Caminamos a la oficina. Después de franquearme me sentía mejor, como una agonizante que acababa de vomitar la mayor parte del veneno que la estaba matando. le pedí permiso de entrar a su tocador. Al verme al espejo tuve vergüenza de mi aspecto. Me aliñé el cabello y acomodé mi sudadera. Observé las heridas de mis brazos y me volví a cubrir.
–"Esto", me dije, "no se quedará así".
Salí con gesto decidido y comenté:
-El que a los varones se les deleguen las labores públicas, políticas, financieras, empresariales, y a la mujer las privadas, hogar, hijos, casa, supone para muchos hombres un derecho a imponerse sobre nosotras y a pisotear nuestros deseos, lo mismo que para muchas mujeres supone la creencia de no tener derecho a defenderse. Pero yo no me cruzaré de brazos. Voy a denunciarlos. NO importa lo que pase, llegaré hasta las últimas consecuencias hasta verlos pagar muy caro su acción.
Asintió lentamente y me recomendó:
-No hagas eso sola.
-¿Por qué no? Siempre he estado sola.
-Pero tienes padres y hermanas. Por un momento no supe cómo contestar.
-Prefiero no involucrarlos.
-¿Por qué? Una familia lo es, en la medida en que sus miembros puedan permanecer juntos, apoyarse y darse amor en las buenas y en las malas
-Tal vez… pero no estoy segura de poder compartirles esto…
Me puse de Pie. La Profesora guardó silencio. Finalmente preguntó:
¿A mí, me permitirías acompañarte?
Sonreí.
-Claro. Gracias.
Estuvimos casi todo el día en el Ministerio Público. Tuve que realizar declaraciones detalladas y pasar por una revisión médica especial. Contrariamente a lo que me había imaginado, la doctora fue muy amable y cuidadosa. Mientras pasaba el examen, pensé que en cierto sentido yo era afortunada pues a algunas mujeres no les va tan bien con las autoridades como me estaba yendo a mí.
Di todos los datos de Martín, dije cuándo y dónde podían aprehenderlo. Mi maestra y yo acompañamos a un inspector judicial hasta el paraje en el que fui violada y se levantó un acta de las pruebas encontradas allí. Aún estaban las huellas de las llantas en la tierra y un par de botones de mi blusa. Revisaron la cabaña y no encontraron nada. Finalmente, los expertos me aseguraron que pronto detendrían a los transgresores y que yo debería comparecer. Me recomendaron que para entonces consiguiera un abogado.
-No es obligatorio -explicaron-, pero le ayudará mucho en el careo. Aún falta lo más difícil. No sé si atrapemos a los otros dos, pero al menos Martín argumentará que usted lo hizo voluntariamente. Este tipo de juicios son largos y difíciles para la mujer. La mayoría desiste de su acusación después de haber soportado un sinnúmero de calumnias.
-Conseguiré ayuda legal.
-Hay un grupo de apoyo para mujeres donde podrá hallar a alguien especializado.
Me dieron una tarjeta con los datos.
Salimos cerca de las seis de la tarde exhaustas. Mi maestra me invitó a comer una hamburguesa. -Odio a los hombres -reiteré apenas estuvimos cómodamente sentadas en el restaurante de comida rápida-, son unos malditos.¿Viste cómo nos miraban los policías? Apuesto a que preguntan más por morbo que por investigación. Todos son iguales. De eso no hay duda.
Movió la cabeza en señal de desacuerdo. Tardó en contestarme. Ya no estábamos en terapia. Ahora éramos dos amigas que podían intercambiar ideas.
-Los seres humanos tenemos la tendencia inconsciente de convertir experiencias particulares en leyes generales -comentó-. De este modo decimos que todos los de determinada raza son sucios, los de tal nación materialistas, los de otra promiscuos, éstos ladrones, aquellos flojos. Pero eso es una gran mentira. Los errores de unos cuantos no son los errores de la totalidad. Es verdad que existen algunos malvados, pero la aplastante mayoría somos gente buena. Hombres y mujeres.
-No lo creo -rebatí ofuscada-. Este mundo es un sitio de vileza. Lo dicen los noticieros a todas horas.
-¿Por qué te cierras en esa idea, Lisbeth?
-¡Porque así es!
-¡Te equivocas! -se inclinó hacia adelante como tratando de enseñarme algo muy obvio que yo no veía-. Los periódicos, televisión y cine venden noticias. Ellos se dedican a buscar sucesos sensacionales y los pregonan como si se tratara de los únicos sucesos. Si un hombre comete un ilícito sale en primera plana, pero si, ese mismo día, millones de hombres trabajan honradamente para llevar a su casa el pan, nadie lo reconoce; si una mujer mata a sus hijos, será todo un caso, pero si centenares de madres no durmieron anoche cuidando a su hijo enfermo, el mundo lo ignorará. Sé que lo que te pasó ayer es muy doloroso, pero eso no indica que todos los hombres sean iguales. Hay muchos con una calidad humana extraordinaria que viven y creen en los valores de honestidad y respeto. Condenar a la humanidad masculina sería tan ¡lógico como querer acabar con todo el reino animal sólo porque fuiste mordida por un perro.
-Eso se puede comprender -dije casi llorando-, pero me siento ultrajada, inservible sexualmente, nadie me va a querer así…
-¿Qué dices? ¡Tu postura es absurda! Lo que arruina la vida no es un acontecimiento sino la interpretación que se le da. Es cuestión de ideas. No te cierres. Lo que para una cultura es normal, para otra puede ser una vileza. Si tú dices "es el fin", lo es. Si, por el contrario, dices 'La verdadera yo está intacta, me niego a tomar el veneno de la ofensa', entonces no pasó nada, estás sana, sólo sufriste un accidente como cualquier otro…
-Tal vez tengas razón -la interrumpí-, pero estoy llena de odio…
Mi maestra se quedó callada por un largo rato. Miró el reloj y profirió:
-Te será muy útil escuchar el testimonio de otras personas que han vivido lo mismo que tú. Sería bueno que asistieras hoy al grupo. Si nos apresuramos, podremos llegar a tiempo.
Terminamos de comer la hamburguesa sin hablar más, nos levantamos y salimos.
Me llevó al domicilio y se despidió de mí, disculpándose por no poder acompañarme.
Las mujeres de la reunión se veían alegres, bien arregladas con rostros afables. Por un momento creí que eran actrices entrenadas para dar una apariencia banal a la tragedia de quienes realmente sufríamos; "ésto es un circo", me dije.
Al verme entrar, me invitaron cortésmente a una silla especial. La sesión ya había comenzado.
Una experta invitada hablaba al frente.
-Muchas de ustedes se habrán preguntado alguna vez, ¿por qué los hombres y las mujeres no vemos el sexo de la misma forma? -decía la expositora-, ¿por qué nos resulta tan difícil adivinar las verdaderas intenciones de nuestros amigos y compañeros varones?
Miré a mi alrededor. El lugar era acogedor y silencioso. Había unas treinta personas de todas las edades. La voz de la experta invitada volvió a atraparme.
-La ley de Pareto para las relaciones entre hombre y mujer, diría: Los varones, reaccionan 80% con sexualidad y 20% con romanticismo. Las mujeres, en cambio, 80% con romanticismo y 20% con sexualidad. Eso no significa que los hombres sean entes lascivos y las mujeres ángeles idealistas, significa que en nuestro diseño integral como individuos, sexualidad y romanticismo se entremezclan, arrojando una amalgama especial. El hombre, matizado por ambas conductas, puede resultar naturalmente polígamo, fácilmente excitable con la contemplación del cuerpo femenino, entusiasta ante el deseo de conquistar o dominar. Asimismo, la mujer puede ser más consciente del amor, el servicio, el hogar, la estabilidad emocional y la paz. Pero estas tendencias no significan que uno y otro sean SÓLO así. Con su 20% de romanticismo el hombre también sabe ser caballeroso, poeta, bohemio, y la mujer en su 20% de erotismo es sensual, provocativa, apasionada y activa en la intimidad. Sin embargo, esto último tampoco le quita a las personas su parte dominante. Hombre y mujer cometen el garrafal error de considerarse iguales el uno al otro y con esas bases se relacionan. Los varones creen que nosotras podemos sentir el mismo deseo sexual, de la misma forma que las mujeres creemos que los hombres están vibrando en la misma frecuencia de romanticismo. Cuando se apresura una relación, él se aventura a suponer que puede despertar en ella un deseo similar y ella, en ocasiones, se atreve ingenuamente a creer que hallará la delicadeza en él. A la fuerza no hay consenso. Sólo madres solteras, mujeres abandonadas, hombres decepcionados por la frialdad de su pareja y una gran frustración mutua…
No pude comprender la importancia de sus conceptos. Sólo tiempo después me fue posible calibrar la grandeza de cuanto escuché esa tarde. Mi reacción inmediata fue de enfado. Yo deseaba oír la forma en que participaríamos en alguna manifestación femenina o en alguna unión beligerante para contraatacar al sexo opuesto.
Levanté la mano y hablé sin esperar a que me dieran la palabra:
-Los hombres insisten en tratarnos como objetos sexuales y luego nos desprecian por haberles permitido lo que tanto pedían. ¿No le parece que ya es hora de actuar, en vez de estar aquí sentadas, filosofando?
En el salón se hizo un silencio absoluto, pero no pesado. Había un hálito de comprensión perceptible, cual si todas las presentes, al verme, se estuviesen viendo a sí mismas, retrospectivamente, en un espejo.
La doctora respiró hondo y se decidió a contestar caminando hacia mí.
