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Don Vasco de Quiroga (página 2)


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Don Vasco de Quiroga (+1565)

La atractiva figura de Vasco de Quiroga ha sido objeto de muchos estudios modernos.

Entre ellos cabe destacar los artículos de Fintan Warren, Vasco de Quiroga, fundador de hospitales y Colegios; Manuel Merino, V. de Q. en los cronistas agustinianos; Fidel de Lejarza, V. de Q. en las crónicas franciscanas; y Pedro Borges, V. de Q. en el ambiente misionero de la Nueva España; así como la biografía Tata Vasco, un gran reformador del siglo XVI, escrita por Paul L. Callens. También hemos de recordar el precioso estudio de Paulino Castañeda sobre la Información en derecho de Vasco de Quiroga.

Don Vasco, nacido hacia 1470 en Madrigal de las Altas Torres -donde nació la reina Isabel y donde murió fray Luis de León-, provincia de Avila, es un jurista de gran prestigio. Fue juez de residencia en Orán, y representó a la Corona en los tratados de paz con el rey de Tremecén (1526). Ejerce ahora un alto cargo en la Cancillería real de Valladolid, y sigue con particular atención la aventura hispana de las Indias.

«Tenía 22 años de edad, dice Callens, cuando Cristóbal Colón desembarcó en la isla de Guanahaní. Tenía 43 cuando Vasco Núñez de Balboa divisó por primera vez el Océano Pacífico. Tenía 51 cuando Cortés terminó su conquista de México. Poco a poco y a medida que llegaban nuevos datos y crónicas de los nuevos descubrimientos, se iban haciendo nuevos mapas que guardaba como precioso tesoro» (23).

Como buen jurista, formado probablemente en Salamanca, posee también una excelente formación en cánones y en teología dogmática. Era, en fin, a sus 60 años, un distinguido humanista cristiano, al estilo de su gran contemporáneo, el canciller inglés Santo Tomás Moro.

Carta de la reina Isabel

El 2 de enero de 1530 estalló en las manos de Don Vasco una carta que iba a cambiar su vida. La reina Isabel, esposa de Carlos I, escribe a «su muy amado súbdito» proponiéndole formar parte de la nueva Audiencia que en breve partiría para la Nueva España, donde las cosas iban de mal en peor. Cartas semejantes recibieron altas personalidades del Reino, y más de uno se dio por excusado: aquélla era una aventura demasiado dura y arriesgada, en la que no había mucho por ganar…

Vasco de Quiroga aceptó la propuesta inmediatamente, y a principios de setiembre de ese año se reúne en Sevilla con los otros tres oidores, Alonso Maldonado, Francisco Ceynos y Juan de Salmerón. Mientras don Antonio de Mendoza arreglaba sus asuntos personales, el obispo de Santo Domingo, Sebastián Ramírez de Fuenleal, sería el presidente de esta Real Audiencia.

Segunda Audiencia en México

El 9 de enero de 1531, los nuevos oidores, vestidos con sus elegantes capas negras, a la española, con las insignias de su oficio real y haciendo guardia al Sello Real, llevado en caja fuerte a lomos de una mula ataviada de terciopelo y oro, hacen su solemne entrada en la ciudad de México. La ciudad, víctima de tantos atropellos en los últimos años, se engalana tímidamente, y la recepción oficial, harto tensa, corre a cargo de fray Juan de Zumárraga, obispo electo, y de los miserables Delgadillo y Matienzo. En torno a aquel puñado de españoles, una inmensa muchedumbre de indios, muchos de ellos afectados por las infamias de la primera Audiencia, se mantiene cortés, distante y a la expectativa.

En la ciudad se mezclan innumerables ruinas, especialmente las de los imponentes teocalis derruidos, y un gran número de casas y templos en construcción, algunos grandiosos, en la piedra gris y la volcánica rojiza que se trae de las próximas sierras de Santa Catalina.

Dificultades abrumadoras

Indios y españoles, amigos o enemigos éstos de Cortés, se dan cuenta luego de que la segunda Audiencia no es en nada semejante a la primera. Ésta viene a escuchar sinceramente las quejas de unos y otros, decidida a imponer la justicia, castigando a quien sea si lo ha merecido, y está empeñada sobre todo en restaurar el prestigio de la Corona española, que con los abusos y atropellos de los últimos años está por los suelos.

En esa primera fase, Don Vasco y los otros oidores tienen ocasión de informarse bien acerca de la situación de la Nueva España, pues oyendo quejas, acusaciones y defensas, pasan casi todo el día y a veces parte de la noche, de modo que apenas logran dormir lo necesario. Es necesario imponer restituciones enormes, pues enormes habían sido los robos en los terribles años anteriores. Se hace preciso sofocar intentos, más o menos abiertos, de esclavizar a los indios. Es urgente sanear una economía completamente anárquica, y establecer una Casa de la Moneda. Y estando ocupados en tan graves problemas, indios amotinados tratan una noche de asaltar la sede de los oidores, aunque son dispersados por los soldados españoles.

Tras los años terribles de la primera Audiencia, las cosas han quedado en situación pésima, y hay que empezar todo de nuevo, cosa que, como ya vimos, se hace por medio de una Junta en la que se reúnen las primeras personalidades de México. En aquel mundo inmenso y revuelto, poblado por innumerables naciones hostiles entre sí y de lenguas diversas, parece casi imposible que un grupo pequeño de españoles sea capaz de amalgamar una grande, única y próspera nación.

Solamente los frailes misioneros parecen saber en ese momento lo que debe hacerse, y lo van haciendo por su parte. Pero incluso a ellos es preciso refrenar, pues en la anterior Audiencia habían tomado ya la costumbre de criticar continuamente desde los púlpitos los actos de las autoridades civiles. La nueva Audiencia se ve obligada a prohibir esto expresamente, y refiere Salmerón en una carta de 1531: «Hízosele sobre lo pasado al dicho prior una reprensión larga, de que él quedó confuso»…

Vasco de Quiroga ve en la Nueva España un mundo de posibilidades inmensas, trabado por sin fin de dificultades enormes, y no cesa de pensar en posibles soluciones. Los franciscanos han construído ya muchas iglesias, y como escribe Zumárraga en 1531 al capítulo franciscano reunido en Tolosa, «cada convento de los nuestros tiene otra casa junto para enseñar en ella a los niños, donde hay escuela, dormitorio, refectorio y una devota capilla». Todos los muchachos llevan un régimen de vida muy religioso -«levántanse a media noche a los maitines»-, y los más aprovechados de ellos son enviados de vez en cuando como misioneros de los suyos, para enseñarles la verdad y quitarles los ídolos, «por lo cual algunos han sido muertos inhumanamente por sus propios padres, más viven coronados en la gloria con Cristo» (Mendieta V,30).

No, este sistema heroico a Don Vasco no le acaba de convencer. Ocasiona un contraste demasiado violento entre los niños y muchachos profundamente cristianizados, y la masa innumerable de sus familias, todavía a medio evangelizar… Sin rechazar estas escuelas conventuales, habría que pensar en otros modos de evangelizar y civilizar a los indios.

Pueblos-hospitales

El 14 de agosto de 1531, a los seis meses de su llegada, Vasco de Quiroga escribe al Consejo de Indias pidiendo licencia para organizar pueblos de indios. En esos meses, escuchando tantas quejas de los indios, había conocido su mala situación, y «teniendo siempre en cuenta la dignidad humana de los indios», escribe al Consejo proponiendo la creación de unos pueblos indígenas, una institución original que educaba al indígena dentro de una convivencia humana y cristiana.

No debe engañarnos hoy el sentido moderno del término hospital, ya que estos hospitales de indios fundados por Quiroga eran a un tiempo pueblo para vivir, hospital y escuela, centros de instrucción misional, artesanal y agraria, y también albergue para viajeros.

Deseoso Quiroga de llevar sus proyectos a la práctica cuanto antes, sin esperar la respuesta a su carta, busca dos docenas de indios cristianos y de vida honesta, compra en 1532 unas tierras a dos leguas de la capital, hace acopio de bastimentos para los indios que habían de dedicarse un tiempo a la construcción de casas, levanta una gran cruz y funda así su primer población indígena, dándole el nombre de Santa Fe.

Frente al pueblo, construye Quiroga un pequeño oratorio, para poder estar cerca de los indios. Allí ora, hace largas lecturas meditativas, estudia el náhuatl, y escribe los sermones que se habían de leer en la iglesia. La original experiencia de Santa Fe va adelante con gran prosperidad, llega a contar 30.000 habitantes, y da ocasión a que miles de indios reciban el bautismo, constituyan cristianamente sus matrimonios, se hagan ordenados y laboriosos, practiquen con gran devoción oraciones y penitencias, obras de caridad y cultos litúrgicos, al tiempo que en el hospital acogen a indios que a veces vienen de lejos, y ya convertidos, llevan lejos noticia de aquel pueblo admirable.

Escribiendo Zumárraga al Consejo de Indias (8-2-1537), trata de Vasco de Quiroga, todavía oidor, y habla del «amor visceral que este buen hombre les muestra a los indios»; en efecto, «siendo oidor, gasta cuanto S. M. le manda dar de salario a no tener un real y vender sus vestidos para proveer a las congregaciones cristianas que tiene…, haciéndoles casas repartidas en familias y comprándoles tierras y ovejas con que se puedan sustentar».

Conviene señalar, por otra parte, como lo hace Paulino Castañeda, que «para cuando Quiroga exponía su punto de vista, la idea de las reducciones era un clima de opinión y abundaban las Cédulas reales». Concretamente en Nueva España, nos consta la solicitud de fray Juan de Zumárraga para que «los pueblos se junten y estén en policía y no derramados por las sierras y montes en chozas, como bestias fieras, porque así se mueren sin tener quien les cure cuerpo ni alma, ni hay número de religiosos que baste a administrar sacramentos ni doctrinas a gente tan derramada y distante» (108-109). Y las disposiciones de la Corona española, ya desde un comienzo, sobre la conveniencia de agrupar a los indios en poblados -1501, 1503, 1509, 1512, 1516, etc.- fueron continuas (P. Borges, Misión 80-88).

Una utopía cristiana

El mayor mérito de Vasco de Quiroga está en haber soñado y realizado un alto ideal evangélico de vida comunitaria entre los indios. Acierta Marcel Bataillon, el historiador francés, cuando dice que «más que a una sociedad económicamente feliz y justa, aspira Quiroga a una sociedad que viva conforme a la bienaventuranza cristiana. O mejor dicho, no hace distinción entre los dos ideales.

Para él, como para otros, se trata de cristianizar a los naturales de América, de incorporarlos al cuerpo místico de Cristo, sin echar a perder sus buenas cualidades. Así se fundará en el Nuevo Mundo una «Iglesia nueva y primitiva», mientras los cristianos de Europa se empeñan, como dice Erasmo, en «meter un mundo en el cristianismo y torcer la Escritura divina hasta conformarla con las costumbres del tiempo», en vez de «enmendar las costumbres y enderezarlas con la regla de las Escrituras»» (Erasmo y España 821).

Diversos autores, y uno de los primeros Silvio A. Zavala, en La «Utopía» de Tomás Moro en la Nueva España, han estudiado la inspiración utópica de la gran obra de Vasco de Quiroga. Este tuvo, en efecto, y anotó profusamente la obra de Moro en la edición de Lovaina de 1516. Si lo tópico (de topos, lugar) es lo que existe de hecho en la realidad presente, lo utópico es aquello que no tiene lugar en la realidad existente, aunque sería deseable que lo tuviera. Quiroga cita a Moro, y hay sin duda numerosos puntos de contacto entre los planteamientos de uno y otro.

Pero en tanto que en la Utopía de Moro sólo hay una fantasía de ideales apenas realizables, de inspiración renacentista y sin huellas cristianas del mundo de la gracia -el único mundo en el que los más altos sueños pueden hacerse realidades-, los pueblos-hospitales de Quiroga tienen planteamientos muy realistas y netamente cristianos. La Utopía de Moro nunca se realizó, pero la de Quiroga, como veremos, tuvo numerosas y durables realizaciones, especialmente en Michoacán.

Por lo demás, la inspiración primaria del utopismo de Quiroga no viene de Moro, sino del Evangelio. No es un sueño impracticable, sino históricamente realizado. No se fundamenta sólo en las fuerzas de la naturaleza humana, sino principalmente en el don de la gracia de Cristo. En efecto, Vasco de Quiroga, ya en la primera exposición de su proyecto, en la carta del 14 de agosto de 1531, dice que una vez fundados los pueblos «yo me ofrezco con la ayuda de Dios a plantar un género de cristianos a las derechas, como todos debíamos ser y Dios manda que seamos, y por ventura como los de la primitiva Iglesia, pues poderoso es Dios tanto agora para hacer cumplir todo aquello que sea servido y fuere conforme a su voluntad».

Muchos de los misioneros que pasaron al Nuevo Mundo tenían estos mismos sueños, pero es probable que, al menos en sus formas de realización comunitaria, la más altas realizaciones históricas del utopismo evangélico fueron en las Indias los pueblos-hospitales de Vasco de Quiroga y las reducciones jesuitas del Paraguay, de las que en otra parte trataremos.

La región rebelde de Michoacán

En cuanto la segunda Audiencia fue arreglando las cuestiones más urgentes, pensó en afrontar otras que estaban pendientes de solución, y entre ellas la pacificación de Michoacán, región próxima a la capital, al oeste. La Real Audiencia eligió enviar como Visitador a don Vasco de Quiroga, que en Santa Fe y en otras ocasiones había mostrado grandes cualidades en su trato con los indios. Aún así, la empresa se presentaba como algo sumamente difícil.

En efecto, poco después de la caída del poder azteca, el rey Caltzontzin reconoció en Michoacán, sin resistencia armada, la autoridad de la Corona española, y pidió el bautismo, seguido de muchos de los suyos. Todo hacía pensar que la obra de la Corona y de la Iglesia en la región de los tarascos no iba a encontrar especiales dificultades. Pero en seguida se vinieron abajo tan buenas esperanzas, cuando Nuño de Guzmán, en los años terribles de su Audiencia, queriendo quizá emular las obras de Cortés, o deseando más bien destrozarlas, hizo incursión armada en aquella región, cometiendo toda clase de abusos y atropellos, apresando a Caltzontzin y a sus nobles, y exigiendo siempre oro y más tributos.

En el Proceso de residencia instruido contra Nuño de Guzmán en averiguación del tormento y muerte que mandó dar a Caltzontzin, rey de Michoacán, se recogen testimonios que narran en términos macabros cómo Guzmán, por su avidez de riquezas, mandó atarlo a un palo y quemarle los pies a fuego lento, en tanto que el rey repetía que «lo mataban con injusticia. Con lágrimas llamaba a Dios y a Santa María. Llamó a un indio, don Alonso, y le habló un poco», disponiendo que «después de quemado, cogiese los polvos y cenizas de él que quedasen, y los llevase a Michoacán… y que lo contase todo, y que viesen el galardón que le daban los cristianos, y que les mostrase su ceniza, y que las guardasen y tuviesen en memoria» (+Callens 35).

Tras este suceso horrible, muchos de los indios tarascos nada más quisieron oir de cristianismo, volvieron a sus ídolos, se internaron en bosques y montañas, y se mostraron dispuestos a la muerte antes que sujetarse a la Corona española. Y éste era el problema que Quiroga debía solucionar…

Pacificación de Michoacán

Vasco de Quiroga tenía ya 63 años cuando, haciéndose acompañar sólamente por un secretario, un soldado y algunos intérpretes, acomete la empresa de adentrarse en Michoacán, región apenas conocida, para ofrecer la paz y el Evangelio. Una vez en Tzintzuntzan, presentó sus respetos al jefe Pedro Ganca y a sus oficiales, saludándoles en el nombre del Rey de España. En prolongadas conversaciones, Quiroga les hace entender que la Corona deplora profundamente los crímenes hasta entonces cometidos allí, promete dar justo castigo a los culpables, y de nuevo ofrece su amistad. Los indios acogen con sorpresa y agrado aquella embajada tan llena de dignidad y buenos sentimientos. Y escuchan a Quiroga cosas aún más concretas:

«Solamente tengo amor y afecto para con la nación indígena. Los mexicanos que vienen en mi compañía pueden testificar de esto y deciros cómo miles de personas viven en la actualidad felices en poblaciones que yo he edificado para ellos. Lo que hice en Santa Fe, deseo hacerlo aquí también. Pero necesito vuestra cooperación. Vuestra práctica de tomar varias esposas debe desaparecer. Debéis aprender a vivir felices con una sola mujer que os sea fiel, de la misma manera que vosotros le seáis fieles a ella. Debéis también renunciar a vuestros ídolos y adorar al único verdadero Dios. Esas informes masas que vosotros habéis fabricado con vuestras propias manos no pueden protegeros. No pueden protegerse ni a sí mismas. Traédmelas, de manera que yo pueda destruirlas y al mismo tiempo libertaros de las cadenas con que el demonio, príncipe de la mentira, os tiene atados» (R. Aguayo Spencer, Don Vasco de Quiroga. Documentos 46-47; +Callens 63-65).

Se difundió pronto entre los indios de Michoacán la propuesta pacífica y positiva que aquella alta autoridad hispana les hacía, y muchos la acogieron, empezando por el jefe Don Pedro, que de sus cuatro esposas despidió a tres y se casó con una solemnemente en la Iglesia. La personalidad de Don Vasco les resultaba desconcertantemente atractiva. En una ocasión en que algunos indios conversaban con él, y le contaban las vejaciones que habían sufrido en las incursiones de Guzmán, mostrándoles dibujos hechos en lienzos, quedaron conmovidos no sólo al comprobar que Quiroga entendía aquellos pictogramas, sino al ver que se echaba a llorar…

A los indios resentidos, que no se fiaban, sino que preferían seguir su vida nómada, Don Vasco trataba de persuadirles: «Si rehusáis seguir mi consejo, les decía, e insistís en esconderos en los bosques, muy pronto os vais a asemejar a las bestias salvajes que viven con vosotros. El Dios que hizo los bosques, también hizo los hermosos valles con sus resplandecientes lagos. Con un poco de cuidado y cultivo, vuestro suelo puede convertirse en uno de los más fértiles y proveeros de todo el alimento que necesitéis. Esta tierra es vuestra, es vuestra para que la gocéis bajo mi protección» (ib.).

Con la colaboración que algunos franciscanos y agustinos prestaron, acudiendo a la llamada de Don Vasco, en tres o cuatro años se logra la pacificación completa de Michoacán.

Ya entonces, en setiembre de 1533, antes del obligado regreso de Vasco a la capital, fundó un poblado-hospital con el nombre de Santa Fe de la Laguna, o de Michoacán, al norte de la laguna de Páztcuaro, quedando Rector de él Francisco de Castilleja, intérprete del tarasco. El poblado prosperó, y «no sólo proporcionaba instrucción y asistencia a los indios tarascos, sino hasta a los chichimecas mismos, tribus nómadas conocidas por su desnudez y agresividad. Acerca de estos últimos afirma Castilleja, tan pronto como en 1536, que hubo día en el que se hicieron cristianos en el hospital más de quinientos de ellos. Quiroga prosiguió atendiendo con especial cuidado a la conversión de los chichimecas, aun con posterioridad a su consagración, en 1538, como obispo de Michoacán» (Warren 34).

Primer obispo de Michoacán (1538)

Asegurada la paz, urgía establecer en Michoacán una diócesis distinta a la de México, y una vez conseguidas las autorizaciones pertinentes del Consejo de Indias, en 1535, por sugerencia del obispo Zumárraga, se propone a Carlos I como posible obispo a Vasco de Quiroga. No obstante ser un hombre seglar y ya de 68 años -muy viejo para la media de vida de aquella época-, son grandes su cualidades y también sus méritos en el trato con los indios, concretamente con los de Michoacán.

En 1536 se aprueba en Roma al candidato presentado, y en 1537 llegan a México las Bulas correspondientes de Pablo III. Los frailes de la Nueva España reciben la noticia con alegría, en tanto que no pocos españoles civiles muestran su recelo ante lo que pueda hacer un obispo que asume con tanto valor y eficacia la causa de los indios… En rápida sucesión recibe Don Vasco las órdenes sagradas menores y mayores, y en diciembre de 1538, en la capital de México, es consagrado obispo por fray Juan de Zumárraga. Y poco después parte para su diócesis, que está todavía sin hacer.

La sede episcopal de Pátzcuaro

Quiroga, de su tiempo de Visitador real, ya conocía bastante bien Michoacán, región bellísima en la que alternan prados, bosques y montañas. Y no vaciló en situar su sede en Pátzcuaro, a orillas del lago de su nombre, poco debajo de Tzintzuntzan, localidad entonces más importante, pero más oscura, situada entre dos grandes montañas. En la iglesia franciscana de esta población tomó posesión de su sede el 6 de agosto de 1538.

Pronto se estableció en su sede de Pátzcuaro, y quiso hacer una grandiosa Catedral de cinco naves, distribuidas como los dedos de una mano, para lo que recabó ayudas del Emperador y de los colonizadores españoles. Pero un informe negativo, acerca del terreno poco firme por la proximidad del lago, redujo el proyecto a una sola nave.

Una de las primeras iniciativas del obispo Quiroga fue encargar, a los mismos antiguos fabricantes de los ídolos, que hicieran, según sus instrucciones, pero con su técnica tradicional, una imagen de la Santa Madre de Dios. Así lo hicieron, con caña de maíz bien seca y molida, resultando una bella y ligerísima imagen. Vestida y decorada, comenzó a recibir culto en el Hospital de Santa Marta, en Páztcuaro, donde realizó varias curaciones y recibió el nombre de Nuestra Señora de la Salud. Pasó después a la Catedral proyectada, que con el tiempo fue Basílica, y allí recibe un culto muy devoto hasta el día de hoy.

El obispo Quiroga siempre tuvo especial afecto por la zona de Páztcuaro, donde fundó su Catedral y sede episcopal. Y así, cuando el Virrey Mendoza fundó con 60 familias que había traído de España la ciudad que nombró como Valladolid, el obispo Quiroga se apresuró a defender la supremacía de Páztcuaro y Tzintzuntzan. La historia, sin embargo, hizo de Valladolid, hoy Morelia, la bella capital de Michoacán.

El Seminario «Colegio de San Nicolás»

Allí también, en Pátzcuaro, fundó en 1542 el obispo Quiroga, el Colegio de San Nicolás. En este Seminario, uno de los primeros de América, anterior al concilio de Trento, convivían indios y españoles, que aprendían latín, teología dogmática y moral, y se ejercitaban en la vida espiritual. Comulgaban una vez al mes, hacían diariamente oraciones y lecturas espirituales, y sólo salían de la casa de día y con un compañero. Casi todos hablaban tanto el español como el tarasco.

Con gran pena de Don Vasco, sin embargo, ningún indio llegó a la ordenación, pues, como decía Zumárraga, expresando la experiencia primera de las tres órdenes, «estos nativos pretenden más al matrimonio que a la continencia». En todo caso, el Seminario, bajo los continuos cuidados de su fundador, dio grandes frutos, pues para 1576 eran ya más 200 los sacerdotes seculares y otros tantos los religiosos que de él habían salido.

Y también bajo la protección de don Vasco floreció la Casa de Altos Estudios en Tiripetío, cuya dirección encargó a su amigo agustino fray Alonso de la Vera Cruz.

Fundador de pueblos cristianos

A los 77 años, en 1547, fue a España, donde consiguió ayudas para sus fundaciones, gestionó en favor de los indios, y procuró reclutar sacerdotes misioneros. Hasta entonces su diócesis se había apoyado fundamentalmente en los religiosos, sobre todo en los agustinos, sus colaboradores más próximos. Pero, como los otros obispos mexicanos de aquellos años, tuvo Quiroga con los religiosos pleitos interminables y sumamente enojosos (Ricard, Conquista III,1: 364-376). Quería, pues, Don Vasco disponer de un clero propio. Conoce también en Valladolid a Pedro Fabro, uno de los jesuitas más próximos a San Ignacio, hace los ejercicios espirituales y trata con insistencia de conseguir jesuitas para su diócesis; pero éstos no llegarán a Michoacán sino siete años después de su muerte.

En 1555 participa Quiroga en el primer Concilio de México, convocado por Montúfar, el sucesor de Zumárraga; Concilio de gran importancia, precedente inmediato a los grandes Concilios que en Lima presidieron Loayza y Santo Toribio de Mogrovejo.

En seguida, contando ya Don Vasco con los sacerdotes que van saliendo del Colegio de San Nicolás, con la colaboración de los religiosos, agustinos sobre todo, y con los sacerdotes por él traídos de España, da un impulso nuevo a la fundación de pueblos-hospitales y nuevas parroquias.

Según informan las Relaciones geográficas de Michoacán, hacia 1580, hubo un gran número de hospitales fundados por el obispo Quiroga. Al parecer, «el mayor número de fundaciones efectuadas personalmente por el obispo correspondió a la parte oriental de la Diócesis, mientras que en la occidental muchos de los hospitales debieron su existencia a los religiosos que atendían espiritualmente los pueblos. En el distrito de Ajuchitlán hubo sendos hospitales en cada una de sus cuatro cabeceras, y catorce en los aledaños, todos fundados por Quiroga. A él se le atribuyen también los de Chilchota, Taimeo y Necotlán»… Los hospitales se multiplicaron tanto «que el obispo Juan de Medina afirmaba en 1582 que apenas había en la Diócesis una villa con veinte o treinta casas que no se gloriara de poseer su propio hospital. El número total de los existentes en la Diócesis lo calculaba en superior a doscientos» (Warren 38).

Al obispo Quiroga sus feligreses le llaman con toda razón Tata Vasco (tata, en tarasco, papá, padrecito). A los 93 años todavía asiste a la colocación de los fundamentos de nuevas construcciones. Y «una vez que una iglesia y un hospital han sido construidos en un cierto lugar [esto era lo más costoso], no hay mayor problema en inducir a la población indígena a que venga y construya sus casas en los alrededores, y así formar bien ordenadas y pacíficas comunidades cristianas» (Callens 119). Con todo esto, una buena parte de la actual geografía urbana de Michoacán debe su existencia al impulso de Don Vasco.

El obispo Quiroga tenía un extraordinario sentido práctico para promover en los indios su bien espiritual y material. En Michoacán, el cultivo de los plátanos y de otras semillas, la importación de especies animales, así como el aprendizaje de variadas artes y oficios, tienen en Tata Vasco su origen, reconocido por el agradecimiento. A él se debe también que cada pueblo tuviera una o algunas especialidades artesanales, y que en los mercados unos y otros pueblos hicieran trueque justo de sus productos.

Como refiere Alfonso Trueba, «ordenó que sólo en un pueblo se ocupasen de cortar madera (Capula); que sólo en otro (Cocupao, hoy Quiroga) estas maderas se labrasen y pintasen de un modo original y primoroso; que otro (Teremendo) se ocupase únicamente en curtir pieles; que en diversos lugares (Patamban y Tzintzuntzan) sólamente hicieran utensilios de barro; que otro se dedicara al cobre (Santa Clara del Cobre); y finalmente que otro se especializara en los trabajos de herrería (San Felipe de los Herreros). De esta manera consiguió que los hijos tomasen el oficio de los padres y que éstos les comunicasen los secretos de su arte. El plan de don Vasco se ha observado casi hasta nuestros días, y es argumento de la veneración en que se tiene la memoria del fundador» (Don Vasco, IUS, México 1958,39). Si visitando hoy aquellos preciosos pueblos, advertimos en las tejas de las casas el brillo de un barniz especial, y preguntamos a los paisanos de quién procede aquella técnica y estilo, nos dirán: «Del Tata Vasco».

«Información en derecho», y en amor

Al poco tiempo de su llegada a México como oidor, Vasco de Quiroga redactó una Información en derecho, dirigida probablemente a algún alto funcionario del Consejo de Indias. Llegaban a España por entonces «muchos informes, a veces contradictorios, provocando multitud de cédulas reales, a veces contradictorias» (P. Castañeda 42). Pues bien, frente a las informaciones torcidas, que habían dado lugar a una cédula real (20-2-1534) en la que se permitía que los indios fueran «herrados y vendidos o comprados», y que era así «revocatoria de aquella [otra del 5-11-1529] santa y bendita», escribe Quiroga una información en derecho, es decir, verdadera (ed. P. Castañeda; +V. de Q. y Obispado de Michoacán 27-51; Xirau 143-154).

Es éste un documento en el que se refleja muy bien el amor de Vasco de Quiroga a los indios, un alto sentido de la justicia, de la pacificación y de la evangelización de las Indias, al mismo tiempo que un sano utopismo cristiano, por el que desea con toda esperanza para el Nuevo Mundo una renovación de la edad dorada y de la Iglesia primitiva de los apóstoles.

«Creo cierto que aquesta gente de toda esta tierra y Nuevo Mundo, que cuasi toda es de una calidad, muy mansa y humilde, tímida y obediente, naturalmente más convendría que se atrajesen y cazasen con cebo de buena doctrina y cristiana conversación, que no que se espantasen con temores de guerra y espantos de ella». Son los primeros años de la conquista en México, y los siniestros años de la primera Audiencia han dejado una horrible huella. «Esto digo porque al cabo por estas inadvertencias y malicias y inhumanidades, esto de esta tierra temo se ha de acabar todo, que no nos ha de quedar sino el cargo que no lleve descargo ni restitución ante Dios, si El no lo remedia, y la lástima de haberse asolado una tierra y nuevo mundo tal como éste. Y si la verdad se ha de decir, necesario es que así se diga, que… disimular lo malo y callar la verdad, yo no sé si es de prudentes y discretos, pero cierto sé que no es de mi condición, mientras a hablar me obligare mi cargo».

Todo se puede conseguir con los indios «yendo a ellos como vino Cristo a nosotros, haciéndoles bienes y no males, piedades y no crueldades, predicándoles, sanándoles y curando los enfermos, y en fin, las otras obras de misericordia y de la bondad y piedad cristianas…, porque de ver esta bondad se admirasen, y admirándose creyesen, y creyendo se convirtiesen y edificasen, et glorificent Patrem nostrum qui in coelis est [Mt 5,16]». Es justamente lo que en Michoacán hizo don Vasco, en lugar de los crímenes de Guzmán.

«En esta edad dorada de este Nuevo Mundo»… Don Vasco de Quiroga, como muchos otros misioneros, como los franciscanos, concretamente, veía la acción de Cristo en las Indias con una altísima esperanza, pues confiaba que se realizara «en esta primitiva nueva y renaciente Iglesia de este Nuevo Mundo, una sombra y dibujo de aquella primitiva Iglesia del tiempo de los santos apóstoles, porque yo no veo en ello ni en su manera de ellos [los indios] cosa alguna que de su parte lo estorbe ni resista, si de nuestra parte no se impide, porque… aquestos naturales vémoslos todos naturalmente inclinados a todas estas cosas que son fundamento de nuestra fe y religión cristiana, que son humildad, paciencia y obediencia, y descuido y menosprecio de estas pompas, faustos de nuestro mundo y de otras pasiones del ánima, y tan despojados de todo ello, que parece que no les falta sino la fe, y saber las cosas de la instrucción cristiana para ser perfectos y verdaderos cristianos». En efecto, estos indios están «casi en todo en aquella buena simplicidad, obediencia y humildad y contentamiento de aquellos hombres de oro del siglo dorado de la primera edad, siendo como son por otra parte de tan ricos ingenios y pronta voluntad, y docilísimos y hechos de cera para cuanto de ellos se quiera hacer».

Por otra parte, el optimismo casi milenarista de Vasco de Quiroga no le lleva a sueños paganos de una Arcadia renacentista, ni incurre tampoco en esas ingenuidades rousseaunianas que tantos estragos han causado a la humanidad con sus esperanzas naturalistas. El piensa, en cristiano, que «aunque es verdad que sin la gracia y clemencia divina no se puede hacer, ni edificar edificio que algo valga, pero mucho y no poco aprovecha cuando éste cae y dora sobre buenos propios naturales que conforman con el edificio». Así pues, ya que tantas cosas buenas hay en los indios, «trabajemos mucho [para] conservarnos en ellas y convertirlo todo en mejor con la doctrina cristiana, restauradora de aquella santa inocencia que perdimos todos en Adán, quitándoles lo malo y guardándoles lo bueno».

Es ésta una convicción fundamental. Los cristianos han de obrar con los indios «convirtiéndoles todo lo bueno que tuviesen en mejor, y no quitándoles lo bueno que tengan suyo, que nosotros deberíamos tener como cristianos, que es mucha humildad y poca codicia; y [no] poniéndoles lo nuestro malo, en que hacemos más daño en esta nueva Iglesia con ejemplos malos que les damos, que por ventura hacían en la primitiva Iglesia los infieles con crueldades y martirios, porque aquéllos eran infieles, y no era maravilla, y nosotros somos cristianos».

En fin, «si todo esto es así según y como dicho es se entiende, pienso con la ayuda de Dios que no se hará poco en lo que toca el bien común de toda la república de este Nuevo Mundo… [y que cuanto se haga servirá] al servicio de Dios Nuestro Señor y al de su Majestad, y a la utilidad de conquistadores y pobladores, y al descargo de la conciencia de todos, y al sano entendimiento de un tan grande y tan intrincado negocio como éste, que no sé yo si otro de más importancia hay hoy en todo el mundo, aunque no dejo de conocer también que nada de esto ha de ser creído si no fuese primero experimentado y visto».

Al extractar la prosa de Vasco de Quiroga la hemos aliviado de sus interminables redundancias, propias del estilo preciso y pesado de los textos jurídicos. El mismo es consciente de su estilo desmañado, que hace de sus escritos una «ensalada mal guisada y sin sal». Sin embargo, en los textos de don Vasco surge en ocasiones el destello de expresiones felices, como no podría ser menos habiendo nacido aquéllos de una mente lúcida y de un corazón apasionado.

Reglas y ordenanzas de los pueblos-hospitales

El pensamiento concreto de Vasco de Quiroga sobre los pueblos de indios por él fundados se expresa en las Reglas y Ordenanzas para el gobierno de los hospitales de Santa Fe de México y Michoacán, dispuestas por su fundador, el Rvmo. y venerable Sr. D. Vasco de Quiroga, Obispo de Michoacán (AV, V. de Q. y Obispado de Michoacán 153-171; +Xirau, Idea 125-137). En pocas páginas, da el obispo Quiroga normas de vida comunitaria al mismo tiempo altas y practicables, en las que se funden hábilmente ideales utópicos cristianos y costumbres indígenas y españolas. La sabiduría de estas disposiciones se ha visto probada por su larga vigencia histórica.

En cada pueblo hay indios que viven en el mismo caserío, y otros que habitan en el campo; pero la organización es semejante en unos y otros. Cada grupo familiar, «abuelos, padres, hijos, nietos y bisnietos», se sujetan a la autoridad patriarcal de «el más antiguo abuelo», y pueden llegar a ser «hasta ocho o diez o doce casados» que conviven en un gran edificio; pasando de ahí, habrán de construir otra casa y grupo familiar. Se forma así como un gran árbol, en el que la autoridad va de la raíz hacia las ramas, y así también, en dirección inversa, va la obediencia y el servicio, de modo que «se pueda excusar mucho de criados y criadas y otros servidores».

Bajo la alta dirección de un Rector, único español y eclesiástico del poblado, gobierna un Principal, que es elegido para tres o seis años por todos los padres de familia de «la República del Hospital», haciendo la elección muy en conciencia y «dicha y oída primero la misa del Espíritu Santo». Con éste Principal, «elijan tres o cuatro Regidores, y que éste se elijan cada año, de manera que ande la rueda por todos los casados hábiles». Si hay conflictos y quejas, «entre vosotros mismos, con el Rector y Regidores, lo averiguaréis llana y amigablemente, y todos digan verdad y nadie la niegue, porque no hay necesidad de ser ir a quejar al juez a otra parte, donde paguéis derechos, y después os echen a la cárcel. Y esto hagáis aunque cada uno sea perdidoso; que vale más así, con paz y concordia, perder, que ganar pleiteando y aborreciendo al prójimo, y procurando venderle y dañarle, pues habéis de ser en este Hospital todos hermanos en Jesucristo» (+1Cor 6,1-8).

Mientras los indios viven como miembros del pueblo, gozan del usufructo de las huertas y tierras, que son de propiedad comunal. Y toda «cosa que sea raíz, así del dicho Hospital como de los dichos huertos y familias, no pueda ser enajenada, sino que siempre se quede perpetuamente inajenable en el dicho Hospital y Colegio de Santa Fe, para la conservación, mantención y concierto de él y de su hospitalidad». Los trabajos han de ser realizados por todos, «con toda buena voluntad y ofreciéndoos a ello, pues tan fácil y moderado es y ha de ser».

En efecto, normalmente serán suficientes «las seis horas del trabajo en común», que debe repartirse entre todos. Y lo así ganado, «se reparta entre vosotros todos cómoda y honestamente, según que cada uno, según su calidad y necesidad, lo haya menester para sí y para su familia; de manera que ninguno padezca en el Hospital necesidad [+Hch 4,32-34]. Cumplido todo estos, y las otras cosas y costas del Hospital, lo que sobrare de ello se emplee en otras obras pías y remedio de necesitados», y así, acordándose de los indios pobres, vivan «en este Hospital y Colegio con toda quietud y sosiego, y sin mucho trabajo y muy moderado, y con mucho servicio de Dios Nuestro Señor».

Los muchachos cásense «de catorce años para arriba, y ellas de doce,… y si posible es, con la voluntad de los padres». Mientras que los oficios y artes serán particulares, «ha de ser este oficio de la agricultura común a todos», y los niños han de ejercitarse en él desde la escuela, de modo que «después de las horas de la doctrina, se ejerciten dos días de la semana, sacándolos su maestro al campo, en alguna tierra señalada para ello, y esto a manera de regocijo, juego y pasatiempo, una hora o dos cada día, que se menoscabe aquellos días de las horas de la doctrina, pues esto también es doctrina y moral de buenas costumbres». Busca ante todo Don Vasco una vida sencilla, sin pleitos ni gastos evitables, sin actividades ni trabajos innecesarios. Y así, por ejemplo, «los vestidos sean, como al presente los usáis, de algodón y lana, blancos, limpios y honestos, sin pinturas, sin otras labores costosas y demasiadamente curiosas. Y de éstos, dos pares de ellos, unos con que pareceréis en público en la plaza y en la iglesia, los días festivos; y otros no tales, para el día de trabajo; y en cada familia los sepáis hacer, como al presente lo hacéis, sin ser menester otra costa de sastres y oficiales; y si posible es, os conforméis todos en el vestir de una manera lo más que podáis, porque sea causa de más conformidad entre vosotros, y así cese la envidia y soberbia de querer andar vestidos y aventajados los unos más y mejor que los otros»…

En fin, «la fiesta de la Exaltación de la Cruz tengáis en gran y especial veneración, por lo que representa, y porque entonces, sin advertirse antes en ello, ni haberlo pensado, fue Nuestro Señor servido que se alzasen en cada uno de los Hospitales de Santa Fe, en diversos años, las primeras cruces altas que allí se alzaron, forte [por fortuna] no sin misterio, porque, como después de así alzadas se advirtió en ello, creció más el deseo de perseverar en la dicha obra y hospitalidad y limosna».

Muerte pacífica

Ya al final de su vida, Tata Vasco se había hecho familiar en todos los pueblos y casas, en parroquias y mercados, y en cualquier lugar estaba como en su casa: todos, indios y españoles, conocían y querían a aquel anciano obispo, a quien principalmente se debía la fisonomía del Michoacán renovado.

Un día de enero de 1565, llega un día Tata Vasco a la encantadora población de Uruapan, uno de los más bellos lugares de Michoacán -que ya es decir-. Él mismo había trazado el plano de sus calles y canalizaciones de agua, y había construido allí iglesia, hospital y escuela. A su iniciativa se debía también la especialización del pueblo en trabajos de esmaltes y lacas. A él acuden aquel día sus diocesanos para besarle la mano y pedirle su bendición.

Pero el buen viejito de 95 años, que ya lleva veintisiete años de obispo, se siente desfallecer. Lo llevan al Hospital del Santo Sepulcro, donde queda recluido, y allí, en una tarde de marzo, entrega su alma al Creador. Entre llantos y oraciones, llevan su cuerpo en cortejo fúnebre a la Catedral de Páztcuaro, donde yace este gran renovador cristiano del mundo presente, a la espera de Cristo, el Señor, que cuando venga establecerá «un cielo nuevo y una nueva tierra» (Ap 21,1; +2Pe 3,13).

Hacemos nuestras, para terminar, las palabras del mexicano Nemesio Rodríguez Lois sobre Don Vasco de Quiroga: «Es él una figura excepcional, única, cuya vida hay que leer de rodillas y con el sombrero en la mano» (Forjadores 55).

Éste fue el primer obispo de Michoacán.

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SANTA FÉ DE LA LAGUNA

Lugar singular importancia histórica, se encuentra situado en la ribera norte del lago de Pátzcuaro. Fundado en el siglo XVI por Vasco de Quiroga, donde instaló el hospital-pueblo de Santa Fé en el año de 1533; sus vestigios aún se conservan y recientemente han sido restaurados para dedicarlos a diversos fines comunitarios .

Los habitantes de esta publación se han dedicado a diversas y centenarias actividades que prevalecen hasta la fecha, destacando la música y danza tradicional, la alfarería y los bordados. Es digno de admirar el coro de mujeres p'urhepechas y en sus pobladores, el uso dela indumentaria típica. Guardan celosamente a modo de gran reliquia un sillón que dicen perteneció al muy ilustre Don Vasco.

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Un pueblo de barro y plomo

Santa Fe de la Laguna es un pueblito de Michoacán que vive de la alfarería; lo malo es que su única industria es la que lo ha envenenado… además de envenenar a otros

Tradición Peligrosa: Tariacuri Máximo Guzman lame un tazón mientras su madre Griselda trabaja con la greta, un barniz a base de plomo. Alfareros, quienes ganan 2.50 dólares al día, dicen que continúan trabajando con ese tipo de barniz por cuestiones de costo. (Fotos por ANA VENEGAS)

SANTA FE DE LA LAGUNA

En Esta Nota

LA HISTORIA DE LA GRETA

PELIGROS PARA LOS NIÑOS

EL PLOMO TODAVÍA VENDE

LAS HISTORIAS DE UNAS VENDEDORAS

NO ES FÁCIL CAMBIAR

Y SIGUE LA TRAYECTORIA

Historias de la primera parte

OLLAS DE TAMARINDO, VENENO DULZON

ENVOLTURAS VENENOSAS

DETALLES DEL PELIGRO QUE REPRESENTAN LOS DULCES

Por VALERIA GODINES y JENIFER B. McKIM

The Orange County Register

Santa Fe de La Laguna, México

Griselda Máximo Guzmán moja sus delgados brazos en el balde para batir el barniz amarillo llamado greta. Parece una mezcla de pastel.

Embarazada y un poco cansada en este fresco día de otoño, zambulle cientos de ollitas de barro en el balde. El barniz que usa es un compuesto de casi puro plomo, un veneno que puede causar abortos espontáneos o daños cerebrales cuando se ingiere o se absorbe a través de la piel.

Pero es así como la madre de Máximo embarnizaba las ollas. Y así lo hacía su abuela. Y su bisabuela.

Casi todos lo han hecho así en Santa Fe de la Laguna, una aldea en el estado de Michoacán. Por siglos, es así como se han ganado la vida. También es la manera en que la aldea se ha contaminado, convirtiéndose en la parada más triste en la trayectoria de la industria mexicana del dulce, industria que produce 620 millones de dólares en ganancias por año.

Cada año, las familias le dan forma a las ollas, las embarnizan y las cuecen en estufas de leña. Después, miles de ollitas de Santa Fe se llenan con dulce que se convierte en veneno al absorber el plomo del barniz.

El dulce es una pulpa pegajosa hecha de tamarindo. El uso de ollas de barro para el dulce de tamarindo es una vieja tradición en México, donde los cocineros también muy a menudo usan otros productos de cerámica como jarrones, cazuelas y platos.

La trayectoria de los dulces contaminados con plomo se extiende hasta ciudades fronterizas como Tijuana y llega hasta el Condado de Orange. Éstos dulces en ollas son algunos de los más peligrosos. Hoy en día, ya casi no se encuentran en el Condado de Orange, pero están disponibles en San Diego por dondequiera. Tan recientemente como el 2002, se consideró a los dulces como una posible fuente de envenenamiento por plomo de un niño en La Habra.

Los dulces envenenan a niños en ambos lados de la frontera y pueden ocasionar bajos coeficientes intelectuales y problemas de salud. En Santa Fe, los funcionarios de la escuela creen que los barnices con plomo han causado que los niños tengan problemas de aprendizaje. Y las mujeres dicen que han tenido dolores estomacales, abortos involuntarios y padecido de esterilidad.

A lo largo de toda la trayectoria del dulce, hay problemas que pudieran evitarse si los funcionarios de salubridad tomaran medidas, si las fallas en las leyes norteamericanas sobre comida fueran resueltas y si los fabricantes mexicanos dejaran de producir dulces contaminados, descubrió una investigación de The Orange County Register.

Pero en ningún lugar la falta de responsabilidad es tan devastadora como en este pueblito de seis mil habitantes, muchos de las cuales viven en casas de adobe, algunos de los cuales pasan hambre mientras tratan de ganarse la vida con las ollas embarnizadas que cuecen en sus propias casas.

Sin la alfarería, la economía de Santa Fe se extinguiría. Los aldeanos dicen que tienen que hacer las ollas con greta porque la greta produce ese brillo tan precioso que los clientes quieren.

Funcionarios de salubridad de México dicen que tienen problemas de salud más urgentes en un país donde los niños en áreas rurales aún mueren de desnutrición. Y los residentes del pueblo dicen que es demasiado difícil y costoso usar barnices sin plomo.

Además, mucha de la gente del pueblo no cree que el plomo es un problema, ya que los síntomas no son obvios.

"Dicen que no hace daño y están totalmente contaminados con plomo", dijo Virgilio Pérez Negrón Medrando, del Departamento de Salud Ambiental de Michoacán. "Aquí la gente que no trabaja, no come. Dicen ‘mejor morir de plomo que morir de hambre’".

The Register visitó la aldea en octubre y contrató a un equipo médico para que les hiciera análisis de sangre a los niños del pueblo. De los 92 que se examinaron, a 87 se les diagnosticó envenenamiento por plomo; algunos con niveles hasta cinco veces el nivel máximo establecido por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos.

LA HISTORIA DE LA GRETA

Hechas a mano: La familia Máximo embarniza ollas a mano con un barniz a base de plomo. Las familias en este pueblo han usado la greta desde hace más de 500 años.

Santa Fe es una comunidad de indígenas tarascos, donde el lenguaje predominante es el Purépecha y después es el español, si es que se habla. Pese a la pobreza, esta aldea al lado de un lago tiene un poco de fama ya que una vez se grabó ahí una telenovela.

Los orígenes de los tarascos, quienes se cree tuvieron su auge en una época que se remonta al siglo XII, no son muy claros. Para cuando llegaron los españoles en los años 1500, los tarascos estaban en guerra con los aztecas, tenían su propio lenguaje y se especializaban en la metalurgia. También fabricaban ollas de barro.

Hoy, los descendientes de esos tarascos fabrican todo tipo de ollas, para cocinar, guardar comida o decorar, con el brillo tan particular de la greta. También los hacen para envasar dulce.

Tan solo una de las empresas de dulces les compra casi x 260 mil ollitas al año a los alfareros de la aldea, cuyas habilidades con el barniz de plomo datan de la época colonial.

Los españoles, a manera de desagravio después de matar miles de tarascos durante la conquista, les presentaron la greta como regalo. Aún hoy en día, una olla embarnizada con greta es considerada muy especial y poco se hace por reducir los riesgos, tanto para el alfarero, como para el consumidor.

En 2003, el gobierno de México comenzó a regular el uso de los barnices con plomo, pero la ley no se ha hecho cumplir. Un periodo de gracia indefinido se les concedió a los alfareros para que tengan tiempo de adaptarse.

Los trabajadores de salubridad del estado están frustrados, ya que dicen que los negocios prometieron no vender la greta que se utiliza en las comunidades indígenas.

"Pero vemos que la greta todavía esta ahí", dijo Pérez, funcionario de salubridad de Michoacán que se encarga de educar a los alfareros acerca de los peligros del barniz con plomo en este estado que cuenta con cuatro millones de residentes.

Pérez ha conducido talleres para enseñarle a los alfareros cómo usar los barnices sin plomo, pero con 20 mil familias que hacen ollas no ha podido llegar a más que a una fracción de ellas. Además, ha sido recibido con enojo y amenazas de parte de algunos alfareros temerosos de perder su sustento.

Cientos de millas de Santa Fe, en Guanajuato, en una fábrica que produce el barniz, los trabajadores usan máscaras y ropa protectora y se les examinan sus niveles de plomo cada seis meses.

Pero a la mayoría de alfareros en Santa Fe no se les hacen análisis para determinar si están intoxicados por plomo. Nadie aquí usa máscaras, ni guantes, ni ropa de protección. Pocos entienden los efectos del envenenamiento por plomo, aunque en las bolsas de greta vengan impresas advertencias serias de no inhalarla, de lavarse las manos después de usarla y de mantenerla alejada de la cocina.

Las advertencias están en español, un lenguaje que la mayoría de los alfareros no pueden leer.

Muchas madres saben que la greta es mala porque sus abuelas las ahuyentaban de ella o les contaban cuentos de algún niño que murió después de comerla.

Pero pocos saben que el exponerse al plomo puede causar problemas del riñon, de aprendizaje, convulsiones y esterilidad. Pocos saben que el plomo puede colarse en los huesos, quedarse ahí por años y causar daños irreversibles.

Y pocos saben que los niños son los que más corren peligro.

PELIGROS PARA LOS NIÑOS

Ponen mucha atención: Los niños observan cómo se realizan los análisis de sangre en la clínica de Santa Fe de la Laguna. El pueblo produce cerámica vidriada con un barniz a base de plomo; esto ha envenenado a los niños del lugar.

Tariacuri, el hijo de la alfarera Griselda Máximo Guzmán quien lo nombró en honor a un rey tarasco, es un típico niño de cinco años. Juega con luchadores de plástico que andan regados por el piso de tierra de su hogar.

Al niño de ojos alegres le gusta pintar animales de campo, arte que su madre muestra en las paredes con orgullo. También juega futbol; lanza su cuerpecito de 40 libras al juego con todas sus fuerzas.

Nació prematuro y tenía problemas de respiración. Su madre, quien está embarazada con su segundo hijo, dijo que hoy en día Tariacuri es un niño generalmente alegre y saludable. Sus maestras le han dicho que es inteligente.

En este día de octubre, le hace compañía a su madre mientras ella embarniza ollas en su casa. En Santa Fe, la alfarería es cosa de familia; las abuelas hacen las ollas a mano, madres e hijos las embarnizan y los maridos las venden en festivales a lo largo de México.

El marido de Máximo no está aquí para ayudar. Él, junto con otros hombres de la aldea, están en un peregrinaje de un mes a la basílica de la Ciudad de México para orarle a la Virgen de Guadalupe, caminando de día y durmiendo en los campos de noche.

Mientras que Máximo trabaja en las ollas, Tariacuri se sienta cerca de ella. Aunque él no tiene síntomas evidentes de envenenamiento por plomo, sus niveles resultaron ser de 47.2 microgramos cuando se le analizó la sangre en el día de exámenes organizado por The Register en octubre.

El plomo se mide en la sangre en microgramos por décima de litro de sangre. Si el nivel llega a, o rebasa los 10 microgramos es considerado insalubre y algunos científicos dicen que aún cantidades más pequeñas pueden ser dañinas.

Los niños con niveles de plomo en la sangre como los de Tariacuri corren peligro, dicen los expertos.

"Desafortunadamente, muchos de los chiquillos con un nivel de plomo en la sangre de 47 pueden no mostrar síntomas y mientras tanto el plomo insidiosamente se devora su capacidad intelectual", dijo Howard Hu, profesor de la facultad de Salud Pública de la Universidad Harvard. "Algunos niños pueden tener síntomas, y habrá cosas como dolores de cabeza, falta de atención, algunos dolores abdominales e irritación. Síntomas indeterminados, poco precisos, que hacen difícil que los médicos sospechen".

De los 92 niños que fueron examinados en octubre en el evento organizado por The Register, sólo cinco tenían niveles de plomo normales, y dos de ellos apenas si pasaron. Quince resultaron con niveles suficientemente altos para que el coeficiente intelectual, la audición y el crecimiento puedan ser afectados; 28 con niveles que afectan el sistema nervioso; 23 con niveles que debilitan los huesos; 10 con niveles que disminuyen la habilidad del organismo para producir glóbulos rojos; dos con niveles que también causan dolores de estómago y nueve con niveles donde los problemas podrían incluir daños a los riñones y anemia.

Se les hizo una encuesta a las familias para determinar la fuente del plomo. Casi todas las familias trabajan en la alfarería y de esas, casi todas trabajan con barniz con plomo. La mayoría tiene a sus niños cerca mientras trabajan, lo que eleva sus posibilidades de ser expuestos al plomo.

Los resultados de los análisis de sangre que patrocinó The Register indignaron a los expertos en plomo de los Estados Unidos.

"¡Que barbaridad! Es increíble", dijo Robert Lynch, un profesor asociado de Salud Ambiental de la Universidad de Oklahoma, quien ha realizado estudios sobre la relación entre el dulce mexicano y el plomo.

"Esos niños están en graves problemas", agregó. "Esos niños van a tener problemas muy notables, cuando pasas los primeros siete años de tu vida con un nivel de plomo de 60. Creemos que con un nivel de 5 ya tienes problemas. El nivel debería de ser cero".

José Luis Bautista Cortez, el director de una de las escuelas primarias de Santa Fe, dice que el 70 por ciento de los 213 estudiantes sufren de problemas de aprendizaje. El cree que el plomo tiene algo que ver con esto, aunque muchas cosas, incluyendo la barrera del lenguaje, contribuyen a que los niños no aprendan bien.

EL PLOMO TODAVÍA VENDE

Los problemas de los dulces en ollas se han conocido por una década. El estado de California emitió una alerta de salud en 1993 cuando se encontraron altos niveles de plomo en los Picarindos, unos dulces que vienen en ollas cerámicas embarnizadas hechas en Morelia – ciudad que queda como a una hora en coche de Santa Fe. Una cucharadita de ese dulce expuso a los niños a una x dósis de plomo 70 veces mayor de lo que recomienda la Administración de Fármacos y Alimentos (FDA) sea el límite diario de plomo.

Se han hecho algunos cambios: menos dulces en ollas llegan a California ahora que hace una década, de acuerdo a la gente que los compraba y los vendía.

Pero las fábricas aún producen el barniz de greta y lo envían a los alfareros, quienes continúan envenenándose a si mismos y a sus familias. Y los empaquetadores de dulces continúan comprando las ollas embarnizadas con plomo y llenándolas con jalea de tamarindo. Un representante de ventas de una de las empresas de dulces más grandes de México, calcula que el 15 por ciento de todo el dulce de tamarindo en México aún viene en las ollas tradicionales de cerámica, muchas de las cuales son vidriadas con el barniz con plomo.

En Michoacán, uno de los estados más pobres y rurales de México, ni el departamento estatal de salud, ni los hospitales regionales tienen los recursos para conducir análisis de contenido de plomo, pese a que el estado es un centro tradicional de la alfarería.

Los funcionarios de salud de Michoacán dijeron que no necesitan de análisis de sangre para saber que hay altos niveles de plomo en Santa Fe. Están muy al tanto del problema que existe ahí y en las aldeas vecinas.

Pero señalan que los recursos son limitados y los presupuestos insuficientes.

"Hay mayores prioridades: la desnutrición, diabetes, bronquitis", dijo Joel Nicolas Martínez Cruz, director del Hospital General Regional número 1 de Morelia, la capital de Michoacán, reconocida por sus tradicionales dulces. "En el hospital no tenemos la tecnología para analizar la sangre".

En Santa Fe, los niños aún pasan hambre. El doctor local dice que tiene 50 casos de niños desnutridos, cinco con tal gravedad que pueden morir.

En respuesta a los hallazgos de The Register, el gobierno estatal tiene planeado proveer con regularidad comida con altos contenidos de hierro y calcio, los cuales reducen la absorción de plomo, a los niños y mujeres embarazadas de Santa Fe.

Máximo frunce el ceño cuando los doctores le dicen sobre los altos niveles de plomo de Tariacuri el día de exámenes que organizó The Register. Le explican los efectos del envenenamiento por plomo cuando los niveles son altos: desarrollo mental más lento, dolores estomacales, daño a los riñones. Le instan a que le dé más hierro y calcio a su hijo.

Ella permanece callada, con incertidumbre. ¿Podría la greta ser tan mala? Después de todo, ha sido usada por su familia por varias generaciones. Y muchos mexicanos incluso la usan para curar dolores estomacales o como un anticonceptivo.

Pero sí es así de mala. El barniz está compuesto en su mayoría de plomo. Con cuatro meses de embarazo, Máximo ahora se preocupa de cómo el plomo afectará al hijo que lleva dentro.

Máximo, quien sólo cursó hasta el sexto de primaria, comenzó a hacer ollas para dulces cuando tenía doce años, sentada en el piso de tierra al lado de su madre. Obtenían el barro de un campo en las afueras del pueblo y luego lo secaban en el patio. En la cocina amasaban el barro, aplanándolo y dándole forma a las ollas con las manos.

La gente aquí gana como 2.50 dólares por día haciendo ollas. Hay 650 talleres familiares de alfarería. Solo cinco usan barnices sin plomo y hasta ellos admiten que están perdiendo dinero ya que nadie está comprando sus ollas. No brillan como las ollas con greta.

Máximo no sabe cómo podría dejar de usarla. Los clientes exigen ollas brillantes y no quieren saber sobre el envenenamiento por plomo. Y si ella no las hace, su vecina las hará.

Es cuestión de la oferta y la demanda. Y hay gente que definitivamente aún quiere sus ollas. Gente como Doña Mecha.

LAS HISTORIAS DE UNAS VENDEDORAS

Cultura: Mujeres Purépecha lucen sus coloridos rebozos durante la celebración a San Nicolás en Santa Fe de la Laguna. La tradición de la alfarería en ésta aldea ha perdurado por siglos

Una de las personas más exitosas de Santa Fe no és de Santa Fe. No es tarasca. No habla el purépecha. Y no se pasa los días haciendo o embarnizando ollas.

Mercedes Ramírez Campos, conocida como Doña Mecha, le compra ollas a las mujeres de la aldea y luego las vende. Originaria de Veracruz, se casó con un lugareño y puso una tienda.

Su tienda está situada en la carretera que pasa por Santa Fe, tentando a los turistas con tazas de café con decoraciones, platos relucientes y jarrones brillantes.

La tienda también está surtida con cientos de las ollitas que van a cinco clientes que las llenan de dulce de tamarindo mezclado con chile en polvo. Judith Sarmiento, una mujer de Michoacán, compra 260 mil ollas por año de Santa Fe de la Laguna. Además, compra el chile de un mercado en Morelia, donde una muestra del mismo que fue analizada por The Register resultó tener altos niveles de plomo.

Las golosinas en ollitas que x fabrica Sarmiento, bajo la marca La Colonial, se venden en San Diego y Tijuana, a donde muchas familias mexicoamericanas van a surtirse para las fiestas de los niños. The Register contrató a un laboratorio que encontró niveles de plomo de 26 partes por millón en los dulces empaquetados en las ollitas que tienen aproximadamente una pulgada de diámetro.

Para ver los efectos de la filtración [del plomo] de la olla, el laboratorio también examinó el dulce que queda en la orilla de las ollas. Tenía niveles de plomo de 100 partes por millón, 200 veces el límite de plomo en los dulces establecidos por la FDA.Oficiales estatales y federales no han analizado dulces de La Colonial.

Sarmiento, madre de dos hijos, está orgullosa del negocio de empaque de dulces que ella y su marido han construido. Tienen 12 empleados y recientemente compraron una computadora. Están asombrados de que su producto contenga plomo.

Esto no le sorprende a Doña Mecha, quien ya ha escuchado sobre el plomo en la greta.

"¿Qué otro trabajo van a hacer?" preguntó Doña Mecha. "Porque hubo un tiempo en que la gente no iba a trabajar por lo del plomo. Pero francamente me sentí mal por ellos. ¿Qué van a comer? ¿Qué van a hacer? Porque ellos viven de esto. Ahora dicen que hace daño ¿Verdad? Yo no me he muerto. Todavía estoy aquí".

Es una mujer de negocios muy práctica. Va a seguir comprando las ollas porque las van a seguir haciendo. El pueblo no puede cambiar de repente, dice. No después de tantos años.

NO ES FÁCIL CAMBIAR

Pruebas de sangre: Mujeres y niños se forman durante el día de exámenes patrocinado por el periódico The Register en la clínica de Santa Fe de la Laguna. Los doctores dicen que los niños y las mujeres son los más propensos al envenenamiento por plomo y que los niveles de contaminación en éste pueblo son especialmente altos.

¿Por qué los alfareros simplemente no dejan de usar el barniz con plomo? ¿Por qué no usan los barnices sin plomo que están disponibles? Parece tan sencillo.

No lo és.

Los esfuerzos de los trabajadores del gobierno estatal mexicano y las organizaciones no lucrativas para que los aldeanos abandonen la greta no han tenido éxito. Tratan de animar a los alfareros a que usen guantes, pero los artesanos insisten que necesitan sentir con sus manos cuando la greta ha alcanzado la consistencia exacta para barnizar las ollas.

El estado lleva a cabo talleres para exhortar a los artesanos a que usen estufas de gas, en lugar de estufas de leña, dado que el gas es más eficiente en cuanto a las temperaturas que los barnices sin plomo requieren. En los talleres también les demuestran como usar esos barnices.

Nada ha funcionado. Pocas personas asisten a los talleres. Están luchando contra más de 500 años de historia, una cultura que se niega a aceptar y barreras económicas.

María del Rosario Lucas, de 40 años y madre de dos hijos, trabaja con un pequeño grupo de mujeres que educan a la aldea sobre los peligros de la greta. El grupo se llama Uarhi, que significa "mujer" en purépecha.

Las mujeres, de pocos estudios, recientemente aprendieron español para así poder hablar sobre la greta. Pero no todos quieren escucharlas. Cuando otra mujer del grupo Uarhi dió una entrevista para la televisión sobre la greta, los aldeanos la insultaron, diciendo que de por si las cosas andaban mal económicamente.

La reacción no detuvo a las integrantes de Uarhi, quienes dicen que conocen personalmente los peligros del plomo. Lucas y su doctor creen que ella perdió a su bebé debido al envenenamiento por plomo. Tuvo un aborto involuntario en su segundo trimestre. "El plomo mata a tu bebé poco a poco. No lo uses", le dijo su doctor.

Otra mujer en el grupo Uarhi cree que es estéril debido a que vende greta desde su casa. Una tercera cree que se enfermó de vómitos diarios y bajó de peso porque ella también vende greta.

Las mujeres comenzaron a hacer ollas sin plomo, pero era como aprender un nuevo oficio. Se han pasado el año pasado gastando horno tras horno de ollas, mientras experimentaban con el barniz sin plomo.

Una hornada se pegó a las parrillas porque las mujeres no tomaron en cuenta las distintas fórmulas del nuevo barniz. La siguiente hornada salió descolorida. La siguiente se veía arañada.

Cuando las mujeres intentaron vender algunas de las tazas ligeramente dañadas, se las rechazaron. Las mujeres ahora sorben café de estas tazas durante sus reuniones regulares.

Los aldeanos dicen que los barnices sin plomo son más costosos, no están tan disponibles y requieren de temperaturas más altas y exactas en hornos de gas.

Un horno de gas cuesta 60 mil pesos, como unos 6 mil dólares; el salario de varios años de una familia. Casi todos aquí usan hornos de tierra que queman leña a temperaturas más bajas y menos precisas.

Además dicen que el experimentar con los nuevos barnices toma bastante tiempo, y esto resulta en pérdida de ingresos y en que una familia no coma por un día.

Pero los trabajadores de salud de Michoacán no están de acuerdo. Dicen que los barnices sin plomo están disponibles, son baratos y pueden ser cocidos en hornos de madera.

Pérez, el trabajador estatal encargado de educar a los alfareros, dice que los residentes simplemente están poniendo pretextos.

"No, no es cierto. No han siquiera tratado. Esto se puede aprender en dos o tres sesiones. Es una excusa. Los que han experimentado con este sistema te dirán que si es posible", dijo Pérez. "Hay otros barnices".

Pero los alfareros del pueblo dicen que eso no ha sido su caso. Y dicen que los clientes quieren ollas brillantes y las que son hechas con barnices sin plomo no se venden bien.

Mientras tanto, las mujeres de Uarhi han cambiado su campaña educativa, enfocándose más en los niños de las escuelas primarias. Es mejor comenzar a educar a la nueva generación de artistas que quizás tengan actitudes más abiertas.

"Queremos una vida mejor que la que tuvieron nuestros padres. Queremos que nuestros hijos tengan una vida mejor que la que tenemos nosotros", dijo Lucas.

Y SIGUE LA TRAYECTORIA

Encienden el horno: Francisco Máximo Gabriel (arriba) arregla la cerámica embarnizada en el horno de madera localizado en la cocina de la familia. La familia se ha dedicado a la alfarería por generaciones. Recientemente, su nieto Tariacuri González Máximo resultó tener altos niveles de plomo en su sangre que pueden afectar sus órganos y el desarrollo del cerebro y el sistema nervioso.

Mientras que cae la noche en el pueblo, los hombres descienden de las colinas verdosas; sus burros van cargando montones de leña para los hornos. Al bajar, divisan el neblinoso lago y las parpadeantes luces de una aldea vecina.

Una procesión religiosa con velas serpentea por las calles empedradas de Santa Fe.

En la plaza, el corazón de la aldea, las mujeres venden pececillos que pescaron en el lago. Los ancianos descansan en las bancas, mientras que las abuelas animadamente llegan a la iglesia.

Los hombres jóvenes brillan por su ausencia en la aldea. La mayoría se han ido a los Estados Unidos, a lugares como California u Oregón, para ganar más dinero de lo que se gana vendiendo ollas. Unos cuantos jovencitos se agrupan esta noche en las esquinas, tomando cerveza, aburridos.

Las madres regresan de la tienda de la esquina hacia sus casa; andan envueltas en rebozos. Los niños dan brincos alrededor de ellas.

Muchas camionetas llenas de ollas pasan por donde va la procesión religiosa. Pasan ruidosamente por la plaza, a la vez que los ancianos cabecean, las abuelas rezan sus rosarios y los jovencitos aburridos se recargan en la esquina.

Las camionetas van rumbo a Morelia, donde los fabricantes de dulces llenarán las ollas con la pasta de tamarindo y chile. Sin embargo, Morelia no es siempre la última parada.

Algunas veces estos dulces terminan en los Estados Unidos.

 

 

 

Autor:

Miguel Angel Reynoso Robledo

Partes: 1, 2
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