Los lenguajes de la economía. Un recorrido por los marcos conceptuales de la economía (página 5)
Enviado por Yunior Andrés Castillo Silverio
Además de la dimensión del mercado, existen otros factores que influyen en el grado de división del trabajo. Estos son: la estandarización del producto, la estabilidad de la demanda del producto y la certidumbre respecto al comportamiento a medio y largo plazo de la demanda del producto. Cuanto mayor sea la estandarización u homogeneidad de los productos fabricados mayores posibilidades habrá de utilizar maquinaria específica y también de parcelar la producción. De ahí que mayor podrá llegar a ser la división del trabajo. No obstante, el grado de estandarización es, en parte, una cuestión de definición. Muchos de los productos, especialmente los industriales, pueden considerarse como una «cesta de bienes». Por tanto, cualquier producto podrá variar entre uno en el que todos los componentes de la cesta sean iguales a otro producto en que sean diferentes. En el primer caso, el producto será totalmente estandarizado.
La estabilidad de la demanda del producto afectará a la división del trabajo por dos vías. Por una parte, cuando la demanda del producto es inestable y presenta fluctuaciones, en la parte baja del ciclo económico, ciertos factores productivos, especialmente el trabajo, dejarán de utilizarse. Esto hará que se reduzcan las ganancias de la división del trabajo. De hecho, la inestabilidad de la demanda puede equipararse con un nivel de demanda estable menor. Así pues, todo lo mayor que sea la inestabilidad de la demanda del producto, menor será la división del trabajo.
Por otra parte, en la medida en que la división del trabajo supone una inversión en capital mayor y el capital está tan especializado que no se puede transferir a otros usos durante las depresiones de la demanda, el desempleo periódico del capital que supone la inestabilidad también será un freno para la división del trabajo. En general, se puede elaborar un argumento parecido para cualquier factor de producción que se considere fijo o cuasifijo. Cuanto mayor sea el peso de los costes fijos, mayor será la sensibilidad frente a la inestabilidad de la demanda.
La relación entre la incertidumbre y la división del trabajo se sigue de un conjunto muy similar de consideraciones. Incluso, cuando la demanda del producto es inestable a lo largo del tiempo, se pueden estabilizar los programas de producción y obtener las economías de divisibilidad mediante variaciones de las existencias, pero la inversión en existencias será desalentada cuando las fluctuaciones sean impredecibles. No se estará dispuesto a mantener existencias si se desconoce el comportamiento futuro de la demanda. La incertidumbre desalentará, pues, la inversión en factores fijos que parecen acompañar a la división del trabajo.
En resumen, la productividad es una función de la destreza, la capacidad de innovar, el ahorro de tiempo y la especialización de los factores productivos. Cada una de éstas, asimismo, es una función de la división del trabajo. La división del trabajo es función de la dimensión del mercado, la estandarización del producto y la estabilidad y certidumbre de la demanda del producto.
El análisis del valor y de la distribución.
La importancia atribuida al mercado como regulador de la división del trabajo, exigía una explicación de la naturaleza del proceso económico y, especialmente, una determinación del valor. Smith, en este sentido, distingue entre valor en uso y valor en cambio: "la palabra valor tiene dos distintas inteligencias; porque a veces significa la utilidad de algún objeto particular, y otras aquella aptitud o poder que tiene para cambiarse por otros bienes a voluntad del que posee la cosa" (Smith, 1776). Y, para investigar los principios que regulan el valor permutable, investiga, en primer lugar, cuál es la medida real de dicho valor; en segundo lugar, cuáles son los componentes del precio real; y, en tercer lugar, las circunstancias diferentes que provocan modificaciones en el mismo.
La valoración y, consiguientemente, la determinación cuantitativa del producto neto, requiere que las dos agregaciones sean reducidas a la homogeneidad mediante el cómputo en términos de valor. La formulación de una teoría del valor llega a ser así una parte integrante e indispensable de la teoría de la distribución (Napoleoni, 1973).
Visto así, al igual que otros muchos economistas clásicos, el análisis del valor de Smith es al mismo tiempo un análisis de la distribución. Si el primero es consustancial a su teoría del crecimiento económico, el segundo no puede quedar marginado. No obstante, habrá como mínimo que esperar hasta David Ricardo para que esto se manifieste con toda su crudeza.
"El valor real de todas las distintas partes componentes del precio de las cosas viene, de esta suerte, a medirse por la cantidad del trabajo ajeno que cada una de ellas puede adquirir, o para cuya adquisición habilita al dueño de la cosas. El trabajo no sólo mide el valor de aquella parte de precio que se resuelve en él, sino de las que se resuelven en ganancias del fondo y renta de la tierra.
"En toda sociedad, pues, el precio de las cosas se resuelve por último análisis en una u otra de estas partes, o en las tres a un tiempo, y todas tres entran en la composición de aquel precio con más o menos ventajas, o con más o menos parte en él, según los progresos o adelantos de la sociedad." (Smith, 1976, p 97).
Para Smith, el trabajo es la medida real del valor en cambio de toda clase de mercancías. Y, la cantidad de trabajo, que equilibradamente una mercancía puede disponer, está determinada por el «precio natural» de la propia mercancía, es decir, por aquel precio que corresponde a las tasas naturales del salario, del beneficio y de la renta. Evidentemente, las tasas naturales del salario, del beneficio y de la renta son también valores de los que sería necesario precisar por qué están, a su vez, determinados. Por ello, no se consigue formular una teoría del valor de cambio que satisfaga aquel requisito formal esencial que consiste en determinar los valores a partir de elementos que no dependen ellos mismos de los valores. En este sentido, como dice Napoleoni, la teoría del valor de Smith es un fracaso.
Pero, en opinión de este mismo autor, existe un segundo sentido en el que la teoría smithiana no es un fracaso. Lejos de ser un fracaso constituye una etapa decisiva del pensamiento económico: en el contexto de una teoría del desarrollo capitalista, llega a asumir el significado de criterio para la determinación de la existencia y de la intensidad del mismo desarrollo. Es en este sentido en que el concepto de valor adquiere toda su relevancia como término del lenguaje smithiano y del análisis clásico.
Para quedar completo el modelo smithiano, se requiere una descripción de los mecanismos de la transformación y de los factores que gobernaban la asignación de la fuerza de trabajo entre empleos productivos y no productivos. Su previsión de que la productividad del trabajo subiría conforme el mercado se ampliara podía ayudarle sólo en una parte del camino hacia una explicación de la expansión económica. El análisis más fundamental del cambio dinámico descansaba sobre la teoría de la acumulación de capital.
La política económica en Adam Smith.
En opinión de Barber (1967), el conjunto de conceptos e ideas económicas de Adam Smith y sus actitudes hacia la política económica formaban parte de un todo. Consideraba el crecimiento económico como el fin básico, cuya deseabilidad estaba más allá de todo disputa. Y, por ello, la pertinencia de cualquier política particular debería medirse por sus efectos sobre el crecimiento económico y, particularmente, sobre la acumulación de capital y la especialización del trabajo.
De acuerdo con Viner (1927), La Riqueza de las Naciones contenía un ataque específico contra ciertos tipos de actuación gubernativa de los que Smith estaba convencido, tanto a priori como sobre una base empírica, de que actuaban contra la prosperidad nacional: las subvenciones, los derechos de aduana, las prohibiciones respecto al comercio exterior, las leyes de aprendizaje y establecimiento, los monopolios legales, las leyes de sucesión, que obstaculizaban el libre comercio de la tierra.
Bajo estos criterios, la regulación y el control estatal, en términos generales, eran vistos como perjudiciales. Pues, su efecto final era impedir una ampliación del mercado y desviar la actividad económica de su curso natural. De modo que toda intervención gubernativa no era bien vista. En su opinión, muchas de las actuaciones públicas que tenían objetivos bienintencionados, acababan generando efectos contrarios. Por ejemplo las Leyes de Pobres, al exigir la residencia en una parroquia concreta como condición para recibir, en su caso, el subsidio, restringían la movilidad de la mano de obra y, por ello, reducían el crecimiento económico y la generación de riqueza distribuible.
Al oponerse a muchas de las prácticas de los gobiernos de la época, Smith era coherente con su sistema analítico. Pero las críticas a los gobiernos no se derivaban directamente de su análisis, pues cuestionaba en ocasiones el que el laissez faire condujera al mejor de los mundos posibles. A veces, los intereses privados no regulados -tanto como los gobiernos- podrían comportarse de modo que suprimieran el progreso.