-Cuando no comprendemos las cosas, creemos que son injustas. Si las mujeres supiéramos lo que estoy explicando, nos evitaríamos muchos problemas -llegó a un metro de distancia y me habló con energía y suavidad, sin dejar de verme a la cara, cual una madre que estuviese dando a su hija la explicación definitiva de su origen-. No quiero que tomes a la ligera lo que voy a decirte, ni que creas que estoy haciendo doctrina impráctica o tratando de darte un sermón.
Asentí observando a la doctora, cautivada por la fuerza de su voz.
-No vamos a cambiar el mundo -continuó-, pero, para ser feliz en él, a pesar de la adversidad que hemos vivido, trataremos de comprenderlo mejor: todas nosotras desde los doce o trece años comenzamos a mestruar, ¿de acuerdo? Bien, como adolescentes, el periodo, lejos de producirnos un goce físico, nos ocasionaba molestias y alteraciones de ánimo severas. Ahora escúchame: igualmente los hombres de la misma edad comienzan a tener un ciclo hormonal, en el que su organismo desecha también cuanto no necesita. La primera diferencia es que su ciclo no es periódico. Ocurre involuntariamente al principio, en los llamados "sueños húmedos", y posteriormente, muchas veces, provocado por ellos mismos. La segunda y más importante diferencia es ésta: El proceso de expulsar el semen producido en su cuerpo les ocasiona un gran placer sexual. Para la mujer cada mestruación es una incomodidad; para el hombre, cada eyaculación es un orgasmo, un clímax físico, una experiencia deliciosa. La muchacha, aunque puede excitarse sexualmente ante determinados estímulos, por lo regular ni idea tiene de lo que ha sentido su hermano, novio o compañero escolar. No conoce los parámetros de placer orgásmico de los que gozan sus amigos varones. Es bueno para las chicas saber desde la adolescencia que los hombres buscarán repetir sus placenterísimas experiencias físicas y que para ello, algunos, serán capaces de pagar dinero, fingir amor y hasta forzar…
-¿De modo que su constitución glandular los justifica a violar? -pregunté.
-No. Los instintos no disculpan a nadie de ataques o humillaciones. Incluso, muchas de las aquí presentes saben que con frecuencia el móvil del abuso sexual no es el sexo, sino la dominación brutal de un enfermo acomplejado. Las mujeres estamos de acuerdo en que a todos los violadores debería aplicárselas la pena máxima, pero a los hombres normales con quienes convivimos a diario no podemos satanizarlos. Debemos, eso sí, comprender que sus cuerpos tienen un diseño hormonal diferente, más sexual, más excitable; eso es todo; su intensa atracción erótica es biológicamente natural desde la adolescencia misma, pero ellos, a la vez, tienen un espíritu idéntico al nuestro, un alma con necesidades de realización, misión y servicio similares a las nuestras.
Agaché la cabeza medio convencida, medio rebelada. Después de unos segundos volví a opinar en voz alta:
-Eso suena muy lógico, pero, ¿no le parece que cada persona debería ser responsable de su sexualidad? El máximo del absurdo es hacernos creer que la mujer es responsable de la sexualidad del hombre. Todos dicen: 'Él llega hasta donde ella lo permite. Fuiste violada porque te lo buscaste, ¿qué esperabas vistiendo así?'
-De acuerdo -contestó -. Es injusto, pero no hay por qué romperse la cabeza. Para un hombre, el control de sus instintos está más ligado a la madurez mental y espiritual que a los buenos propósitos. Un inmaduro es, por tradición, mujeriego y promiscuo; por eso las mujeres prudentes debemos saber cuidarnos. El hombre se excita fácil y rápidamente ante los estímulos. Exhibir nuestros atributos sexuales nos pone en la mira no sólo de los que tienen templanza sino también de los que no la tienen. Jugamos a atraer a alguien sin conocer su madurez intrínseca y con frecuencia las cosas se salen de control. Nos mostramos como señuelo y luego nos quejamos de ser tratadas como objetos sexuales. La sexualidad es para disfrutarse en privado con tu pareja íntima en un ambiente de amor, de donación total y es algo muy hermoso, por eso no hay necesidad de ostentar volúmenes a los cuatro vientos ni dar permisos de caricias cuando no estás bien segura de la fortaleza e interés afectivo real de tu compañero.
Comenzaba a comprender el mensaje. Ciertamente si a las mujeres se nos enseñara, desde pequeñas, a ver las cosas como realmente son, nos evitaríamos muchas decepciones.
Miré a mi alrededor y descubrí los cálidos y amistosos gestos de las presentes.
-Yo vine -comenté sintiendo que la congoja volvía a atraparme-, porque demandé a mi ofensor y en la Procuraduría me dijeron que aquí encontraría asesoría legal.
La dirigente del grupo se puso de pie y caminó hasta quedar a un lado de la invitada.
-Has venido al sitio correcto. Mujeres que denuncian y sostienen una demanda formal para el violador son grandes mujeres, porque ejercen cabalmente su derecho de defenderse y, sobre todo, porque están salvando a otras mujeres de sufrir la misma suerte. En este grupo asesoramos, apoyamos y ayudamos a quienes desean denunciar, pero es una decisión totalmente personal y no obligamos a nadie a hacerlo. Todas tenemos derecho a elegir la mejor forma de recuperar la confianza en nosotras mismas. Las sesiones aquí están encaminadas a reparar nuestra autoestima, a liberarnos del odio, el rencor, el miedo y de la terrible carga de creer que se nos ha quitado algo irrecuperable. Nadie nos ha quitado algo, seguimos valiendo igual o incluso más que antes, pues lo que verdaderamente somos no tiene nada que ver con la genitalidad, sino con la pureza de nuestro corazón, la grandeza de nuestras ideas y el equilibrio de nuestro ser. Perdonar es un acto liberador y, aunque tú no lo creas, es privativo de los seres espiritualmente superiores.
No pude rebatir tales sentencias, más por la forma sincera y afectuosa en la que habían sido expuestas, que por la convicción que me produjeron en ese momento. Mi cabeza estaba hecha un caos. Agaché la cara, vi mi vientre y recordé al hijo que llevaba adentro. Los sentimientos hacia él habían cambiado radicalmente después de la violación. Era mío, pero también era de aquel monstruo al que yo estaba dispuesta a refundir en prisión… Sentí la cercanía de varias compañeras que se habían puesto de pie para consolarme. El grupo me brindaría ayuda, eso era evidente, pero no iba a poder solucionar todos mis problemas…
10
Venganza
El piloto de la avioneta nos informó por la precaria bocinita que habíamos iniciado nuestro descenso. Pronto estaríamos en tierra. Me sentía apaleado por el relato de mi esposa.
Cerré los ojos y recordé nuevamente la forma en que la conocí. Ella ya formaba parte activa del grupo para mujeres. Yo estaba esperando la reunión para familiares de alcohólicos y por accidente la vi pasar al frente y decir unas palabras.
-¿Sabes? -le confesé hablando muy bajito-, cuando te oí hablar en público tuve un tremendo impacto emocional. Tú no eras una teoría, eras una muestra viva de que sí era posible liberarse.
-Nunca me has platicado cómo lograste oír lo que dije esa tarde frente al grupo.
-Fue sencillo. Cuando te vi llegar y me dijiste qué clase de sesión era ésa, me quedé en la puerta, cautivado por tu estilo. Dejé el libro sobre la silla y caminé de un lado a otro hasta que encontré una abertura en los canceles de tablarroca. Me detuve ahí con disimulo y comencé a espiar la velada.
-¿Comenzaste?
-Sí. El cuidador me descubrió. Dijo enfadado que debía esperar fuera mientras acababa la reunión de mujeres. Salí a la calle hecho un mar de confusión. De pronto recordé la amenaza latente de mi ex pandilla y tuve el presentimiento de algo malo. No sé por qué Alma me vino a la mente con gran intensidad, como si tuviese la certeza de que corría algún peligro. Tomé un autobús urbano, bajé en la esquina de mi casa y subí las escaleras a grandes saltos. Apenas metí la llave en el cerrojo de la puerta exterior mis sospechas se hicieron realidad y supe que algo andaba mal… Me recibieron con una pistola en la nuca.
Con el sobrecogimiento de percibir un gélido cañón apuntándome, levanté las manos y miré a mi alrededor alerta, como si me encontrara de repente en un juego de vida o muerte.
-Camina y no voltees.
Obedecí angustiado y quise murmurar:
-Llévense lo que quieran pero respeten mi vida y la de mi familia.
-¿Qué dices? -el sujeto me dio un empujón; tropecé y caí frente a él-, no susurres frente a mí.
Quise quedarme postrado en ese lugar, pero el agresor me pateó para hacerme llegar hasta la escalera de caracol que comunicaba ambos departamentos. Volvió a ponerme la pistola en la cabeza y me obligó a subir. En la recámara de Ro, se hallaban mi abuela inválida, tirada en el piso sin su silla de ruedas, mi tío inconsciente y mi madre amarrada de manos y pies. Me levanté más en ademán de reclamo que intentando defenderme y al hacerlo, sin aviso ni razón, recibí un fuerte golpe en el rostro con la cacha de la pistola.
Mi caída fue drástica. Quedé en el suelo inmóvil con los ojos cerrados. El sujeto creyó que me había desmayado y no se molestó en atarme. Quitó la llave de la cerradura que estaba insertada por dentro y ocluyó la puerta asegurando el pestillo externamente.
-¿Estás bien? -preguntó mi madre que se encontraba inmovilizada a escasos dos metros de distancia.
