departamento de Escuintla en 1919, a cuya población sometió a un régimen dictatorial para que hiciera caso a las medidas higiénicas recomendadas por los médicos que él mismo supervisaba. Lacónicamente Rodríguez Cerna concluye el párrafo señalando que el régimen de Ubico concluiría en 1937; lejos estaba de saber que éste se reeligiría dos veces más, mediante una amañada reforma en 1935 al artículo 66 de la Constitución que prohibía tal extremo, y cuyos opositores a tal medida fueron encarcelados, acusados de sedición y fusilados 12 de ellos, en tanto que otros corrieron mejor suerte pues se les "autorizó" salir al auto exilio: "encierro, entierro o destierro" era la consigna.
El sociólogo guatemalteco Carlos Figueroa Ibarra examina la obra Un pueblo en marcha (1931) y en cuanto a la visión de Rodríguez Cerna la cuestiona acremente:
"A mediados de 1931, José Rodríguez Cerna, ilustrado hombre vinculado a los medios oligárquicos de Guatemala, escribía un libro hecho especialmente para promover la inversión extranjera, la inmigración y la colonización. El autor vivía los primeros meses de la dictadura de Ubico […] Independientemente de que debe agradecérsele a Rodríguez Cerna el precioso legado de información que nos dejó al escribir su monografía, uno no puede sino deslindarse de la idílica visión que tenía de la sociedad en la que vivía.
[…]
Ni lo que había sucedido en los once años anteriores, ni lo que sucedería en los seis meses posteriores a su escrito, justificaron el optimismo de nuestro autor. Porque Centroamérica, era ya en aquellos años tierra de volcanes en erupción." [21]
En la "Crítica literaria" publicada en el periódico "La Libertad" de Madrid, edición del 19 de octubre de 1930, que efectúa el español Rafael Cansinos Assens (1882-1964) para Tierra de sol y de montaña, después que leyera la primera edición de la obra a cargo de Editorial B. Bauzá de Barcelona en dicho año, se refiere a Rodríguez Cerna en forma por demás encomiable, insertando parte de la recomendación hacia dicha obra emitida en forma tripartita por el gallego residente en Guatemala, el padre Antonio Rey Soto (1879-1966), autor del libro de poemas Nido de Áspides (1911), el poeta y novelista Rafael Arévalo Martínez y el periodista y poeta César Brañas (1899-1976). Cansinos señala:
"[…] Cronista de aspectos americanos, le ha faltado hasta aquí a Rodríguez Cerna el viaje a Europa y, sobre todo, a la metrópoli de su idioma, que al fin ha realizado con la garantía de estabilidad que representa el cargo de cónsul general en Madrid con que el Gobierno de su nación premia sus méritos literarios. Desde primeros de este año, Rodríguez Cerna se encuentra entre nosotros y en Barcelona se ha impreso este libro Tierra de sol y de montaña, al que han de seguir otros que ya se anuncian: El viajero inmóvil, Bajo las alas del águila y España ante mis ojos. De esta suerte, la tierra madre actuará de madrina de su genio criollo. […]
[…] atesora una gran riqueza de lecturas, y tiene, finalmente, un gran temperamento de escritor, que construye su estilo sobre la nota lírica del poeta -quizá por eso ha elegido la crónica-, y que vibra emotivo a cualquier impresión con una sensibilidad que le ha puesto un poquito cardíaco. […]
Valido de que yo ignoraba su obra, quiso mixtificarme. "¡Periodista nada más! ¡Cronista, si usted quiere!. Inútil recurso, pues yo ya había formado mi juicio. ¿Es preciso ver la palabra impresa para discernirla? ¿No se conoce mejor al pájaro en el vuelo? Después, unas crónicas suyas en "La Libertad" lo descubrieron. Y ahora este libro Tierra de sol y de montaña, deja ya a la intemperie su personalidad de escritor. Su misma modestia le ha perdido. Pues deseoso de justificarse ante unos lectores que lo desconocen, ha acudido para que a él lo presenten a tres colegas, uno de los cuales, Antonio Rey Soto, tiene entre nosotros la prerrogativa del espaldarazo. Rodríguez Cerna reproduce al frente de su libro -que se edita, en cierto modo, bajo los auspicios oficiales- el dictamen que acerca de su valor literario dirigieron al ministro de Instrucción Pública de Guatemala el poeta de Nido de Áspides, Rafael Arévalo Martínez y César Brañas, escritores de indiscutido prestigio en el país. Y ese ilustre triunvirato participa al ministro que "Leída atentamente dicha producción la han encontrado, en cuanto a la forma, verdaderamente lapidaria y única, pudiendo decirse de ella que muy pocas páginas en la literatura castellana la igualan y ninguna la supera. Cualquier capítulo de ellas es digno de figurar en las más depuradas antologías". Calificación que, si pudiera parecer exagerada, siempre resultaría un encarnecimiento sobre un fondo de excelencias. Sobre una base mediocre no se puede erigir el superlativo de lo óptimo.