Este aparente conflicto conceptual, es resuelto -en opinión de Barber (1967)- mediante la consideración de que el crecimiento económico y el orden de competencia se reforzaban mutuamente. Los controles impedían la existencia de un ambiente de competencia, y ésta, suponía Smith, maximiza el crecimiento. Pero el mantenimiento de la competencia exigía una atmósfera de expansión económica. El progreso adquiría así un valor tanto instrumental como intrínseco: era el agente catalítico esencial para convertir la potencial discordia en armonía, y el disolvente de las barreras a la competencia efectiva. Sólo entonces podían ser frenadas las tendencias de la oferta a actuar contra el interés público. De forma similar, se requería de un clima de demanda creciente de mano de obra para neutralizar el poder de los capitalistas para abusar de los trabajadores desorganizados. Si la competencia era deseable como estímulo para el crecimiento, la expansión económica no era menos exigible para promover de un modo efectivo la competencia. No obstante, para Smith, el crecimiento implicaba otro supuesto que hacía innecesarias ciertas actuaciones públicas. En los beneficios del crecimiento participaban todas las clases sociales.
En su análisis general de las funciones propias del Estado, Smith dejó bien claro que restringiría las actividades del gobierno. De acuerdo con el sistema de la libertad natural, el soberano tiene únicamente tres deberes: primero, el deber de proteger a la sociedad de la violencia y la invasión de sociedades independientes; segundo, el deber de establecer una administración de justicia exacta; y, tercero, el deber de erigir y mantener ciertas instituciones públicas y determinadas obras públicas.
Esta tercera función suponía llevar a cabo una serie de actuaciones que ningún individuo o pequeño grupo de individuos tendría nunca interés en mantener, ya que los beneficios que comportaban no podrían compensar el gasto de ninguno de ellos, aunque frecuentemente compensase con creces a la sociedad en su conjunto. Pues, las obras e instituciones públicas de esta clase, dice, son aquéllas que tienden a facilitar el comercio y a promover la instrucción del pueblo. Para Smith, la participación del gobierno en la educación general del pueblo contribuiría a mejorar la industria, pues mejoraría a los ciudadanos. La educación pública era, además, necesaria para contrarrestar los perniciosos efectos de la división del trabajo y la desigual distribución de la riqueza.
Por otra parte, Smith -de acuerdo con Viner (1927)- hizo importante concesiones a la posibilidad de la promoción por parte del gobierno del bienestar general mediante obras e instituciones públicas. En muchas ocasiones, Smith apoyó las restricciones gubernativas sobre la iniciativa privada donde no estuvieran involucradas la justicia o la defensa, y donde el único objetivo fuese mejorar la dirección que la iniciativa privada daba a la inversión de capital, el curso del comercio y la utilización del trabajo.
En definitiva, siguiendo a Viner, cabe reconocer que Smith no fue un abogado doctrinario del laissez faire. Vio un amplio y elástico ámbito de actividad para el gobierno, mediante la mejora de los niveles de competencia. Atribuyó gran capacidad para servir al bienestar general a la iniciativa individual aplicada de modo competitivo para promover fines individuales. Dedicó un mayor esfuerzo a su exposición de la libertad individual que a explorar las posibilidades del Gobierno. No obstante, Smith se dio cuenta de que el interés y la competencia traicionaban a veces el interés público al que se suponía debían servir, y estaba preparado para que el Gobierno ejerciera alguna medida de control sobre ellos donde fuera preciso y cuando éste demostrara tener la suficiente capacidad para acometer la tarea.
David Ricardo.
Con Ricardo, la Economía política pierde la inclinación empírica que había sido tan característica del sistema de Adam Smith, y se vuelve más austera y abstracta. La elevada abstracción del análisis de Ricardo puede ser fruto de su excesiva preocupación por el largo plazo y tuvo como consecuencia un cambio en aspectos formales del lenguaje utilizado. Esta preocupación se pone claramente de manifiesto en una carta de éste a Malthus fechada en 1817:
Me parece que una causa importante de diferencia entre nuestras opiniones sobre los temas que hemos discutido tan a menudo es que tú tienes siempre en tu mente los efectos inmediatos y temporales de los cambios concretos mientras yo, por el contrario, dejo completamente de lado estos efectos inmediatos y temporales, para fijar toda mi atención en el estado permanente de las cosas, que resultará de ellos. Quizá tú das demasiada importancia a estos aspectos temporales, mientras yo estoy demasiado dispuesto a minusvalorarlos.
Sin embargo, no existe la menor duda de que los problemas que pusieron en movimiento el pensamiento de Ricardo fueron eminentemente prácticos y de orientación política (Spiegel, s.d.). Una prueba de ello se encontraría en el Ensayo sobre la influencia del bajo precio del grano sobre los beneficios del capital, cuyas pretensiones prácticas y políticas eran claras: la abolición de la proteccionista Ley de Cereales.
En esta obra, como generalmente se reconoce, se encuentra la esencia de una parte significativa del pensamiento de Ricardo, el cual tratará de desarrollar más ampliamente en los Principios de economía política y tributación. Esta parte de las ideas de Ricardo puede encontrarse sucintamente recogida en una carta de octubre de 1814 que Ricardo dirigió a Malthus:
La acumulación de capital está quizá preparando el terreno para unos beneficios permanentemente decrecientes. Me parece importante averiguar cuáles son las causas que pueden ocasionar un alza en el coste del producto bruto, ya que los efectos que tendría dicha alza sobre los beneficios serían diametralmente opuestos. El alza en el coste del producto bruto puede ser ocasionada por una gradual acumulación de capital que, al crear nueva demanda de trabajo, estimulará probablemente el crecimiento de la población y promoverá en consecuencia el cultivo o la mejora de tierras inferiores; esto no hará que aumenten los beneficios, sino que disminuyan, ya que, no sólo se elevará el nivel de los salarios sino que se emplearán más trabajadores que no darán lugar a un aumento proporcional del producto bruto.
La determinación de las leyes que rigen la distribución es el problema primordial de la Economía política ricardiana. La importancia debe buscarse en la estrecha relación que, en Ricardo, existen entre distribución, teoría del valor trabajo, acumulación y crecimiento económico. Se trata de conceptos que con Ricardo van a adquirir nuevas relaciones.
La producción total está determinada enteramente por condiciones técnicas, pero su división en renta, beneficios y salarios es determinada por la interacción de factores técnicos, económicos y demográficos. La renta es determinada por factores técnicos (diferente fertilidad de la tierra), los cuales tienen como consecuencia que sucesivas aplicaciones de trabajo a la misma cantidad de tierra rindan cantidades de producto cada vez menores (rendimientos decrecientes). La renta no entra en la teoría del valor de Ricardo, es una detracción del producto total. El valor de las mercancías está determinado por la cantidad de trabajo empleada sobre la tierra marginal, ésta es aquella porción de tierra que no rinde renta.
Los salarios no se relacionan con la aportación del trabajo al proceso productivo. El «precio natural del trabajo» se relaciona con el nivel de subsistencia (no estrictamente fisiológico) del trabajador y su familia. La acumulación de capital y el crecimiento demográfico están detrás de la desviación y ajuste del salario de mercado al natural. Los beneficios son un residuo. Tras detraer renta y salarios del producto total, lo que resta es retenido bajo la forma de beneficios. Se supone que los capitalistas están dispuestos a llevar su capital a aquella actividad que rinda una tasa de beneficios mayor que el promedio. La clase social que percibe los beneficios se caracteriza por su frugalidad, consume una pequeña parte de cuanto obtiene y dedica sus beneficios a la acumulación de capital. Pero ésta no puede perpetuarse indefinidamente. Motivado por los rendimientos decrecientes del nuevo capital (fijo y circulante) aplicado a tierras cada vez menos fértiles, la renta aumenta su valor real y monetario, el salario en dinero también, y en consecuencia la tasa de beneficios desciende. Este proceso, llevado a su último extremo, significa un estado estacionario. Aquí la tasa de beneficios se ha reducido a un mínimo, los capitalistas no tienen estímulo alguno para acumular. Este resultado final únicamente puede retrasarse, no evitarse, y son los descubrimientos y nuevos inventos el modo de diferir en el tiempo su llegada.
Teoría del valor en Ricardo.
El término valor, al igual que en Adam Smith, tiene dos sentidos: valor de uso y valor de cambio. "Poseyendo utilidad, las cosas derivan su valor en cambio de dos causas: de su escasez y de la cantidad de trabajo necesaria para obtenerlas". Sin embargo, la relevancia de unas y otras es radicalmente distinta.
"Existen algunas cosas cuyo valor está determinado solamente por su escasez. Ningún trabajo puede aumentar su cantidad y, por consiguiente, su valor no puede ser reducido aumentando la oferta … Su valor es enteramente independiente de la cantidad de trabajo necesaria para producirlas, y varía según el grado de riqueza y las inclinaciones de los que desean poseerlas."
"Estas cosas, sin embargo, constituyen una parte muy pequeña de la masa de artículos que se cambian diariamente en el mercado. La gran mayoría de estas cosas que son objeto de deseo se obtienen por medio del trabajo; y pueden ser multiplicadas no sólo en un país, sino en muchos, casi sin límite alguno, si estamos dispuestos a emplear el trabajo necesario para obtenerlas."