-Sí -contesté incorporándome con lentitud-, ¿tú?
-También.
Me hinqué a su lado.
-¿Y papá? -comencé a desamarrarla-, ¿y Alma?
-Tu padre está en la sala. Borracho. Alma se escondió.
-¿La viste? ¿Está a salvo?
-Cuando tocaron la puerta, ella abrió, los tres sujetos empujaron para entrar, se apartó y corrió. De inmediato me agarraron a mí. Grité con todas mis fuerzas y entonces Ro bajó por la escalera interior para ver de qué se trataba. Lo golpearon. Lo arrastraron hasta aquí. Vienen armados.
Volteé a ver a mi abuela que estaba concentrada en sus rezos. Tenía el rostro agachado y las manos juntas, segura de que era lo único y lo mejor que podía hacer. Así era.
-¿Qué quieren?
-Me pidieron dinero, les dije que no teníamos.
No comenté a qué dinero podrían referirse ni pregunté si ella sabía dónde lo había guardado mi padre.
-Esculcarán la casa y, cuando no encuentren nada, se irán.
-No estoy tan segura.
Yo tampoco lo estaba. A ellos les interesaba recuperar sus billetes, pero, sobretodo, querían cobrarse la afrenta. Me pregunté por qué, si era obvio que se trataba de la pandilla, los tres individuos traían el rostro oculto.
-Tú los conoces, ¿verdad?
Terminé de desatarla y me puse de pie.
-Están enmascarados, mamá, ¿cómo voy a conocerlos?
Abrí la ventana y toqué los barrotes de acero verticales que mi tío Ro había instalado como protección muchos años antes. La corrosión había desprendido uno de ellos de la parte superior y, haciendo la suficiente fuerza, era factible abrirlo ligeramente para salir.
Me quedé paralizado al escuchar un alarido desgarrador de Alma.
Miré a mamá.
-¡Atraparon a tu hermana!, por favor -me suplicó-, ¡haz algo … !
Traté de separar los barrotes; requería mucha más fuerza de la que había calculado. Logré meter la cabeza con dificultad y luego el tórax. Me sentí asfixiar. La adrenalina me ayudó para abrir un poco más y al fin pude salir. Alma volvió a gritar.
-Dios mío…
Sentí que los brazos me hormigueaban por una gran aprensión. Tenía que saltar hacia el otro balcón para entrar por la puerta de la sala. Miré el espacio que los separaba. Era como un metro de vacío… La idea de una caída desde esa altura me aterrorizó. Nunca había visto un metro más parecido a dos.
Sin pensarlo me paré en la baranda y brinqué. No fue un movimiento elegante. Caí de bruces torciéndome un tobillo. Me puse de pie y cojeando llegué al cancel para descubrir con creciente terror que estaba cerrado. Pensé en romper el vidrio, pero el ruido alertaría a los asaltantes. Miré nuevamente hacia abajo. Eran tres pisos de altura. Me empiné para atisbar la saliente del departamento que estaba exactamente debajo y no pude determinar si la puerta se hallaba abierta o no. Pero era lo más posible; a papá le gustaba abrirla cuando tomaba.
Mi hermana gritaba y lloraba. Dejé de dudar. Me descolgué por la baranda hacia afuera. Mis piernas pendieron en el aire y un sudor frío me bajó por la frente. Tenía que mecerme fuertemente asido para dar un peligroso salto, justo en el momento en que mis pies se acercaran a la balaustrada. Si fallaba podía caer en la orilla, perder el equilibrio y encontrarme ocho metros abajo con el pavimento. Inhalé y exhalé con rapidez. Me balanceé decidido y, justo cuando sentía que mis manos se resbalaban, di el salto. Caer en el sitio correcto fue más milagro que habilidad. Muchas veces, después del pavoroso episodio me empiné para evaluar la posibilidad de repetir la hazaña y me pareció literalmente imposible.
Mi hermana lloraba… Yo temblaba al oírla. Me sentía impotente, pero me acercaba a ella. Tomé un tubo galvanizado que se usaba para sostener los tendederos y empujé la puerta corrediza con mucho temor. Esta vez el marco de aluminio se abrió silenciosamente. Caminé hacia el interior. Tropecé con mi padre embriagado y sentí ira contra ese bulto humano que cuando estaba sobrio golpeaba y vociferaba como un tirano, pero que cuando realmente se necesitaba, no podía mover un dedo para auxiliarnos.
En el pasillo, los tres tipos enmascarados jaloneaban a Alma. Ella daba patadas y golpes al aire mientras gritaba. La resistencia de la niña parecía divertir y excitar más a los agresores. Por un momento el terror me paralizó. Yo no era bueno para pelear, y menos contra tres. Además, había algo que me quitaba el aliento. Conocía bien a mis ex amigos, incluso disfrazados, podía haberlos identificado por sus movimientos y complexiones y sólo uno pertenecía al grupo -se trataba del líder– Los otros sujetos eran gruesos y pesados, mayores de edad, velludos, sucios, de vientre colgante.
¿Qué era eso? Pensé en suplicar clemencia prometiendo que devolvería lo robado y que pagaría mi culpa, pero sus risas malvadas indicaban que se estaban divirtiendo con el atraco y seguramente no se conmoverían con zollipos.
Pegué la espalda a la pared aguantando la respiración, congelado de pánico sin saber qué hacer. Alma me vio de reojo y con la mirada me suplicó, me imploró, por piedad, que la ayudara. No razoné más.
Empuñé el tubo con todas mis fuerzas y corrí detrás del líder de la pandilla, quien manoseaba a mi hermana, para darle un golpe en la cabeza. Lo hice sin miramientos tratando sinceramente de hacerle daño; el porrazo sonó seco, pero únicamente le abrió una herida. Se llevó las manos a la cabeza aullando.
Los otros soltaron a Alma y se acercaron a mí.
El primer impacto fue un puñetazo al abdomen que me dejó sin aire. Al doblarme hacia adelante recibí otro golpe en la cara. Caí de lado como un costal de harina viendo infinidad de luces rojas. No pude defenderme, mucho menos atacar. La lluvia de golpes fue cerrada y brutal. Por instinto me encorvé cubriéndome con brazos y manos la nuca mientras recibía un severísimo castigo sanguinario. Me patearon y me golpearon una y otra vez con el tubo galvanizado. En medio de la azotaina mi mente repetía como disco rayado 'cúbrete el cerebro, no pierdas el conocimiento, todo se puede arreglar menos la cabeza'. Ignoro en qué momento los hilos conductores de mi sistema nervioso se desconectaron, pero me desvanecí y me dejé ir por un profundo abismo negro que me llamaba.
Creí que estaba muerto porque pude oír, ya sin sentir dolor, sus comentarios, como si me hallase en otra dimensión presenciando la escena. Uno le dijo al otro que me había reventado un ojo, que me dejara ya, el tercero insistió en darme un tiro de una vez.
-Dígame una cosa. Por pura curiosidad. ¿Cómo se llama usted? ¿Qué tipo de grupo es éste?
La joven se hizo para atrás con una evidente mueca de desconfianza. Me miró con recelo y articulando lentamente contestó: 'Me llamo Lisbeth. Autoayuda para mujeres violadas'.
-Son unos guarros tu hermana y tú. Siempre se ensucian la ropa y entran llenos de tierra a la casa. ¿No se dan cuenta de que acabo de trapear?
Repentinamente hubo una explosión, fuego en el escenario, ruido estridente y el concierto comenzó. En un alarido colectivo, todos los presentes se pusieron de pie sobre los asientos del teatro y comenzaron a gritar y a aplaudir.
Cuando volví en mí estaba en un pequeño cuarto blanco, dentro de un cuerpo medio deshecho, con dos costillas fracturadas, tres costuras en la cabeza y una operación del globo ocular. Al despertar un intenso dolor me hizo gritar. Dos enfermeras llegaron a ponerme un sedante.
No muy consciente de mi desgracia, volví a dormitar soñando y los sueños siguieron siendo vívidos, infames, entrecortados e inconexos.
-Sólo somos estudiantes.
-¿No te da vergüenza, animal? ¿Ser un delincuente e insistir en mostrar tu credencial? Ustedes no son estudiantes. Son basura humana. Ni siquiera tienen el valor de enfrentar la responsabilidad de sus actos y se esconden en el slogan de alumnos…
Abrí los ojos y grité.
Ignoraba que ésos eran los primeros sueños de una cadena fantasmal que me perseguiría por muchos años.
¿En dónde estaba?
Al reconocer el cuarto de hospital me derrumbé con la respiración agitada…
La cabeza me daba vueltas
Debo llevar a mi hermana al grupo de mujeres, debe saber que no todos los hombres somos malos, que no debe dejarse ahogar por la amargura.
Quise levantarme para ir al baño, pero al momento en que me moví, además del fuerte suplicio físico, recibí un impacto emocional, tremendo: en el rincón del cuartico del hospital, donde la luz se diluía, había una figura humana de pie, observándome …
-¿Alma? –pregunté-, ¿eres tú? ¿Qué haces aquí?
-Nadie se dio cuenta me escabullí a tu cuarto.
¿Se encuentran bien?
-Sí. A Ro le dieron seis puntadas en la frente.
-Dejé caer mi cabeza en la almohada quejándome.
-Qué bueno que viniste
Se acercó dando unos pasos cortos y titubeantes con la vista en el suelo.
-Me salvaste – murmuró-
-No…
-Me protegiste. Yo debería estar en esa cama de hospital. Lo estaría si no fuera por ti.
