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La identidad perdida (página 4)

Enviado por Bruno Nizzoli


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

Se ha descrito cómo la adopción de la identidad humana afecta a la orientación de la conducta en todos los planos del ser. Las cualidades humanas sólo pueden emerger de la adopción de la identidad real, es imposible intentar ser uno mismo, fuente de amor y creatividad, y experimentar un verdadero sentido de abundancia e integración, mientras sigamos abrigando una identidad falsa. Identificarnos como seres humano es sumamente sencillo, pues consistiría en ponernos en contacto con lo que ya somos por derecho adquirido desde el nacimiento. Todo lo mejor que podemos experimentar está aquí y ahora, dentro nuestro, y no es otra cosa que esa conciencia pura de ser humanos. Nada de lo que podamos conquistar allí fuera ha de ser mejor o más significativo que esto. De modo que el ser humano no actúa, siente o piensa desde el deber, la carencia o la insatisfacción, sino, desde la abundancia que trasciende su individualidad y lo inclina hacia el bien común.

A continuación resumo brevemente las implicancias de ser humano en sentencias que puedan servir de inspiración a la meditación, única vía personal para adoptar esta identidad.

Meditación sobre identidad

  • 1. Ahora estas solo, sin apegos, sin deseos; solo con tu conciencia, libre de pensamientos, en silencio; aquí presente, sin pasado ni futuro. Ahora puedes experimentar tu ser más íntimo, y como ves, los sufrimientos, los miedos, los problemas, han desaparecido, puedes ver que no existen realmente sino a causa de las dependencias que tú mismo generas.

  • 2. No eres tu nombre, tu personalidad, tu historia, tu profesión, tu nacionalidad, tus pertenencias, no eres hijo, padre ni hermano… ni siquiera eres lo que haces, piensas y sientes. Eres ante todo, un ser humano, miembro de la especie más evolucionada del universo conocido.

  • 3. No necesitas hacer ni tener nada para ser, ya eres, ya ganaste. Nada ni nadie puede negar ni amenazar lo que eres, por lo tanto, no tienes miedos ni ansiedades. Nada de lo que hagas puede realmente agregar ni quitar nada a lo que eres, pero hay una gran diferencia entre ser conciente y no de ello.

  • 4. Lo mejor que eres lo compartes con todos los demás. Nadie puede creerse mejor que ser humano, ni por tanto ser superior a ti. En lo común está todo lo que importa, las diferencias son sólo superficiales. El ego se ahoga en la profundidad del ser.

  • 5. Aceptas el devenir, todo es relativo, todo pasa. Si estás dispuesto a afrontar la realidad sin oponer tus razones o deseos, sin aferrarte a nada, estarás en sintonía con todo lo que ocurre; abierto a recibir las enormes ofrendas de este vasto universo.

  • 6. Eres fuente de amor, creatividad y sabiduría. La felicidad es el sentimiento que acompaña al ejercicio de estas capacidades humanas. Los bienes externos son gozados en su justa medida sólo por quien gravita en su Ser como fuente de sus atributos, quien se sabe rico interiormente.

  • 7. Tú no eres tú. Estás integrado a la humanidad, la interdependencia define lo que eres en un plano social. Al actuar por la humanidad afirmas tu ser, el interés propio y el interés común no se contraponen. Quien actúa de forma egoísta tiene el mayor desprecio de sí mismo. Amarse a sí mismo implica amar al ser humano que encontramos tanto dentro nuestro como en el prójimo.

  • 8. La abundancia no sólo está en lo que poseemos, sino, aún más, en la providencia de la naturaleza y la civilización de la que todos gozamos. El hombre más rico no es el que tiene más, sino aquel que sabe valorar lo que es y lo que tiene. Se desea desde la carencia, se ama desde la abundancia.

  • 9. Intenta captar la verdad y la virtud desde la experiencia profunda de tu ser, y no a través del conocimiento y del pensamiento. Actúa movido por todo tu ser, busca las certezas en tu corazón y en la vida misma, no en la mente. El amor a la verdad debe dar paso a la verdad del amor.

  • 10.  La libertad es ser uno mismo. Desde allí, todos los planos del ser se rebelan a los condicionamientos o dependencias mentales y materiales. Esto es sencillo, lo difícil es sostener la mentira: tu falso ser. La única y mayor conquista es afirmar tu ser aquí, ahora y en todo momento, lo demás ocurre como consecuencia de ello. TODO LO QUE HAY QUE HACER ES SER.

La verdadera causa del mal

La negación del ser humano

La tesis fundamental de este capítulo se podría resumir en la idea de que muchos de los males individuales y sociales tienen como base la adopción de parte de los individuos de una identidad falsa, es decir, de alguna identidad diferente al ser humano. La adopción de identidades falsas formadas por sociedades o grupos particulares de personas, son la causa de la confrontación, la dominación, la miseria y alienación de los hombres. Por el contrario, se sugiere que la libertad y convivencia armónica entre las personas depende directamente de que adoptemos la identidad humana universal, que es la base de la igualdad, la cooperación y la felicidad de todos los que habitamos esta tierra.

Históricamente los hombres han cultivado una identidad social que incorpora valores y deberes funcionales a la sociedad particular en la que viven, ignorando así el valor propio como seres humanos, única identidad real que, como tal, no puede suprimirse sin ejercer violencia y coerción sobre ellos. La disfunción básica de la conciencia como humanos sucede cuando un tipo de sociedad o grupo social se eleva sobre el hombre y hace que éste se subordine a unos fines e intereses que pretenden ser más importantes que él mismo. En nombre de la colectividad se ha sacrificado siempre al individuo, cuando lo más sensato sería esperar que cualquier sistema social creado por el hombre sirva a su desarrollo, libertad y felicidad. A pesar de que buena parte de la humanidad en la actualidad se encuentra libre de los viejos regímenes de opresión política, social y cultural, de otros tiempos, difícilmente encontraremos una sociedad que sirva a la afirmación del ser humano universal. Como dice Fromm:

"En su desarrollo histórico, cada sociedad queda apresada en su propia necesidad de sobrevivir en la forma particular en la que se ha desarrollado y generalmente logra esta supervivencia ignorando los fines humanos más amplios que son comunes a todos los hombres. Esta contradicción entre el fin social y el fin universal conduce a la fabricación de toda clase de ficciones e ilusiones personales que tienen la función de negar y racionalizar la dicotomía entre las metas de la humanidad y las de una sociedad dada." (E. Fromm[2]

La identidad humana universal se ha visto prácticamente sacrificada para dar curso a otro tipo de identidades creadas artificialmente por la sociedad: la identificación nacional, la identidad de clases, la identidad religiosa, la identidad política, la identidad profesional, etc. La persona que ha adoptado una identidad social desplazando la verdadera identidad humana está, como dice Fromm, separada de si misma, de la persona total que es, "está separada de la vasta área de experiencia humana y es un fragmento de hombre, un inválido que experimenta sólo una pequeña parte de lo que es real en sí mismo y de lo que es real en los demás." (E. Fromm[3]

Mientras algunas identidades creadas se atribuían desde el nacimiento para legitimar socialmente un estado de subordinación y sometimiento a una gran masa de la población, como sucedió con los esclavos negros o las mujeres; otras identidades artificiales nacieron en tiempos de mayor libertad e igualdad, y se propusieron crear motivos y deseos al interior de los hombres, de manera que éstos desearan actuar como era esperado dentro de una organización social cada vez más compleja. Este tipo de identidades no eran dadas desde el nacimiento, sino que debían ser adquiridas y conservadas por el sujeto, operando como una fuente de estímulo permanente a obrar de acuerdo a una determinada planificación social, económica y política. La profesión, la clase, el estatus social, terminaron por imponerse culturalmente, pero no sin antes negar de alguna manera la satisfacción intrínseca de la identidad humana, sin lo cual, el hombre no tendría motivos suficientemente fuertes para adquirir y conservar esas identidades sustitutas.

El ocultamiento de la identidad humana fue un problema para los evangelizadores que pretendieron extender el poder de la Iglesia, para los políticos que necesitaron legitimar el poder del Estado, para los empresarios que debían reclutar gente para trabajar en sus fábricas, para los intereses del mercado que se afianzan sobre el crecimiento del consumo más allá de la satisfacción de las necesidades básicas. Estos y otros intereses sociales propiciaron la negación del Ser Humano. Los manipuladores sociales descubrieron prontamente que las identidades sustitutas eran muy efectivas para hacer que la gente sirviera a tales propósitos, por ejemplo: el fuerte arraigo de la identidad nacional permitió históricamente sacrificar muchas vidas en nombre de la seguridad y prosperidad económica de las naciones; la identidad cristiana permitió a los clérigos por cientos de años ejercer poder moral sobre la población; la identidad de clases sociales permitió reproducir constantemente los privilegios materiales de unos individuos sobre otros, la identidad de género pudo mantener en un estado irracional de sometimiento y limitación a la mujer durante siglos, etc.

