El marketing es la universalización generalizada de la operación de compraventa. Asistimos al pasaje de las sociedades "con" mercado (en las cuales el mercado es una parte del conjunto de las relaciones sociales, condicionante principal si se quiere pero parte al fin) a las sociedades "de" mercado (en la que el conjunto de las relaciones sociales no es más que una parte de la operatoria mercantil). El neoliberalismo, lejos de ser el nombre de unas políticas estatales malintencionadas, es el nombre de este pasaje.
La ideología es lo que hace consistente al lazo social (como decíamos más arriba, la "colaboración" entre oprimidos y opresores). En las sociedades en las que el Estado Nación es la institución integradora, la ideología consistía en postular la existencia de un interés general regulado por el Estado. La ficción permitía contener (o reprimir) los conflictos generados por el antagonismo de la lucha de clases. La negociación sindical, la política parlamentaria, los derechos laborales, etc. Eran mecanismos ideológicos y materiales por los que la dominación capitalista podía conservar sus posiciones estratégicas.
En la actualidad neoliberal, no desaparecen los supuestos de interés general, no desaparece el Estado, tampoco los sindicatos y el parlamento. Pero cambian los dispositivos materiales de reproducción del sistema. Por ende, este cambio cambia también los mecanismos ideológicos y políticos de esta misma reproducción. De estos cambios hablaremos aquí.
Para ello es preciso crear nuevos conceptos que permitan captar esos cambios, que es lo que hace Deleuze cuando habla del pasaje de las sociedades disciplinarias a las de control.
Hegel, anticipándose al idealismo kantiano de los "tipos ideales" de Weber, decía que la insuficiencia de un concepto, antes que una insuficiencia de éste con respecto a un real, nos habla de la insuficiencia de lo real mismo. Esto es lo que nos coloca siempre, a la hora de conceptualizar, en disyuntivas como la que se me apareció cuando estaba tratando de analizar el pasaje del Estado Nación al actual Estado Tecno-Administrativo.
Cuando heredamos el concepto de Estado, heredamos la cuenta de una serie de operaciones que nos hacen propicio denominarlo "estado". Institución-techo, proveedor de derechos universales, etcétera. Pero cuando estas operaciones ya no constituyen al Estado neoliberal ¿hay o no hay más estado? Podemos decir que hay estado, pero al costo de perder el concepto de estado, podemos decir que no, pero al costo de perder las nuevas operaciones que se realizan en nombre del Estado. Esta disyuntiva muestra un desfasaje entre lo real y su concepto, pero en lugar de tomarlos como un defecto atribuible a uno de los dos en detrimento del otro, es preciso aceptar la productividad misma de este desfasaje. Así, se abre paso para la elaboración conceptual: llamamos Estado Tecno-Administrativo[2] a aquella entidad que ha dejado de ser y persiste en su ser mediante otro ser.
La vieja ideología del E-N consistía en maquillar el antagonismo de clases, en postular su cooperación, en definitiva, en eliminar[3] en el orden simbólico la contradicción capital–trabajo. Para interpelarlos a los sujetos como ciudadanos cuando en verdad son consumidores fetichistas (la separación entre burgeois y citoyen), era precisa la existencia de dispositivos necesarios. Una vez transformados esos dispositivos, la ideología neoliberal interpela directamente a los sujetos como consumidores, igualando ciudadanos a consumidores.
El antagonismo de clases ya no es más recubierto. La ideología asume que hay clases sociales, conflictos, etc. Los elementos que estaban en los dispositivos de las sociedades estatales-nacionales se redefinen. La política es sinónimo de gestión (y no de gobierno), el lazo social es sinónimo de negocio (y no de institución), la cultural es sinónimo de pertenencia a grupos particulares (y no de una Nación Estado). Esto es posible porque la sociedad está gestionada directamente desde la lógica del capital (es la era de lo que Negri llama el Imperio, o el pasaje de la subsunción formal a la real). Y lo que construye esa gestión capitalista de lo social es el marketing. Todos debemos hacer marketing, porque todos somos variables de encuentro con el capital. Si no somos capaces de encontrarnos, somos culpables de no poder hacerlo. Para el Estado o somos víctimas o somos delincuentes.
Si para la ideología la contracara del ciudadano era el trabajador que contribuye a la Nación, para lo cual era necesaria su incorporación a modo de apéndice de la producción, hoy en contextos neoliberales la contracara del consumidor es el empresario individual. Lo que hace posible esto es una inédita enajenación de los medios producción, por las cuales se eliminan los sectores intermedios de la producción. Así, lo que sostiene el sistema es una dialéctica entre trabajadores de alta calificación tecnológica y de escasa formación, básica para recoger las materias primas y formatearlas según los requerimientos flexibles de los mercados. Ambos sectores son demográficamente reducidos. A los sectores intermedios les toca el rol de ser vendedores de servicios. Pero como la comercialización es manejada en reducidos circuitos que transfieren grandes recursos a las transnacionales, es escasa la posibilidad de ser vendedores porque no todos podemos ser vendedores, o empleados de comerciantes. Y como hay grandes franjas sociales que no pueden proyectarse económicamente siquiera en mediano plazo, es preciso apelar al mito del "self made man", que ahora sí adquiere un rol estratégico.