-No…no
-Estás sudando. ¿Te duele mucho?
-Deja de preocuparte…
-Te quiero
Nunca la había oído decir eso. Fue la primera y última vez.
Al poco rato me quedé dormido. Las pesadillas volvieron.
Cada vez que despertaba tratando de asirme a la seguridad de una vigilia menos grotesca, veía a mi hermana. Su efigie inmóvil, consternada profundamente por una errónea culpabilidad asumida, se vislumbraba entre mis sueños, como un tapiz de fondo, como una melodía sutil, siempre presente. Me fui acostumbrando a ella hasta que se convirtió en una parte inherente de mi recuperación. Supe después que logró conmover a los médicos, para que le permitieran permanecer junto a mí día y noche durante mi larga estancia en el hospital. Ella era un cero a la izquierda a los ojos de todos, la dejaban mucho tiempo sola en la casa, pero esta vez se rebeló y prefirió estar a mi lado.
Me operaron dos veces más. Alma estuvo pendiente. Durante ese tiempo aprendí a quererla, aprendí lo que significaba tener una hermana a la que yo no conocía, de quien ignoraba sus nobles sentimientos, sus temores, su intrínseca convicción de no servir para nada, de estorbar incluso; si mi autoestima era baja por la irregularidad de nuestra vida familiar, la de Alma era nula, sin embargo, se esforzaba por aferrarse a mí, por ayudarme para ayudarse a sí misma, cual si yo fuera el noray al que pudiera afianzar su errante embarcación, como si mi persona significara la única tabla de rescate en su inminente naufragio.
Una mañana en la que ella estaba dormida aún, me puse de pie y me vi al espejo. Fue impresionante ver mi rostro. Los hematomas no habían terminado de desaparecer y la hinchazón asimétrica me daba un aspecto monstruoso. Me llevé la mano a la mejilla para acariciarme suavemente. Era yo, pero no parecía… Tenía el cráneo rapado con tres feas costuras y un enorme parche blanco me cubría el sitio en el que antes tuve mi ojo izquierdo.
Una ola de frustración y coraje me invadió. Quise romper el espejo, azotar la mesa, golpear la pared, pero me contuve encajando las uñas en los brazos… La hinchazón de la cara acabaría desapareciendo, eso lo sabía, pero también sabía que quedaría visualmente mutilado.
La rabia y el terror de mi nueva condición me entumecieron frente al espejo.
-¿Por qué? -mordisqueé-. Dios mío. Esto no es justo. Reniego de Ti. Te aborrezco… ¿Dónde estabas cuando esto ocurrió?
¿Por qué ocurrió?
Mi hermana se había despertado y me miraba en silencio. Di la media vuelta y le reclamé:
-¡No me habías dicho cuál era mi aspecto!
-Te pondrás bien.
-¿No te asustas sólo de verme?
-Al principio… Pero ya no…
Caminé hasta la cama lentamente.
-Me voy a vengar… -susurré-, te juro que esto no va a quedarse así…
Se puso de pie y sin decir nada se acercó para abrazarme. Correspondí desganado al abrazo mirando sobre su hombro. Mi mente no tenía energías más que para planear la revancha.
Los días que siguieron casi no hablé.
Cuando estaba a punto de cumplir un mes en el hospital me dieron de alta. Para entonces mi plan ya estaba hecho.
Fui a la delegación a buscar a los policías que me abofetearon cuando robamos la tienda… Desconocía sus nombres, así que hice guardia en la entrada del edificio por varias horas hasta que los vi llegar.
-¿Me reconocen?
Tardaron en reaccionar.
-No. ¿Se te ofrece algo?
-Soy uno de los muchachos que atraparon robando el supermercado. Ustedes me dijeron que no me partían la cara a puñetazos porque los padres de cretinos cerdos, perdedores, como yo, solían levantar actas en contra de la policía cuando les maltrataba a sus chulos maricones…
Se quedaron mudos ante lo que ignoraban si era una recriminación.
-Como ven -continué-, alguien ya se encargó de partirme la cara…
-¿Qué quieres?
-Vengarme. Me salí de la pandilla de ladrones y miren lo que me pasó. Quiero darles a ustedes todos los datos de los que roban, violan muchachas y golpean a la gente, pero, a cambio, necesito que me pongan en contacto con alguien que pueda dar una paliza al que me sacó el ojo.
Los policías estaban más asustados que interesados.
-Atraparemos a los vándalos y los juzgarán, eso es todo…
-Pero antes, necesito ver medio muerto al líder de la pandilla.
-Nosotros no hacemos eso…
-Ustedes no, pero debe de haber alguien…
-Lo sentimos.
Me di la vuelta para irme de ahí.
Un hombre que había escuchado la conversación se interpuso en mi camino.
-Sígueme -murmuró.
Caminé detrás de él. Era un sujeto extraño. Vestido con traje elegante, pero de mirada dura. Se detuvo en la calle y murmuró.
-Hay unos ex policías… pero te van a cobrar una buena suma.
-¿Dónde están?
-Además vas a ensuciarte como nunca lo creíste. Si te metes a la mafia te será muy difícil salir.
-¿Dónde están?
Esa noche fui directo al cabaret que el espontáneo me indicó, en busca de dos matones. Apenas entré, comprendí a lo que se había referido con aquello de que me ensuciaría. El sitio era oscuro y pestilente. Música ordinaria combinada con luces tenues de color rojo daban al lugar un aspecto dantesco. Mujeres semidesnudas bailaban con borrachos. Me acomodé en una silla en el rincón y sentí que me mojaba los pantalones al sentarme. De un salto me puse de pie. Dos tipos comenzaron a gritar e insultarse. Cuando menos lo creí me vi presenciando una terrible batalla campal.
Al momento en que escuché balazos salí corriendo.
En la calle, respiré agitadamente. Estaba decidido a llevar a cabo mi plan. Al día siguiente volvería al cabaret en busca de los asesinos a sueldo. Preguntaría directamente por ellos y me movería rápido, pero debía llevar dinero. Eso era esencial. ¿Dónde podría conseguirlo… ?
Pensé en el padre de Joel y una sonrisa me iluminó los labios. Él me prestaría…
Me sacudí el pantalón mojado y observé mi mano después. La silla en la que me senté en el cabaret no tenía agua ni vino, como había pensado. Tenía sangre.
11
Causa y efecto
Al día siguiente pasé por la empresa de alimentos en conserva pensando ingenuamente que el padre de Joel me facilitaría dinero en efectivo. Iba vestido con sombrero, chamarra de cuero y botas, para dirigirme más tarde al cabaret.
Me anuncié con el vigilante y éste investigó por su intercomunicador si podía dejarme pasar. Don Joel me había visitado con su hijo en el hospital la semana anterior. Aceptó recibirme gustoso. Entré a la Compañía y caminé con rapidez hacia las oficinas gerenciales mirando a todos lados con la conciencia de que podía toparme con mi padre en cualquier momento. Por fortuna no fue así. Don Joel me recibió alegre en su despacho.
-¿A qué se debe tu visita? ¿Ya estás mejor?
Estreché la mano que me alargó y no contesté sus preguntas.
-Usted me metió en esto. No es justo. o me acaba de sacar del fango o me deja como estaba.
Frunció el entrecejo cual si le hubiese hablado en celta.
-¿De qué hablas?
-Tiene la fórmula para ayudar a mi padre y no me la dio. Me motivó a salirme de la pandilla y mire lo que pasó. Lo siento, don Joel. Usted no puede lavarse las manos y darse la media vuelta.
-Te veo muy alterado, Zahid. ¿Por qué no te sientas?
-No, señor. Necesito que me preste dinero. Sé quiénes me hicieron esto y voy a tomar cartas en el asunto. Perdí un ojo, pero a ellos les irá mucho peor.
Don Joel movió la cabeza con pesadumbre.
-¿Qué te pasa? ¿Cuál es tu plan?
-Voy a responder la agresión con valor, como hombre.
-No cuentes conmigo.
-¿Por qué? ¿Es incapaz de respaldar con hechos sus consejos? Las palabras de ánimo no arreglan los problemas, se requieren cosas concretas.
-¿Y dinero para tomar venganza es lo que buscas?
-Claro. Al darles su merecido no se dará por sentado el precedente de que todos pueden abusar de mí.
Me miró visiblemente molesto. Dejó pasar unos segundos tratando de que los ánimos se asentaran y luego preguntó en tono mesurado:
-¿Leíste el libro que te recomendé?
-Sí, ahí habla de no dejarse manipular, de defender nuestra integridad, de darnos a respetar, ¿por qué he de quedarme con los brazos cruzados? No soy un cobarde.
-Veamos -razonó-. Estuviste en un hospital de traumatología. A todos los pacientes que entran ahí se les exige la declaración de las causas de su accidente y cuando las lesiones son producto de terceros, como en tu caso, automáticamente se levanta el acta judicial correspondiente ¿no fue así?
-Sí. Pero no me conformo con eso. Son simples trámites burocráticos. Seguramente archivarán el expediente. Quiero estar seguro de que esto no quede impune.
El padre de Joel se dejó caer en su sillón ejecutivo con gesto abatido. Ya no parecía tan disgustado. Sólo contrito.
-Hay un gran odio en tus palabras -comentó.
Apreté un puño.
-Sí, señor, tengo mucho coraje. Lo que yo hice no ameritaba que ellos me medio mataran.
-¿Lo que tú hiciste?
Mordí mi lengua. Bien, ya no podía ocultar la verdad.