"Así, pues, al hablar de las cosas, de su valor en cambio y de las leyes que regulan sus precios respectivos, nos referimos siempre a aquéllas cuya cantidad puede ser aumentada por el esfuerzo de la industria humana y en cuya producción la competencia actúa sin restricciones." (Ricardo, 1821).
Aquí se encuentra uno de los fundamentos claves sobre los que se asienta la Economía política de Ricardo y, también, de los economistas clásicos y que, posteriormente, serán abandonados de la mano de la Economía marginalista.
La Economía política ricardiana tiene en la producción los cimientos sobre los cuales se desarrolla todo su esquema analítico. Como nos recuerda Pasinetti (1974), la teoría del valor ricardiana descansa fundamentalmente en los costes de producción medidos en unidades de trabajo. Ricardo se preocupa exclusivamente de las mercancías que resultan de un proceso de producción; y de estas mercancías lo que le preocupa no es el precio efectivo o de mercado que resulta de desviaciones accidentales y temporales; por contra, el centro de su preocupación es el «precio natural y primario», derivado de las condiciones técnicas de producción. Estas condiciones técnicas remitían a la cantidad de trabajo incorporado en la producción de las distintas mercancías. El valor (natural) relativo entre dos mercancías está en proporción directa a la relación del trabajo incorporado.
No obstante, a este principio general, el propio Ricardo reconoce una serie de excepciones que discute más abiertamente en su tercera edición de los Principios. Estas excepciones son presentadas en tres grupos: a) proporciones diferentes de capital fijo y circulante; b) duración temporal desigual del capital fijo; y, c) distinta rapidez de retorno del capital circulante.
Junto a éstas, existe un punto en que también se ve cuestionado el principio general ricardiano, el cual fue criticado abiertamente por sus contemporáneos: incluso aunque las cantidades relativas de trabajo necesarias para producirlas sigan siendo las mismas, una variación en la distribución de la renta comporta un cambio en el precio relativo de dos mercancías. Ésta será una dificultad adicional importante a la búsqueda de su patrón invariable de valor. Dificultad que nace en parte de las relaciones terminológicas entre acumulación y distribución.
Sin embargo, aunque reconocía estas excepciones, Ricardo mantuvo en lo fundamental su teoría y trató de vencer los reparos apelando al orden de la magnitud de las desviaciones causadas, que por su parte consideraba que las excepciones sólo podían provocar insignificantes desviaciones a su regla general.
Este proceder encaja perfectamente en la actitud ricardiana de buscar siempre los fundamentos de las cosas. Las relaciones de detalle sólo le preocupaban a la luz de las tendencias básicas; cuando resultaban demasiado complicadas y creaban dificultades, aquéllas que consideraba menos importantes eran congeladas mediante toscos supuestos (Pasinetti, 1974). Pero, este modo de proceder está en parte detrás del fracaso ricardiano en solucionar el problema que subsiste en su teoría del valor. Ahora bien que Ricardo no consiga resolver los problemas fundamentales que plantea en sus Principios y que algunos de ellos encuentren, de la mano de Sraffa (1960), su resolución un siglo más tarde, no significa en modo alguno, como recuerda Napoleoni (1973), que éstos no fuesen problemas fundamentales de la Ciencia Económica.
Ricardo y los economistas posteriores.
Una de las grandes lagunas del esquema ricardiano era la ausencia de una teoría de la demanda. Ricardo aceptaba el cumplimiento de la ley de Say. Él y los economistas clásicos tenían que ser criticados en el mismo momento en que los economistas volcasen su atención a los problemas conectados con la demanda. Esta crítica, como expone Pasinetti (s.d.), no supuso una corrección de los planteamientos clásicos en ese punto, sino que en vez de ello, supuso un desplazamiento a un tipo de problemas totalmente distintos: los relacionados con aquellos bienes escasos y la generalización de su principio al conjunto de situaciones económicas. Y esta nueva orientación propició el surgimiento de nuevos conceptos y, en general, de un nuevo marco conceptual.
Este tipo de problemas nuevos se asocia a situaciones en que los agentes económicos intentan obtener ventajas a través del intercambio; y, atañe al problema de cómo lograr la mejor asignación de unos recursos dados, es decir, cómo hacer uso de lo que está disponible. El problema implicado es un problema de racionalidad, que puede expresarse mediante una función matemática a maximizar bajo ciertas restricciones.
Frente a los problemas abordados por los clásicos y, especialmente, por Ricardo, son éstas cuestiones propiamente estáticas. Las cuestiones abordadas por los economistas clásicos, la producción, responden a un contexto dinámico. La producción es el compromiso y la aplicación del ingenio humano a crear y dar forma a los productos que desea. Pero, dado que haciéndolo y experimentando el hombre aprende, está implícito en la naturaleza misma de llevar a cabo una actividad productiva en la que descubrirán nuevos y mejores métodos de producción. Por supuesto que hallar nuevos métodos toma tiempo, y toma tiempo de forma persistente. El economista se enfrenta aquí no ya al problema de la racionalidad, sino a un proceso de aprendizaje.
Cualquier formulación matemática de este problema no puede dejar de ser función del tiempo, dado que el proceso avanza a pasos cortos y puede parecer bastante despreciable en el corto plazo; pero, como se produce incesantemente, está inevitablemente abocado a hacerse más pronunciado cuando más largo es el período considerado. No son saltos en el tiempo de una situación de equilibrio a otra. El proceso de aprendizaje asociado en la producción implica un movimiento persistente, no un cambio de una vez por todas, sino una tasa de variación en el tiempo, un movimiento acumulativo e indefinido.
Son, pues, dos tipos de problemas distintos los que preocupaban a clásicos y marginalistas, de ahí que sus características conceptuales y su lenguaje sean distintos. Una clara diferencia entre ambos es que su relevancia práctica con relación al tiempo es opuesta. Uno tiene su relevancia en el corto plazo, y el otro en el largo plazo. "Esta oposición lleva con ella profundas consecuencias para el análisis teórico, ya que normalmente induce al teórico a actitudes diametralmente opuestas respecto al tipo de hipótesis a escoger." (Pasinetti, s.d.).
Por otra parte, Ricardo fue el primero en introducir, a partir de un simple ejemplo de comercio entre Inglaterra y Portugal, el concepto de ventajas comparativas. Posteriormente los economistas Heckescher y Ohlin intentaron dar explicación de las ventajas comparativas. Ciertamente los supuestos de partida no son los mismos, pero no difieren mucho las prescripciones que se derivan del modelo Heckescher-Ohlin respecto de aquellas otras que emanan de la propuesta ricardiana. En ambos casos los beneficios del libre comercio para ambos participantes se fundamentan sobre las ventajas relativas de costes entre países (productividad del trabajo -Ricardo- o la dispar abundancia de factores productivos -Herckescher-Ohlin-. Por consiguiente, no puede negarse que existan diferencias entre ambas, pero generalmente éstas han sido pasadas por alto, dando con ello la impresión de una continuidad en las tradiciones doctrinarias. Lo cual no es totalmente correcto, pero tampoco totalmente falso. No puede descartarse que el punto de partida para la elaboración teórica sea una teoría ya existente con la cual se acabará enfrentando.
La política económica como base del análisis económico: D. Ricardo.
La contribución más importante de David Ricardo sobre política económica se centro en las Leyes de Cereales. Ricardo, al abogar por su abolición, se vio en la necesidad de desarrollar todo un esquema analítico y conceptual que pudiese justificar las mismas dados los perniciosos efectos que, en su opinión, tenían dichas leyes sobre el conjunto de la economía. Es decir, Ricardo, al oponerse a las Leyes de Cereales, no simplemente estaba luchando a favor de la libertad de comercio y de movimiento de recursos, sino que consideraba que afectaban a las posibilidades de una expansión económica estable.
El mecanismo tenía su base en la interconexión existente, en el marco ricardiano, entre distribución y crecimiento. Las Leyes de Cereales suponían un elevado precio de los mismos, cuyas consecuencias inmediatas eran elevar los salarios y las ganancias de los terratenientes, al poner en cultivo tierras marginales. De este modo se ejercía una presión a la baja sobre los beneficios de los capitalistas; y, se frenaban las condiciones y posibilidades de acumulación de capital. En definitiva, en el caso de Ricardo, al igual que sucediese en el caso de Adam Smith, el crecimiento económico era el vector u objetivo que actuaba como criterio para valorar la oportunidad y repercusiones de distintas actuaciones públicas.
No obstante, esa postura ricardiana, además de propiciar su desarrollo conceptual sobre la acumulación de capital, también contribuyó a la elaboración de su teoría de la ventaja comparativa; esto es, sus argumentos a favor del libre comercio. Formuló éstos de un modo coherente con su enfoque general: comparando las cantidades de trabajo necesaria para obtener los bienes en el interior de diferentes países. Si los costes de los bienes internacionalmente comerciables -expresados desde el punto de vista del factor trabajo- difieren entre dos países, cada uno podía beneficiarse especializándose en la producción de aquel bien en el que tuviese ventajas comparativas. De este modo, ambos países se beneficiaban del comercio internacional. Pero, en el trasfondo de estos argumentos no se encuentra simplemente la necesidad de reconocer las ganancias generales de la especialización y del comercio. Era necesario, sobre todo, advertir la importancia de que el comercio británico discurriera por unos cauces que impidieran la erosión de los beneficios de los capitalistas internos.