No otra cosa está haciendo el Estado Tecno-Administrativo: el gobierno de la ciudad de Buenos Aires armó un proyecto llamado "Incubadora de empresas". Este consiste en convocar a la presentación de ideas/proyectos que, de ser evaluados viables, serán subsidiados por el Estado. Quizás sea la primera vez que el Estado se hace cargo de garantizar materialmente el mito metafísico del "self-made-man". Todos sabemos que el empresario se construye a partir de la enajenación del trabajo, que para consolidar una empresa hay que hacer una inversión y la condición previa es tener un capital acumulado, pero aquí esta propuesta realimenta el mito, ya que su mensaje nos dice: "todos podemos ser empresarios, todo depende de nuestras ganas y creatividad, si no tienes dinero el Estado te lo dará hasta que seas independiente".
Si la ideología consistía en "hacer pasar los intereses particulares como universales", se puede decir que hoy consiste en creer que "sólo hay intereses particulares". En el primer caso, se nos quiere hacer creer que los intereses benefician a todos cuando benefician a una parte, pero en el segundo, la creencia consiste en que todos buscamos nuestros intereses particulares, sin que aparezca necesariamente el motivo del beneficio generalizado. El marketing sólo afirma que perseguir nuestros intereses es moderno y ayuda a nuestra evolución como personas.
La "negociación de intereses" es el ideologema básico que ordena la cultura y la política. Si hay población con problemas, ésta tiene el deber de "sectorizar el problema" y formularlo como demanda. Si la demanda no es respondida, se liquida rápidamente con la indiferencia o con una criminalización del demandante, que no tiene virtudes negociadoras. Marcos dice: "el ser humano es cliente o delincuente".
Cualquier demanda razonable, si no favorece al statu quo del mercado, por ejemplo, ante una empresa que viene a perturbar la ecología, es acusada de "atemorizar a la población con falsos análisis".
Esto es posible porque el consenso es el nombre privilegiado, siendo "gobernabilidad" su reverso sombrío, sin importar lo terrible de los abusos que se hagan.
El consenso es un operador político que asume su incompletud, que llama a los aguerridos tripulantes a bajar sus ánimos para no hacer caer el barco. En otras palabras, consenso no es el nombre de un acuerdo pleno, sino el de un acuerdo en su imposibilidad. Jacques Ranciére llama al político consensual "reunidor de los odios"[4]. Los odios, en lo real del antagonismo, no se pueden reunir, y posponer la batalla campal no es una tarea política sino la mantención de un estado de guerra o de excepción permanente.
Este escenario de retorno de la guerra es posible bajo el fondo del funcionamiento del capitalismo sin mediaciones políticas y culturales. Sería posible reescribir El Capital sin necesidad de presentarlo como una tarea de desciframiento: lo que se hallaba oculto tras la superficie hoy es visible en ella.
Hoy el mercado funciona efectivamente casi sin necesidad de las viejas instituciones mediadoras y sus mitos ideológicos.
La ideología burguesa antigua tenía que hacer presentar sus intereses como intereses generales, porque acababa de sobrevivir a los lemas de la Revolución Francesa (igualdad, libertad, fraternidad), y tenía que integrarlos en el funcionamiento político cultural de la vida social. Esta integración fue posible la instauración de mecanismos disciplinarios. Si la educación era universal y liberaba de los mitos, por otro lado preparaba a los sujetos para ser depositarios de información mínima para el mercado. Si el trabajo era libre de tutelas señoriales, debía vender su fuerza al mejor postor. Si los pueblos se liberaban de los yugos feudales, debían reparticularizarse bajo el mando del estado, y así sucesivamente.
Una vez producido el pasaje de las sociedades disciplinares, liberales y modernas, a las actuales sociedades de control, neoliberales y posmodernas, casi ha sido posible realizar lo que siempre ha sido el sueño del capital: liberarse del trabajo.
Este sueño ya aparece en el análisis de Marx sobre la plusvalía, Marx nos advertía de "la sonrisa del capitalista", una sonrisa que mostraba la satisfacción de que la ganancia salía "de la nada", de la nada que es la fuerza proletaria. El proletario como pura fuerza dinamizadora del beneficio.
La sociedad disciplinaria fue un modo político de mantener, mediante mecanismos muy diferentes a los feudales (dependencia personal, lazos de sangre, etc), subyugada a la fuerza de trabajo.
La actual sociedad de control es una respuesta a los intentos de los trabajadores de la sociedad disciplinaria (las conmociones de los años 60) de liberarse del mando del capital.
Esta respuesta, como todas las respuestas, hacen que un contexto trabaje en su favor. En lugar de negar simplemente una situación problemática, una respuesta novedosa, que desconcierta, no va más allá: se afirma en la lógica de la misma situación dándole un giro en la que se ordena políticamente a favor de su conservación o transformación. Hace una "negación de la negación".
Si las clases subordinadas intentaron liberarse en la Edad Media, la burguesía la integró con nuevas limitaciones (la libre venta de la fuerza laboral bajo disciplina del patrón y del estado). Si se les dijo no a estas limitaciones (las luchas de los obreros anti maquinistas, antifordistas e internacionalistas) la respuesta posfordista es: "ustedes no tienen ninguna limitación, salvo la esencial" (es decir, subordinarse al mando capitalista).