-Lo que yo hice, lo hice empujado por usted. La noche en que nos sacó de la cárcel a su hijo y a mí, nos reprendió con mucha severidad, sus palabras me confundieron, me hicieron sentir un tonto, así que cuando bajé de su auto fui a la guarida de la pandilla y desbaraté todo, quemé la droga, extraje el dinero robado que guardaban allí con intenciones de devolverlo.
-¿Y lo devolviste?
Moví la cabeza negativamente.
-Mi padre me lo quitó.
Asintió muy despacio como un juez que está a punto de dar su veredicto.
-Con tu venganza -sentenció-, sembraste el mal y ahora que lo estás cosechando deseas volverlo a sembrar. ¿Cuándo te vas a detener? ¿Hasta que te maten?
-Hasta donde sea necesario. De mí nadie se burla.
El padre de Joel se levantó y caminó hacia la ventana.
-Vamos a decir las cosas como son, amigo -su tono era enérgico y su volumen alto-. Es mentira que cada quien hable de la feria como le va en ella, la verdad es que cada quien encuentra en la feria lo que fue a buscar a ella. Denunciar a un trasgresor para que pague su condena en términos de estricta justicia es correcto; si te da tranquilidad el proceso legal, adelante, pero no llegues más lejos; exaltado por la ira, puedes actuar fuera de los parámetros lícitos, fastidiar a otra persona injustamente y entonces el hecho se revertirá en tu contra. Tal vez el mismo afectado arremeterá contra ti causándote un daño mayor. Por eso, deja de tratar de educar al mundo. Es una lucha inútil. Todos pagamos nuestros errores. Nadie se salva. Un trasgresor, aunque no lo demanden, está condenado en el mismo momento de cometer su ilícito. La acción y reacción es mecanismo del que todos somos un engranaje. A cada acto cometido le corresponde una respuesta de la vida. El mal se siembra con EVASIÓN (pereza, vicios, irresponsabilidad), ENGAÑO (mentiras, robos, difamaciones, adulterios), EXASPERACIÓN (prepotencia, ira, violencia) y EGOLATRÍA (vanidad, soberbia). Son cuatro "Es". Fáciles de recordar. Focos rojos, actitudes a evitar. Quien incurre en ellas sufre las consecuencias que merece. No hay más.
-¿Y esto? -le dije señalándome el rostro sin evitar que algunas lágrimas de frustración se escaparan tanto de mi ojo sano, como de mi cuenca vacía-, ¿no me diga que robar unos billetes y destruir algunas cosas merece esto?
-La parte que merece la tienes, la parte que te quitaron de más, la vida se la quitará a ellos y te la devolverá a ti. El precepto del equilibrio es inquebrantable. Ahora no lo entiendes, pero dentro de algunos años lo harás.
-¡Yo me bajé muy motivado de su automóvil aquella noche! ¡Quería ser diferente!
-¿Y por qué volviste al escondite de la pandilla para sembrar el mal?
-Porque recordé los insultos y las burlas de las que fui víctima.
-¿Y quisiste vengarte haciendo estragos mayores? ¡Hubiera bastado con que te negaras a participar más con ellos!
-Pero hubiese tenido que enfrentar insultos y burlas otra vez.
-Qué barato, ¿no lo crees? Tarde o temprano se habrían olvidado de ti y estarías sano.
-Cuando destruí su guarida lo hice anónimamente.
El hombre soltó una carcajada.
-¿Me estás diciendo que no querías ser identificado? ¡Por favor! ¡El anonimato es el sello de los cretinos y cobardes! Alguien que no se respeta lo suficiente como para dar la cara no merece ser escuchado. Esconderse detrás de un grupo, de una máscara, de una hoja sin firmar, indica que la persona no respalda sus actos ni quiere sufrir las consecuencias de lo que vilmente hace. Pero las consecuencias no se pueden evitar aunque te escondas en el fin del mundo. Todo se sabe tarde o temprano. No realices jamás algo de lo que puedas avergonzarte.
-Los que me golpearon -lloriqueé-, venían enmascarados… ¡Son unos cobardes! ¡Deben recibir su castigo!
-Zahid. Entiéndelo de una maldita vez. El que no conoce la ley de causalidad, NO SABE VIVIR: 'Todo hecho lleva su recompensa o castigo en sí mismo. Cuanto hagas quedará grabado en tu proceso vital y tarde o temprano se te revertirá en bien o mal. La causalidad no existe, todo es causal. El efecto puede suceder a la causa muchos años después de ocurrida ésta, pero es seguro que la seguirá y mientras más tarde la recompensa o castigo, mayor será ¿Te han difamado?, ¿engañado?, ¿robado?, ¿maltratado?, ¿herido? No guardes rencor. ¿Ves al injusto en la cresta de la ola y al justo en el fondo del valle? Despreocúpate. Las aguas tarde o temprano toman su nivel y cada persona terminará estando exactamente donde debe estar. Ahora entiende esto: algunos efectos no alcanzan a ocurrir en esta vida. Jesús fue crucificado y ése no es el efecto de sus causas, pero la cadena no se interrumpe con la muerte física, continúa y cada uno termina en el lugar que por derecho le corresponde.
-¿Me está diciendo usted que Dios nos envía el sufrimiento para crecer?
-El sufrimiento proviene de infringir las leyes. Imagínate escuchar a un párvulo que se lastimó por aventarse de la azotea como "Supermán" reclamando: –Por qué me ocurre esto, Dios mío?¿Porqué me permites este sufrimiento, porqué a mí.. ? Lo veríamos ilógico, ¿no es cierto? Algo así te ocurrió. Dios no está ausente ni ignora tu dolor. Está contigo, pero ENTIÉNDELO: actúa como actuaría cualquier padre inteligente con el hijo que se cayó. En su interior comprendería que es bueno para el hijo tener esas experiencias para que aprenda a cuidarse y evite sufrimientos peores, pero al mismo tiempo le haría sentir que lo ama y está con él.
Me recordé frente al espejo del hospital recriminando… Eran conceptos muy duros. Me aplastaban, me aniquilaban. Eso significaba que, a pesar de mis errores, Él estaba ahí, ofreciéndome su abrazo fraterno, su amor incondicional, su inconmensurable cariño de Padre…
Tomé asiento en la silla de visitas y agaché la cara confundido. Don Joel se acercó y puso una mano sobre mi hombro.
-No hay nada más desgastante que estar envuelto en riñas con la gente. quita fuerza, distrae… estanca… Tú eres un hombre bueno… y los hombres buenos no andan en pleitos y venganzas. Salte de ese círculo vicioso. No perteneces a él. Tienes alas de águila. Eres más que un vencedor… Acepta el amor de Dios en tu vida. Sólo eso podrá hacerte volar…
Con la cabeza hacia abajo me tapé la cara sin evitar que algunas lágrimas se me escaparan. Finalmente me repuse un poco y comenté:
-Tengo una terrible confusión… Cuando hablo con usted me aturde lo que me dice. No sé cómo manejar la información que me da -hice una pausa para mirarlo-. Si no voy a vengarme, al menos dígame cómo compensar todo el mal que me rodea. ¿Es posible ayudar a mi padre?
-Sí. Tú y tu familia deben dejar de consentirlo, para empezar.
-¿Eso hicieron con usted?
-Así es. Repentinamente mi esposa se desentendió de mí. Cuando llegaba ebrio no me regañaba ni se enojaba, me recibía tranquila y me decía que ME AMABA DE TODOS MODOS, pero que si hacía algo indebido, yo pagaría el error. Cuando me ponía necio, se iba con los niños y se despreocupaba de lo que pudiera ocurrirme; decía que sólo estaba protegiendo su salud mental y que todo volvería a la normalidad cuando yo buscara ayuda.
-¿Dejar de consentir es como dejar a la ley de causalidad cumplirse libremente en los demás?
-Muy bien dicho -aplaudió-. Eso es exactamente: no interponerse entre la causa y el efecto de otro, dejándolo sufrir las consecuencias de sus propios actos, por su bien y por el bien de nosotros mismos. El mundo está lleno de consentidores. Gente noble, pero de corta visión que se empeña en sobreproteger a sus seres queridos compadeciéndose de ellos, cuidando que no sufran molestia alguna, e impidiéndoles crecer. Los grandes revolucionarios de la educación basan sus teorías en este concepto elemental: ¡Permitan que el niño se haga responsable de sus propios actos, que aprenda a medir las repercusiones de sus hechos, que sea independiente, que sea una persona y no un animal amaestrado … ! Eso es dejar de consentir.
-Suena bien -comenté limpiándome la cara con un pañuelo desechable que tomé del librero-, ¿pero cómo se logra que un cerrazónico padezca las secuelas de sus tonterías?
-Te voy a compartir cómo lo hicieron conmigo: cuando me arrestaban, nadie corría a la delegación a pagar mis multas; si me encerraban, amanecía en la cárcel; si chocaba con el coche, me enfrentaba yo solo a la policía; si vomitaba o me ensuciaba, yo mismo me limpiaba; si me quedaba tirado en el patio, nadie iba a rescatarme. Mi esposa dejó de ayudarme en el trabajo, de cuidar mis papeles y de justificarme ante los demás. Comenzó a vender paquetes con almuerzos preparados en las escuelas para tener dinero y permitió que yo me fuera a la ruina económica. Cuando estaba sobrio, todos me demostraban su cariño con miles de detalles agradables, pero dejaron de sentirse afectados por mi vicio y de tenerme lástima aunque me metiera en grandes problemas. Sólo así pude entender que necesitaba cambiar.