No obstante, la efectiva realización de los beneficios del comercio internacional exigía un saneado sistema financiero internacional. Las posiciones ricardianas en materia monetaria y financiera estaban dominadas por esta preocupación. El sistema monetario nacional debería, en su opinión, regularse para evitar la desorganización de la división internacional del trabajo. Los aumentos de la masa monetaria en el interior de una economía amenazaban la posición comercial de un país, en la medida en que llevaran a aumentos de precios que hicieran las exportaciones menos competitivas en el mercado exterior y las importaciones más atractivas en el mercado interior.
La posición de Ricardo, en cuestiones monetarias, era bullonista. Mantuvo que la oferta monetaria interna debería quedar ligada estrictamente con la reserva de oro del país. En este contexto, la emisión de billetes de un país que sufriera una pérdida de oro, a través de un saldo comercial desfavorable, se contraería automáticamente. Una reducción de la oferta monetaria tendería a deprimir el nivel de precios, induciendo así reajustes en el comercio exterior. Las exportaciones del país deficitario se harían más atractivas en el mercado internacional, mientras que, al declinar los precios de los productos interiores, las importaciones se verían dificultadas.
Respecto a las cuestiones tributarias, Ricardo las analizaba a partir de su incidencia sobre el crecimiento económico. Aunque contrario, en términos generales, a una intervención gubernativa en economía, reconocía ciertas funciones estatales como necesarias y que solamente podían ser realizadas por los gobiernos.
John Stuart Mill.
A diferencia de muchos de sus predecesores, J.S. Mill (1803-73) dejó su huella no sólo en el campo de la Economía, sino también los de la Filosofía y la Ciencia Política. Sus trabajos en tan amplios campos resultaron de una precoz educación diseñada por su padre, J. Mill. Como reconoce el propio J.S. Mill en su Autobiografía, publicada después de su muerte, antes de los quince años ya había leído y discutido a los clásicos griegos y a los economistas políticos de la época. A esta temprana formación intelectual hay que añadirle un segundo rasgo: la gran apertura y flexibilidad de su pensamiento. J.S. Mill irá incorporando a lo largo de su vida intelectual elementos procedentes de diversas ramas del saber, también realizará un recorrido por posiciones intelectuales claramente enfrentadas: desde el utilitarismo de Bentham al conservadurismo de Coleridge y el positivismo de Comte. De cada uno de ellos tomará una parte y rechazará otras, aunque su proceder sea de un acercamiento inicial y un posterior alejamiento, cuando no de un claro enfrentamiento. Junto a ello, hay que añadir su interés por las cuestiones prácticas. Mill puede aparecernos como un reformista social y un posibilista del desarrollo capitalista. En este punto, hay que tener presente que el mundo económico que conoció J.S. Mill había sufrido un cambio considerable desde la situación a la que se enfrentase por ejemplo Ricardo.
La amplitud del pensamiento de J.S. Mill y su preocupación por las cuestiones prácticas contribuyeron a que tuviese una posición ecléctica entre sus contemporáneos. También ha dado lugar a divergentes interpretaciones de su labor intelectual por parte de los escritores del siglo XX. "Para los adversarios de la intervención del gobierno, para los creyentes en el benthamismo puro, el abandono por Mill del laissez faire doctrinario fue no sólo una apostasía, sino que disminuyó también su importancia como representante del liberalismo de principios del siglo XIX. Y a los adversarios rigurosos del laissez faire la actitud de Mill les parecía demasiado débil para ser satisfactoria." (Roll, 1939).
Para Spiegel (s.d.), una vez establecida ampliamente la preeminencia intelectual que debe reconocérsele, no debería sorprender el hecho de que Mill pusiera al servicio de la Economía política una perspectiva compartida por muy pocos economistas del siglo XIX. Su enorme interés por la posición del hombre en el mundo y por sus acciones dio una nueva dirección y un nuevo enfoque a las aportaciones de Mill a la Economía. Sus análisis puramente económicos, que subrayan el crecimiento de la producción o de la eficiencia dan lugar a otros nuevos y más completos en los que destaca la calidad de vida y el pleno desarrollo del hombre. "Mill fue un economista técnico, y como tal un maestro, pero su economía técnica está modelada por sus ideas como filósofo social."
Sin embargo, para Roll (1938), su teoría económica carece del rigor lógico y su filosofía social de la firme coherencia que son las características sobresalientes de los «constructores de sistemas." "Pero, no obstante sus insuficiencias analíticas, Mill dejó un legado extremadamente valioso en su intento de combinar el análisis con las conclusiones políticas, en realidad de hacer de aquél un instrumento al servicio de éstas."
Por otra parte, la amplia formación intelectual de Mill le permitió diferenciar las diferentes ramas del saber. Ello incluso a pesar de su estrecha relación con Comte quien quería desarrollar una «ciencia general de la sociedad».
"A pesar del consenso universal acerca de los fenómenos sociales, según el cual nada de lo que ocurre en parte alguna de la sociedad deja de influir sobre todas las demás partes, y a pesar de la suprema ascendencia que el estado general de la civilización y del progreso social en una sociedad determinada tiene, por tanto, que ejercer sobre los fenómenos parciales y subordinados; no es menos cierto que diferentes especies de hechos sociales dependen principalmente de diferentes clases de causas; y por consiguiente no sólo pueden estudiarse con ventaja por separado, sino que así deben estudiarse …
Hay, por ejemplo, una extensa clase de fenómenos sociales cuyas causas determinantes inmediatas son principalmente aquellas que actúan a través del deseo de riqueza; y en las cuales la ley psicológica dominante es la muy familiar de que se prefiere la ganancia mayor a la menor … Así puede construirse una ciencia que ha recibido el nombre de economía política. (Logic. II. pp 480-1).
El reconocimiento de un todo social en el que, a pesar de las interrelaciones, es necesario diferenciar causas con distinto origen o factores distintamente significativos puede encontrarse en otros textos de Mill.
Así, como nos recuerda Blaug (1980), al analizar la definición proporcionada por Mill del homo oeconomicus: "Lo que Mill nos dice es que hemos de abstraer ciertas motivaciones económicas, …, al tiempo que hemos de tener en cuenta la presencia de motivaciones no-económicas. … En definitiva, Mill opera con una teoría del «hombre ficticio». Además subraya también el hecho de que la esfera económica es tan sólo una parte del área total de la conducta humana. En este sentido, la Economía política trabaja sobre dos abstracciones: una, la conducta realmente motivada por la renta monetaria, y otra, la conducta que supone «impulsos de otro tipo»."
Sin embargo, la divergencia de los factores causantes o de las causas más evidentes puede encontrarse en los Principios y su distinción de las leyes que rigen la producción de aquellas otras que rigen la distribución. Justamente, "Las leyes de la producción y la distribución, y algunas consecuencias de carácter práctico que de ellas se deducen, son el objeto del siguiente tratado." El tratado en cuestión es los Principios de Economía Política. Con algunas de sus aplicaciones a la filosofía social, publicado por primera vez en 1848. La última edición corregida por el autor data de 1871[28]
Como recuerda Blaug (1968), durante toda la segunda mitad del siglo XIX, los Principios de Mill fueron la Biblia indiscutida de los economistas. Hacia 1890, el texto de Marshall empezó a desplazar a Mill en los países de habla inglesa, pero aún en 1900 el libro de Mill continuaba siendo libro de texto básico en los cursos elementales de Economía de las universidades británicas y americanas.
"La extraordinaria vigencia del libro fue debida, en gran parte, a su mezcla de elementos clásicos y anticlásicos. Representaba la síntesis final de la doctrina ricardiana con muchas cualificaciones y refinamientos introducidos por los críticos de Ricardo, apuntando lo bastante al «coste real» del capital y a la influencia de la demanda en la determinación de los precios como para permitirse conciliar las nociones ricardianas con la teoría subjetiva del valor. El tratado de Mill abarca casi todas las ramas de la economía y por ello ocupa un lugar único en la literatura económica. Además, su altura de tono y elegancia de estilo contribuyeron a reforzar su autoridad." (Blaug, 1968).
En opinión de Barber (1967), quizá lo más significativo de las modificaciones de Mill a la tradición clásica, sea su reinterpretación de las leyes que gobiernan generalmente la actividad económica y, más particularmente, la distribución de la renta. La separación de las leyes que rigen la producción de aquellas otras que lo hacen para la distribución conduce, en la esfera del valor, a un debilitamiento del análisis del coste real. "Aunque Mill admitía todavía un elemento de costo en su teoría, concedía mucha mayor importancia a los fenómenos de mercado de la oferta y la demanda." (Roll, 1939). Pero, en este punto la posición de J.S. Mill será bastante diferente de la que mantengan los economistas neoclásicos.