La pretensión actual de conservar el mando no es una pretensión que se apoye políticamente. El mando de la economía es simplemente racional: es el simple ordenamiento sabio de las fuerzas de mercado, la sabia administración capaz de hacer frente a las crisis o de ser creativos frente a ellas. La figura del manager es la del nuevo amo. Ella atraviesa indiferentemente a políticos y empresarios. Si estos últimos operaban tras bambalinas, era porque los políticos pretendían ser diferentes a ellos, para mantener la ficción política del bien común y de su representación. Hoy siguen operando tras bambalinas, sólo porque éstas aún no han sido sacadas: los políticos no pretenden ser diferentes de los empresarios, pero quieren ser aún los portadores de la función de representación. Si el empresario y el político son iguales, es muestra de la radical "economizacion" de la política, que esconde una radical politización de la economía. Esta radicalidad explica el pasaje de las sociedades disciplinarias a las de control, del Estado-Nación al Estado-Tecnoadministrativo. Desde una perspectiva anacrónica, diríamos que el político pretende representar ocultando que no tiene una función especifica diferente a la de un mercadólogo (de este modo ocultaría la esencia política de la economía). Pero en nuestras condiciones no se esconde la politicidad de la economía sino sus consecuencias. Si decir que detrás del político estaba el capital era un escándalo que lo hacia impostor, y la consecuencia crítica era su destronamiento revolucionario, pero hoy la cosa es inversa: sabemos que detrás esta el capital, pero nada podemos hacer contra él. ¿Qué puede hacer un pobre presidente si los que mandan son los mercados? La consecuencia crítica tiene que vérselas ya no con "los mercados" (a ser "disciplinados" por alguna tasa llamada tobin, medida más propia de sociedades "con" mercados, pero un poco impertinente para sociedades "de" mercado[5]), sino con el mercado como tal. Toda tarea política esta a la altura de aquello que la condiciona. Si lo que nos condiciona es el mercado, la política tiene que trazar un trayecto social no mercantil.
Unas palabras sobre la llamada crisis de representación. ¿Porqué el empecinamiento de los políticos en las cuestiones de la representación y gobernabilidad cuando saben que están caducas? La representación ya no opera como tiempo segundo sobre una presentación. Es excrecencia ya que apunta a representar una representación. El Estado tecnoadministrativo integra a la política y a la cultura como excrecencias. La política es simulacro de política y la cultura es simulacro de cultura, pero la cultura y la política funcionan efectivamente como simulacros.
Fenomenológicamente la "crisis de representación" aparece como "ilegitimidad" , "ingobernabilidad". Decimos fenomenológicamente porque en lo real no funcionan como límites negativos sino como condiciones positivas. En lo real la sociedad funciona ya sin mediaciones. Pero ¿qué apoyo material hay cuando la representación se mueve en el mundo del éter de las imágenes? Ninguno, porque no es necesario, lo que pasa es que no hay otra forma de tecnoadministrar una sociedad sin mantener la función de representación. Si hay renuncia de esta función, no se puede mantener el mando sobre las poblaciones. Es preciso presuponer que se justifican las decisiones de los mandatarios, sin que importe caer en el ridículo. Escuchemos a Marcos: "el neopolítico ya no es el pastor culto, sino lobo bobalicón e ignorante, que no precisa esconderse tras las ovejas".
Por lo menos la excrecencia es algo y no nada. Este algo es el único apoyo material que acompaña a la represión estatal.
Si hay renuncia a la representación, se abre el juego para una sustracción de las poblaciones a la lógica del mercado (y de hecho ya está sucediendo). El mando de las múltiples empresas no puede ser efectivo sin el mando unificado de un Estado, por más o menos empresarial que sea. Son las empresas las que necesitan de una representación excrecencial, los políticos sólo sus bolsillos llenos. Por eso no se puede pretender que haya "honestidad política", que no haya "corrupción". Pero seguimos creyendo en la honestidad, porque creemos que nuestro barco social, estando a la deriva, no tiene a su capitán. Lo que pasa, dice Marcos, no es que falte el capitán, sino que "se robaron el timón" (los estados-nación, conquistados por el dinero).
Sin embargo, la permanencia de la ilusión de la gestión honesta y eficiente indica que también están caducas las reflexiones sobre la necesidad de la "hegemonía política" de los bloques históricos para conservar su mando: la hegemonía ideológica se mantiene sin gobernabilidad o con gobernabilidad precaria porque aún opera en las relaciones sociales. No debemos confundir la hegemonía de la representación política con la hegemonía sobre una red de prácticas sociales.
Este es el error común de muchos analistas políticos, que creen que el neoliberalismo "agotó su consenso". Más bien, lo que se ha agotado es su "fundamentación argumentada", no su efectividad real. En lo real, sólo hay división entre gente acoplada o expulsada del mercado. Quedan dos articulaciones políticas, que son las que se dan entre gente que está en desacuerdo y emprende su éxodo del capital y gente que "emite descontento". Esta última es la que espera ser incluida, la que espera respuesta del Estado y la que sustenta los análisis que hablan de crisis de representación, que es sinónimo de crisis del neoliberalismo, que es sinónimo (siempre ingenuamente) de una "ausencia del estado". No ven que el Estado está presente en su misma ausencia.
Excursus: Condiciones poshegemónicas
Todo concepto piensa un real problemático en condiciones históricas. Pero cuando cambian estas condiciones, cambia la capacidad de pensamiento del concepto. Y con los cambios vienen las paradojas, los que llevan a la reconceptualización.