La identidad humana es la única identidad real que, como tal, no puede ser eliminada, sino, a lo sumo, ocultada a la conciencia. La adopción de identidades sustitutas entonces debe comenzar con una acción de negación de lo que somos de origen. Desde que nacemos somos seres humanos, es decir, parte de la especie más evolucionada del universo conocido; contamos con infinidad de atributos, entre ellos, la capacidad de aprendizaje, la posibilidad de comunicarnos e interactuar, de crear y amar, etc. Pero desde niños nuestros padres nos han convencido de que no somos nada mientras no cumplamos con ciertas disposiciones de la sociedad, lo que se perpetúa dentro de distintas instancias de desarrollo: un joven que ingresa a la escuela es apenas un proyecto de hombre, aún no es; un hombre que comienza la vida laboral es inmediatamente convencido de que si quiere ser alguien deberá hacer carrera, ser exitoso, obtener reconocimiento, mientras no lo haga es un don nadie. Hemos sido engañados, velados a la conciencia de integración y abundancia que nace de la afirmación del ser humano que somos, y en cambio, nos han hecho sentir insatisfechos y abrigar el deseo de escapar de nuestra presunta insignificancia para lograr ser alguien, educarnos, adquirir cosas en el mercado, trabajar, obedecer.

Pero negar el Ser humano es como pretender ocultar el sol con la mano. Para adoptar una identidad falsa tuvo que existir una operación cultural muy bien orquestada desde el principio. Las instituciones y sus agentes han tenido que ejercer un notable y persistente influjo cultural para impedir el reconocimiento de esta identidad. Se podría hablar de una confabulación para la alienación orquestada por padres, maestros, políticos, mercaderes, quienes, a juzgar por los resultados, han hecho un trabajo impecable. Lo que hemos de esperar de un niño, de un joven, de un ciudadano, etc. está impreso en las leyes, instituciones y marcos de acción que conforman el entorno vital de cada individuo en la sociedad. Podríamos asegurar que todas estas expectativas sociales depositadas sobre el individuo son artificios muy bien respaldados para no dejar dudas acerca de su legitimidad.

Lejos de tratarse solo de un problema político o económico, lo que encontramos aquí es más bien un atropello cultural de grandes dimensiones. Los máximos responsables de la propagación de este evangelio del "deber ser" son sin duda los agentes culturales que cuentan con una favorable recepción y aprobación social. Son esos mismos que al contarse por miles y no ostentar poder gozan de la mayor impunidad para producir el mayor daño sobre los individuos: hablo de los padres, educadores, comunicadores sociales, psicólogos e intelectuales. Estos, creo yo, son hoy los mayores enemigos de la humanidad, los modernos opresores de la libertad y la mayor amenaza contra la integridad humana.

Circuito de negación del ser

Nuestros padres son los primeros agentes corruptores de la identidad. Algunos por omisión, otros por invasión no permiten que el niño desarrolle la conciencia de abundancia e integración humana, y en cambio, lo empujan a adoptar una identidad falsa que tanto puede ser útil a la sociedad como opuesta a ella. Los padres ausentes o que atacan verbalmente, descalificando, desvalorizando a sus hijos, son responsables de que el niño luego tenga fuertes problemas de identidad, conflictos internos que se traducen en rebeldía o inacción, y la formación de una identidad egocéntrica fuertemente reactiva o defensiva. Pero los padres caracterizados por alentar al hijo a alcanzar altos rendimientos académicos y profesionales colaboran inconscientemente en la formación de una identidad materialista e individualista. Así como también, brindar demasiado afecto y contención puede transformarse en un obstáculo para que el niño desarrolle su autonomía, y poder así pensar, sentir y valerse por sí mismo.

La niñez comúnmente se asocia a una identidad de tránsito hacia la adultez, por lo que es pasiva de un sinfín de exigencias y deberes. Son los padres quienes deben darles a los niños los cuidados y atención necesarios para garantizar un normal desarrollo de acuerdo, en el mejor de los casos, a criterios médicos y pedagógicos. Según esta identidad formada socialmente, el niño no sabe lo que es bueno para él, es totalmente dependiente y por lo tanto debe aceptar la autoridad del adulto quien decidirá por él y controlará permanentemente su conducta. Todo indica que no se lo acepta tal como es sino en la medida que oriente su comportamiento hacia a consecución de los objetivos fijados por los adultos.

Para que su primer contacto con el mundo no sea tan perturbador debemos crear el ambiente propicio para que nuestros hijos no tengan miedo de expresar espontáneamente sus inquietudes y puedan ir tras las respuestas haciendo su propia experiencia. Podemos guiarles, estar allí cuando nos necesitan, brindarles nuestro amor, pero sin intentar vivir o pensar por ellos. Como padres podemos corregir en ocasiones su conducta, pero no es justo ni necesario juzgar y censurar como son, para que deseen ser de otra manera: antes que nada debemos valorarlos y respetarlos como humanos. Ellos no necesitan desarrollarse según los parámetros que fija la sociedad, lo que ellos más necesitan es recorrer el camino que los lleva a conocerse y valorarse a sí mismos por lo que ya son, miembros de esta extraordinaria especie humana. Y cuando lo logren, todas aquellas otras trayectorias secundarias que lo llevan a ser un hombre de bien para la sociedad, virtuoso y de gran corazón, se cumplirán con creces.

Luego de la iniciación forzada, y a la vez dedicada, que sólo podían ejercer los padres o tutores, sobreviene una instancia de alienación mucho más sistematizada y rigurosa. La escuela es quizá la institución mejor organizada para inducir en las personas una identidad sustituta. En estos reverenciados centros de alienación humana las personas pasan toda su juventud incorporando dócilmente la versión academicista de la cultura y la sociedad, para aceptar sin cuestionamientos el mundo tal como es dado; como la única realidad posible. Cada conocimiento a aprender en la escuela es una confirmación de que el niño no sabe lo que debería, que debe aprenderlo si quieres avanzar en su carrera para llegar a ser alguien en este mundo. La escuela sostiene su legitimidad en ésta y otras promesas que básicamente dicen al niño lo mismo: tú aún no eres, pero de proseguir con los estudios que te brindamos podrás ser un miembro útil a la sociedad, podrás insertarte en el mercado laboral y alcanzar un buen nivel de vida. Algo que por supuesto recuerda a la religión, solo que el cielo se vende mejor aquí en la tierra.

La educación formal sostiene implícitamente la idea de que todo conocimiento puede ser enseñado, ya sea de forma oral o escrita. También que esta transmisión debe suceder en el marco de la institución escolar. Sin embargo, como he sugerido antes, el conocimiento y comprensión más profundos sólo pueden provenir de la experiencia personal y de forma autónoma. Por lo tanto, la educación formal desde su concepción no puede escapar a un grave error y limitación en cuanto a interpretar el proceso de aprendizaje. De hecho, las principales teorías sobre el aprendizaje desaconsejan la forma de enseñanza que se practica en casi todas las escuelas, pero siguen aceptando la educación dentro de marcos institucionales.

El excepcional Ivan Illich cuestionó hace treinta años todo el aparato pedagógico destinado, en teoría, a favorecer el deseo de aprender cuando, en realidad, provoca todo lo contrario: alejar el aprendizaje de la propia iniciativa de cada individuo, que desea aprender sin que una institución tenga que decirle cómo, cuándo y en qué dirección. Para Ivan Ilich la institución escolar enseña la necesidad de ser enseñado. Una identificación perversa porque, para Illich, la educación es un concepto muy abierto. Se trata de una acción diversificada que dura toda la vida, no está sometida a un plan establecido, no está limitada en su duración ni en sus objetivos ni por una sola institución.

"La gran ilusión en que se apoya el sistema escolar es que la mayor parte del saber es el resultado de la enseñanza. La enseñanza puede, en verdad, contribuir a ciertos tipos de aprendizaje en ciertas circunstancias. Pero la mayoría de las personas adquieren la mayor parte de su conocimiento fuera de la escuela, y cuando este conocimiento se da en ella, sólo es en la medida en que, en unos cuantos países ricos, la escuela se ha convertido en su lugar de confinamiento durante una parte cada vez mayor de sus vidas.

De hecho, el aprendizaje es la actividad humana que menos manipulación de terceros necesita. La mayor parte del aprendizaje no es la consecuencia de una instrucción. Es más bien el resultado de una participación no estorbada en un entorno significativo. La mayoría de la gente aprende mejor "metiendo la cuchara", y sin embargo la escuela les hace identificar su desarrollo cognoscitivo personal con una programación y manipulación complicadas.

Las escuelas pervierten la natural inclinación a desarrollarse y aprender convirtiéndola en la demanda de instrucción. Al hacer que los hombres abdiquen de la responsabilidad de su propio desarrollo, la escuela conduce a muchos a una especie de suicidio espiritual. La escuela prepara para la alienante institucionalización de la vida al enseñar las necesidades de ser enseñado. Una vez que se aprende esta lección, la gente pierde su incentivo para desarrollarse con independencia; ya no se encuentra atractivos en relacionarse y se cierra a las sorpresas que la vida ofrece cuando no está predeterminada por la definición institucional.

Una vez que hemos aprendido a necesitar la escuela, todas nuestras actividades tienden a tomar forma de unas relaciones de clientes respecto de otras instituciones especializadas. Una vez que se ha desacreditado al hombre o a la mujer autodidactos, toda actividad no profesional se hace sospechosa. En la escuela se nos enseña que el resultado de la asistencia es un aprendizaje valioso; que el valor del aprendizaje aumenta con el monto de la información de entrada; y, finalmente, que este valor puede medirse y documentarse mediante grados y diplomas." (Ivan Illich)

Siguiendo ese lineamiento, postulaba un retorno a la responsabilidad y a la iniciativa personal en el aprendizaje. Illich abogaba por un cambio cultural en el que las personas recuperaran la libertad de aprender, de relacionarse con los demás y de contribuir al aprendizaje mutuo. Sugería que se deberían propiciar "redes de enseñanza" donde los que solicitan conocimientos se relacionaran con las personas dispuestas a suministrarles la información y guía. Estas redes tendrían el objetivo de proporcionar a todos los que lo deseen, el acceso a recursos de aprendizaje, disponibles en todo momento y también darían la oportunidad de compartir lo que cada uno sabe. Las redes sociales en Internet y las plataformas de e-learning son medios susceptibles de soportar estas interacción y extenderlas por todo el globo. De hecho, ya existen redes de aprendizaje y de conocimiento compartido en una gama enorme de temas.