-Señor, si es cierto lo que usted dice, yo no estoy aquí por casualidad. Tal vez es momento de hacer algo positivo con mi gente. Entiendo las primeras dos rocas para ayudar a un cerrazónico. Liberarse internamente y dejar de consentir. ¿Cómo es la tercera?
-La tercera se llama Careo Amoroso. Un día, mi hija de seis años me abrazó llorando y me dijo que se sentía muy triste porque le maté a su conejito de una patada, pero que de todos modos ella me quería; entonces se me partió el corazón. Yo ni siquiera me acordaba de haber hecho eso. El careo amoroso es un recurso poderosísimo. Es el enfrentamiento de una persona que está dando falso testimonio con otra u otras que tienen pruebas de la verdad. En un ambiente afectuoso, los seres queridos dicen al cerrazónico cara a cara la verdad de lo que pasa y las consecuencias tangibles de sus actos. Cuanto más personas participen en un careo planeado, los resultados serán mejores. Pueden colaborar patrones, empleados, amigos y familiares; todos reunidos y de acuerdo para decir, cada uno, cómo han sido afectados por la conducta del cerrazónico y para instarlo a que pida ayuda de inmediato. No deben participar quienes tengan la tendencia a regañar, quienes no sean lo suficientemente fuertes para aguantar una discusión tensa, quienes estén resentidos o quienes no sean capaces de percibir al alcohólico como un enfermo que necesita ayuda.
Imaginé un careo con papá y sólo de pensarlo las manos me temblaron.
-Si los familiares nos liberamos interiormente, dejamos de consentir y practicamos los careos amorosos, ¿el alcohólico se cura?
-No. Recuerda que tiene DOS enfermedades. En este punto apenas se habrá vencido el primer mal: la enfermedad de la cerrazón, pero aún quedará el alcoholismo. Ahora él deberá asistir a una clínica de rehabilitación y/o a las sesiones que sean necesarias de Alcohólicos Anónimos hasta que viva plenamente los doce pasos de la filosofía de este grupo. Sólo eso acabará con el segúndo mal.
Una idea atrevida me paralizó por unos instantes.
-¿Usted sabe que mi padre trabaja aquí?
Me miró con una sonrisa leve.
-Sí.
-¿Lo conoce?
-Soy su superior jerárquico.
Eso era increíble. Don Joel tenía que estar presente en el careo amoroso con mi padre.
-Ya no quiero que me preste dinero. Ahora necesito algo mucho más valioso: ¿Podría acompañarme a la casa para platicar con mi familia?
-Un careo se planea, se ensaya, se hace después de haber pisado las primeras dos rocas. Ustedes aún son consentidores. No están preparados y, si lo hacemos de improviso, puede resultar contraproducente.
-De acuerdo, de acuerdo, sólo quiero que platique con nosotros… Supongo que todos los familiares deben involucrarse, pues en cuanto el alcohólico se sienta desprotegido por uno de sus consentidores, buscará otro. Alma y mi madre deben comenzar a sintonizar sus ideas en la misma frecuencia… Yo no creo poder convencerlas como usted.
Me miró paternalmente y se puso de pie.
Salí por delante con una emoción ingente. Yo no era un joven de planes y proyectos, sino de acción. A eso le debo muchos errores cometidos pero también gran parte de mis aciertos. Don Joel no sabía que le tendería una trampa. Estando en casa mamá, papá, mi hermana y él, yo forzaría la ejecución de un careo. Ignoraba que estaba a punto de vivir una de las experiencias más fuertes de mi vida.
12
Careo amoroso
-Hola, mamá -la saludé con un beso-, te presento a don Joel. Es el padre de un amigo.
-Ya tenía el gusto. Lo vi en el hospital. Tome asiento, por favor.
-Gracias.
-¿Desea algo de tomar?
-No, muy amable.
-¡Alma! -grité-, ¡ven, por favor!
Mi hermana salió de su cuarto y se paró junto a mí.
-Don Joel viene a platicar con nosotros -aclaré-, me ha enseñado algunas técnicas para hacer que papá reconozca su necesidad de ayuda y lo invité para que se las explique.
Hubo un silencio total. Las dos mujeres se mostraron interesadas.
-Bueno -comenzó un poco desencanchado-, soy alcohólico rehabilitado y aunque sé que la problemática de una familia como la de ustedes es muy compleja, alguien necesita dar el primer paso. Hay ciertos grupos a los que pueden asistir y libros que deben…
-Hábleles del careo -lo interrumpí.
-Es uno de los últimos y más, eficaces pasos que deberán dar. Se realiza siempre en presencia de un terapeuta experto y consiste en hacer una reunión preparada y ensayada a la que se invita al enfermo para que escuche, de las personas más importantes de su vida, cómo el vicio está causando daños enormes.
-¿Es como un ultimátum? -preguntó mamá.
-En cierta forma, pero se hace en ambiente de amor y comprensión, el alcohólico no debe sentirse agredido. Por eso antes se piensa bien lo que va a decirse.
-¿Hay reglas específicas para realizar un careo? -pregunté.
-Cada participante dice abiertamente uno o dos ejemplos de la conducta reprobable del alcohólico. Está prohibido mencionar frases como "no te soportamos más porque has echado a perder nuestras vidas", en vez de eso se refieren conductas concretas de las que tal vez no se acuerde como: "En la boda de tu sobrina tomaste, le faltaste el respeto a una mujer y retaste a golpes a su marido, desde entonces nadie de la familia nos habla". Eso sí es una evidencia concreta. No se trata de juzgar o condenar sino de que él se dé cuenta de una vez por todas, en conjunto, de a lo que el alcohol lo ha llevado.
-¿Podemos hacerlo hoy mismo?
-No. Ten paciencia. Todo a su tiempo.
-Pero, ¿por qué esperar? Entendimos bien. ¿Verdad, Alma? ¿Verdad, mamá?
-Yo he participado en algunos careos -sentenció don Joel-, y definitivamente no se trata de un juego. Hay alcohólicos que cuando ven reunidos a sus familiares y amigos, creen que es un complot contra ellos y reaccionan tan violentamente que provocan daños peores.
Escuchamos algunos ruiditos metálicos en la cerradura de la puerta.
-Es papá -dijo mi hermana aterrada.
Por unos minutos nadie habló. A lo lejos se oía el ronroneo de los camiones que transitaban por la calle principal.
Mi padre entró y nos encontró en la sala a su jefe, esposa e hijos. Se asombró al vernos reunidos en posición expectante.
-Bue… buenas noches, ¿ocurre algo?
Nadie habló.
-No -dijo don Joel-, sólo vine a visitar a Zahid para ver cómo seguía de salud.
Papá se tranquilizó y tomó asiento frente a él.
-No he podido ir a trabajar esta semana -se disculpó-, me he sentido un poco indispuesto.
Era el momento. Yo tenía que provocar las cosas. Había muy poco que perder y mucho que ganar.
-De eso también ha venido a hablarnos don Joel -me aventuré con voz trémula-. Fuiste un gran vendedor y ahora estás casi fuera de la empresa… Papá, te queremos mucho, pero creemos que no te das cuenta de lo que pasa cuando… bebes…
Tardó unos segundos en comprender el significado de mis frases entrecortadas. El invitado me miró con enojo, mamá se puso muy nerviosa y agachó la cara mientras mi padre veía alrededor cavilando todos los probables móviles de la inesperada reunión.
-No tratarán de darme un sermón colectivo a esta altura de mi vida, ¿verdad?
Nadie contestó. Fue el momento decisivo. El señor Joel tardó en resolverse, pero finalmente me apoyó.
-Sus hijos están especialmente sensibles esta tarde, creo que necesitan ser escuchados. ¿Podría darles ese regalo?
El rostro de mi padre se endureció y sin hacer la menor señal de conformidad clavó su penetrante vista en mí. Tenía yo la pelota otra vez. Repasé mentalmente con mucha aprensión las reglas básicas del careo: Decir cosas concretas con firmeza, demostrar afecto, no discutir, no salirse del tema,- acorralar al enfermo hasta hacerlo entender que necesita ayuda…
-No pretendo culparte de esto -dije señalando mi ojo-, pero cuando entraron los asaltantes te hallabas ebrio. Estuvieron a punto de violar a mi hermana frente a ti. Además, esos sujetos vinieron a recuperar un dinero que era de ellos. No pude devolverlo porque tú me lo quitaste cuando estabas borracho con tus amigos, la noche en que estuvieron bailando semidesnudos en la sala.
Mi padre no podía salir de su pasmo. La presencia del extraño le ataba las manos y le cerraba la boca a sus acostumbradas explosiones de violencia soez. Los presentes permanecían estáticos. Papá sonrió un poco con el rostro saturado de un rojo sanguíneo.
-¿Pretendes hacerme quedar en ridículo? Esto es una broma, ¿verdad?
Mi madre levantó la vista. Temí que fuera a pedir una disculpa por mi impertinencia pero afortunadamente me equivoqué.
-No, cariño -comentó-, estamos aquí para decirte cuánto te amamos y para… compartirte cómo… nos afecta a todos el alcohol.
-¿Tú también? Mejor para esto. Te lo advierto.
Mamá se turbó visiblemente ante la amenaza de su esposo y me miró de soslayo, pero ya no había manera de volverse atrás. Entrecerró ligeramente los ojos como si hubiese decidido arrojarse al vacío de una vez por todas y dijo:
-Hace medio año, volviendo de una fiesta manejaste ebrio a toda velocidad. Tus hijos y yo íbamos muy asustados. Te supliqué que no siguieras arriesgando nuestras vidas, pero te exaltaste tanto que detuviste el auto en media carretera, abriste la puerta y me obligaste a bajar. Vi cómo arrancaste de nuevo y te alejaste haciendo eses. Me eché a caminar llorando por la calle, pensando que no volvería a ver con vida a mi familia.
Papá se puso de pie y caminó en círculo como un bovino enfurecido que no sabe a quién embestir.
-Eres una mujer enferma -masculló-. Todo lo exageras.
Alma comenzó a hablar con voz muy baja:
-En ocasiones cuando te emborrachas… ensucias, o sea… yo tengo que limpiar… Viene mi tío Ro, te lleva a la recámara, dice que él puede hacerse cargo de nosotros y yo creo… que no está bien…
Se quedo callada. Admiré su esfuerzo.
-Te queremos mucho -intervine-, pero te tenemos miedo. Cuando tomas nadie sabe cómo vas a reaccionar. Hace cinco años saliste del departamento borracho, quise detenerte y me empujaste haciéndome rodar por las escaleras. Me fracturé la muñeca. Estuve noventa días enyesado.
-Además, cariño -comentó mamá con más aplomo-, hemos perdido nuestros ahorros. La casa está hipotecada, el carro chocado en el garaje, no tenemos dinero para arreglarlo. Tú ganas con base en la comisión de las ventas que realizas y hace más de tres meses que no traes un centavo. Tu hermano nos mantiene… Incluso, Alma trabaja con él en el vídeo club desde hace dos años para retribuirle un poco todo lo que nos ayuda.
Eran argumentos concretos. Mi padre no podía refutarlos por mucho tiempo.
-Usted, en efecto fue un gran empleado -dijo el padre de Joel entrando en acción para ayudarnos-, pero hemos ido quitándole responsabilidades y reduciendo su zona de trabajo. De hecho, la Compañía está a punto de rescindirle el contrato. Nunca sabemos cuándo contar con usted. El alcohol lo está acabando, señor Duarte. Hay menoscabos neuronales de los que no se da cuenta; está siendo dañado cerebralmente, su hígado se está pudriendo, sus riñones están enfermando, sus testículos se contraen día a día y está quedando impotente.
Mi padre buscó apoyo en el respaldo del sillón, respiró agitado cual si le faltara el aire. No levantó la vista por un buen rato. Estoy seguro de que ante el repentino estrés, su constitución física le gritaba, le exigía, le demandaba imperiosamente un vaso de licor.
-De acuerdo -comentó al fin-, reconozco que tengo algunos problemas con la bebida ahora, pero hace ocho años, cuando no tomaba, todos me utilizaban. Al llegar a mi casa me sentía fuera de lugar, como un intruso, nadie me esperaba, a nadie le importaba.
Don Joel me había advertido: Los cerrazónicos son expertos en ablandar a sus allegados y orillarlos a sentirse culpables de los errores que ellos cometen. Cuando la gente está apabullada se vuelve tierna y dulce creando confusión emocional.
-Te estás evadiendo -sentenció mamá-, ¿qué importa lo que ocurrió hace ocho años? Tenemos un problema hoy. Lo fundamental es arreglar el presente y planear el futuro.
-Un momento. No, señor. Ustedes están de acuerdo para agredirme en conjunto y yo tengo derecho a hablar también.
Su voz sonaba franca. Parecía realmente dispuesto a decir su verdad.
-En aquellos años, tal vez me hubiera sido más fácil mantenerme sobrio si hubiese tenido una esposa, pero la mujer que vivía conmigo era madre, no esposa -se volvió a ella con una mirada de furia-. Vivías para los niños.
No los dejabas que les diera ni el aire. Eras hipocondríaca. Todo el tiempo creías que estaban enfermos y les embutías cerros de antibióticos sin consultar a un médico. Los hiciste dependientes, flojos, caprichosos y berrinchudos.
La forma obsesiva en que los atendías, la manera en que estabas pendiente de los llantos de uno, de los gritos de otro, de la alimentación de los remilgosos y hasta del aseo de los guarros que se ensuciaban sólo para llamar la atención, me hacían comprender que eras una madre obsesiva, presa, sin personalidad propia; una madre que no era mujer, que no era amiga y, por supuesto, que no era amante. Yo no significaba nada para ti. Me ignorabas. Sólo me buscabas con la mano estirada y una sonrisa cínica cuando necesitabas dinero -se interrumpió visiblemente agitado, parecía un hombre tratando de revelar todo el dolor escondido en su pecho-. Me sentía usado, -continuó-, rodeado de afecto simulado que sólo era interés. Cansado, terriblemente cansado de trabajar y ganar dinero para que los demás lo disfrutaran. Sin deseos de seguirle el juego a la madre sabiendo que no tenía otra opción que vivir a su lado y ver cómo maleducaba a los mocosos. óyeme bien, y no estoy borracho. En uno de aquellos momentos en los que no quería dejar esta casa para ir a trabajar, pero que tampoco me sentía amado ni acogido en ella, pude percibir un viso de la depresión que puede llevar a cualquier persona a quitarse la vida… Entonces comencé a tomar.
Mi madre parecía asustada de lo que estaba escuchando.
-Yo me refugié en los niños para evadir tu machismo -se defendió ella-, antes de que comenzaras a tomar.
Ambos tenían la razón. Hubo problemas conyugales y evasión mutua. Después él perdió el control de la bebida y adquirió una dependencia de la que hasta la fecha no estaba consciente y mi madre al ver complicarse su entorno familiar trocó su amor obsesivo por una conducta de mártir consentidora.
-No ganamos nada con desenterrar el pasado -insistió ella-, debes dejar de emborracharte.
-¡Basta! No vuelvas a mencionarlo. Yo puedo dejar el alcohol cuando me dé la gana.
-¡Entonces hazlo ahora!
-Sólo tiene que ir a una clínica de desintoxicación -comentó don Joel-. Son especialistas. Le ayudarán mucho…
-No hay nada que reconstruir, es demasiado tarde, además seguramente eso de la clínica cuesta mucho dinero y yo no tengo.
Independientemente de mi problema, estamos viviendo una crisis económica increíble, las ventas han bajado. La recesión es enorme. La gente se ha vuelto agresiva.
-Tiene razón -el padre de Joel se puso de pie y comenzó a caminar por la sala con autoridad mientras hablaba-, todos en este país nos sentimos traicionados, enfurecidos y nos desquitamos como podemos, pero hay que detenernos ya. No ganamos nada peleando con el vecino, amenazando a nuestros amigos, agrediendo a nuestra pareja, lastimando a nuestros hijos, encerrándonos en vicios. En los momentos de crisis es cuando más prolifera la prostitución, la pornografía, la droga, el alcohol, los adulterios, los divorcios… Gente desalentada se evade de sus problemas cayendo en el círculo vicioso de dar, recibir maldad y seguir evadiéndose para volver a empezar. Tenemos que detenernos ya. El verdadero peligro de las crisis políticas y económicas es que se vuelven sociales y familiares; hay que tener mucha madurez para poner un alto y no permitirnos caer en escapes nocivos… Y si ya hemos caído, hay que levantarse… Señor Duarte, usted tiene que levantarse. Hágalo por sus hijos. Puede poner un alto a los acontecimientos negativos que siguen ligándose unos con otros en esta casa. Su familia le está pidiendo ayuda. Eso es todo.
Por primera vez el gesto de mi padre se tornó humilde. Tenía la vista perdida y la boca apretada con los labios hacia adelante.
-Papá -se acercó mi hermana temblando-. Escucha lo que te dicen. Yo te necesito mucho. No tengo a quien contarle mis problemas.
Alma abrazó a papá por la cintura y rompió a llorar amargamente. Fue eso lo que desmoronó al hombre.
-¿Qué tengo que hacer? -preguntó.
-Hay una clínica de desintoxicación a la que deberá ingresar mañana por la mañana. la empresa pagará los gastos. Todo está preparado -mintió don Joel-, será como irse de vacaciones un par de semanas. Luego volverá a sus actividades normales y cada ocho días asistirá a una reunión de Doble A.
Mi madre había recuperado su aplomo y se aproximó.
-Yo reconozco los errores que cometí -le dijo-. Si aceptas el tratamiento, cuentas conmigo, seré una esposa real, una amiga, una compañera como la que tú necesitas… -su rostro dibujó un esguince de firmeza-, pero si no te atiendes, nada podrá cambiar -hizo una leve pausa para respirar antes de decirlo-: Te sentirás mucho más solo que antes porque… yo ya no viviré a tu lado.
-¿Me estás amenazando?
Ella le sostuvo la mirada y papá se dio cuenta de que no era una amenaza ni un juego, era una realidad.
-De acuerdo… Haré lo que me piden, pero iré cuando yo quiera.
Mamá movió la cabeza negativamente. Alma seguía llorando inconsolable.
-Es ahora o nunca…
Se quedó con la vista en el suelo y asintió una sola vez.
Alma y yo ayudamos a mamá a preparar la maleta de mi padre. Él también cooperó, distraído, sin agregar una sola palabra a lo ya dicho… En la casa se sentía un ambiente extraño; de melancolía y júbilo a la vez; de temor y aventura, como si en la jungla negra se vislumbraran esperanzadores rayos de luz.
Al poco rato recibimos una llamada del padre de Joel, comunicándonos que, ahora sí, todo estaba arreglado y que pasaría por mi padre muy temprano al día siguiente.
intenté dormir esa noche pero no pude. Tenía los nervios alterados por tantas emociones y sucesos difíciles de asimilar. Me puse de pie y salí sigilosamente de mi recámara para hablar con mi hermana. Ella siempre cerraba su habitación con llave. Toqué.
-¿Estás despierta?
Tardó en contestar. Abrió la puerta y volvió a la cama para sentarse. Me detuve en el umbral.
-¿Te encuentras bien?
-Sí… Pasa.
-No puedo dormir.
-Yo tampoco.
-Quiero platicar contigo.
Pareció no escucharme.
-Te admiro mucho -me dijo.
-Gracias Alma, pero me gustaría compartirte todo lo que he aprendido últimamente.
-¿Alguna vez has sentido que eres un inútil?
-¿Por qué me preguntas eso?
-No sé… Pero yo así me siento a veces. Tonta, sin ganas de vivir.
La estudié en silencio, Era una conversación inconexa. ¿Acaso intentaba decirme algo?
Se recostó sobre la almohada y observó el techo con nostalgia.
-El mundo es una porquería…
-¿Por qué hablas así? ¿No se supone que deberías estar feliz por lo que pasó hoy? Además tú eres muy buena. Estoy muy agradecido contigo por la forma en que me cuidaste en el hospital. Somos amigos. Puedes confiar en mí.
-¿Y qué gano con eso?
-Alma, dime en qué estás pensando. Quiero ayudarte.
Movió la cabeza negativamente.
-No es nada especial… Sólo estoy deprimida.
– ¡Pero siempre estás deprimida!
-¿Has venido a regañarme?
-No, no… -me interrumpí sin saber cómo romper la barrera-. Hay algunos lugares donde se reúnen personas que tienen problemas similares a los nuestros. Leí un libro muy importante que tú debes leer… Eres responsable de ti. Necesitas tener más valor y coraje para buscar soluciones. Es mentira que seas tonta o inútil. Y no puedes estar todo el tiempo deprimida.
-¿Conoces el sitio al que va gente con padres alcohólicos?
-Sí. También conozco otro en el que asisten mujeres violadas.
Levantó la cara con interés. Me sentí motivado por haber despertado en ella cierta curiosidad y continué relatando entusiasmado:
-Escuché a una joven que fue ultrajada. Habló frente a sus compañeras y les dijo: 'Antes solía compadecer a toda la gente que sufría. Actualmente sólo compadezco a aquellos que sufren en ignorancia y que no comprenden la utilidad esencial del dolor'. Yo fui violada y quiero decirles que la experiencia me ha hecho más grande, más madura, más mujer y sobre todo más digna de amor. Puede parecer extraño, pero cuando caes al pantano, tu vida cambia radicalmente para bien o para mal. Si te permites la desesperanza, neurosis y autocompasión, te hundes irremediablemente. Si, en cambio, te rebelas ante la idea de zozobrar, buscas al único Poder Superior, te aferras a Su amor y a Su perdón, te llenas de Su energía ilimitada y muestras el temple y el coraje para salir adelante, cuando lo logras, eres otro. Si sientes que la vida no tiene sentido, que los problemas te están acabando, memoriza esta parábola: Un pájaro que vivía resignado en un árbol podrido en medio del pantano se había acostumbrado a estar ahí, comía gusanos del fango y se hallaba siempre sucio por el pestilente lodo. Sus alas estaban inutilizadas por el peso de la mugre hasta que cierto día un gran ventarrón destruyó su guarida, el árbol podado fue tragado por el cieno y él se dio cuenta de que iba a morir. En un deseo repentino de salvarse comenzó a aletear con fuerza para emprender el vuelo, le costó mucho trabajo porque había olvidado cómo volar, pero enfrentó el dolor del entumecimiento hasta que logró levantarse y cruzar el ancho cielo, llegando finalmente a un bosque fértil y hermoso. Los problemas serios son como el ventarrón que ha destruido tu guarida y te están obligando a elevar el vuelo…
-O a morir…
-Oye. No vas a morir. Ni yo tampoco. Papá se rehabilitará. Esta familia volverá a ser normal –
-¿Tú oíste todo eso en un grupo de mujeres, o estás inventando?
Me desconcertaba la forma en que cambiaba el tema de la conversación, parecía no poder concentrarse en una sola cosa.
-Oí desde fuera.
-Yo paso mucho tiempo sola. Me gustó el careo. Tal vez no sirva de nada. Sólo mi tío Ro me comprende. La verdad no sé por qué me siento así. Me gustaría ser como tú.
¿Qué relación tenía una frase con otra? Pensé que mi hermana estaba afectada de la cabeza. Levanté la voz para obligarla a atenderme. Necesitaba decirle muy claro lo que iba a pasar:
-Alma, escúchame. Este día tomé una decisión de cambio. Iba a vengarme y a seguir cayendo pero ya no lo haré. Pronto terminaré el bachillerato y voy a solicitar ingreso a una Universidad como interno. Sólo así podré desarrollarme como deseo. Voy a pagar el precio para ser un triunfador. Necesito hacerlo, ¿me entiendes? He cometido muchos errores y estoy decidido a provocar que las cosas cambien. Pero tú debes también poner un alto a tu desánimo. Reunirte con gente positiva, leer libros de superación, escuchar conferencias… Sacudirte la apatía… No quiero dejarte sola en este estado.
Me senté a su lado. Se giró ligeramente y pude distinguir un casi imperceptible viso de maldad en su mirada. ¡Era una niña de trece años! No. Sacudí la cabeza. Seguramente malinterpreté su gesto ante la pálida luz de la lámpara.
-¿Lo harás? -pregunté-, si nos separamos, ¿me prometes que lo harás? Yo me mantendré en contacto contigo, pero…
Me interrumpió abrazándome fuertemente.
La carga de los problemas era demasiado grande para sus endebles cimientos. Alma tenía miedo. Pero no estuve consciente de ello sino hasta muchos años después.
13
Adopción
La avioneta iba a tocar tierra firme en unos minutos.
-¿Qué fue lo que salió mal?
-Lo ignoro.
-¿Hablaste con ella después de esa noche?
-Varias veces… No me escuchaba, siempre parecía perdida en fantasías desconocidas… Le compartí todo lo que había aprendido, me volví hasta cierto punto un hermano hostigoso que trataba de enseñar. Después me rechazaba. Cuando me acercaba a ella se burlaba diciéndome que si ya iba a darle otro sermón moralista… Las ideas te hacen libre o esclavo. De ideas positivas te sostienes para salir del fango como si fueran ramales de un árbol que se inclinan hacia ti. Ella tuvo al alcance esas ideas y no salió.
-¿Por qué? ¿Dónde estuvo el error?
-Lo ignoro. Lisbeth, tú eres mujer, ayúdame a entender esto. Me lo has contado otras veces pero necesito volver a oír la forma en que saliste adelante después de la violación y el embarazo. Algo hiciste tú, que Alma no pudo o no quiso hacer.
La avioneta aterrizó.
Bajamos del artefacto despidiéndonos del piloto con cortesía. Miré el reloj.
Como lo habíamos calculado, era casi la una de la mañana. Entramos al aeropuerto por una pequeña puerta que daba servicio exclusivo a la aviación privada y corrimos a la ventanilla de taxis autorizados.
-¿Adónde van? -preguntó el cobrador.
Le di el nombre del hospital y la dirección que obtuve telefónicamente. Me alargó el boleto indicando la cantidad a pagar.
Fuimos de inmediato hasta el vehículo que se hallaba con la puerta abierta esperándonos. En el taxi, camino al hospital, ella comenzó a hablar.
Después de la primera sesión con el grupo de mujeres, una abogada se acercó, me pidió información respecto a la demanda presentada, se ofreció a representarme cobrando una cuota mínima y me citó en su despacho para ponernos de acuerdo en la estrategia legal. Las compañeras se despidieron afectuosamente. Algunas me brindaron tarjetas de bienvenida y otras me invitaron a grupos paralelos relacionados con alguna religión: reuniones de oración, ruedas de estudio bíblico, juntas de apostolado o evangelización.
Me explicaron que todos los grupos de autoayuda tienen algunos principios similares, cimentados en los doce pasos de Alcohólicos Anónimos.
En forma resumida se basan en:
LA NECESIDAD DE ADMITIR que somos impotentes frente a algunos sucesos y emociones.
LA CONVICCIÓN de que sólo un Poder Superior podrá restaurar nuestra vida deshecha.
LA DESICIÓN de entregar nuestra voluntad a ese Poder Superior.
LA RESTITUCIÓN del mal que hicimos a otros como consecuencia de nuestra falta de control.
EL COMPROMISO de ayudar a nuevas personas atrapadas en un problema similar.
Salir de mi estado depresivo fue como aprender a caminar de nuevo. El menester me exigió tiempo y esfuerzo desmedidos. Asistí a todas las reuniones que me invitaron, seguí cada consejo al pie de la letra: dejé de hablar mal y de permitir a otros que hablaran mal frente a mí; comencé a leer libros de superación personal y espiritual diariamente, uno tras otro; coleccioné todas las obras de ese tipo que me fue posible; comencé a escuchar grabaciones sobre el éxito y el trabajo; cambié, en resumen, mi alimento mental. Con nuevos rudimentos, la digestión de ideas se hizo distinta y empezó a producirme un vigor fenomenal. Cuando cambias lo que comes, cambias lo que eres. La mente se alimenta de conceptos. Al final, nosotros somos el dibujo de las ideas con las que nos alimentamos más continuamente.
La nueva forma de pensar me ayudó a enfrentarme al juicio penal contra Martín y sus dos amigos.
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