La primera paradoja es la de una dominación que se sostiene sin los mecanismos institucionales tradicionales de ligazón social y sin la disputa política por la hegemonía. En lugar de esto tenemos instituciones que se destituyen para dejar librados sus flujos al mercado y el patetismo de la representación política sin presentación que le dé sustento. La paradoja es que si lo real anda solo aun se pretende que no, no puede andar solo y hay que acompañarlo con aquello que siempre lo ha acompañado. Entonces, el diagnóstico de los analistas, periodistas, académicos es: "es cierto que lo real está solo, pero esto es una anomalía". Nuevamente se repite el gesto ideológico de atribuirle una falta a lo real cuando esta falta misma es la que lo constituye.
Entonces, no hay que confundir lo histórico con lo trans-histórico. Lo que no cambia en la política es la capacidad de los sujetos de realizar una vida colectiva autónoma, y la capacidad de los mismos humanos de sofocar estos intentos. Lo que cambia son las condiciones históricas en las que las fuerzas de la potencia (y la impotencia) se despliegan. Si antes se llamaba "contra hegemonía" a determinadas tareas empleadas por los sujetos de la política emancipatoria, es porque estas tareas fueron pensadas para esas condiciones. Desfondadas esas condiciones, se puede llamar contra hegemónicas a las nuevas tareas, a condición de que se conserven no las tareas sino su orientación -que siempre ha sido radical, igualitaria, universal.
Ya que vivimos la crisis de representación -que no es la suma de la crisis de los representantes- se trata de habitar estas nuevas condiciones, de ver la cara positiva de esta misma negatividad. En pocas palabras, es buenísimo que no tengamos representantes, a condición de esa ausencia de representación sea una vía de potencia colectiva y no excusa de la tristeza mercantil de la gestión.
El gestionarismo, etapa superior del hegemonismo
La gestión es el otro operador privilegiado de la política tecnoadministrativa, y gobierno es su nombre excrecencial. Tiene su eficacia porque mantiene la ilusión de la perfectibilidad, genera un sucedáneo perfecto para la ideología: gestión eficiente versus corrupción. La novedad es el remplazo de la honestidad por la gestión eficiente, la corrupción como la práctica que no se adecúa a su idea. El antagonismo se reescribe en términos de gestión. Y autogestión sería el nombre propio de la política, el que asume el carácter instrínseco del antagonismo.
Heterogestión sería la gestión entendida desde el mando, que sólo reconoce máquinas sociales capaces de acoplarse a los flujos del mercado. Reconoce el antagonismo, sólo tratable mediante la negociación consensual. Sólo que ya no vivimos en la época de los sindicatos y partidos revolucionarios que ponían a prueba la capacidad de negociación de la burguesía. El antagonismo no se trata en el conflicto entre dos partes en lucha, sino en el conflicto generado por la parte que quiere a la vez que la otra parte quede afuera y no moleste pero que no puede permitir que viva independientemente de su mando.
Las "justicias por manos propias", al igual que las cooperativas y empresas autogestionadas (fenómenos éticamente diferentes) no significan "ausencia del Estado" sino la simple lógica por la que la heterogestión se desentiende de todos los conjuntos sociales que no sepan entrar en el negocio. En lugar de una heteronomía por la cual las poblaciones son tenidas en cuenta según los cálculos de su dominación, la heterogestión sólo tiene en cuenta a quienes se pliegan a su dominación. En lugar de ausencia del Estado hay inexistencia de heteronomía. Lo que confunde es que la misma heterogestión se legitima según los parámetros de la heteronomía (gobierno, consenso de partes, etc). Por eso la gestión es heterogestión.
El carácter biopolítico de la (hetero)gestión
Por eso el marketing es nuevamente importante aquí: él redefine los parámetros de la justicia, entendida sólo como la pregunta por la víctima. Los individuos que perdieron, que no pudieron ser emprendedores creativos y competentes (es decir, los que no pudieron acoplarse a los flujos del mercado siempre excluyentes) son sólo víctimas inocentes o culpables. Si son "inocentes" son aquellos que aceptan ser tratados como víctimas, según el vínculo asistencial provisto por la clientela del partido o por la ONG humanitaria. Si son "culpables" o "terroristas desestabilizadores del orden" son aquellos que han decidido ya no sólo hacer política sino sobre todo defender su vida. Defender la vida es un nuevo terreno del antagonismo: el poder se pretende protector de la vida frente al terrorismo y las multitudes defienden su vida del poder. Para la biopolítica la vida es el valor supremo en el mismo momento en que ésta tiene valor nulo (las empresas que destruyen ecosistemas, que usan países pobres como basureros nucleares, las poblaciones de países conflictivos como objeto de atentados o invasiones por aire, etc).
El marketing como mito e ingeniería social
En la década del ´30, la Escuela de Frankfurt llamaba la atención acerca de la idea de un carismático "genio de los negocios", se afirmaba en la "ideología espontánea" que atribuye el éxito o el fracaso de un hombre de negocios a algún misterioso "no sé qué" de su personalidad. Hoy, el mercado del libro está saturado de manuales psicológicos con consejos acerca del modo de tener éxito, de aventajar a nuestro competidor: presentan el éxito como dependiente de una "actitud" adecuada[6]. Este brillo metafísico tiene el mismo rango que la sonrisa del capitalista al saber que su ganancia procede de "la nada".