La producción y la distribución.
En las observaciones preliminares de sus Principios, J.S. Mill destaca como uno de los rasgos del mundo económico en que le tocó vivir el hecho que:
"… las modernas comunidades industriales, difieren mucho unas de otras en todas esas particularidades que les son características. Aunque muy ricas en comparación con épocas anteriores, lo son en grado muy diferente. Aun entre aquellos países con justicia considerados como los más ricos, algunos han hecho un uso más completo de sus recursos productivos, y han obtenido, en proporción a su extensión territorial, un producto mucho mayor que otros; y no sólo difieren en la cantidad de riqueza, sino también en la rapidez del crecimiento de ésta. Las diferencias en la distribución de la riqueza son todavía mayores que en la producción. Existen grandes diferencias en la situación de las clases más pobres de los diferentes países y en el número relativo y la opulencia de las clases que están por encima de los más pobres." (Mill, 1909).
La variabilidad temporal y espacial será también objeto de especial atención por parte de un grupo destacado de economistas posteriores (infra), pero las causas responsables serán diferentes, aunque no de modo extremo:
"Esas notables diferencias …, en cuanto a la producción y distribución de la riqueza, han de depender de ciertas causas, como todos los demás fenómenos. Y para explicarlas no basta atribuirlas exclusivamente al grado de conocimiento de las leyes de la naturaleza y de las artes físicas de la vida alcanzado en diferentes épocas y lugares. Cooperan muchas otras causas; y ese mismo progreso y desigual distribución del conocimiento físico son en parte efectos, en parte causas, del estado de la producción y de la distribución de la riqueza." (Mill, 1909).
La situación económica de las naciones depende para Mill del estado de los conocimientos físicos, esto es, de las ciencias físicas y de las artes que en ellas se basan -la tecnología-. Pero también tiene causas morales o psicológicas, que dependen de las instituciones y de las relaciones sociales.
"La producción de riqueza, la extracción de los materiales de la tierra, de los instrumentos para la subsistencia y la felicidad humanas, no es, evidentemente, cosa arbitraria. Tienen sus condiciones necesarias. De éstas, unas son físicas y dependen de las propiedades de la materia y del grado de conocimiento de éstas que se posea en un determinado lugar y en determinada época. Éstas no las investiga la economía política, sino que las supone, recurriendo a las ciencias físicas y a la experiencia ordinaria para fundamentarse. Combinando esos hechos de naturaleza exterior con otras verdades relacionadas con la naturaleza humana, intenta descubrir las leyes secundarias o derivadas que determinan la producción de la riqueza; en las cuales ha de residir la explicación de las diferencias de riqueza y de pobreza, tanto del presente como del pasado, y la razón de cualquier aumento de riqueza que el futuro nos reserve.
"Las leyes de la distribución, a diferencia de las de producción, son en parte otra de las instituciones humanas, ya que la manera según la cual se distribuye la riqueza en una sociedad determinada dependen de las leyes o las costumbres de la época. Pero si bien los gobiernos o las naciones disponen del poder para decidir qué instituciones han de existir, no pueden determinar de manera arbitraria cómo funcionarán esas instituciones. Las condiciones de las cuales depende ese poder que poseen sobre la distribución de la riqueza, y la forma en que afectan a la distribución los diversos modos de conducta que la sociedad cree conveniente adoptar, son un objeto tan apropiado a la investigación científica como cualquiera de las leyes físicas de la naturaleza." (Mill, 1909).
Del estado estacionario.
La tendencia a un estado estacionario en la vida económica en su vertiente de límites al crecimiento económico también es un aspecto destacado por un grupo reciente de economistas. Son aquellos que se pueden agrupar bajo la denominación de Economía ecológica. Algunos de estos autores se refieren a Mill y a los economistas políticos clásicos a la hora de destacar antecesores. Para éstos y para los economistas ecológicos, el estado estacionario aparece como un problema, mientras que Mill quería alejarse de esta visión y, por ello fue y será criticado.
Sin embargo, las razones explicativas de ese estado estacionario dependen en cada caso de variables muy diferentes. Para nuestros contemporáneos, los límites se encuentran en los recursos materiales y energéticos, también para Jevons (1865) éstos eran un límite. Para los clásicos, por el contrario, la tendencia al estado estacionario se encontraba su causa en la caída de la tasa de beneficios y en la inexistencia de nuevas posibilidades de acumulación de capital. En este sentido, Mill nos dice: "No puedo, pues, mirar al estado estacionario del capital y la riqueza con el disgusto que por el mismo manifiestan sin ambages los economistas de la vieja escuela." (Mill, 1909). Frente a ésta, la posición de Mill queda recogida en la siguiente cita de sus Principios:
"Casi no será necesario decir que una situación estacionaria del capital y de la población no implica una situación estacionaria del adelanto humano. Sería más amplio que nunca el campo para la cultura del entendimiento y para el progreso moral y social; habría las mismas posibilidades de perfeccionar el arte de vivir, y hay muchas más probabilidades de que se perfeccione cuando los espíritus dejen de estar absorbidos por la preocupación constante del arte de progresar. Incluso las artes industriales se cultivarían con más seriedad y con más éxito, con la única diferencia de que, en vez de no servir sino para aumentar la riqueza, el adelanto industrial produciría su legítimo efecto: el de abreviar el trabajo humano. Han permitido que una población más numerosa viva la misma vida de lucha y reclusión, y que hagan fortuna un número mayor de fabricantes y otras personas. Han aumentado las comodidades de las clases medias. Pero no han empezado a realizar esos grandes cambios en el destino humano, que pueden y deben llevar a cabo. Sólo cuando, además de instituciones justas, la previsión juiciosa guíe el crecimiento de la humanidad, podrán convertirse en propiedad común de todas las razas humanas las conquistas hechas sobre las fuerzas de la naturaleza por la inteligencia y la energía de los descubridores científicos, y servir para elevar y mejorar la vida de la humanidad." (Mill, 1909).
Lejos de rígidas leyes de conformación de los marcos institucionales y de las relaciones sociales que describen algunos como ineludibles, Mill abre la puerta del posibilismo y de la reforma social. Bajo la dinámica económica capitalista el desarrollo social puede tomar configuraciones muy contrastadas. Este posibilismo de Mill resulta de la confrontación que tiene que realizar de ideas procedentes de diversos campos del conocimiento más allá de la estricta Economía y también de su interés por la aplicación práctica.
J.S. Mill y la política económica.
Las posiciones de Mill respecto a la política económica diferían significativamente de las de sus antecesores. Trazó un programa de mayor intervención pública en la economía. Al igual que sus predecesores, otorgaba importancia a la actuación estatal en la educación. Y, como estos, criticó la administración de un subsidio de pobreza porque tenía efectos desafortunados sobre la movilidad de la mano de obra y su asignación a los usos socialmente más eficaces.
La mayor diferencia respecto a sus predecesores se encuentra en el reconocimiento de una importante función estabilizadora de los gobiernos. La llegada del estado estacionario podía anticiparse por movimiento de tipo especulativo. En este contexto, en opinión de Mill, sería positivo que el Estado recogiera por medio de impuestos una parte significativa de esos recursos financieros potencialmente utilizables en inversiones y los utilizara para financiar proyectos socialmente beneficiosos. Esto relanzaría la caída de la tasa de beneficios del capital privado, al tiempo que introduciría una mayor estabilidad en el sistema económico.
No obstante, ésta no era la única vía para frenar la tendencia a la caída de la tasa de beneficios. La otra se encontraba en la canalización exterior de las inversiones. Ello tendría efectos positivos, tanto en la tasa de beneficios interior, como en los costes. Pues si las exportaciones de capital se dedicaran a desarrollar fuentes de alimentos y materias primas de bajo coste para el país se podrían reducir los costes de producción interiores.
Otro aspecto en que se alejaba Mill de la tradición clásica se encuentra en su actitud hacia la propiedad privada. En sus últimas opiniones, consideraba las instituciones sociales existentes como meramente provisionales y susceptibles de cambios significativos.
Marx y la teoría económica.
"La mayor parte de las creaciones del intelecto o de la fantasía desaparecen para siempre después de un intervalo de tiempo que varía entre una hora de sobremesa y una generación. Con otras, sin embargo, no ocurre así. Sufren eclipses, pero reaparecen de nuevo; y no como elementos anónimos de un legado cultural, sino con su ropaje propio y con sus cicatrices personales que pueden verse y tocarse. Podemos llamar a éstas las grandes creaciones, definición que tiene la ventaja de enlazar la grandeza con la vitalidad. Tomada en este sentido, tal es indudablemente la calificación que hay que aplicar al mensaje de Marx." Con estas palabras inicia Schumpeter (1954) el tratamiento de "La doctrina marxista" en su obra Diez grandes economistas: de Marx a Keynes.
