Inmigración y literatura: los vascos
En esta monografía me refiero a la inmigración vasca que llegó a América, vista por escritores de diversas nacionalidades.
"Desde la época de Rosas se anota una constante pero limitada inmigración española, procedente del País Vasco, Galicia y las Islas Canarias" (1). "La salida de hidalgos segundones y gente acomodada cuando la emigración no era aún masiva, ha servido de apoyo a planteamientos como el que la emigración desde las provincias del norte de España excepto Galicia, no se debía a la falta de trabajo, ni a causa alguna física o económica, a diferencia de muchos levantinos que emigraban a causa de su miseria y que muchos emigrantes vascos, santanderinos y asturianos suelen llevar pequeños capitales y una formación cultural adecuada" (2).
"Recién la última década del siglo será testigo de un desembarco masivo, especialmente de gallegos, vascos, asturianos y catalanes" (3). Refiriéndose a los años 1880-1900, afirma Guillermo Scarfo: "En el País Vasco, estas dos décadas son fruto de lo sucedido a nivel político en años anteriores, donde las luchas Carlistas habían arrasado con el Régimen foral. Los fueros son leyes que, en el caso de los vascos, son creadas y legitimadas por el que las goza con facultad libre y soberana, siendo códigos de la "Nación" Vasca, y de carácter "intangible", representando un cuerpo legal autónomo, aunque con influencia de antiguos derechos, tomados del contacto que tuvieron ellos con otros pueblos. Es lógico, por tanto, que el carácter centralista impuesto por la política dictada desde Madrid, implicaba no sólo un sojuzgamiento a nivel económico, ya que lo recaudado iba a parar a las arcas del Gobierno Central, sino también a nivel del habitante de estas tierras, ya que estas guerras señaladas más arriba implicaban que se reclutara por largos períodos a los jóvenes vascos, a los cuales la perspectiva de emigrar era la única forma de evitar cumplir con la conscripción".
"Por otro lado –agrega-, se consolidó también el proceso de industrialización dado en décadas anteriores, algo que va a ser también factor de emigración de muchos pobladores del área rural hacia América, ya que los mismos se resistían a ser tomados como mano de obra en las industrias que comenzaban a emerger en ciudades vascas, y además, sus puestos empezaban a ser ocupados por habitantes venidos de diversos puntos de la Península".
"Dentro de este marco, también conviene destacar el gran desarrollo alcanzado por el ferrocarril en el País Vasco, con líneas que recorrían en forma comercial o militar variadas regiones y valles de los territorios. Esto no sólo permitió una mayor circulación por el País, sino que permitió que hubiera un incremento en el contacto entre pueblos. En un comienzo, este hecho fue aprovechado por los agentes de inmigración (legales o clandestinos) para ‘reclutar’ a muchos vascos y vascas en la empresa de ‘hacerse la América’. Pero, luego potencializó la formación de redes de relaciones sociales que movilizaron a las cadenas migratorias" (4).
"Generalmente los vascos casi no utilizaron el Hotel de Inmigrantes, del que se podía ser huésped por ocho días, ya que frecuentemente venían consignados, siendo muy jóvenes (12 o 14 años) a parientes o compadres que los estaban esperando" (5).
"Los vascos, legendario y antiquísimo pueblo de Europa, se dedicaron a nuestro campo con empeño singular, como ganaderos, tamberos y fruticultores. La figura del vasco tambero integra nuestra más pura tradición nacional. (…) Arana, Aguirre, Irigoyen, Elortondo, Iraola, Anchorena, Urquiza, Alzaga, Atucha, Elizalde, Ezcurra, Gorostiaga, Casares, Uribelarrea, Azcuénaga, Udaondo, Olazábal, Madariaga, Guerrico, Anasagasti: son todos apellidos españoles de origen vasco, ligados a la historia del campo argentino" (6).
¿Cómo se los vio, de un lado y del otro del mar? Los escritores los evocan en memorias, obras literarias y artículos periodísticos.
En el 80, en la Argentina, la autobiografìa surge como el "lugar donde se expresa lo particular, lo curioso, lo diferenciador, lo propio de un sector social" (7); este sector es el de la clase dirigente, grupo que se caracteriza por haber sido educado con una gran influencia de la cultura europea, particularmente francesa (8). Cobra gran importancia la evocaciòn de la vida "vulgar", calificativo que abarca tanto la vida cotidiana, real, como los comportamientos censurados por la moral corriente (9).
La autobiografìa se caracteriza, en este perìodo, por asumir el aspecto de la charla social (causserie), de la anècdota, y por la frecuente utilizaciòn de citas que remiten a lecturas extranjeras. En las obras autobiogràficas de los hombres del 80 aparece como modelo el "hombre de mundo", que conjuga en sì mismo muy diversas facetas. Como consecuencia del impacto de la inmigraciòn, aparecen "evocaciones nostàlgicas de tiempos màs austeros" y "descripciones costumbristas con toques moralizantes".
Susana Zanetti destaca que "la actitud de nostalgia, de reminiscencia, de regreso al pasado, es una constante del 80"; Juvenilia, de Miguel Cané, presenta -a su criterio- "un melancòlico contrapunto entre la adolescencia despreocupada de ayer y el hombre maduro de hoy. Aùn asì, la evocaciòn tiende generalmente a las anècdotas festivas, alegres". En la obra advierte ciertas semejanzas con David Copperfield, de Charles Dickens, pero la diferencia de la obra inglesa el hecho de no entrañar denuncia ni afàn testimonial.
El tema del fracaso generacional està encarnado en la suerte corrida por los condiscìpulos; algunos han muerto, otros se encuentran empleados con sueldos de hambre, sòlo unos pocos se destacan. Esta actitud surge de lo que la ensayista denomina "doble melancolìa" frente al pasado y frente al povenir (10).
Miguel Canè nos ha dejado en varias obras testimonio de su visiòn de los inmigrantes. En Juvenilia, a las figuras del grotesco enfermero italiano y los temibles quinteros vascos, contrapone la grandiosidad del profesor Amadeo Jacques, sìmbolo de la inmigraciòn anhelada por los hombres del 80.