Žižek toma por ejemplo a Bill Gates. No es ningún genio malvado, dice, es un oportunista que supo aprovechar el momento. No hay que preguntarse "cómo lo hizo", sino ¿qué hay en el sistema en su funcionamiento para que de pronto un individuo adquiera de pronto un poder descomunal?
Así como la mercancía pretende "llevar escrito en la frente lo que es", lo mismo cabe decirse del empresario exitoso. El marketing se encarga de elevar racionalmente estas mitificaciones.
En una sociedad burguesa en la que prevalece la ficción jurídica en la que cualquier hombre, desde el momento en que se convierte en un comprador, posee un conocimiento enciclopédico de las mercancías (Marx). Marx también pudo entrever la aparición del marketing, "esa ciencia del conocimiento de las mercancías".
El conocimiento pretendidamente sabio y autónomo del comprador es también objeto de estudio de la ciencia empresarial. Si el comprador ya sabe lo que es bueno ¿para qué crear una ciencia que investigue lo que es bueno para el comprador? La respuesta es simple: porque debe mantenerse la ficción real de que el comprador elige correctamente lo que va a comprar.
En el capitalismo clásico, la satisfacción del consumidor es "creada", es un modo de ser-hacer que permite la consumación del acto de consumo, así como el católico que se come la hostia. Esto es así porque la existencia de los compradores-consumidores no puede ser una existencia no regulada, porque su acto es el que permite la transformación de la mercancía en dinero. La regulación no es normativa, sino practica, no se te dice que cosa debes consumir, sino que debes consumir, así sea algo poco valioso o insignificante -lo poco valioso sigue siendo valioso, esto es: todo valor produce su plusvalor.
El marketing tiene una doble función: mítico ideológica y de ingeniería social.
La primera justifica-naturaliza la existencia de "caprichos del consumidor", socava el sostén comunitario de las relaciones sociales al "privatizarlas". Por ejemplo, si a uno le parece mala una escuela (pública o privada, tanto da) no tiene más que recurrir a otra mejor, acorde a "la demanda". La clave está en transformar un reclamo de calidad en demanda. No se trata simplemente de demandar esto o aquello, sino que esto o aquello "cumplan los requisitos". La falla de un servicio no se trata socialmente (lo cual implicaría un "ensuciarse las manos" en un conflicto, participar de la construcción de aquello que uno va a dar usufructo). La otra operación que se combina con la operación de transformar un problema colectivo en demanda individual es la atribución de las deficiencias de un servicio social a "la incompetencia". De este modo, la culpa la tienen unilateralmente los que están del lado de "la oferta". Esta condena que naturaliza en los individuos los problemas permite conservar la relación mercantil entre los individuos: si no le gustan estos oferentes, búsquese otros. Nunca se trata de cooperar o de participar.
El marketing dice que si un individuo no es incentivado, estimulado, su rendimiento será mediocre. Esto es una verdad a medias, porque sabemos que no se le puede pedir más a una fuerza de trabajo que, por ejemplo, se la mantiene a un mínimo nivel de subsistencia. Después, ¿quiénes son los que pueden emitir un buen juicio sobre los productos? Supongamos que nos encontraremos con empleados creativos bien pagos de una buena empresa. Nos encontraremos también con que sus productos son de alta calidad y caros. Pero… sus productos serán inaccesibles al comprador "conocedor enciclopédico de las mercancías" si éste no tiene poder adquisitivo…
La función de ingeniería social, es la de monitorear continuamente los mercados y sus potenciales consumidores, para hacer coherentes los desfasajes entre la capacidad adquisitiva y el acceso de los productos, entre los deseos de los consumidores y su realización (las ciencias sociales analizarán "la diversidad sociocultural" de los sectores tomados como objeto de estudio).
El marketing no puede abolir la distancia generada por el poder adquisitivo y los deseos: basta con que la lógica de la compra, sapiente y gozante, se realice en cualquier escala.
Si para los ricos hay Disney, para los pobres también: a su medida, un Disney casero.
El capitalismo se conforma con un ideal de felicidad elevando a los deseos en ideales a alcanzar, como objetos de consumo. Si yo tengo deseo de viajar, de andar en un auto, de hacerme una casa, de ir al río, etc, estos deseos, antes que "ser conquistados mediante el sacrificio del trabajo" se transustancian en objetos de consumo. El problema es lo que se gana y lo que se pierde. Si la vida no dependiera de la capacidad adquisitiva, estos deseos se podrían realizarse mediante el trabajo sin que se pierda nada, salvo la energía empleada en el trabajo. En la economía capitalista, el tiempo de trabajo se mide en dinero, si yo invierto mis pocos ahorros en una casa, la pérdida es total ya que mis movimientos futuros dependen de esta inversión (si no tendré trabajo no podré vivir en la casa por más que sea propia, si seguiré teniendo trabajo, va a pasar mucho tiempo hasta que pueda volver a invertir en otra cosa, etc).
La vida digna de los trabajadores, según el sistema, se aproxima a las realizaciones del patrón, sólo que no puede gozar sin trabas económicas como él. Es la dialéctica del amo y del esclavo, en la que el primero puede gozar sin trabas y el segundo es la condición material para ese goce. La clave del lazo entre el amo y el esclavo es la de compartir la misma visión de mundo que ordena sus relaciones sociales.
El argumento de la ideología capitalista espontánea para la limitación del poder adquisitivo de los trabajadores es que esto impide que entren en una vorágine de consumo que agote todos los recursos. Pero se ve su puerilidad cuando vemos que son los patrones que llevan a la destrucción con su consumo vertiginoso.