[…] Rodríguez Cerna escribe como habla, eyaculando la frase de calidad escultórica, que se desmenuza en certeros y vibrantes impactos. Su estilo es de estructura clásica; pero fluye con un ritmo moderno. Cerna no es de los que minian la frase con paciente pluma. Su prosa salta con el tecleo ligero de la máquina de escribir y con la prisa de nuestro tiempo." [22]
Interesado en que el público tuviese un claro conocimiento acerca de un viejo problema con Honduras, publicó La Prensa de Guatemala y la cuestión de límites con Honduras (1932), impresa por Tipografía "La Libertad" en julio de 1932. Es de advertir que la edición no indica su nombre, aunque los conocedores la atribuyen a Rodríguez Cerna tanto por su calidad de periodista como a la vez funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores. La obra incluye Prólogo escrito por él (páginas 9 a 20), unas notas de divulgación y comentario del abogado Eduardo Mayora dadas a conocer originalmente en mayo de 1932 en "Nuestro Diario" (páginas 22 a 129), La cuestión de límites al alcance de todos, estudio del diario "Liberal Progresista" (páginas 133 a 173), y varios editoriales de "Nuestro Diario" correspondientes a sus ediciones de mayo y junio de 1932 (páginas178 a 214) y de "El Imparcial" publicados entre marzo y junio (páginas 217 a 248).
En el prólogo de dicha recopilación, el cronista desde el primer párrafo advierte el objeto de la divulgación en forma de libro de diversos artículos y editoriales publicados en los periódicos durante 1932, a la vez de su interés por lograr que el público los conociera pues por tratarse de un antiguo problema limítrofe, era dable que haber dejado su discusión solo para el juicio de expertos, la "opinión pública", sin saber los entresijos del asunto, no solo no se daba por enterada sino tampoco apoyara la causa nacional: defender la frontera cuyas márgenes del río Motagua querían ser obtenidas por Honduras, dadas las presiones que ejercía la Cuyamel para ampliar sus áreas de cultivo del banano. La solución se esperaba por la vía pacífica, pero si no había de guardarse: "siempre el ánimo entero para más alta ocasión si fuere necesario".
"Durante mucho tiempo Guatemala no tuvo más que escasísimas nociones de su disputa de límites con Honduras. El hermetismo oficial, que se creyó prudente cuando no era más que impolítico, hizo conocer en algo la totalidad del asunto sin dar a luz los detalles, por lo cual el público no pudo enterarse de su magnitud y gravedad ni, por consiguiente, interesarse con plenitud en lo que venía tratándose poco menos que en la sombra. Además, el problema internacional no había adquirido la aguda trascendencia de los últimos tiempos, y de todos modos al silencio de los gobiernos respondía, lógicamente, la indiferencia de la nación.
[…]
El Ejecutivo está en el gobernalle, lleva la dirección suprema y asume la inmensa responsabilidad. Pero su actuación no es aislada, porque él y el país son en estos instantes la misma cosa, confundiéndose en la aspiración única, en la convicción firme, en el anhelo unánime. […]
Las ideologías se han unido en un pensamiento único: el de la pacífica defensa de la patria por cauces jurídicos -guardando siempre el ánimo entero para más alta ocasión si fuere necesario. […]
Guatemala, pues, en resumen, sabe ya que está amenazada en el punto más vital de su organismo y que, por consiguiente, esta cuestión de límites es para ella de vida o muerte, en tanto que para Honduras no es sino de expansión territorial, de un imperialismo para andar por casa, pues en el vasto desenvolvimiento de sus costas atlánticas no tiene necesidad de las cincuenta millas que apenas poseemos nosotros." [23]
Posiblemente por su calidad de conocedor del asunto limítrofe, zanjado por medio de una decisión arbitral de Estados Unidos a favor de Guatemala, Rodríguez Cerna en 1933 fue nombrado Secretario de la embajada de Guatemala en Honduras, con sede en Tegucigalpa, según nombramiento expedido por Ubico el 23 de febrero de dicho año, siendo designado como Embajador (Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario) el licenciado Antonio Nájera Cabrera. A su regreso al país, desempeñó otros puestos en el Ministerio de Relaciones Exteriores.