En sus memorias relata que los estudiantes encontraban diversas distracciones en la quinta de Colegiales; una de ellas, vinculada a unos inmigrantes. "En la Chacarita estudiàbamos poco, como era natural; podìamos leer novelas libremente, dormir la siesta, salir en busca de camuatìs y sobre todo, organizar con una estrategia cientìfica, las expediciones contra los ‘vascos’ ".
Describe el escenario y las virtudes de la fruta de esos quinteros: "Los ‘vascos’ eran nuestros vecinos hacia el norte, precisamente en la direcciòn en que los dominios colegiales eran màs limitados. Separaba las jurisdicciones respectivas un ancho foso, siempre lleno de agua, y de bordes cubiertos de una espesa planta baja y bravìa. Pasada la zanja, se extendìa un alfalfar de una media cuadra de ancho, pintorescamente manchado por dos o tres pequeñas parvas de pasto seco. Màs allà (…) en pasmosa abundancia, crecìan las sandìas, robustas, enormes, (…) allì doraba el sol esos melones de origen exòtico (…) No tenìan rivales en la comarca, y es de esperar que nuestra autoridad sea reconocida en esa materia. Las excursiones a otras chacras nos habìan siempre producido desengaños, la nostalgia de la fruta de los ’vascos nos perseguìa a todo momento, y jamàs vibrò en oìdo humano en sentido menos figurado, el famoso verso de Garcilaso de la Vega".
Se refiere a la disposiciòn anìmica de esos inmigrantes: "Pero debo confesar que los ‘vascos’ no eran lo que en el lenguaje del mundo se llama personajes de trato agradable. Robustos los tres, àgiles, vigorosos y de una musculatura capaz de ablandar el coraje màs probado, eternamente armados con sus horquillas de lucientes puntas, levantando una tonelada de pasto en cada movimiento de sus brazos ciclòpeos, aquellos hombres, como todos los mortales, tenìan una debilidad suprema: ¡amaban sus sandìas, adoraban sus melones!"
Dos veces hurtaron fruta los adolescentes sin ser vistos. La tercera, "detràs de una parva, un vasco horrible, inflamado, sale en mi direcciòn, mientras otro pone la proa sobre mi compañero, armados ambos del pastoril instrumento cuyo solo aspecto comunica la ingrata impresiòn de encontrarse en los aires, sentado incòmodamente sobre dos puntas aceradas que penetran… (…) ¡cuàn veloz me parecìa aquel vasco, cuyo respirar de fuelle de herrerìa creìa sentir rozarme los cabellos! (…) aquel hombre terrible meyado en su tridente, empezò a injuriarme de una manera que revelaba su educaciòn sumamente descuidada. (…) Me tendì en la cama y, mientras el cuerpo reposaba con delicia, reflexionè profundamente en la velocidad inicial que se adquiere cuando se tiene un vasco irritado a retaguardia, armado de una horquilla" (11).
Baldomero Fernández Moreno incluyó en Guía caprichosa de Buenos Aires la página "El vasco lechero en el café", en la que dice: "he aquí que al hilo del mostrador aparece un vasco lechero, la cara rosada, con dos parches más rojos pegados en las mejillas, la boina encasquetada, la blusa rizada, que no todo ha de ser fortaleza y agresividad; las piernas combadas, las alpargatas silenciosas, y el tarro en la mano como si blandiera un arma o un guijarro listo para ser proyectado en la cara lisa y cosmopolita del ‘barman’. Y con el vasco lechero entra también el campo, un aire duro y frío y un trébol. Un trébol precisamente que se labra un espacio verde en el ambiente gris y que yo veo con toda nitidez" (12).
Carlos Ibarguren describe, en La historia que he vivido, el Buenos Aires de su infancia, en la década de 1880. En ese entonces, "en los barrios residenciales veíanse de mañana a los lecheros, casi todos vascos, que llevaban en los costados de su cabalgadura sus clásicos tarros de latón, o a los que arriando algunas vacas con sus mamones, al son tintineante de un cencerro, ofrecían leche recién ordeñada" (13).
"En 1911, cuando Pío Baroja no había cumplido aún los cuarenta años, publicó El árbol de la ciencia y antes Las inquietudes de Shanti Andía: puede decirse que estas dos obras corresponden a la fase más fuerte de su capacidad inventiva", dice Julio Caro Baroja. A Las inquietudes…, que inicia la trilogía denominada El mar, le siguieron El laberinto de las sirenas (1923) y dos novelas que en realidad debían formar sólo un volumen, Los pilotos de altura (1929) y La estrella del Capitán Chimista (1930).
"El mar fue, pues, para Pío Baroja, fuente de inspiración primordial –agrega el antropólogo-, cosa no muy común entre los escritores de lengua española o castellana, como en varias ocasiones se ha hecho constar. (…) Pío Baroja tenía muchas razones vitales para sentirse atraído por el mar, dejando aparte alguna, casi metafísica, que no viene al caso analizar ahora". "El haber nacido junto al mar me gusta –escribió el novelista en sus Memorias-, me ha parecido siempre como un augurio de libertad y de cambio" (14).
Al publicarse esta primera obra de tema marino, escribió Azorín en El pueblo vasco, de San Sebastián: "Las inquietudes de Shanti Andía, último libro de Baroja, es uno de los mejores que el ilustre novelista ha publicado. Nada hay en nuestra lengua que supere esas soberbias, maravillosas páginas en que describe el mar y las costas vascas. Esa novela es el libro del mar y del pueblo vasco. Ni mejor guía ‘sentimental’ de Vasconia ni más hondo y delicado canto en su honor" (15).
En esta novela, protagonizada por un marino, presenta Baroja a varios indianos. Se les llamaba así a quienes procedían de las Indias Occidentales (América), pero especialmente a aquellos que regresaban a España enriquecidos luego de muchos años en el Nuevo Continente. Los diversos pasajes en que describe a estos personajes nos permiten notar que no sentía por ellos, ciertamente, simpatía, en parte por su condición de comerciantes, pero también por su ignorancia y presunción. Remitámonos a los fragmentos.
Cuenta Andía: "Venía en el barco un indiano vascongado que se embarcó en Buenos Aires en mi barco. En todo el viaje de América a Europa no se atrevió a hablarme. Debía de ser un hombre muy tímido. Luego, en el vapor que nos llevaba a Bayona, se acercó a mí y hablamos. Había pasado veinticinco años en las pampas hasta enriquecerse. No tenía familia y no sabía qué hacer ni donde fijar su residencia".
No explica cómo había hecho su fortuna el vascongado, mas sí lo hace en relación con otro indiano, a quien desprecia: "Contaba una criada de mi casa, la Iñure, que un indiano rico de su pueblo, ex negrero, que estaba muy incomodado porque su hijo quería casarse con una muchacha pobre, hizo a la chica esta advertencia: Yo, como tú, no me casaría con mi hijo. Ten en cuenta que yo he sido negrero y que en mi familia ha habido personas que fueron ahorcadas. -Eso no importa –contestó la muchacha-. Gracias a Dios, en mi familia ha habido también muchos ahorcados. Realmente, esta muchacha discurría muy bien".
Los indianos se reúnen en determinadas poblaciones, y evidencian una manera original de ostentar sus logros: "En todos los puertos de mar, constituidos casi siempre por una población advenediza y aventurera, se forma un espíritu aristocrático endiablado. En las ciudades arcaicas y tradicionales los individuos que creen formar parte de la aristocracia alegan los prestigios de la clase con más o menos razón; en las ciudades modernas ya no es la clase solamente lo que se defiende, sino el matiz. Así sucede que Bilbao o Buenos Aires, Manila o Barcelona, tienen más prejuicios de casta que Toledo, Burgos o León. En Lúzaro, en pequeño, ocurre lo propio desde que se ha llenado de indianos y de gente forastera".
A Baroja, tan amante de lo vasco, le molestaba profundamente la invasión de esta gente, que ejercía una profesión para él detestable: "El comerciante, que en general, procede de la parte más turbia de la sociedad, necesita, ya que no puede decir que sus abuelos estuvieron en la conquista de Jerusalén, demostrar que su escritorio es algo sagrado y que todos sus pequeños útiles y procedimientos de robo constituyen ejecutoria de nobleza".
Este grupo social tiene, asimismo, un punto de reunión: "Me contaron el proceso de este conflicto familiar entre Recalde y la Cashilda, en la relojería de Zapiain, que era el mentidero de las personas pudientes del pueblo. Mi tío, el viejo Irizar, fue el que me llevó allí. Todavía no se había fundado el casino de Lúzaro, que, después, de una época de pedantería y de esplendor, quedó reducido a una reunión soñolienta de indianos y de marinos retirados" (16).
En 1910 aparece César o nada, primer volumen de la trilogía Las ciudades, que integran asimismo El mundo es ansí (1912) y La sensualidad pervertida (1920). En estas novelas, como en tantas otras, se advierte una de las características de Baroja, señalada por el hispanista Donald Shaw, quien destaca que el académico sentía predilección "por saturar sus historias de personajes menores, que atraviesan la escena, animando la atmósfera con sus comentarios, opiniones, y a veces, dramas, pero siempre dándole vida con su mera presencia. Estos extras forman un círculo exterior de humanidad en torno al personaje principal y a sus compañeros inmediatos. Tomados generalmente de la vida, pueden existir simplemente por su propio interés humano intrínseco. Normalmente personifican actitudes de grupos sociales a quienes Baroja quería atacar directamente, o caricaturizar satíricamente. En el primer caso, los presenta llanamente, como individuos despreciables y desagradables. En este grupo están muchos de los parientes y familiares de sus héroes y heroínas" (17).
En César o nada aparece nuevamente su aborrecimiento por los indianos, encarnado esta vez en un personaje que "estudiaba en el colegio de Escolapios del pueblo y después ingresaba en el seminario de Tortosa". El alumno dejaba mucho que desear: "No se distinguió allí por su inteligencia ni por su buena conducta; pero a fuerza de tiempo y de recomendaciones, pudo ordenarse y decir misa en Villanueva".
Sin embargo, "La sangre inquieta del padre bullía en él: era juerguista, brutal y pendenciero. Como en el pueblo la vida le era difícil, se marchó a América, dispuesto a ahorcar los hábitos. No debió encontrar entre los seglares grandes horizontes, porque unos meses después profesaba, y diez o doce años más tarde volvía a España, como superior de la Orden, a un convento de la provincia de Castellón. Francisco Guillén había cambiado de nombre, y se llamaba fray José de Calasanz de Villanueva".
Traía del Nuevo Mundo un bagaje de inmoralidades: "Fray José de Calasanz, al volver de América, había aprendido, si no de cánones, algo más de la vida que en sus primeros años de cura, y se había hecho un hipócrita redomado. Sus pasiones eran de una violencia extraordinaria, y, a pesar de su habilidad para disimularlas, no podía ocultar del todo su fondo de barbarie".
En otro pasaje de la novela, varios personajes se alegran de que en el hotel en el que se hospedan se sienten muy a gusto, pues no hay "americanos, ni alemanes, ni demás bárbaros". Otro de los personajes afirma que su mujer, americana, "está cada día más europeizada, y ya no le gusta la elegancia demasiado estrepitosa de sus paisanos". Sobre esta misma mujer y otras como ella, asevera el protagonista: "El peso de la tradición será fatal para la industria y para la vida moderna, pero es lo único que crea esa espiritualidad de los países viejos. Estas americanas tienen, ¿quien lo duda?, inteligencia, belleza, energía, arranques simpáticos; pero les falta esa cosa especial creada por los siglos: el carácter" (18).
En La sensualidad pervertida también son las mujeres el objeto de las críticas barojianas. El protagonista visita a una familia que le causa muy mala impresión: "Una casa donde me recibían amablemente era la de un americano, condiscípulo de mi padre, de niño, en Vergara. Este señor se llamaba Alpizcueta, y era un pobre hombre, bueno, débil y sin ningún carácter. Se hallaba dominado por su mujer, una americana despótica y altanera; tenían un hijo y dos hijas. El hijo era negado, de lo más incomprensivo que pudiera imaginarse, tonto, soberbio, caprichoso, rubio y con cara de negro; las hijas habían salido como la madre: altas, fuertes, guapas, voluntariosas y mandonas".
El joven "no simpatizaba ni con la madre ni con las hijas. Ellas creían que habían traído toda la sabiduría en su equipaje de América, y que el conjunto de sus conocimientos acerca de la vida era tan grande que no podían añadir una partícula más. No notaban los valores que hay en los países viejos. Para ellas, un museo, una iglesia, un libro, no eran nada al lado de unos rebaños de vacunos o de algunas hectáreas de terreno". No obstante, a las casaderas no les faltaban pretendientes: "Solían aparecer varios jóvenes en la casa de Alpizcueta, porque las americanas tenían fama de ricas" (19).
Cuando a Martín Zalacaín le aconsejaban ir a la escuela, él exclamaba: " -¿Yo a la escuela? Yo me iré a América o me iré a la guerra" (20). No se decidió por el primero de estos proyectos. De un personaje dice en El árbol de la ciencia: "estuvo de médico militar en Cuba, y se acostumbró a beber de una manera terrible. Alguna vez le he visto, y me ha dicho: ‘Mi ideal es llegar a la cirrosis alcohólica y al generalato’ " (21). Son otros personajes que tuvieron en sus mentes la aventura trasatlántica. No la concretaron o volvieron derrotados. Sin embargo, es por estos por quienes el novelista siente aprecio, y no por los indianos a los que se ha referido reiteradamente.
La aversión que siente por los indianos se relaciona con la que siente por los hispanoamericanos. A criterio de Eugenio Matus, "Aunque no manifestada con tanta frecuencia ni de manera tan sistemática (…), es esta antipatía lo suficientemente clara como para que merezca recordarse (…). Dejando de lado os exabruptos, ¿qué es, en esencia, lo que advierte en nosotros que le molesta? ‘lo que a mí me irrita de los hispanoamericanos –dice en Las horas solitarias- es lo mal que legitiman su modernidad. No son capaces de crear una Universidad espacializada ni de tener grandes industrias, grandes inventores o grandes ingenieros, ni de lanzar una utopía al mundo; son negociantes en pequeño, y cuando quieren hacer algo espiritual hacen versos o transcriben una sociología traducida del francés’. Esto es lo que le molesta a Baroja: la incapacidad que él cree advertir en nosotros para ser realmente lo que somos, pueblos jóvenes; dicho de otro modo, le molesta nuestra ‘inautenticidad’ ".
"Baroja, hombre entusiasta del porvenir, que quisiera ver a su patria libre de las tareas tradicionales que tiene como país viejo y que son las que le impiden dar el gran salto hacia el furturo, no comprende que hombres de un continente nuevo carezcan del empuje que es natural suponer en ellos, y se contenten con usufructuar perezosamente de la cultura de la vieja Europa". (…) Conviene, en todo caso, señalar que el origen de esta antipatía suya por los hispanoamericanos hay que buscarlo más que en un conocimiento cabal del fenómeno histórico que representa Hispanoamérica, en el trato personal del novelista con escritores y artistas hispanoamericanos de comienzo de siglo, radicados en París o en Madrid, en los cuales advirtió, casi sistemáticamente, características humanas y literarias antagónicas a las suyas" (22).
En 1884, en el periòdico Sud Amèrica se publica como folletìn La gran aldea, obra que Lòpez dedica a Miguel Canè, su "amigo y camarada". "El subtìtulo de La gran aldea, "Costumbres bonaerenses", previene ya las caracterìsticas del realismo a que recurrirà su autor, Lucio Vicente Lòpez (1848-1894): una actitud crìtica, no disolvente sino reformista, encaminada a registrar tipos y hàbitos de una sociedad, y a poner de relieve algunos de entre ellos mediante el sarcasmo, la ironìa o la simple caricatura. (…) la propuesta fundamental de La gran aldea es la de demostrar que el Buenos Aires provinciano de 1860 pervive en el Buenos Aires cosmopolita de 1880, que la clase social que manejaba sus destinos en la època de Pavòn continuaba controlando los hilos de la polìtica y de las finanzas y dando el tono de la sociabilidad en la època del alumbrado a gas y de los tranvìas a caballo" (23).
"Aunque esperanzada con el potencial talento literario del autor, ya en el momento de su publicaciòn la crìtica fue en general adversa con la novela, pero ùtil, segùn Lòpez, porque ‘ha despertado la curiosidad y me ha favorecido la venta’. En ella pesa màs la crònica que la densidad literaria -Rojas la ve ‘inferior a su fama’-, y asì parece haber sido desde que se publicò: en su època influyeron tanto su calidad de instrumento de lucha polìtica e ideològica como el hecho de ser una novela en ‘clave’, por la que desfilaban las figuras del dìa (Mitre, Sarmiento, Avellaneda, etcètera); en nuestros dìas pesa el valor testimonial, intenciòn que ya proclama el autor desde el subtìtulo (Costumbres bonaerenses), que permite rastrear el pasaje de un Buenos Aires ‘patriota, semisencillo, semitendero, semicurial y semialdea’, a la ciudad ‘con pretensiones europeas’ en diversos registros: en lo urbano, con la transformaciòn de la ciudad que es màs modernizaciòn que ampliaciòn, con la incorporaciòn a la vida cotidiana del gas de alumbrado, el tranvìa, las nuevas formas de la arquitectura y la decoraciòn; en lo social, con el advenimiento de las nuevas burguesìas, el gallego sirviente al lado del mulaterìo, la desapariciòn del tendero criollo; en lo polìtico, con la consolidaciòn del roquismo, que impone la unificaciòn del paìs desde el poder central –y desde la ciudad capitalizada- y las tensiones que eso provoca; en lo econòmico, con el pasaje de los buenos tiempos del Estado de Buenos Aires al manejo financiero que culminarà con la crisis de 1890; en lo religioso, con el progresivo avance del laicismo estatal y la nueva religiòn de la burquesìa; en lo literario, con el pasaje del Romanticismo al Realismo y al teatro ligero francès…" (24).
López relata cómo trataba a sus clientas vascas uno de aquellos tenderos criollos: "Entre los prìncipes del mostrador porteño, el màs cèlebre, sin disputa, era don Narciso Bringas: gran tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero adoptado por la calle del Perù como el rey del mostrador. No habìa mostrador como el de aquel porteño: todo el barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de madapolàn y de volverla a doblar como don Narciso; y si la piràmide misma le hubiera querido disputar su amor a Buenos Aires, a la piràmide misma le habrìa disputado ese derecho".
Describe la estrategia del tendero para dirigirse a su clientela: "Don Narciso subìa o bajaba el tono segùn la jerarquìa de la parroquiana: dominaba toda la escala; poseìa toda la preciosidad del lenguaje culto de la època y daba el do de pecho con una dama para dar el sì con una cocinera".
"Los tratamientos variaban para èl segùn las horas y las personas. Por la mañana se permitìa tutear sin pudor a la parda o china criolla que volvìa del mercado y entraba en su tienda. Si la clienta era hija del paìs, la trataba llanamente de hija; hija por arriba e hija por abajo. Si èl distinguìa que era vasca, francesa, italiana, extranjera, en fin, iniciaba la rebaja, el ùltimo precio, el ‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la mañana, con algunas cuantas palabras de imitaciòn de francès que èl sabìa balbucir, era irresistible. Durante el dìa, los tratamientos variaban entre hija e hijita, entre tù y usted, entre madamita y madama, segùn la edad dela gringa, como èl la llamaba cuando la compradora no caìa en sus redes" (25).
Eduardo Belgrano Rawson evoca, en Noticias secretas de América, a los inmigrantes vascos: "Cantabas un himno más light, como regía desde principios de siglo. Lo habían lijado un poco. ¿Qué otra cosa podían hacer? Necesitaban cortarla con los insultos, como explicó en su momento un operador del Ministro. ‘Tigres sedientos de sangre’ y todo eso. Culpa del himno el embajador no pisaba la presidencia, sobre todo los 9 de julio. A decir verdad, tampoco mostraban mucho aspecto de tigres los vascos y los gallegos que desembarcaban todos los días frente al Hotel de Inmigrantes, pero ésta era otra cuestión" (26).
Elizabide el Vagabundo "Había gastado casi entero su escaso capital en sus correrías por América, de periodista en un pueblo, de negociante en otro, aquí vendiendo ganado, allá comerciando en vinos. Estuvo muchas veces a punto de hacer fortuna, lo que no consiguió por indiferencia. (…) Ultimamente se había encontrado en una estancia del Uruguay, y como Elizabide era agradable en su trato y no muy desagradable en su aspecto, aunque tenía ya sus treinta y ocho años, el dueño de la estancia le ofreció la mano de su hija, una muchacha bastante fea, que estaba en amores con un mulato. Elizabide, a quien no le parecía mal la vida salvaje de la estancia, aceptó, y ya estaba para casarse cuando sintió la nostalgia de su pueblo, del olor a heno de sus montes, del paisaje brumoso de la tierra vascongada. Como en sus planes no entraban las explicaciones bruscas, una mañana, al amanecer, advirtió a los padres de su futura que iba a ir a Montevideo a comprar el regalo de bodas; montó a caballo, y luego en el tren, llegó a la capital, se embarcó en un transatlántico, y después de saludar cariñosamente la tierra hospitalaria de América, se volvió a España". Cuando volvió, lo recibieron con desdén: "Cuando corrió por el pueblo la voz de que no sólo no había hecho dinero en América, sino que lo había perdido, todo el mundo recordó que antes de salir de la aldea, ya tenía fama de fatuo, de insustancial y de vagabundo" (27).
En la provincia de Buenos Aires se afinca el protagonista de un cuento de Arturo M. García: "Don Javier Echegaray y Tarragona, oriundo de San Sebastián en el país vasco y como su nación, fuerte de temperamento, férrea voluntad, constante en el trabajo y perseverante en sus ideas había llegado a la Argentina a los doce años con unas ansias inconmensurables de hacerse la América. Recaló en Buenos Aires, pero la ciudad que crecía no le brindaba muchas ilusiones y esperanzas, eran los resabios de la generación del 80 con su crisis económica, financiera y social y Javier evocando las praderas vascuences y las montañas pirenaicas, solo, se exilió de nuevo. Viajaba como linyera en trenes de carga hacia el Sur, comenzó a admirar las extensas pampas, se asombraba contemplando la cantidad de ganado pastando a la vera de los rieles del ferrocarril, asentándose por fin como peón en las regiones de Pigüé, Coronel Suárez y Saavedra. Trabajó mucho y fuerte, ahorró dinero y junto con las pocas pesetas que le mandaban los tíos desde la patria, fue haciendo un capital que le permitió comprar primero unas pocas hectáreas, luego más terrenos, una granja después y por fin una estancia en la zona de Tornquist" (28).
Leopoldo Lugones, en "la ‘Oda a los ganados y las mieses’ muestra una expansión jubilosa en la exaltación de la tierra, los hombres y los frutos, sin rehuir prosaísmos certeros de cordial resonancia. Desde el diálogo pintoresco que sitúa con felicidad en su medio al criollo o al extranjero hasta el cuadro familiar a veces íntimo y conmovido de recuerdos, Lugones hace explícita una convivencia con el mundo humano, animal o de humildad biológica que sorprende por la extrema y sutil observación. Hay ternura y gracia en el diminutivo y las imágenes justas multiplican ante el lector la hirviente variedad de ese vivo universo" (29).
Canta al vasco: "¡Oh alegre vasco matinal, que hacía/ Con su jamelgo hirsuto y con su boina/ La entrada del suburbio adormecido/ Bajo la aguda escarcha de la aurora!:/ Repicaba en los tarros abollados/ Su eclógico pregón de leche gorda,/ Y con su rizo de humo iba la pipa/ Temprana, bailándole en la boca,/ Mezclada a la quejumbre del zorzico/ que gemía una ausencia de zampoñas./ Su cuarta liberal tenía llapa,/ Y su mano leal y generosa,/ Prorrogaba la cuenta de los pobres/ Marcando tarjas en sus puertas toscas" (30).
Año 1872. "Tandil era una pequeña ciudad al pie de la sierras ubicada cerca de un río con muchas cascadas a la sombra de sauces y álamos y con una cantidad de molinos harineros. (…) En las primeras horas del Año Nuevo, cuando la ciudad todavía dormía, entraron los rebeldes, no encontraron ni guardias ni policías y rápidamente ocuparon y cercaron la plaza principal. (…) En medio de gritos y alaridos, como una ‘horda de salvajes’, según palabras de un observador, la banda de entre cuarenta y cinco y cincuenta hombres abandonó la ciudad a caballo", para realizar la masacre. "Después de abandonar la pulpería, los atacantes se dirigieron a la estancia de Ramón Santamarina, el acaudalado inmigrante vasco cuya ejecución marcaría el momento culminante de la operación. Como no encontraron señales de su presa, hicieron una pausa para tomar mate y cambiar los caballos. Dejaban a sus espaldas un itinerario manchado con la sangre de treinta y seis cuerpos: dieciséis franceses, diez españoles, tres británicos, dos italianos y una cantidad de argentinos, víctimas de una identificación equivocada".
"A las cinco de la mañana, José Ciriaco Gómez, comandante de la Guardia Nacional en Tandil, encabezó una tropa de guardias y otros ciudadanos para perseguir a los asesinos, siguiendo las huellas dejadas por los cadáveres de cocheros y pulperos, británicos y vascos. La partida alcanzó los cuarenta hombres con refuerzos de la Guardia Nacional y a las diez de la mañana encontraron a los asesinos, treinta y dos en ese momento, en la estancia de Santamarina. (…) Entre los detenidos se encontraba Solané; sin embargo, él no había participado en la acción y negó tener algún conocimiento sobre ella. (…) Cinco días más tarde, la noche del 5 de enero, se lo encontró muerto de un balazo en la celda en circunstancias misteriosas, después de permanecer callado sobre todo el asunto" (31).
Este episodio ha sido llevado al teatro. Escribe Angela Blanco Amores de Pagella: "Dentro de las piezas de carácter popular, con personajes gauchescos, es necesario considerar una obra larga, verdadero antecedente de la corriente gauchesca de teatro que se afirma con Juan Moreira y su tema de la injusta situación del gaucho en la sociedad de entonces. Se trata de la obra titulada Solané, de Francisco Fernández, escrita en 1872, el mismo año de la aparición de Martín Fierro".
Sobre el desafortunado mestizo que da título al drama, escribe: "El protagonista de esta obra es Jerónimo Solané, un chileno hijo de una araucana y un francés, que existió en la realidad y que llegó a los pagos de Tandil con fama de curandero. El asunto se refiere a un hecho real: el asesinato de un comerciante de Tandil fue atribuido injustamente a Solané (…)Solané fue preso, pero no se le pudo probar nada. Entonces fue muerto a través de los hierros de la ventana de la prisión".
A criterio de la ensayista, "lo que fundamentalmente da importancia a esta obra no es el hecho episódico que en ella se trata, sino las intenciones del autor que, según lo escrito por él mismo, se propone revelar la causa de la muerte de Solané citando hechos y sobre todo analizando el medio sociológico, histórico y político, situación de la campaña ante el caudillismo y anulación del sufragio libre" (32).
Luis Ordaz considera que el drama "posee un indudable valor documental, pero carece de verdadero mérito escénico por la trama convencional y el desarrollo efectista y plagado de parlamentos melodramáticos. Francisco F. Fernández, personalidad rebelde y sumamente interesante de la época, escribe la obra y la retoca, pero no la estrena" (33).
De Nemesio Trejo, con música de Antonio Reynoso, es el "sainete cómico-lírico en un acto y tres cuadros, en prosa y verso" que se titula Los políticos. En él, aparece un vasco que habla dificultosamente castellano. Cuando un almacenero gallego le pregunta por qué le está cobrando cinco centavos más por litro, el vasco responde: "Porque el Municipalidad hacerme comprar tapos de lata. Si yo casas intendente verá que tapos poner; ¡gran siete!". Y canta "Agurneré biotreco/ amacho maitiá/ laiste recorri conaiz/ consola saítea" (34).
Muy distinto, por cierto, es el castellano que habla un vasco creado por Carlos Mauricio Pacheco para su "sainete lírico-dramático en un acto" titulado Los disfrazados. El vasco dice, por ejemplo: "¿Y no manya ni medio?", "No vaya a ser cosa que se retobe el grévano…" y "Me han hecho ráir…qué infeliz el gringo este…" (35).
"El 27 de diciembre de 1902, la compañía Podestá hnos. estrena en el actual Liceo Bohemia criolla", del uruguayo Enrique De María, escritor que "integra junto con Trejo y Butaro el triángulo que logra diferenciar en su primer momento, al sainete criollo de la zarzuela chica" (36).
En esa pieza aparece un personaje con esta indumentaria: "Román, sentado sobre un cajón, tiene una libreta en la que figura escribir, viste gorra de vasco, un saco viejo y un diario (La Prensa) colocado como chiripá de mantilla, en vez de pantalones". En otra escena, aparecen "Un gallego, un Vasco, un Andaluz, un Criollo y Coro de hombres. Traen guitarra, acordeón, bandurria, etc., etc."; el vasco canta: "¡Ay, ay, ay! Mutilá…/ ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja!/ ¡Qué lindo es lo que sigue/ en lengua es h’aldurriá!/ ¡Ay!… ¡Ay… ay… mutilá/ chapela gurriá!…" y finaliza gritando "¡Aurrerá nescacha polita!" (37).
Un aviso publicado en la revista teatral La Escena N° 99 anuncia que en la temporada 1920, en el teatro Politeama, se presenta la compañía de Roberto Casaux todos los días con extraordinario éxito. Los actores interpretan El vasco de Olavarría, de Alberto Novión (1881-1937), obra que la publicación reproduce.
En el prólogo, don Joaquín de Vedia nos habla sobre la personalidad de Novión, de quien dice que "es uno de los fuertes trabajadores del teatro argentino, porque es bueno, porque es alegre, porque ni la envidia lo devora ni la vanidad lo irrita". Acerca de la circunstancia en que el prologuista conoció al dramaturgo, leemos: "Lo conozco desde los primeros días de su carrera de autor: fue mi pobre y grande amigo Florencio Sánchez quien me llamó la atención hacia él, cuando el estreno de La cantina, un modelo de sainetes populares. Desde entonces, otras obras, de diversos géneros y de diferentes proporciones han popularizado el nombre y han afianzado los prestigios de Novión entre los que siguen la marcha, más o menos difícil, más o menos ocasionada a tropiezos y barquinazos, de este pensamiento de hacer un teatro nacional".
Vedia reafirma lo anunciado en el aviso, refiriéndose a las cincuenta noches que El vasco de Olavarría lleva en escena, y define al protagonista en relación con el autor que le dio vida: un ser "noblote, bueno, sincero hasta en la contradicción, veraz hasta en la pausa, todo sentimiento y comprensión del bien, como el autor que lo ha arrojado, de boina, tricota, cinto y granaderas, a la escena nacional, donde los vascos siembran tan eficazmente como en la pampa" (38).
Luis Ordaz, en un trabajo sobre Florencio Sánchez, nos habla del momento en que surge la obra dramática de Alberto Novión, al que vemos vinculado con otros prestigiosos dramaturgos: "Durante la que se nombra como ‘época de oro’ (y abarca, idealmente, desde la afirmación de la escena nativa por José J. Podestá, hasta el fallecimiento de Florencio Sánchez muy lejos, en Milán, a fines de 1910, van apareciendo y se destacan autores que realizan aportes de gran significación para el desarrollo coherente de nuestra dramática, como Pedro E. Pico, José León Pagano, Julio Sánchez Gardel, Alberto Ghiraldo, José de Maturana, Alfredo Duhau, Vicente Martínez Cuitiño, Alberto Novión, Enrique Buttaro, Carlos Mauricio Pacheco, entre tantos otros" (39).
Los estudiosos Abel Posadas, Marta Speroni y Griselda Vignolo diferencian, en un estudio sobre el sainete, el español, el lírico criollo, el de indagación y entretenimiento y el de divertimento y moraleja. A criterio de los ensayistas, Alberto Novión cultivó algunas de estas vertientes (40).
Alberto Novión, nacido en Francia, ha creado varios personajes inmigrantes; recordemos a los italianos en La cantina y Primeros fríos. Para lo comedia en tres actos presentada en el Politeama, se inclinó por un vasco, al que dota de muchas condiciones buenas y pocos defectos.
La anécdota es escueta y sabrosa: un hombre vive con su mujer y su hijo en Buenos Aires. Su hermana, a quien hace veinte años que no ve, le anuncia que irá a visitarlo. Viene del campo, de Olavarría, donde vive con su marido vasco y sus dos hijos. La visita de los parientes causa desagrado a la cuñada, quien espera lo peor de esta familia, a la que supone grosera y rústica. Más tarde, se dará cuenta de que estaba prejuzgando, y tendrá que aceptar que su hijo, estudiante de Abogacía con pretensiones de diplomático, se case con la prima del campo.
La cuñada del vasco pregunta a su marido cómo ha hecho este hombre para juntar tanto dinero. El marido le responde: "como tantos otros, la mayoría de nuestros vascos, trabajando honradamente. Este es de los buenos, de los grandes y fuertes, porque sabe romper la tierra, tirar el grano y mirar de frente al sol.".
Novión alude también al empecinamiento del inmigrante, quien afirma: "cuando a un vasco se le pone algo en la cabeza, no hay familia, razones, ni el demonio a cuatro, que lo haga salir del camino que ha agarrao…". Quizás en esta fortaleza de carácter radique su posibilidad de prosperar en un país hospitalario. La mujer del vasco coincide con él en que es empecinado, pero se lo dice con un sentido reprobador: "los vascos, por más macanas que hagan tienen razón". Es risueña la imagen que aporta el hijo de ambos, quien asevera que cuando "el viejo hace una macana, aunque le peguen en el suelo no da su brazo a torcer". El vasco está orgulloso de ser quien es y, cuando lo desairan, dice que se lo han hecho a él, "al vasco de Olavarría, que tiene nada más que pegar una patada en el suelo y salen todos disparando como en Cagancha".
Pero el vasco, así como es tenaz y arrogante, es también un hombre sensible. Por boca de su hija sabemos cuánto echa de menos su tierra de origen: "papá -dice la joven-, a pesar de que ya está viejo y que ha formado en esta tierra su hogar, su hogar, su fortuna, su tranquilidad; viera Ud. cuántas veces lo he sorprendido cantando bajito los aires de su tierra natal, y cuántos suspiros, mensajeros de muchos besos, han ido desde sus labios hasta sus montañas, para morir en los muros de su casa, allá en la aldea de la falda" (41).
Novión nos brinda la posibilidad de conocer la compleja relación que se dio entre nativos e inmigrantes y, en esta pieza en particular, entre citadinos y campesinos, pues en ella se advierten resonancias del "menosprecio de corte y alabanza de aldea" que tantas páginas motivó en la literatura de diversas épocas.
Manuel Mujica Làinez realizò innumerables viajes a lo largo de su vida, por diferentes motivos. Siendo periodista de La Naciòn, los viajes fueron para èl parte de su trabajo. Poco antes de morir, Mujica Làinez reuniò algunas de las crònicas que escribiò para el diario capitalino, en dos volùmenes que titulò Placeres y fatigas de los viajes. Crònicas andariegas. En estos tomos agrupa artìculos publicados entre 1935 –cuando viajò en el Zeppelin- y 1977.
En España vivieron sus ancestros; uno de ellos, hace siglos, se lanzò al mar, en busca de la promesa americana. Este es el tema de una de las notas. "Cada uno de nosotros es, en buena proporciòn, consecuencia de la cadena ancestral que le dio vida –afirma-, y mis eslabones hispanos, rotos hace casi dos centurias, siguen unidos invisiblemente a mis eslabones de la Argentina. Hoy los siento trèmulos, vibrantes, dentro de mì".
Este sentimiento alcanza su clìmax cuando el poeta visita, en Villafranca de Oria, pueblo cercano a San Sebastiàn, , la casa de sus mayores, en una "peregrinaciòn a las fuentes": "Con Armendàriz tornè a entrar en la iglesia. Me enseñò, en los registros parroquiales, las anotaciones que consignan los bautismos, matrimonios y muertes, de gente remota vinculada a mì. Y, saliendo del templo neblinoso, me mostrò junto a èl la que fue casa de mis mayores y que, desde 1890, màs o menos, està destinada a escuela, correo, dependencias municipales y què sè yo què. Sobre la puerta sigue intacto el blasòn, como en tantas y tantas casas de Guipùzcoa".
Se refiere a su estado de ànimo de ese momento: "Experimentè, como es lògico, una especie de emociòn difìcil de definir. Ella aumentò cuando, algo despuès, el alcalde nos guiò al cònsul y a mì para que, desde la altura del hospital, abarcàramos la vista del pueblo. Cuatro hermanas de caridad, alegres, parloteantes, sonoras de llaves y de rosarios (la màs àgil, Sor Pastora), nos escoltaron a lo largo de vastas salas llenas de camas vacìas –pues en Villafranca no hay màs que trece asilados en el hospital, y la principal razòn de ser de ese instituto monjil finca en su colegio- para que asomàndonos a las ventanas del primer piso, apreciàramos en su conjunto la hermosura del pueblo. Y entonces, al verlo tan pequeño, tan esmirriado, con sus tejas venerables, sus edificios hidalgos y sus muros pobrecitos, sentì que algo se apretaba dentro de mì".
Recordò entonces a "aquel Juan Bautista de Mujica y Gorostizu, tan vasco, quizàs el tercero o el cuarto hijo de una familia numerosa, de hacienda flaca, que un dìa resolviò irse de Villafranca de Oria, de estas montañas, de este rìo rumoroso, de estas casas soñolientas, de estos pinos velados por la bruma, de esta iglesia que guardaba la historia de los suyos". Se fue "allende el mar, al extremo del mundo, porque –segùn se referìa- se habìa abierto el puerto de Buenos Aires al comercio, en un nuevo virreinato, y acaso allì –pero eso sì, desgarràndose de todo, como quien se cercena una mano a sì mismo- habrìa posibilidades de medrar, para un muchacho sin temor".
El escritor plasma en este artìculo la emociòn que sintiò: "Ese pensamiento me acercò a èl, por encima del tiempo, màgicamente, y a la casa que acababa de ver junto a la iglesia de Santa Marìa. Y al hacerlo comprendì que no me estaba despidiendo de España sino, al contrario, regresando a ella, a mi casa, y aunque me fuera lejos nunca me irìa de aquì, donde las raìces se hunden entre tumbas y el rìo Oria le repite a mi sangre, para siempre, una vieja ronda familiar" (42).
En 1943, Conrado Nalé Roxlo da a conocer El muerto profesional, firmado con su seudónimo Chamico. Acerca de esas páginas escribirá más tarde: "Carezco de vocación y aptitudes para el periodismo, aunque es la galera en que he remado siempre y, tal como van las cosas, seguiré inclinado sobre su borda hasta la hora del último naufragio. No me quejo. Mucho le debo al periodismo, donde tuve la suerte de encontrar amables e inteligentes cómitres que me permitieron remar con mi propio remo. Dicho en términos no tan dramáticos y náuticos, los directores de los muchos diarios en que trabajé me dejaron un rincón tranquilo, al margen del comentario de actualidad y de las noticias, donde dejar volar mis fantasías y soltar mis ocurrencias. Así nacieron muchas páginas que después pasaron al libro. Toda la obra humorística de mi alter ego Chamico, por ejemplo, tiene ese origen, y muchas cosas más" (43).
En "Una conversación interesante", texto incluido en el volumen que mencionamos, uno de los personajes se refiere a un turco que se va a casar, y afirma que un vasco piensa frustrar ese matrimonio: "creo que se le va a aguar la fiesta porque el vasco Indurrimendi se ha enterado de que Flores es casado en Turquía y, como usted sabe que tienen rivalidad por los negocios, ha dado parte al comisario y al registro civil y hasta creo que les ha mandado el pasaje a las esposas turcas del turco para que se presenten el día del casamiento y armen un escándalo. Si vienen todas va a ser divertido" (44).
Mauricio Kartun, en "El siglo disfrazado", analiza la relación del Carnaval con la inmigración: "Fue con el vendaval inmigratorio de principio de siglo que la farra desbordó todo orden institucional, la mascarita se independizó, y el disfraz pasó a ser un atributo de fenomenal creatividad individual, un orgullo familiar en el que las mujeres de la casa lucían su solvencia con el molde y la aguja".
Una vez disfrazado el niño, debía fotografiárselo, para enviar esa imagen al país de origen: "Colas de una cuadra en Foto Bixio, o en Pascale, bajo el sol calcinante de febrero, ese que aseguraba con el resplandor de la primera tarde los mejores contrastes en la vidriada galería de pose del estudio. ¿Cómo testimoniar sino allá en el terruño el prodigio de costura, las costumbres, el crecimiento y la belleza de los chicos, engalanados y maquillados?"
El afianzamiento de la inmigración hizo que cambiaran los disfraces elegidos por las madres para sus hijos: "Viejas fotos. Sólo eso queda de aquella magnífica pasión por el disfraz. De pierrot, sobre todo, hasta los años 20 en que las colectividades tomaron peso propio. De allí en más predominaron los baturros, toreros y gaiteros asturianos, las majas, las gitanas, y los vascos pelotaris con sus paletas en miniatura, o su versión lechera con los tarros también a escala" (45).
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Así vieron a los vascos inmigrantes los escritores de varias naciones. Como personajes literarios, testimonian una sociedad y un momento histórico.
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Trabajo enviado por
María González Rouco
Licenciada en Letras UNBA, Periodista Profesional Matriculada