Entonces, la propiedad privada de los medios de producción (entiéndase bien: no la propiedad jurídica de los mismos, sino la "apropiación privada" de lo producido socialmente, mediante la fijación en valor de lo producido, mediante la sanción de que quien tanto tiene tanto compra, en un contexto de sujetos que extraen plusvalor de otros), antes que organizar racionalmente la sociedad a secas, la "organiza racionalmente" tras un objetivo irracional: la acumulación desenfrenada de capital. Y es desenfrenada no por la escrupulosidad del empresario, sino por la caída tendencial de la tasa de ganancia que produce la misma operación de extraer plusvalía, de enajenar el trabajo.
Todos conocemos los absurdos de esta acumulación. Tomemos el ejemplo de un futbolista: gana millones de dólares, más que la facturación de muchas empresas. Como el dinero tiene una relación con el tiempo, ese dinero le sirve para vivir miles de años. Quien tiene más dinero, tiene más tiempo, pero esto es posible bajo el fondo de la enajenación temporal de otros seres humanos, que son los que producen la plusvalía. Pero la ecuación dinero-tiempo también permite la otra ecuación dinero-mercancías: si poseo más dinero, una porción mayor de los productos del mercado puede ser comprada a mi gusto, sea para consumo o para comercio. Esto es posible por la enajenación del tiempo de otros, cuyo menor poder adquisitivo representa menor tiempo. La temporalización de la economía permite una destrucción de su espacio, como vemos hoy en la crisis ecológica y la impunidad contaminante de las empresas.
Volviendo al ejemplo del futbolista: ¿cuál es su producto? Se trata del entretenimiento. Pero el entretenimiento ¿qué función productiva cumple, qué necesidad satisface? En la economía capitalista, tanto las "necesidades primarias" como las "secundarias" (aceptando una distinción discutible por cierto), pasan por el tamiz de la forma producto. La forma-producto entretenimiento genera réditos tanto como lo hacen unas bananas en la verdulería o un rulemán en una ferretería.
¿Cómo se produce esto? Veamos otro ejemplo, el recital de un grupo de rock. Si un grupo idem realiza un recital y el dinero recaudado se limita a financiar el recital, su actividad no es productiva. Si el grupo es contratado por una empresa, su actividad sí es productiva, porque lo recaudado va a sus arcas. En el primer caso, yo obtengo el beneficio de escuchar música a cambio de sostener sus condiciones materiales (con mi entrada pago el alquiler, el sonido, etc). En el segundo caso, yo pago mucho más de lo necesario para obtener el beneficio, siendo el pretexto "la calidad de la banda" (nuevamente vemos la transformación de valor de uso en valor de cambio, la conversión de la calidad como virtud gratuita en demanda), y en realidad lo que hay son las arcas llenas de los cerdos empresarios.
La primacía del valor de cambio sobre el valor de uso incrementa el valor de un bien, lo que es otro modo de extraer plusvalía. La retórica del marketing dice que lo bueno cuesta (lo cual es cierto en términos de esfuerzo subjetivo, pero falso cuando se lo traduce en el esquema de la oferta y la demanda, porque la "calidad" es independiente del intercambio mercantil, esto lo vemos cuando el capital está en busca de "talentos" para vampirizarlos, es decir, convertirlos en fuentes de ganancia), cuando en realidad está justificando la extracción de plusvalor.
El valor de uso es transformado en valor de cambio cuando sólo puede realizarse pasando por su tamiz, por su lógica. El valor de cambio no es sólo el valor de un intercambio sino la conversión del valor de uso en valor de cambio. Esto significa que sólo puedo satisfacer mis necesidades y deseos si se encuentran en el mercado, en el esquema de la oferta y la demanda. Si no hay encuentro, no hay satisfacción. La "sociedad de mercado" no es una sociedad "con" mercado, sino una sociedad cuyos enteros modos de funcionar (político, cultural, religioso, etc) pasan por los parámetros mercantiles. La mercaderización de la sociedad es la universalización de la excepción mercantil (la excepción por la cual la oferta y la demanda no se corresponden sino bajo una asimetrización por la que uno u otro polo sale perdiendo).
En lugar de obtener algo por el esfuerzo directo, el esfuerzo se vuelve "indirecto": todo trabajo tiene el mismo estatuto que aquel "trabajo excepcional" , aquel plus-trabajo que se supone que es (en una sociedad no mercantil) una forma obtener más de la cuenta. Esta universalización del plustrabajo genera lo contrario: el trabajar más (no es solo cuestión de horas sino de medición del tiempo de trabajo valorizado que posibilita la extracción de plusvalor), para obtener menos. Esto se realiza produciendo la abstracción del trabajo genérico, la conversión de la fuerza de trabajo en valor de cambio: de este modo, todo trabajo es plustrabajo. Es preciso aquí también contestar a Toni Negri, que dice que la ley del valor está en crisis porque no puede medir más: en verdad nunca se trató de que el fundamento de la ley del valor fuera la medición cuantitativa de tiempo, es una medición cualitativa que, indiferente a las cantidades, permite la extracción de plusvalor. En otro sentido, el que entiende la ley del valor como la base del mando, Negri tiene razón cuando afirma que la medición de la ley del valor es un mecanismo de determinación política, que justifica el mando empresarial, siendo esto más cierto aún en el actual estado posfordista de tecnología automatizada y de alta organización basada en la comunicación y el trabajo en equipo.