La educación formal, en cambio, sigue haciendo que los alumnos se comporten como esponjas de un conocimiento por el que en la mayoría de los casos no están interesados, ofrece respuestas a pregunta que los jóvenes no se han formulado, desconoce la singularidad, aptitudes e intereses de cada joven aplicando los mismos métodos y contenidos para todos. En esta uniformidad y dependencia que se fomenta en la escuela, por supuesto, se revela la intencionalidad de restar valor a la iniciativa e interés personal a favor de la adquisición de un modelo de ser pautado de antemano. Desde ya que en la uniformidad practicada en el aula existe un desprecio implícito de lo que es la persona en su singularidad. En el imaginario del profesor resuena la idea de que el alumno es aún un proyecto de hombre, no puede saber lo que le conviene para llegar a ser eso que los adultos pretenden que sea.

Qué decir de esos pretenciosos profesores que no pueden rebajarse ni mostrar debilidades, sino por el contrario, para enaltecer sus egos de pobres maestro no tienen otra posibilidad que rebajar el orgullo de los alumnos detentando un absoluto poder y control sobre estos, sin darles la posibilidad de cuestionar nada, imponiendo un régimen y disciplina de estudio que atenta contra la última esperanza de hallar algún interés sincero por aprender la asignatura impartida. En el otro extremo, la democratización de las decisiones en el aula también propicia la corrupción del ser al que impone someterse a la dictadura de la mayoría, aceptando sin más lo establecido por otros. El ser de los niños se ve corrompido por el objetivo falso y nocivo de la socialización, irónicamente funcional al sostenimiento de un sistema desigual y competitivo.

En último término, toda socialización y cooperación en el aula es atropellada por las calificaciones que terminan por habituarnos al criterio segregacionista que se continuará en el mercado profesional. La calificación, lejos de limitarse a las notas de las evaluaciones, es un recurso recurrente utilizado tanto por padres y maestros, con la que se pretende definir a la persona de acuerdo a un juicio relativo a su comportamiento, logros, etc. La persona total es reducida a ese juicio siempre parcial y relativo, que luego, si la cosa va bien, el propio sujeto comenzará a ejercer sobre sí mismo. Es así como tempranamente nos acostumbran a dar crédito a esa mente calificadora, a definirnos y a afirmarnos a través de ésta.

Permitimos con toda convicción someter a nuestros hijos a una operación de lavado de cerebro total, es decir, a una intensiva producción de identidad social, allí justo donde el terreno es fértil para dar nacimiento a su conciencia humana. De esta forma, las escuelas celebran la dictadura más generalizada, siniestra y mejor tolerada de la historia. Los pérfidos educadores toman a los hombres desde muy pequeños y los amontonan en claustros a fin de que con pocos recursos puedan ejecutar su operación mental durante años sobre todas las nuevas generación de individuos. Tengo la sensación de que nunca podría ser lo suficientemente abarcadora una crítica a la educación formal en cuanto al daño que ha ocasionado.

De esto aún están ciegos muchos críticos de la educación que reclaman mayor inclusión e igualdad de oportunidades en las escuelas. Aún si sólo nos preocupáramos por la inserción social de la persona, pensar en la escuela como el mejor medio para ello, es muy poco sensato. En cambio, deberían apoyarse otro tipo de instancias de aprendizaje donde el niño se sienta más libre de explorar, de participar de proyectos didácticos, donde exista una guía personalizada para el aprendizaje activo, sin grados ni conocimientos parcelados en asignaturas, donde se incentive la creatividad y el conocimiento de uno mismo, etc.

Aún desde una mirada superficial podemos ver el fracaso ominoso de la escuela para producir conocimiento ilustrado. Baste ver los pobres resultados de las evaluaciones educativas generales que cada año indagan acerca de conocimientos y capacidades elementales en ciencia, matemática y lengua. Las instituciones educativas no se limitan a deseducar, sino, generan rebeldía y rechazo por el saber para unos, y para otros, los que pasan la prueba, significa la ingenua presunción de que saben, desalentando el esfuerzo autodidacta de encontrar verdaderos desafíos de aprendizaje.

Algo similar sucede con la desinformación practicada a través de los medios de comunicación. Confiamos que las noticias publicadas nos muestran lo que es importante saber sobre la realidad social sin advertir que la mayoría de las veces esa información responde a intereses políticos y empresariales; que en el mejor de los casos consiste en fragmentos de la realidad sujetos a una interpretación subjetiva; que cierta información se redacta, destaca o posiciona mejor de acuerdo a la posibilidad de provocar algún tipo de reacción emocional en el espectador-cliente, con el objeto de que siga eligiendo ésta y no otra fuente de noticias, etc. Como consecuencia de ello, el consumidor no solo es desinformado, sino que supone que está al tanto de lo que sucede, se vuelve a-crítico y no se esfuerza por saber más o en indagar más a fondo.

Los medios de comunicación de masas hacen un excelente trabajo para que las personas no logren representarse la vida social sin sus representantes políticos, sin la dependencia a instituciones, sin sistema monetario y mercado. Esta es la realidad manifiesta del mundo social y se necesita que tú creas en ella para que colabores en su perpetuación. La identidad con el ser social fundado en valores y deberes funcionales al sistema es la camisa de fuerza que luces con orgullo ante un espejo deformado que devuelve una falsa imagen de lo que eres, a veces, a lo sumo, revelando un atuendo inapropiado pero nunca las amarras.

El mercado es sin dudas la ulterior instancia de alienación del ser. En la sociedad capitalista, por ejemplo, el beneficio privado y la competitividad no se limitan a estar permitidos, sino que son promovidos por el Estado y los mercados que precisan de estas disposiciones individuales para crecer y perpetuarse. Es necesario para la supervivencia del sistema un individuo identificado con el sujeto liberal que orienta su conducta social a la satisfacción de sus propios deseos egoístas y materiales. El individuo expresa su liberalidad de la manera que así lo espera el sistema, pues lo social sigue imperando sobre lo individual.

''En el capitalismo, la actividad económica, el éxito, las ganancias materiales, se vuelven fines en sí mismos. El destino del hombre se transforma en el de contribuir al crecimiento del sistema económico, a la acumulación de capital, no ya para lograr la propia felicidad o salvación, sino como un fin último. El hombre se convierte en un engranaje de la vasta maquinaria económica destinado a servir a propósitos que le son exteriores'' (Fromm, 1993, p. 101)

Absorbidos por las condiciones del mercado, transformamos nuestra humanidad (capacidad, interés, esfuerzo, etc.) en un producto requerido por la maquinaria productiva a cambio de acceso al sistema de gratificaciones del mercado. Todo ello atenta contra la posibilidad del sujeto de forjar su propia individualidad y definirse por encima del contacto superficial con los demás seres y su éxito económico. El cuadro de alienación de la autoelección personal por la instigación al desarrollo de atributos comerciales se completa con la disposición al consumo. En efecto, el hombre deshumanizado, convertido en recurso de utilidad para el trabajo, debe oficiar de demanda en su tiempo libre para así asegurar la reproducción del ciclo económico.

Dentro de este circuito de alienación por el que el individuo es despojado del uso discrecional de sus atributos humanos nos encontramos con el Estado. En él hallamos algunos intentos de reconocer la identidad del ser humano: para la constitución todos somos iguales ante la ley, y, por el hecho de ser humanos, también cada persona es un voto en democracia. Sin embargo, estos son reconocimientos a la igualdad de origen, pero no reconocimientos a la superioridad de los atributos humanos. Se reconoce una igualdad en tanto condición de origen cuando se propone que todos los hombres tengan igualdad de oportunidades, pero se establecen aún más enérgica e imperiosamente los motivos para la estratificación de clases socioeconómicas. La igualdad de origen pierde el rumbo tan pronto cuando el mercado amparado por las leyes, interviene en la definición de las trayectorias individuales, cristalizando privilegios de clase y de profesión. Estos privilegios, que se traducen en capacidades diferenciales de tener y de consumir los bienes producidos por todos, no son, como muchos creen, la consecuencia del libre juego que propone el mercado, sino su fundamento y sostén, que se encuentran consagrados en la constitución de todos los países liberales. De tal manera, que el Estado y el mercado se ocupan de que las diferencias queden aseguradas, más aún de que se respeten aquellas igualdades de origen. El sistema liberal se sostiene en estas desigualdades, que son el incentivo fundamental para la ambición de lucro y la competencia entre los hombre, pues la prosperidad material de la nación así lo requiere…

Padres, maestros, comunicadores sociales, Estado, mercado, etc. aunque todos cumplan funciones muy distintas convergen en una causa común: la alienación del hombre. Desde niños deberíamos enseñarles a las personas que aprendan a valorar lo que son, que no hay ningún bien por encima de ellos, que se conozcan a sí mismos y desplieguen sus enormes atributos de forma libre, que reconozcan la verdadera integración y abundancia humana de las que ya forman parte. Pero en lugar de eso, enseñamos con la mayor convicción a tener propósitos en la vida, a llegar a ser alguien y a destacarse sobre los demás. El hombre se llena así de deseos y objetivos, se ve a sí mismo como un proyecto de ser, actúa de forma utilitaria y egoísta, tal como si se encontrara en una situación de profunda carencia e insatisfacción. Si no logra librarse del condicionamiento al que fue expuesto nunca será él mismo, ni podrá desarrollar y gozar de las capacidades extraordinarias del ser humano.

"Nunca has sido aceptado por tus padres, maestros, sociedad, tal como eres. Todos han tratado de hacer mejoras en ti, condicionándote constantemente en tu contra. Han creado la idea en ti de que no eres suficiente tal y como eres. No deberíamos malograr como sociedad el valor y respeto que tenga el niño de sí mismo. De esta manera él seguiría un desarrollo natural hasta llegar a ser lo que es en potencia. La sociedad ha sido muy astuta en desviar ese cause natural hacía algún tipo de utilidad social. La inteligencia de cada uno es necesaria para discriminar entre el impulso natural hacia el autodesarrollo, y el condicionamiento social." (Osho)

Del primigenio engaño acerca de que no somos lo que deberíamos Ser, de que no somos suficientes, parten todas las ilusiones compensadoras que albergan las identidades creadas socialmente. Si no te permiten reconocer que ya eres, entonces estás vacío, insatisfecho, y buscarás aprobación y recompensa en el mundo exterior logrando poder y reconocimiento de acuerdo a la identidad sustituta que hayas adoptado o que te han fijado. Los formidables atributos humanos quedan opacados por la promoción que adquieren las cualidades asociadas a otras identidades como el género, la clase social, la profesión, etc. De esta manera, el hombre se transforma en un perpetuo aspirante a complacer de la mejor forma los deseos, deberes y valores que fija su identidad sustituta.

La alienación

La palabra alienación es utilizada comúnmente para referirse a la pérdida o expropiación de atributos humanos asociados con la libertad. Pues bien, deberíamos llamar de esta forma a toda especie de negación de la identidad humana total o parcial. Debido a que la percepción de sí mismo para el sujeto alienado es mediada por alguna identidad social, toda persona alienada necesita afirmar su ser principalmente a través de medios y objetivos externos; su valor personal queda supeditado al veredicto del grupo al que cree pertenecer.

Este sujeto, por supuesto, no puede ser libre, todo lo que quiere está de alguna manera predigitado y regulado socialmente. El ser alienado sigue perfectamente el circuito de alienación que he comentado convirtiéndose en un agente más reproductor de ese sistema que lo tiene atrapado. Puede ser un trabajador dependiente que fue a la universidad, o que se arrepiente de no haber ido, está generalmente preocupado por su economía y desearía comprarse una casa más grande, cambiar el auto, irse de vacaciones más lejos; es muy dependiente del vínculo familiar, trata de hacer llevadera su aburrida vida en pareja, y si tiene hijos, lo más importante que cree que hace con ellos es enviarlos a la escuela para asegurarles así un futuro; mientras tanto, amparado en su pueril orgullo de contribuyente, delega toda responsabilidad de lo que ocurre socialmente al Estado y los políticos de turno. Este es un caso bastante común de sujeto alienado, pero si quisiéramos generalizarlo aún más nos bastaría decir que lo común en todos ellos es que son personas superficiales, es lógico esperar que en su vida no hagan nada realmente significativo, creativo y que nadie los ame realmente. 

Las diferencias en su conducta están dadas por la  conformación particular de la identidad a la que responden, pero hay principios de conducta y de pensamiento comunes a todos ellos. Lo más probable es que pasen toda su vida sin cambiar su forma de ser, de ahí que pueden encajar con algún tipo de personalidad específica. De forma general, podríamos decir que todos ellos comparten las siguientes características:

Dependencia: siempre hay algo o alguien superior a ellos. No pueden crear valores y finalidades por sí mismos, por lo que deben aceptar alguna autoridad que fije reglas, establezca criterios de valoración o decida por ellos. En el mejor de los caso, son sujetos alegremente adaptados al sistema.

Repetición: no progresan o evolucionan interiormente, se encuentran estancados, conservan casi las mismas opiniones, preferencias y motivaciones a lo largo de su vida. Son conservadores.

Simplicidad: El repertorio de aptitudes e intereses es muy limitado. Su vida emocional y racional se reduce a reaccionar a estímulos externos. En lugar de problemas existenciales, tienen problemas circunstanciales.

Insatisfacción: hagan lo que hagan sienten que no es suficiente, suponen que lo mejor está aún por llegar. Esto es el resultado del vacío interior que no logra ser llenado con ningún logro externo.

Si usted está insatisfecho con lo que tiene, o incluso frustrado o enfadado con sus carencias presentes, eso puede motivarlo a volverse rico, pero aunque gane millones, continuará experimentando la condición interior de carencia y en el fondo seguirá sintiéndose no realizado. Usted puede tener muchas experiencias emocionantes que el dinero puede comprar, pero llegarán y se irán y lo dejarán siempre con una sensación de vacío y con la necesidad de más gratificación física o psicológica. Usted no habitará en el Ser para sentir la plenitud de la vida ahora, que es la única prosperidad verdadera. (Tolle)

La causa de este mal endémico y que los decepciona acerca de la vida, es simplemente que todas esas cosas que buscan allí afuera no logran llenar el vacío existencial generado por el desprecio de sus cualidades humanas internas. Qué les queda a aquellos que ni siquiera pueden satisfacer este engaño, que nunca tendrán lo suficiente para entender que esta materialidad a la que aspiran es decepcionante. Por supuesto, identificarán sus fuentes de frustración en su propia impotencia o en las injusticias sociales, difícilmente vean el problema en sus propias aspiraciones.

Las personas alienadas de la totalidad del ser se limitan a experimentar el mundo y a sí mismos de una manera parcial y superficial. Como es de esperarse hay muchas formas de Ser, y apenas unas pocas de no ser. Esta es una característica intrínseca de la alienación, se es común por lo limitado y superficial de las experiencia que habilita la alienación, su capacidad de experimentar el mundo y así mismo se ve limitada por la parcialidad de su Ser. Irónicamente, aquellos que pretenden diferenciarse son los más parecidos al resto, y tienen generalmente los mismos gustos que la gran masa de la población.

La persona que afirma su ser humano, en cambio, tiene una experiencia más rica en todos esos sentidos, accede a una calidad distinta de sentimientos, emociones, pensamientos. Aún cuando la persona alienada y quien afirma su Ser humano desearan lo mismo: el amor, la abundancia, la felicidad, la primera se engañará permanentemente acerca de cómo lograr efectivamente estas experiencias, pues las cosas más importantes de la vida, aquellas que generalmente se asocian con la felicidad, son el resultado de una conquista interior y no algo que es provisto desde el mundo exterior. El talento, la creatividad, el amor, la sabiduría, no son bienes que puedan ser adquiridos en el mercado. Entonces las personas alienadas lógicamente no pueden aspirar a desarrollar estos atributos. Por el contrario, estarán convencidos que el entorno puede ofrecerle todo lo que ellos necesitan, incluido la felicidad.

La condición de exterioridad de las fuentes de gratificación en la persona alienada se extiende a los aspectos más íntimos: cree, por ejemplo, que encontrará el amor conquistando a la persona amada, o haciéndose deseable ante ella, pero el amor no sucede así. Sólo quién se ama a sí mismo y está dispuesto a compartir esta fuente de amor con los demás encuentra el amor, pues como decía Fromm, el amor no es un sentimiento inducido por alguien sino una capacidad que se expresa desde la propia persona y se orienta al mundo; es universal e incondicional. La persona alienada puede creer que adora lo que hace, pero lo hace a condición de que le reporte alguna utilidad o beneficio, eso mismo es una objeción a su supuesta devoción, su motivación es extrínseca y será difícil que afronte desafíos creativos que por definición son demasiado inciertos en cuanto a los resultados. La persona alienada cree que yendo a la universidad aprende, pero aún allí sólo quien hace el esfuerzo autónomo de encontrar respuestas a sus propias inquietudes es quien realmente aprende, y esto no es más común en las universidades que en el aprendizaje autodidacta.

Podríamos decir que la persona alienada está limitada desde todos los planos del ser, no puede ejercer aquellos magníficos atributos reservados al ser que se afirma sobre sí mismo. En lugar de creatividad y sabiduría puede aspirar a lo sumo a desarrollar una notable inteligencia práctica y un conocimiento enciclopédico. Pero quien haya incursionado en la metaconciencia entiende perfectamente que ni la inteligencia, ni un pensamiento racional bien informado, logran alcanzar la profundidad y certeza de la sabiduría. En lugar del amor que nace como fuente del propio sujeto, que es incondicional y universal, el ser alienado aspira a realizar la versión de amor pasional y dependiente. Las relaciones entre las personas toman el aspecto de relaciones entre cosas que se usan entre sí, y establecen una relación de poder. Al ser alienado no le interesa la otra persona en sí misma más que en lo que ésta tenga para ofrecerle, y en la medida que ello lo complazca. Esto le imposibilita disfrutar de lo que la persona es y vale en sí mismas, más bien pretende relacionarse con una idea de la persona, esto es, con algo irreal, no fluyente, sin vida. La relación entre dos personas independientes, en cambio, es una relación viva que se quiere por sí misma, y no para satisfacer una aspiración o deseo particular de una de las partes. En este amor hay un deseo de que la otra persona sea auténtica, libre, feliz, sin interferir en ese proceso, sino ayudando a realizarlo.

¿Qué decir del comportamiento social? Las personas alienadas bien pueden identificarse como parte activa de este sistema de mercado. Esto es común a todos ellos, independientemente del éxito y libertad económica que ostenten, son criaturas del sistema. El sujeto alienado considera sus capacidades personales y el resultado de su esfuerzo como mercancías que deben ser vendidas al mejor postor a cambio de satisfacción, dinero, prestigio y poder.

El hombre deshumanizado, convertido en recurso de utilidad para el trabajo, a la vez, debe oficiar de demanda en su tiempo libre para asegurar la reproducción del ciclo económico. A cambio de su esfuerzo, tiempo y capacidad comercial, habilita el acceso al sistema de gratificaciones de mercado (bienes y servicios comerciales). Es así como en esta sociedad consideramos nuestras cualidades personales y esfuerzo en buena medida como mercancías que deben ser intercambiadas al menor coste por lo que el mercado tenga para ofrecernos. Para el sujeto alienado el acceso a un sistema de gratificaciones vale por la comercialización y despojo de sus cualidades humanas.

El comportamiento social del ser alienado de las facultades humanas es funcional al sistema materialista de mercado. Pero quien afirma su ser humano no podría servir a este sistema, haría todo lo posible para salir de ese círculo de trabajo y consumo, y se entregaría a una actividad socialmente significativa que le brinde satisfacción por sí misma. El ser alienado no logra del todo comprender que el sistema podría ser de otro modo, que lo que hace no tiene ningún sentido, y que podría ser mucho más feliz y próspero actuando dentro de otro sistema. En la actualidad hay cada vez mayores oportunidades para poder salirse de esta matriz del mercado y asegurarse una subsistencia más que confortable y menos dependiente. Pero además de subsistir, el ser humano querrá contribuir a mejorar la sociedad, hacer una obra de bien. Un sistema social como el que describo en el último capítulo tendrá cada vez mayor alcance para satisfacer más y más aspiraciones como estas.

La alienación egoísta

Toda persona que afirma un ser falso está alienada de las capacidades humanas y es dependiente de fuentes externas de autoridad, gratificación y reconocimiento. Estas grandes limitaciones no le permiten ser libre, sin embargo, dentro de ciertos márgenes, existe un mayor o menor grado de libertad. Podríamos decir que mientras que algunos individuos siguen sin más al rebaño, otros se singularizan ocupando posiciones de privilegio en la sociedad o realizando actividades poco comunes. Estas diferencias obedecen a la particularidad de la identidad adoptada; los más comunes a otros afirman identidades de tipo gregaria y sólida, como la religiosa, la familiar, o algún grupo particular, mientras que los más singulares adoptan identidades de signo opuesto. El ego es precisamente el emergente de la adopción de una identidad de tipo individual o autorreferencial y adquirida, la cual es producida a gran escala por el circuito de alienación dentro de sistemas competitivos e individualistas, como el sistema de mercado.

Debemos diferenciar el sentido de individualidad (el Yo) del Ego. Una persona puede muy bien tener conciencia de individualidad pero no tener ego, pues su identidad trasciende esa individualidad (identidad ? Yo). En cambio, si la identidad se circunscribe a este sentido de individualidad emerge el ego (identidad = Yo => ego). El ego hace su aparición en el proceso de afirmar esa identidad autorreferencial haciendo que todos los planos del ser evoquen al Yo: se siente, se piensa y se actúa de manera autorreferencial. Por ejemplo, aquellas cosas que más le afectan emocionalmente a la persona egoísta son las que involucran de alguna manera a su persona, a su reputación, beneficio, etc. Su conciencia se llena de ideas, recuerdos y planes relativos a su trayectoria y valía personal. El mundo y las demás personas son percibidos a través del filtro de los propios deseos e intereses, en tanto que en el plano social buscará destacarse frente al resto, adquirir privilegios o atribuirse ventajas competitivas.

El Ego, por lo tanto, no es sino un tipo particular aunque muy generalizado de alienación en nuestra época. La afirmación de la identidad autorreferencial se produce destacando las diferencias con respecto a las demás personas, ello, a su vez, no le permite reconocer y valorar todos los importantes atributos que tiene en común con el resto, los que por cierto son significativamente superiores a cualquier diferencia que se pudiera establecer entre seres humanos.

No importa cuanto hayan logrado, el sujeto egoísta sólo está satisfecho si tiene comparativamente más que el otro. Debido a que la afirmación de su identidad autoreferencial no tiene base real sino relativa a las diferencias que marca sobre los demás, los sujetos que la adoptan están en permanente competencia los unos con los otros para demostrarse que son más que el resto. Esto determina, por ejemplo, que si una persona tiene un atributo especial despreciará todos lo demás atributos que tiene por ser comunes; mientras que si alguien no destaca realmente en nada encontrará formas de compensar imaginariamente su sentimiento de inferioridad engañándose así mismo y tratando de engañar a los demás acerca de una supuesta superioridad. Todos ellos han sido velados de la simple apreciación de que lo más valioso que son es común al resto.

Es así que no pueden establecer una verdadera relación con el mundo y las demás personas, todo lo relacionan con sus deseos e intereses. De esta manera se debilitan las fuentes de cooperación y solidaridad con el mundo que los rodea, centrando toda la atención y esfuerzo en los límites de la propia persona, es decir, en un fragmento nimio de su ser. Para Charles Taylor el principal problema de nuestro tiempo es la perversión de la identidad personal en un egocentrismo hostil a los horizontes de significados culturales y sociales sin los cuales las personas se encogen y banalizan. Esa trivialización de la que habla Taylor es equivalente a la negación del ser, es decir: al desprecio de las cualidades propias del ser humano civilizado. El hombre al retirarse de aquel lazo con los demás, y de los horizontes de significados compartidos, simplemente se vuelve un ser humano empobrecido, superficial, indiferente a su libertad y potencialidades.

Las identificaciones del ego más comunes tienen que ver con las posesiones, la profesión, el estatus social, la educación y la apariencia física. Es decir, el sujeto obtiene el sentido de quién es de cosas que en última instancia no tienen nada que ver con quién es realmente. El ego es propio de un ser alienado que en comparación con los demás miembros del rebaño tiene quizá un mayor margen de libertad y singularidad, sin embargo, en términos generales, responde a las mismas características definidas para todo aquel que no afirme su identidad humana; es producto de una trayectoria dentro del circuito de alienación y acepta el sistema social dado como una realidad incuestionable, se vuelve inevitablemente un ser superficial e impotente.

Intentos de solución

La negación del ser humano y la adopción en su reemplazo de identidades falsas y limitadoras son la verdadera causa de insatisfacción e impotencia en la que inevitablemente cae el hombre moderno. El resultado de ello es la alienación que padece el individuo y se propaga a la sociedad. Cuando un mal se extiende a toda o buena parte de la población la distinción del problema se hace difícil, pues lo anormal o patológico suele verse como la excepción a la regla. Esto es precisamente lo que sucede con la identificación del mal y los métodos propuestos para solucionarlo en nuestra sociedad. El problema se detecta únicamente allí donde algo sobrepasa los márgenes de tolerancia. La delincuencia, las patologías psíquicas, la violencia, la marginación, etc. no son sino productos de nuestra forma de ser, pero si creemos que la mayoría somos normales y sanos, las causas de este mal irán a buscarse en el lugar equivocado, artificialmente aislado del resto, haciendo a la víctima responsable de ese comportamiento. De allí que tanto las soluciones provistas por la psicoterapia, la aplicación del juicio moral y la ley recaigan sobre el individuo afectado, dejando impune a la sociedad como matriz de alienación. Esto determina que todo lo que hacemos por el momento es luchar contra los efectos indeseables del mal, pero aún estamos lejos de abordar las verdaderas causas del mismo. A continuación analizaré algunas de las soluciones propuestas para abordar los problemas del hombre moderno y evaluaremos en qué medida son efectivas contra la alienación.

Aproximaciones de la psicoterapia

¿Es la psicoterapia una solución a la alienación?

La respuesta más acertada es que no, debido a que los problemas que trata son específicos: neurosis, depresión, trastornos de ansiedad, fobias, etc. Aquí no nos interesa tratar estos problemas puntuales, en cambio, identifico un problema más amplio que abarca a todos ellos y aún a los que la psicoterapia no considera problemas. A muchos de los sujetos que la psicoterapia considera normales o adaptados a la sociedad, atendiendo a la identidad podemos advertir que padecen en realidad tremendas limitaciones emocionales y cognitivas. El que la persona pueda responder de manera satisfactoria a las exigencias del sistema de mercado convirtiéndose en un trabajador eficiente y un consumidor entusiasta, en un ser sociable y a la vez competitivo en relación a otras personas como él, y en un ciudadano responsable y devoto del orden establecido, desde mi concepción no tiene nada de "saludable", sino, por el contrario, reúne todas las características de una persona alienada. Sin embargo, es muy probable que este sujeto no acuda a ningún terapeuta en busca de ayuda pues se sienta muy bien, aceptado socialmente, y hasta orgulloso con lo que es.

La psicoterapia entra dentro de las reglas del mercado, y su supervivencia depende de que esté orientada a dar respuestas a las demandas concretas de los pacientes ¿y quién acude al especialista?, no son sino aquellos que sufren una insatisfacción crónica o algún desorden mental o emocional que los convierte en inadaptados sociales. La solución que ofrece la psicoterapia por supuesto debe responder a ese tipo de problemas, haciendo que la persona resuelva su conflicto para poder insertarse nuevamente en el juego de relaciones que establece el sistema. Por más eficiente que sea en ello nunca podría resolver el problema de fondo, y menos aún teniendo en cuenta que la persona auténtica también es en cierto punto un inadaptado social, aunque de otro tipo que el neurótico.

El neurótico, desde mi concepción, es alguien que tiene un conflicto de identidad, pudiendo ser debido a la contradicción que se establece entre los elementos que la componen; sea el caso común de identidades autorreferenciales irreconciliables con las exigencias de roles sociales asumidos en la vida adulta; sea un fuerte impedimento para afirmar la identidad adoptada. Pero, el hecho de que no exista ese conflicto no significa que el sujeto sea sano; siempre que se trate de una identidad falsa el sujeto está limitado, separado de sí mismo y vaciado interiormente; no puede ser libre, ni auténtico, y genera a razón de ello distintos tipos de dependencias psicológicas sin lograr nunca actuar, sentir y pensar con verdadera autonomía desde su propio ser. Pero mientras esta persona pueda compensar todo ello dentro de un cierto margen de tolerancia para participar activamente de la alienación general, la psicoterapia lo considerará normal.

El principal déficit de la psicoterapia es pues su incapacidad de ver la verdadera dimensión del mal, que suele ser mucho más amplia de lo que dan a conocer sus diagnósticos. En un hombre alienado de su condición humana todo es limitación, todo está mal. Sólo quien reconoce esto puede llegar a proponer soluciones radicales que resuelvan las verdaderas causas de la insatisfacción personal. Pero en general, los tratamientos consisten en poner reparos o contener los síntomas inaceptables de la alienación, es decir, en actuar sobre los efectos, con tal de que el paciente acepte de mejor grado aquello que le toca vivir y así poder sobreponerse a problemas puntuales de su vida, que son en definitiva los motivos concretos que lo llevaron a la terapia.

Las terapias más comunes propician como solución una manera más eficiente de afirmar la identidad adquirida resolviendo bloqueos emocionales y trabajando sobre los contenidos conflictivos de la conciencia. Sólo he podido identificar unas pocas psicoterapias que abordan, al menos lateralmente, el tema de la identidad. Los siguientes autores tienen puntos de contacto con la concepción de la identidad tratada en este ensayo. Enfocaré mi análisis en los aspectos atenientes a la identidad y haré una apreciación de las posibilidades que cada propuesta tiene de brindar una solución al problema de la alienación.

  • Freud – Ello, Yo y superyó.

  • Alfred Adler y Karen Horney – la idealización del ser

  • Carl Roger y Erich Fromm – la autorealización.

  • Ellis – Principio de autoaceptación incondicional.

  • Gestalt – Trascendencia en el aquí y ahora.

  • Psicología transpersonal – Trascendencia de la identidad individual.

Terapia psicoanalítica:

Para el psicoanálisis, la conciencia es la cualidad momentánea que caracteriza las percepciones externas e internas dentro del conjunto de los fenómenos psíquicos. El término inconsciente se utiliza para connotar el conjunto de los contenidos no presentes en el campo actual de la conciencia. Mientras que buena parte de ese contenido puede ser voluntariamente accedido por la conciencia, otro contenido permanece oculto y en conflicto con ésta. Lo inconsciente reprimido está constituido por contenidos que buscan regresar a la conciencia o bien que nunca fueron conscientes. Aparte de esta distinción entre lo conciente y lo inconsciente, Freud distingue tres funciones elementales de lo psíquico:

El Ello representa nuestros impulsos o pulsiones más primitivas e innatas. Constituye, según Freud, el motor del pensamiento y el comportamiento humano. Opera de acuerdo con el principio del placer y desconoce las demandas de la realidad. Para Freud estas pulsiones son en su estado puro eróticas, aunque cabe la posibilidad de que por medio de la sublimación su energía se oriente a otros fines.

El Yo es una parte del ello modificada por su proximidad con la realidad y surge a fin de cumplir de manera realista las demandas pulsionales del ello haciendo de intermediario entre éste y las exigencias de la realidad y del superyo. Mientras que el ello se rige por el principio de placer, el yo sigue al principio de realidad.

El Superyó es una subestructura emergente del yo como consecuencia de la internalización de las censuras, exigencias e ideales sociales. Consta de dos subsistemas: la "conciencia moral" y el ideal del yo. La "conciencia moral" es producto de la subjetivación de condicionamientos experimentados sobre todo en la infancia en relación a los padres, haciéndose presente en la autoevaluación y autocrítica. El ideal del yo es una autoimagen ideal que se compone a partir de conductas aprobadas y recompensadas.

Este ideal del yo podría interpretarse como una forma incipiente de identidad social de tipo autorreferencial, sin embargo, Freud lo reduce a una función censuradora del ello y regente sobre el Yo, mientras que en mi concepción le adjudico la máxima importancia como variable a la que responde el principio de afirmación del ser sobre el que se alinean los pensamiento, las emociones y la conducta social. Adler, como veremos, tiene una concepción similar.

La interacción entre estos tres componentes de la personalidad puede ser más o menos conflictiva. Uno de los fenómenos más generalizados que se produce como consecuencia de la oposición entre ellos es la represión. Freud define la represión como un mecanismo de defensa desplegado por el Yo que consiste en rechazar y mantener alejados de la consciencia determinados elementos que son dolorosos o inaceptables. La represión se origina en el conflicto psíquico que se produce por el enfrentamiento de exigencias internas contrarias entre, por ejemplo, un deseo del ello que reclama imperativamente su satisfacción y las prohibiciones morales del superyo. El yo se defiende del dolor que causa dicha incompatibilidad reprimiendo el deseo, aunque sin lograr eliminarlo, sino a lo sumo confinarlo al inconsciente desde el cual no obstante seguirá ejerciendo presión.

Según la representación de Freud entonces el hombre está en tensión entre las fuerzas del desenfreno y el control que trata de limitarlo. El demasiado control vuelve al sujeto neurótico; en cambio, si el control cede aparecen las fuerzas eróticas que dominan completamente al sujeto. Los síntomas histéricos y neuróticos tienen su origen en conflictos inconscientes que pugnan por emerger a la conciencia, resultado de la represión y la presión latente ejercida por el contenido reprimido.

El objetivo de la terapia es desarmar las resistencias del Yo y aliviar el conflicto para que el analizado acceda a las motivaciones inconscientes de sus sentimientos. La solución para el neurótico consiste en lograr un mayor conocimiento del sentido real de sus sentimientos y pensamientos disociados. Este conocimiento habilitaría a un tratamiento más adecuado de ideas, sentimientos y deseos inaceptados por el Yo. Haciendo eso el psicoanálisis facilita una adaptación más dinámica del individuo a su ambiente.

Por lo visto, el psicoanálisis no podría ofrecer ninguna solución a la alienación del ser debido a que su interpretación es incompatible con la idea de autenticidad humana de la identidad. Para Freud el móvil primario de todo comportamiento humano son las pulsiones del ello, éste sería en todo caso el único factor de autenticidad en el sujeto, mientras que los demás órdenes de lo psíquico surgen tanto de él como de las condiciones y exigencias de la realidad social en la que indefectiblemente está involucrado el sujeto en su vida personal. La identidad humana pues no es lo que debe afirmarse, sino que el problema se reduce a buscar la satisfacción socialmente mediada de aquellas pulsiones básicas del ello.

De cualquier manera, a amplios rasgo, Freud plantea el conflicto original en los términos de una confrontación entre lo que es (ello y principio de placer: individuo) y lo que debe ser (principio de realidad y superyó: sociedad). Dentro del superyó identificó la formación de un ideal de realización personal moldeado socialmente que influye en el comportamiento oponiéndose a la expresión espontánea de la individualidad. Mi propuesta se concilia con estos grandes argumentos, pero como se ha sugerido, Freud tiene un enfoque demasiado naturalista del ser, y muy restrictivo si tomamos en cuenta que reduce gran parte de la motivación humana a un impulso sexual. Afortunadamente, autores posteriores apoyaron sus nuevas teorías sobre el ideal del yo, restando importancia al aspecto erótico de la psique, aunque utilizando buena parte de los hallazgos de Freud y su concepción general del conflicto neurótico.

Alfred Adler y Karen Horney: la idealización del ser

Alfred Adler, un disidente temprano del psicoanálisis freudiano, se percató que la pulsión básica del hombre no eran los deseos eróticos, sino, el alcanzar un sentimiento de seguridad y valía personal. Mientras el sujeto pueda satisfacer este deseo estando en relación con el mundo y desarrollando un sentimiento social que le permita interactuar satisfactoriamente con los demás, se puede considerar sano; pero en el caso que sufra algún sentimiento de desvalía o inferioridad que no pueda superar en el corto o mediano plazo, el sujeto producirá una formación defensiva y compensadora que se prolongará más allá de un estado momentáneo y que perderá incluso el contacto con la causa original de ese sentimiento. El individuo así afectado, desarrolla una idea de sí mismo y un ideal a alcanzar que generalmente consisten en lograr diferenciarse y superar a los demás para asegurarse un sentimiento compensador de poder y supremacía, los que no serían necesarios si desde un principio hubiese resuelto adecuadamente las fuentes de inferioridad de su infancia. Este estado defensivo y compensador puede dominar completamente su vida y hacerle perder el contacto con la realidad y sus semejantes, vistos patológicamente como amenazas a su sentimiento de superioridad ficticio. Tal es para Adler el estado anormal o neurótico. Veamos cómo lo expone el autor mismo en su libro "El carácter neurótico":

"Lo que constituye el punto de partida de toda neurosis es un amenazante sentimiento de inseguridad e inferioridad, que engendra el deseo irresistible de darse un objetivo capaz de hacer llevadera la vida y brindarle una dirección, fuente de seguridad y de calma. Lo que para nosotros constituye una neurosis es la utilización incesante y exagerada de los recursos psíquicos de que dispone el individuo; y entre los principales se halla el empleo de construcciones auxiliares, de ficciones para el pensamiento, la voluntad y la acción." (…) "El neurótico utiliza todas sus fuerzas para construir la superestructura ideal e imaginaria de la que espera ayuda y protección. Se hace exageradamente precavido y adquiere el hábito de prever todas las consecuencias de un acto ya antes de emprenderlo, o de un infortunio antes de sufrirlo; se vuelve mezquino, ávido, avaricioso, procurando ensanchar en el tiempo y el espacio los límites de su influencia y poder. Como resultado último de este trabajo, pierde la objetividad, la serenidad y la calma de espíritu, que sólo la salud psíquica y la actividad normal pueden procurar." (…) "El carácter neurótico es incapaz de adaptarse a la realidad, pues trabaja en vistas de un ideal irrealizable. Sólo busca reforzar las líneas directrices trazadas hacia ese ideal a fin de desembarazarse del sentimiento de inferioridad que lo atormenta" (…) "El carácter neurótico se nos revela al servicio de una finalidad ficticia, obedece a una dirección y a una tendencia impuesta por una superestructura psíquica compensadora y por una línea de orientación hacia una meta final: asegurar el sentimiento de propio valor y seguridad"

Desde mi concepción, la representación que hace Adler supone un avance muy acertado en comprender al ideal de Yo como el orientador principal de la conducta, los sentimientos y pensamientos de una persona. Sin embargo, Adler no reconoce del todo la formación de una identidad, su foco está puesto en el sentimiento de valía personal y en las metas de realización individual. La terapia Adleriana se orienta a hacer conciente las metas ficticias de realización que tiene el sujeto para propiciar su renuncia. Pero no ve ningún inconveniente en adoptar metas socialmente toleradas, sólo ve el problema cuando estas metas son exageradas e irreconciliables con la realidad social del sujeto. Lo anormal o neurótico para Adler es el afán de elevar el sentimiento de valía personal a contramano de las condiciones de autorealización que fija el entorno, experimentando fuerte tensión y dificultades para adaptarse a la vida social. Es decir, se limita a ver el problema en objetivos individuales que exceden de lo que es socialmente aceptable. Por consiguiente, Adler adjudica la mayor responsabilidad del problema al sujeto, dejando impune a la sociedad como matriz de alienación, lo que en definitiva está detrás de esa búsqueda de valía personal.

Karen Horney tiene una visión bastante similar a la de Adler en cuanto a lo que hace a la neurosis, pero parte de considerar la existencia de un ser auténtico. El yo real para Horney se refiere a lo que realmente la persona siente, quiere, cree y resuelve, es o debiera ser el centro más vivo de la vida psíquica. En un estado normal el Yo real se manifiesta de manera tal que cuerpo y mente, acto, sentimiento y pensamiento, sean consonantes y armoniosos, sin conflicto interior, y por lo tanto, conducentes a una sensación de unidad, de totalidad de la persona. Para Horney el yo real es la fuente de fuerzas emocionales, de las energías constructivas y facultades de juicio, y nos impulsa hacia el desarrollo individual. Es decir, el yo real debería ser el conductor de nuestras vidas ya que es quien representa en definitiva la imagen real de la persona, y sus reales capacidades y cualidades.

El desarrollo de la confianza básica en el Yo real en un individuo normal está determinado por un ambiente que satisfaga las necesidades de cariño, cuidado, disciplina, estimulación, entre otros. Si no se satisfacen, el ambiente, en general, es percibido por el individuo como hostil acompañado con un sentimiento de frustración hacia sus necesidades lo que lo lleva hacia una separación de su yo real. Esto se produce porque el individuo, para compensar sentimientos de incompetencia y baja autoestima, crea un ideal muy alto y lo intenta alcanzar por medio de la fantasía, ya que en la realidad no es posible. Este fantasear se hace cada vez más continuo y vívido llegando a un momento en que su yo real es confundido y posteriormente reemplazado por su ideal imaginario. De esta forma, el individuo asume sentimientos, pensamientos, motivos y acciones regidos por su ideal de superación, configurándose así su yo imaginario. Esta condición de idealización del yo es la que la autora denomina neurosis.  

El yo ideal, por ser una imagen falsa, es débil y vulnerable, lo que hace que el individuo restrinja su vida para no exponerse al peligro de que su imagen sea atacada y ponga en relieve las diferencias entre ésta y su yo real. (Por ejemplo, el individuo puede rechazar un trabajo por la posibilidad de que existan compañeros que se desempeñen mejor que él). Además, el yo ideal es un obstáculo al crecimiento porque los ideales de esta imagen no son un móvil para el individuo sino que son una idea fija que cree cierta y que es venerada por él. La persona no es capaz de ver sus errores, sino que los niega para poder mantener su yo ideal intacto

Por último, el objetivo de la terapia para Horney es que el neurótico vaya eliminando las defensas que ha creado para mantener su imagen ideal y pueda reencontrarse con sus propios ideales, motivaciones y sentimientos, vale decir, que la persona se reencuentre con su yo real. Para que esto ocurra es preciso hacer ver al paciente los conflictos que le crea el mantenimiento de su yo ideal y convencerlo de que volviendo a su yo real podrá identificar su conflicto y enfrentarlo de manera adecuada.

Horney, a diferencia de Adler, contempla la identidad del Yo, pero la define como una identidad autorreferencial. Sea cual fuera esta identidad no puede dejar de ser muy limitada en comparación al ser auténtico que el sentido de individualidad. El Yo ideal, es una formación reactiva a un sentimiento de inferioridad o poca valía personal provocado por el entorno inmediato, y no por la sociedad. El neurótico en lugar de adoptar un ser ideal socialmente aceptado, adopta un ser ficticio que no se confirma tanto en los hechos o la interacción con el medio y las demás personas, como en su imaginación. Esto es lo que genera un conflicto irresoluble en la persona adulta que debe integrarse a la sociedad. La solución que plantean lo autores creo que es correcta en tanto el fin sea que el sujeto logre un mayor nivel de aceptación e integración a la sociedad, pero está claro que ésta sólo puede tomarse como una solución parcial del problema de fondo que aún queda inalterado.

Carl Roger y Erich Fromm: autodesarrollo

La teoría de Rogers contempla una necesidad básica en los seres vivos que llama la tendencia actualizante. Esta puede definirse como una motivación innata dirigida a desarrollar las potencialidades propias hasta el mayor límite posible.  Otra cuestión exclusivamente humana que valora es la recompensa positiva de uno mismo, lo que incluye la autoestima, la autovalía y una imagen de sí mismo positiva. Sin embargo, el hombre socializado está en algún punto contrariado en relación a estas inclinaciones, el medio social no permite satisfacer esas demandas de forma directa, sino a través de ciertas condiciones que el individuo debe cumplir.

     El lograr un sentimiento positivo sobre uno mismo en base a "una condición" es lo que Rogers llama recompensa positiva condicionada. A medida que pasa el tiempo, este condicionamiento nos conduce a su vez a tener una autovalía positiva condicionada. Empezamos a querernos si cumplimos con las exigencias del entorno, más que si seguimos la propia inclinación hacia la actualización de nuestras potencialidades. Y dado que estos estándares no fueron creados tomando en consideración las necesidades individuales, resulta cada vez más frecuente el que no podamos complacer esas exigencias y por tanto, no logremos un buen nivel de autoestima.

    La parte que el hombre encuentra en su tendencia actualizadora y en las necesidades y recepciones de recompensas positivas para él mismo, es lo que Rogers llamaría el verdadero yo. Por otro lado, dado que nuestra sociedad no está sincronizada con la tendencia actualizante y que estamos forzados a vivir bajo condiciones de valía el hombre debe desarrollar un ideal de sí mismo (ideal del yo). En este caso, Rogers se refiere a ideal como algo no real; como algo que está siempre fuera de nuestro alcance; aquello que nunca alcanzaremos. El espacio comprendido entre el verdadero Yo y el Yo ideal; del "yo soy" y el "yo debería ser" se llama incongruencia. A mayor distancia, mayor será la incongruencia. De hecho, la incongruencia es lo que esencialmente Rogers define como neurosis: estar desincronizado con el propio Yo.

Aunque a primera vista esta concepción parezca similar a la formulada por Adler y Horney, establece una diferencia sustancial al entender que el Yo falso o ideal es generado desde fuera como consecuencia de la necesidad de interactuar con el medio social, y no por el sujeto en respuesta a una experiencia particularmente insatisfactoria en la infancia. En efecto, la interacción social basada en condicionamientos de la conducta genera inevitablemente una identidad condicional, es decir, distinta al Yo verdadero. Roger entonces reconoce que aún los sujetos bien adaptados son pasibles de formarse una identidad ideal o falsa. Al igual que Freud señala a un conflicto entre una pulsión natural y una exigencia social; sólo que en lugar de la líbido o el principio de placer, Identifica al Yo verdadero con la tendencia actualizante o desarrollo de las potencialidades individuales. El sujeto sólo podría ser saludable si logra satisfacer plenamente esta tendencia actualizante aún cuando se encuentre integrado a la sociedad.

Erich Fromm propone una solución muy parecida. El hombre necesita encontrar una solución armónica que integre la expresión de su individualidad auténtica con el sentimiento de pertenencia e integración social. La recomendación concluyente de Fromm es que el hombre debe ser él mismo y para sí mismo y alcanzar la auténtica expresión de su ser por medio de la realización plena de aquellas facultades que son peculiarmente suyas: la razón, el amor y la productividad, integrándose activamente a la sociedad.

La imagen que tiene Fromm y Roger de la persona insana entonces no es la de un inadaptado social, sino la de alguien que se encuentra impedido de ejercer y desarrollar sus poderes: "La vida posee un dinamismo íntimo que le es peculiar, tiende a extenderse, a expresarse, a ser vivida. Si por algún motivo se cercena la expansión espontánea de la vida, la expresión de la potencialidades sensoriales, emocionales e intelectuales, el hombre cae en desgracia, sufre y se siente impotente." (Fromm)

El primer deber de un organismo es estar vivo, pero ello no se reduce sólo a la supervivencia, pues la existencia y el despliegue de las potencias específicas de un organismo para Fromm son una misma cosa. Se puede demostrar que todos los organismos tienen una tendencia inherente a volver actuales sus potencialidades específicas. Por consiguiente, el fin de la vida del hombre debe ser entendido como el despliegue de sus poderes de acuerdo con las leyes de la naturaleza.

Según Fromm, el impulso natural hacia la salud física y el autodesarrollo es la condición necesaria para la cura de la neurosis. Si bien el proceso del psicoanálisis consiste en lograr un mayor conocimiento acerca de las partes disociadas de los sentimientos y de los pensamientos de la persona, el conocimiento por sí mismo no es una condición suficiente para lograr el cambio. Esta clase de conocimiento capacita a la persona para reconocer los callejones en los que está atrapada y para comprender por qué sus intentos para resolver su problema estaban condenados al fracaso, pero únicamente despejan el camino para que aquellas fuerzas que dentro de ella luchan por la salud y el autodesarrollo operen y se hagan efectivas.

Para Fromm, el hombre tiende naturalmente a desarrollar sus potencialidades. La sociedad consumista, por el contrario, lo reduce a la pasividad, y lo enajena de sus capacidades, haciéndolo un servidor de intereses y poderes ajenos. Entonces la clave para alcanzar la virtud se reduce a una comprensión, a través de la terapia o autorreflexión, que permita liberar al hombre de los condicionamientos o limitaciones impuestas por la sociedad. "…el hombre es la única criatura capaz de comprender las fuerzas a las que está sujeto, por medio de su entendimiento es capaz de tomar parte activa en su propio destino y fortalecer aquellos elementos que dentro de él luchan por la virtud." A un nivel más general, la virtud del hombre depende de que la sociedad responda al compromiso de tener como fin último habilitar el despliegue de las potencias humanas: "… el desarrollo y el crecimiento de cada persona debe ser el fin de todas las actividades sociales y políticas; que el hombre sea el fin último y no un medio para nada ni nadie, excepto para sí mismo".

Fromm, ciertamente, no era ajeno a la influencia del entorno sobre la posibilidad de realización personal. Por el contrario, creía que las condiciones exteriores tenían un efecto tan contundente sobre el sujeto que de ellas dependía la aceptación o rechazo que este haciera de su propia libertad. Desde esta lógica Fromm asumió una posición de crítica permanente a la sociedad de consumo. En ella -dice- el hombre está enajenado de sus atributos, se siente una mercancía y teme a la libertad buscando refugio en la adaptación a la norma y la aceptación de los demás.

Tanto Roger como Fromm insisten en identificar una pulsión o deseo natural en el hombre con un objetivo preciso: el despliegue de las capacidades y potencialidades humanas. Tal es el sentido de orientación de la afirmación de ser en el caso de adoptar la identidad humana. Por otra parte, estos autores identifican a la sociedad como una matriz de alienación, la que el hombre podría superar distanciándose en parte de su influencia para de este modo permitirse desarrollar la propia individualidad. Ambos ven en la integración social el problema de preservar la libertad personal, dirigida hacia el autodesarrollo, de las innumerables fuentes de alienación externas. Sólo si el sujeto logra desarrollar su individualidad e integrarse activamente a la sociedad, sin perder su autonomía para pensar y sentir por sí mismo, se podría considerar sano.

Aunque tenga puntos de contacto con la propuesta presentada aquí, de esta perspectiva podríamos criticar en primer lugar la presunción de existencia de esa pulsión natural hacia el autodesarrollo. Solo el hombre que se identifica así mismo como humano, desentendiéndose de las identidades falsas y limitadoras, puede propender realmente al desarrollo de sus capacidades humanas. Pero hay aún otra razón más importante para distanciarnos de la perspectiva de estos autores; mientras insistimos en el desarrollo de las capacidades o actualización de las potencias humanas como objetivo que debería promoverse socialmente, no logramos aceptar al ser humano tal como es, sino a condición de este desarrollo, por lo tanto esta propuesta está alineada a la formula del deber ser.

Los autores no se percatan a mí entender del valor intrínseco del ser humano, que más allá de lo que el sujeto haga o no está presente todo el tiempo que tome conciencia de ello. En definitiva, lo que el ser humano es de origen puede valorarse sin mediar ningún esfuerzo dirigido al autodesarrollo, pues las capacidades intrínsecas del ser humano son descomunalmente mayores que las capacidades que éste pueda adquirir en la práctica. La verdadera limitación del hombre, entonces, está en cómo se ve a sí mismo y no en cuánto se hayan desarrollado sus potencialidades. La aceptación incondicional del ser humano es una de las propuestas que nos ofrece el próximo autor que abordaremos, creo que allí está la clave de una verdadera solución para la psicoterapia.

Terapia cognitiva:

Los tres enfoques que siguen se desentienden del modelo de conflicto entre individuo y sociedad. En cuanto toda relación con el mundo está mediatizada por la subjetividad, no se busca tanto un ajuste a las exigencias de la realidad como desarrollar una conciencia y experiencia personal más armónica y satisfactoria, que trascienda las condiciones y exigencias sociales y personales.

Existen distintas psicoterapias cognitivas: las más conocidas son (con sus respectivas variantes para cada psicopatología) la terapia de Beck (Aaron T. Beck, centrada en los "pensamientos negativos automáticos"), y la terapia de Ellis (Albert Ellis, centrada en los "pensamientos irracionales"). Este modelo está ampliamente difundido y es respetado por la investigación que lo soporta y por sus resultados.  Por tal motivo, es el modelo elegido y presentado en los congresos internacionales y el utilizado preferentemente para el tratamiento especializado de muchos trastornos. Entre sus principales éxitos reconocidos se han destacado los tratamientos de trastornos tales como: ansiedad, pánico, agorafobia, fobia social, inhibiciones, depresión, disfunciones sexuales, depresión, estrés, ira (ataques de furia) y conflictos de pareja.

En enero de 1953, Albert Ellis, rompió por completo con el psicoanálisis, y empezó a referirse a sí mismo como terapeuta racional. Ellis entonces recomendaba un nuevo tipo de psicoterapia más activa y directiva, en la que se requería que el terapeuta ayudase al cliente a entender que su filosofía personal contenía creencias que crean dolores emocionales. Su nueva aproximación enfatiza el trabajo de cambiar activamente creencias y comportamientos contraproducentes del cliente demostrando su irracionalidad y rigidez. Desde este enfoque las conductas y los pensamientos se consideran la causa de las emociones, y no a la inversa como creía Freud. Ellis estimaba que a través del análisis racional la gente entendería sus creencias irracionales y podría cambiarlas por una posición más racional. Algunas de esas ideas irracionales más comunes son:

  • La idea de que es más fácil eludir que enfrentar las dificultades de la vida y las responsabilidades personales; en vez de la idea de que eso que llamamos "dejarlo estar" o "dejarlo pasar" es usualmente mucho más duro a largo plazo.

  • La idea de que necesitamos de forma absoluta otra cosa más grande o más fuerte que nosotros en la que apoyarnos; en vez de la idea de que es mejor asumir los riesgos que contempla el pensar y actuar de forma menos dependiente.

  • La idea de que siempre debemos ser absolutamente competentes, inteligentes y ambiciosos en todos los aspectos; en vez de la idea de que podríamos haberlo hecho mejor, más que necesitar hacerlo siempre bien y aceptarnos como criaturas bastante imperfectas, que tienen limitaciones y falibilidades humanas.

  • La idea de que si algo nos afectó considerablemente, seguirá haciéndolo durante toda nuestra vida; en vez de la idea de que podemos aprender de nuestras experiencias pasadas sin estar extremadamente atados o preocupados por ellas.

  • La idea de que debemos tener un control preciso y perfecto sobre las cosas; en vez de la idea de que el mundo está lleno de probabilidades y cambios, y que aún así, debemos disfrutar de la vida a pesar de estos "inconvenientes".

  • La idea de que la felicidad humana puede lograrse a través de la inercia y la inactividad; en vez de la idea de que tendemos a ser felices cuando estamos vitalmente inmersos en actividades dirigidas a la creatividad, o cuando nos embarcamos en proyectos más allá de nosotros o nos damos a los demás.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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