Para Schumpeter (1954), definir la grandeza de una creación por su capacidad de resurgir implica además la ventaja de que ésta logra así independizarse de nuestro amor o nuestro odio. No es necesario creer que una gran contribución, en sus líneas fundamentales o en sus detalles, deba forzosamente ser una fuente de luz y perfección. Podemos pensar, por el contrario, que se trata de un poder de las tinieblas; podemos juzgar que es errónea en sus fundamentos o estar en desacuerdo con algunos de sus puntos particulares. En el caso del sistema marxista, tal juicio adverso, e incluso la refutación más rigurosa, por su mismo fracaso para herirlo mortalmente, sólo sirven para poner de manifiesto la fortaleza de la estructura.
Marx, en opinión de Schumpeter, recoge distintas personalidades que denomina como «profeta», «sociólogo», «economista» y «maestro». De todas ellas nuestros intereses, naturalmente, se centran en el economista y en su contribución a las ideas económicas y a la elaboración de un nuevo lenguaje económico. En este punto, la opinión de la profesión no puede ser más enfrentada. Para unos, como Blaug (1984), sus ideas carecen de carácter científico, a pesar de dedicar, en su obra de 1980, casi cien páginas a la economía marxista. Para otros, en sus obras se encuentran los elementos esenciales para una auténtica comprensión de la realidad económica capitalista.
Pero carece de sentido tanto una como otra posición, pues la obra económica de Marx, al igual que las demás grandes obras, no está libre de fallos ni está desprovista de méritos. Como en cierta ocasión expresase Luis Ángel Rojo (1984), es necesario ver su obra, sobre todo la de su madurez, como un esfuerzo por ofrecer un tratamiento científico de la realidad socioeconómica. En este sentido, cabe recordar que el objetivo último de su principal obra económica es, en definitiva, sacar a la luz la ley económica que rige el movimiento de la sociedad moderna.
Para Schumpeter (1954), es fácil comprender la razón por la cual tanto sus partidarios como sus enemigos han interpretado de manera incorrecta la naturaleza de su contribución en el campo puramente económico. Para sus partidarios, que veían en él algo muy superior al mero teórico profesional, habría sido casi una blasfemia dar demasiada prominencia a este aspecto de su sistema. Para sus enemigos, en el marco de sus razonamientos teóricos, resultaba casi imposible admitir que Marx, en algunas partes de su obra, hubiese realizado ese tipo de trabajo que tanto valoran ellos mismos cuando procede de otras manos. Pero, además, el frío metal de la teoría económica aparece en las páginas de la obra marxista inmerso en una abundancia tal de expresiones ardientes, que llega a adquirir una temperatura que naturalmente no le corresponde. Por lo general, todos aquellos que consideran con desprecio las pretensiones de Marx como teórico en sentido científico no tienen en cuenta, por supuesto, el verdadero pensamiento de éste, sino precisamente esas mismas expresiones, su apasionado lenguaje y sus vehementes acusaciones contra la «explotación» y la «depauperación».
Tras un análisis crítico, Schumpeter (1954) cierra el estudio de Marx economista diciendo:
"Primero: la obra de Marx, desde el punto de vista exclusivo del análisis económico, no puede ser considerada como un éxito absoluto; y segundo: que si se considera desde el punto de vista de las contribuciones teóricas audaces, no puede decirse que sea por completo un fracaso."
"…, aunque Marx se equivocó frecuentemente… , sus críticos estuvieron muy lejos de tener siempre razón.
"…, debe apuntarse también en su favor la contribución que hizo, tanto crítica como positiva, a un gran número de problemas particulares.
"… existe, en verdad, en la obra de Marx una importante contribución, capaz de compensar por si sola todas sus deficiencias teoréticas. En el análisis marxista, a través de todo cuanto hay de erróneo e incluso de acientífico, fluye una idea fundamental cuya corrección y carácter científico es indudable: la idea de una teoría entendida no simplemente como un número indefinido de modelos particulares inconexos o como lógica de las magnitudes económicas en general, sino como secuencia real de tales modelos, esto es, una teoría que pretende explicar cómo el proceso económico, a impulsos de su propia energía interna, se desarrolla en el tiempo histórico, produciendo en cada instante una situación concreta que por si misma tiende a determinar la situación que ha de sucederla. De este modo, el autor de tantas concepciones erróneas vino también a ser el primero en concebir lo que aún hoy sigue siendo la teoría económica del futuro, para construir la cual estamos aún acumulando piedras y argamasa, esto es, datos estadísticos y ecuaciones funcionales."
Marx y sus antecesores.
En el pensamiento económico de Marx, si bien forjado a partir de múltiples y meticulosas lecturas, sobresale la influencia de Ricardo. Como teórico fue discípulo de Ricardo. "Y esto, no sólo por el hecho de que tomase las tesis de Ricardo como punto de partida para su propio razonamiento, sino también … porque fue precisamente a través de Ricardo como aprendió a teorizar. Siempre se sirvió de los instrumentos analíticos creados por Ricardo, y todos los problemas teóricos que se le plantearon procedían de las dificultades que encontró a lo largo de su profundo estudio de la obra de éste y de las sugerencias para ulteriores investigaciones que de la misma extrajo." (Schumpeter, 1954). Aunque pueden encontrarse grandes diferencias en lo que respecta a las expresiones, al método de deducción y a las implicaciones sociológicas, la tesis conceptual que sostiene Marx en el ámbito del valor es la misma que Ricardo: la teoría del valor trabajo como trabajo incorporado. Pese a su hostilidad hacia la Economía clásica, hizo suya una gran parte de la estructura analítica de ésta. Reelaboró las categorías conceptuales clásicas, las modificó y les prestó nuevos significados, pero el núcleo central de su sistema lo heredó de los economistas políticos clásicos (Barber, 1967).
Sin embargo, el enfoque de Marx era profundamente diferente. No pensaba en situaciones hipotéticas, sino en épocas históricas específicas, y consideraba la historia como una sucesión de etapas gobernadas, cada una de ellas, por leyes inmutables. Sobre esta base, sostuvo que los descubrimientos de la economía política clásica no eran válidos al no tener en cuenta el significado pleno de la dinámica interna del proceso histórico.
Pero, Marx supo también perfeccionar los instrumentos conceptuales recibidos de Ricardo. Sustituyó, acertadamente en opinión de Schumpeter, la distinción ricardiana entre capital fijo y capital circulante por la de capital constante y capital variable; como también las rudimentarias nociones sobre la duración del proceso productivo, procedentes de Ricardo, por el concepto más riguroso de «estructura orgánica del capital», que depende de la relación entre capital constante y capital variable. Todo este nuevo vocabulario permite el desarrollo analítico desde la teoría del valor a la teoría de la acumulación.
Los nuevos conceptos (marxistas).
Marx se apropió de los conceptos clásicos del valor trabajo y del valor de los bienes y con ellos, se equipo para ofrecer una interpretación alternativa de la producción y la distribución en la sociedad capitalistas. Extendió la teoría del valor a la propia fuerza de trabajo: su valor estaba basado en el trabajo incorporado requerido para su subsistencia y adiestramiento. Pero sobre la base de estos conceptos incorporó otros nuevos: la fuerza de trabajo es la capacidad potencial de trabajar en unas condiciones determinadas durante un número de horas determinado. Ésta es la mercancía que vende el trabajador. Pero el capitalista adquiere, en el mercado, el valor de uso de la fuerza de trabajo (disponibilidad del tiempo de trabajo del trabajador, estipulado entre las partes). Existe una diferencia entre el valor de cambio de la fuerza de trabajo (v) y el valor de uso (l) a favor de ésta, la cual es el origen de la plusvalía (s). Y, la relación de esta plusvalía con el valor de la fuerza de trabajo da lugar a la tasa de explotación (e).
Los medios de producción y el valor de la fuerza de trabajo son los objetos en que se materializa la inversión capitalista y, ambos se constituyen en capital (constante el primero y variable el segundo). Durante la producción, el capital constante pasa al producto el valor que lleva incorporado y que fue pagado; mientras que el trabajo pasa un valor superior al de la fuerza de trabajo. El trabajo es la única fuente de plusvalía y, por tanto, origen único del beneficio. Y, en el mantenimiento de la diferencia entre el valor de cambio y el valor de uso de la fuerza de trabajo interviene la competencia que el ejército industrial de reserva de desempleados establece entre los trabajadores para encontrar empleo y asegura que los salarios estén al nivel de subsistencia.
Además de la tasa de explotación, otras relaciones importantes serán la referida a la «composición orgánica del capital», proporción entre capital fijo y capital variable; y, la tasa de beneficio:
Esta es una noción similar a la clásica, pues se expresa como el porcentaje del rendimiento sobre los pagos anticipados a los trabajadores, así como los costes corrientes de materias primas y capital constante. La mayor parte del análisis dinámico de Marx descansa en el comportamiento esperado de estas relaciones.