La fuerza de trabajo, al ser también valor de cambio, una mercancía paradojal que produce mercancías, pierde por doble partida: en la partida del salario y en la de consumo. Tanto en el recital armado por la empresa como en los productos del supermercado hay un incremento de valor que excede el salario.
Del lado del capital, la ganancia es doble, en la empresa y en el mercado, ya que son las dos caras de una misma moneda: la ley del valor que convierte a todo en valor de cambio (generando ese resto que es el proletariado, el punto de excepción por el que reposa la universalidad del sistema).
En el capitalismo hay transferencia constante de valor, desde que se produce hasta que se consume. Por eso está prohibido autoabastecerse. Tomemos el ejemplo de unos campesinos que venden directamente su leche: esto está prohibido, y el pretexto es que no pasa por los controles bromatológicos y estatales (registros, impuestos, etc). Pero en realidad el "problema" está en otro lado (los vecinos podrían tranquilamente, con sus profesionales, realizar el control de calidad): esta actividad nace fuera de los circuitos empresariales cuyo mando posibilita la generación de valor. Pone freno a la transferencia de valor al utilizar el dinero pura y exclusivamente para el funcionamiento de su actividad, como el recital del ejemplo anterior. Claro que, también podría aprovecharse de esta sustracción para hacer "competencia" a las empresas, pero estamos ya éticamente en el terreno capitalista.
El éxodo de la ley del valor
Actualmente, la actividad de los clubes de trueque, las cooperativas de los MTD´s y las empresas recuperadas, se sustraen a la ley del valor, limitándola. Pero la contradicción aparece otra vez cuando estos sectores, para subsistir en el mercado, deben "hacer competentes" sus productos, es decir, encontrar una plaza de demandas que posibilite la reproducción de valor que, si bien no es necesaria para pagar a los obreros (los obreros trabajan gratis, para sí mismos) sí es necesaria para pagar los insumos, los gastos de distribución y de la vida de los trabajadores.
Esta contradicción, si convierte a las cooperativas en empresas, termina reabsorbiéndolas en el mercado. Los trabajadores viven de la plusvalía de otros trabajadores, aunque no apliquen el régimen para ellos mismos. Al poner sus productos a un precio igual o menor que sus competentes en el mercado, quizá pierdan "competitividad", frente a las empresas capitalistas, a las que la extracción de plusvalor le permite acelerar su productividad y modernizarla, más aún en la época posfordista de flexibilidad y continua modificación de los productos.
Pero si el objetivo de la economía autogestionada es político, la competencia no puede ser el objetivo principal. Este límite que termina siendo un límite material, sólo puede ser subsanado materialmente en alianza con otras cooperativas autogestionadas. La sustracción a la ley del valor (esto es: a su determinación política) sólo se sostiene con más sustracción.
Esta sustracción, que podemos llamar éxodo de la sociedad mercantil (un éxodo interno de forzamiento de la sociedad del valor de cambio a una sociedad de valor de uso), preocupa a los capitalistas porque interrumpe la transferencia de valor a manos privadas.
La posposición de las contradicciones generadas por la ley del valor debido a su suspensión ya configura de otro modo el antagonismo político entre capital y trabajo, porque esta es producto de una sustracción que compone lazos sociales y los lazos sociales se componen en tanto sustraídos. No es un antagonismo que se dé en el campo de la empresa y el salario, sino que es externo a los lazos de ambos. Al éxodo del capital sobreviene el éxodo de los trabajadores, sólo que, el capital, en su éxodo, pretende conservar su mando.
El antagonismo se expresa en el conflicto generado por una represión extensiva, y un terrorismo de baja intensidad (torturas, impunidad, persecución, etc) que sufren quienes inician la aparentemente inofensiva tarea de armar una cooperativa, armar un merendero, recuperar una empresa o reunirse en el barrio.
El valor de cambio en su mayor esplendor
Hoy vivimos la época de mayor esplendor de la ley de valor, en el sentido de que ella ha colonizado todo cual Rey Midas que tocaba todo y convertía en oro.
La lógica por la que todo valor de uso se convierte en valor de cambio es la del fetichismo de las mercancías. La definición de fetichismo de El Capital dice las relaciones sociales entre personas toma la forma de relaciones entre cosas y las relaciones entre cosas toman la forma de relaciones sociales.
El fetichismo es un abrazo mortal en el que la persona se cosifica y la cosa se personifica, y esto es posible mediante la forma valor. Tanto las personas como las cosas se miden por el valor. La medición universalizada mediante una cifra cuantitativa constituye la extensión universal del valor de cambio. Esta es la razón por la que el valor de cambio no es simple valor de intercambio, ya que éste está subsumido obligatoriamente a la conversión de una energía (material e inmaterial) en dinero, en equivalente de intercambio.
La persona se cosifica porque vende su fuerza de trabajo, la cosa se personifica porque porta un valor, que se le atribuye a sus cualidades intrínsecas. Todos sabemos que tras las mercancías hay esfuerzo humano invertido, pero vamos al mercado como si éstas portaran por sí mismas su valor. Al intercambiarse una mercancía por otra, es como si se intercambiara una persona por otra, puesto que los lazos sociales son básicamente lazos de intercambio mediados por el dinero. Una definición condensada de fetichismo sería "Las relaciones sociales entre las cosas que son las personas".