En 1946, recibió del gobierno de Juan José Arévalo la "Orden del Quetzal" en reconocimiento a su labor literaria, quien le otorgó también una pensión vitalicia; obtuvieron igual galardón el poeta y novelista Rafael Arévalo Martínez y el filólogo Lisandro Sandoval Chinchilla (1862-1946). [24]Al año siguiente se publica la reseña (36 páginas) del acto así como un resumen de la vida y obra de cada uno, en: Homenaje nacional a tres escritores ilustres: Rafael Arévalo Martínez, José Rodríguez Cerna, Lisandro Sandoval (1946). Ministerio de Educación Pública, 1947. El ex presidente Arévalo recuerda dicho acto:
"Los festejos del segundo aniversario de la Revolución se desarrollaron dentro de un marco de entusiasmo popular y de satisfacción gubernativa. A los desfiles, a los banquetes y a los discursos, hubo que agregar una novedad: la ceremonia de condecoración de los tres grandes intelectuales que habían dado gloria a las letras guatemaltecas: José Rodríguez Cerna, Rafael Arévalo Martínez y Lisandro Sandoval. La ceremonia se cumplió en el Cine–Teatro LUX el 19 de Octubre por la noche, con el teatro atestado de escritores, periodistas, universitarios, magisterio, misiones diplomáticas. El Ministro de Educación pronunció un discurso de saludo a los tres creadores de cultura. Cada uno de ellos recibió un elogio literario a cargo de funcionarios muy bien elegidos: Manuel Galich, Alberto Velásquez y Manuel María Ávila Ayala. El Presidente de la República, en persona, puso la joya de la Orden del Quetzal en el pecho los galardonados. Una pensión vitalicia de trescientos quetzales mensuales fue acordada en sesión de Gabinete para estos viejos trabajadores de la inteligencia." [25]
En el caso de Rodríguez Cerna, cómo no iba a estar de acuerdo el Presidente Arévalo de otorgarle la condecoración referida, siendo que para él había sido su modelo a seguir para escribir en prosa cuando era adolescente, según le comentó al profesor Fedro Guillén (de la U.N.A.M.) en una entrevista que le concedió en 1962 y que éste publicó bajo el título: "Con el Doctor Juan José Arévalo".
El 30 de noviembre de 1947, junto con Clemente Marroquín Rojas, José María Bonilla Ruano (1889-1957) [26]y el doctor Carlos Fletes Sáenz (1920-1970, [27]el personaje objeto de la presente biografía fue declarado "Hijo Ilustre de Jalapa" por la Corporación Municipal de su pueblo natal, Jalapa. [28]
Si en 1931 Rodríguez Cerna exaltó al recién instalado gobierno de Jorge Ubico, al igual que muchos, hubo de modificar la glorificación por la crítica contundente. No obstante que en 1932 escribió de éste: "El Ejecutivo está en el gobernalle, lleva la dirección suprema y asume la inmensa responsabilidad" del asunto de límites con Honduras, que en 1933 Ubico lo nombró como Secretario de la embajada de Guatemala en Honduras, y de haber ocupado otros cargos públicos en el Ministerio de Relaciones Exteriores, institución donde lo conoció el escritor Marco Antonio Flores mismo que se atrevió a decir de él que era "admirador de la Alemania de Hitler, era un admirador de Hitler, yo no podía calificarlo a él de pro nazi, sería difícil, pero evidentemente él simpatiza…", [29]el criterio de Rodríguez Cerna respecto al gobernante cambió radicalmente. Los hechos sangrientos y de vejámenes a la población durante el régimen dictatorial obviamente que no podían pasar desapercibidos a su pluma, razón por la cual cuando efectúa la glosa en 1946 del libro de Efraín de los Ríos, Ombres contra Hombres (1945), [30]descarga su sentir examinándolo después de su caída.
En el periódico "Mediodía" Rodríguez Cerna escribía una columna de opinión, principalmente literaria, llamada "Mensajes al Viento"; en la edición del martes 23 de abril de 1946 comenta el libro de Efraín de los Ríos, honrándolo, pero previo a ello describe lo que para él significó el régimen de los 14 años, donde se aprecia todo un cambio de actitud con relación a esa imagen que dio del Tatite Presidente en 1931 y 1932. Ahora ya no le reconoce como enérgico sino de tirano, de eficiencia administrativa no queda nada pues las obras materiales que ordenó construir fueron realizadas a sangre y lágrimas de los obreros obligados a ello, y de justicia ni qué decir, era la de un señor feudal; del gobernalle, mejor ni hablar. Como ya ha pasado un año desde que tomó posesión como Presidente Juan José Arévalo, el 15 de marzo de 1945, no vacila en referir: "Un grupo de universitarios, encabezados por un notable maestro y doctor en filosofía y letras, dirige el país". Léase a continuación parte de su cuestionamiento al ex gobernante y la crítica literaria hacia el autor de Ombres contra Hombres:
"Pasado inmediato: "Ombres contra Hombres"
¿Pasado inmediato? Más bien sería el de casi toda nuestra vida independiente. Porque la tiranía recién cancelada con el apéndice imbécil de Ponce, no fue un fenómeno aislado, ni mucho menos único. El látigo y el yugo se han perpetuado aquí como sistemas de gobierno (salvo días de excepción), y han dejado su huella infamante en los flancos y el cuello de la República. Jorge Ubico fue uno más. No perfeccionó métodos sino que los siguió aplicando. Lo único especial en él fueron dos características que acaso pertenezcan a la psiquiatría: una inmensa egolatría que creía saberlo todo y una fundamental ingratitud. "Yo no tengo amigos sino servidores" solía decir según quienes lo oyeron. En fin, ya vendrá el análisis de su personalidad y de su gobierno, si es que puede llamarse personalidad la de un sádico y gobierno el hecho de estrangular todas las libertades.
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