Tres modos diferentes de contemplar los procesos de producción de valor y los procesos de producción son los llamados tres circuitos del capital: del capital-mercancía (M-M"), del capital productivo (CP-CP") y del circuito monetario (D-D"). Estos circuitos, similares a un esquema circular de la renta, permiten plasmar un proceso dinámico en el que tienen lugar las actividades de acumulación y crecimiento de variables reales y monetarias (Desai, 1974).
El circuito D-D" es el más importante en la producción mercantil, pues manifiesta la búsqueda del beneficio. Comienza con la compra de mercancías que constituyen el CP y termina con la venta de output (M") y la realización de una suma de dinero (D"). El plusvalor o autoexpansión del capital tiene lugar en el tramo intermedio en el que los inputs son usados como capital. El cambio D-T, dinero por fuerza de trabajo, constituye la relación social fundamental. Esta relación de intercambio esconde relaciones de clase.
Aunque la relación social fundamental tiene lugar en el intercambio D-T, la producción de plusvalor se realiza en la parte intermedia del circuito. En ella tiene lugar el proceso de producción que transforma las mercancías inputs (M) [con inclusión de trabajo (T) y materiales de producción (MP)] – en capital productivo para generar un output (M"):
En el capital industrial no sólo existen mecanismos de apropiación de plusvalor, sino también de creación de plusvalor. Los cambios constantes en la tecnología van dirigidos a mejorar la productividad en la fase M ( CP ( M".
La dinámica en la Economía marxista.
El mecanismo de acumulación bajo el capitalismo podría explicarse en su origen por la creación de plusvalía y por las presiones sobre los capitalistas para reinvertir una parte sustancial de la misma. La relevancia de la producción de plusvalor como mecanismo que posibilita la acumulación será abandonada por los economistas marginalistas. Estos, al dejar de considerar la producción como el problema clave de la economía capitalista y sustituirlo por el de asignación (óptima de recursos), dejarán de prestar atención a esa parte intermedia del circuito económico. Consiguientemente, se dejará de prestar atención a las formas que irá revistiendo bajo el capitalismo el proceso de trabajo, y la conexión de éste con la dinámica de la acumulación.
Además de los propios escritos de autores marxistas y neomarxistas, habrá que esperar a los escritos regulacionistas franceses de la segunda mitad de este siglo para reinstaurar la importancia de las modalidades del proceso de trabajo y la conexión de éstos con los distintos regímenes de acumulación. Así, la obra de Benjamin Coriat de 1979, El taller y el cronómetro. Ensayo sobre el taylorismo, el fordismo y la producción en masa, tiene por objeto mostrar, para un caso histórico dado, la relación que existe entre proceso de trabajo y acumulación del capital. Esto es, analizar las técnicas de organización del trabajo, por un lado, y las teorías y modelos económicos del crecimiento, por otro, con el propósito de mostrar sus relaciones.
"Y si hay una contribución propia en este trabajo, reside en esto: recordar la concatenación particular que conduce de las mutaciones introducidas en el proceso de trabajo por el taylorismo y el fordismo a las que van a afectar a la acumulación de capital. Pues sólo con esta condición puede definirse de manera precisa el concepto de producción en masa."
También la escuela francesa de la Regulación recuperará la importancia de esa relación social fundamental de intercambio D-T y la relacionará con las modalidades del proceso de trabajo bajo la denominación de relación salarial (Lipietz, 1988).
Por otra parte, las leyes que gobernaban la distribución eran cruciales para la explicación marxista de la dinámica del modo de producción capitalista. Marx hizo suya dos de las principales conclusiones clásicas sobre el comportamiento de las participaciones distributivas durante un período de cambio dinámico: el salario real gravitaría en torno a un nivel de subsistencia y la tasa de beneficio declinaría. Ahora bien, el análisis clásico y el marxista ofrecían explicaciones bastante diferentes de estos fenómenos. Respecto a los salarios, los clásicos consideraban que los ajustes se efectuarían por el lado de la oferta de fuerza de trabajo en el mercado de trabajo, las mejoras de salarios reales llevarían a un incremento de la fuerza de trabajo, que acabaría presionando a la baja las tasas salariales. Marx consideraba que el ajuste procedía de la demanda de fuerza de trabajo:
"Si la cantidad de trabajo no remunerada ofrecida por la clase trabajadora y acumulada por la clase capitalista crece tan rápidamente que su conversión en capital requiere una adición extraordinaria de mano de obra remunerada, los salarios suben, y permaneciendo igual todo lo demás, el trabajo no pagado disminuye en proporción. Pero tan pronto como esta disminución llega al punto en que el excedente de trabajo que nutre al capital no se suministra en la cantidad normal, surge una reacción: se capitaliza una parte menor de renta, hay retrasos en la acumulación y el movimiento al alza de los salarios se frena." (El Capital. Vol I.)
Respecto a los beneficios, al eliminar de su análisis el concepto clásico de renta de la tierra y negar la existencia de diferencias significativas en las condiciones productivas de la industria y agricultura, Marx no podía apelar a los costes crecientes de los alimentos como variable explicativa del comportamiento de los beneficios. En su lugar, desarrolló el argumento en torno a las variaciones de tres relaciones fundamentales: tasa plusvalía (s/v), composición orgánica del capital (c/v) y tasa de beneficios (s/c+v).
Aceptando el supuesto de una tasa de plusvalía constante[29]y combinándolo con una composición orgánica del capital creciente, fruto de la acumulación de capital, se deduce que la tasa de beneficios debe decrecer cuando s y v son iguales y c está creciendo a una tasa más rápida que ambas, el valor del denominador de la tasa de beneficios crece más rápidamente que el valor del numerador. De este modo Marx llegaba a una conclusión similar a la de los economistas clásicos sobre el comportamiento de la tasa de beneficios a largo plazo.
No obstante, este argumento no estaba exento de fallos. Una de las conclusiones contradecía una de las piezas vitales del anterior argumento sobre la evolución de los salarios reales. Presumiblemente, el proceso de acumulación de capital aumenta la productividad del trabajo e incrementa la cantidad de producto neto (v + c). Si la proporción de s a v permanece constante, el crecimiento en la cantidad del producto neto implicaría que crecía el total de pagos por salarios (v); y, con bastante probabilidad, a un tipo más rápido que el volumen del empleo. La mecanización, después de todo, era de esperar que redujese la tasa de crecimiento de la demanda de mano de obra. Esta consecuencia, sin embargo, implicaría que la parte de la mano de obra que permaneciera empleada disfrutaría de mejoras en sus ingresos reales. La posibilidad, bajo el capitalismo, de incrementos en los salarios reales no podía conciliarse con las ideas centrales del argumento marxista ni conciliarse analíticamente con la existencia de un ejército de reserva de parados. Parece que Marx no se dio cuenta de esta contradicción de su análisis (Barber, 1967).
Un último aspecto a tratar se refiere al análisis de las crisis. El anterior circuito D-D" puede verse interrumpido en varias fases, dando lugar a distintas modalidades de crisis. Éstas serían, en términos generales, crisis de realización -acumulación de existencias-. Pero junto a ésta, evidentemente, existía una crisis de tipo clásico debida a la caída en la rentabilidad que reduce el incentivo de los capitalistas a la acumulación[30]Por otra parte, Marx ofrecía una teoría de la crisis final del capitalismo que descansaba más en supuestos filosóficos que en su análisis económico.
* * *
Como hemos mostrado, los autores analizados bajo el título de la Economía política clásica presentaban ciertas diferencias. Pero pese a ellas, compartían un conjunto de términos y conceptos. Estas similitudes en su lenguaje les llevaron a centrar su atención en las mismas problemáticas. Como mostraremos en el capítulo siguiente, la economía marginalista supuso un cambio de lenguaje económico y, por consiguiente, de problemática.
CAPÍTULO 7
La estatica y el equilibrio: la economía marginalista
Introducción.
La inmensa mayoría de la literatura especializada, pese a utilizar la expresión «revolución marginalista», niega que el marginalismo fuese efectivamente revolucionario, en el sentido de un cambio súbito y rápido. Más bien parece tratarse de un movimiento lento, de una larga transición que tendría sus inicios en las dos primeras décadas del siglo XIX, pero se evidenciaría a principios del siglo XX.
El que se retrasara tanto tiempo la aceptación del análisis marginal refleja tanto la inercia y la resistencia al empleo de las matemáticas, como una doble falta de comunicación: la poca atención prestada a las aportaciones de los que trabajaban fuera de una incipiente comunidad científica que estaba en vías de alcanzar una consideración profesional y la insuficiente información existente dentro de esta comunidad y de una rama nacional a otra (Spiegel, s.d.).