El valor, que es eminentemente una cuestión social y cultural, se emancipa de lo social-cultural para regularlo desde fuera.
La cuantificación de las fuerzas laborales en valor monetario nos hace creer que se paga según el esfuerzo invertido. Pero ¿porqué valorar más el esfuerzo de quien trabaja en una computadora de quien trabaja como albañil de construcción? Aquí no se trata de una cuestión cuantitativa, pero la realidad nos demuestra lo contrario, por no hablar de quienes ganan más casi sin esfuerzos físicos e intelectuales.
Estas diferencias que no se condicen con el principio "a más esfuerzo mejor paga", sólo tienen un fundamento, y es el de la división del trabajo. No la división de tareas, tampoco la del trabajo más calificado y el menos calificado, sino simplemente entre trabajos valorizados y desvalorizados. ¿Y quién traza la barrera? El Capital, por diversas razones. La "razón tecnológica", por la que una mayor tecnología prescinde más que otros trabajos de empleo humano, siendo posible pagar a un empleado cualificado con parte de plusvalor del menos calificado, la razón "económica", por la que una u otra rama de la producción adquiere en circunstancias especiales el privilegio de ser alentada por las inversiones, la "razón social" por la cual el trabajo calificado sirve como status diferenciador, como elemento estatizante de la división de clases. En fin, todas estas razones son "razones políticas", porque están destinadas a mantener las divisiones entre lo más y lo menos que produce y caracteriza a la ley del valor.
EL valor de cambio universalizado produce un funcionamiento cultural según sus parámetros. Nos indica Alain Badiou el remplazo de las palabras amor, política, ciencia, arte por sexo, gestión, técnica y cultura.
Así, los desvaríos del amor se tratan mediante píldoras (Viagra), mediante la preocupación permanente por las dietas y el físico. Los conflictos inherentes a la política se sustituyen por el consenso reglado de la gestión, que busca no exceder el conflicto de los parámetros del más y el menos de la distribución social definida por el mercado. La ciencia se desgaja de su ética para convertirse en técnica de administración, de técnicas de innovación de los productos del mercado, en trabajos subsidiados por grandes empresas. El arte pierde su valor de interpelación para ser el valor de una simple diferencia cultural pasible de ser contemplada en museos o devenir en creatividad publicitaria.
Esperamos sus aportes y criticas, para entablar un dialogo que enriquezca los análisis antagonistas.
Dialéktica. Revista de Filosofía y Teoría Social, año XI, Nº 15, Buenos Aires, primavera 2003.
Autor:
Jorge Iacobsohn
[1] Alfred Sohn-Rethel. "Trabajo Intelectual y trabajo manual. Crítica de la epistemología". Ediciones 2001, Barcelona.
[2] Los conceptos de Estado-Nación y Estado Tecno-Administrativo tienen mayor desarrollo en el libro "Del fragmento a la situación" del Grupo Doce.
[3] Más que eliminar, se produce una represión, que retorna en la respuesta del antagonismo con más antagonismo. Para la ideología, la sociedad siempre reposa o debe reposar en la armonía. Si la sociedad "no funciona" no es por un antagonismo intrínseco, sino por fallas, disfunciones, intrusiones molestas. La represión, el disciplinamiento, la cárcel, la guerra, se hacen en nombre de una armonía perdida (que en verdad nunca se perdió porque nunca se la tuvo).
[4] Ranciere, Jacques. Los bordes de lo Político. Traducción de Alejandro Madrid Zan. ARCIS-LOM, Chile. Se lo puede bajar del sitio www.philosophia.cl
[5] ¿No es el experimento de Lula una perfecta enseñanza de que las sociedades de mercado son irreversibles? Desde nuestras argentinas ingenuidades socialdemócratas, siempre proclives a festejar lo que pronto es un velorio, presuponíamos que Lula, el PT, iban a realizar un cambio de rumbo con respecto al neoliberalismo, que podían hacerlo porque tiene historia y fuerzas sociales detrás. El desconcierto que genera la política económica del gobierno brasileño (transferencia de jubilaciones a sectores privados y miedo al default ¡justo después de que Argentina liquido el futuro de sus habitantes y llego al default!) no puede ser explicado por la mala voluntad de Lula. La dominación neoliberal es cruel no tanto porque obligue al gobernante a implementar unas medidas, sino porque a este no le queda otra cosa que realizarlas. La obligación no viene por el lado del mandato, sino por el lado de "la realidad". Porque no se trata de que el Estado haga efectivo al mercado, sino de que el mercado se haga efectivo mas allá de el. De lo que se deduce la siguiente consecuencia: la función de estado es garantizar que el mercado se garantice a sí mismo. Esta es la función de las privatizaciones, los saqueos, etc, que muestran la falacia de un mercado autorregulado. Pero la "autorregulacion" es mentira en un caso y verdad en otro. Es mentira la prescindencia del Estado, pero es verdad a nivel de la regulación de las relaciones sociales. La paradoja es que es necesaria la intervención estatal para hacer efectivo el supuesto de la autorregulación, así como el gobierno de la ciudad debe armar el proyecto "incubadora de empresas" para hacer efectivo el supuesto del microempresario creativo e independiente.
[6] Slavoj Žižek. El Espinoso Sujeto. Ed. Paidos, 2000
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