A la vuelta del siglo, esta revolución había hecho su camino, tanto la estructura conceptual de la Economía como su método diferían enormemente de la Economía política de los clásicos. Los cambios en los objetivos y problemas de la investigación forzaron, al tiempo que estuvieron propiciados por cambios en los conceptos y categorías analíticas. Se abandonó la teoría del valor-trabajo y, con la ayuda de un nuevo principio unificador, se consiguió la integración de las teorías del consumidor y de la empresa y, también, la integración de las teorías del valor y de la distribución, que en el pensamiento clásico habían sido relacionadas sólo en forma muy tenue. El principio unificador, del que se podía disponer ahora, era el principio marginalista. Este principio resultaba útil también si se aplicaba a la teoría de los precios y a la teoría de los mercados, y señalaba el camino hacia el establecimiento de posiciones óptimas teóricas, o equilibrios, en las que productores y consumidores pudieran maximizar magnitudes tales como la satisfacción o los ingresos netos. Se dio menor preponderancia al crecimiento económico. En su lugar, el intento de fijar las posiciones de equilibrio se hizo suponiendo unas cantidades totales de recursos determinadas. La Economía política se convirtió en la ciencia que trataba de la colocación de una determinada cantidad de recursos totales, con lo que dejó de prestarse demasiada atención a la cuestión de cómo determinar dicha cantidad y de cómo incrementarla (Spiegel, s.d.).
A partir de 1870, los economistas empezaron a proponer, de manera típica, una oferta dada de factores productivos, determinada independientemente por elementos ajenos al alcance de su análisis. La esencia del problema económico consistía en intentar descubrir las condiciones que hacían posible distribuir unos servicios productivos dados entre usos competitivos con resultados óptimos, en el sentido de maximizar las satisfacciones de los agentes económicos. Esto hizo que no se tomaran en consideración los efectos de los aumentos, en cantidad y calidad, de los recursos y de la expansión dinámica de las necesidades, efectos que los economistas políticos clásicos habían considerado como el sine qua non del bienestar económico creciente. Por primera vez, la Economía se convirtió realmente en la ciencia que estudia las relaciones entre fines dados y medios escasos dados que poseen usos alternativos. Concepción que alcanzaría su máxima expresión años más tarde con la obra de Lionel Robbins (1932). Pero, a partir de aquel momento, al decir de Blaug (1968), la teoría clásica del desarrollo económico fue sustituida por el concepto de equilibrio general dentro de un marco esencialmente estático.
La importancia de la teoría de la utilidad marginal consistió en proporcionar el arquetipo del problema de la distribución con una efectividad máxima. Poco después, el mismo enfoque se extendió de la unidad de consumo a la empresa, de la teoría del consumo a la teoría de la producción. La teoría de la utilidad marginal proporcionó gran parte de la excitación descubridora en las décadas de los setenta y ochenta del siglo XIX. Pero lo que realmente señaló la línea divisoria entre la teoría clásica y la economía moderna fue la introducción conceptual del análisis marginal (Blaug, 1968).
El principio en discusión es el de igualación de valores marginales: al dividir una cantidad fija de cualquier cosa entre un cierto número de usos competitivos, la distribución «eficiente» requiere que cada cantidad del dividendo sea repartida de tal manera que la ganancia obtenida al destinarla a un uso sea igual a la pérdida causada por el hecho de retirarla de otro. Tanto si nos referimos a la asignación de una renta dada entre un número determinado de bienes de consumo, como a la de una cantidad fija de dinero entre cierto número de factores productivos, o a la de un período de tiempo entre el trabajo y el descanso, el principio siempre es el mismo. Además, en cada caso, el problema de la asignación posee una solución máxima tan solo si el proceso de trasladar una unidad del dividendo a un único uso, entre todos los posibles, se halla sujeto a resultados decrecientes.
En la teoría de la economía doméstica se obtiene una situación óptima cuando el consumidor ha distribuido su renta dada de tal manera que las utilidades marginales de cada unidad monetaria de compra sean iguales; la ley de la utilidad marginal decreciente asegura la existencia de dicho óptimo. En la teoría de la empresa se obtiene un resultado óptimo cuando se igualan los productos físicos marginales de cada unidad monetaria gastada en la compra de factores; la ley de la productividad marginal decreciente desempeña, en este caso, el mismo papel que el de la utilidad marginal decreciente en la teoría de la demanda. Ambos ejemplos no son más que aplicaciones particulares del principio equimarginal. Toda la economía neoclásica no es más que la formulación de este principio en nuevos contextos, junto con la demostración cada vez más amplia, de que, en presencia de condiciones definidas, la competencia perfecta produce, realmente, una distribución equimarginal de gastos y recursos (Blaug, 1968).
Los economistas teóricos dirigen su atención al análisis del comportamiento económico, enfocándolo sobre el de las unidades que toman decisiones y sobre la forma en que las elecciones de los agentes económicos se convertían en un proceso ordenado. Con esta concentración sobre el comportamiento de las pequeñas unidades del sistema, la microeconomía pasó al centro de la escena (Barber, 1967).
En la nueva Economía, la teoría de la distribución fue relegada a un simple aspecto de la teoría general del valor. Se recompensa a los factores porque son escasos en relación con los deseos de los consumidores de los bienes que aquellos pueden producir. El proceso de producción y distribución sólo tiene importancia en cuanto modifica la posibilidad de elección de los consumidores. La demanda de factores es una demanda derivada; dada la oferta de factores y dados sus coeficientes técnicos de transformación, los precios de los servicios productivos y de los bienes de consumo vienen determinados por los deseos de los consumidores. Por lo tanto, no parece que haya lugar para un análisis especial de valor de cada uno de los factores de la producción. Precisamente las mayores críticas de los escritores de este período contra los autores clásicos se basan en que éstos elaboraron una teoría especial de la distribución.
Los economistas clásicos escribieron frecuentemente como si la distribución precediera, en un sentido causativo, a la valoración de los productos. Por el contrario, los primeros marginalistas, en especial los miembros de la Escuela Austriaca, afirmaron que el orden causal era el inverso, de tal manera que la renta de los factores productivos sería el resultante de los precios en el mercado de los productos.
La teoría económica marginalista consiguió, en opinión de Blaug (1986), mayor generalidad y economía de razonamiento al explicar, sobre la base de un solo principio, tanto los precios de los factores como los del producto. Abarcó tanto los bienes reproducibles como los no reproducibles, tanto los costes constantes como los costes variables. Pero, en ocasiones, se tornó más restrictiva que la economía clásica.
"… por ejemplo, consideró la oferta de trabajo como un dato. Además, su jactancia de una mayor economía de medios teóricos fue reduciéndose poco a poco en las décadas subsiguientes. La contribución de Böhm-Bawerk a la teoría del interés puede reducirse a la proposición de que el mercado de capital presenta problemas únicos, a causa de la omnipresencia del factor descuento temporal. Marshall observó y estudió las «particularidades del trabajo». En cada caso se aducen elementos especiales, ausentes en la mayoría de los mercados de productos, para explicar las características de los mercados de trabajo y de capital. Estas dificultades desaparecen en su mayor parte cuando la oferta de recursos es un dato al empezar el análisis. Pero, tan pronto, como abandonamos el reino del análisis a corto plazo y nos adentramos en las cuestiones clásicas de la acumulación de capital y crecimiento de la población, la pretensión de que la teoría de la distribución no es sino un aspecto particular de la teoría del valor parece tener solo significación formal." (Blaug, 1968).
Un último aspecto a destacar de la economía marginalista, que tendrá gran incidencia en el futuro proceder de la profesión, fue el uso de las matemáticas. Aunque no todos los autores marginalistas de esta época hiciesen uso de las mismas, su modus operandi se prestaba fácilmente a su uso en el análisis económico.
La vertiente anglosajona del marginalismo: William Stanley Jevons.
Nacido un año después de la muerte de Malthus, y sólo siete años mayor que Marshall, William Stanley Jevons no recibió, a diferencia de muchos de sus antecesores y contemporáneos, una formación en ciencias morales, sino en matemáticas, biología, química y metalurgia. Esta formación, con toda seguridad, influyó en su modo de proceder en Economía: el desarrollo de conceptos estadísticos, su amplia aplicación en el análisis económico, el uso de gráficas, y la aplicación de las matemáticas al estudio de la economía.
En 1871 se publicaron los Grundsätze de Menger y la Theory de Jevons, y tres años más tarde los Élements de Walras. Pero durante quince años a partir de aquella fecha nadie se dio cuenta de la similitud de los tres libros. Jevons murió en 1882 sin saber que Menger había publicado una obra acerca de la teoría de la utilidad, la cual se parecía prodigiosamente a la suya. Por otra parte, el libro de Jevons sigue estrechamente tanto el orden como la sustancia de su breve Notice of a General Mathematical Theory of Political Economy enviado, en 1862, a la sección F de la British Association for the Advancement of Science. El ensayo pasó inadvertido y no fue publicado. Cuatro años más tarde aparecía en el Statistical Journal, donde ocupaba una extensión de casi cinco páginas.
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |